Nace en Toledo, en
el seno de una familia de nobles descendientes de los Mendozas y
Guzmanes, en el año 1501. Hijo de García
Suárez de Figueroa, importante noble que en la época
de los Reyes Católicos adoptó el nombre de Lasso de
la Vega, usado por una de sus abuelas. De aquí el nombre de
su hijo Garcilaso de la Vega.
Recibe su primera
educación en la Corte. Al entrar Carlos I como rey es
nombrado su paje, siendo apreciado por éste y todos los
acompañantes que por entonces rodeaban al monarca.
Bien pronto
empieza su actividad militar y en compañía de
Boscán acude a la defensa de la isla de Rodas. Desde este
momento ambos poetas siempre estarán juntos, tanto en la paz
como en la guerra.
Pronto empieza a
escribir versos en castellano, italiano o latín, su idioma
nativo.
En 1523 tras la
campaña de Navarra contra los franceses es nombrado
Caballero de Santiago.
En 1525 se casa
con Elena de Zúñiga, sin otro relieve en la vida del
poeta que el de proporcionarle hijos, ya que indudablemente fue una
boda amañada. Prueba es de ello lo poco que aparece en su
obra. Tampoco hay noticias de sus hijos.
En 1526, con
motivo de la boda de Carlos I con la princesa Isabel de Portugal,
Garcilaso conoce al gran amor de su vida: la portuguesa Isabel
Freyre. Aunque su amor nunca fue correspondido por dicha dama.
Boscán le
pone en conocimiento del endecasílabo. A partir de ese
momento Garcilaso compone al estilo de Petrarca, con el que se
siente muy identificado.
En 1529 su gran
amor, Isabel, se casa con Antonio de Fonseca. Para olvidar su
desengaño amoroso Garcilaso vuelve a la Corte y
acompaña al emperador Carlos I, asistiendo en Bolonia,
Italia, a su coronación. Se instala en Mantua y en 1530
regresa a Toledo. Más tarde es enviado a Francia en
misión especial ante la hostilidad del monarca galo para con
Carlos I.
Por entonces
empieza a componer sus mejores sonetos, como aquel que empieza
diciendo: «Cuando me paro a contemplar mi estado...», y
reflejando en muchos de estos sonetos sus amores y desamores.
Al contravenir una
orden de su emperador por asistir en 1531 en Ávila a la boda
de uno de sus sobrinos, es enviado al destierro. En
compañía del Duque de Alba intenta llegar a Viena,
pero antes de pasar la frontera es detenido y enviado a una isla
del Danubio.
En 1532 gracias a
la intervención de numerosos amigos pidiendo gracia ante el
Emperador para el poeta, se le autoriza a vivir en Nápoles.
Por aquel tiempo convertida en una de las ciudades más
agradables para vivir. En esta ciudad acude a la Academia
Pontaniana, donde conoce y alterna con los más grandes
poetas de la época. Por entonces recibe la noticia de la
muerte de su adorada Isabel, dejando honda huella en su
lírica amorosa.
En 1535,
participando en el asedio a la Goleta y Cartago, es herido y
regresa a Nápoles.
En 1536 Garcilaso
intervine nuevamente en campañas guerreras a consecuencia de
las cuales en tierras italianas, concretamente en el castillo de
Muy, en Provenza, recibe una herida de piedra siendo trasladado a
Niza, donde muere en brazos del marqué de Bombay, más
tarde conocido como San Francisco de Borja.
En 1543 se
publican sus obras recogidas todas ellas por su amigo
Boscán. En su obra se dice que hay 40 sonetos, en algunos
otros autores 38, por lo general de contenido amoroso.
Como poeta
además de contar con la admiración de sus amigos y
contemporáneos fue alabado más tarde por Cervantes y
Lope de Vega, entre otros, como el dios mayor del Parnaso
español. Llamado también por su inspiración
italianista el Petrarca español. Fue sin duda uno de los
poetas más líricos del idioma castellano del Siglo de
Oro.
- I
-
Cuando me paro a
contemplar mi estado,
y a ver los pasos por do me ha traído,
hallo, según por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado;
mas cuando del camino esto
olvidado,
5
a tanto mal no sé por do he venido;
sé que me acabo, y más he yo
sentido
ver acabar conmigo mi cuidado.
Yo acabaré, que me
entregué sin arte
a quien sabrá perderme y acabarme
10
si ella quisiere, y aun sabrá
querello;
que, pues, mi voluntad puede
matarme,
la suya, que no es tanto de mi parte,
pudiendo, ¿qué hará sino
hacello?
- II
-
En fin, a vuestras
manos he venido
do sé que he de morir tan apretado,
que aun aliviar con quejas mi cuidado,
como remedio, me es ya defendido.
Mi vida no sé en que se
ha sostenido,
5
si nos es en haber sido yo guardado
para que sólo en mí fuese
probado
cuánto corta una espada en un rendido.
Mis lágrimas han sido
derramadas
donde la sequedad y la aspereza
10
dieron mal fruto de ellas y mi suerte.
Basten las que por vos tengo
lloradas.
No os venguéis más de mi con mi
flaqueza;
allá os vengad, señora, con mi
muerte.
- III
-
La mar en medio y
tierras he dejado
de cuanto bien, cuitado, yo tenía;
yéndome alejando cada día,
gentes, costumbres, lenguas he pasado.
Ya de volver estoy
desconfiado;
5
pienso remedios en mi fantasía,
y el que más cierto espero es aquel
día
que acabará la vida y el cuidado.
De cualquier mal pudiera
socorrerme
con veros yo, señora, o esperallo,
10
si esperallo pudiera sin perdello.
Mas de no veros ya para
valerme,
si no es morir, ningún remedio hallo;
y si esto lo es, tampoco podré
habello.
- IV
-
Un rato se levanta
mi esperanza.
Tan cansada de haberse levantado
torna a caer, que deja, mal mi grado,
libre el lugar a la desconfianza.
¿Quién
sufrirá tan áspera mudanza
5
del bien al mal? ¡Oh, corazón
cansado!
esfuerza en la miseria de tu estado,
que tras fortuna suele haber bonanza.
Yo mismo emprenderé a
fuerza de brazos
romper un monte, que otro no rompiera,
10
de mil inconvenientes muy espeso.
Muerte, prisión no
pueden, ni embarazos,
quitarme de ir a veros, como quiera,
desnudo espíritu o hombre en carne y
hueso.
- V
-
Escrito
está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribiste, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo de esto.
En esto estoy y estaré
siempre puesto,
5
que aunque no cabe en mí cuanto en vos
veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para
quereros;
mi alma os ha cortado a su medida:
10
por hábito del alma misma os quiero.
Cuanto tengo confieso yo
deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero.
- VI
-
Por ásperos
caminos he llegado
a parte de que miedo no me muevo;
y si ha mudarme o dar un paso pruebo,
allí por los cabellos soy tornado.
Mas tal estoy, que con la muerte
al lado
5
busco de mi vivir consejo nuevo;
y conozco el mejor y el peor apruebo,
o por costumbre mala o por mi hado.
Por otra parte, el breve tiempo
mío,
y el errado proceso de mis años,
10
en su primer principio y en su medio,
mi inclinación, con quien
ya no porfío,
la cierta muerte, fin de tantos daños,
me hacen descuidar de mi remedio.
- VII
-
No pierda
más quien ha tanto perdido;
básteme, amor, lo que ha por mi
pasado;
válgame agora haber jamás
probado
a defenderme de lo que has querido.
Tu templo y sus paredes he
vestido
5
de mis mojadas ropas, y adornado,
como acontece a quien ha ya escapado
libre de la tormenta en que se vido.
Yo había jurado nunca
más meterme,
a poder mío y a mi consentimiento,
10
en otro tal peligro, como vano.
Mas del que viene no
podré valerme;
y en esto no voy contra el juramento;
que ni es como los otros ni en mi mano.
- VIII
-
De aquella vista
pura y excelente
salen espíritus vivos y encendidos,
y siendo por mis ojos recibidos,
me pasan hasta donde el mal se siente.
Encuéntranse al camino
fácilmente,
5
con los míos, que de tal calor movidos
salen fuera de mi como perdidos,
llamados de aquel bien que está
presente.
Ausente, en la memoria la
imagino;
mis espíritus, pensando que la vian,
10
se mueven y se encienden sin medida;
mas no hallando fácil el
camino,
que los suyos entrando derretían,
revientan por salir do no hay salida.
- IX
-
Señora
mía, si de vos yo ausente
en esta vida duro y no me muero,
paréceme que ofendo a lo que os
quiero,
y al bien de que gozaba en ser presente.
Tras éste, luego siendo
otro accidente,
5
que es ver que si de vida desespero,
yo pierdo cuanto bien de vos espero,
y así ando en lo que siento diferente.
En esta diferencia mis
sentidos
están en vuestra ausencia y en
porfía.
10
No sé ya qué hacerme en mal
tamaño.
Nunca entre sí los veo
sino reñidos.
De tal arte pelean noche y día,
que sólo se conciertan en mi
daño.
- X
-
¡Oh dulces
prendas por mí mal halladas,
dulces y alegres, cuando Dios quería!
Juntas estáis en la memoria
mía,
y con ella en mi muerte conjuradas.
¿Quién me dijera,
cuando en las pasadas
5
horas en tanto bien por vos me vía,
que me habíades de ser en algún
día
con tan grave dolor representadas?
Pues en un hora junto me
llevaste
todo el bien que por términos me
distes,
10
llevadme junto al mal que dejaste.
Si no, sospecharé que me
pusiste
en tantos bienes, porque deseaste
verme morir entre memorias tristes.
- XI
-
Hermosas ninfas,
que en el río metidas
contentas habitáis en las moradas
de relucientes piedras fabricadas
y en columnas de vidrio sostenidas;
agora estéis labrando
embebecidas
5
o tejiendo las telas delicadas;
agota unas con otras apartadas,
contándoos los amores y las vidas;
dejad un rato la labor,
alzando
vuestras rubias cabeza a mirarme,
10
y no os detendréis mucho según
ando;
que o no podréis de
lástima escucharme,
o convertido en agua aquí llorando,
podréis allá de espacio
consolarme.
- XII
-
Si para refrenar
este deseo
loco, imposible, vano, temeroso,
y guarecer de un mal tan peligroso,
que es darme a entender yo lo que no creo,
no me aprovecha verme cual me
veo,
5
o muy aventurado o muy medroso,
en tanta confusión, que nunca oso
fiar el mal de mí que lo poseo,
¿qué me ha de
aprovechar ver la pintura
de aquel que con las alas derretidas
10
cayendo, fama y nombre al mar ha dado,
y la del que su fuego y su
locura
llora entre aquellas plantas conocidas,
apenas en el agua resfriado?
- XIII
-
A Dafne ya los
brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que al oro oscurecían.
De áspera corteza se
cubría
5
los tiernos miembros, que aún balbuciendo
estaban;