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Gustavo Adolfo Bécquer

Biografía de Gustavo Adolfo Bécquer

Bécquer: la poesía hecha palabra

Casa natal de Gustavo Adolfo Bécquer en Sevilla (calle del Conde de Barajas).Adentrarse en la vida y obra de Gustavo Adolfo Bécquer supone iniciar un viaje por un mundo de luces y sombras, donde al final lo que queda es la sensación de haber presenciado la historia de un hombre, que como tal, está sujeto a múltiples contradicciones. De hecho, es precisamente esta característica la que nos permite leer sus poemas y hacerlos nuestros, o conocer los detalles de su azarosa vida, y experimentar los mismos miedos y alegrías que asaltaron al poeta.

Todo su mundo estará regido por un sinfín de oposiciones. Desde su postura política conservadora salpicada de ideas progresistas y filantrópicas, hasta la alternancia de períodos de máxima actividad y sabia pereza, pasando por un gusto musical que fluctúa entre la ópera y las seguidillas flamencas. De todo esto serán fieles testigos no sólo sus rimas y leyendas, sino también sus creaciones periodísticas o proyectos como la Historia de los templos de España. Todos sus escritos dan muestra de un universo personal dividido entre el sueño y la razón, la mujer ideal y la mujer carnal, la idea y la palabra, la aristocracia y el pueblo, el sentimiento y la inteligencia...

Sin embargo, Gustavo Adolfo, que nació en Sevilla un 17 de febrero de 1836, fruto del matrimonio entre José María Domínguez Bécquer y Joaquina M.ª Bastida, no adopta estas dicotomías de forma artificial, como muchos otros poetas del momento. Sus dudas serán siempre auténticas y a través de la palabra tratará de lograr, a veces sin éxito, la síntesis de todos esos contrarios. La primera confrontación importante tiene lugar cuando Bécquer, gracias a una aspiración compartida con sus amigos de infancia, Narciso Campillo y Julio Nombela, decide marchar a Madrid en 1854 en busca de fortuna literaria.

Para comprender el impacto que supuso su llegada a la corte debemos imaginarnos una Sevilla luminosa, cargada de olores especiados y revestida de mil colores. Una Sevilla muy propicia para que las inquietudes artísticas de un joven como Bécquer encuentren inspiración constante a su alrededor. Una Sevilla en perenne estado de fiesta:

«El panorama que ofrece el real de la feria desde la puerta de San Fernando es imposible describirlo con palabras y apenas el lápiz podría reproducir en conjunto. Hay una riqueza tal de luz, de color y de líneas (...) Figuraos al través de la gasa de oro que finge el polvo su llanura tendida y verde como la esmeralda, el cielo azul y brillante, el aire como inflamado por los rayos de un sol de fuego que todo lo rodea, lo colora y lo enciende. Por un lado se ven las blancas azoteas de Sevilla, los campanarios de sus iglesias, los moriscos miradores, la verdura de los jardines que rebosa por cima de las tapias, los torreones árabes y romanos de los muros (...).»

(«La feria de Sevilla», El Museo Universal, 25-abril-1869).

Gustavo Adolfo Bécquer. Retrato de Valeriano Domínguez Bécquer. Museo de Bellas Artes de Sevilla.Al ver la colorista descripción de la ciudad, no resulta extraño que tras su paso por el Colegio de Náutica de San Telmo (1846-1847), forme parte del taller de pintura de Antonio Cabral Bejarano (1850) y más tarde del de su familiar, Joaquín Domínguez Bécquer, siempre con la compañía inseparable de su hermano Valeriano. De este modo, el universo poético becqueriano ganará en matices que se reflejarán a lo largo de toda su obra.

La muerte de sus padres (José Domínguez Bécquer en 1841 y Joaquina Bastida en 1847) se verá compensada con el cariño que recibe por parte del resto de la familia, especialmente de su madrina Manuela Monehay Moreno, así como por la constante actividad de Bécquer ya sea en la pintura, la escritura o la música. Aquellos que rodearon al poeta y lo conocieron de forma más íntima, como por ejemplo Ramón Rodríguez Correa o Narciso Campillo, señalan en sus testimonios tras la muerte del escritor cómo éste destacaba en el campo del dibujo y la música. En este sentido, la infancia del poeta es muy importante porque sentará las bases de lo que serán más tarde sus escritos.

Ya se ha comentado como Gustavo Adolfo está en contacto permanente con el mundo de la pintura, gracias al número de pintores que hay en la familia (su padre, su hermano, su tío). Basta con echar un vistazo a los dibujos que aparecen en el Libro de cuentas que el joven Bécquer usa como lienzo, para comprender que el desarrollo de su vocación literaria era una más de las habilidades con las que nuestro poeta pudo alcanzar la gloria. Esta cualidad innata para el mundo de la ilustración tendrá su repercusión en el lenguaje becqueriano de las leyendas y de algunos artículos periodísticos dedicados a la crítica de arte, especialmente con el amplio y preciso uso de adjetivos sensoriales.

Otra de las destrezas becquerianas fue la música. Como muchos otros escritores, Bécquer revela un profundo conocimiento de las producciones musicales burguesas por excelencia, como son la ópera y la zarzuela. La mención de títulos operísticos y de compositores consagrados, especialmente italianos (Donizetti, Bellini, Rossini, Verdi), en sus artículos, los dibujos inspirados en la obra Lucia de Lammermoor que se encuentran en el álbum de Julia Espín o la creación de zarzuelas junto a Luis García Luna, no son sino algunas de las muchas pruebas de su amor por este tipo de música. También es significativo el dato que aporta Julio Nombela, pues por lo visto, Bécquer sabía de memoria y tarareaba constantemente las óperas Lucía, Poliutto, Linda de Camnounix, la Favorita, Norma, Sonnámbula...

«Yo no sé la música; pero le tengo tanta afición que, aun sin entenderla, suelo coger a veces la partitura de una ópera y me paso las horas muertas hojeando sus páginas.»

(«El Miserere», El Contemporáneo, 17-abril-1862).

Gustavo Adolfo Bécquer. Fotografía de Ángel Alonso Martínez y Hermano. Colección de Enrique Toral Peñaranda.No obstante, y de nuevo gracias a los recuerdos de familiares y amigos del poeta, sabemos también que Bécquer tenía cierta fineza de oído así como bastante pericia a la hora de poner sus manos en un piano o una guitarra. De hecho, es curioso que sean precisamente estos dos instrumentos los que aparezcan vinculados a él, puesto que muy bien podrían reflejar de forma simbólica las dos corrientes musicales que más inspiraron a Bécquer: la música clásica (piano) y la música popular andaluza (guitarra). Desde la juventud del sevillano, los cantares y las coplas del pueblo estarán presentes en su obra, si bien, será gracias a su contacto en Madrid con Augusto Ferrán cuando su preocupación por lo popular tomará tintes más ideológicos, de preocupación social por el pueblo y sus manifestaciones.

La música estará presente una y otra vez en las leyendas y en las Rimas, íntimamente ligada con la naturaleza y con las teorías neoplatónicas de la armonía del cosmos que hereda de la escuela poética sevillana. De este modo, su pasión por la melodía no es algo postizo, sino que su proceso de creación aparece vinculado de forma muy estrecha con el de composición de la poesía. Esta conjunción de música, naturaleza y poesía se encuentra muy bien reflejada en la leyenda El miserere, donde el protagonista, que es un músico, y por extensión, la representación del artista en general, trata de encontrar la obra máxima ayudándose de la inspiración que le ofrece la naturaleza:

«mi único pensamiento fue hallar una forma musical tan magnífica, tan sublime, que bastase a contener el grandioso himno de dolor del Rey Profeta (...) La música sonaba al compás de sus voces: aquella música era el rumor distante del trueno que, desvanecida la tempestad, se alejaba murmurando; era el zumbido del aire que gemía en la concavidad del monte (...) Todo esto era la música y algo más que no puede explicarse ni apenas concebirse (...) el músico que la presenciaba, absorto y aterrado, creía estar fuera del mundo real, vivir en esa región fantástica del sueño en que todas las cosas se revisten de formas extrañas y fenomenales.»

(«El Miserere», El Contemporáneo, 17-abril-1862).

Si tras leer este fragmento acudimos a la Introducción sinfónica o a las rimas iniciales según la edición de los amigos de Bécquer, notaremos cierta continuidad en las ideas expuestas, así como en el vocabulario utilizado. A la mente se nos viene ese «himno gigante y extraño», «los extravagantes hijos de mi fantasía» que viven «con una vida oscura y extraña», el «espíritu sin nombre», el «mundo de visiones» que no sabemos si «vive fuera o va dentro de nosotros».

Gustavo Adolfo Bécquer. Grabado de Bartolomé Maura incluido en la edición de las «Obras» de Bécquer de 1885.A la música y a la pintura habrá que añadir la huella indeleble que le dejará la literatura durante su juventud. El acceso que tuvo Bécquer a la biblioteca de su madrina Manuela le proporcionará un conocimiento detallado de los autores más relevantes del siglo anterior y del Romanticismo europeo. Por otro lado, una de las figuras clave en el proceso de aprendizaje literario del joven poeta será Alberto Lista, prestigioso representante de las bellas letras sevillanas. Bécquer entrará en contacto con el maestro a través de su obra Ensayos literarios y críticos y de su discípulo, Francisco Rodríguez Zapata. Con tan sólo doce años de edad, Bécquer compone la Oda a la muerte de don Alberto Lista, en la cual sigue los preceptos clasicistas que éste le enseñó.

Bécquer siempre tuvo claro el camino poético que debía seguir, y para ello recaba toda la información necesaria desde muy joven, interesándose por la literatura europea que le llegó, entre otras vías, a través de las enseñanzas de Lista. Bécquer trata de insertarse en la línea de los poetas del sentimiento como Garcilaso, Herrera y Rioja, que crearon un lenguaje propio para la expresión del amor, pero para ello necesita nuevos modelos, como Lamartine, Musset, Byron...

De este modo, puede decirse que el sevillano destaca de forma precoz en su concepción de la literatura, pues ya es consciente de por dónde quiere que se encamine su escritura, así como también desde muy joven realiza ejercicios de creación literaria terminando o empezando obras incompletas, componiendo poemas o planificando futuras piezas teatrales. Todas las preocupaciones sobre el amor, la muerte o la inspiración literaria que una y otra vez encontramos en los textos de Bécquer ya se intuyen en unas reflexiones que el poeta hace en el libro de cuentas de su padre. Del mismo modo, especifica cómo para el artista todas las bellas artes son simples manifestaciones de un único sentimiento:

«El ángel de las ilusiones nos conduce sobre sus doradas alas a un mundo desconocido, a esa región que tanto halaga nuestros sueños de juventud (...) Entre la niñez y los primeros sentimientos del amor hay una edad incomprensible para nosotros (...) Qué edad más hermosa que la juventud, que esa edad en que el hombre en el estado casi de una inocencia envidiable (...) La poesía, la música, la pintura, las bellas artes, todo lo más hermoso y más perfecto es hijo de este entusiasmo.»

(«Meditación», Libro de cuentas).

«Gustavo Adolfo niño», dibujo de José D. Bécquer. Legado de   Antonio Rodríguez Moñino. Real Academia de la Lengua (Madrid).A pesar de que el ambiente sevillano auguraba un buen porvenir como escritor a Gustavo Adolfo, esto no parecía satisfacer al poeta, que contaba ya con la edad de diecisiete años. Al fin y al cabo, Sevilla seguía siendo una ciudad de provincias, y como tal, ejercía un efecto constrictor en la inspiración becqueriana, que muchas veces se apartaba de los cauces clasicistas tan queridos por esas tierras. Su participación activa en las letras sevillanas se plasma en la publicación de diversos poemas de tono clásico en varias revistas (El Regalo de Andalucía, La Aurora, El Porvenir...) o en coronas poéticas (como la de A. Lista).

Aunque en sus rimas muestre un tono pesimista en cuanto a la búsqueda de la gloria y la fama (Rima LXXII), no debe olvidarse que en el período previo a la partida a Madrid, Bécquer se encuentra en el estado de idealidad que manifiesta en sus meditaciones que hemos podido leer más arriba en el Libro de cuentas. Es joven y aspira a hacerse un nombre en el panorama literario español, y para ello, la única solución es la partida a la Corte en pos de los laureles poéticos.

Tras planear en el verano de 1853 junto con Narciso Campillo y Julio Nombela su marcha a Madrid, y sin obtener el permiso de su madrina Manuela, Bécquer se instala en octubre de 1854 en una modesta pensión madrileña, cargado con un baúl lleno de poemas y de ilusiones que se perderán en el olvido. En una época de revueltas políticas, las artes y las letras no son una gran fuente de ingresos, por lo cual los poemas del sevillano no ofrecen ningún interés para los editores.

De nuevo la contradicción se presenta ante el poeta. Madrid no tiene nada que ver con la cálida y luminosa Sevilla, pero le proporciona una libertad de movimientos hasta entonces desconocida para él. Aún a riesgo de caer en una excesiva simplificación, la visión de la obra completa de Bécquer con cierta perspectiva permite establecer una dicotomía entre Sevilla:

«Sevilla, con sus rejas y sus cantares, sus cancelas y sus rondadores, sus retablos y sus cuentos, sus pendencias y sus músicas, sus noches tranquilas y sus siestas de fuego, su alboradas color de rosa y sus crepúsculos azules; (...) aspiré con voluptuosidad la fragancia de las madreselvas que corren por un hilo de balcón a balcón (...) y torné en fin con mi espíritu a vivir en la ciudad donde he nacido y de la que tan viva guardé siempre la memoria.»

(«La Soledad. Colección de Cantares por Augusto Ferrán y Forniés», El Contemporáneo, 21-enero-1861).

y Madrid:

«Al través de ellos [los vidrios de los balcones] se divisaba casi todo Madrid. Madrid, envuelto en una ligera neblina, por entre cuyos rotos jirones levantaban sus crestas oscuras las chimeneas, las buhardillas, los campanarios y las desnudas ramas de los árboles. Madrid, sucio, negro, feo como un esqueleto descarnado, tiritando bajo su inmenso sudario de nieve.»

(«La Soledad. Colección de Cantares por Augusto Ferrán y Forniés», El Contemporáneo, 21-enero-1861).

«Gustavo Adolfo Bécquer dibujando», dibujo de Valeriano   Bécquer en «Expedición de Veruela». Universidad de Columbia (Nueva   York).Ambos lugares representan una serie de valores encontrados (idealismo frente a materialismo, infancia frente a madurez, luces frente a sombras...).

Junto con Nombela y Luis García Luna, y tras haber gastado todos sus ahorros, Bécquer se dedica a escribir biografías de diputados para Gabriel Hugelman, mientras, llevados de su iniciativa, se embarcan en distintos intentos fallidos de creación de un periódico en Madrid. Pero como muy bien dijo Larra, «escribir en Madrid es llorar», y durante el siglo XIX, si algo se imprime de forma abundante, son las publicaciones periódicas que muchas veces nacen para fallecer tras su primer número. Así pues, el nombre de Bécquer aparecerá vinculado a revistas como La España Musical y Literaria, El Mundo, El Porvenir o el Álbum de Señoritas y Correo de la Moda. De esta manera, el poeta se va haciendo un hueco en el panorama artístico madrileño. Este será un período de estrecheces económicas, y de escasas publicaciones por parte del sevillano. El autor se impregna del ambiente literario madrileño, según se deduce de la lectura del relato «Mi conciencia y yo»:

«yo estaba en el café con varios jóvenes de mi edad; se reía, se bromeaba, éste cuenta un embuste, aquél otro, todos sabemos que son mentiras y los escuchamos como si fueran verdades. Me hallaba apunto de divertirme, cuando entre el murmullo y las risas de los concurrentes percibí una carcajada.»

(«Mi conciencia y yo», Álbum de Señoritas y Correo de la Moda, 1855, vol. II, pp. 310-312).

Portada del «Libro de los gorriones» (1868) de Gustavo Adolfo Bécquer. Biblioteca Nacional (Madrid).La llegada de su hermano Valeriano en noviembre de 1855 supone un pequeño respiro para Gustavo Adolfo, pero esta situación no durará mucho, ya que Valeriano regresa a Sevilla al año siguiente. No obstante, gracias a una serie de obras teatrales que da a la luz bajo pseudónimo, consigue ir tirando. Realiza una adaptación de Nuestra Señora de París de Víctor Hugo, que titula Esmeralda, y en colaboración con Luis García Luna, estrena La novia y el pantalón.

Su círculo de amistades aumenta cuando conoce al que será uno de sus mejores amigos y uno de los que mejor entendió la relevancia de la poesía becqueriana en el conjunto de las letras hispánicas: el cubano Ramón Rodríguez Correa. Bécquer entró junto a él como escribiente en la Dirección de Bienes Nacionales, trabajo que le permitió respirar económicamente. Pero poco le dura la dicha a Gustavo Adolfo, pues es despedido por desperdiciar el tiempo de sus compañeros con dibujos de los personajes de Hamlet.

De nuevo con mucho tiempo de ocio y la mente libre de ataduras prosaicas, Bécquer emprende su gran proyecto fallido: la Historia de los templos de España. Todo comienza en junio de 1857, cuando junto a Juan de la Puerta Vizcaíno, el sevillano inicia los trámites para la preparación de esta monumental obra, lo cual requiere el reclutamiento de notables eruditos en el campo de la historia, las artes y la literatura. Fundado en su conocida afición por la arquitectura, en la corriente de evocación y recuperación románticas de las ruinas del pasado, muy en la línea de Chateaubriand, así como en la importancia de la religión en la concepción vital y poética becquerianas, nuestro autor depositó todas sus ilusiones en el rescate de edificios que tornaban a ser mucho más que un conjunto de piedras, eran la representación fidedigna de la tradición española:

«La tradición religiosa es el eje de diamante sobre el que gira nuestro pasado. Estudiar el templo, manifestación visible de la primera, para hacer en un solo libro la síntesis del segundo: he aquí nuestro propósito. Para conseguirlo, evocaremos de las olvidadas tumbas en que duermen al pie del santuario a esos Titanes del arte que lo erigieron.»

(«Introducción», Historia de los templos de España, 1857).

A principios de agosto de 1857 sale a la luz la primera entrega de la Historia de los templos, con la protección de la reina Isabel II. Las sucesivas entregas van apareciendo con cierto retraso hasta que en noviembre de 1858 quiebra la empresa editorial. A esto habrá de añadirse el colapso de Bécquer, que agotó sus fuerzas en el intento de culminación de esta obra, cayendo en una grave enfermedad. Sin embargo, no debe olvidarse el especial y ecléctico carácter de nuestro poeta, que le hacía sentir interés por diversas manifestaciones culturales y literarias. Así pues, a su tentativa de unión de lo religioso, lo histórico, lo arquitectónico y lo poético, se unirá una expresa admiración por la temática y la cultura hindú, que se plasmará en la publicación en La Crónica (29-30 de mayo) a modo de folletín de El caudillo de las manos rojas.

Portada del tomo primero de las «Obras» (primera edición, Madrid, 1871) de Gustavo Adolfo Bécquer.A pesar de la inexactitud y los tópicos que manejaban por entonces los estudios sobre la India, esta tierra ofrecía un abanico de posibilidades a los escritores románticos que buscaban en ella la representación de lo exótico y lo sensual. En El caudillo de las manos rojas, la India se presenta como un lugar rebosante de color, donde el contacto entre el mundo real y el mundo de las visiones es más cercano, y donde las pasiones que dirigen el destino de los hombres son torbellinos que rompen los remansos de paz.

A partir de entonces la presencia de Bécquer en el horizonte literario de la época se acentúa gracias a la aparición en La Época de dos artículos: «Crítica literaria» y «El maestro Herold», donde se entremezclan apuntes sobre la difícil vida del artista y retazos de una gran calidad lírica que pueden competir en igualdad de condiciones con las mejores descripciones de sus leyendas:

«A medida que la luz de la tarde se perdía gradualmente (...) las notas del instrumento se fueron haciendo más vagas, más débiles, casi imperceptibles: ya no se oía más que un rumor (...) La luz acababa de desaparecer. Sin embargo, la dilatada pupila del músico permanecía fija en la partitura de su obra.»

(«El maestro Herold», La Época, 14-septiembre-1859).

Una vez más, en 1859, colaborando con Luis García Luna y con el nombre de Adolfo García escribe la zarzuela La venta encantada y el sainete Las distracciones. Además, aparece en El Nene (17 de diciembre) la «Imitación de Byron»: «Tu pupila es azul, y cuando ríes», que refleja la progresiva evolución en Bécquer de la poesía de corte neoclásico a una de veta intimista. A este respecto, ha de tenerse en cuenta que el ambiente poético madrileño estaba sometido a un proceso de cambio de sensibilidad, sobre todo en los últimos años de la década de los cincuenta. Poco a poco se va abandonando la poesía más épica y retórica, las palabras grandilocuentes y los versos ornamentales, para dar paso a una poesía sencilla, que traslada al papel las inquietudes más personales del poeta a través del uso de metros populares.

Ha sido bastante habitual en los acercamientos teóricos a la figura de Bécquer considerarlo una especie de oasis en el desierto poético del diecinueve, pues la suavidad y universalidad de sus composiciones distaban mucho de las de sus contemporáneos. No obstante, un conocimiento más profundo de la realidad literaria de este siglo ha permitido averiguar que Gustavo Adolfo tuvo un contexto propicio para componer sus Rimas, bien sea por las influencias que llegan a España procedentes de escritores europeos como Byron o Heine, o por las tentativas de algunos autores nacionales como Barrantes, Selgas, Trueba, Viedma, Campoamor o Florentino Sanz de adecuar a la sensibilidad y métrica españolas las baladas y canciones tradicionales, acortando el poema y empleando un lenguaje mucho más cercano y familiar.

Estos años (1859-1860) reflejan un Bécquer joven e ilusionado que está en un punto álgido de creación tanto en prosa como en verso. Siente que por fin ha encontrado el camino poético y que no está solo en dicha empresa. Frecuenta los salones del músico Joaquín Espín y Guillén, donde conoce a las dos hermanas que tanta influencia tuvieron en él: Josefina y Julia Espín. Practica el galanteo propio de esos lugares, y en los álbumes de las Espín dejará una serie de estupendos dibujos y rimas autógrafas (rima XVI, XX y la futura rima XXVII). Todo en esta época parece confluir: la música, la mujer, la poesía, el amor... todo lo que en Bécquer supone un claro universo vital:

«La poesía eres tú, te he dicho, porque la poesía es el sentimiento y el sentimiento es mujer (...) Poesía son, por último, todos esos fenómenos inexplicables que modifican el alma de la mujer cuando despierta al sentimiento y a la pasión (...) El amor es poesía; la religión es amor. (...) La religión es amor y, porque es amor, es poesía.»

(«Cartas literarias a una mujer», El Contemporáneo, 20-diciembre-1860; 8-enero-1861; 4-abril-1861 y 23-abril-1861).

Página autógrafa de la «rima XXVII» de Gustavo Adolfo Bécquer (1860). Álbum de Josefina Espín. Fotografía de Rafael Montesinos.Otro de los acontecimientos relevantes en la vida de Gustavo Adolfo es su encuentro con Augusto Ferrán Forniés, que tras pasar una temporada en Alemania realizando traducciones, regresa a Madrid. Prácticamente almas gemelas, comparten similar forma de ver la vida y un gran amor por los cantares andaluces y en general por cualquier manifestación de lo popular (cuentos, leyendas, romances...). La reseña que hace Bécquer al libro de cantares de Ferrán titulado La Soledad, será junto a la Introducción Sinfónica, las Cartas literarias a una mujer, Desde mi celda y algunas de sus rimas, la teorización más concreta y evidente de su manera de entender la poesía.

Por otra parte, Bécquer tampoco deja de lado el mundo de la farándula, y sigue componiendo piezas teatrales como Tal para cual y La cruz del valle, siempre con la ayuda de Luis García Luna. Además también realizará colaboraciones en varias revistas, unas veces con una leyenda («La cruz del diablo», La Crónica de Ambos Mundos), y otras con poesías («Tú y yo. Melodía», Álbum de Señoritas y Correo de la Moda; «Melodía», Almanaque del Museo Universal para 1861). Incluso tendrá tiempo para la polémica en una carta publicada en La Iberia el 11 de noviembre de 1860, en la cual se defiende de las acusaciones de neocatólico e interesado, vertidas por Juan de la Rosa González.

Aunque la productividad becqueriana alcanza en estos años unas cotas muy altas, lo cierto es que son pocas las actividades que le reportan algún beneficio económico, por lo cual este será también un tiempo de penuria económica. A pesar de todo, Bécquer entrará a formar parte de la plantilla de El Contemporáneo (1860), diario de carácter conservador dirigido por José Luis Albareda y puesto en marcha por el político Luis González Bravo. Gracias a su labor en este periódico, Bécquer consigue mantener una situación financiera más holgada y encontrar el vehículo perfecto para la difusión de sus escritos. De este modo, ya en el primer número aparece incluida la primera de las Cartas literarias a una mujer, y continuará la serie con tres cartas más hasta 1861. Estos son los años clave en la obra del poeta, pues publica textos (Cartas literarias a una mujer, reseña de La Soledad de Augusto Ferrán) en los que expone cuáles son sus ideas acerca de la poesía y la excepcional labor del poeta:

«Hay una poesía magnífica y sonora; una poesía hija de la meditación y el arte, que se engalana con todas las pompas de la lengua, que se mueve con una cadenciosa majestad, habla a la imaginación, completa sus cuadros y la conduce a su antojo por un sendero desconocido, seduciéndola con su armonía y su hermosura.
Hay otra natural, breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye, y desnuda de artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía.
La primera tiene un valor dado: es la poesía de todo el mundo.
La segunda carece de medida absoluta, adquiere las proporciones de la imaginación que impresiona: puede llamare la poesía de los poetas.»

(«Introducción sinfónica», Manuscrito del Libro de los gorriones).

Gustavo Adolfo Bécquer. Busto de Coullaut-Valera en el parque de María Luisa (Sevilla). Fotografía de Rafael Montesinos.También publica en El Contemporáneo algunas de sus mejores leyendas y relatos: La ajorca de oro, La creación, El monte de las ánimas, ¡Es raro!, Los ojos verdes y Maese Pérez, el organista, así como su poema A ella («Por una mirada, un mundo»). En otro periódico, El Correo de la Moda, aparece su rima Al amanecer («Primero es un albor trémulo y vago»).

En este período de tanta fecundidad literaria, Bécquer también encontró de alguna manera el amor, o por lo menos cierta estabilidad familiar a través de su matrimonio con Casta Esteban Navarro, una sencilla y bella muchacha de la burguesía rural soriana, e hija de Francisco Esteban, médico de Bécquer especializado en enfermedades venéreas. Se ha discutido mucho sobre el papel que le tocó jugar a Casta en la vida de Gustavo Adolfo, y entre los estudiosos del poeta, no cuenta con un gran número de adeptos, acusándole de infidelidad y de no saber comprender un espíritu tan delicado como el de Bécquer.

El caso es que el 9 de mayo de 1862 nace en Soria el primer hijo del matrimonio, que se llamará Gregorio Gustavo Adolfo. Sin embargo, el poeta no dejará de estar presente en El Contemporáneo con relatos como El muerto al hoyo, El rayo de luna, El aderezo de esmeraldas, El miserere, El Cristo de la Calavera, Tres fechas o La venta de los gatos, así como con artículos como Los maniquíes, El carnaval, Pot-pourri de pensamientos extraños, Un drama. Hojas arrancadas de un libro de memorias, La Nena, Cualquier cosa, Arquitectura árabe... También se prodigará en otras revistas como La América, donde aparece La rosa de la Pasión. En todos estos artículos Bécquer cede un poco a la cotidianeidad e inmediatez de las noticias que se suceden en la Corte, así como también se sirve de los apuntes tomados para la confección de la Historia de los templos de España. A pesar de ello, una frase, un párrafo son capaces de evidenciar las cualidades poéticas de la prosa becqueriana, lo que por otra parte lo hacen especial respecto al resto de los redactores:

«Los que han visto una calle de Sevilla, una de aquellas calles con sus casas de todas formas y tamaños, sus balcones con macetas de flores semejantes a pensiles colgados, sus ventanas con celosías verdes, enredadas de campanillas azules, sus tapias oscuras por las que rebosa el follaje de los jardines en guirnaldas de madreselva, allá en el fondo un arco que sirve de pasadizo con su retablo, su farol y su imagen (...)»

(«La Nena», El Contemporáneo, 30-marzo-1862).

Ahora Bécquer tiene una familia que mantener y su trabajo como periodista no será suficiente, de manera que debe recurrir a otras fuentes de ingreso como la zarzuela. Esta vez su compañero en la creación de piezas teatrales será su amigo Rodríguez Correa, y con el pseudónimo Adolfo Rodríguez estrenan El nuevo Fígaro el 19 de septiembre. Un año más tarde termina la pieza Clara de Rosemberg, que será representada en el Teatro de la Zarzuela el 10 de junio. Una carta de Gustavo Adolfo y Casta dirigida a los padres de ésta manifiesta que Bécquer no siempre fue un hombre en sueños que pasaba de forma indolente por la vida. Su única preocupación en el estreno de Clara de Rosemberg no era tanto la calidad del libreto como la asistencia masiva de público («A mí me importa un rábano tanto de los que alaban como de los que censuran. Lo que es menester es que vaya la gente y hasta ahora no falta.»).

El año 1863 es especialmente prolífico para Bécquer, ya que el número de artículos y relatos publicados en El Contemporáneo se incrementa (Historia de una mariposa y de una araña, Un lance pesado, Un boceto del natural, La pereza, La mujer a la moda, Los bailes de trajes, La leyenda del judío errante, Entre sueños...). Además, continúa con la publicación de sus leyendas en La América (El gnomo, La cueva de la mora, La promesa, La corza blanca, El beso) y de otros textos en diversos periódicos de la época como La Gaceta Literaria (¡Duerme!, Apólogo, La ridiculez), La España Literaria (en la que su nombre figura como colaborador) o incluso en un proyecto de novelas para la «Biblioteca hispano-americana» de La Época.

Según el testimonio de Julia, la sobrina de Gustavo Adolfo, la familia viajó a Sevilla en el verano de 1863. Más tarde, Valeriano, separado de su mujer, llega a Madrid y se encuentra a su hermano muy debilitado, por lo cual deciden viajar a Veruela para pasar el invierno en total reposo, con la excepción de alguna pequeña estancia en Madrid de Gustavo Adolfo para solucionar menesteres de orden administrativo, o ya entrado el verano, con una pequeña excursión a las playas de Vizcaya. Durante este período, los hermanos Bécquer recorrieron la zona del Moncayo, fijándose con atención en los paisajes, los pueblos y las costumbres de sus gentes para plasmarlo en sus cuadros Valeriano y en sus textos Gustavo Adolfo. Este último seguía participando como redactor para El Contemporáneo con el envío de las Cartas desde mi celda en las que se combina realidad y fantasía, recuerdos, pensamientos y ensoñaciones del paisaje. No obstante, Bécquer no se queda en la simple escritura impresionista, sino que constata con sus palabras el contraste entre la vida moderna y agitada de la capital, y la España más profunda y primitiva de los pueblos por los que no pasa el tiempo:

«al contemplar los destrozos causados por la ignorancia, el vandalismo o la envidia durante nuestras últimas guerras; al ver todo lo que en objetos dignos de estimación, en costumbres peculiares y primitivos recuerdos de otras épocas se ha extraviado y puesto en desuso de sesenta años a esta parte; lo que las exigencias de la nueva manera de ser social trastorna y desencaja; lo que las necesidades y las aspiraciones crecientes desechan u olvidan, un sentimiento de profundo dolor se apodera de mi alma, y no puedo menos de culpar el descuido o el desdén de os que a fines de siglo pasado pudieron aún recoger para transmitírnoslas íntegras las últimas palabras de la tradición nacional, estudiando detenidamente nuestra vieja España (...)»

(«Cuarta Carta. Cartas desde mi celda», El Contemporáneo, 23-abril-1861).

Gustavo Adolfo Bécquer en su lecho de muerte. Vicente Palmaroli. Museo Romántico de Madrid.Sin dejar de escribir para El Contemporáneo, Bécquer debe partir a Madrid en medio de un calor riguroso para hacerse cargo de la redacción del periódico, bastante desierta en estos meses de vacaciones. Redacta Los Campos Elíseos y El calor, donde manifiesta su particular ojo crítico para la interpretación de hechos cotidianos como los entretenimientos de la ciudad en verano o los efectos del insoportable calor madrileño. También tuvo ocasión de realizar un reportaje sobre la inauguración de la línea de ferrocarril que unió Madrid con San Sebastián: Caso de ablativo, en el que se alterna gravedad e ironía.

A partir de septiembre de 1864, la atención de Bécquer se va a centrar en la política, pues Luis González Bravo, creador de El Contemporáneo será nombrado ministro de Gobernación dentro del gabinete dirigido por el general Narváez. Además, el director del periódico, José Luis Albareda, pasa a ser embajador en La Haya, por lo que Bécquer ocupa la dirección de El Contemporáneo desde el 9 de noviembre hasta el 16 de febrero de 1865. Gracias a su amistad con González Bravo, Gustavo Adolfo consigue un puesto como fiscal de novelas en Madrid con un buen sueldo, aunque no le durará mucho, pues tras la caída del gabinete, Bécquer decide presentar su dimisión.

Por eso, a partir de 1864 se puede ver un Gustavo Adolfo contradictorio: unas veces es el artista bohemio y descuidado, y otras, cuando la fortuna económica le sonríe, el burgués con levita. Tras la disolución de El Contemporáneo, González Bravo considera necesaria la creación de otro periódico que ocupe el lugar de su antecesor y aparece Los Tiempos, en cuya redacción también intervendrá Bécquer, aunque no nos queden ejemplares para certificar dicha participación. Un artículo de Bécquer, El partido angélico será la causa de una polémica entre Los Tiempos y El Contemporáneo, pues en él, el autor recrimina a sus antiguos compañeros la ingratitud con Narváez y González Bravo.

Los comienzos del año 1865 son buenos para los hermanos Bécquer en cuanto a estabilidad se refiere, pues incluso Valeriano obtiene gracias a su hermano una pensión anual de 10.000 reales por parte del Ministerio de Fomento para que el pintor recorra las provincias españolas en busca de «trajes característicos, usos y costumbres», con la condición de que éste remita al ministerio dos cuadros al año. En cuanto a su hermano, se le plantea un dilema, pues considera que no puede estar a la vez ejerciendo el cargo de censor de novelas que le ha proporcionado González Bravo, y combatir al Gobierno al que éste pertenece a través de las páginas de El Contemporáneo, así que decide rechazar ambos puestos.

Los problemas llegan para Bécquer a partir de la segunda mitad de 1865, cuando ya no tiene el sueldo de censor de novelas y su participación en la prensa es más difusa (en este período participa en Los Tiempos, El Museo Universal y Gil Blas). Es lógico que la situación en el hogar no fuera la mejor, teniendo en cuenta que en septiembre nace el segundo hijo del matrimonio. El cambio de domicilio buscando un barrio más barato es obligado. A pesar de todo, Gustavo Adolfo mantendrá vivo su contacto con el arte, en este caso con la música, gracias a sus visitas a la casa de Antonio de Reparaz.

Bécquer colabora con Los Tiempos hasta el 6 de octubre, fecha en la que este diario se fusiona con El Gobierno y dan lugar a El Español, que se publica hasta 1868. El panorama político estará bastante revuelto durante el otoño de 1865, coincidiendo con la aparición de un nuevo periódico satírico, Doña Manuela, cuya presentación ha sido atribuida a Bécquer. Sin embargo, Rodríguez Correa incluirá en Las Noticias un comunicado del poeta en el que se niega toda participación. A partir de aquí, los críticos becquerianos no se han puesto de acuerdo sobre la veracidad de esta declaración. Especialmente si tenemos en cuenta que poco más tarde los hermanos Bécquer colaboran en las páginas de la revista demócrata Gil Blas con dibujos y textos de sátira política, aunque simplemente firman con el pseudónimo Sem o con una «S» (Revista cómica, Itinerario del próximo carnaval y El discurso de la corona).

Tras algunas colaboraciones ocasionales para El Museo Universal, Bécquer se convierte en el director literario de esta publicación. Dentro de sus tareas destaca la elaboración de las «Revistas de la semana», que versan sobre asuntos variados de política, cultura y sociedad; la colaboración con su hermano Valeriano en algunos cuadros de costumbres (La misa del alba, La sardinera...); algunos artículos biográficos (El duque de Rivas); varios textos que acompañan a grabados de Federico Ruiz, Jaime Serra o Francisco Ortego; un artículo de costumbres dedicado al carnaval de 1866; la fantasía Un tesoro que aparece en el Almanaque de El Museo Universal y una serie de rimas (Espíritu sin nombre, Tú y yo, Dos y uno, Saeta que voladora, Serenata, ¡La vida es sueño!, ¡No sé!).

La fama de Bécquer se va acrecentando poco a poco a través de sus publicaciones en los periódicos. Así, a su labor más conocida como periodista, se le une su faceta de narrador de leyendas, que vuelven a publicarse de forma anónima en El Español entre el 29 de marzo y el 10 de mayo de 1866, y también en el Diario de Alcoy, periódico dirigido por su gran amigo Augusto Ferrán (Los ojos verdes, La ajorca de oro, El monte de las ánimas). Es muy posible que en estas fechas Gustavo Adolfo estuviera reuniendo sus rimas para editarlas en forma de libro. Según los testimonios de Narciso Campillo y Francisco de Laiglesia, González Bravo tenía en su poder el manuscrito de las Rimas, pero debido al tumulto originado por el movimiento revolucionario que destronó a Isabel II (18 septiembre 1868), el volumen se extravió.

Como consecuencia de nuevos cambios políticos, Bécquer se halla otra vez vinculado con el Gobierno en el poder. De ahí que vuelva a obtener su cargo de fiscal de novelas, abandonando el de director de El Museo Universal al comenzar el verano. A causa de su frágil salud, viaja a Bilbao para reponerse y en septiembre del mismo año será elegido miembro del jurado de la Exposición Nacional de Bellas Artes. Lo cierto es que Bécquer estaba por entonces más preocupado por otros menesteres que los literarios, de ahí la escasez de escritos artísticos de esta época (1867-1868), con la excepción de la rima IX (Besa el aura que gime blandamente). Tras la muerte de su amigo Luis García Luna (25 diciembre 1867), Bécquer parece entender la importancia de tener reunidos sus poemas en la «colección de proyectos» Libro de los gorriones, manuscrito que más tarde utilizarán los amigos del escritor para preparar la edición de sus Obras en 1871 y que según Narciso Campillo, trabajó especialmente durante su estancia en Toledo en 1869.

Visitará Soria en algunas ocasiones junto con su hermano Valeriano para restaurar su salud, y también para alejarse temporalmente de Casta, que le había sido infiel. Parece ser que Emilio Eusebio, el tercer hijo de Bécquer nacido en diciembre, no era del poeta. Como consecuencia de las revueltas en la capital, los hermanos Bécquer deciden exiliarse a Toledo, ciudad que encandila a Gustavo Adolfo por sus retorcidas y estrechas callejuelas, sus monumentos cargados de historia y su atmósfera impregnada de encanto, lo cual tendrá su reflejo en algunas leyendas y artículos del poeta. Por otro lado, los comienzos del año 1869 fueron muy duros para los Bécquer desde el punto de vista económico, pues Valeriano ya no gozaba de la pensión del Gobierno y Gustavo Adolfo había perdido su fuente de ingresos como fiscal de novelas y como director de periódico. Ahora simplemente colabora de forma ocasional comentando los dibujos de su hermano para El Museo Universal (Los dos compadres, Semana Santa en Toledo).

Una carta a Francisco de Laiglesia pidiendo dinero para uno de sus hijos enfermo y los testimonios de Campillo sobre el desaliño físico del poeta nos permiten hacernos una idea sobre la crítica situación de Gustavo Adolfo. A pesar de ello, la participación de Bécquer en los primeros meses de 1870 en La Ilustración de Madrid, su vuelta a Madrid rodeado de su hermano, sus hijos y sus amigos (sobre todo Rodríguez Correa y Ferrán), hacen que este sea un período de felicidad. En esta revista, pintor y escritor realizan sus últimas colaboraciones, entre las que destaca El pordiosero, La picota de Ocaña, Una calle de Toledo, Enterramientos de Garcilaso de la Vega y de su padre en Toledo, Las segadoras... Además, como en otras ocasiones, Bécquer pondrá su pluma al servicio de otros artistas (Casado del Alisal, Pradilla, Laurent, Perea, Bernardo Rico...). Una prueba del optimismo becqueriano del momento puede encontrarse en la publicación en La Ilustración de Madrid de la que será la rima V («No digáis que agotado su tesoro»), siendo probablemente el anticipo a la posible publicación al completo de sus Rimas. Pero este período de alegría alcanza hasta el 23 de septiembre de 1870, fecha en la que fallece su hermano Valeriano. Animado por sus amigos, Gustavo Adolfo decide homenajear a su hermano como mejor sabe hacerlo: con la palabra. Traza una semblanza de Valeriano destacando su faceta como pintor de costumbres populares, que será publicada en La Ilustración de Madrid por Rodríguez Correa. El poeta, necesitado de apoyo, se traslada con sus hijos y sus sobrinos a otra vivienda al lado del cubano.

En los meses siguientes, Bécquer sigue padeciendo necesidades económicas, pero esto no le impedirá seguir escribiendo. Es posible que por entonces redactara el texto Las hojas secas, que aparecerá en 1871 en el Almanaque literario de la Biblioteca Ilustrada de Gaspar y Roig, así como también se convierte en director de El Entreacto, periódico cómico teatral donde se publica el inicio del relato becqueriano Una tragedia y un ángel. Historia de una zarzuela y una mujer. Pero el 10 de diciembre Gustavo Adolfo cae enfermo para fallecer el 22 de diciembre de 1870 junto a sus amigos y su esposa Casta. Con premonitorias palabras sobre la fugacidad y fragilidad de la vida, Bécquer parece anunciar cuál será su final:

«Lloro por mí. Lloro la vida que me huye (...) ¿Y por qué no has de vivir? (...) Porque es imposible. Cuando caigan secas esas hojas que murmuran armoniosas sobre nuestras cabezas, yo moriré también y el viento llevará algún día su polvo y el mío, ¿quién sabe adónde? (...) ¡Debíamos secarnos! ¡Debíamos morir y girar arrastradas por los remolinos del viento!.»

(«Las hojas secas», Almanaque Literario de la Biblioteca de Gaspar Roig, 1871).

Lápida de la tumba de los hermanos Bécquer en la antigua   capilla de la Universidad de Sevilla. Fotografía de Rafael Montesinos.Es enterrado al día siguiente y el pintor Casado del Alisal propone al resto de los compañeros de Bécquer la edición de sus obras y de los dibujos de su hermano Valeriano con el fin de ayudar a sus respectivas familias. A través de un comunicado en la prensa, tratan de difundir el proyecto para ganar así colaboradores, mientras que Ramón Rodríguez Correa, Augusto Ferrán y Narciso Campillo inician la tarea de selección de los textos becquerianos repartidos por periódicos y revistas, tomando como base los poemas del Libro de los gorriones y ordenándolos en forma de cancionero.

De este modo, a finales del mes de julio de 1871 y por el precio de 28 reales, ven la luz los dos tomos de las Obras de Gustavo Adolfo D. Bécquer, precedidas por un prólogo de su gran valedor y amigo, Ramón Rodríguez Correa, y un grabado del poeta confeccionado por Severino, sobre un dibujo de Palmaroli. Este será el comienzo de la leyenda del poeta romántico que ha llegado hasta nuestros días, pero también de su realidad como iniciador de nuestra mejor poesía contemporánea.

Soraya Sádaba

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