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Juan del Valle y Caviedes

Apunte biobibliográfico

Tanto Juan María Gutiérrez como Ricardo Palma transmitieron una imagen del poeta cercana a la picaresca y rayana en lo rufianesco. Mucho tiene que ver con el apelativo de «poeta de la Ribera»[1], a propósito de su famoso «cajón» en los soportales de la Plaza Mayor de Lima. Lo curioso es que dicha imagen, romántica e interesada, tuvo eco en las opiniones y juicios de Marcelino Menéndez Pelayo (1894), Ventura García Calderón (1914) o Luis Alberto Sánchez (1921)[2]. Con posterioridad a los documentados trabajos de Lohmann Villena, han ampliado datos Antonio Lorente (1991, 1999) y Luis García-Abrines[3] (1993). Gracias a Guillermo Lohmann se desveló el acta matrimonial (1671) y el testamento de Caviedes (1683) y su vinculación con el campo de la minería en tierras del virreinato «durante el sexto decenio de la decimoséptima centuria», según palabras textuales. Desde su nacimiento a esta fecha, aproximadamente 1669, pocos datos tenemos de su vida aunque, ya en Lima, sabemos que entre sus parientes se encontraban dos oidores de la Audiencia de esta ciudad, don Tomás Berjón de Caviedes (posiblemente quien lo trajo a la capital desde España) y el doctor Juan González de Santiago, y que llegó a entablar relación comercial con un miembro de la corte del Conde de la Monclova, Juan Bautista de la Rigada y Anero.

Sea como fuere, su vida se ilumina a partir del documento de 1669 (19 de octubre), por el que venimos a saber que don Felipe Gutiérrez de Toledo y don Gabriel Enríquez de Villalobos (limeño) le confieren de forma mancomunada un poder para representarlos judicialmente, registrar minas, contratar mano de obra y administrar posibles propiedades, y se comprometen a abonarle quinientos pesos anuales, si obtenían beneficios de la actividad de Caviedes. Por aquel tiempo ya había localizado filones argentíferos en el cerro de Colquiporco (provincia de Pasco) y había suscrito un convenio de explotación con el capitán Andrés de Prado y Velasco, comerciante afincado en Lima, por carecer él de recursos económicos para llevarla a cabo[4].

Un año después, su socio decide formalizar la compañía aportando 1500 pesos para la puesta en marcha de la empresa aunque se disolvió al año siguiente. En 1671 se casa con Beatriz de Godoy Ponce de León, criolla de cierta alcurnia, y años más tarde, entre 1673 y 1686, nacen sus cinco hijos. Su trabajo en la minería también va a estar vinculado a su suegro[5]. Los reveses de fortuna pronto acudieron a su vida[6] y en su primer testamento (1683) da cuenta de su condición económica precaria. En opinión de Lohmann fue su fracaso en el campo de la minería lo que le llevó a dedicarse al comercio y de ahí el famoso «cajón» de la Ribera que se le atribuye.

Hay, sin embargo un largo romance autobiográfico, «Carta que escribió el autor a la monja de México, habiéndole ésta enviado a pedir algunos de sus versos; siendo ella en esto y en todo el mayor ingenio de estos siglos» donde, presumiblemente, Caviedes aporta algunos sucintos datos de su vida:

De España pasé al Perú,
tan pequeño, que la infancia
no sabiendo de mis musas,
ignoraba mi desgracia.

Heme criado entre peñas
de minas, para mí avaras,
mas ¿Cuándo no se complican
venas de ingenio y de plata?

Con este divertimento
no aprendí ciencia estudiada,
ni a las puertas de la lengua
Latina llegué a llamarla;

[…]

Si hemos de hacer caso a sus palabras, destacan su paso en temprana edad a Perú, su dedicación a la minería y su autodidactismo confeso en el que se recrea en varios cuartetos. El poema fue dado a conocer por Lohmann Villena en 1944. Por alusiones a las obras impresas de Sor Juana, podemos fecharlo hacia poco después de 1689.

Para bien o para mal es, sin dudas, Ricardo Palma quien resucita, por así decirlo, la figura de Caviedes, pese a todas las salvedades que podamos ponerle a su labor. Su primer esbozo biográfico remite al «prólogo muy preciso» que acompañaba la edición de la obra de Caviedes realizada por Odriozola en 1873[7]. En su origen, como apunta Lohmann Villena en 1948, podría estar la nota, de fines del XVIII, del primer crítico de Caviedes, Hipólito Unanue y su comentario en el Mercurio Peruano donde se habla de una vida -la de Caviedes- tan «salada» como sus producciones, pese a reconocer que faltan datos. Se gesta así un binomio vida-obra difícil de romper y que la crítica ha transmitido hasta la saciedad.

Palma ha sido acusado de corregir y tergiversar los textos del satírico y de transmitir una imagen histriónica del poeta. Recuérdese, sin ir más lejos, el revuelo crítico levantado en torno a esa página suelta que, según el autor de las Tradiciones peruanas, acompañaba al manuscrito y daba «ligera noticia biográfica» de Caviedes. Ya el padre Vargas Ugarte se hacía eco de la noticia y comentaba que «Palma tejió una breve biografía del poeta, aprovechando datos que, según él mismo, aparecían transcritos en una hoja del manuscrito que llegó a poseer»[8]. Este detalle podría haber sido una anécdota si María Leticia Cáceres (1975)[9] no hubiera escrito una seudobiografía que parece inspirada en la misma fuente de Palma. Así, la vida comienza a complicarse y la leyenda a crecer, mezclándose ficción e historia.

En la actualidad se han exhumado con bastante claridad datos de la vida del poeta gracias a los aportes citados[10]: fechas de nacimiento, año de su muerte, actividades mineras, casamiento, entre otros, que prueban su participación en la trayectoria económica y social de la segunda mitad del XVII virreinal[11]. Sin embargo, siguen existiendo aún muchos puntos oscuros y puede que la intención de publicar en vida no fuera prioritaria, según costumbre en la época[12] pero ¿hasta qué punto podemos afirmar que abandona la poesía en 1694 al reanudar su actividad minera? Puede ser cierto, como dice Lorente, que entre esa fecha y 1697 tuviera que vencer muchas dificultades para poder reiniciar las prospecciones mineras, amén de la enfermedad que le atrapó y le llevó a la muerte en 1698, lo que quizás justificara el abandono de su obra y el descuido de sus manuscritos, pero no podemos ir más a allá en los datos sin hacer crecer la leyenda. De cualquier forma, por las informaciones que pueden extraerse de sus poesías, el periodo de mayor fecundidad creadora podemos establecerlo entre 1684 y 1694.

De los tres poemas que se le pueden atribuir con certeza, por haber visto la imprenta en vida del autor, el primero se publica entre 1687 y 1688, su tema es el infausto terremoto del 20 de octubre de 1687; el segundo, de 1689, es «Quintillas. El Portugués y Bachán», poema homenaje a la llegada del nuevo virrey el Conde de la Monclova; el tercero, 1694, es un soneto que precede al Discurso de la enfermedad del sarampión del doctor Francisco Bermejo, uno de los personajes ligados al mundo antigalénico del autor.

Su poesía antigalénica, la que más celebridad le ha dado, es un reflejo de su visión desencantada de la sociedad limeña pero al mismo tiempo responde a unos cánones habituales en la España de su tiempo. El criollismo caviedesco, en último término, debe estar referido a la mención explícita de médicos que fueron reales y coetáneos suyos, a la visión ad hoc de una sociedad, la suya, que no le agradaba precisamente y sobre la que se levantó como corrector de médicos inescrupulosos, sin disfrazar nombres ni situaciones más allá de las que el juego de agudeza conceptual y verbal lo permitan, dentro de la llamada sátira de oficios.

No se olvide además que la tradición de las invectivas contra la clase médica viene de antiguo, desde la antigüedad grecolatina hasta su época, desde Horacio, Persio, Marcial o Juvenal a Quevedo[13], las menciones son frecuentes e incluyen por igual a barberos, cirujanos y boticarios. Son presentados mayoritariamente como estafadores, en un amplio sentido, e ignorantes, jugadores sin escrúpulos con las vidas de las personas (de ahí el apelativo «matasanos» y «verdugos») convirtiéndose su figura en un tópico repetido en las obras de esta naturaleza. Comparten unas características comunes que incluyen el aspecto físico, su forma de vestir engolada, sus medios de transportes, en mulas, además de su verborrea, su gesticulación, sus diagnósticos apresurados o sus tratamientos. La imagen más repetida sea quizás la del médico como carnicero o verdugo. En los poemas pueden apreciarse todas estas características que van desde el aspecto físico («tumbas con golillas», «zapallo con calzas,/ anteojos, guantes y anillo», etc.) a sus actuaciones profesionales («…a puntapiés venga/ las sangrías del tobillo»); «que me venía tirando/por las espaldas huidoras/ fricaciones, sajaduras,/ jeringazos y ventosas»). Por eso, Caviedes advierte que hay que huir de ellos, como del diablo y la peste, y no dejarse tentar por sus palabras ni ponerse en sus manos.

Insistentes son los estudios que pretenden plantear la conciencia criolla de Caviedes[14] como uno de los rasgos individualizadores de la literatura trasatlántica, el caso de Caviedes no difiere especialmente del de otros grandes ingenios de la colonia, Sor Juana Inés de la Cruz, por ejemplo, tradición literaria europea, española, en suelo distinto y en circunstancias vividas distintas, luego el producto resultante tiene rasgos propios e individuales, además de los comunes. No se puede negar que los sujetos objetos de sus sátiras son peruanos, que los lugares a los que remite también pero con gran facilidad se transforma lo inmediato en símbolo de lo universal. Y aún más podríamos hacer extensiva sus raíces peruanas al vocabulario empleado que está salpicado con voces que pertenecen al acervo americano (choclo, gallinazo, quirquincho, concho, etc.) o que remiten a su tradición, como las alusiones al chasqui, al pisco, a la cordillera de los Lípez, a la región de Chunchanga o al propio puerto de El Callao o incluso la alusión a la tradición telar de la región quiteña, pero sin olvidar nunca la perspectiva de un tronco común al que se une Caviedes y que tiene sus raíces en el otro lado atlántico.

El mayor poeta satírico de la colonia sigue a estas alturas sin tener una edición de la totalidad de su obra asequible a un gran público. La crítica especializada ha insistido en enumerar y señalar los diez manuscritos que poseemos hasta el momento y las cinco ediciones fundamentales del autor, desde la de Ricardo Palma de 1899 a la de García-Abrines de 1993-1994, pasando por la de Vargas Ugarte, 1947; Reedy, 1984 y Cáceres-Cisneros-Lohmann de 1990. Ninguna de ella al alcance de la mayoría, las primeras por sus fechas y limitaciones, las últimas por sus características. Si bien es cierto que todas carecen de un estudio textual completo[15], hay diferencias entre unas y otras y más todavía si comparamos las dos primeras con las tres últimas; no obstante, conviene marcar algunas precisiones.

Hasta el momento se conocen diez manuscritos: el de la Biblioteca de Duke University, el más completo[16] pero con matices, (Peruvian Collection, Ms. 24). En adelante D; el de la Biblioteca Nacional de Madrid (Ms. 17494)[17], descubierto en 1944 por Lohmann Villena. M1; el de la Biblioteca de Kentucky University. (Special Collections and Archives, Ms. 861), K; el de la Biblioteca Nacional de Lima (Ms. B371), L1; los de la Biblioteca de Yale University (Andean Collection, Ms. 158, 173). Y1 y (Andean Collection, Ms. 158, 172) Y2; el de la Biblioteca Nacional de Lima (Ms. B374), L2; el de la Biblioteca del Convento de San Francisco. Ayacucho (Ms. 15/176)[18], A; el de la Biblioteca Nacional de Madrid. (Ms. 8341), M2 y el de La Paz. Propiedad del Dr. Rolando Costa Arduz. Lo utiliza por primera vez Cáceres en 1990. P.

Estos manuscritos abarcan un periodo que va desde finales del XVII hasta el XIX. El «cuaderno» del que habla el poeta en varias ocasiones lamentablemente no se conserva, lo que nos ha llegado hasta nosotros es una recopilación abierta y difundida en recopilaciones manuscritas, con inclusiones ajenas al autor.

Los manuscritos P[19], A y M2 son los más cortos, el P es además el más temprano, de fines del XVII o principios del XVIII y no parece contener textos ajenos. Los tres se centran sobre todo en la poesía antigalénica con el título mejor valorado en nuestros días: Guerras físicas, proezas medicales, hazañas de la ignorancia… El M2 es posterior a 1718, así como el A debe serlo a 1727, por contener ambos poemas alusivos a hechos documentados, ocurridos tras la vida del autor. P tiene 47 poemas; A, 54[20] y M2, 38.

Con la denominación que hizo más fortuna en el tiempo, Diente del Parnaso, se sitúan los manuscritos K, Y1 y L1. Ya desde el Mercurio peruano en 1791 se venía hablando de la colección Diente del Parnaso y así se había transmitido en las primeras ediciones de su poesía (Ricardo Palma, Vargas Ugarte) pero a partir de 1972[21] se empieza a cuestionar ese título. Dicha denominación que, durante mucho tiempo se consideró original de su autor, ha sido, hoy día, ampliamente rechazada. Tanto Eduardo Hopkins[22] como Lorente Medina han visto en el título una parodia del discurso heroico:

creo que Diente del Parnaso pudo ser el nombre general que colocó posteriormente alguno de sus recopiladores para aunar toda su producción poética y que Guerras físicas, Proezas medicales, Azañas de la Ygnorancia fue el título original que Caviedes ideó para su sátira antigalénica[23].

Estos manuscritos contienen gran cantidad de poemas imposibles de atribuir a Caviedes y otros de atribución dudosa. Sirvan como ejemplo los epigramas de John Owen, traducidos por Francisco de la Torre y atribuidos erróneamente a Caviedes y que sacó a la luz García-Abrines, arrojando un total de 42 agudezas[24].

Los manuscritos más tardíos son el D y M1, ambos incluyen tanto las Guerras físicas… como Diente del Parnaso. Añaden composiciones nuevas (entre ellas el poema-carta a la monja mexicana y las quintillas del Portugués y Bachán), y algunas de dudosa adjudicación aunque, como novedad, se insertan sesenta sonetos circunstanciales, satíricos, morales y amorosos. En sus portadas se alude a «Colección de poesías» u «Obras poéticas». Por último quedarían los manuscritos Y2 y L2, los más tardíos, donde se vuelve al corpus antigalénico pero con menos poemas y cambiando el orden. El L2 contiene además composiciones posteriores a la muerte de su autor. En suma, un terreno en el que hay que andar con sumo cuidado.

Nadie debería arrebatar a Palma el haber sacado del olvido los «poemas» de Caviedes y el haberlos llevado a la imprenta, con sus defectos y sus virtudes, además de habernos puesto en alerta sobre la existencia de manuscritos, en plural, y avisarnos sobre su «donaire y travesura», que podía escandalizar algún que otro oído hipócrita y que rivaliza «en agudeza y sal epigramática» al mismísimo Quevedo. Son datos suficientes para el momento en que se publica. Bajo el título de «Diente del Parnaso» Palma incluye 67 poemas y otros 50 como «Poesías diversas». Con todas las salvedades y diferencias, es la clasificación grosso modo que adopta García-Abrines en sus dos volúmenes, «Diente del Parnaso» y «Poesías sueltas y bailes», aunque varía considerablemente el número de composiciones de cada apartado y el enfoque.

La siguiente edición es la Rubén Vargas Ugarte, S. J. Aunque maneja mayor número de manuscritos que la de su predecesor, tiene una salvedad imposible de pasar por alto, está mucho más expurgada que la de Palma y esta criba está hecha a conciencia y declarada por él mismo, que manifiesta «casi un deber cribar su obra poética y arrojar a un lado como inútil paja todo cuanto de repulsivo, maloliente o de subido tono hallamos en ella»[25]. La edición de Ugarte incluye 52 poemas bajo el rótulo «Diente del Parnaso» sobre un total de 258 entre otras piezas poéticas, religiosas, jocosas y varias. Con esa salvedad, los textos que transcribe no están descuidados.

Comienza así a crecer un problema de difícil solución en la transmisión de la obra de Caviedes, separar los originales de los falsos, y al mismo tiempo los comentarios, legítimos, por lo demás, de la bondad de tal o cual lectura.

Con tal panorama cualquier empresa lleva a lo provisorio, pero por si fuera poco, aún surge otra interrogante, la posibilidad de que el título sea espurio, tema sobre el que nos alertó María Leticia Cáceres en 1972[26], al avisarnos que la nominación «Diente del Parnaso» era una invención posterior debido a los editores del Mercurio peruano, y un año después[27] aclaró, a la vista del manuscrito del convento de S. Francisco de Ayacucho, que el causante de esa denominación podría haber sido don José Manuel Valdés, miembro de la Sociedad de Amantes del País. Entra pues en el panorama ese otro título tripartito, de «Guerra física, proezas medicales, hazañas de la ignorancia» que a partir de ese momento se convertirá en otro punto imposible de resolver pero sobre el cual todos sus estudiosos han opinado, desde Reedy, que señala como legítimo ambos, a García-Abrines que opta por lo que él llama la «restauración» de Diente del Parnaso. La cuestión del título no dejaría de ser una anécdota si no fuera porque viene a ahondar en un terreno movedizo.

A partir de la edición de Daniel R. Reedy se avanza considerablemente respecto a lo que se tenía, aunque el titularla Obra completa manifiesta una gran osadía, dada la situación. Su intento quiere ser abarcador de la totalidad caviedana y para ello propone un texto modelo basado en el manuscrito más antiguo y al mismo tiempo el más extenso, el de Duke University. Sin embargo, pese a los buenos propósitos, su texto no es ajeno tampoco a la manipulación, amparándose en correcciones de erratas u olvidos de los transmisores. Divide en cuatro secciones el conjunto poético e incluye en la primera sección, calificada de «poemas satíricos y burlescos», los conocidos como «Diente del Parnaso» con un total de 163 composiciones que sumadas al resto (poemas religiosos, filosófico-morales, amorosos y diversos) arrojan una suma final de 280. La cifra, como se ve, va creciendo de unas ediciones a otras. Además de modernizar la grafía y puntuación, se numeran los versos, se dan algunas interpretaciones léxicas y, aunque de forma incompleta, se realizan algunos cotejos con otros manuscritos. Representa esta edición un avance considerable respecto a la anterior en cuanto a aproximación a criterios más actuales y quizás sea la menos farragosa de las tres últimas pero sigue sin encontrarse un manuscrito autógrafo propio.

Cuando en 1990 ve la luz la magna y voluminosa edición de la Madre Leticia Cáceres, acompañada de concienzudos estudios de peruanistas excelsos como Guillermo Lohmann Villena o Luis Jaime Cisneros, la crítica caviedana pareció darse por satisfecha en un primer momento. La edición de Cáceres se presentaba como un texto concordado que no imponía un manuscrito y se presentaba como «el corpus caviedano definitivo» que quiere eliminar los errores, alteraciones o caprichos de los editores anteriores para extraer «la versión más ajustada al pensamiento y creatividad del autor»[28]. Siempre tendiendo a la reconstrucción del texto original que no tenemos a día de hoy, su autora incluye bajo la denominación de «Poesía satírica», subdividida a su vez en «aguda y mordaz», «sátira costumbrista y socio-política» y «festiva, jocosa y regocijante», 155 composiciones, de las cuales, 67 van dirigidas a «médicos y medicina de su tiempo», lo que correspondería, aproximadamente, con la llamada «Guerra física, proezas medicales, hazañas de la ignorancia». Cuando parecía que el asunto de la obra de Caviedes podía darse por zanjado, el tesón de García-Abrines viene a abrir brecha en el tema y con su edición en dos tomos de 1993-1994 vuelve a cuestionar los pilares de clasificación.

Su edición puede ser valorada sin necesidad de considerar a todos sus predecesores como ignorantes y equivocados. Basada en el manuscrito de Yale University, por ser «el menos malo» (sic) y «el más antiguo», según sus palabras, aunque teniendo en cuenta los manuscritos restantes, defiende la nominación de «Diente del Parnaso» en la que incluye cincuenta composiciones, reservando la mayor parte para el segundo tomo que, bajo el nombre «Poesías sueltas y bailes» recoge ciento cinco composiciones y tres bailes.

En 1997, un buen conocedor de la obra de Caviedes, Giuseppe Bellini, saca en la editorial Bulzoni de Roma su Diente del Parnaso y otros poemas. Sin pretender agotar el conjunto de la producción caviedana nos transmite una buena muestra de sus poemas, cuarenta y tres incluidos bajo la admonición médica y dieciséis de temática variada. Es sin dudas una selección antológica pero dado el estado de la cuestión, cualquier edición difícilmente puede presumir de completa. La mayoría de las ediciones aísla las composiciones antigalénicas del resto de su producción.

Trinidad Barrera
(Universidad de Sevilla)

[1] Dicho apelativo se debe a Juan María Gutiérrez. Parece ser cierto lo del «cajón» aunque asociado a su oficio en la minería y no a un cajón de venta de baratijas, como también se ha dicho. Lohmann en su estudio «El personaje. Hitos para una biografía» en Obra Completa de Juan del Valle Caviedes, ob. cit., demuestra que Caviedes aparece en el registro de comerciantes que pagaban alcabalas en 1692.

[2] A él se debe el artículo de amplia difusión, «Un Villón criollo», Revista Iberoamericana, 2, 1940, pp. 79-86 que vuelve a incidir en la imagen del pasado.

[3] Luis García-Abrines descubrió en 1959 la partida de bautismo de Caviedes (1645), las velaciones matrimoniales de sus padres, el año anterior, y el acta de defunción de su padre, sin embargo dichos datos, muy importantes, sólo recibieron una resonancia local en el diario Jaén, y pasaron desapercibidos para la crítica durante muchos años, prácticamente hasta que Lorente Medina los difundió, a comienzos de los noventa, en la Revista de Indias (1990) y Quaderni Ibero-americani (1991). Véase Bibliografía.

[4] A. Lorente, «Caviedes y su mundo limeño» en Anales de Literatura Hispanoamericana, 1999, 28, p. 854.

[5] Antonio Godoy Ponce de León ocupaba el cargo de Teniente general y estaba ligado al negocio de las minas. En 1675 «traspasó a su yerno, mediante documento notarial en el que se subraya que ambos son mineros y azogueros, la mitad del complejo industrial que poseía de su asiento en Huarochiri (la otra mitad era de Caviedes), junto con el trapiche Nuestra Señora de la Concepción y las demasías de dos minas, con su mano de obra, el mineral, el mercurio necesario y las herramientas que se utilizaban. Caviedes pagó por ello 4000 pesos» (A. Lorente, ibidem, p. 856).

[6] Es cierto que la economía virreinal en esas décadas del XVII, de los setenta a los noventa, fue muy delicada si tenemos en cuenta, además, las consecuencias que tuvieron los violentos terremotos sufridos, muy especialmente el de 1687. Si la economía se vio maltrecha por estas calamidades otra consecuencia derivada fueron las epidemias (cordellate, sarampión, viruela) así como las incursiones de piratas. Todo esto influyó, incluso en la corte española que tomó medias protectoras respecto a este virreinato, especialmente en relación con la exoneración de tributos. Terremotos, enfermedades y piratas hallan eco en los versos de Caviedes.

[7] Fue reproducido con pequeñas variantes Flor de Academias y Diente del Parnaso, Lima, 1899, siendo este texto el más difundido.

[8] R. Vargas Ugarte, «Introducción» a Obras de Juan del Valle Caviedes, Lima, Tipografía peruana, 1947, p. XVI.

[9] M. L. Cáceres, La personalidad e Juan del Valle Caviedes, Arequipa, Imprenta El Sol, 1975.

[10] A. Lorente, «Algunas precisiones sobre la vida y obra de don Juan del Valle Caviedes», Quaderni Iberoamericani, 9, 1991, pp. 279-291 y «Caviedes y su mundo limeño», Anales de Literatura Hispanoamericana, ob. cit., pp. 847-856. L. García-Abrines, Diente del Parnaso, Jaén, Diputación Provincial de Jaén, 1993, 1994. Tomos I y II.

[11] Incluso Lohmann Villena aporta datos que lo sitúa ante la corona en el papel de arbitrista (Cáceres, 1990, ob. cit., pp. 35-36). En la composición «Presentose esta petición ante el señor don Juan de Caviedes…» aparece él mismo como «juez pesquisidor».

[12] A. Lorente, «La transmisión textual de la poesía de Juan del Valle Caviedes», El Siglo de Oro en el nuevo milenio, Carlos Mata y Miguel Zugasti (eds.), Pamplona, Eunsa, 2005, tomo II, pp. 1069-1088.

[13] Petrarca, Erasmo, Vives, Montaigne, Vélez de Guevara, Cervantes, Quiñones de Benavente o Espinel son algunos de los escritores que se han ocupado o reflexionado sobre los médicos y la práctica médica.

[14] L. H. Costigan, «Relendo o Diente del Parnaso de Juan del Valle Caviedes: uma contribuição para o estudo do intelectual criollo», Revista de Estudios Hispánicos, 19, 1992, pp. 211-220.

[15] A. Lorente, ob. cit., 1991 y 2005; E. Ballón Aguirre, «Cuenta y razón: los textos atribuidos a Juan del Valle Caviedes (un siglo de ediciones), Lexis, 23, 2, 1999, pp. 11-33 (reproducido en Los corresponsales peruanos de Sor Juana y otras digresiones barrocas, México, UNAM, 2003) e I. Arellano, «Problemas textuales y anotación de la obra poética de Juan del Valle y Caviedes» en Edición e interpretación de textos andinos, ed. I. Arellano y J. A. Mazzotti, Madrid, Iberoamericana-Universidad de Navarra, 2000, pp. 161-176.

[16] Incluye poemas que no son del autor.

[17] Perteneció a la colección de Don Pascual de Gayangos. Tanto el M1 como el M2 están digitalizados y pueden consultarse en la edición en CD de A. Lorente Medina (comp.), Textos clásicos de poesía virreinal, Fundación MAPFRE Tavera, 2002.

[18] Dicho manuscrito ha sido trascrito por M. Leticia Cáceres en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

[19] Debo a la generosidad del Dr. Costa Arduz, su propietario, y a la del Dr. Eichmann, su transmisor, la copia que poseo de dicho manuscrito.

[20] El códice consta de 54 composiciones, algunas son de tipo religioso, y contiene además algunas décimas imposibles de adjudicar a Caviedes, como «Al paseo de Aguas convite el Ciego de la Merced», ya que el ciego de la Merced se da a conocer muerto ya Caviedes.

[21] Es M. L. Cáceres quien cuestiona el tema a raíz del manuscrito de Ayacucho y piensa que la denominación Diente del Parnaso es un invento de los editores del «Mercurio Peruano». Incluso llega a afirmar, al año siguiente, que el autor del invento es José Manuel Valdés, miembro de la Sociedad de Amantes del País.

[22] E. Hopkins, «El desengaño en la poesía de Caviedes», Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, 2, 1975, pp. 7-19.

[23] A. Lorente Medina, ob. cit., 2005, p. 1077.

[24] L. García-Abrines, ob. cit., p. 61-64.

[25] R. Vargas Ugarte, ob. cit., 1947, p. XII.

[26] M. L. Cáceres, «Historia Fatal, asañas de la ignorancia, guerra física de Juan del Valle y Caviedes», Fénix, Biblioteca Nacional del Perú, 1972, pp. 75-80.

[27] M. L. Cáceres, ob. cit., 1973, pp. 356-360.

[28] Cáceres, 1990, ob. cit., p. 221.

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