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Juan León Mera

Apunte biobibliográfico de Juan León Mera

Juan León Mera compartió con otro ilustre ecuatoriano, Juan Montalvo, lugar de origen, Ambato, y fecha de nacimiento: 1832. Ambos fueron las figuras literarias más relevantes del primer período de la república ecuatoriana, sin embargo la vida los llevó por caminos muy distintos y, en cierta ocasión, al enfrentamiento personal.

Ambato, situada al sur de Quito, en medio de fértiles valles y resguardada por volcanes de los más famosos del Ecuador, era una localidad serrana de visos idílicos. Dicho paisaje gravitará en muchas de sus producciones como escenario predilecto. Allí pasaría Mera la mayor parte de su existencia -nunca llegó a salir de Ecuador-. Sus primeros años transcurrieron rodeados de su madre y abuela materna, en una finca rural, Atocha, próxima a Ambato, donde se refugió su familia por razones económicas. Su padre abandonó el hogar antes de nacer el hijo y a pesar de la procedencia acomodada de la familia, no gozaba de holgura económica. Dicho estado favoreció uno de los rasgos más acusados de su educación, el autodidactismo, ya que Mera aprendió de su madre los primeros conocimientos, más tarde de su tío materno D. Nicolás Martínez, pero, sobre todo, fue su tenacidad y amor propio los que le valieron. No pudo trasladarse a Quito para ampliar sus estudios pero lo compensó con la lectura de una buena biblioteca familiar. Entre sus predilecciones figuraban Martínez de la Rosa y el granadino José Zorrilla. El mundo de las leyendas zorrillescas causó impacto en el joven Mera, que advirtió en el pasado incaico un venero tan rico como lo fuera el mundo godo-árabe para el poeta español. Su influjo es confesado en «El poeta indiano (Imitación de la forma de Zorrilla)» y se dejará advertir en La Virgen del sol (1861), leyenda indiana en verso, de exaltación del pasado.

Durante estos años, el cariño por la literatura corrió parejo al de la pintura. A los veinte años se trasladó a Quito para perfeccionar su arte en el taller del maestro Antonio Salas. Su inclinación dejaría huella en el gusto paisajístico que se advierte en sus obras, Cumandá entre otras. Su estancia en Quito, muy corta, fue también fecunda gracias al conocimiento personal de D. Pedro Cevallos -a quien debemos una de las primeras biografías del autor (1863)- y la amistad entablada con jóvenes escritores de la capital, como Julio Zaldumbide, con el que mantendría en el futuro una correspondencia epistolar muy significativa sobre el concepto de americanismo. En el año 1853 inclina decididamente su rumbo hacia la literatura, aunque escribía desde 1845. Comenzó publicando diversas composiciones poéticas en los periódicos de la época, «La Democracia» y «El Artesano», que tuvieron una aceptable acogida crítica por parte de Cevallos, Ramón Miño o Riofrío quienes le estimularon a seguir con la literatura y a ampliar su formación con la lectura de los clásicos españoles, insinuándose desde el comienzo una de sus obsesiones capitales: la búsqueda de lo americano singular.

Tras el proyecto frustrado de publicar su primer libro de versos en París, vio finalmente la luz en Quito, 1852, bajo el título de Poesía. El volumen, de carácter heterogéneo, combinaba lo festivo y lo serio; incluía letrillas, sátiras, epigramas, fábulas, composiciones religiosas, etc. Más tarde descolló también en los campos de la crítica, la narrativa, la historia, la biografía, el periodismo, las epístolas, así como el folklore en su patria. Cantares del pueblo ecuatoriano (1892) es una obra precursora en su género y meritoria, ya que refleja una de las preocupaciones fundamentales del siglo XIX romántico: el sondeo del folklore y de los temas populares. En 1854 proyectó la composición de un largo poema de tema indígena que vería la luz en 1861 bajo el nombre de La Virgen del sol. Unos años antes, mientras gestaba la leyenda, por sus cartas a Zaldumbide, 1857, apreciamos las opiniones y consejos que éste le diera acerca del rumbo indiano en su obra, ya que para el escritor quiteño, «poesía nacional» no podía llamarse a aquélla que reflejara «las costumbres... de los Incas que ya no existen...». Los intereses de Mera, en este sentido, se manifiestan palpablemente en sus cartas y en el capítulo XIX de su Ojeada histórico-crítica sobre la poesía ecuatoriana (1868), donde expuso la posibilidad de dar un carácter nuevo y original a la poesía sudamericana, defendiendo al mismo tiempo un americanismo a través de condiciones espirituales genuinas del Nuevo Mundo, sin que la unidad de la lengua sea obstáculo para la rica variedad de carácter. La Ojeada es un libro bien sistematizado y da cumplida cuenta de toda la producción poética precedente y contemporánea, pero su mayor relevancia estriba en la cuestión americanista. Mera propondrá un ennoblecimiento de la poesía por los asuntos y por su lenguaje. La literatura podía americanizarse con aspectos nuevos y coloridos e incluso con el empleo de vocablos indígenas con «razonable parcidad», aunque dicha tarea era imposible en algunos casos (asuntos religiosos, filosóficos, morales o históricos).

El tema del americanismo, en relación con el balance de la conquista española, desencadenó una gran polémica en España y fue su portavoz Juan Valera en las Cartas americanas (1889). Si su españolismo fue discutido por el autor de Pepita Jiménez, su indianismo mereció también la atención del académico catalán Antoni Rubió y Lluch, para quien las alusiones incaicas de las Melodías (1887) diferían en poco del amaneramiento oriental o trovadoresco del romanticismo europeo.

Con la Ojeada concreta Mera su teoría del americanismo literario y completa el ciclo que, iniciado en sus Poesías, se prolonga en La Virgen del sol (1861), Mazorra (1875) -leyenda en torno a un personaje histórico de la colonia- y Melodías indígenas (1887). Las dos primeras son leyendas en verso, la Virgen está dedicada a uno de los episodios más queridos del pueblo ecuatoriano: la historia de la resistencia de Rumiñahui tras la muerte de Atahualpa, la derrota ante el ejército español y su posterior huida con las riquezas sacadas de Quito. Sobre este fondo histórico y nacional, Mera se ocupó, a lo largo de 5.000 versos, de tejer una historia de amor, pasión y celos entre Cisa, la virgen inocente enclaustrada para complacer a su poderosa rival, Toa. Ambas se disputan el amor del guerrero Tito. Largo poema narrativo donde los personajes indígenas apuntan algunos rasgos que pasarán luego a los héroes Cumandá y Carlos, cuyos antecedentes en cuanto a resistencia, fidelidad y sorteo de peligros se encuentran ya en Cisa y Tito. Sutil juego de reelaboraciones de motivos que responde a esa preocupación por la historia del pasado como llamada al futuro de las nuevas generaciones.

En 1887 apareció en Barcelona una nueva edición de La Virgen del sol, acompañada de una serie de fragmentos líricos de asuntos nativos referidos a los pobladores aborígenes, a los héroes de las leyendas incásicas o a las tradiciones de la época colonial. Su título, Melodías indígenas. El libro impresionó al académico catalán, quien -aparte de ciertos reparos ya apuntados- supo advertir su fina penetración en el alma de la raza desaparecida, utilizando para ello la lengua castellana.

Mera, hombre de su tiempo, donde no existía el escritor profesional, aunó política y literatura y paralelamente, a partir de 1860 en que fue nombrado Tesorero provincial de Tungurahua, inicia la actividad pública en la que llegaría a ocupar cargos administrativos, políticos y legislativos durante el gobierno de García Moreno y la Restauración. Su conducta se guió siempre por los principios de un conservadurismo católico y ortodoxo -aunque en su juventud fue liberal por poco tiempo-. Escaló peldaños muy diversos, de administrador de Correos en Ambato a gobernador provincial, además de diputado, senador y presidente del Senado. También en este terreno dejaría su huella en aspectos tan disímiles como el Himno Nacional y el canto a la memoria de García Moreno (El Héroe mártir, 1876), así como una biografía del mismo, García Moreno, 1904. Pero quizás su mayor mérito resida en su intento de continuar la labor histórica iniciada por Cevallos. Con la obra, escrita en 1884, pero publicada póstumamente (1932) a cargo de J. Tobar Donoso, Dictadura y Restauración en la república del Ecuador, trataría de iluminar el período comprendido entre el asesinato de García Moreno y el derrocamiento de Veintemilla.

Simultaneó Mera la esfera de lo público con la literatura y, antes de publicar Cumandá, la narrativa había tentado al ambateño con Los novios de una aldea ecuatoriana, publicada parcialmente en un periódico de Guayaquil, «La Prensa» (15 de febrero al 2 de abril de 1872). Novelita de costumbres escrita -según su autor- para el pueblo, con sencillez y naturalidad, pero sin descuidar el fin moral, que debía ser el alma de la novela[1]. Posteriores a 1879 son sus otras novelas cortas, Entre dos tías y un tío, Porque soy cristiano y Un matrimonio inconveniente[2]. En ellas se ofrece una visión muy ajustada del estado social, político y religioso del pueblo ecuatoriano de entonces. La primera está considerada la mejor novela de Mera. La segunda, de tema inspirado en El capitán veneno, de Alarcón, narra un episodio de la batalla de Miñarica. Como alegato en pro de la educación cristiana de la juventud hay que entender Un matrimonio inconveniente. Las Novelitas ecuatorianas[3] ponen al descubierto su vocación de escritor costumbrista-realista, así como Cumandá -la obra que mayor fama le ha dado- hará gala del romanticismo. Dos cauces que, junto al épico-legendario de las leyendas indianas, dan clara muestra de los propósitos del creador[4]. Su proyecto de nacionalización de la literatura no fue jamás abandonado.

Si los cargos políticos compensaron con creces su afán diario, también las letras supieron hacer honor a su magisterio. En 1872 es nombrado Miembro Correspondiente de la Academia Española de la Lengua. En agradecimiento a tal alto honor escribiría Cumandá. Tres años más tarde sería Miembro fundador de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, además sucesivamente fue nombrado Socio Correspondiente de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras (1888), de la de Barcelona (1894), del Ateneo de Quito (1890), de la Sociedad Científico-Literaria de Amantes del Saber de Caracas (1894), etc. Ya al final de su vida, la Academia ecuatoriana le encomienda la creación de la Antología de Poetas Ecuatorianos (1892), labor que supo realizar paciente y meticulosamente. A su muerte, dejó inconclusas algunas obras, entre las que se cuenta, significativamente, un largo poema de título «Huaina-Capac».

Sólo el período del gobierno de Veintemilla (1876-1882) le tuvo apartado de la política, antes y después su actividad fue febril. En 1886 alcanzaría la máxima aspiración en este terreno: la presidencia del primer poder del Estado. Su último cargo fue el de Presidente y Ministro del Tribunal de Cuentas (1891). Tres años después -el 13 de diciembre de 1894- moriría en Atocha, sin llegar a ver el ascenso del liberalismo al poder, cuando ya las filas conservadoras perdían fuerza.

La patria, la naturaleza, la religión, el hogar y la familia serían sus grandes devociones, de ellas arrancan los principales motivos de sus obras. Desde Cumandá a sus Novelitas, pasando por sus biografías, su labor de educador, la Ojeada, Cantares o sus artículos costumbristas de Tijeretazos y plumadas, a todos les anima el mismo espíritu, el afán nacional y americanista.

Trinidad Barrera
(Universidad de Sevilla)

[1] Al parecer esta novelita no llegó a ser publicada íntegramente; más tarde, en 1933, fueron reimpresos sólo los diez primeros capítulos en Memorias de la Academia Ecua­toriana.

[2] Publicadas como folletín, respectivamente, en la Revista Ecuatoriana,1889, 1890 y 1893.

[3] Con este nombre se conoce la recopilación publicada en Madrid, 1909, de las tres novelas citadas más los relatos cortos Historieta, Un recuerdo y unos versos y Una mañana en los Andes.

[4] Otra faceta de Mera fue la de pedagogo, viva preocupación desde tempranos tiempos, que vertió en dos obras: Catecismo de geografía del Ecuador, usado como texto oficial a partir de 1875 y durante más de cuarenta años, así como La escuela doméstica.

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