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ArribaAbajo

Fábula de Euforión


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ArribaAbajo   De un manso arroyo en la risueña orilla,
que en los valles de Arcadia serpentea,
cuando la aurora majestuosa brilla,
plácido nuncio de la luz febea;
   entre las rosas que en el prado ameno  5
hizo nacer la primavera ufana,
henchido el cáliz de su crespo seno
de las perlas que vierte la mañana,
   al dulce arrullo de las claras linfas,
que salpican de aljófares las flores,  10
un coro alegre de gallardas ninfas
danzan y entonan cánticos de amores.


UNA NINFA

   En las alas sutiles del aura
el olor de las flores difundo;
con el aura veloz me confundo,  15
coronada de rayos del sol.
De mis pechos el germen dimana
que fecunda la mágica flora,
el carmín de la rosa colora
mis mejillas con limpio arrebol.  20
   La palabra estremece mi seno,
en él nace y se extiende el sonido;
para herir misteriosa el oído
inefable potencia le di.
Por mí braman los mares, retumba  25
hondo el eco, la tórtola gime;
el cantar de las Musas sublime
se extinguiera en los labios sin mí.
   Cuando siento oprimidas las alas
de armonía, colores y aromas,  30
a favor de dos bellas palomas
me remonto en el aura fugaz;
y cual Venus en carro de nácar
va cortando las frescas espumas,
sobre un lecho de flores y plumas  35
por los aires me dejo llevar.
   A mi vista en los valles trasciende
un aroma de nardos suaves;
y a mis besos de amor delicados
dulces trinos exhalan al par;  40
en los bosques floridos, las aves
salta y bulle la fuente sonora,
y derrama en mi seno la aurora
ramilletes de blanco azahar.


CORO DE NINFAS

      El aura leve
       da, deliciosa,
       blanda frescura;
       y cuando mueve
       la linda rosa,
       fragancia pura.


UNA NINFA

   Escarchando de plata y aljófar
las mil grutas de pórfido hechas,
en menudos diamantes deshechas,
claras fuentes anhelan surtir;
y del agua al tranquilo murmullo,  55
yo me duermo en sus frescos cristales;
me sumerjo en los puros raudales,
y en su centro me agrada vivir.
   Soy la reina del agua, y, desnuda,
en el alcázar recóndito asisto,  60
mas, tal vez de la niebla me visto,
y a los cielos me lleva el amor;
en el prado acaricio las flores,
a la tierra prodigo mis bienes,
la diadema que ciñe mis sienes  65
pinta el iris de vario color.


CORO DE NINFAS

      Ya se dilata
       de los alcores
       al prado ameno,
       cinta de plata,  70
       y abren las flores
       sediento el seno.


UNA NINFA

   Yo coloro la tierra y el cielo;
yo de púrpura tiño la rosa;
la enramada que se alza orgullosa  75
bordo yo de diverso matiz.
Me arrebatan mis tintas brillantes,
para ornarse, la roja amapola;
la fragante y oculta viola,
el agreste encendido carmín.  80
   Yo, impalpable, al través de las rocas
me sumerjo en profundas cavernas,
donde, obrando mis fuerzas eternas,
hijas santas del sol inmortal,
edifico palacios hermosos,  85
amasados de oro y diamantes,
donde bullen en fuentes sonantes
mil torrentes de hilado cristal.


CORO DE NINFAS

      El ave trina,
       la flor se ufana  90
       y el arroyuelo;
       ya la mañana
       de luz divina
       reviste el cielo.


UNA NINFA

   Con un filtro de amor y de vida  95
se amamanta a mis pechos Natura;
yo le doy abundancia y ventura
en arroyos de leche y de miel.
Las mil flores que cubren el prado
en mi seno ternísimo crío,  100
y reciben del dulce amor mío
con mi aliento vivífico el ser.
   En sus pétalos frescos y olientes
en espíritu leve resido;
yo sus castos amores presido  105
y en sus tallos me agito fugaz;
del estambre los polvos de oro
al pistilo transporto fecundo;
del embate del viento iracundo
las liberta mi blanco cendal.  110


CORO DE NINFAS

      La dulce primavera
       esmalta la pradera
       de delicadas flores;
       la avecilla canora
saluda la venida de la aurora  115
en no aprendidos cánticos de amores.



   Cantaron, y mostró la vida arcana
amor del mundo, y su belleza suma
brotó del aire y de la tierra ufana,
como Venus del éter y la espuma.  120
   Semejaba el cáliz de las flores
un corazón y un alma contenía,
y dentro de los pinos cimbradores
un invisible espíritu vivía.
   Mas de pronto relámpago rojizo  125
se difundió por la pradera hermosa
y una nube, que al viento se deshizo,
dejó patente una funesta diosa.
   En su diestra una antorcha sostenía;
su frente audaz, de tempestades llena,  130
con ominoso resplandor lucía
al través de la rígida melena.
   Suspendió, al verla, el ruiseñor sus trinos,
se detuvieron las corrientes linfas,
y cesando en sus cánticos divinos,  135
así dijeron las gallardas ninfas.


CORO DE NINFAS

      Diosa fatal del desaliento,
    diosa cruel, huye de aquí,
    y no emponzoñes con tu aliento
    nuestra alegría juvenil.  140
      Tu cabellera está sembrada
    de fieras serpientes espantosas,
    de tus miradas cavernosas
    vivo relámpago brotó.
      Se derramó por nuestras almas  145
    de tus palabras el veneno,
    y tu profundo y negro seno
    gozo fatídico agitó.
      No vengas más con tus horrores
    nuestra alegría a perturbar;  150
    en la estación de los amores
    huye de aquí, diosa infernal.


FORQUIAS

   No tembléis, ¡oh ninfas!, al son de mi voz poderosa.
Ni al tétrico rayo que lanzan mis ojos ardientes,
ni al triste suspiro que arroja mi cóncavo pecho.  155
Soy nuncio infelice de sucesos de dulce ventura,
que la diosa bella, que extiende el arco celeste,
formando de vívidas tintas y mágica lumbre,
debiera deciros saliendo del hondo Océano.
Elena y su amante son padres de un hijo sublime:  160
apenas nacido, anhela subir al Olimpo,
y el espacio todo no puede saciar su deseo.
Fantástico vuela, de los montes soberbios la cumbre
ligero traspasa, y en su frente inspirada relucen
la luz del aurora y el fuego del alma divina.  165
Miradle, que viene salvando las crestas erguidas,
la lira acordada en las manos, el lauro en la frente.


EUFORIÓN

   Dejadme del alma romper las endebles cadenas,
alzarme a los cielos, en su lumbre clavar la mirada.


LAS NINFAS

   Fogoso te lanzas en alas del rápido viento,  170
los negros cabellos en rizos flotando esparcidos,
la frente hermosa ceñida de fúlgidos rayos.
Del manto de púrpura tiria las áureas orlas.
Del sol que refleja luciente al mágico brillo,
de fuego celeste parecen, ¡poeta!, formadas.  175
Los dulces sonidos de tu lira de cándido nácar,
el alma deleitan y la entregan a místicos sueños;
mas no, no a los cielos te eleves, cual Ícaro un día,
que al sol derretidas, cayeron las débiles alas,
y el mar agitado se cubrió con sus ondas fugaces.  180


EUFORIÓN

   Dejadme del alma romper las endebles cadenas,
alzarme a los cielos, en su lumbre clavar la mirada.
Movido de un esfuerzo misterioso,
al raudal semejante, que rompiendo
los fuertes diques, brama impetuoso  185
con estrépito horrendo,
Euforión ardiente,
abandonando el maternal regazo,
se lanza de la vida en la corriente,
y con el fuerte brazo  190
sosteniendo la lira,
en sed de gloria y libertad suspira.
Hasta que cumpla su fatal destino
no encontrará placer ni tendrá calma;
un incendio divino  195
arde en su frente y le consume el alma.
Anhela ver la ligadura rota
que en el suelo retiene su existencia;
la voz del huracán, que el monte azota,
no ensordece la voz de su conciencia,  200
conciencia de su propio poderío,
que hasta el cielo levanta el pensamiento,
y con esfuerzo impío
en el trono de Dios busca su asiento.
   ¿Dónde vas? ¿Dónde vas? Tal vez guiado  205
por la inflexible mano de la suerte,
encontrarás la muerte
sin cumplir la misión que has empezado.
Detén, ¡Euforión!, detén el vuelo,
muéstrate al mundo, alcanza la victoria,  210
en ti la humanidad cifre su gloria,
por ti recuerde ser hija del cielo.
Del martirio la fúlgida aureola
en tu pálida frente melancólica brilla.
Ora rompiendo la espumante ola  215
de la mar encrespada, ya la ardiente
obscura tempestad, y sin mancilla
las orlas de tu manto,
que no ajó el soplo de la tierra impura,
aún resplandeces con celeste encanto,  220
inundado de luz y de hermosura.
Las ninfas, al mirar tu gentileza,
con entusiasmo férvido te adoran;
sus pechos arden con fatal terneza,
y en dulces cantos tu favor imploran.  225


CORO DE NINFAS

   Hijo sublime de la hermosa Elena,
amor de Jove, de los hombres gloria,
oye poeta, de las ninfas oye
       místico himno.
   Tú que del cielo a la región suprema  230
quieres alzarte sobre el éter puro,
del dios que agita tu inspirado seno
       émulo eres.
   Homero canta, y a su voz el eco
repite el nombre del rapaz divino  235
hijo de Maya y del Saturnio; suena
       claro su nombre.
   Llena los bosques de Celene, llena
las verdes grutas de terror, y cumple
amor en ellas, con la ninfa y Jove,  240
       dulce misterio.
   Nace la aurora, y de la linda virgen
nace en la aurora bienhadado fruto,
al medio día el venturoso halla
       cítara y gloria.  245
   Forma la lira de carey bruñido,
retuerce y fija las tendidas cuerdas,
danle los astros del errante coro
       número y norma.
   Las cuerdas pulsa con la diestra mano,  250
de la garganta cánticos exhala:
vuela el mancebo, y atrevido, hermoso,
       sube al Olimpo.
   Las diosas todas, del amor heridas,
la frente besan del adusto infante,  255
blandas le ofrecen el eterno seno,
       gratas le acogen.
   Mas sólo el pecho que resiste altivo
el rudo beso de la ardiente boca,
su amor provoca, y de vencerle siente  260
       alto deseo.
   Y gira, y pasa con volubles ansias
ora al regazo de Chiprina bella,
ya a la doncella que le sirve a Jove
       néctar suave.  265
   Ya de Diana las gallardas ninfas
sigue veloce por el ancho prado,
ya enamorado de Minerva misma
       himnos entona.
   Los inmortales con deleite y pasmo  270
su audacia notan, su precoz ingenio,
los que derrama la inaudita lira
       mágicos sones;
   Mas a deshora singular tumulto
doquier se escucha en la eternal morada,  275
y trastornando la divina pompa,
       rápido crece.
   Venus se queja de que el áureo cinto
Hermes le roba, do las gracias viven;
Bistonio Marte le demanda el sacro  280
       límpido acero.
   Busca Neptuno su tridente, buscan
amor las flechas y el laurel Apolo;
Júpiter sólo los trisulcos rayos
       y égida guarda.  285
   Del labio intonso con gentil sonrisa
Hermes divino burla sus furores:
guerra y, amores sin cesar cantando,
       huye ligero.
   En el regazo de las doctas Musas  290
logra ampararse, y el alegre niño,
de su cariño delicada muestra,
       dales la lira.
   De la elevada cresta se desprende,
al escuchar Euforión el canto  295
de risco en risco rápido desciende,
y exhala el alma celestial encanto.
   Llega a las ninfas con amante anhelo,
embriagado de amor y de osadía,
y olvida un punto la región del cielo,  300
la sed de gloria que en su pecho ardía.
   Bello como la luz de la mañana,
las ninfas al mirarle se embelesan,
y sus mejillas de jazmín y grana
con tierno afán enamoradas besan.  305
   Y en tanto mueve la ligera planta
Euforión, y de pasión delira;
o nobles versos extasiado canta
al grato son de la acordada lira.


EUFORIÓN

   Del Orco profundísimo  310
subió mi madre amada,
al conjuro evocada
del sabio encantador;
su frente tersa y cándida
con el rubor lucía,  315
su labio despedía
mil suspiros de amor.
   Entre los brazos mágicos
de Fausto enamorado
mirose aprisionado  320
su tierno corazón;
y de este enlace místico
de ciencia y hermosura,
es símbolo, es figura,
es hijo Euforión.  325
   A la región etérea
dejadme, pues, que vuele,
y de Mercurio anhele
la alta gloria alcanzar.
Vagar quiero del céfiro  330
en las alas ligeras,
de las tormentas fieras
en el negro cendal.


FORQUIAS

   Si tu entusiasmo y tu brío
pueden darte una corona,  335
la violencia de tu alma,
el fuego que te devora,
de tu corazón las flores
sin fruto secan y agostan,
y a tu esperanza infinta  340
dan infinita congoja.
La violencia y el poder
mucho alcanzan, mucho logran;
con cadenas de diamante
por ellos gimió, en la roca,  345
atado, el Titán; por ellos
bajo el Pelión y el Osa,
y bajo el Etna convulso
los hijos del cielo lloran,
pero más puede la astucia,  350
milagros mayores obra,
y la pertinencia trepa
do el genio no se remonta.
Mientras sobre duro yunque,
allá en Lemnos cavernosa  355
el martillo de los cíclopes
inútiles rayos forja,
dragón ingente, Tifeo
a Júpiter aprisiona,
y con su cuerpo le ciñe  360
y con su fuerza le ahoga.
Al dragón Hermes entonces
con astucia portentosa
sus mil enigmas declara
y la pujanza le roba;  365
a Júpiter libra, al monstruo
en los abismos arroja.


LAS NINFAS

   ¡Euforión!, no remontes el vuelo
de tu genio en las alas hermosas,
que tejiendo guirnaldas de rosas,  370
ceñiremos nosotras tu sien.
Del arroyo las diáfanas ondas
te adormecen con blando murmullo,
de la tórtola amante el arrullo
te enajena de amores también.  375
   Aquí el cielo estrellado y sereno
muestra siempre su fúlgida lumbre,
y en su eterna y altísima cumbre
claros brillan la luna y el sol.
Aquí crecen las flores lozanas  380
y la vid, de racimos vestida;
cuanto aquí tiene ser, tiene vida,
y enamora y suspira de amor.
   Deja, deja tu empeño terrible,
de las ninfas corona la danza,  385
el que pinta falaz esperanza
rico engaño no sigas veloz.
Con amor y placer le brindamos,
deseamos ceñirte en los brazos,
y con lánguidos tiernos abrazos  390
disipar tu funesto fervor.


EUFORIÓN

   Yo no puedo quedarme en la tierra;
desechad, desechad los amores,
no ciñáis con guirnaldas de flores
al que en su corazón lleva la guerra,  395
y sólo quiere gloria y libertad.
   Pero antes vendréis a mis brazos;
yo seré el cazador que hace alarde
de la presa que cae en sus lazos,
y vosotras la víctima cobarde  400
que ni halagar podrá mi vanidad.
   Así diciendo, Euforión avanza;
y de impaciencia el corazón palpita;
como el deseo sigue a la esperanza,
de las ninfas en pos se precipita.  405
   Ya de una besa la desnuda espalda,
o el blanco lino que sus formas vela,
ora de aquélla la flotante falda,
que al movimiento de la danza vuela.
   Pero las ninfas burlan su locura,  410
pues convertidas en brillante llama,
de sus brazos escapan con presura,
después que el alma de pasión se inflama.
   Euforión pregunta entusiasmado:
«¿Qué tierra es esta de prodigio tanto?»  415
Y el coro de las ninfas acordado
así responde con solemne canto:


LAS NINFAS

   Esta es la noble patria de los helenos bélicos;
aquí la ciencia tuvo un templo y un altar.
El canto de las Musas en alas de los céfiros,  420
se esparció por la tierra cual mágico raudal.
De la sabia Minerva maravillosa fábrica,
¿cómo se ha destruido, Atenas, tu poder?
¿Dónde están tus Arístides de virtudes magnánimas?


FORQUIAS

   Brillando entre las sombras de lo que entonces fue.  425


LAS NINFAS

   Tu fama eterna anuncian altivas las Termopilas,
de Maratón los campos, de Salamina el mar;
el valor de Temístocles, la gloria de Pelópidas.
Y la voz de Demóstenes, gritando libertad.
¿En dónde están tus héroes? ¿Para humillar el bárbaro,  430
por qué no rompe Aquiles el reino de Plutón?
¿Dónde están sus soldados de corazón impávido?


FORQUIAS

   El canto del Poeta tan sólo los guardó.


LAS NINFAS

   ¿Por qué de los muslimes los palacios magníficos
insultan la miseria del hijo de Pelop?  435
¿Por qué al son de la trompa, de su sueño pacífico
la gloria de sus padres a nadie despertó?
¿Por qué del alto Píndaro la melodiosa cítara
en los juegos olímpicos no más resonará,
ni de Tirteo el cántico entre la danza pírrica?  440


FORQUIAS

   Porque esos tiempos, ninfas, no volverán jamás.


EUFORIÓN

   No. Las cenizas de la patria mía
en su centro conservan todavía
el santo fuego ardiente
que iluminó la mente  445
de los excelsos héroes animosos.
Para romper la bárbara coyunda
que los fieros tiranos orgullosos
a su cuello ciñeron,
la Grecia toda se alzará iracunda,  450
y de los que en un tiempo grandes fueron,
al escuchar de libertad el grito
y el son agudo de guerrera trompa,
no faltará quien del sepulcro rompa
la honda prisión, y de la cuenca obscura  455
do brilló su mirada
lágrimas derramando de ternura,
por hijos reconozca a los que vuelvan
rojos de sangre de la lid sagrada,
con el broquel sonoro  460
en el robusto brazo armipotente,
o en él tendidos con marcial decoro,
ciñendo el lauro la dormida frente.
   Súbito entonces se escuchó el sonido
de la trompa, y el aire sacudiendo,  465
se esparció el ronco estruendo
del tronante cañón y el alarido
de los fuertes guerreros; los corceles
relinchan a lo lejos en el llano.
En ademán ufano  470
los héroes marchan a alcanzar laureles,
sus pechos laten de entusiasmo santo,
el atambor retumba
y el viento rasga el belicoso canto
que amenaza al tirano con la tumba.  475


CORO DE GUERREROS

   Despertad del letargo, descendientes
de nuestros héroes; acudid, la espada
en la certera mano relumbrando,
de lauros esplendentes
la frente coronada,  480
himnos de gloria y libertad cantando.
¿Temeréis al tirano, envanecido
por el grande poder de sus legiones?
Un tiempo de la cumbre que domina
el mar de Salamina,  485
un rey miró, de presunción henchido,
soldados y bajeles a millones,
su cetro omnipotente los regía,
y al despuntar en el Oriente el día,
eran fuertes y en número infinito  490
y los llamó a la tarde, y triste y rudo
el eco sólo responderle pudo.
¿Dónde estaban entonces los famosos
que amenazaban dominar la tierra,
y a Júpiter pensaron mover guerra?  495
¿Dónde los que azotaron orgullosos
del hondo mar los lomos encrespados?
¿Dónde? Como trofeo de victoria,
en el profundo abismo sepultados,
del libre griego refulgente gloria.  500


EUFORIÓN

   Marchemos a la lid, el grito santo
de libertad en rededor se escucha.
Los tiranos en tanto
aguardan con terror la fiera lucha.
Grito de libertad el aire llena,  505
en las viejas Termopilas resuena,
por el extenso Egeo se dilata;
con encanto ominoso,
la selva de Dodona se conmueve,
y Olimpo nemoroso,  510
mirando que la Grecia se despierta,
estremece su cúspide, cubierta
de sempiterna endurecida nieve.


LAS NINFAS

   ¡Oh, joven peregrino!
No vuelvas a la lid precipitado;  515
para ceñirte del laurel divino
basta que escuche el mundo tu sagrado
plectro suave y mágica armonía.
Pulsa, joven, la cítara y derrama
torrentes de poesía  520
del corazón, que el entusiasmo inflama.
Nosotras cogeremos
en las florestas bellas y olorosas
cándidos lirios y encendidas rosas,
con que guirnaldas mil te ceñiremos.  525
   No cede Euforión; su inmenso anhelo
debe llevarle al cielo.
Ya entre las nubes gira,
la flamígera espada
en la derecha mano levantada,  530
y en la izquierda la lira.
Mas, ¡ay!, que al raudo empuje
de la ronca tormenta,
que en el momento atronadora ruge,
y en estampido horrísono revienta,  535
marchitas ya sus juveniles galas,
Euforión cayó, rotas las alas.
Lastimeros gemidos
los pechos de las vírgenes lanzaron,
y de dolor transidos,  540
los árboles y fuentes suspiraron.
La tempestad impía
hundió en el mar la destructora planta.
Luego un grito de súbita alegría
hasta el éter sereno se levanta.  545


UNA VOZ

   Ninfas, mirad a Euforión profundo,
riquísimo de gloria;
ya, cantando victoria,
estremece los ámbitos del mundo.
   De vosotras se aleja,  550
rompiendo el éter en dorada nube;
para memoria, por el suelo os deja
cítara y manto, y al empíreo sube.
   Las vírgenes entonces conmovidas,
la forma terrenal abandonaron.  555
Y sus voces suaves se escucharon
entre los elementos confundidas.


Himno

      A los cielos te elevas,
y luz más das a la mañana;
      con vestiduras nuevas  560
      la tierra se engalana;
de haberte dado el ser toda se ufana.
      Nosotras de su seno
hicimos dimanar la fuente pura,
      el ancho mar sereno,  565
      la vida y la frescura,
la copia de las flores y hermosura.
      Le pusimos en torno
la atmósfera, cual velo transparente
      y virginal adorno.  570
      El espíritu ardiente
nació de oculta y elevada fuente.
      Una ráfaga hermosa,
¡oh Dios!, de tu sublime pensamiento,
      purísima y gloriosa,  575
      bajó del firmamento,
y en el pecho del hombre tomó asiento.
      Y tú, que, desatado
de la materia, remontaste el vuelo,
      poeta entusiasmado,  580
      a la región del cielo,
cumple por fin tu misterioso anhelo.
      Levanta tu existencia
hasta el inmenso ser que el mundo adora,
      y tu ser su potencia  585
      ensalce creadora,
mientras gira la máquina sonora.

Granada, 1844.




ArribaAbajo

En la égloga cuarta de Virgilio


(q)


ArribaAbajo   Ya se cumplía el verso misterioso
de la Sibila, y del Profeta el canto;
la edad llegaba: un orden majestuoso
del volver de los siglos era fruto.
El erizado espanto  5
no ya sembraba luto
al carro encadenado de la guerra;
no turbaban la tierra
ya la bélica pompa
ni el son robusto de la heroica trompa;  10
ya la mar bajo el peso no gemía
de la guerrera nave;
el mundo en calma suave
en el regazo de la paz dormía.

   ¿Por qué, pues, conmovía  15
la mano del destino
el corazón del hombre? ¿Qué deseo,
qué mágica esperanza
su inteligencia en raudo devaneo
y en una agitación continua lanza?  20
¿Qué ardiente grito arroja
de su seno angustiado
la humanidad entera?
¿Por qué el potente Júpiter se enoja,
y cuando va a vibrar el rayo airado,  25
de la mano certera
se le desprende, y débil se estremece
sobre el enhiesto pedestal de oro?
¿Por qué el délfico oráculo enmudece?
¿De Encélado, quizá, y de Peloro  30
la armígera falange gigantea
vuelve a escalar la celestial morada?
¿Prometeo, tal vez, con mano osada
ha vuelto a arrebatar la luz febea?

   No; los hombres han sido  35
los que, en alas del raudo pensamiento,
hasta el Olimpo mismo se han subido,
a Júpiter lanzando de su asiento.
Y esa paz deseada
es quizá de la muerte precursora;  40
por eso a las regiones de la aurora,
como única esperanza, la espantada
humanidad los ojos ya volviendo
y piensa que está viendo
en Oriente brillar un nuevo día,  45
y en medio de su luz resplandeciente
un Dios, de cuya frente
brota un raudal de amor. De la Poesía
el sacerdote santo
tomó entonces la lira,  50
e inspirado de un vago sentimiento,
de los profetas repitiendo el canto,
su voz entregó al viento,
y a todo el universo, que le admira.

   «Ya vuelve el siglo de Saturno, y viene  55
la doncella de espigas coronada;
el cielo nos envía
al hijo predilecto, iluminada
la frente, el labio lleno de ambrosía.
Y vendrá al mundo el hijo del Olimpo;  60
reposará sobre su frente hermosa
espíritu de amor, y de la santa
boca con la palabra armoniosa,
al flamígero rayo semejante,
conmoverá las piedras; al impío  65
el soplo matará de su garganta,
y el mundo inundará de su hermosura.

   «Brotarán los racimos, sin cultura,
de la tierra, y la encina dodonea
manará miel hiblea.  70
Naturaleza ostentará sus galas,
y tenderá sus alas
la santa paz que bajará del cielo
con amoroso vuelo,
el león y las ovejas hermanados  75
irán hacia el aprisco,
y los senos durísimos del risco
por el amor veranse fecundados.

   »Pronto vendrá esta edad que nos trae el hijo
de Jove fulminante.  80
Al compás de la cítara sonante
de las Musas module el sabio coro,
sobre las cuerdas de oro
vuelve la inspiración, y el canto suene,
que ya a la tierra viene  85
el padre de la paz, y ya postrada
la turba de naciones,
altares le levanta; en sus pendones
sil pura imagen se verá grabada.»

   Así dijo el Poeta; retemblaron  90
los ídolos, los montes resonaron;
sintió el hombre en el pecho dulce encanto,
al oír la voz que lo futuro alcanza,
de los sucesos comprendiendo el giro,
agitó sus entrañas la esperanza,  95
y el universo entero dio un suspiro.




ArribaAbajo

La divinidad de Cristo


(r)


ArribaAbajo   Sobre el aéreo y mágico palacio
del dilatado espacio
te levantaste, humana inteligencia,
y de Dios en presencia,
le interrogaste acerca del arcano  5
que en sí guardan las obras de su mano.
La ardiente fantasía
señora de los mundos se juzgaba,
y leyes les dictaba,
concordando su rápida armonía,  10
y al cometa marcándole camino.

   Con su triunfo orgullos tu divino
ser niega, ¡oh Cristo!, cual la luz febea
radiante de verdad, y en tus altares
no ya el incienso en holocausto humea  15
del que atrevido se lanzó a los mares
del insondable y negro pensamiento,
cual nave contrastada por el viento.

   Y esperan los impíos
derrocar tu alto trono,  20
más allá de los astros colocado,
de resplandor vivísimo creado,
y en su bárbaro encono
negar de tu ley pura
la eternidad, el bien y hermosura.  25

   Pero tú te adelantas
al través de los siglos, que mantienen
tu nombre, y en tu seno
la omnipotencia y el milagro vienen.
Con tu voz los espantas,  30
poderosa sonando como el trueno;
de tus sagrados labios se derrama
la persuasión, y el hombre
a tu divino nombre
con alto grito su Señor te aclama.  35

   Tú, de gloria esplendente
inundada la frente,
la cruz, donde en el Gólgota espiraste,
con la sagrada mano colocaste
sobre el excelso solio  40
del alto y dominante Capitolio,
de los despojos del vencido mundo
con majestad soberbia decorado.
Tú bajaste al profundo;
Tú del marmóreo templo relumbrante,  45
de fúlgidas antorchas adornado,
arrojabas a Júpiter Tonante.
En el altar sentado,
el orbe dominaste, y el orgullo
de los míseros reyes de la tierra  50
quebrantaste, Señor, con dura mano.

   No con la cruda guerra
te hiciste soberano
de la mansión del hombre, ni el acero
en la diestra blandiendo  55
le dijiste al Profeta:
«Haz que suene la bélica trompeta;
marcha, yo soy tu Dios; álcenme altares
los pueblos, o a millares
sucumbirán las huestes enemigas  60
al bote de la lanza del creyente
y al brillo de sus ojos,
como bajo la hoz, en el ardiente
verano, el segador tronca en manejos
las doradas espigas.»  65

   Tú solo dominaste el ancho mundo
con la santa palabra de tu labio
y con cetro de paz y de ternura.
tu trono fue la cruz, y cuando en ella
diste el postrer suspiro,  70
se estremeció la tierra; de la tumba
asombrados los muertos se escaparon,
y el sol y las estrellas se nublaron.

   La humanidad entonces, lastimada,
dio de dolor un grito,  75
y exclamó entusiasmada:
«¡Hijo de mis entrañas, sé bendito!»

   Tu ley, ¡oh Cristo!, tu bondad revela;
ni en el Pórtico extenso, ni en la escuela
de Sócrates profundo  80
oyeron los humanos
que eran todos hermanos,
hasta que tú, Señor, viniste al mundo.




ArribaAbajo

A Delia


Imitación de Lamartine


ArribaAbajo   El tiempo alegre que pasé a tu lado,
Delia divina, si recuerdas, dime
dónde la rica en amorosos cantos
       tórtola gime;

   do la fragancia de las lindas rosas  5
el aura esparce con sus alas bellas,
y brilla el cielo como terso manto
       lleno de estrellas.

   Allí las ninfas en revueltos coros
danzas aéreas por el fresco viento,  10
y con la esencia de olorosas flores
       mezclan su aliento.

   Allí una noche, que recuerdo ahora
(lágrimas vierte al recordarla el alma),
te vi a mi lado, y relució en tus ojos  15
       plácida calma.

   Sobre la cumbre del altivo monte,
al ver del cielo el eternal zafiro,
y la nocturna silenciosa pompa,
       diste un suspiro.  20

   Y sus misterios, de entusiasmo llena,
tú me mostraste con la blanca mano,
la tierra, el cielo, el de sonantes ondas
       fiero océano.

   Tendí la vista al universo entero,  25
buscando objeto que admirar pudiera,
y a ti tan sólo te admiré y bendije,
      Delia hechicera.

   El aura mansa en sus ligeras alas
de tus dos labios el olor traía,  30
que son cual vaso de coral que guarda
       dulce ambrosía.

   Y tus palabras escuché, más blandas
que de las aguas el murmullo leve,
cuando el cristal del apacible lago  35
       céfiro mueve.

   La niebla entonces de la noche umbría,
que en leves gasas a los cielos sube,
formaba en torno de tu esbelto talle
       mágica nube.  40

   Y de la luna el adormido rayo
hiriendo, Delia, tu tranquila frente,
la pura flor de tu beldad mostraba
       fresca y naciente.

   Me pareciste... Pero no, ¿qué imagen,  45
Delia divina, mísera no fuera?
Nada terreno a mis amantes ojos
       forma te diera.

   Porque eres, Delia, el pensamiento hermoso
que un alma santa concibió en su sueño,  50
y que a los cielos en sus alas puras,
       sube risueño.

   Yo te vi, Delia, y consagrarte quise
este recuerdo de tan corto instante;
en él tu nombre grabaré, que el pecho  55
       guarda constante.

   Y si estos versos, que tan sólo aspiran
a una mirada de tus ojos bellos,
consiguen, ¡ay!, que compasivo llanto
       viertas en ellos;  60

   ansío que digas: La canción amante
que me conmueve, mi beldad la inspira;
yo soy el numen que tan dulces tonos
       doy a su lira.

Granada, 1845.




ArribaAbajo

Al amanecer


ArribaAbajo   Mustias están las flores
sin olor ni aroma,
obscuro está el espacio,
la noche melancólica,
y velada entre nubes  5
la adormecida atmósfera,
el aura no se agita
ni sacude las hojas,
porque el silencio ha roto
sus alas vagarosas.  10
Sobre mi dulce prenda
sin duda que a esta hora
esencia vierte el sueño
de rojas amapolas.
Mas ya por el Oriente  15
la dulce luz asoma
que en los opuestos montes
refleja caprichosa,
y con varios matices
sus altas cumbres dora.  20
El cielo azul se cubre
de variada pompa
y el sol sale, siguiendo
los pasos de la aurora.
El coro de las aves  25
con música armoniosa
celebra los prodigios
de la natura pródiga;
el ruiseñor, con trinos
acordes, enamora  30
la que en rubor se tiñe
recién nacida rosa;
las gotas del rocío
que penden de sus hojas
parecen engarzadas.  35
Diamantes de Golconda
o perlas que en el viento
suspende misteriosa
con sus alas aéreas
la silfa voladora.  40
El arroyo murmura,
vaga el aura amorosa,
las zagalas despiertan
y a las puertas se asoman.
Todo es vida en el mundo,  45
que la natura hermosa
cobra vida y palpita
cuando nace la aurora.
Así, Delia del alma,
cuando ausente te llora  50
mi corazón, me muero
de angustia y de zozobra;
pero cuando te miro,
sol que mi alma adora,
vuelve a mi pecho al punto  55
la vida bulliciosa:
de púrpura se cubre
mi mejilla, traidora
la pasión en mis venas
se agita, de mi boca  60
se escapan tiernos besos
y siento el alma toda
más que viva, agitada,
más que agitada, loca.

Granada, 1845.




ArribaAbajo

La envidiosa


ArribaAbajo   El fúlgido diamante
en el polvo sumido
ni pierde su belleza
ni obscurece su brillo:
pero si el polvo, acaso  5
por el viento impelido,
hasta las nubes se alza
cual raudo torbellino...
¿dejará de ser polvo
aunque toque al Olimpo?  10
¿Pues a qué envidias, Delia,
los pomposos vestidos,
las plumas, los diamantes
las perlas y zafiros
con que las damas suelen  15
aumentar sus hechizos?
Si eres tú más hermosa
con tu blanco corpiño
y tu aéreo ropaje
de vaporoso lino.  20
Si son tus dientes perlas
y tus ojos divinos
zafiros radiantes,
y tu seno tranquilo
palacio de Amor tiene  25
un tesoro escondido,
que para mí tan sólo
que lo guardes ansío.
A su querida Delia
esto dijo Mirtilo,  30
y sobre el claro espejo
del arroyuelo limpio
se reclinó la hermosa
por ver si verdad dijo.
El pastor, entretanto,  35
trémulo, enardecido,
estampó en su mejilla
un ósculo furtivo.

Granada, 1845.




ArribaAbajo

La mano de la sultana


Leyenda oriental



I

ArribaAbajo   En el jardín que del palacio augusto
del gran señor circunda la muralla,
vivía cautivo un joven tan gracioso
como el pimpollo de garbosa palma.
En años juveniles a tal sitio  5
trajéronle su sino y sus desgracias
cuando aún no apenas el naciente bozo
su blanco labio superior ornaba.
Fiera tristeza, sin embargo, el pecho
le corroe, con pena tan extraña,  10
que le roba las dulces alegrías
y el corazón amante le desgarra.
Nadie sabe su historia, hondo misterio
le cerca, y sólo a calcular se alcanza
que, digno hijo de la noble Grecia,  15
peleó por la gloria y por la patria,
y aprisionado en el combate horrendo
hoy la cadena con dolor arrastra.
Una noche, no obstante, cuando el cielo
su transparente azul bello mostraba  20
a la luz de la luna, y el amante
ruiseñor, trinos en las densas ramas
dúlcidos modulando de las rosas,
ardiente enamorado se quejaba
quiso el cautivo, al par, con sus acentos  25
alivio dar a penas tan amargas,
y pulsando un laúd, con voz suave
armonizó las silenciosas auras.
   «En la noche serena recuerdo
el placer que gozaba a tu lado,  30
y en mi dulce ilusión extasiado
un momento me deja el dolor,
Aglae bella. Luz de tus ojos
imagino mirar en el cielo
y me pienso que tiende su vuelo  35
tu alma santa hacia mí con amor.»
   «¿No era, acaso, cual ésta la noche
que por última vez vi tu frente
y su blanca extensión transparente
con el beso postrero sellé?  40
Como sierpe de cándido nácar,
al arroyo fugaz que sonaba
y a la alondra que alegre gorjeaba
embebido de amor escuché.»
   «Que el amor que brotaba en mi alma  45
desbordado torrente corría
y llenaba de dulce armonía
cuanto en torno miraba de mí.
Pero luego, al volver a mi patria,
vi en cenizas tu pobre morada,  50
por el bárbaro turco quemada,
e insepultos los huesos allí.»
   «Desde entonces, venganza tan sólo
anheló el corazón, y tras ella
volví al campo, cual rauda centella,  55
decidido a vencer, o a morir.
Pero el fiero destino no quiso
se cumpliese mi dulce esperanza,
y en lugar de agradable venganza,
cautiverio y vergüenza sufrí.»  60
      Así cantaba el cautivo
    cuando sintió, penetrante,
    un suspiro enamorado
    que atravesaba los aires.
    Era un suspiro tan blando  65
    como el susurro suave
    que forma el aura al mecerse
    entre rosas y azahares;
    y tan triste y dolorido
    como el canto lamentable  70
    de la viuda tortolilla
    que llora el perdido amante.
    Y, levantando los ojos
    para ver de dónde sale,
    por la espesa celosía  75
    de una reja vio asomarse
    una linda y blanca mano
    que tierna señal le hace.
    Acércase, y un papel
    dejó caer al instante  80
    la blanca mano, y tan luego
    desapareció, mas su imagen
    grabada quedó en el alma
    del desesperado amante
    que, abriendo el pliego oloroso,  85
    vio que decía estas frases:
      «La sultana enamorada,
    cautivo, de tu hermosura
    en necios celos se apura
    al ver en otra tu amor.  90
    Triste me tiene tu suerte
    porque te adoro, cautivo,
    solamente por ti vivo,
    ve cuál será mi dolor.»
      «En vela paso las noches  95
    por oír la cantilena
    que al compás de la cadena
    entonas con dulce voz;
    y es que es más grata al oído
    que el cántico de las aves  100
    cuando con trinos suaves
    saludan la luz del sol.»
      «Mi blando lecho florido
    lecho lo juzgo de espinas,
    porque tú no te reclinas  105
    a mi lado sobre él;
    y mis perfumes no tienen
    para mí puros olores
    que de tus labios traidores
    el aroma adiviné.»  110
      «Yo soy hermosa, cautivo,
    si no me engaña el reflejo
    que en el veneciano espejo
    mi figura modeló;
    y todo es tuyo, amor mío,  115
    mis labios para tus besos,
    y mis gracias y embelesos
    para que me ames mejor.»
      «Desecha, pues, vida mía,
   esa pasión insensata,  120
    no pague tu alma ingrata
    mi cariño con desdén,
    y piensa que si me amas,
    soy tan bella y poderosa,
    que tu cárcel horrorosa  125
    transformaré en un edén.»
   Esto el papel decía, y el cautivo,
de asombro lleno, lo leyó admirado,
y sintió otro suspiro fugitivo
en las alas del céfiro enviado.  130
   Volvió a mirar y vio la mano bella
otra vez asomada a la ventana,
más blanca y más hermosa que la estrella
que anuncia con su brillo la mañana.
   Mano tan pura y transpirente era,  135
que parecía que al través la luna
vertía débil luz, como pudiera
entre una blanca nube inoportuna.
   Mano de unos contornos tan gallardos
que exceden al decir que alba brillara  140
como en la cima de los montes pardos
la nieve ante la lumbre del sol clara.
   Que de cuajada leche y frescas rosas
por el amor formada parecía,
llena de cavidades primorosas  145
donde el mismo deleite se escondía.
   Mano que el corazón del griego inflama
en éxtasis de amor y de ternura,
y olvidado un momento de su dama
la tierna mano adora con locura.  150
      Pero a ocultarse tornó
    la mano desconocida
    cuando el cristiano cautivo
    volvió hacia ella la vista.
    Entonces sacó del seno  155
    una hermosa gargantilla
    de oro puro fabricada
    con hilos de perlas finas.
    Era prenda que su amada
    le dio antes de su partida,  160
    por qué se acordase de ella
    entre la gente enemiga,
    llevándola sobre el pecho
    como una santa reliquia;
    y cubriéndola de besos  165
    así disculparse ansía
    con ella del pensamiento
    que en su alma cándida agita
    la belleza de la mano
    de la infiel desconocida.  170
    Pero es en vano, porque
    cuando olvidarla creía,
    volvió a oír otro suspiro
    de la gentil odalisca.
    Que le volvió al pecho el fuego  175
    del amor que en él ardía.


II

   Pasaron varias noches. La sultana
siempre suavemente suspiraba
al escuchar tal vez en su ventana
lo que el cautivo mísero cantaba;  180
leve recuerdo de ilusión lejana
al griego en los suspiros enviaba,
que sobre el aura que el jardín orea
van donde la belleza infiel desea.
   Suspiros tan amantes, que hasta el alma  185
del hermoso cautivo, introducidos,
robándole del pecho amor y calma,
en nuevo amor inflaman sus sentidos,
y cual cimbrea el tronco de la palma
de los vientos al soplo embravecidos,  190
así su tierno corazón se agita,
que en un nuevo amor en él ora palpita.
   Amor que lucha con su amor primero,
que tenía en su pecho un santuario,
vacilar hace, en un tormento fiero,  195
al griego, con sus penas solitario.
Gime y se agita el triste prisionero,
los ojos gira en movimiento vario;
mas dondequiera que los ojos gira
la hermosa mano de la turca mira.  200
   Mano que con buril de ardiente fuego
grabó en su pecho amor tan semejante,
que para siempre le robó el sosiego
de continuo mirándola delante;
mano que en realidad miraba luego  205
en la reja, y se iba palpitante
su alma tras ella en dulcido trastorno,
cual mariposa de la luz en torno.
   Y es en vano que luche en su memoria
de Aglae la imagen cándida y honesta,  210
puesto que desde el seno de la gloria
un fuego tan voraz ya no le presta;
el recuerdo, no obstante, de su historia
que olvide a la sultana le amonesta,
y el griego, al fin, en la terrible lucha,  215
sólo la voz de su pasión escucha.
   Pálido, en tanto, como blanco lirio,
las noches pasa el desgraciado en vela,
y entregado a su pena y su delirio
el tiempo corre, Amor no le consuela.  220
Para calmar acaso su martirio,
vuelve a entonar su triste cantinela,
y vuelve a oír el delicado acento
de un suspiro fugaz que lleva el viento.
   Una ilusión que rápida recuerda  225
aquel suspiro mágico le trae,
y cuando de ella piensa que se acuerda
en nueva confusión su mente cae.
La voz de la odalisca ya concuerda
con la voz dulce de la linda Aglae,  230
ya la voz de su madre oír pensaba
cuando en la cuna el sueño le guardaba.
   Que cuando Amor en nuestras almas mora
el objeto del dulcido cariño,
con ilusiones y recuerdos dora,  235
y así le presta primoroso aliño;
y más cuando en el pecho se atesora
enamorando un corazón de niño
que, aunque transido por desgracias fieras,
sus ilusiones conservó primeras.  240
   Y enamorado ya de la gallarda
dueña de la divina y blanca mano,
mucho el deseo de su amor se tarda
el contemplar su rostro soberano;
por eso en medio de la noche parda  245
rompió el silencio, y con delirio insano,
en lugar de entonar su cantinela,
así a la dama su pasión revela:
   «Sultana, aunque de tus ojos
no he visto la luz divina,  250
ni tus bellos labios rojos,
ni tu frente alabastrina,
me muero por ti de amor;
que basta tu mano bella,
ver en aquesa ventana,  255
para morirse por ella.
Sí, yo te adoro, sultana,
y a mi Aglae soy traidor.»
   «De tu amor estoy ufano
y verte tan sólo anhelo,  260
que si es divina tu mano,
tu rostro ha de ser un cielo
y tú una diosa, ideal.
Tus labios, sultana mía,
serán graciosos rubíes  265
que destilen ambrosía
si enamorada sonríes
con tu boca celestial.»
   «Sólo por verte la cara,
mi vida, hermosa, perdiera,  270
y hasta el infierno bajara
por un beso que me diera
tu boca, divina hurí.
Tuya, sultana querida,
es mi alma desde ahora;  275
tuya, sultana, mi vida,
y el corazón que te adora
y que sólo piensa en ti.»
   Corta pausa, después del himno amante
del cautivo, siguió, y allá en su pecho  280
sintió un remordimiento penetrante
y gimió, el triste, en lágrimas deshecho;
mas al fin el amor quedó triunfante
de sus recuerdos, y en blando lecho
que forma en el jardín hierba lozana  285
se recostó, esperando la sultana.
Ésta, habiendo escuchado, los acentos
de su laúd y de su voz sonora,
que llegaron en alas de los vientos
hasta la reja que el cautivo adora,  290
combatida por varios sentimientos,
toda se estremeció, la seductora
mano asomó y otro papel envía
donde el gallardo esclavo le decía:
   «Cristiano, si es que me amas  295
como me dices, anhelo,
para calmar mi desvelo,
una prenda de tu amor,
y esa hermosa gargantilla
de tu dulce Aglae ofrenda  300
quiero que sea la prenda
de tu enamorado ardor».
   «Cuélgala, pues, de la cinta
que pende de mi ventana,
y al punto de la sultana  305
te verás, griego, a los pies.
Ganado tengo un eunuco
con presentes y dinero,
y que te introduzca espero
esta noche en el harén».  310
   «Y olvidarás al momento
el amor de tu querida,
que mi seno te convida
con un amor más voraz.
Mi seno que ardiente fuego  315
en lugar de sangre encierra.
Las mujeres de tu tierra
no saben, cristiano, amar».
   «Mi amor es ardiente y puro
como el sol que alumbra el moro,  320
como de la Arabia el oro
donde por mi mal nací;
y si aqueste sacrificio
cumples, que sólo te pido,
serás, griego, introducido  325
en el Edén de tu hurí».
   No bien leyó estas palabras,
enamorado el cautivo,
cuando sintió por sus venas
discurrir un fuego impío.  330
Fuego de amor que lo impele
a hacer aquel sacrificio
que le pide la sultana,
en prueba de su cariño.
Y así fue que en el momento  335
sacó el collar de oro fino
y de perlas de su pecho
y lo asió del listoncillo
que pendía de la reja,
y luego el brazo divino  340
de la odalisca ocultose
con el presente querido.
Quedose el jardín en calma
por el ambiente tranquilo,
ni un pajarillo cantaba,  345
ni se escuchaba un ruido,
y el auro no conducía
en sus alas un suspiro.
Bajo el manto de la noche
los céfiros adormidos  350
oír dejaban solamente
el agradable sonido
de las fuentes derramada
sobre los jaspes bruñidos
y de las corrientes aguas  355
de los arroyuelos limpios.
Mas de la paz de la noche
no disfrutaba el cautivo,
que la tempestad bramaba
en su seno combatido  360
de un amor y de otro amor
por el impulso distinto.
Pero, ¡oh, sorpresa terrible!
¡Oh, sobrehumano prodigio!
¿Es realidad o ilusión  365
del fascinado sentido
del cristiano? ¡Quién lo sabe!
De un murallón muy antiguo
sobre el lienzo proyectarse
vio una sombra; sus vestidos,  370
su rostro, sus ademanes
eran de Aglae. Ronco grito
el griego dio, y hacia ella
marchó tembloroso y frío:
mas se disipó la sombra  375
y cayó desvanecido.


III

   Una incógnita voz de su desmayo
sacó al cristiano: «anímate, decía;
ven, pues, a disfrutar de los placeres
a que el amor suave te convida».  380
Volvió éste en sí, y al levantar los ojos
vio delante de él de la odalisca
al confidente eunuco, que atezado
engendro era de la ardiente Libia.
Nada habló el griego, y en silencio triste  385
al eunuco escuchó, que proseguía:
«Ven, pues, conmigo; por secreta puerta,
entrarás del harén en la escondida
estancia, donde la sultana bella
en voluptuosa reclusión habita,  390
allí respirarás de los perfumes
del atar-gul y el ámbar la exquisita
esencia, que ya ricos pebeteros
guardan, o pomos de dorada china.
Admiraran tus ojos los portentos  395
del poder de tu amada, y la encendida
luz beberás de sus ardientes ojos
y el que sus labios mágicos destilan
bálsamo suave, que el Amor formara
con el más puro extracto de la mirra.  400
Si tienes miedo, del peligro cede,
que no eres digno ya de sus caricias
si eres valiente, sígueme y no temas,
que salvo volverás antes del día.
El sultán duerme y el chibuquí curvo  405
lleno del opio que su mal mitiga
a su lado arde aún, que los pesares
y los años de amor casi le privan.
......................................................
   Sólo el profeta, en el Borac montado,
pudo en la noche del Alkadr tranquila  410
llegar hasta el edén sin miedo alguno...
Aquel que el cielo conseguir ansía
que pasar tiene el inseguro puente,
donde si acaso mísero vacila
a la vista teniendo el Paraíso,  415
en el abismo, al fin, se precipita,
con tanta rapidez como lanzado
Jerid que raudo por los aires silba».
Dijo, y asiendo el brazo del cristiano,
llevóselo tras sí, y a la divina  420
luz de la luna vistos, en la noche
un ángel y un demonio parecían.
      Atravesando largas
    obscuras galerías,
    angostas y sombrías,  425
    y abriendo puertas mil,
    el griego y el eunuco
    llegaron a una estancia
    que dulcida fragancia
    vertía del jazmín.  430
      Estancia rodeada
    de fuentes y de flores,
    nido de los amores
    y templo del placer;
    con lujo enriquecida,  435
    de aromas impregnada,
    sublime y encantada
    mansión de la mujer.
      Voluptuoso silencio
    se siente sólo en torno,  440
    y por gentil adorno
    de aquella soledad,
    tal vez a algunas aves
    en sus doradas rejas
    arranca tiernas quejas  445
    su antigua libertad.
      Mas nada vio el cautivo,
    ni nada oyó tampoco,
    que frenético y loco
    ante los pies cayó  450
    de la bella odalisca,
    brillante como el cielo,
    aunque con denso velo
    su beldad encubrió.
      Estaba reclinada  455
    sobre un cojín de plumas
    blanco cual las espumas
    de las olas del mar.
    Y el rico terciopelo
    hacía más hermoso  460
    su cuerpo voluptuoso
    en él al reposar.
      Su linda y blanca mano,
    aun más que nunca bella,
    parecía una estrella  465
    de amor y de ilusión,
    y ante ella el cautivo,
    cayendo arrodillado
    y asiéndola extasiado,
    besola con pasión.  470
      Y, enamorado, dijo
    a la oculta hermosura
    que aquella flor tan pura
    de su primer amor
    había caído marchita  475
    al abrirse olorosa
    una flor más hermosa,
    una más noble flor.
      Porque ella es la clara
    luz que alumbra su alma,  480
    que ella sola la calma
    al fin le puede dar.
    Pero nada responde
    al griego la sultana
    y, como en la ventana,  485
    muda en la estancia está.
      Soltando al fin el ondulante velo,
alzose en pie, gallarda, la sultana,
dejando ver de su hermosura el cielo
como la rosa del abril temprana.  490
   Era su rostro lindo como el sueño
que forma un niño en su ilusión primera,
cuando, adormecido, plácido beleño
tiende sobre él la sílfide hechicera.
   Sus ojos eran cual brillante llama,  495
de la luz del Edén tal vez nacida,
y la boca amorosa de la dama
cual limpias perlas que aun la concha anida.
   Al mirarla el cautivo, de amor lleno
y de asombro y temor, conoció en ella  500
el dulce objeto, un tiempo más sereno
amado tanto de él, su Aglae bella:
   Su Aglae, que sale de la tumba fría
donde el cautivo la creyó encerrada,
cuenta a pedir de aquel amor que un día  505
le dedicó con alma enamorada.
   «Yo soy -le dijo-, yo, mírame ahora.
¿Qué has hecho de mi amor, del juramento
que me hiciste con lengua engañadora?
Todo voló, traidor, en un momento.  510
   »Yo te guardaba, aun en la clausura
de esta voluptuosa y vil morada,
la virtud, la inocencia y la hermosura
que a vender vino tu alma fascinada.
   »Yo del sultán con diestra resistencia  515
contener supe el punzador deseo,
y guardé para ti, con mi inocencia,
aquel amor que ahora en ti no veo.
   »Te conocí al oírte en los jardines
llorando mis amores ya perdidos  520
cual la voz de los dulces serafines
dando amor y esperanza a mis oídos.
   »Y de las flores me llamaron luego
sultana, al verme las demás cautivas,
símbolo de mi puro eterno fuego,  525
de rosas coronada y siempre vivas.
   »Y queriendo probar tu fe, de amores
te requerí, y, ardiendo en fuego insano,
por la nueva sultana de las flores
tu antiguo amor dejaste inhumano.  530
   »Pues bien, vete de aquí, que la sultana
era un sueño de tu mente ansiosa;
este papel, Lascar, leerás mañana;
yo, para perdonar, soy orgullosa».
   Dijo, y un pliego le entregó cerrado,  535
y a sentarse volvió; Lascar guardolo,
con un triste suspiro enamorado
a tantas quejas respondiendo sólo.
   A los pies de Aglae hermosa
se arrojó por fin el griego,  540
y sobre su blanca mano
estampó dulcidos besos;
mano que la causa era
de su falta, que su yerro
disculpar sólo debía  545
y de su amor darle el premio.
Todo respiraba amores
en aquel recinto bello:
las fuentes que murmuraban;
las aves, que con gorjeos  550
blandos daban a las auras
sus delicados acentos,
que del vaporoso invierno,
como transparentes nubes,
subían del pavimento,  555
agrupándose en el aire
y evaporándose luego.
El corazón de la dama
mil diferentes afectos
no hay duda que sentiría  560
en tan solemne momento;
y más al ver desprenderse
de los ojos del objeto
de su amor, como de aljófar
menudas perlas, el tierno  565
llanto con que acompañaba
la fe y su arrepentimiento.
No pudo más; y al impulso
de las lágrimas y ruegos
de su acuerdo, enternecida,  570
trémula de amor, sintiendo
sobre la divina mano
de sus acentos el fuego
que subía por las venas
hasta el escondido centro  575
del corazón, en sus brazos
desfallecida cayendo,
dueño de tanta hermosura
hizo el venturoso griego.
..........................................
Pero un misterio terrible,  580
que yo a descifrar no acierto,
vino a turbar sus amores;
un espantoso misterio
que sabe guardar la noche
con un terrible secreto.  585
..........................................
Sólo se dice que el joven
cautivo, de dolor lleno,
dio gritos de horror terribles;
que el eunuco, con discreto
afán, apagó las luces,  590
y en las tinieblas silencio
le impuso, con sus nervudas
manos su boca cubriendo.
Después algunos cautivos
llegar al jardín pudieron  595
ver, a la luz de la luna,
a un eunuco con un negro
bulto, que, con cuidado,
traía en el caftán envuelto;
con misteriosa premura,  600
depositolo en el suelo
y se marchó, leve ruido
formando su paso incierto,
y el rechinar de sus armas
y de su alfanje a lo lejos.  605


IV

   ¿Quién es aquel que raudo se despeña
en soberbio corcel, ya roto el freno,
y va saltando por la espesa breña
mientras que ruge el pavoroso trueno?
   A la luz del relámpago, indecisa,  610
tal vez se puede ver su rostro fiero,
en el que brilla la fugaz sonrisa
de un recuerdo amoroso y lastimero.
   Cual los vientos veloz en la carrera,
va el caballo, la crin al aire dada;  615
blanca espuma lo cubre, cual si fuera
de las ondas del mar amontonada.
   Hiriendo el suelo con el férreo casco,
atruena el bosque, al compasado ruido
de los cóncavos senos del peñasco  620
por los distantes ecos repetido.
   Y en el silencio de la noche umbría,
si alguien lo ve que solitario vela,
mágica sombra acaso lo creería,
y reza, si lo escucha, el centinela2.  625
   Diose el día antes un combate horrible
en que los hijos de Otomán vencidos
fueron por los helenos, al terrible
grito de Cristo y libertad ardidos.
   Que cayeron del monte en la espesura  630
sobre las tropas del bajá, cual olas
de catarata hinchada, y en la obscura
selva arrollaron las soberbias colas.
   Y, en mar de negra sangre, la victoria
asentaron los griegos, y la suerte  635
cupo a Lascar de conseguir la gloria
al pérfido bajá de dar la muerte.
   Que, ardiendo el turco en denodada ira,
y viendo ya perdida la esperanza,
sobre él con fiera intrepidez se tira  640
y halla la muerte en su robusta lanza.
   Hambrienta de clavarse entró en su seno;
la vida se le huyó con un gemido;
cayó, y las armas, cual lejano trueno,
hicieron al caer ronco ruido.  645
   Ansioso de matar, Lascar corría;
la muerte iba con él, y con su mano
la punta de su lanza dirigía,
y ni un golpe que dio diéralo en vano.
   Y creyeron, al verlo, que en las filas  650
Azrael de los griegos peleaba,
y sólo de sus vívidas pupilas
con la esplendente llama los mataba.
   Cual rápido torrente despeñado
que hace salir de cauce al ancho río,  655
tala las mieses, vuelve yermo el prado,
y hasta los pinos troncha con su brío;
   Así, o más fiero aún, Lascar cebaba
su ira cruel en la otomana hueste,
y de cuajada sangre espanto daba,  660
sucias la faz y la gallarda veste.
   Mas dar no puede a su irritada alma,
en cuyo centro agitase el veneno,
tanta venganza sazonada calma,
y con dolor cruel late su seno.  665
   Un intenso pesar le abruma, y quiere
saltar su corazón ardiendo en ira,
y cuando de dolor piensa que muere,
se juzga eterno, viendo que no expira.
   Huir, si es posible, de su mal anhela,  670
mal que imagina su verdugo eterno,
mas con él su dolor rápido vuela
porque su corazón es un infierno.
   Y es en vano que el bote de su lanza
le diese horror quitando tanta vida,  675
si con su luz brillante la esperanza
ni a honores ni a deleites le convida.
   Que, aunque del cautiverio ya salvado
por un viejo Calóyero, sus penas
el corazón le tiene desgarrado,  680
y es acíbar la sangre de sus venas.
   Por eso, aquella noche, cuando el sueño
rendido había al vencedor, el fuerte
Lascar salió con decidido empeño
de dar fin a sus males con la muerte.  685
   Allá va, y en su rápida carrera
vencer en conmoción su pena intenta,
y a la borrasca de la noche fiera
excede de su alma la tormenta.
   Y él era, él, quien de la noche triste  690
rompió el silencio, y a la luz ardiente
del ligero relámpago le viste,
otomano, y temblaste de repente.
   Mas rápido cruzó cual del verano
la exhalación que engendra el aire seco  695
y el ruido sólo del corcel lejano
en temeroso son repitió el eco.
   Llegó Lascar sobre la playa corva
del undívago mar que alborotado
rompe en la roca que su furia estorba  700
la ola que brota de su seno hinchado.
   Llegó, y tendido en la desierta orilla,
el cansado corcel yerto abandona,
y a la luz del relámpago que brilla
sube a una roca que la mar corona.  705
   Saliente pico, a cuyos pies se agita
el resonante mar contra un bajío
por mil rocas formado, do se irrita
embravecido su indomable brío.
   Allí Lascar se puso. Sentimiento  710
horrible el pecho le agitó, y apenas
exhalar pudo el ardoroso aliento
quemado con el fuego de sus venas.
   Sentimiento espantoso, a los horrores
igual tan sólo del infierno junto,  715
que en un instante un siglo de dolores
le hiciera padecer en aquel punto.
   Imagen fiel del erizado espanto
eran sus miembros, de sudor cubiertos,
y brotaron dos lágrimas en tanto,  720
quemándole la faz sus ojos yertos.
   Al través de ellas ver pensó en la ola
enfurecida una visión mecerse;
su Aglae llorar, enamorada y sola,
y en la extensión sin límite perderse.  725
   «Ya te sigo -le dijo-. Yo no quiero
vivir ya más sin ti. Abre tu centro
obscura eternidad... ¡Oh Dios!, yo muero.
¡Muerte, por fin en tus abismos entro!»
   Y cayó por el aire arrebatado  730
espantoso giro. Sordo luego
estrépito se oyó, y el mar hinchado
tuvo un momento fúnebre sosiego.


V

   Indiferente la aurora
a los males de los hombres,  735
al otro día radiante
por el Oriente asomose.
Estaba la mar en calma;
los suaves arreboles,
del alba allí reflejados  740
con mil lucientes colores,
pintaban el fondo obscuro
de aquellas ondas salobres.
   Cuando los primeros rayos
de luz dieron sus fulgores  745
sobre el elevado pico
desde el cual Lascar tirose,
iluminaron la frente
de un anciano, que de bronce
parecía, porque estaba  750
puesto en oración, inmóvil.
Las manos tendía al cielo,
y en sus tristes oraciones
piedad por un desgraciado
a Dios imploraba a voces.  755
Era el Calóyero: un bulto
negro divisó, que sobre
las blandas olas mecido
venía; reconociole
al punto, y el tierno llanto  760
de sus ojos derramose.
   Hoy Lascar sobre la roca
sepultado está; su nombre,
allí entallado, atestigua
sus desgracias, y una cruz  765
de un leño fabricada
sólo le recuerda al hombre
solitario que allí llega
su triste memoria entonces.
Nadie sabe bien su historia  770
que en el misterio se esconde
más profundo; el religioso,
no obstante, en el seno hallole
un fragmento de una carta
de una mujer, que de amores  775
hablar parece, y un pliego
escrito, entre los horrores
más fieros, por Lascar mismo,
a quien Dios justo perdone.


Fragmento

   Lascar mío, ya que he visto  780
que de mí te has olvidado
y que es tan cruel mi hado
que no te dueles de mí,
quiero que sepas, al menos,
lo que por ti, vida mía,  785
ha hecho la mujer que un día
fue tan dichosa por ti.
   Que si olvidas mis amores
por una esperanza vana,
no te dolerás mañana  790
mi triste suerte al saber.
Y dirás, sin duda alguna:
«¿Qué me importa su memoria?
Déme sus triunfos la gloria
y su amor otra mujer».  795
   Bien, Lascar; así ser debe,
que para un varonil pecho
es el amor muy estrecho
círculo, y aspira a más.
No somos así, sin duda,  800
nosotras, pobres mujeres,
que no encontramos placeres,
mi vida, sino en amar.
   Y tú, Lascar de mi alma,
sabiendo cuánto te quiero,  805
no extrañarás hoy que muero
por nuestro perdido amor.
Y acaso al saber mi muerte
(es lo único a que aspiro)
exhalarás un suspiro,  810
un suspiro de dolor.
..........................................
   Es imposible escaparse
de este recinto horroroso
donde mi tirano esposo
pronto me vendrá a buscar.  815
Supo el sultán que tú fuiste
un tiempo mi amante fino,
y de su furia con tino
yo te supe libertar.
..........................................
   Mañana vendrá a buscarme,  820
y al recostarse en mi seno,
verá que un atroz veneno
me ha quemado el corazón.
Y tú, lumbre de mis ojos,
libre estarás ya mañana  825
y en la tumba la sultana
que te amó con tal pasión.
   ¡Adiós!... Al poner la pluma
sobre esta página, siento,
Lascar mío, un sentimiento  830
que es imposible explicar...
No quiera el cielo que nunca
con tal sentimiento llores,
Dios permita que lo ignores
y hágase tu voluntad.  835


Recuerdos de Lascar

   Mujer, ese espantoso sentimiento
hierve en mis venas y en el pecho mío
terrible y violento.
Me parece que siento
que las entrañas, con dolor impío,  840
me las desgarran, y el veneno ardiente
vierten en ellas del dolor más duro.
Por nuestro amor te juro
que sólo ya con el deseo vivo
de verter de los turcos, como altivo  845
combatiente, la sangre emponzoñada
y ofrecerla a tu ánima irritada.
..........................................
¡Qué noche aquella! Nunca, Aglae hermosa,
embriagada de amor entre mis brazos
en éxtasis suave y deliciosa  850
caído hubieras; ni en amantes lazos
nunca jamás te hubiera aprisionado
el infeliz Lascar, si al volver luego
del arrebato del amor ardiente,
contra sus labios estrechó de fuego  855
la boca helada de un cadáver frío;
y frenético unió su seno hirviente
con ese yerto de veneno impío
blanco pecho de nardos, dulce nido
de amor y de placer lecho florido.  860
¡Horror! ¡Horror! Maldigo
al eunuco, que al verme desmayado
a mi seno agitado,
no le dio paz con un puñal amigo.
..........................................
¡Mujer! Ya estás vengada; ya mi lanza,  865
por tu espíritu mismo dirigida,
ha quitado en el campo tanta vida
que ha saciado la fe de mi esperanza.
Pero si tu venganza
no está cumplida aún, no desesperes.  870
Pronto desde una roca
que en los nublados con la frente toca
caer me verá tu espíritu irritado
en los abismos de la mar, y espero
que al fin apaciguado  875
me abrazará, y en abismo fiero
ambos nos juntaremos
y, si es posible, allí nos amaremos.

Granada, 1845.




ArribaAbajo

El fuego divino


ArribaAbajo       De la increada fuente
en copiosa raudal brotaste pura,
       alma luz refulgente;
       entonces con ternura
latió fecundo el seno de natura.  5

       Como la casta esposa
en medio de su dulce primavera,
       si en la entraña amorosa
       la agitación primera
del fruto ansiado de su amor sintiera.  10

       Tú eres la luz, la vida,
la inteligencia, el fuego, el movimiento;
       tú la llama escondida
       que da al sol alimento,
y armonioso vigor al firmamento.  15

       Hijas de tus amores
la hermosura vernal del bosque umbrío,
       y la copia de flores
       que en el ardiente estío
el cáliz abre al líquido rocío.  20

       Con vivífico aliento
virtud prestaste a la materia inerte,
       la fuerza y movimiento,
       que en sus átomos vierte
al sacarlos del seno de la muerte.  25

       Y la forma elevada,
misteriosa del hombre creaste luego;
       a su mente sagrada
       diste noble sosiego,
a sus ojos el brillo de tu fuego.  30

       Levantaste su frente,
hermoso asiento de tu lumbre viva,
       hacia el cielo eminente
       do a su mirada altiva
ni de tu ser la obscuridad se esquiva.  35

       Cuanto existe en la tierra
de oro y fango, de bálsamo y veneno,
       cuanta virtud encierra
       en su fecundo seno
el éter infinito, de astros lleno,  40
       diste con armonía,
breve mundo, del hombre a la existencia;
       como en Oriente el día
       brotó la inteligencia
de su completo ser oculta esencia.  45

      La pompa de los mundos,
todo ser, toda vida en ella vive;
       los ámbitos profundos
       del cielo en sí recibe,
y de su inmensidad los circunscribe.  50

       Su perfume derrama
la flor, el ave canta, el mar resuena;
       cuanto aborrece y ama,
       todo deleite y pena
está en el alma, y los espacios llena.  55

       Su luz el astro envía,
y tarda siglos en cumplir su anhelo;
       no acaba su porfía,
       no hiere el mortal velo,
mas en el alma está como en el cielo.  60

       ¿Qué habrá que satisfaga
al ser amante en la creación entera?
       ¿De qué beldad se paga,
       si por alta manera
todo en el alma está como en su esfera?  65

       ¿A qué este amor intenso?
¿Qué ignoto ser la voluntad adora?
       ¿Dónde el objeto inmenso,
       la fuerza vencedora,
que domine al amor que la devora?  70

       ¿Qué bondad, qué hermosura
hay en el mundo que gozar no pueda?
       ¿Qué gloria, qué ventura,
       donde se aquiete y ceda?
Ni ¿qué grandeza que a la suya exceda?  75

       El alma es consonancia
de todo lo creado, y sus amores
       son la luz, la fragancia
       de estrellas y de flores.
¿Quién detiene perfumes y fulgores?  80

       ¿Dónde se posa y calma
el corazón, buscando su destino?
       ¿Do está la paz del alma,
       dónde el centro divino
que suspenda su curso peregrino?  85

       La bien templada lira
de cada cuerda exhala melodiosa
      distinto son, y admira
       de la máquina hermosa
dando el conjunto música armoniosa.  90

       Enemigas y fieras
potencias une al mismo fin el hado;
       así de las esferas
       el giro arrebatado
da un concierto sublime y alternado.  95

       La inmortal y sonora
de celeste virtud máquina ardiente,
       que magnífica mora,
       cual antorcha esplendente,
en el sagrado templo de la frente,  100
       ya no más confundida
con la materia se verá: ya dura
       eternamente unida;
       ya tan sólo procura
volar al foco de su lumbre pura.  105

Granada, 1845.

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