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ArribaAbajo

El ángel y la princesa


Romance de Garrett


ArribaAbajo   ¡Oh, qué llantos en palacio!
¡Cuánto luto! ¡Cuánta pena!
Ya se muere, ya se muere
la hermosísima princesa.
Los médicos no se entienden;  5
unos se van, otros llegan;
el mal que la niña tiene
ninguno a curar acierta.
Último rayo de vida
en sus ojos brilla apenas;  10
rezando está negro monje
del lecho a la cabecera.
¿Si aun a tiempo volverá
de allende el mar, de esas guerras,
el rey para que a su hija  15
aun dar un abrazo pueda?
A su niña tan querida,
de su amor única prenda,
consuelo de su vejez,
de sus ojos lumbrera.  20
Helo, helo cómo viene
de allende el mar con sus velas;
mil victorias ha ganado,
y cautivos y riquezas.
El rey, con su comitiva,  25
por el palacio ya entra;
mira a todos lados; nadie
le aclama ni vitorea.
De la hija, que no ve,
a ninguno pide nuevas;  30
corriendo, no de vagar,
va al cuarto de la princesa.
«Hija del alma, hija mía
¿qué tienes? ¿Qué te atormenta?»
Y abre la niña los ojos,  35
y su mirada está yerta.
«La mitad doy de mi reino
y de mi real diadema
a quien acierte su mal,
a quien salve a la princesa».  40
A estas palabras del rey
movió la linda cabeza,
como quien dice: mi mal
ni se entiende ni remedia.
«No sé qué tiene, decía  45
el médico de más cuenta;
si su mal no es mal de amores,
no sé, buen rey, de qué sea».
Un rumor desfallecido
coloró su frente tersa,  50
que del sudor de la muerte
se cubría macilenta.
Los ojos, que en el rey tuvo
fijos desde que le viera,
en señal de pena y miedo  55
los inclinaba a la tierra.
«Levanta, niña, los ojos;
hija, recelo no tengas;
sea quien fuere, será tuyo,
como a la vida te vuelva;  60
ora hidalgo, ora pechero,
ora pobre o rico sea,
para mi yerno le tomo,
y le doy tu mano bella».
Como si el último esfuerzo  65
con dulce fatiga hiciera,
llenos de ternura, al padre
dirigió los ojos ella.
Lento, suave suspiro
exhaló del pecho, y era  70
el alma, que, sin dolor,
se iba volando a otra esfera.
A mortajarla van ya,
cuando en el pecho le encuentran
signos que nadie leía,  75
raras, misteriosas letras.
Siete sabios son venidos
a descifrar la leyenda;
cada uno de los sabios
sabe más de siete lenguas;  80
ninguno explica los signos
del pecho de la princesa.
Sólo el más viejo de todos,
que en Palestina viviera,
«Yo he visto en unas ruinas,  85
dijo, señales cual éstas,
junto a los cedros del Líbano,
do toca el ciclo a la tierra.
Ángeles de Dios hablaban
del mundo en la edad primera  90
con las hijas de los hombres...
pero no entiendo esas letras,
ni lo que dicen diría
aunque supiese leerlas.
Secretos son de otro mundo,  95
que en éste Dios no tolera.»

    Un alto cedro nació
encima de aquella sierra,
por los ángeles plantado,
o por las aves ligeras.  100
En una noche tan sólo
creció el cedro de manera
que no había en todo el reino
otro igual en la grandeza.
Fue en la noche en que llevaron  105
a enterrar a la princesa.
Era un sitio muy querido,
donde solía estar ella;
do sola, de vez en cuando
se pasaba horas enteras,  110
y se diría que hablaba
con las brillantes estrellas;
donde una noche sin luna,
pero límpida y serena,
hubo quien viese en el aire  115
una blanca forma incierta,
y descender poco a poco,
y a los pies de la princesa
pararse un bulto, una sombra,
pero sombra de luz llena.  120
Desde entonces esa infanta
ni una vez riyó siquiera.
Era un ángel quien le hablaba,
¿de Dios, o...? No hay quien lo sepa.

Lisboa, 1850.




ArribaAbajo

El pajarillo del príncipe de Ipsilanti


ArribaAbajo    Dime, pájaro ¿adónde
vas peregrino?
¿A do vuelas tan solo?
¿No tienes nido?
-¡Ay! No lo tengo,  5
y sin hallar reposo,
cansado vuelo.

    Vuelo, y voy caminando,
sin saber dónde
la dicha que he perdido  10
de mí se esconde;
cuando pequeño,
patria tuve y amores
en otro suelo.

    Con mi amada vivía  15
entre los mirtos;
nuestra edad era corta,
grande el cariño;
cariño tierno,
que apenas yo nacido,  20
nació en mi pecho.

    Un gavilán maldito
me robó el alma,
la dulce luz hermosa
que luz me daba;  25
mató mi dicha,
que mató ante mis ojos
la prenda mía.

    Ahora seguiré viendo
tierras extrañas,  30
el cuerpo fatigado,
mustias las alas,
hasta que pare
donde todas las cosas
paran y caen.  35

    Caerán allí mis penas
y mi quebranto,
donde todas las cosas
hallan descanso:
do van unidos  40
a parar gavilanes
y pajarillos.

Madrid, 1857.




ArribaAbajo

Tu recuerdo


De Manuel Geibel


ArribaAbajo    Tu dulce recuerdo
por la noche obscura
me ilumina el alma
cual rayo de luna.
Del alma el silencio  5
tu recuerdo turba,
como el son del arpa,
con grata dulzura.
Entonces me juzgo
dichoso cual nunca.  10

    Es mi corazón
oro, y tu hermosura
la perla brillante
que el oro circunda.
Como perla en oro  15
tal allí deslumbras.
¡Ay! Así tuvieras
en el alma pura
grabada mi imagen,
cual tengo la tuya.  20

Madrid, 1857.




ArribaAbajo

Al sueño


Del mismo


ArribaAbajo    Refrigerio del alma,
donde los cielos,
alivio de las penas,
plácido sueño,
yo te bendigo  5
al hundirme de noche
en tus abismos.

    Mar de místicas olas,
tú me circundas,
dando al cuerpo y al alma
dulce frescura;
lejos, muy lejos
se quedan en la orilla
males que siento.

    Yo te bendigo siempre  15
por la mañana;
de tu seno renace
joven el alma,
fresca, brillante,
como la hermosa Venus  20
nació en los mares.

    Un baño santo eres,
que el ser renueva,
la mente fortifica
y el pecho alienta;  25
el alma pasa
por ti de vida en vida,
de playa en playa.

    Baño es también la muerte,
baño tranquilo,  30
do se pierden cuidados,
y hay paz y olvido;
la opuesta orilla
con vestiduras nuevas
al alma brinda.  35

Madrid, 1857.




ArribaAbajo

El hada Melusina


Del mismo


ArribaAbajo    Virgen seductora
en lo más esquivo
de este bosque mora;
cuanto en él hay vivo,
cuanto en él florece.  5
Si al albor primero
su voz obedece,
se levanta ella,
y los campos huella
con el pie ligero,  10
la cercan las aves,
diciéndole amores,
y dan más suaves
perfumes las flores.
Al lobezno airado  15
su mirar amansa,
y el corzo, extasiado,
a sus pies descansa.
Ella canta y gira.
Su verde camino  20
de perlas, que orea
el sol matutino,
alfombra un tesoro.
Celoso la mira
el sol, la rodea  25
de un manto de oro.

    ¡Ay, si yo lograra
ser la limpia fuente
en cuya corriente
se mira la cara!  30
Lumbre de sus ojos
la fuente recibe,
de sus labios rojos
la risa allí vive,
y al cielo da enojos;  35
y canta la hermosa
esta cantilena:
«Es mi pensamiento
como el viento; el viento,
que nunca se posa,  40
que nadie encadena:
mi corazón puro,
santuario seguro.
Su llave ¿do está?
Yo bien me lo sé,  45
mas no le abriré;
¿quién más lo sabrá,
y abrirlo podrá?»

Madrid, 1857.




ArribaAbajo

El huerto de las rosas


Del griego moderno


ArribaAbajo    En el huerto al entrar de las rosas
¡oh, amada, oh, bellísima Haideé!,
vine a ver donde tú te reposas,
y en ti a Flora y al alba adoré.

    Yo te imploro, mi bien, yo te amo;  5
y al decirte tan dulce verdad,
tu ira temo; temblando reclamo
para mí tu amorosa piedad.

    Si a la rama del árbol, natura
le da frutos, aroma y calor,  10
en tus ojos el alma fulgura,
en tu cuerpo derrama esplendor.

    Mas si amor me abandona, y no presta
sus encantos al yermo pensil,
dame luego cicuta funesta  15
más fragante que rosa de abril.

    Exprimiendo su horrible veneno,
su amargura en la copa pondré;
pero dulce ha de ser en mi seno,
porque libre de ti moriré.  20

    ¡Cuán en balde pretendo, enemiga,
que me salves de tanto dolor!
En tus brazos mi pena mitiga;
dame, ingrata, la muerte o tu amor.

    Amazona que armada caminas,  25
para ti combatir es vencer;
con saetas me heriste divinas;
a tus plantas me hiciste caer.

    Moriré si en mi herida no empleas
tu sonrisa, que sabe curar.  30
Esperanzas me diste... ¿deseas
esperanzas en duelo trocar?

    En el huerto entraré de las rosas,
¡oh amada, oh bellísima Haideé!
Y tú ausente, y las flores hermosas  35
ya marchitas, mi mal lloraré.




ArribaAbajo

El amante hechizado


Del griego moderno

ArribaAbajo    Volad, pajarillos;
id con Dios; partid;
llevad mi recuerdo
al bien que perdí.
Volad hacia Atenas,  5
y, al llegar allí
entrar en su casa
y lindo jardín,
y del manzanico,
florido y gentil,  10
cantad en las ramas,
que ella os pueda oír.
Diréis que a un perjuro
no debe sufrir;
no invoque mi nombre,  15
no llore por mí.
Esclavo de hechizos,
esclavo caí,
y espesa ya tengo
en este país.  20
Por una hechicera
hechizado fui.
Los ríos hechiza,
y dejan de ir
a la mar sus ondas;  25
no pueden surgir
las fuentes que sellan
sus conjuros mil.
¿Cómo en mi barquilla
podré yo partir,  30
si la mar se hiela
en torno de mí?
Renovó el encanto
cuando quise huir
y de niebla obscura  35
cercado me vi;
ya nieve caía,
ya lluvia sin fin.
El sol, si la dejo,
deja de lucir,  40
y si vuelvo a ella
brilla en el cenit.




ArribaAbajo

Romance del pajecito


De Manuel Geibel

ArribaAbajo    Las trompas de caza suenan
y los caballos relinchan,
los perros ladran alegres,
libres ya de la traílla.
El buen rey está en el bosque,  5
hoy tiene gran montería;
el sol al cenit se eleva,
es hora de mediodía.
Entre la densa enramada,
del rey la gallarda hija,  10
sin saber cómo ni cuándo,
la senda lleva perdida.
Paje de rubios cabellos
solo a su lado camina;
a no ser ella la infanta,  15
pareja hermosa sería.
Ya por sitios más frondosos
juntos cabalgando iban.
El pecho del pajecito
late, sus ojos la miran,  20
y de purpura se tiñen
sus juveniles mejillas.
De esta suerte al fin la dice,
con la color encendida:
«No puedo callar más tiempo,  25
hermosa princesa mía;
de amor mi pecho se abrasa,
tuya es el alma y la vida,
si a darte yo me atreviera
un beso en la boca linda,  30
aunque después me mataran,
dichosa muerte tendría».
Sin decir que sí ni no
ella recogió la brida,
y él le sostuvo el estribo  35
cuando saltó de la silla.
En lo profundo se internan
de la espesura sombría;
allí cantan ruiseñores,
allí gimen tortolillas  40
y nacen rosas silvestres,
que amor y fragancia espiran.
El césped verde a la sombra
un fresco tálamo brinda:
paje y princesa descansan  45
sobre la hierba florida.
Sueltos pacen los caballos,
en balde las aves trinan,
en balde suenan distantes
trompas de caza y bocinas.  50
¡Hola, buen rey! No te pares,
acude, porque tu hija,
en brazos del pajecito,
de ti, del mundo se olvida.




ArribaAbajo

Firdusi


De Enrique Heine



I

ArribaAbajo    Hombres hay de oro y de plata.
Si habla un pobre de tomanes,
los tomanes son de plata;
mas en boca de los Schahes
los tomanes son de oro,  5
pues las personas reales
oro sólo dan, reciben
y ofrecen sin denigrarse.
Así lo entiende la gente,
y así piensa el admirable  10
Firdusi, poeta querido
de Mahmud de Gasna, el Grande.
Por orden suya compone
inmensa epopeya el vate,
y por cada verso el Shah  15
un tomán, promete darle.
Del ruiseñor se escucharon
diez y seis veces los ayes,
y florecieron las rosas
y volvieron a secarse.  20
En tanto estuvo el poeta
en los mágicos telares
del pensamiento, tramando
noche y día, con constante
afán, el maravilloso  25
dechado de sus cantares.
En él tejió las leyendas
de su patria, y de los grandes
antiguos reyes de Persia,
y aventuras y combates,  30
genios, ángeles, demonios,
y prodigios singulares.
Todo respirando vida,
con fuego y color brillante,
cual si la luz del Irán  35
desde el cielo lo alumbrase;
luz increada y divina,
que, a pesar del Korán, arde,
como en el último templo,
en el corazón del vate.  40
Éste, concluido el poema,
al Schah le manda al instante;
en el rico manuscrito
doscientos mil versos hay.
En Gasna estaba Firdusi,  45
Firdusi estaba en los baños,
cuando a buscarle vinieron
del Schah Mahmud los esclavos.
Cada cual al hombro trae
para el poeta un gran saco,  50
que a sus pies pone, de hinojos,
en premio de lo cantado.
Los sacos abre impaciente
Firdusi, considerando
que va a recrear la vista  55
con el brillo de oro tanto;
mas ¿qué asombro no fue el suyo
al mirar que era el regalo
tomanes doscientos mil,
pero de vil plata al cabo?  60
Sonriendo amargamente,
tres montones ha formado.
A los negros, que eran dos,
en albricias del recado,
regaló sendos montones,  65
y dio el tercero a un muchacho,
que al bañarse le servía,
para que bebiese un trago.
Báculo de peregrino
tomó, y la ciudad dejando,  70
sacudió, al pasar las puertas,
el polvo de los zapatos.


II

    Propio defecto del hombre
es faltar a sus promesas,
y faltan los que se ciñen  75
a la frente una diadema.
De esto yo no me quejara;
pero en el alma me pesa
que me engañase, fiado
en la doble inteligencia  80
de la palabra tomán,
con astucia baja y fea.
En sus modales y porte
en nada el Schah se asemeja
al vulgo de los humanos.  85
Este noble rey de Persia
un millón de reyes vale;
su mirada digna y bella
se grabó en mi corazón,
como el sol, que, si refleja  90
su ardiente luz en las nubes,
el iris extiende en ellas.
Mas este egregio monarca
me engañó. -¿Quién lo creyera?


III

    En almohadón de plumas,  95
que cubren perlas y oro,
después de haber comido,
y con alegre humor,
sobre la fresca orilla
del manantial sonoro,  100
el Schah se adormecía
al plácido rumor.
Sus siervos reverentes
en torno de él velaban;
Ansari, el favorito,  105
estaba allí con él;
y en vasos de alabastro
color y aromas daban,
azahar, jazmín y rosas,
y lirios y clavel.  110
    Las palmas, con susurro
apenas percibido,
se mecen más esbeltas
que el talle de una hurí,
y en los cielos pensando,  115
puesto el mundo en olvido,
cipreses melancólicos
se alzaban por allí.
    Mas de repente, música
maravillosa suena,  120
despierta el Schah, movido
de grata sensación,
y una poesía dulce
y de misterios llena
escucha y dice: -Ansari,  125
¿de quién es la canción?
    Ansari le responde:
-Firdusi la ha dictado.
-¿Firdusi?- Conmovido
el príncipe exclamó.  130
-¿Dónde está? ¿Cómo vive
mi poeta inspirado?
-Menesteroso vive,
Ansari replicó.
    «El gran poeta ha tiempo  135
que en Thus, su patria habita
en una pobre casa,
y cuida su jardín».
Mahamud escucha atónito,
en silencio medita;  140
con Ansari encarándose,
rompió silencio al fin.
   -Ve sin tardanza, escoge
de mis mulas doscientas,
y cincuenta camellos,  145
que harás luego cargar
con todos los tesoros,
primores, vestimentas
y alhajas, que aun los reyes
pudieran envidiar.  150
   «Y de marfil y sándalo,
con cajas de ataujía,
con esmaltados cálices,
con oro y con cristal,
con alfombras y chales,  155
brocado y sedería
de cuanto se fabrica
en esta capital.
    «Y llevarás contigo
ricas armas, jaeces,  160
de tigres y leopardos
la remendada piel,
y confites y tortas,
turrón de almendra y nueces,
y generosos vinos  165
y perfumada miel.
    «Y quiero que conduzcas
también doce corceles
de árabe raza pura,
de carrera veloz;  170
y doce negros ágiles
y membrudos y fieles,
de bronce en las fatigas
y prontos a una voz.
    «Con tan regio presente  175
te pondrás en camino
para llevarle luego
a Thus, a esa ciudad,
donde entregarle debes
al poeta divino,  180
con expresiones mías
de sincera amistad».
    En mulas y camellos
cargando el gran presente,
a su señor Ansari  185
obedeciendo ya,
va de la caravana
a colocarse al frente,
y con rojo estandarte
a conducirla va.  190
    Y sale de la corte
y camina ocho días,
y llega a Thus, que yace
de una montaña al pie,
y ya la caravana,  195
al son de chirimías,
albogues y trompetas,
entrar en Thus se ve.
    Los conductores todos
de mulas y camellos  200
con voz de trueno cantan:
La ila al Aláh;
la puerta de Occidente
pasaban todos ellos;
grande estruendo metían  205
y bulla en la ciudad.
    La puerta del Oriente
daba en el mismo punto
paso, en el otro extremo
de la ciudad de Thus,  210
a la fúnebre pompa,
que llevaba al difunto
Firdusi a la morada
donde reposa aún.




ArribaAbajo

Romance del pastorcito y la infanta


Del alemán

ArribaAbajo    En balcón del alcázar,
al romper el nuevo día,
tan hermosa como triste,
está la infanta y suspira;
el pastorcito del valle  5
su pensamiento cautiva.
La infanta murió de amores,
sus restos a enterrar iban;
él lo vio, lo vio, y no supo
por quién la infanta moría.  10
En el valle está el sepulcro,
y cuando en él se reclina
el pastor, sueña dulzuras
de una tristeza infinita.




ArribaAbajo

La trompeta del juicio


De Victor Hugo


    Señales son de juicio
ver que todos le perdemos.

LOPE DE VEGA                



ArribaAbajo    Yo vi entre nubarrones
una trompeta monstruosa y rara
aguardando a que un ángel de pulmones
con mayúsculo empuje la soplara.
Y este clarín fantástico, sombrío,  5
forjado de justicia hecha metal,
aunque lejos del mundo, en el vacío,
al mundo daba un frío sepulcral.
Fuera del tiempo, más allá del ser
reposaba el clarín  10
viviendo y entendiéndose a placer
donde no hay forma, límite ni fin.
En donde nada baja y nada sube,
en donde todo pasma;
donde el espectro es nube  15
y la nube fantasma;
allí, como quien no quiere la cosa,
este clarín cavila y se reposa.

    ¡¡El clarín del abismo!!!... Muy feroces
han de salir un día siete veces  20
de su cóncavo seno. Mientras tanto
calla el clarín y piensa... y sin testigos
empolla recompensas y castigos.
¡Ay!, de todo el espanto
que reina por el cielo,  25
es este empollador bárbaro abuelo.
Yo le consideraba entre vapores
como quien considera
a un silencioso gallo en los horrores
de la noche más fiera.  30
Y la inmovilidad del cementerio
y el sueño de las tumbas y el reposo
de los muertos que yacen en su nicho
estaban fabricados, ¡oh misterio!,
del extraño silencio portentoso  35
que tenía en la boca el susodicho
clarín; y era un silencio tan pesado,
que le impedía al muerto más taimado
un pliegue solamente
hacer sobre su frente  40
en el sudario, ya medio podrido,
que (lindo sastre) le cosió el olvido.

    Harto se comprendía
que mientras se callase la trompeta
el anatema se suspendería,  45
el sepulcro los muertos tragaría,
la multitud de vivos viviría
y se divertiría y comería,
si es que no estaba a dieta:
y, satisfechas todas las pasiones,  50
habría tertulias, bailes y festejos,
y se emborracharían los tiranos;
y por postre de tantas diversiones,
(¡oh inaudita verdad!) mozos y viejos
irían a ser merienda de gusanos  55
mas, en el punto mismo
en que llegase a oírse el trompeteo
de la feroz trompeta del abismo,
se armaría un jaleo
grande entre los difuntos,  60
y de las tumbas entreabiertas, juntos
se verían salir a centenares
palomas, ¡ay!, de horribles palomares:
y formando un estruendo singular
como si se volcase todo el mar  65
en espumosa catarata hirviente,
los muertos, revolando,
y sus huesos buscando,
animarían el espacio ingente.

    El clarín, en el ínterin, discreto,  70
tenía facha de estar en el secreto.

    De su bronce el crujir
haría saltar, vibrar y revivir
la sombra, el plomo, el mármol, y su son
a las cosas que más sordas han sido  75
las haría estallar con estampido
de bomba colosal de percusión.
Al eco de la trompa evocatoria,
recobraría el olvido la memoria,
tiritaría el cielo palpitante,  80
darían un grito todas las conciencias,
y el licenciado en ciencias,
el doctor, el ateo,
el discreto y el tonto,
y el bonito y el feo  85
sentirían de pronto
que aquella estrepitosa melodía
por sus tuétanos mismos discurría.

    Esto ha de suceder
según lo que yo puedo columbrar;  90
tal es el porvenir;
por lo menos, así lo logro ver,
cuando sobre él me pongo a meditar.
¡Este mundo tendrá que concluir!
Años, meses y días pasarán,  95
y los huecos del tiempo llenarán,
y cuando el tiempo esté todo relleno,
en medio de la noche dará un trueno,
y llegará la formidable hora,
y la fatal y pálida mañana,  100
y la trompa sonora
tocará de los muertos la diana.

    ¡Oh diana terrible!
¡Oh sobresalto atroz! ¡Oh voz de alerta!
La confusión de muertos me horroriza.  105
¡Ay! La noche despierta
a la muerte, su hermana, su melliza.
Y... yo, el incorruptible
bronce estaba mirando, pensativo.
Ya no sé lo que escribo.  110

    Y toda voluntad, de oro o de cieno,
y pasiones sin freno,
y amor, virtud, furores,
himnos, gritos, placeres y dolores,
se estampan en la trompa colosal,  115
do una Babel enrosca su espiral.

    Lo largo de esta trompa es un misterio
desde lo eterno llega a lo absoluto;
no hay toesa, ni codo, ni hombre serio,
que medir pueda el bárbaro cañuto;  120
uno de sus extremos llega al bien,
el otro llega al mal;
desde Sodoma pasa hasta el Edén,
y desde el hombre pasa al animal.

    Su negra sima y hórrido bojeo  125
al acaso le da envidia,
y es de la Humanidad que se fastidia
el bostezo más feo.
Crímenes, vicios y otras porquerías
las entrañas sombrías  130
esconden del clarín, las tempestades
se reposan en sus concavidades,
y en torno de la obscura redondela,
Satanás, con gran maña
convertido en araña,  135
urde una sucia y asquerosa tela.

    De repente, una mano
sale de lo infinito, y, poco a poco,
va a agarrar la trompeta.
¿De quién será esta mano? No hay humano  140
entendimiento, aunque se vuelva loco,
ni hay imaginación clara y discreta
que lo descubra y diga.
Solamente se piensa
que es una mano inmensa  145
y no una mano amiga.
El dueño de la mano está esperando
que le den la señal
para asir la trompa, y, resoplando,
tocar la hora final.  150
¡Ay! Este ocioso trompetero eterno
vela en tinieblas su estatura ingente;
más, hundiendo la planta en el infierno,
a las estrellas llega con la frente.

Madrid, 1859.




ArribaAbajo

El dios Apolo


De Enrique Heine



I

ArribaAbajo    Se alza el claustro en un peñón,
cuyo cimiento el Rhin besa;
la novicia está mirando
desde una encumbrada reja.
Encantadora barquilla  5
sobre las ondas navega,
laurel y flores la adornan
y gallardetes de seda.
Todo a la dorada lumbre
del sol poniente destella.  10
De oro y púrpura vestido,
con rara magnificencia,
rubio mancebo gentil
del barco en medio se eleva.
Van a sus pies nueve hermosas  15
candidísimas doncellas;
la túnica al talle esbelto
ciñe, y descubre la pierna;
toca la lira el mancebo
de la rubia cabellera,  20
y canta con tal dulzura,
que sus cantares penetran
de la novicia en el alma,
como fuego la queman.
Santíguase la novicia,  25
hace la cruz, pues no ahuyenta
la delectación amarga
y la dulcísima pena.
-Soy el dios de la poesía,
a quien el mundo venera,  30
mi templo está en el Parnaso,
famoso monte de Grecia;
mil veces allí he bebido
inspiración en la fresca
fuente Castalia a quien sombra  35
cipreses gallardos prestan.
Allí sentadas en torno
cantaban las musas bellas,
entreverando con risas
y charla las cantinelas,  40
mientras sonaba la trompa
en lo esquivo de la selva,
donde cazaba mi arisca
hermana, Artemis, severa;
no bien mis labios rizaban  45
la onda Castalia serena,
brotaba el canto en mis labios
por misteriosa manera.
Yo cantaba, y de la lira
al sonar las dulces cuerdas,  50
Dafne acudía a mirarme
por entre lauros y adelfas;
cantaba yo, y cual difunde
ricos aromas el néctar,
mi canto bañaba en gloria  55
la redondez de la tierra.
Vine de Grecia, arrojado
mil años ha, pero queda
en Grecia siempre mi alma
y mi corazón en Grecia.  60


II

    Disfrazada de beata,
de negro sayal vestida,
con capuchón y con manto
se ha escapado la novicia;
del Rhin siguiendo la margen  65
hacia Holanda se encamina,
y con ansiedad pregunta
a cuantos halla en la vía:
-¿No visteis a Apolo? Lleva
rojo manto y una lira,  70
a cuyo son canta el dulce
ídolo del alma mía.
Unos con ojos de espanto,
otros la escuchan con risa,
otros le vuelven la espalda,  75
otros dicen: «¡Pobre niña!»
A un vejezuelo que canta
gangoso, al andar vacila,
hace cuentas con los dedos,
y va con una mochila  80
y un sombrero de tres picos,
la novicia se aproxima.
Con ojos vivos el viejo
oye la pregunta misma:
-¿No visteis a Apolo? Lleva  85
rojo manto y una lira
cuyo son canta el dulce
ídolo del alma mía.
Sacudiendo la cabeza,
manoseando la barbilla,  90
el vejezuelo responde
con gran socarronería:
-¿Si le he visto? Ya lo creo:
muchas veces en mi vida;
siempre que yo, en Amsterdam,  95
a la sinagoga iba.
Como allí de chantre estaba,
rabí Apolo le apellidan;
mas no es ídolo de nadie,
que es mala la idolatría.  100
Sé también del rojo manto,
todo de escarlata fina,
de a ocho doblones la vara;
aun no cobró quien lo fía.
Conozco al padre de Apolo,  105
es de mi propia familia,
portugués circuncidante,
que doblones circuncida.
Se llama Moisés Pereira,
y su mujer, que es mi prima,  110
en pepinos en vinagre
y en trapos viejos trafica.
Del hijo no están contentos,
porque, mejor que la lira,
sabe manejar los naipes  115
y enredar la timbirimba.
Es un librepensador
que a todos escandaliza;
por comer carne de cerdo
le han quitado la chantría.  120
Ahora va por esos mundos
con comediantas perdidas,
y desempeña papeles
de bufón, con mucha chispa;
pero cuando más al pueblo  125
en los mercados cautiva,
es cuando hace de Holofernes
o cuando a David imita,
cantando devotos salmos
en nuestra lengua castiza.  130
Hace poco, en un garito,
sonsacó a las nueve ninfas,
y de Apolo va corriendo
la tuna en su compañía.
Una de ellas, que es muy gorda,  135
está que brama de ira,
porque la gente, al mirarla
con tanto laurel encima,
la llama por remoquete
la verdeante cochina.  140




ArribaAbajo

El paladín heraldo


De Luis Uhland

ArribaAbajo    De su hueste a la cabeza
iba el paladín Heraldo,
al resplandor de la luna,
una selva atravesando.
Las conquistadas banderas  5
ondean al viento manso;
el himno de la victoria
repite el monte cercano.
Pero, ¿quién susurra y gime
entre el frondoso arbolado,  10
y agita y besa las flores
y se columpia en los tallos?
¿Quién desciende de las nubes,
o surge del río claro,
y danza entre los guerreros  15
y detiene los caballos?
¿Quién canta con tal dulzura?
¿Quién acaricia tan blando?
¿Quién las espadas y lanzas
arrebata de las manos?  20
¿Quién los guerreros cautiva
y anuda con dulce lazo?
¿Quién en pos de sí los lleva
sin darles tregua y descanso?
De las sílfides ligeras  25
es el ejército alado,
contra quien armas no valen
y resistirse es en vano.
Hacia el reino de las hadas
los de la hueste volaron,  30
de las sílfides cediendo
al fascinador encanto.
Los corceles sin jinetes
van por el bosque vagando;
lanzas y escudos se miran  35
por el suelo derribados.
Todo de acero vestido,
de la luna al tibio rayo,
Heraldo triste cabalga
por el bosque solitario.  40
Allí fresca y cristalina
mana el agua de un peñasco,
y el héroe desmonta y bebe,
sirviendo el yelmo de vaso.
No bien apaga la sed,  45
siente fallecer los brazos,
las piernas no le consienten,
en la peña se ha sentado.
Reposa el héroe en la peña,
hace ya cien y cien años,  50
con la cabeza inclinada
sobre el pecho, y encrespados
y luengos cabello y barba;
cuando en la selva relámpagos
brillan, el trueno retumba,  55
brama el viento y cae el rayo,
el paladín que dormita
su espada empuña soñando.




ArribaAbajo

La hija del joyero


De Luis Uhland

ArribaAbajo    Entre perlas y diamantes,
dice el joyero a su hija:
-Elena, entre tantas joyas,
eres la joya más rica.
A la tienda del joyero  5
vino un galán cierto día.
-Buen joyero, Dios te guarde,
guárdete Dios, bella niña.
Luego al joyero el galán
desta manera decía:  10
-Hazme una hermosa diadema
para mi novia querida.
Terminada la diadema,
do mil diamantes lucían,
Elena, al verla, exclamaba  15
con dulce melancolía:
-¡Cuán feliz será la novia
a quien él la frente ciña!
Una guirnalda de flores,
don suyo, hiciera mi dicha.  20
Volvió el galán, y, admirando
la diadema, sonreía.
-Haz para mi novia, dijo,
buen joyero, una sortija.
La sortija terminada,  25
Elena a solas suspira,
diciendo: -Feliz aquella
para quien él la destina.
¡A mí me basta un bucle
de su cabellera riza!  30
Volvió a poco el caballero
y halló las joyas muy lindas,
del joyero celebrando
el primor y maestría.
Luego añadió: -Bella Elena,  35
te suplico me permitas
que en ti se prueben los dijes,
a fin de que yo perciba
cómo le irán a mi novia,
a quien eres parecida.  40
Era en aquel día domingo,
y para salir a misa,
con mucho esmero y de gala
Elena estaba vestida.
Al caballero acercose  45
toda vergonzosa y tímida,
como encendidos claveles,
con el rubor sus mejillas.
Él le ciñó la diadema,
él le puso la sortija;  50
juego, estrechando su mano,
le dijo: -Tú eres mi vida,
mi dulce novia tú eres,
y aquí la burla termina.
La sortija es para ti,  55
y la diadema que brilla
sobre tu cándida frente
que sus diamantes eclipsa.
Si entre oro y perlas naciste,
y luciente pedrería,  60
agüero fue de la gloria
a que mi amor te sublima.




ArribaAbajo

La iglesia perdida


De Luis Uhland

ArribaAbajo    De la remota selva a veces viene
confuso y vago son;
del misterio que el son en sí contiene
nadie da la razón.
Iban antes por senda conocida  5
peregrinos sin cuento
a la iglesia en les bosques escondida,
cuyo son trae el viento.
Ya nadie atina con la oculta senda
que a la iglesia llevaba;  10
del siglo herido en la feroz contienda
yo por el bosque erraba;
y, fatigado de un luchar en vano,
hacia Dios me volvía,
y de la selva por lo más arcano  15
penetraba sin guía.
Llegó de nuevo el son en el profundo
silencio hasta mi oído;
aspiró el alma a Dios, olvidó el mundo;
fue más claro el sonido,  20
mi espíritu buscó su propio centro
por el son excitado;
de un extraño poder que obraba dentro
sintiose arrebatado;
y contra la corriente fugitiva  25
del tiempo, en raudo vuelo,
se alzó sobre la niebla, donde viva
brilla la luz del cielo.
Al cielo puro, al sol resplandeciente
torre esbelta subía;  30
como una flor en el dorado ambiente,
la catedral se erguía;
aérea en sus perfiles, esfumada
como una nube de incienso,
perdiéndose en aguja delicada  35
en el éter inmenso.
Y sonó la campana con tañido,
de paz y beatitud,
no por mano mortal el bronce herido,
por célica virtud.  40
De la misma virtud activo fuego
me agitó el corazón,
y con dulce temor penetré luego
en la santa mansión.
El bien, la dicha que gocé en sus naves  45
¿cómo pintar pudiera?
Simulacros, imágenes suaves
me alzaron a otra esfera.
Los simulacros, a la luz celeste,
vida eterna cobraron;  50
y de santos y vírgenes la hueste
mis ojos contemplaron.
De la gloria las altas maravillas
representaba el techo,
cuando caí postrado de rodillas,  55
de amor henchido el pecho;
mas, al alzar de nuevo la mirada,
la cúpula se abrió,
y, patente y real, la gloria ansiada
mi mente descubrió.  60
Ni expresar el fulgor y la hermosura
de aquel perenne día,
ni encarecer su paz y su ventura
puede la poesía.
Quien anhele gozarle, humilde vuelva  65
a Dios el pensamiento,
y al sonar de la iglesia de la selva,
preste el oído atento.




ArribaAbajo

La velada de Venus


Paráfrasis de un himno sagrado de incierto autor latino


ArribaAbajo   Ame mañana el amador; mañana
ame quien nunca amores ha tenido
La hermosa primavera
digna del canto la estación lozana
en que el mundo ha nacido,  5
vuelve, y amor sobre Natura impera.
Mañana el bosque de la rama verde
sacudirá la escarcha fecundante,
y en dulce lazo se unirán las aves.
Ya vagando se pierde  10
en la fresca espesura y odorante,
do entreteje de mirto la enramada,
la tierna madre del amor, Ciprina,
que mañana dará su ley divina
sobre el tálamo excelso reclinada.  15

    Ame mañana el amador; amores
tenga quien nunca amores ha tenido.
Sangre del cielo herido,
con globos brilladores
mezcla Océano de su blanca espuma,  20
y nace Venus, hija de los mares,
y a su belleza suma
los genios de la mar alzan altares.

    Ame mañana el amador; mañana
quien nunca tuvo amor, arda de amores.  25
Con púrpura, con perlas de las flores,
Venus el año pinta y engalana,
y a los besos del céfiro, turgente
muestra el pecho, y extrae
filtro encantado que al amor incita;  30
rocío transparente,
que el aura leve de la noche agita,
sobre la tierra cae.
Son lágrimas de amor que llora el cielo,
que trémulas, ligeras,  35
en las verdosas líquidas esferas
se mecen antes de bañar el suelo.
De púdico carmín tiñe Dione
la rosa, cuando pone
en su cáliz la gota de rocío,  40
que en la noche tranquila
de las estrellas fúlgidas destila.
Mañana debe desceñir la diosa
la túnica ajustada
al pecho de la virgen amorosa,  45
que al amor se abrirá como la rosa.
¡Oh, rosa delicada
que de sangre de Venus, llama viva,
y púrpura del sol, el amor crea
y hace brotar de un beso!  50
¡Oh, esposa virgen, de amor cautiva,
rompe el nudo celoso que rodea
tu talle, y muestra, muestra tu hermosura,
más que nunca esplendente,
por el ígneo rubor en que fulgura  55
tu despejada frente!

    Mañana el amador de amores arda.
Ame también quien en amor se tarda.
Manda a las grutas de arrayán Dione
ir a las ninfas; el amor las guía.  60
Pero ¿cómo las armas no depone
siendo noche de fiesta y alegría?
Id, ninfas; desarmado
el amor está ya; Venus lo quiere,
del arco y las saetas con que hiere,  65
del fuego abrasador le ha despojado;
mas contra la belleza del desnudo
amor inerme prevenid escudo.

    Sientan mañana amor los amadores
y quien no amó jamás arda de amores.  70
Cede, virgen de Delos,
Venus púdicas vírgenes te envía,
oye su voz y cumple sus anhelos.
Queda incruenta la floresta umbría;
no persigas las fieras;  75
Venus a suplicarte acudiría
que sus misterios vieras,
si, casta diosa, tú verlos pudieras.
Allí coros errantes,
y mil alegres turbas circunstantes,  80
y Baco y Ceres con el dios del canto,
de guirnaldas las sienes adornadas,
por tus bosques irán, llenos de encanto,
bajo ramas de mirto entrelazadas.
Tres noches durarán, si lo otorgares,  85
¡oh diosa!, la velada y los cantares,
virgen de Delos, cede:
ya reinar Venus en las selvas puede.

    Mañana el ser desamorado ame,
y en nuevo amor el amador se inflame.  90
Rasga el manto florido Hybla; derrama,
más pródiga que de Enna la llanura,
cuantas flores te dio la primavera.
Venus su ley proclama,
con las gracias está, y ornar espera  95
de tus flores su trono y hermosura.
Ella venir prescribe
a cuanta ninfa vive.
En el bosque apartado,
o bajo la onda tiene  100
alcázar cristalino;
ella a las ninfas cándidas previene
que desconfíen del rapaz divino,
aunque le ven desnudo y desarmado.

    Ame mañana el amador; mañana  105
quien nunca tuvo amor arda de amores.
Venus va a sonreír a la temprana
gentil copia de flores.
El éter que primero,
a la tierra querida  110
uniéndose en fecundo estrecho abrazo,
de nubes le ciñó velo ligero,
y produjo la vida
y la pompa venal en su regazo,
mañana, en luz y en perlas de rocío  115
volviendo a unirse a la divina esposa,
nuevo poder, vivificante brío
pondrá en su entraña ingente y amorosa,
y Venus misma infundirá su aliento
del universo al alma y a las venas,  120
por do corra y transpire,
y nada deje de su fuerza exento,
ni la tierra, ni el mar, ni el firmamento
espíritu vital, que en lo profundo
de la existencia toda oculto gire,  125
y abra caminos de nacer al mundo.

    Mañana el ser desamorado ame,
y en nuevo amor el amador se inflame.
Venus manda que a Troya el Lacio herede,
el hijo por esposo da a Sabinia,  130
la púdica vestal a Marte cede,
y une a los fundadores
de la soberbia Roma
con las nobles doncellas de Sabinia,
de donde origen toma  135
su raza prepotente;
Quirites, caballeros, senadores,
y César su más claro descendiente.

    Mañana el amador de amores arda;
ame también quien en amor se tarda.  140
Venus al campo infunde su alegría,
su vida y sus amores.
Amor nació en el campo, do le cría
Venus con dulces besos de las flores.

    Ame mañana el que jamás ha amado;  145
arda de amor el pecho enamorado.
En todo ser impera
el amor con la grata primavera.
Muge el toro de amor, y junto al río
ala balante grey busca el morueco;  150
en el bosque sombrío
oye y repite con deleite el eco,
el incesante trino de las aves;
con ronca voz aturde la laguna
el cisne, y en el álamo frondoso  155
Filomena con cánticos suaves,
olvidando su mísera fortuna,
enamora al esposo.
Sólo estoy mudo yo. ¿Cuándo el destino
renovará la primavera mía?  160

    Este silencio, el desamor continuo,
de las eternas Musas me desvía.

    Sientan mañana amor los amadores,
y quien no amó jamás, arda en amores.

Madrid, 1860.




ArribaAbajo

La oreja del diablo


De Juan Fastenrath

ArribaAbajo    No por su Don Juan Tenorio
se ufane tanto Sevilla;
don Martín, el de Jerez,
a Don Juan Tenorio eclipsa.
No bien le apuntaba el bozo,  5
aunque ya tenido había
veinticinco o treinta duelos
y mil galantes intrigas,
dijo impaciente a su padre:
-Este sosiego me irrita;  10
no quiero ser la tortuga
con la casa siempre encima;
quiero ver mundo y gozar,
y dar razón de mi vida,
y mostrar cual caballero  15
mi esfuerzo y mi valentía-.
Para disuadirle, el padre
al cigarrón le asimila,
que brinca sin saber dónde,
y sabe Dios dónde brinca.  20
¡Ay, cuán prudentes consejos!
¡Ay, de qué poco servían!
Don Martín monta a caballo,
la espada tiene ceñida,
y llueva, truene o granice,  25
por monte y valle camina.
Junto a un extraño castillo
viene a parar cierto día,
cuyas torres en el centro
de obscura selva se empinan.  30
No hay en el castillo puertas,
ni ventanas se divisan,
mas don Martín quiere entrar,
y con la daga buida
abre en el muro ancha brecha  35
por la cual se precipita.
Inmensas salas recorre,
y no ve persona viva;
la soledad y el silencio
el yermo castillo habitan.  40
Llega al cabo don Martín
a un corral, en donde había
un dragón desaforado,
un dragón que pone grima,
con siete testas cornudas,  45
los ojos brotando chispas,
y con siete enormes fauces
por do ponzoña vomita.
No se asusta el caballero;
no se arredra, y no vacila,  50
y alta la espada, en su diestra
como relámpago brilla.
Tan atinado y brioso
sabe el andaluz blandirla,
que al dragón, de un solo tajo,  55
las siete cabezas quita.
Mas una de las cabezas
tal poder tiene en la vista,
y a don Martín con tal fuerza,
aunque ya cortada, mira,  60
que alzándole por el aire,
le arroja en profunda sima.
Por sus lóbregas entrañas
don Martín rodando iba,
y rodó, sin hallar fondo,  65
lo menos catorce días.
Cuando de pronto ¡oh sorpresa!
Cuando a deshora ¡oh delicia!,
de un encantado palacio
hallose en alcoba rica.  70
Allí, en un lecho, la dama
más bella estaba dormida
que vieron ojos mortales
o soñó la fantasía.
La dama despierta al punto,  75
y lágrimas sus mejillas
humedecen, como perlas
sobre rosas purpurinas.
Dice don Martín: -¿Qué es esto?
¿Por qué lloras, prenda mía?-  80
Y ella: -¡Oh príncipe!, responde-
llorando estoy mi desdicha;
del emperador de Grecia
soy la idolatrada hija,
tan hermosa, que el demonio  85
por mi hermosura suspira.
Aquí fadada me tiene,
hasta que sea su amiga,
o hasta que en cruda batalla
un caballero le rinda-.  90
-¡Yo soy ese caballero!-
don Martín luego replica.
-Lucifer, acude pronto,
don Martín te desafía-.
Poco tarda Lucifer  95
en acudir a la cita;
ya traba con don Martín
la batalla más reñida.
El amor y la presencia
de la preciosa infantina  100
prestan denuedo y pujanza
al héroe de Andalucía.
¡Oh valiente! Ya arrincona
al rival; ya le acuchilla,
y ya le corta una oreja,  105
que guarda como reliquia.
Los dientes de Lucifer
con la cólera rechinan;
muge cual toro a quien ponen
diez pares de banderillas;  110
Y -¡daca la oreja!- exclama,
y -¡daca la oreja!- grita
con ronca voz, como suele
ser la voz de una bocina.
Don Martín, con gran cachaza,  115
le dice: -Calma tu ira;
tus amenazas no temo;
por derecho de conquista
la oreja me pertenece,
y en aguardiente curtida  120
la guardaré, cual recuerdo
de mi proeza inaudita.
Y el diablo: -¡Daca la oreja!
Y don Martín: -Aunque es mía,
te la daré, si me cumples  125
tres deseos que conciba.
-Dilos.- El primero es
que a esta princesa divina
la lleves a su palacio
del Bósforo en las orillas.  130
No bien pronunció la orden,
cuando la hizo cumplida.
Y, ya de vuelta, el diablo
la oreja otra vez pedía.
-Es mi segundo deseo,  135
dijo el héroe, que enseguida
a la gran Constantinopla
me lleves, donde me vistas
las más relucientes galas,
me adornes con joyas finas  140
y me procures dinero
y espléndida comitiva.
Dicho y hecho. Ya resuenan
timbales y chirimías;
atronando están el aire,  145
las músicas y los vivas;
cubren el piso las flores,
y las campanas repican.
Precedido de diez pajes,
más dos que tienen la brida,  150
y seguido de escuderos
y cien negros de Etiopía,
que en cajas de oro y de nácar
en las espaldas fornidas
llevan primorosas telas,  155
diamantes y margaritas,
blancas plumas, raras pieles,
armas y vasos de China,
sobre alfana poderosa,
con entono y bizarría,  160
la corte imperial de Grecia
el gran don Martín visita.
Le sigue el pueblo, y le aplaude,
y sus grandezas admira.
En un balcón de palacio  165
el imperante y su hija
están aguardando al héroe
para hacerle cortesía.
En suma, nuestro andaluz
logra la más alta dicha,  170
y el imperante se allana
a casarle con la niña.
Ya concentradas las bodas,
el diablo humilde suplica
que don Martín dé la oreja  175
o tercer cosa le pida.
-Nada se me ocurre ahora,
don Martín le respondía.
Soy feliz, mas es prudente
guardar tu oreja maldita.  180
En fin, las bodas se hacen
con la mayor alegría.
¡Cuánto amor! ¡Cuánta ventura!
¿Quién, don Martín, no te envidia?
Mas, pasada una semana,  185
don Martín reconocía
que de la piel del diablo
está su mujer vestida.
En el tiempo que la tuvo
el diablo en su compañía,  190
por tal arte la endiabló,
que era imposible sufrirla.
Don Martín, desesperado,
quiere romperse la crisma.
Llama al demonio; éste viene,  195
y dice: -¿Qué necesitas?
-Toma tu oreja, responde
don Martín, toma mi vida,
si la quieres; pero al punto
llévate, más que de prisa,  200
otra vez a los infiernos
a mi esposa la infantina.

Madrid, 1870.




ArribaAbajo

Abdelrahmán I y el ángel


De Juan Fastenrath

ArribaAbajo    En la quinta de Ruzafa,
al umbral del paraíso,
duerme el gran Abdelrahmán,
está de Merván el hijo.
El blanco halcón de Coreixi,  5
de Beni Abbás fugitivo,
halló, lejos de Damasco,
un trono, buscando asilo,
y por toda España ora
extiende ya su dominio,  10
do mártires son los muertos,
los vivientes, morabitos.
Ora su palma contempla
solitario y pensativo,
y trae la palma a su mente  15
dulces recuerdos queridos.
Cuando, rasgando las nubes,
con puro, insólito brillo,
un genio se le aparece
de luz y gloria vestido.  20
Es el ángel Azael,
que la rodilla no quiso
ante Adam, primer profeta,
nunca doblegar altivo;
mas, desterrado del cielo,  25
de su soberbia en castigo,
ante el Emir se postró
y de esta suerte le dijo:
«No te recuerde la palma
tu hermoso suelo nativo;  30
al mirar cuánto se eleva,
eleva tú los designios.
Tuyas son ya las coronas
de perlas y de jacintos
de todos los reyes godos,  35
desde Ataúlfo a Rodrigo.
Alá con amor los ojos
en ti, señor, tiene fijos;
su tremenda cimitarra
el profeta te ha ceñido.  40
Tuya es la tierra andaluza
que abraza el mar con zafiros
y corales, que el sol ama,
de su belleza cautivo.
Haz en tierra tan hermosa  45
un soberano prodigio;
construye un templo que sea
grato a Dios y de ti digno.
De Jerusalén la Alasca
caiga por él en olvido,  50
y su Mihrab primoroso
custodie de Othman el libro.
Por él se eclipse la Caaba
y adoren a Dios rendidos
en Córdoba, y no en la Meca,  55
millares de peregrinos.
Guíelos tu clara estrella,
vengan de Persia y Egipto,
limoneros les den sombra,
baño tus fuentes y ríos.  60
Y de la luz del profeta
como victorioso signo,
haz que tu Aljama se eleve
sobre la iglesia de Cristo.
De la romana grandeza  65
ceda Itálica el prestigio;
ceda columnas de jaspe
y capiteles corintios.
Por once puertas los fieles
entren a cumplir el rito,  70
y abran a once largas naves
las once puertas camino.
Treinta y tres naves las once
crucen, y en un laberinto
de mil columnas divague  75
el pensamiento perdido.
Las mil columnas deslumbren
cual los acerados filos
de las mil mejores lanzas
de tus cenetes lúcidos.  80
La herradura del Borac
que alzó al Profeta al Empíreo,
enlazando las columnas
trabe y una el edificio.
Semejen los leves arcos  85
a los ondulantes rizos
que hacen, si los mueve el viento,
tus estandartes invictos.
Y un arco en otro se eleve,
en color y adornos rico,  90
como el iris que el sol crea
y corta en iris distintos.
Para precaver de infieles
un ataque repentino,
muros almenados cerquen  95
la Aljama como un castillo.
Yo a las peris y a las hadas
he de llamar en tu auxilio,
para que prodiguen flores
de tus pensiles divinos,  100
los cuales a los mosaicos
y alicatados prolijos
y a la cúpula gallarda
del Milirab presten su brillo.
Las limpias fuentes del patio  105
y los naranjos floridos
a los ruiseñores llamen
a dar melodiosos trinos;
y llene un mar de esplendores
el misterioso recinto  110
y en armonías y aromas
se impregne su ambiente tibio.
Sus, pues, noble Abdelrahmán,
realiza tanto prodigio,
recobra la antigua fuerza  115
y los juveniles bríos.
Tu gloria por este templo
vivirá en todos los siglos,
te premiarán las huríes
eternas con su cariño.»  120
Así dijo; y sin tardanza
se cumplía lo que dijo.
Llenan a Córdoba toda
de animación y bullicio
los alarifes y obreros  125
en gran número reunidos,
y el templo, con rapidez,
ya se levanta magnífico.
Con blanca y poblada barba
y con turbante blanquísimo,  130
una hora cada día,
como el peón más activo,
un anciano venerable
trabaja en el edificio.
Cuando la implacable muerte  135
cortó de su vida el hilo,
el templo maravilloso
casi estaba concluido;
y perdonado Azael,
en busca del Emir vino,  140
y juntos pasaron ambos
el umbral del paraíso.

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