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Trozos del Fausto



I

Los arcángeles


RAFAEL

    En la concorde armonía
donde concurre a porfía
toda esfera celestial,
por el marcado camino,
lleva con himno divino
el sol su hoguera inmortal;
su mirada creadora,
cuyo origen nadie explora,
fuerza a los ángeles dio
y perfecto a maravilla
hoy el universo brilla
como el día en que nació.

GABRIEL

    Y con rapidez, que admira
y no se comprende, gira
de la tierra el esplendor,
cambiando la luz serena
en profunda noche, llena
de tinieblas y terror.
Con montes de espuma asalta
hasta la roca más alta
desde su abismo la mar;
y por su esfera arrastrados
van mar y roca lanzados
en el eterno girar.

MIGUEL

    Y en mar y tierra se escucha
bramar en férvida lucha
de la tormenta el furor,
cuando forja la cadena
que a ocio o a muerte condena
la actividad del amor;
y la destrucción primero
va señalando el sendero
por do el rayo debe ir;
pero ya el ángel augura,
señor, la paz y ventura
que en su día ha de venir.

LOS TRES

    Tu mirada creadora,
cuya esencia nadie explora,
fuerza a los ángeles dio;
y perfecto a maravilla
hoy el universo brilla
como el día en que nació.


II

La evocación


ESPÍRITU

    A tu evocación cedí
y a tu conjunto potente;
ansiabas verme de frente,
y ya me tienes aquí.
    ¿Por qué te vence el terror?
¿Por qué enmudece tu lengua?
¿Por qué a mi vista se amengua
tu sobrehumano valor?
    ¿Dónde está el seno fecundo,
cuya virtud vencedora
crea, nutre y atesora
en sus abismos un mundo?
    ¿Do el corazón que se erguía
con altivo movimiento,
y en su orgulloso contento
igual a mí se creía?
    ¿Do la voz que me llamaba?
Y tú, Fausto, ¿dónde has ido?
¿Dónde el vigor ha caído
que hacia mí te levantaba?
    Mi aliento con miedo vil
hasta tus tuétanos hiela:
no eres águila que vuela,
sino pisado reptil.
........................................
    De la acción en la tormenta,
y de la vida en el mar,
mi ser flota y se sustenta,
sube y baja sin cesar.
       Eterna corriente,
       nacer y morir,
       cual tejido ardiente
       y vario el vivir,
que del tiempo en la fábrica sonora
tramó de Dios la veste vividora.


III

La resurrección


CORO DE ÁNGELES

    Mortal, bendice tu suerte.
¡Ya Cristo resucitó!
Ya del pecado y la muerte
las cadenas quebrantó.

CORO DE MUJERES

    Con aromas y bálsamo
su santo cuerpo ungimos,
y con cendales cándidos
su desnudez cubrimos:
mas ¡ay!, que en el sepulcro,
do reposaba ya,
le busca nuestro anhelo,
y Cristo allí no está.

CORO DE ÁNGELES

    Feliz quien de amar entiende:
ya Cristo resucitó,
y hasta el cruel que le ofende
su ser divino mostró.

CORO DE DISCÍPULOS

    Salió del sepulcro
con viva hermosura.
Si eterna ventura
promete su amor,
¿por qué, al ir al cielo,
del mundo se aleja,
y solos nos deja
y en hondo dolor?

CORO DE ÁNGELES

    Ya venció a la muerte impía;
ya Cristo resucitó.
Romped, pues, con alegría
la cadena que os ató.
    Con obras de caridad
su doctrina ensalzaréis,
y por él comulgaréis
en santa fraternidad.
    Y si extendéis por doquiera
su fe y su nombre sagrado,
aunque en el cielo os espera,
siempre estará a vuestro lado.


IV

La feria


UN MENDIGO

 (Canta.) 

   Gentiles caballeros, casadas y doncellas,
que adornáis con mil galas la gracia y la beldad,
atención compasiva prestad a mis querellas;
del mísero mendigo los males remediad.
No consintáis que sea mi suplicar en vano:
dar limosna a los pobres es el mayor placer;
hoy es día de fiesta para todo cristiano,
¿dejaréis que de ayuno para mí venga a ser?

SOLDADOS

    Ya torres altivas,
ya muros y almenas,
ya niñas esquivas
conquista el valor.
Si rudas faenas
costó la victoria,
mayor es la gloria
y el premio mayor.
    A próspera suerte
a dicha colmada,
o a bárbara muerte
nos llama el clarín.
En vida alternada
de amores y riñas,
castillos y niñas
se rinden al fin.
    Audacia y cuidados
gran premio tendrán.
Así los soldados
alegres se van.

CAMPESINOS BAJO LOS TILOS

 (Cantan y bailan.) 

    Empieza el baile en el ejido;
el mozo al baile va muy galán;
va con mil moños en el vestido
bajo los tilos todos están.
Desatinados bailan en fin.
       ¡Alza! ¡Viva!
Amor las almas rinde y cautiva,
al son de flautas y violín.
    No reparando el mozo en nada,
da con el codo a una beldad.
La niña dice muy enfadada:
«Tenga usté un poco de urbanidad.
¡Qué desvergüenza! ¡Qué galopín!»
       ¡Alza! ¡Viva!
Amor las almas rinde y cautiva,
al son de flautas y violín.
    Ambos, no obstante, entran en rueda,
y juntos bailan con gran fervor.
Su falda agita la danza leda,
su rostro enciende bello rubor.
Caderas, codos, tócanse en fin.
       ¡Alza! ¡Viva!
Ya se reposa la niña esquiva
asida al brazo del galopín.
    «Lisonjas falsas; creerte no debo.
No me seduzcas, hombre sin fe».
Mas dulcemente logra el mancebo,
lejos, adonde nadie los ve,
a la muchacha llevar al fin.
       ¡Alza! ¡Viva!
Amor las almas rinde y cautiva,
al son de flautas y violín.


V

En el laboratorio


ESPÍRITUS

 (Fuera.) 

    Dentro hay uno preso,
quedaos aquí.
Como zorra en lazo
cayó el infeliz.
Revolad en torno;
bajad y subid,
hasta que el diablo
consiga salir.
Si con nuestro auxilio
escapa por fin,
tan buen camarada
nos ha de servir.
...................................
       Negras ojivas,
       ¡desvaneceos!
       ¡Nubes, rompeos!
       ¡Oh, luces vivas
       del éter puro,
       entrad, lucid!
      El aire obscuro
       poblad, estrellas
       y ninfas bellas.
       Genios, el vuelo
       de amante anhelo
       raudos seguid.
       Cubrid el suelo
       y la enramada,
       donde el amante
       habla a su amada,
       con un flotante
       blanco cendal.
       Broten las flores,
       haya verdura,
       sombra y olores.
       La uva madura
       prensa estruje,
       y que a su empuje
       corra un raudal
       de hirviente vino,
       que por los prados
       se abra camino,
       dando a collados
       y a bosque umbroso
       reflejo hermoso
       en su cristal.
       Canten las aves
       enamoradas;
       tejan las hadas
       danzas suaves;
       vierta un tesoro
       de lumbre el sol.
       En ondas de oro
       vayan flotando
       islas amenas,
       do el aéreo bando
       mil cantilenas
       diga de amor.
       Y ya reunidos,
       los genios giren;
       ya se retiren;
       Ya difundidos
       decidan éstos
       al éter vago
       o a los enhiestos
       montes subir;
       todos alcancen
       cual luz querida
       de amante vida
       siempre lucir.
...............................................
    ¡Ay! Destrozaste el mundo.
¡Ay! ¡Ay! El mundo hermoso
con brazo poderoso,
un semi-dios rompió.
Sus restos al profundo
del no-ser arrojamos:
la beldad lamentamos
que en él resplandeció.
    Mas tú debes, gigante
entre todos los seres,
un mundo más brillante
en tu pecho crear,
do entre luz y placeres
se abra campo la vida
nueva a que te convida
nuestro nuevo cantar.


VI

La taberna de Auerbach


FROSCH

 (Canta.) 

    Prodigio tan sobrehumano
me confunde:
¿el Sacro Imperio Romano
no se hunde?
............................................
    Tiende el vuelo, Filomena,
y saluda veces mil
a mi querida gentil
en su dulce cantilena.
...........................................
    La puerta, vida mía,
abre al amor que veía;
cierra ya con cautela;
cierra, que viene el día.

BRANDER

 (Canta.) 

    Un atrevido ratón
en la despensa habitaba,
y de queso se atracaba,
de tocino y de jamón.
    Con vivir tan placentero,
entre el queso y el tocino,
gordo se puso el indino
como el gran Martín Lutero.
    Mas logró la cocinera
que comiese rejalgar,
y dio el ratón en brincar,
cual si en el cuerpo tuviera
       ¡oh qué dolor!,
       al propio Amor.

CORO

       ¡Oh, qué dolor!,
       al propio Amor.

BRANDER

    Corriendo ron furia loca,
en todas partes bebía,
en balde apagar ansía
el ardor que le sofoca.
    Roe cuanto mira en casa;
no hay lugar en que no entre;
imagina que en el vientre
lleva un carbón hecho brasa.
    Pero inútil considera
tanta agitación al cabo,
y triste se muerde el rabo,
cual si en el cuerpo tuviera
       ¡oh qué dolor!,
       al propio Amor.

CORO

       ¡Oh, qué dolor!
      al propio Amor.

BRANDER

    En su horrible malestar,
yendo al fin a la cocina,
moribundo se reclina
el ratón junto al hogar.
    Y bufa, y gruñe, y deplora
tanto su mal el ratón,
que es de bronce el corazón
de quien le escucha y no llora.
    Mas ríe la cocinera,
y sin compasión le mira,
y él a sus plantas expira,
cual si en el cuerpo tuviera
       ¡oh, qué dolor!,
       al propio Amor.

CORO

       ¡Oh, qué dolor!,
       al propio Amor.

MEFISTÓFELES

   Érase un rey que tenía
una pulga colosal,
y más que a su hijo quería
a tan extraño animal.
    Hizo que el sastre viniera
y que al bicho seductor
de terciopelo vistiera
chupa y calzas con primor.
    El bicho bien adornado,
bandas y cruces lució,
y del rey encaprichado
ser el ministro logró.
    A la corte sus parientes
todos llegaron a ir,
y libre ya de sus dientes
nadie podía vivir.
    Medran las pulgas picando
a cuantas personas ven,
y hasta a la reina aquel bando
chupa la sangre también;
regías pulgas aguantar;
mas nosotros cuando muerdan,
las debemos estrujar.

CORO

Mas nosotros cuando muerdan,
las debemos estrujar.

MEFISTÓFELES

 (Con gestos extraños.) 

    El cabrón cuernos tiene;
la cepa tiene uvas;
el vino de las cubas
de su jugo proviene.
    Si la vid es un palo,
palo la mesa es;
vierta la mesa, pues,
el vino que os regalo.
    Hondo mirar fijemos
en la naturaleza;
y con fe y entereza
este milagro haremos.
....................................

 (Con aire severo.) 

    Que falsos sonidos
y vana ilusión
turben sus sentidos,
roben su razón.
....................................
    ¡Desvanézcase el hechizo!
Caiga del error la venda,
y que cada cual comprenda
la burla que el diablo hizo.


VII

La bruja


EL MONO

 (Se aproxima y acaricia a Mefistófeles.) 

    Echa los dados;
juega conmigo;
deja que logre
hacerme rico;
pues con dineros
en el bolsillo
tendré talento,
tendré juicio.
..................................
    Ruede la bola;
el mundo ruede;
suena a cascado
y va a romperse.
Como de vidrio
hecho parece,
y que está hueco
interiormente.
Mira, hijo mío,
que no te ciegue
el primoroso
brillo que tiene.
Va a dar un trueno;
matarte puede,
cuando en pedazos
todo se quiebre.
......................................
    De ladrón la condición
la criba al momento aclara,

 (Corre hacía la mona y la obliga a mirar al través de la criba.) 

mira al través esa cara;
di su nombre, si es ladrón.

LOS ANIMALES

    Corona aquí tienes:
sostenla en tus sienes
con sangre y sudor.

 (Saltan desordenadamente con la corona y la rompen en dos pedazos, con los cuales bailan en todas direcciones.) 

    Mas no: la rompemos;
y hablamos y vemos,
y hasta componemos
versos con valor.
.......................................
    Lógrese un intento
por casualidad,
y habrá habilidad
y habrá pensamiento.

LA BRUJA

    ¡Maldito mono funesto!
Descuidaste la caldera
y quemaste a la hechicera.
¡Maldito!

 (Viendo a FAUSTO y a MEFISTÓFELES.) 

Pero ¿qué es esto?
¿Quién es? ¿Quién audaz no teme
entrando hasta aquí mi enojo?
Que este fuego que os arrojo
hasta los huesos os queme.

MEFISTÓFELES

 (Volviendo el abanico que tiene en la mano, y dando golpes a derecha e izquierda sobre los vasos y calderas.) 

    ¡Basta! Deja el hervidero.
Caigan vasos y caldero;
me gocé en acompañar,
¡oh bestia!, tu melodía,
destrozando cuanto había
alrededor del hogar.
 
(Mientras, la BRUJA se retira llena de cólera y de miedo.)

 


VIII

Balada del rey de Thule


MARGARITA

 (Con una lámpara en la mano.) 

 (Empieza a cantar mientras se desnuda.) 

    De amor y lealtad tesoro,
un rey en Thule reinó,
a quien una copa de oro
su amiga, al morir, dejó.
    Sin vaciar la copa bella,
no halla en el festín encanto,
y clava la vista en ella,
y al beber acude el llanto.
    Cuando el cetro y la corona,
previendo el fin de la vida,
a su heredero abandona,
guarda la copa querida.
    A la torre que se eleva
y avanza sobre la mar,
a sus caballeros lleva
regio festín a gozar.
    Último fuego el anciano
bebe allí de amor fecundo,
y arroja con firme mano
la santa copa al profundo.
   Cubierta por onda vaga
la mira desparecer;
y su mirada se apaga,
y nunca vuelve a beber.

 (Abre el armario para encerrar sus vestidos, y ve la cajita de las joyas.) 



IX

Tormento de amor


MARGARITA

 (Sola, hilando en el torno.) 

    ¡Corazón, cuán hondo
pesar te atribula!
La paz que perdiste
no volverá nunca.
    Donde no le miro
yo veo la tumba;
se secan los campos
y el cielo se anubla.
    Hirió mi cabeza
extraña locura;
destrozan mi seno
recelos y angustias.
    ¡Corazón, cuán hondo
pesar te atribula!
La paz que perdiste
no volverá nunca.
    Mi afán por las calles
hallarle procura;
desde la ventana
mis ojos le buscan.
    Su ademán altivo,
su noble figura,
su risa, su dulce
mirar que subyuga;
    su voz que me hechiza,
su hablar que me turba,
la presión que siente
mi mano en la suya;
    y, ¡ay!, su beso... El alma
vanamente lucha;
la paz ya perdida
no volverá nunca.
    Mas la paz no anhelo,
que anhelo ventura;
y sólo en tenerle
cautivo se funda,
    y en darle mil besos
sin tregua ni hartura;
si sus besos matan,
morir no me asusta.


X

Plegaria

 (En un hueco del muro, una imagen de la Madre Dolorosa, con vasos llenos de flores delante.) 


MARGARITA

 (Poniendo flores nuevas en los vasos.) 

    ¡Ay, Madre Dolorosa!
Tus ojos vuelve a mi dolor piadosa.
El pecho, cuando miras
morir al Hijo amado,
por siete espadas llevas traspasado;
por su pasión y tu pasión suspiras,
y al padre celestial pides consuelo.
Tal vez no menor duelo
todo mi ser domina y atormenta;
tú sabes la esperanza que me alienta,
el mal que me devora,
por qué mi pobre corazón te implora;
aguda flecha en él clavada llevo
por dondequiera que mi planta muevo.
¡Ay! Lloro, lloro sola en mi quebranto
y se deshace el corazón en llanto;
con mi llanto regué por la mañana
las macetas que adornan mi ventana,
cuando estas flores para ti cogía,
y dio luz a mi alcoba y alegría
el alba, hasta en mi lecho reluciendo,
y en él sentada me encontró gimiendo.
¡Virgen de los Dolores! ¡Madre mía!
¡Sálvame de la muerte ignominiosa,
vuelve tus ojos hacia mí piadosa!


XI

Serenata


MEFISTÓFELES

 (Canta, acompañándose con la cítara.) 

    Al indeciso fulgor
con que ya la aurora brilla,
¿qué intentas, Catalinilla,
a la puerta de tu amor?
No te fíes, y desdeña
falso ruego,
que entrarás doncella, y luego
saldrás dueña.
    Niñas, vivid con recato;
ya es tarde. ¿Qué se ha de hacer?
Más precauciones tener:
que nunca al galán ingrato
diga el corazón sencillo:
te amo y cedo,
si antes no os pone en el dedo
el anillo.


XII

La catedral

 
Oficios. -Órgano y canto.

 
 
(MARGARITA entre la multitud. -El ESPÍRITU detrás de MARGARITA.)

 

ESPÍRITU DEL MAL

    ¡Cuán mudada te hallas!
Cuán otra, ¡oh Margarita!
Aquí mismo, inocente,
doblabas la rodilla,
rezabas en tu libro,
y sólo Dios hacía
su morada en tu alma,
entre juegos de niña.
¿Qué turba tu cabeza?
¿Qué horror tu pecho agita?
¿Pedir a Dios, acaso,
por tu madre osarías,
que murió por tu culpa?
¿Qué sangre es la que miras
de tu casa a la puerta?
Y en tus entrañas mismas,
su desdicha anunciando
y tu propia desdicha,
con vivir ominoso,
¿qué nuevo ser palpita?

MARGARITA

    De horribles pensamientos,
¡ay, cielos!, ¿quién me libra?

CORO

    Dies israe, dies illa
solvet saeclum in favilla.

ESPÍRITU DEL MAL

    Ira de Dios te agobia;
te aguarda su justicia;
las trompetas resuenan;
los sepulcros vacilan.
Tu corazón despierta
del sueño entre cenizas;
para tormento y llamas
recobra nueva vida.

MARGARITA

    ¡Ay! ¡Huyamos! El órgano
del aliento me priva;
los cantos en mi pecho
abren profunda herida.

CORO

   Judex ergo cum sedebit,
quidquid latet, adparevit,
nil inultum remanevit.

MARGARITA

    ¡Me ahogo! ¡Los pilares
del templo me cautivan...,
me aprietan..., y la bóveda
se me desploma encima!
¡Aire!

ESPÍRITU DEL MAL

¡Luz!... No se ocultan
pecados e ignominia.

CORO

   Quid sum miser tunc dicturus?
Quem patronum rogaturus?
Cum vix justus sit securus.

ESPÍRITU DEL MAL

    Los bienaventurados
de ti apartan la vista,
y los justos que pasan
darte la mano evitan.
¡Ay de ti!

MARGARITA

Yo me muero.
¡Socorredme, vecina!

 (Cae desmayada.) 


CORO

Quid sum miser tunc dicturus?

Madrid, 1878.




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El sable de Vucachin


Romance popular de Servia

ArribaAbajo    En el campo de Kosovo,
a la margen del Sitniza,
está, con cien mil guerreros,
el gran sultán de Turquía.
Un faraute con un sable  5
recorre todas las filas:
trescientas monedas de oro
por la hoja damasquina,
y trescientas por las joyas
que en el fondo relucían,  10
y trescientas por el puño
el buen faraute pedía.
Allí a Marco Kralyewitch
halló el faraute por dicha.
«Déjame mirar el sable»,  15
Marco Kralyewitch decía.
Después de haberle mirado,
añadió con bizarría:
«Las novecientas monedas
que valer el sable estimas  20
darte quiero de contado;
mas a sitio te retira
seguro, donde yo el cinto
sin recelo me desciña,
y luzca y cuente el dinero,  25
porque son las deudas mías
tantas, que los acreedores
temo que la compra impidan».
El turco, siguiendo a Marco,
fue con él hacia la orilla,  30
junto a la sólida puente
de blanca mampostería.
Marco allí sacó del cinto
tres bolsas que en él había,
la capa extendió en el suelo  35
y el oro derramó encima.
Mientras el turco le cuenta,
con detenimiento mira
el sable Marco, y tres signos
en él descubre y descifra.  40
De San Demetrio era uno,
del Arcángel otro, y firma
de Vurachin el tercero.
Fijando en ello la vista,
Marco al faraute pregunta:  45
«Por Dios, turco, que me digas
cómo adquiriste este sable.
¿Fue herencia de tu familia?
¿Fue de tu mujer presente?
¿Fue de tu esfuerzo conquista?»  50
El turco respondió a Marco:
«A contestarte me obliga
con franqueza tu franqueza:
ni el padre, ni la querida
esposa, el sable me dieron;  55
lo gané en tremendo día,
en el campo de batalla,
a la margen del Sitniza,
donde de Servia el imperio
cayó en sangrienta ruina;  60
en el campo de Kosovo,
donde dos reyes morían,
el tzar Lázaro de Servia
y Amurates de Turquía.
Montado en un potro bayo,  65
por este campo yo iba
para dar agua a mi potro
apenas amanecía.
En tienda de seda verde
vi a un guerrero que yacía;  70
al lado suyo este sable
y el pecho lleno de heridas.
Al verme dijo el guerrero:
«Ten piedad de mi desdicha;
estoy herido de muerte;  75
pronto perderé la vida...;
aguarda aquí a que mi alma
salga del cuerpo tranquila
y arroja luego mi cuerpo
en el fondo del Sitniza.  80
Este sable será tuyo
con su hoja damasquina.
Y la tienda, que es de seda,
y tres bolsas, de oro henchidas.»
«Yo, lo confieso, no tuve  85
piedad del que la pedía,
y le corté la cabeza
con rapidez inaudita.
Le así luego el brazo izquierdo
y el pie derecho enseguida,  90
y en medio de la corriente
arrojele del Sitniza.
Así el botín he ganado
y la hoja damasquina.»
Hasta el fin escuchó Marco;  95
luego al faraute decía:
«Turco, que Dios te lo pague;
a quien quitaste la vida,
a Vucachin el monarca,
es a quien debo la mía.  100
Do le diste sepultura
te la daré con justicia.»
Y le cortó la cabeza
con rapidez inaudita.
Le asió luego el brazo izquierdo  105
y el pie derecho en seguida,
y en medio de la corriente
arrojole del Sitniza.
«Ve a acompañar a mi padre»,
al arrojarle le grita.  110
Con su sable y su dinero
Marco a la hueste volvía.
Los genízaros exclaman:
«Por Dios, Marco, que nos digas
dónde dejaste al faraute».  115
Y Marco les respondía:
«De vender entre nosotros
no esperando granjería,
se ha hecho mercader de mar
y hacia la mar se encamina».  120
Los genízaros entonces
entre sí diciendo iban:
«¡Ay del turco que de Marco
y de sus tratos se fía!»




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Elegía de Abul-Beka, de Ronda, a la pérdida de Córdoba, Sevilla y Valencia


ArribaAbajo    Cuanto sube hasta la cima,
desciende pronto abatido
       al profundo;
¡ay de aquel que en algo estima
el bien caduco y mentido  5
       de este mundo!

    En todo terreno ser
sólo permanece y dura
       el mudar;
lo que hoy es dicha o placer  10
será mañana amargura
       y pesar.

    Es la vida transitoria
un caminar sin reposo
       al olvido;  15
plazo breve a toda gloria
tiene el tiempo presuroso
       concedido.

    Hasta la fuerte coraza,
que a los aceros se opone  20
       poderosa,
al cabo se despedaza,
o con la herrumbre se pone
       ruginosa.

    Con sus cortes tan lucidas,  25
del Yemen los claros reyes,
       ¿dónde están?
¿En dónde los Sasánidas,
que dieron tan sabias leyes
       al Irán?  30

    Los tesoros hacinados
por Karún el orgulloso
       ¿dónde han ido?
De Ad y Temud afamados,
el imperio poderoso,  35
       ¿do se ha hundido?

    El hado, que no se inclina
ni ceja, cual polvo vano
       los barrió,
y en espantosa ruina,  40
al pueblo y al soberano
       sepultó.

    Y los imperios pasaron,
cual una imagen ligera
       en el sueño;  45
de Cosroes se allanaron
los alcázares, do era
       de Asia dueño.

    Desdeñado y sin corona
cayó el soberbio Darío  50
       muerto en tierra.
¿A quién la muerte perdona?
Del tiempo el andar impío,
       ¿qué no aferra?

    De Salomón encumbrado  55
¿al fin no acabó el poder
       estupendo?
Siempre del seno del hado
bien y mal, pena y placer
       van naciendo.  60

    Mucho infortunio y afán
hay en que caben consuelo
       y esperanza;
mas no el golpe que el Islam
hoy recibe en este suelo  65
       los alcanza.

    España tan conmovida
al golpe rudo se siente
       y al fragor,
que estremece su caída  70
al Arabia y al Oriente
       con temblor.

    El decoro y la grandeza
de mi patria, y su fe pura,
       se eclipsaron;  75
sus vergeles son malezas,
y su pompa y hermosura
       desnudaron.

    Montes de escombro y desiertos,
no ciudades populosas,  80
       ya se ven;
¿qué es de Valencia y sus huertos?
¿Y Murcia y Játiva hermosa?
       ¿Y Jaén?

    ¿Qué es de Córdoba en el día,  85
donde las ciencias hallaban
       noble asiento,
do las artes a porfía
por su gloria se afanaban
       y ornamento?  90

    ¿Y Sevilla? ¿Y la ribera
que el Betis fecundo baña
       tan florida?
Cada ciudad de éstas era
columna en que estaba España  95
       sostenida.

    Sus columnas por el suelo,
¿cómo España podrá ahora
       firme estar?
Con amante desconsuelo  100
el Islam por ella llora
       sin cesar.

    Ya llora al ver sus vergeles
y al ver sus vegas lozanas
       ya marchitas,  105
y que afean los infieles,
con cruces y con campanas,
       las mezquitas.

    En los mismos almimbares
suele del leño brotar  110
       tierno llanto.
Los domésticos altares
suspiran para mostrar
       su quebranto.

    Nadie viva con descuido,  115
su infelicidad creyendo
       muy distante;
pues mientras yace dormido
está el destino tremendo
       vigilante.  120

    Es dulce patria querida
la región apellidar
       do nacemos;
pero, Sevilla perdida,
¿cuál es la patria, el hogar  125
       que tenemos?

    Este infortunio a ser viene
cifra de tanta aflicción
       y horror tanto;
ni fin ni término tiene  130
el duelo del corazón,
       el quebranto.

    Y vosotros, caballeros,
que en los bridones voláis
       tan valientes,  135
y cual águilas ligeros,
y entre las armas brilláis
       refulgentes;

    que ya lanza poderosa,
agitáis en vuestra mano,  140
       ya en la obscura
densa nube polvorosa,
cual rayo, el alfanje indiano
       que fulgura;

    vosotros, que allende el mar  145
vivís en dulce reposo,
       con riquezas
que podéis disipar,
y señorío glorioso
       y grandezas;  150

    decidme: los males fieros
que sobre España han caído,
       ¿no os conmueven?
¿Será que los mensajeros
la noticia a vuestro oído  155
       nunca lleven?

    Nos abruman de cadenas;
hartan con sangre su sed
       los cristianos.
¡Doleos de nuestras penas!  160
¡Nuestra cuita socorred
       como hermanos!

    El mismo Dios adoráis,
de la misma estirpe y planta
       procedéis;  165
¿por qué, pues, no despertáis?
¿por qué a vengar la ley santa
       no os movéis?

    Los que el imperio feliz
de España, con alta honra  170
       sustentaron,
al fin la enhiesta cerviz,
al peso de la deshonra,
       doblegaron.

    Eran cual reyes ayer,  175
que de pompa se rodean,
       y son luego
los que en bajo menester,
viles esclavos, se emplean
       sin sosiego.  180

    Llorado hubierais, sin duda,
al verlos entre gemidos
       arrastrar
la férrea cadena ruda,
yendo, para ser vendidos,  185
       al bazar.

    A la madre cariñosa
allí del hijo apartaban
       de su amor;
¡separación horrorosa,  190
con que el alma traspasan
       de dolor!

    Allí doncellas gentiles,
que al andar, perlas y flores
       esparcían,  195
para faenas serviles
los fieros conquistadores
       ofrecían.

    Hoy en lejana región
prueban ellos del esclavo  200
       la amargura,
que destroza el corazón,
y hiere la mente al cabo
       con locura.

    Tristes lágrimas ahora  205
vierta todo fiel creyente
       del Islam,
¿quién su infortunio no llora
y roto el pecho no siente
       del afán?  210




ArribaAbajo

Confiteor Deo4



I

ArribaAbajo   Del año mil cuatrocientos,
en la verde primavera,
a su castillo de Ruhn,
sobre la margen del Elba,
el margrave de Gomer,  5
dueño de vidas y haciendas,
y señor de horca y cuchillo,
de pendón y de caldera,
de cazar vuelve una noche;
ve ahorcar a tres; luego cena,  10
y muere de muerte súbita,
sin agonía violenta.
Del homenaje en la torre
se iza enlutada bandera;
mas villanos y burgueses,  15
en vez de duelo, arman fiesta.
Había el margrave sido
azote de aquella tierra,
por su insaciable codicia,
por su iracunda soberbia.  20
Agobiando a sus vasallos
con mil pechos y gabelas,
en atroz lagar de sangre
estrujaba la miseria.
Todo vestido de hierro,  25
iba con una caterva
de sayones y de esbirros,
por el palo y por la cuerda,
para escarmiento de díscolos,
dando razón de quién era.  30
Emigraban los mancebos
o gemían en cadenas,
y los viejos mendigaban,
llenos de harapos y lepra,
un mendrugo de pan bazo  35
del monasterio a la puerta.
Si con industria y ahorro
alguien juntaba moneda,
la sepultaba medroso,
sin lucrar ni gozar de ella.  40
Así el malestar crecía,
y cundía la pobreza,
y los años del margrave
frisaban en los ochenta,
conservándole el demonio  45
en su cabal entereza
para llenar el infierno
con gentes que desesperan.
Cuando corrió de su muerte
la consoladora nueva,  50
y el irreverente vulgo
dio de su júbilo muestras,
cual bandada de palomas,
si el halcón que las aterra
sucumbe de pronto, herido  55
por inesperada flecha,
los villanos en el campo
al regocijo se entregan:
de las horcas y picotas
atrevidos hacen leña,  60
y fuego encienden, y bailan
alrededor de la hoguera.
Los guerreros del castillo
algún insulto recelan,
y atentamente vigilan  65
en saetías y entre almenas.
Hay sólo cabe el difunto,
un pobre fraile que reza.
Sentado está el pobre fraile
en un sillón de vaqueta,  70
y la rigidez inmóvil
del cuerpo muerto contempla,
que ya la estatua yacente
que han de erigirle remeda.
Le iluminan con luz roja  75
cuatro blandones de cera,
cuya llama oscila acaso
o aviva un aura más fresca,
que, esfumando los contornos
del cadáver, en las negras  80
colgaduras monstruos finge
y extrañas sombras proyecta.
Bien calada la capucha,
que el rostro pálido cela,
murmura el fraile responsos  85
con voz monótona y lenta;
mas a deshora se calla;
sus dedos se crispan; tiembla,
y con espanto imagina
que un gran prodigio presencia.  90
Incorporado el margrave,
sobre el féretro se sienta;
abiertos tiene los ojos,
y sin miedo ni sorpresa
mira el fúnebre aparato,  95
y dice con voz entera:
«¿Qué pasa? ¿Estoy muerto o vivo?
Vivo estoy. Chasco se lleva
mi sobrino, si es que viene
para recoger la herencia.  100
Hola, fraile; tráeme vino,
que tengo la boca seca.»
Se persigna y se santigua
el fraile; su asiento deja;
con paso firme y seguro  105
al feroz viejo se acerca
y de esta suerte desata
cristianamente la lengua.


II

    «Como ejemplo singular,
de soberana clemencia,  110
Dios para la penitencia
te quiso resucitar.
Procura, pues, alcanzar,
con humilde confesión,
de tus culpas el perdón.  115
No desoigas mis palabras;
margrave, mira que labras
tu eterna condenación.
    Y no basta que declares
y lamentes tu delito;  120
menester es que, contrito,
el mal que hicistes repares.
Por ti corre el llanto a mares;
enjúgale con tu mano;
en caridad de cristiano  125
trueca tu soberbia ruda,
y sostén a la viuda,
al huérfano y al anciano.
    Ya que Dios el beneficio
te otorga de nueva vida,  130
no a deleites te convida,
sino a ceñirte el cilicio.
Desecha regalo y vicio,
reviste burdo sayal,
azota el cuerpo mortal  135
y hazte de tu alma esclavo,
a fin de que Dios al cabo
te libre de todo mal.»
    «Frailecillo impertinente,
el margrave le contesta,  140
tu predicación molesta
me prueba que estás demente.
Si en su gloria no consiente
Dios a un noble caballero,
sin que se humille primero  145
con extravagancias mil,
disciplina y llanto vil,
ir al infierno prefiero.»
    «No blasfemes, desdichado,
replica el fraile con calma;  150
Dios, para salvar tu alma,
breve plazo te ha otorgado.
Si a desertar tu pecado
mi voz no llega a moverte,
de tus súbditos advierte  155
la acusadora alegría
con que todos a porfía
celebran ora tu muerte.»
    Calla el fraile y oye el viejo,
en el féretro sentado,  160
el rumor inusitado
del universal festejo;
ve en la pared el reflejo
de grande hoguera cercana,
y mira por la ventana  165
cuanto en su muerte se goza,
y cómo trisca y retoza
la muchedumbre villana.
    Amenazante el furor
del viejo, entonces estalla,  170
diciendo: «¡Oh, torpe canalla,
te he de pagar tanto amor!
Y a ti, fraile, tu fervor
premiaré, y plática amena,
colgándote de una almena,  175
al punto, para que des
bendiciones con los pies
al viento, a los grajos cena.»


III

    Esto dice, y sin cesar
sus amenazas y fieros,  180
de un brinco intenta el margrave
bajar del túmulo al suelo.
La espada lleva en el cinto,
la cota cubre su pecho,
y espera cruda venganza  185
del frailecillo y del pueblo.
Ya tiene las piernas fuera,
y aun exclama con afecto
piadoso el fraile: «¡Perdón
pide a Dios, te queda tiempo!»  190
Pero el margrave no escucha,
y a saltar va, cuando presto,
la capucha derribada,
mostrando su rostro enérgico,
su nariz que hincha la cólera,  195
su mirar que arroja fuego,
el fraile se le abalanza,
manos echándole al cuello.
Entre la gola y la carne
logra meterle los dedos,  200
que eran nudosos y enjutos,
pero más fuertes que hierro.
Con aquel dogal no puede
llamar a su gente el viejo,
y lucha sin esperanza  205
en horroroso silencio.
Cárdeno el rostro, la boca
y los ojos muy abiertos,
enseñando la blasfema
lengua, y erizado el pelo,  210
al fin sin bullir reposa
y ya para siempre muerto.
El fraile entonces le alisa
las canas; le empuja dentro
la lengua y cierra la boca:  215
le extiende bien sobre el féretro;
sus ojos cierra asimismo;
endereza un candelero
que derribó con la brega;
recata el rostro de nuevo,  220
calándose la capucha;
de hinojos se postra luego;
abre los brazos en cruz,
y reza: Confiteor Deo.




ArribaAbajo

Las hojas que cantan


De J. Russell Lowell




I


ArribaAbajo    A las tres infantas,
cuando fue a la feria,
preguntaba el rey:
«¿Qué os traigo a la vuelta?»
Gentil la mayor,  5
aunque harto soberbia,
respondió: «Yo quiero
diamantes y perlas».
Rubia como el trigo
la segunda era:  10
sus mejillas, rosas;
su frente, azucenas.
Y dijo: «Yo gusto
de rica diadema,
de anillos de oro  15
y trajes de seda».
Así su deseo
mostró la tercera,
en quien competían
talento y belleza:  20
«Con el alba siempre,
en la madreselva
que de mi ventana
tapiza la reja,
no sé si dormida,  25
no sé si despierta,
oigo a un pajarillo,
cuya cantinela
a pedir las hojas
que cantan me enseña».  30
Por desdén y enojo,
frunciendo las cejas,
el rey replicaba:
«Su clara nobleza
al pedirme joyas  35
tus hermanas prueban:
mas yo juzgaría
lo que tú deseas
humilde y villano,
si absurdo no fuera».  40
Luego de hito en hito
miró a la princesa:
en su hermosa cara
recordó a la reina,
y exclamó, trocando  45
su enojo en terneza:
    «Si hay hojas que cantan,
yo juro traerlas».



II


    Cabalgando el rey
durante tres días,  50
la feria ver pudo
de todo provista.
Las joyas y sedas
marco sin fatiga,
mas nadie las hojas  55
que cantan vendía.
De nuevo a caballo,
por la senda esquiva,
el rey se internaba,
y en balde decía:  60
«Pomposa arboleda
que mil hojas crías,
las hojas que cantan
concede a mi niña».
Como mar remoto  65
el viento gemía
en las altas copas
de verdes encinas.
Mas en todo el bosque
ni un árbol había  70
que de hojas que cantan
tuviese noticia.
El rey dijo entonces:
«Si no son por dicha
las hojas que cantan  75
ensueño y mentira,
a quien lo demuestre
darele en albricias
mis regios favores
por toda la vida».  80
El doncel del rey,
que a su lado iba,
oyó la promesa
y dijo enseguida:
«Empeña tu regia  85
palabra, y afirma
darme lo primero
que al llegar percibas
hoy de tu palacio
en la puerta misma,  90
y que tu verdugo
mi cuello divida
si de hojas que cantan
no goza tu hija».
El rey, largo tiempo,  95
callado, medita:
al cabo, resuelto,
al doncel replica:
«Mi palabra empeño.
En ella confía.»  100
El doncel al punto,
con mano atrevida,
puso en las del rey
algo que escondía
sobre el corazón  105
cual santa reliquia;
y añadió: «Te entrego
las hojas que ansías.»



III


    El rey a las puertas,
llegó del Alcázar,  110
y salió a su encuentro
la señora infanta;
y alegró su vista,
con sonrisa blanda,
y aduló su oído  115
con dulces palabras.
Dijo el rey: «Te traigo
las hojas que cantan;
mas harto recelo
que cuesten muy caras».  120
    Puso un paquetillo
en su mano blanca,
y le tomó ella,
llorosa y turbada:
mas en aquel lloro  125
su gozo brillaba,
cual sol en el leve
rocío del alba.
Bajo sello había
tres hojas guardadas.  130
La primera hoja
le vio que cantaba:
«El doncel yo soy,
que tierno te ama
y en la piedad tuya,  135
cifra su esperanza.
Son mi única hacienda
las enamoradas
canciones que escuchas
desde tu ventana».  140
La segunda hoja
así se expresaba:
«Pero de los genios
en región arcana,
imperio glorioso  145
mi voz avasalla,
do el laúd es cetro
y el vate monarca».
La tercera hoja
cantó con audacia  150
amante: «Sé mía,
que es tuya mi alma».
Al leer la primera,
la niña temblaba:
al leer la tercera,  155
se puso algo pálida;
mas su corazón,
con ondas de grana,
a leer la tercera,
le bañó la cara.  160
«¡Cuán sabio consejo,
exclamó la dama,
me dio el pajarillo,
allá en la enramada;
pues truecan las hojas  165
en placer mis ansias,
y en dicha perpetua
inundan mi alma!».
Para más regalo
y más bienandanza,  170
si ella trajo en dote
su amor y sus gracias,
y todos los juros
rentas y adehalas,
de diez Baronías  175
y de cuatro Marcas,
él, más generoso,
le dio, como en arras,
a inmortal corona
del reino que abarca,  180
cuanto el genio crea
y el arte abrillanta.

Washington, 1885.




ArribaAbajo

Praxíteles y Fryne


De W. Wetmore Story


ArribaAbajo    Con leve, obscuro velo,
la tarde, ha dos mil años, encubría
la púrpura y el oro que en el cielo
el sol difunde al expirar el día.

    Su obra terminaba  5
el artista, y, dejando su cincel,
con un suspiro a la mujer hablaba
que estaba en la penumbra junto a él.

    «Vencedor del destino,
salvé de alteración algo de ti,  10
porque fiel de tu rostro peregrino
los rasgos en el mármol esculpí.

    Fryne, tus labios rojos
su aroma perderán y su frescura
se apagará la llama de tus ojos;  15
Amor no sostendrá tanta hermosura.

    Mas, aunque Amor no pueda
puede el arte fijar lo fugitivo:
por él en mármol, para siglos queda
de tu sonrisa el resplandor cautivo.  20

    Mi cerebro y mi mano
cenizas ya serán y polvo inerte,
y tu beldad, por arte soberano,
brillará vencedora de la muerte.

    Esperanzas, temores,  25
en nuestros pechos no tendrán cabida:
huirán cual vago son nuestros amores;
será olvidado cuento nuestra vida.

    Pero, en la piedra helada,
que Amor no anima con su dulce fuego,  30
persistirán tu forma y tu mirada
con raro hechizo, en plácido sosiego.

    Ni veladora pena,
ni atroz cuidado que la paz nos quita,
perturbarán la majestad serena  35
conque esta imagen tu beldad imita.

    Y todo el que la vea,
al ver del arte el inmortal destello,
su inmarcesible flor, su limpia idea
y de las gracias el perenne sello,  40

    tal vez triste se incline
a suspirar; tal vez diga extasiado:
«Así sonríe encantadora Fryne
y Praxíteles de ella enamorado».

Washington, 1885.




ArribaAbajo

Luz y tinieblas


De John Greenleaf Whittier

ArribaAbajo    Los siglos pasan sin que nadie pueda
el misterio entender:
hoy la pregunta sin respuesta queda,
y hoy urge más que ayer.
Ningún signo exterior nos da consuelo:  5
mientras la fe batalla,
sin esperar, contra la duda, el cielo
indiferente calla.
Para siempre del mal sigue escondida
la razón a los sabios:  10
la esfinge está en la puerta de la vida,
y el enigma en sus labios.
Delito y miedo invaden el camino:
halaga la hermosura
de los frutos, y prueba el peregrino  15
cenizas y amargura.
Aunque sin claridad, odia la mente
lo que el sentido ama:
a través de la urdimbre reluciente
se ve la negra trama.  20
¿Y por qué dolor tanto? Dios lo sabe.
Yo sólo sé que es bueno,
y que trueca lo áspero en suave
y en bálsamo el veneno.
Si con terrible majestad fulgura,  25
ante su altar me postro,
y, cual Moisés, la paternal dulzura
contemplo de su rostro.
Lo que se oculta al pensamiento impío
con viva fe discierno,  30
y en la misericordia me confío
y bondad del Eterno.
Que la salud en la dolencia acuda
de Él espera mi alma;
en los combates paz, luz en la duda,  35
y en las tormentas calma.
No nace el padecer de que se ofenda
Dios contra el débil ser,
cuando vacila en la escabrosa senda
o la llega a perder.  40
Porque siempre entre zarzas y entre abrojos,
al que errado camina,
perdón promete con piadosos ojos
la caridad divina.
Ella transforma la cadena en flores,  45
y rasga el denso velo
del error y el pecado, y los fulgores
nos deja ver del cielo.
Quien infringe las leyes de la vida,
no ha de extrañar la pena  50
a que en su rebelión y en su caída
él mismo se condena.
Cuando vuelve la espalda a la hermosura
del claro sol divino,
del propio cuerpo con la sombra obscura  55
tropieza en el camino.
Y ya carece del vigor que eleva
hacia la luz la cara,
si la gracia de Dios no le renueva
y su amor no le ampara.  60
La fuerza del pecado nos desvía
de Dios; pero más fuerte
Amor, que el astro errante hacia el sol guía,
hacia Dios nos convierte.
¡Oh Amor divino! De tu puro rayo  65
nos enardece el fuego,
reanima nuestra mente en su desmayo
y da la vista al ciego.
Tu voz, potente como nunca hoy,
a esperar nos convida:  70
en los sepulcros suena y dice: «Soy
resurrección y vida».
Tú das brío al que aspira, ama y trabaja,
y, como lengua ardiente,
tu espíritu creador del cielo baja  75
y se posa en su frente.
Por cuantos son los climas y regiones
tu resplandor asoma:
tú extiendes sobre todas las naciones
tus alas de paloma.  80
Tú eres fuente inexhausta de poesía
do la sed apagamos,
de las raudas esferas la armonía
que oyó el sabio de Samos.
La verdad eres con afán buscada  85
en balde por el mundo,
porque tiene tu asiento y tu morada
del alma en lo profundo.
Allí logran los buenos conocerte,
¡oh excelsa ley de amor!  90
¡Oh, torrente de vida en que la muerte
se anega y el dolor!
Tú eres beldad antigua, siempre nueva;
voz interna que clama;
y verbo de Platón, y aura que lleva  95
de caridad la llama.
Aclara y rompe el tenebroso arcano;
danos tu luz por guía:
vierte en la noche el fúlgido Océano
de tu perpetuo día.  100
Penetra el corazón del que te niega;
socorre al que te implora,
y más allá de la esperanza llega
del justo que te adora.

Washington, 1885.




ArribaAbajo

El mayoral del rey Admeto


De J. Russell Lowell


ArribaAbajo    Hace siglos que a la tierra
vino un mancebo lozano,
cuya delicada mano
no empuñaba el azadón:
pero, tocando unas cuerdas  5
y entonando unos cantares,
disipaba los pesares
y ensanchaba el corazón.

    Era Admeto del buen gusto
rey por derecho divino,  10
y al ver que daban al vino,
en el banquete real,
grato sabor los cantares,
se aficionó al arte extraño,
y de todo su rebaño  15
nombró al mozo mayoral.

    La palabra de aquel mozo
vulgar y sencilla era,
mas por tan linda manera
él la solía decir,  20
que su musical hechizo
causaba pura alegría
y a los párpados hacía
las lágrimas acudir.

    Todos hallaban inútil,  25
holgazán y distraído,
del soberano al valido
y mayoral de la grey;
mas de su boca ponían,
con plácido acatamiento,  30
un mandato en cada acento
y, en cada frase una ley.

    Nadie explicaba el origen
del saber de que era dueño,
porque ocioso y como en sueño  35
perdía el tiempo el cantor,
ya de las hojas caídas
mirando el giro suave,
ya el manso volar de un ave
y ya el cáliz de una flor.  40

    Tal vez, con bondad ingénita,
cada ser, cada criatura,
mostrándole su hermosura,
le infundía la virtud,
que, oculta en plantas y rocas,  45
fuentes y hierbas, existe,
para dar consuelo al triste
y a los enfermos salud.

    Aunque de su hablar discreto
todos prendados quedaban,  50
en harto poco estimaban
sus obras y su valer,
en aquella edad tan ruda,
al verle barbilampiño,
con candideces de niño  55
y ternuras de mujer.

    Mas no bien huyó del mundo,
anublándose su historia
doró el hombre su memoria
con refulgente arrebol;  60
y, como su vida hizo
más llena de amor la vida
y la tierra más florida,
imaginó que era el sol.

    Santos fueron los lugares  65
donde él estampó su huella,
y fue la región más bella
do él vertió su claridad;
y todo cantor y vate,
sintiendo en el alma luego  70
de su inspiración el fuego,
le adoró como deidad.




ArribaAbajo

Reco


De J. Russell Lowell


ArribaAbajo    Manda el cielo a las gentes enseñanza
en toda edad y clima, y la acomoda
al ingenio, al sentir y a la cultura
de cada lengua y tribu. De esta suerte
de la verdad en el glorioso reino  5
nunca impera egoísta un pueblo solo.
Así toda creencia, que a los hombres
muestra el recto camino de la vida,
y que en la fe les da llave y conjuro
con que las puertas del saber se abren,  10
fecundo germen de bondad contiene.
La mente humana, con certero instinto,
de las divinas fábulas que forja,
su fe legitimando en la hermosura,
místico don en las entrañas cela.  15
Y este místico don hace patentes,
cual vara de virtud en diestra mano,
de la verdad oculta los veneros.
Nada creó naturaleza en balde.
Bajo el uso vulgar de cada cosa  20
recóndito saber habla y descubre
misterios del espíritu al oído.
Los sueños que tejió la fantasía
así también si el ánimo deleitan,
de natura las obras emulando,  25
hondo sentido a la razón ofrecen.
Oídme leyenda, pues, del pueblo heleno,
lozana y fresca aún, con la perenne
juventud de las gracias, como friso,
que en pario mármol esculpió el artista  30
por virtud de los siglos vencedora.
Reco, gallardo mozo, por el bosque
vagaba, y vio una encina, cuyo tronco,
del rayo herido, iba a doblarse: entonces
tuvo piedad de tan hermoso árbol  35
y le dio firme apoyo con esmero.
Sin más pensar y con incierta planta
ya se alejaba, cuando oyó, cual suelen
las hojas susurrar que el viento agita,
blanda voz que le nombra. Se detuvo  40
y atónito escuchó que nuevamente
¡Reco! La voz suavísima decía.
Volvió la cara y contempló con pasmo,
imagen tenue de dichoso sueño,
bañando en grato resplandor la sombra  45
que formaba la encina, la figura
de una mujer, pero de tal belleza,
que lo humano excedía; con tan dulces
ojos que ser divino revelaban;
y en limpia desnudez, sin la vergüenza  50
que del pecado y la malicia nace.
Con palabras tan leves y tan claras
como el aljófar que la aurora vierte,
«Soy la dríada de este árbol -dijo-,
y a su vida ligada está mi vida,  55
cuya sencilla beatitud sustentan
rayos de sol y gotas de rocío.
Pídeme un don y le tendrás, si puedo,
pues gusto de mostrarme agradecida».
«Mi corazón vacila temeroso,  60
pero me anima la gentil oferta
-Reco le respondió-: tan sólo logra
Amor satisfacer la ansia infinita
del alma: dame amor o la esperanza
de tu amor que ha de ser mi afán eterno».  65
Ella replica, tras de pausa breve,
y triste dejo en sus palabras pone:
«Te concedo mi amor; pero conozco
los peligros del don: una hora antes
vuelve en mi busca de que el sol se oculte».  70
Y Reco no vio más sino la verde
obscura pompa de la hojosa encina,
y sólo pudo percibir su anhelo
el murmullo del aura en la enramada,
y allá a lo lejos, en alcor florido,  75
el rústico sonar que del albogue
arranca un zagalillo que reposa.

    Cándida luz la fe daba a los hombres
de aquella edad; y el éxito espantable
y el prodigio feliz nunca bastaban  80
las lindes a salvar que a lo posible
imperfecto saber más tarde puso.
Nada por bello y noble parecía
al corazón audaz premio sobrado.
Reco no dudó, pues, de su ventura.  85
Bajo sus pies, a la ciudad volviendo,
pensó que ufano el suelo florecía,
que era más clara la amplitud del éter,
que alas para cruzarla le brotaban,
y que del sol los rayos, en sus venas  90
infundidos, prestaban a la sangre
calor salubre y levedad celeste.

    Aunque tierno y leal, los verdes años
hacían voluble el ánimo de Reco,
y cuanto al paso le brindaba goces  95
cautivo le tenía, trascordando
por placer corto egregias esperanzas.
Encontró, pues, de amigos una turba,
que jugaba a los dados; y en el juego
un instante su dicha dio al olvido.  100
Contraria, al empezar, le fue la suerte
mas ya Reco triunfante se engreía,
cuando en la estancia penetró una abeja
y llegó susurrando hasta su oído.
Él la ahuyentó con impaciente mano.  105
La abeja pertinaz tornó tres veces:
y él con enojo y descompuesta furia
la rechazó cruel; y herida ella
huyó por la ventana al libre viento.
Reco con mirar torvo la seguía,  110
cuando notó que el luminoso disco
iba a esconder el sol tras de la cumbre
de los más altos montes de Tesalia.
El corazón entonces le dio un vuelco,
y sin decir palabra, como loco,  115
recorrió la ciudad, salvó las puertas,
la llanura cruzó y entró en el bosque,
do la tarde sus sombras ya tendía.
Cansado y sin aliento llegó al árbol,
y escuchó con temor y oyó de nuevo  120
la voz delgada que en sumiso tono
¡Reco!, cerca decía: pero inútil
mirar doquier: ni luz, ni bella forma:
sólo vio obscuridad bajo la encina.
Y prosiguió la voz: «¡Ay! Nunca, nunca  125
me volverás a ver; a mí que quise
con puro amor glorificar tu vida
y en tu boca mortal verter el néctar.
Pero volvió con alas quebrantadas
mi desdeñada mensajera humilde,  130
y espíritus cual yo sólo se muestran
de seres compasivos a los ojos.
Exclusiva terneza no pedimos,
antes al que desprecia de natura
la obra más baja rechazar debemos,  135
despareciendo de su torpe vista.
Adiós, adiós; ya nunca podrás verme.»
Con palpitante corazón al punto
Reco exclamó: «¡Piedad, perdón te pido!
No reincidir te juro en tanta culpa.»  140
«¡Ay! -la voz replicó. -Yo soy piadosa.
Ciego estás tú. Yo, Reco, te perdono:
pero carezco de virtud que alcance
a sanar de tu espíritu los ojos.
El alma misma sana sólo al alma.»  145
Y Reco no oyó más sino el susurro
del aura en el follaje, parecido
al resonar remoto de las olas,
que mueven piedrezuelas en la playa.
La noche, en tanto, la envolvió en su velo;  150
y en el llano, a lo lejos, relucía
la ciudad con mil luces; y el ruido
de músicas y fiestas hasta Reco
cual maldición fatídica llegaba.
El cielo desplegó sobre su frente  155
la brillantez sublime de los astros;
acarició la brisa sus mejillas,
y vio en torno placer y vio deleite,
y soledad sin fin sintió en el alma.

Washington, 1886.




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El destructor de los ídolos


De J. Russell Lowell


ArribaAbajo    En nombre del Dios único,
los ídolos rompía
y el Islam difundía
el severo Mahamud.
Flaqueza momentánea  5
tuvo el antiguo templo,
mas la venció y dio ejemplo
de entereza y virtud.

    En el santuario obscuro
erguíase un coloso,  10
simbólico, espantoso,
sobre marmóreo altar.
Pavor daban su duro
rostro y mirada yerta,
a la luz vaga, incierta,  15
del sagrado lugar.

    Vacilando se para
Mahamud por un momento:
cobran atrevimiento
su turbación al ver  20
los bramines, y espléndido,
magnífico rescate,
si el ídolo no abate,
le llegan a ofrecer.

    Mahamud desprecia el oro,  25
cual barro vil le mira,
y aunque tal vez aspira
con todo el que darán
a dilatar su imperio,
a sostener la guerra  30
y a extender por la tierra
la gloria del Islam;

   al fin resuelto exclama:
«Ceder a vuestro ruego
quisiera, pues no niego  35
de la oferta el valor:
para salvar el ídolo
dais más de lo que importa:
mas es la suma corta
para comprar mi honor.  40

    »Ata el poder Fortuna
a su voluble rueda,
y sólo firme queda
la no violada fe:
podré ganar de nuevo  45
la riqueza perdida;
pero de vil caída
alzarme no podré.»

   La férrea clava entonces
blandió Mahamud con brío,  50
al simulacro impío
terrible golpe dio;
y, con estruendo, al ímpetu
de sus robustos brazos,
deshecho en mil pedazos  55
el ídolo cayó.

    Premiada fue la hazaña:
del Dios la rota entraña,
cual diluvio, en el suelo
derramó veces cien  60
más perlas y más oro
que el inmenso tesoro,
que de Mahamud el celo
rechazó con desdén.






ArribaAbajo

Notas del autor

Apenas impresos estos Ensayos, el poeta se arrepintió de haberlos dado a la estampa, y nunca temeroso del juicio o más bien de la indiferencia del público, llegó a publicarlos. Están, además, llenos de erratas, sin puntos ni comas, y más para quemados que para leídos.


a) Prólogo

El autor de este prólogo, que era a la sazón poco mayor que yo en edad, saber y gobierno, aunque es en el día hombre de bastante erudición, persona siempre de aventajado ingenio y queridísima mía de todas veras, se propuso elogiarme de cualquier modo y salir del paso a la buena de Dios, yo creo que sin leer, y, por lo tanto, sin entender los versos que había de criticar por los cuales, si los hubiese leído, aunque acaso sean pesados y fastidiosos de leer hubiera venido en conocimiento de que, si bien en ellos hay hartas imitaciones, ya que no felices, no faltan tampoco cosas originales, y hubiera visto a las claras que el autor es siempre el autor, imite a quien imite, y que en aquellos tiempos, ni aun para imitar a lord Byron andaba desesperado y mal avenido con el mundo, la vida, la mujer, etcétera, sino que, por el contrario, vivía lleno de ilusiones, de esperanzas, y en medio de sueños que, entre otros muchos defectos, tienen, a no dudarlo, el de ser inocentísimos.

El autor del prólogo, digo, que no descubrió en estos versos lo mejor, lo único bueno que hay en ellos a saber: el alma del poeta, la cual entonces aun era bonísima, amantísima y candidísima. Este librillo está, como mi corazón de aquellos tiempos, lleno de simplicidad, lo confieso, pero lleno también de amor por todo lo bello y lo bueno, por la patria, por los amigos, la familia, la ciencia, por Dios y por una infinidad de seres fantásticos, que yo mismo fingía, en los que creía de buena fe y de los que andaba seriamente enamorado. Las opiniones de los filósofos, las más opuestas, yo las aceptaba todas con tal de que me pareciesen bonitas, y las encajaba en mis versos, sin curarme de si eran verdaderas o falsas, y aun sin examinarlas ni conocerlas bien, porque sabía poquísimo de todo, y aun no sé gran cosa de nada.

El señor don Antonio Alcalá Galiano, a quien envié un ejemplar de estas poesías acabadas de imprimir, hizo de ellas un juicio crítico que he perdido, pero en el cual elogiaba mucho mi ingenio poético (acaso ser deudo mío le cegase), y asimismo notaba varios defectos de versificación y hasta de gramática que hay en ellos. Uno de los cuales, a tener yo bastante autoridad para ello, habría pasado como licencia poética, esto es, que en verso diría: vistes, oístes por viste y oíste, siendo esta s como la v de los griegos, que es a la par desinencia de plural en los verbos y añadidura eufónica para evitar la unión de muchas vocales.

En cuanto a los demás yerros, no tengo otra disculpa sino mi ignorancia invencible, pues en la escuela nunca me enseñaron gramática, ni creo que el maestro la supiese: por manera que lo que en el día se me alcanza de este arte, así como de otras varias doctrinas, a mí mismo lo debo, que lo he ido poco a poco pillando de aquí y de allí y como al acaso. Porque, a decir verdad, nada aprendí nunca en la escuela, ni en el estudio, ni en la Universidad; todo lo que sé, que es bien poco, lo he aprendido conmigo mismo, sin orden, sin maestro y sin un fin determinado. Por donde yo algunas veces pierdo pies y hasta la cabeza y me engolfo tan locamente en los desatinos de mi orgullo, que llego a imaginar que valgo y que sé bastante, y que casi todos mis maestros eran gente de poco más o menos, y hasta algunos de ellos unos asnos. Otras veces caigo en el contrario extremo de la humildad y me digo a mí mismo aquello de Moratín:


   Si en las escuelas no aprendiste nada,
si en poder de aquel dómine pedante
siempre tu banda fue la desgraciada,
¿porqué seguir procuras adelante?
Un arado, una azada, un escardillo
para quien eres tú fuera bastante.



Pero hay tantos y tantos en mi país que debían ir a arar y a cavar, y que, sin embargo, escriben y hasta logran fama, que me consuelo al cabo y me animo.




b) En el álbum de María

He aquí una notable semejanza con aquello de Góngora:


   Dormid, que el niño alado
de vuestras almas dueño
con el dedo en la boca os guarda el sueño.



Si es un mal plagio o una feliz imitación, júzguelo quien leyere. Yo no lo creo sino una aplicación de la imagen de Góngora a una situación muy diferente.




c) A Lucinda

Estos versos, tomados del primer canto del Don Juan, de Byron, y escritos por mí cuando apenas tendría dieciséis años, deben estar aún en poder de la señora condesa de C., para quien se compusieron, siendo su novio yo, y ella bastante bonita, aunque una mocosa de catorce años.




d) A Laureta

Versos tontos y embusteros; nunca conocí ni sé que haya existido en el mundo la Laureta de que se trata en ellos.




e) Imitación de Lamartine

Julián Romea ha tomado también de Lamartine el pensamiento que da asunto a este soneto, puede que con más arte, pero no con más sentido.




f) En el álbum de Conrado

Pésimos versos que merecen por comentario esta proposición aritmética: el autor es a Horacio, su modelo, lo que Conrado es a Virgilio.




g) En la tumba de Laureta

Estos versos que, con todas sus imperfecciones, no se puede negar que están escritos con el alma, fueron inspirados, no por Laureta, que, ni muerta ni viva ha existido nunca más que en mi imaginación, sino por las dulcísimas y amorosas palabras del Evangelio, que les sirve de epígrafe.




h) A la muerte de Espronceda

Conocí a Espronceda en Carratraca, donde estuvo curándose, por los años de 1839, y como yo a la sazón era un chiquillo nada bien criado, me admiraba tanto y más de su desvergüenza, de sus palabras impías y groseras y de su lujosa inmoralidad que de sus lindos, versos, a los cuales, sin embargo, ponía yo entonces por encima de los de Homero, Dante, Shakespeare, etc.




i) La maga de mis sueños

Si bien la anterior canción no está limada y sí llena de incorrecciones, todavía es lo más bello de cuanto he escrito en mi vida, porque es lo más sentido y lo más verdadero, y al par lo más vago, amoroso y místico.




j) A Lelia

Estos versos fueron escritos para doña G. G. de A., a quien requerí de amores estando en Madrid por los años de 1842 a 1843. Tenía yo entonces diecisiete. Stenio y Lelia son personajes de una novela de madame Sand.




k) Al mar

De suponer es que en esto del padre Océano quise imitar lo del gigante Adamastor; pero no hay tal. Al escribir mi oda al mar me acordé de Quintana, de Horacio y del coro de la Medea, de Séneca; en Camoens no pensé siquiera, y si parece que le imito, es mera coincidencia. Yo siempre he hallado en Camoens un poeta de mucha ternura, notable ingenio y elevados sentimientos patrióticos; pero nunca un Virgilio, un Ariosto, ni un Tasso siquiera. El mayor mérito de Camoens es haber venido a tiempo para personificar en sí y para compendiar en su poema, como en cuadro sinóptico, todas las glorias de su nación, gloriosísima entonces; pero su mezcla de cristianismo y mitología es tan sin arte y tan sin filosofía, que aburre y desespera al menos avisado. Véase cómo el Tasso, el Ariosto y el Dante supieron usar de la mitología y se notará la diferencia. En cuanto al gigante Adamastor, que es lo que viene al caso, debo decir que no merece grandes elogios. A fuerza de ser feo el tal gigante, no causa miedo, sino asco y risa, con sus dientes amarillos y otras porquerías por este orden. En vano pretende convencernos de que no es titán fulminado por Júpiter. Yo no veo en él sino un ídolo chino, de los que el poeta pudo notar en Cantón. Por más que le dé proporciones colosales, sigue siendo grotesco y no llega a ser sublime y terrible.




l) La virgen misteriosa

Bellísimo pensamiento de Schiller, lánguido y verbosamente interpretado por mí en esta composición.




m) Soneto

Tonto.




n) La ninfa de las aguas

La candidez y voluptuosa inocencia de este sueño no deja de tener gracia.




ñ) la nueva flor de Gnido

Todo esto es mentira y necedad.




o) Soneto

Tonto.




p) Fábula de Euforión

Euforión es la personificación del poeta, elevado a la más alta potencia, y es también lord Byron mismo mitologizado.

El asunto de esta fábula está tomado del Fausto, segunda parte; pero es otro el poeta, otras las imágenes, otros los sentimientos y aun las ideas.

CORO DE NINFAS. -Estos cantos de las ninfas no basta ser poeta para escribirlos como aquí van escritos: menester es, además, tener dieciséis o diecisiete años. El sentimiento y la dulzura y la inocencia que hay en ellos no se pueden fingir.

En sus suaves cánticos de amores.- El más vivo entusiasmo por toda la hermosura de la naturaleza anima estos cantos de las ninfas, las cuales son lindas y amables personificaciones de las energías o virtudes ocultas que hay en las cosas y que les dan ser, vida, forma y ornato.

Hijo sublime de la hermosa Helena. -El canto de Homero a Mercurio me inspiró este coro de las ninfas, que se halla asimismo en el Fausto. Difícil es imitar y compendiar las gracias del largo poema del poeta griego en las pocas palabras en que aquí va comprendido. Yo estoy descontentísimo de mi imitación. Y, sin embargo, no me faltaba sino arte; porque la inspiración y hasta el entusiasmo religioso yo los tenía. Cuando más mozo aun no podía yo comprender la belleza moral y severa del cristianismo, y, a pesar de Chateaubriand y de los románticos, era más pagano que cristiano. Y todos los misterios de nuestra santa religión no me parecían sino pálidas, tristes y desaliñadas imitaciones de las hermosas fábulas griegas. La razón, y sobre todo la bondad divina, me han hecho después cambiar de aviso.

LAS NINFAS. -Nessun maggior dolore, para los pueblos que, como la Italia y la Grecia, tienen una historia gloriosa, que es recuerdo de la pasada grandeza en la miseria presente. Y en Italia y en Grecia este recuerdo está en el fondo de todos los corazones. Cuentan las historias que durante las luchas desesperadas del Imperio de Oriente con los bárbaros, aunque los griegos eran ya cristianos, suponían y creían que Aquiles llegaba del infierno, a caballo y armado de todas armas, para darles auxilio en la pelea. Lo mismo, aunque menos verosímilmente, hemos fingido los españoles del Apóstol Santiago y lo mismo fingieron de varios semi-dioses otras muchas naciones: como los romanos de Quirino y de Cástor y Pólux.




q) En la égloga cuarta de Virgilio

Para dar más mérito y evidencia a la profecía de Virgilio le hago decir aquí algunas de las cosas que dijo Isaías y que a él nunca se le ocurrieron.




r) La divinidad de Cristo

Cualquiera diría al leer estos versos en su principio, que aunque pobres de gracias poéticas y de ciencia teológica están escritos corde puro, conscientia bona et fide non ficta, como dice el apóstol. Por desgracia mía, sin embargo, en esto de catolicismo yo soy como los gitanos, que si no la pegan a la entrada la pegan a la salida; y sí es que, con decir a lo último que la humanidad se llenó de entusiasmo y llamó a Cristo hijo de sus entrañas, vengo a dar a conocer lo falso de mi fe y que, a pesar de que entonces no había yo aún leído nada de lo que hoy se llama humanismo o egoteísmo, era ya un tanto cuanto egoísta, sin saberlo ni sospecharlo siquiera.






 
 
FIN DE LAS «POESÍAS»
 
 
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