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Marta Brunet

Artículos: Los niños y su teatro1

Por Marta Brunet

Sí, su teatro suyo, de ellos, para su recreo y su enseñanza, ese teatro que falta les hace y por cuya realidad se está gritando de tanto tiempo a esta parte sin que las voces caigan en oído propicio que proporcione los medios necesarios a su fin. Teatro respaldado por autoridades edilicias o educacionales, teatro del Estado en suma, hasta ahora no se ha podido lograr. Y para aquellos que de cerca ven a los niños y bien saben lo que significa no tener dónde enviarlos en las tardes libres, para esos, este problema se estaba tornando sin solución y era ya una esperanza diseñada en negro y gris.

Cuando he aquí que del pueblo, de nuestro admirable pueblo, empieza a surgir el teatro infantil como cosa viva, alimentada con fantasía tradicional, hecha de barro de Cenicientas y Blancas Nieves, de Pulgarcitos y Caperucitas, de todo ese mundo alucinando de hadas y gnomos que fue gozo de nuestra infancia y de la infancia de todos los niños de un siglo a esta parte. Conjuntos infantiles de gremios obreros, dirigidos por aficionados algunos, otros por artistas como María Bürhle o Pedro Sienna, han empezado a dar contorno a esta cosa grande que es el teatro destinado a los niños, interpretado por niños y la desesperanza de gris y negra se ha tornado en rosa y violeta, como esa franja que al amanecer pinta en oriente.

El elemento humano, ese barro que es la criatura, está ahí de pie, listo para que el talento de un autor y el talento de un director le den verbo y forma. Pero aquí viene y se estacan la interrogación sostenida: ¿Qué obras dar? ¿Cómo integrar un repertorio?

Nuestro escritor, el chileno y el otro americano y más allá el español, poco o nada se ha preocupado de dar al niño obra de calidad para su recreo. Si en lectura hay una pobreza casi total, en teatro el casi se borra y queda la negación absoluta. Habría que instar a los escritores, hablarles, convencerlos, hasta que miraran ese mundo de sorpresas maravillosas que es la infancia, se interesaran por él, quisieran entrar a su ruedo y conquistarlo en gracia de talento.

Yo veo la obra de un Nicanor Parra, de una Victoria Contreras, de un Saavedra Gómez, de una Nené Aguirre, de un Tomás Lago, de una María Cristina Menares, de un Humberto Díaz Casanueva y de tanto otro, poetas auténticos, con fineza para intuir el alma del niño y saber interpretar su atmósfera. Y veo lo que esa obra sería con la colaboración de una María Tupper, de un Isaías Cabezón, de un Victorino. O sea el escenógrafo al servicio del autor, completando la obra que aun podría disponer del músico, ese puñado de gente joven que son Juan Orrego, Urrutia Blondel, Alfonso Letelier, más allá de los cuales están un Alfonso Leng, un Acario Cotapos, un Domingo Santa Cruz, un Armando Carvajal...

¡Pero si lo tenemos todo! Sólo falta que de alguna parte nazca un viento que sople en los molinos de cada corazón y de ahí salga la harina, la harina de fineza y blancura en quién amasar el pan de que los niños están ansiosos, el otro que les falta y que no es aquel que cortan las manos maternales en anchas lonjas.

Lo necesitan nuestros niños, es imprescindible a nuestros niños. Obra para ellos, cuento y canto, verso y teatro. Teatro. Sí, más que nada teatro, que hay en espera quién le dé forma en el escenario y quién en la platea agite las manitas en aplauso, más valioso éste que otro cualquiera porque nace de una más pura emoción.

1. La Hora, 14 de mayo de 1939, p. 11.

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