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ArribaAbajoCanto Quinto

Argumento del Canto Quinto


Prosigue su narracion Vasco de Gama, y describe al Rey de Melinde su salida de Lisboa: las diversas tierras en que tocaron, y las gentes que vieron hasta el cabo de Buena-Esperanza: caso de Fernan Velloso: fábula del Gigante Adamastor: continuacion del viaje hasta Melinde: concluida la narracion, se establece la paz con el Melindano, y una verdadera amistad entre Gama y este Rey.




I

    «Esta sabia doctrina el viejo honrado
Vociferando estaba, cuando abrimos
Las alas al sereno y sosegado
Cielo, y del puerto plácido partimos:
Y, como es en el mar lo acostumbrado,
Las velas al soltar, el viento herimos
Buen viaje, demandando: luego el aire
Dió á los leños su marcha y su donaire.


II

   «En este tiempo el rey de eterna lumbre
Entraba en el Nemeo truculento,
Y el mundo, con creciente pesadumbre.
Iba en su sesta edad, enfermo y lento:
En ella ve, cual tiene por costumbre
De su curso el catorce veces ciento,
Con más noventa y siete, que corria.
Cuando en el mar la armada se estendia.


III

   «La vista poco á poco se destierra
De aquellos patrios montes que quedaban:
Quedaba el Tajo ameno y la alta sierra
De Cintra, en que los ojos se alargaban:
Tambien quedaban en la amada tierra
Corazones que amores mil llenaban;
Y ya, despues que todo se escondia,
No vimos más, en fin, que el mar y el dia.


IV

   «Así fuimos abriendo aquellos mares,
Que nunca holló generacion pasada,
Las nuevas islas viendo, y los hogares
Que Enriquez descubrió con arte osada,
Los Mauritanos montes y lugares,
Tierra un tiempo de Antéo disfrutada,
Dejamos á la izquierda: al diestro lado,
Si hay otra, de sospecha no ha pasado.


V

   «Por la gran isla fuimos de Madera,
Que del mucho arbolado así se llama,
De las que hemos poblado la primera,
Más sabida por nombre que por fama;
Pues ni por ser del mundo la postrera,
Le dan ventaja las que Vénus ama;
Antes, si suya fuese, en sus placeres
La prefiriera á Páfos, y á Citéres.


VI

   «De Masilia pasé la playa adusta,
Dó su ganado los Zenégües pastan.
Gente que frescas aguas nunca gusta,
Pues ni las yerbas á sus usos bastan:
Dó la tierra al cultor rechaza injusta:
Dó hay aves que en su vientre el fierro gastan,
Dó se padece, en fin, estrema inópia,
Y Berbería apártase de Etiópia.


VII

   «El límite pasamos á dó llega
El sol que para el Norte el carro guia,
Donde yacen los pueblos á quien niega
El de Climéne la color del dia.
Aquí gentes estrañas lava y riega
Del negro Senegal el agua fria,
Donde el Cabo Arsinario el nombre pierde,
Poniéndole nosotros Cabo Verde.


VIII

   «Pasamos las Canarias, islas fijas
Que tuvieron por nombre Afortunadas;
Entramos navegando por las hijas
Del viejo Hesperio, Hespérides llamadas:
Tierras por dó sorpresas mil prolijas
Fueran hallando ya nuestras armadas:
Allí tomamos puerto con buen viento,
Para tomar despues mantenimiento.


IX

   «La que mejor al caso pareciónos,
Es la que el nombre toma de Santiago,
El que tanto á españoles ayudónos
A hacer entre los moros grande estrago.
De aquí, mientras que Bóreas aventónos,
Tornamos á cortar el vasto lago
Del salado Océano: así salimos
De la tierra en que el dulce pasto hubimos.


X

   «Por aquí rodeamos larga parte
De Africa, que dejábamos á Oriente:
De Jalof la provincia, que reparte
A una y otra nacion la negra gente:
La muy grande Mandinga (por cuyo arte
Logramos el metal rico y luciente),
Que del corbo Gambéa el agua admite,
Que entra luego en la concha de Anfitrite.


XI

   «Y pasamos las Dórcadas, guardadas
Por hermanas que un tiempo allí vivian,
Que del ver natural siendo privadas,
Todas tres de un solo ojo se servian;
Si tú sola, con trenzas encrespadas,
Que hasta el seno á Neptuno descendian,
De las tres la más fea te volviste,
Y la arena de vívoras henchiste.


XII

   «Siempre hácia el Austro, en fin, la prora aguda,
En el inmenso golfo nos metimos,
Dejando la Leona sierra cruda,
Y el cabo al que de Palmas nombre dimos;
Y el grande rio, en que batiente suda
El mar en playas ciento que allí vimos,
Quedó, con la isla insigne que ha tomado
El nombre del que á Dios tocó el costado.


XIII

   «Allí el muy vasto reino está del Congo,
Que convertimos á la fe de Cristo,
Por donde el Záine pasa claro y longo,
Rio de los antiguos nunca visto.
Por este mar a navegar me pongo
Largo al sabido polo de Calisto,
Habiendo el punto ardiente ya pasado,
Dó la mitad del mundo se ha contado.


XIV

   «Ya descubierto habíamos al frente,
En el nuevo hemisferio, nueva estrella
No vista de otros; que la ignara gente,
Incierta largo tiempo estuvo de ella;
Vimos la parte allí menos luciente,
Y por la falta de astros menos bella,
Del polo fijo, donde aun no se sabe
Si empiece tierra, ó si la mar no acabe.


XV

   «Así pasando los marinos llanos,
Por los cuales dos veces pasa Apolo,
Dos inviernos haciendo y dos veranos,
En cuanto va del uno al otro polo:
Entre las calmas ó ímpetus insanos
Con que siempre la mar agita Eolo,
Las Osas vimos, con dolor de Juno,
En las aguas bañarse de Neptuno.


XVI

   «Propiamente contar las duras cosas
De la mar que los hombres poco entienden,
Las súbitas borrascas temerosas,
Relámpagos que el agua en fuego encienden,
Negras lloviznas, noches tenebrosas,
Los silbos de Aquilon que el aire hienden
No menos fuera error, que grave apuro,
Aunque fuese mi voz de bronce duro.


XVII

   «Los casos ví que rudos marineros,
De quien maestro fue larga esperiencia,
Cuentan por ciertos siempre y verdaderos,
Las cosas al juzgar por su apariencia:
Casos que, los de juicios más enteros,
Que solo ven por puro ingenio y ciencia
Del mundo los secretos portentosos,
Los dan por mal sabidos y engañosos.


XVIII

   «Ví, visto claramente, el fuego vivo
Que la gente de mar tiene por santo
En. tiempo de tormenta ó viento esquivo,
De tempestad horrible y triste llanto.
Y no menos fue á todos escesivo
Milagro y cosa cierta, y de alto espanto,
Ver las nubes sorber por caño estenso.
Y las aguas subir del plano inmenso.


XIX

   «Yo ví con claridad (y no presumo
Que me engañó la vista) levantarse
Un cierto vaporcillo y sutíl humo,
Que, agitado del viento, fué á enroscarse,
Y elevado en columna, al polo sumo
Subió tan tenue y fino, que notarse
De ojo no muy esperto mal podria,
Pues materia de nube parecia.


XX

   «Ibase poco á poco acrecentando
Y más que un ancho mástil se engruesaba
Aquí haciéndose estrecho, allí, ensanchando,
Segun los golpes de agua que chupaba:
Con las nubes mecíase ondulando,
Y por cima un nublado se espesaba,
Mostrándose más lleno y más crecido,
Con la gran copia. de aguas que ha bebido.


XXI

   «Cual tenaz sanguijuela que porfía
En los belfos de bestia (que imprudente
Bebiendo la cogió de fuente, fría),
En sangre ajena hartar su sed ardiente:
Que chupa más y más, y engruesa y cria,
Llenándose y creciendo largamente:
Ta la grande columna hinchendo aumenta
Su fusta y la alta nube que sustenta.


XXII

   «Mas despues quo del todo se ve harta,
El pie que toca al golfo, es bien recoja,
Y que lloviendo por los aires parta:
Ya el agua de la mar con aguas moja,
Y vuelve al mar el robo que la infarta:
Mas si salado fue, dulce le arroja.
¡Vean ora los sabios de este mundo
Qué arcano aquí se encierra tan profundo!


XXIII

   «Si los viejos filósofos, que hollaran
Tantas tierras, por ver secretos de ellas,
Por tanto riesgo cual pasé, pasaran,
Maravillas topando y cosas bellas:
¡Qué escritos tan magníficos dejaran!
¡Qué influencias de signos y de estrellas!
¡Qué estrañezas! ¡qué insignes cualidades!
Y todo, sin mentir, puras verdades.


XXIV

   «Pero ya cinco veces, bien ligero,
El planeta, que el primo cielo habita,
Ora el su medio rostro, ora el entero,
Mostró, mientras el mar la escuadra agita,
Cuando de la alta gavia un marinero
De pronta vista ¡tierra, tierra! grita;
Y á la cubierta la gaudiosa gente
Salta, y ve el horizonte del Oriente.


XXV

   «A manera de nubes ya se aclaran
Poco á poco los montes que antes vimos:
Las áncoras pesadas se preparan,
Y en llegando, las velas recogimos;
Para que así más ciertas se mostraran
Las partes que tan lejos descubrimos,
Por el nuevo instrumento de Astrolabio,
Invencion de sutíl ingenio y sabio:


XXVI

   «Desembarcamos luego en la espaciosa
Arena dó la gente se lanzaba
De ver las cosas raras codiciosa
De tierra que otro pueblo no soñaba:
Mas yo, con los pilotos, en la hermosa
Playa (por ver la parte en que me hallaba)
Me detengo á tomar del sol la altura,
Y á acompasar del mundo la figura.


XXVII

Y vi que habia ya más que pasado
Del semícapro pez la grande meta,
Estando entre ella y el circuito helado
Austral, parte del mundo más secreta.
Aquí, de mis compaños rodeado.
Un hombre estraño ví, de cútis prieta,
Que la gente prendió, mientras apaña
Dulces panes de miel en la montaña.


XXVIII

   «Él parece cual hombre sorprendido
Que no se ha visto nunca en tal estremo:
Ni entiende, ni de nos es entendido,
Salvaje más que el rudo Polifemo:
Le enseño muestras del vellon pulido
Dó el de Cólcos halló metal supremo,
Y plata fina, y rica especería,
Y á nada de esto el bruto se movia.


XXIX

   «Mando mostrarle luego con empeño,
Ya cuentas varias de cristal luciente,
Ya algun sonante cascabel pequeño,
Ya un gorro del color de grana ardiente;
Y conocí, por su cambiar de ceño,
Que con esto se alegra largamente:
Le hago soltar, con todo, y así fuimos
Para el pueblo que ya muy cerca vimos.


XXX

   «Mas luego al otro dia sus parceros,
Desnudos, negros como tinta nueva,
Vienen bajando á nos por los oteros,
Las piezas á buscar que el otro lleva;
Y domésticos tanto y compañeros
Se nos muestran, que logran que se atreva
A ir Fernan Velloso á ver sus modos;
Y al monte y poblacion sube con todos.


XXXI

   «Es Velloso en sus fuerzas muy confiado,
Y de arrogante cré que va seguro:
Mas un espacio grande ya ha pasado
En que un buen signo descubrir procuro
Del esplorante audaz con el cuidado,
Citando vé aquí que por el monte oscuro
Aparece, y segun del trote infiero,
Muy más de lo que fue, vuelve ligero.


XXXII

A recogerle el bote se aproxima
De Coello, mas antes que llegase,
Un Etíope audaz se le echa encima,
Porque no el Portugués se le escapase;
Y otro, y otro despues; y él ya se estima
Perdido, sin que nadie lo ayudase:
Mas yo acudo; y ya llego á remo abierto,
Cuando un negro tropel es descubierto,


XXXIII

   «Nube espesa de flechas y pedradas
Llueve sobre nosotros sin medida;
Y no fueron al aire en vano echadas,
Que esta pierna de allí saqué yo herida:
Mas nosotros, cual gentes traicionadas,
La respuesta les dimos tan cumplida,
Que, más que en los birretes, se sospecha
Que llevan color rojo de esta hecha.


XXXIV

   «Y así que puesto en salvo fue Velloso,
Luego nos recogimos á la armada;
Y viendo ya el designio codicioso
De la gente bestial, bruta y malvada,
De quien ningun aviso provechoso
Pudiéramos tener de la India ansiada,
Sino el estar aún de ella muy distante,
Pronto la quilla al mar lancé cortante.


XXXV

   «Dijo entonce á Velloso un compañero
(Y en todos causó risa la salida):
-«¡Hola! amigo Velloso, aquel otero
Es de mejor bajada. que subida.»
Sí (responde el osado aventurero):
Mas cuando tantos perros de embestida
Bajaron, venir quise- donde estábais,
Recordando que acá sin mí quedábais,»


XXXVI

«Y nos contó que al punto que pasaron
El monte, no quisieron ya dejarle
Los perros de quien hablo: mas trataron,
Si allí no se paraba, de matarle.
Luego, retrocediendo, se emboscaron,
Porque saliendo nos para tomarle,
Nos pudieran mandar al reino oscuro,
Y robarnos así más de seguro.


XXXVII

   «Cinco soles en tanto eran cumplidos,
Desque de allí partímos, cortando
Los mares hasta allí jamás corridos,
Siempre los vientos prósperos soplando;
Cuando, estando una noche entretenidos
En la cortante prora, vigilando,
Una nube que el ámbito oscurece,
Sobre nuestras cabezas aparece,


XXVIII

   «Tan cargada venia, y tan malina,
Que miedo grande en nuestras almas puso;
Pues cual si diese en vago en roca alpina,
Bramaba negra el agua en son confuso.
¡Oh tempestad (esclamé yo) divina!
¿Qué amenaza celeste, qué desuso
De esto mar y este clima se presenta
Que aparece aun más cosa que tormenta?


XXXIX

   «Y no acababa yo, cuando figura
En el aire se vió robusta y válida,
De deforme y grandísima estatura,
De rostro pavoroso y barba escuálida,
De ojos, que en cueva están, y de apostura
Espantable y de piel cetrina y pálida;
Algas lleva del pelo en los anillos,
Y en negra boca, dientes amarillos.


XL

   «Tan grande era de, miembros, que bien oso
Certificarte que este era el segundo
De Rodas estrañísimo Coloso,
Que uno de los milagros fue del mundo:
Nos habla en son de voz tan espantoso,
Que parece salir del mar profundo;
Y á todos, al oille solo y vello,
Se nos rigen las carnes y el cabello.


XLI

   «Y -«¡oh gente (dice) osada más que cuantas
Hicieran en el mundo horrendas cosas!
Tú, que por guerras vas tales y tantas,
Y por pena y trabajos no reposas;
Pues los vedados términos quebrantas,
Y navegar los anchos mares osas
Que há tanto tiempo guardan mis cuidados,
Nunca de estraño ó propio leño arados:


XLII

   «Pues rompes los secretos escondidos
De natura y del húmido elemento,
A ningun grande humano concedidos,
De noble ó de inmortal merecimiento;
Los daños oye aquí que apercibidos
Están á tu soberbio atrevimiento,
Por todo el vasto mar y por la tierra
Que aun has de sojuzgar con dura guerra.


XLIII

   «Sabe que cuantas náos este viaje
Que tú logras hicieren atrevidas,
Hallarán enemigo este paraje,
Con vientos y tormentas desmedidas:
y en la primera armada, que pasaje
Haga por estas ondas mal sufridas,
Causare tal estrago de improviso,
Que aun será más el daño que el aviso.


XLIV

   «Aquí espero tomar, si no me engaño,
De quien me descubrió fiera venganza;
en esto ha de parar tan solo el daño
De vuestra osada y pertinaz confianza:
Mas vuestras naves sufrirán cada año
(Si verdad es lo que mi juicio alcanza)
Naufragios y desdichas de tal suerte,
Que de ellas la menor será la muerte.


XLV

   «Y del primero aquel, que la ventura
Alcanzó de unos hechos gigantéos,
Seré nueva y eterna sepultura,
De Dios por los recónditos deseos,
Aquí de la Turquesa gente dura
Vendrá á humillar los ínclitos trofeos:
Y Quilóa y Mombaza destruidas,
Le amenazan conmigo doloridas.


XLVI

   «Otro vendrá tambien de ilustre fama,
Liberal, caballero, enamorado,
Y consigo traerá la hermosa dama
Que amor por gran merced habrále dado:
Triste destino y negro mal lo llama
A este mi reino; que implacable, airado,
Para largos trabajos y escesivos,
De gran naufragio dejarélos vivos.


XLVII

   «Verá de sed morir sus hijos caros,
Con tanto amor formados y nacidos;
A los Cafres verá quitar avaros,
A la dama pulida sus vestidos;
Y los de blanca nieve miembros raros,
Al aire, al frio, al mar verá ofrecidos,
Despues de haber pisado largamente,
Con sus mórbidos pies la arena ardiente.


XLVIII

   «Y ver podrán los ojos que escaparen
De tanto mal y negra desventura,
El final que los tristes alcanzaren
En la implacable y férvida espesura:
Pues luego que las piedras ablandaren,
Con lágrimas de insólita amargura,
De su prision con vencedoras palmas,
Abrazados verán salir sus almas.»-


XLIX

   «Más queria ir diciendo el mónstruo horrendo,
De nuestra suerte y hados, cuando erguido
Dije: -«¿Y quién eres tú? Que ese estupendo
Cuerpo en verdad me tiene sorprendido.»
La boca y negros ojos retorciendo,
Y dando un espantoso y gran bramido,
Me respondió con voz lenta y no clara,
Cual si de la pregunta le pesara:


L

   -«Yo soy aquel oculto y grande Cabo
A quien llamais vosotros Tormentorio:
Que nunca á Pompio, Toloméo, Estrabo,
Plinio, ni á cuantos fueron, fue notorio.
Yo la costa del Africa aquí acabo
Con el mi nunca visto promontorio,
Que para el polo Antártico se estiende,
A quien vuestra osadía tanto ofende,


LI

   «Fuí de los duros hijos de la tierra,
Cual Encélado, Egéo, y Centimano:
Me llamé Adamastor: hice la guerra
Contra el que vibra rayos de Vulcano;
Y no poniendo sierra sobra sierra,
Mas las ondas ganando del Océano,
Capitan fuí del mar por donde andaba
La armada de Neptuno que buscaba.


LII

   «Amor por la alta esposa de Peléo
Hízome de esa empresa ser el cabo,
Y á las hijas no amé del Empiréo,
Por seguir á la Reina del mar bravo.
Un dia con las hijas de Neréo
La ví salir desnuda; y luego esclavo
El corazon sentí de tal manera,
Que desde allí no hay cosa que más quiera.


LIII

   «No siéndome el lograr su afecto dable,
Por la grandeza fea de mi gesto,
La juzgué por las armas conquistable,
Y á Dóris puse el caso manifiesto.
Esto dió que, por miedo, á Tétis hable:
Mas ella con gentil sonriso honesto
Respondió: ¿Pues qué amor hay suficiente
De ninfa para esposo tan ingente?


LIV

   «Con todo, por librar nuestro aledaño
Mar de tal guerra, buscaré manera
Con que, con la honra mia, escuse el daño,
Tal respuesta me da la mensajera:
Yo, que caer no pude en este engaño
(Que es grande en los amantes la ceguera),
Henchíme, con insólita confianza,
El pecho de deseos y esperanza.


LV

   «Y necio, y ya de guerra desistiendo,
Una noche, de Dóris prometida,
Ví de lejos el rostro apareciendo,
De aquella blanca Tétis, tan querida:
Como loco al instante corrí, abriendo
Los brazos hácia aquella que era vida
De mi ser, y empecé los ojos bellos
A besarla, y la fáz, y los cabellos.


LVI

   «¡Oh! que no sé de enojo si lo cuente!
Que en mis brazos creyendo a la que amaba,
Abrazado me hallé con un ingente
Monte de jaras y espesura brava,
Y un escollo teniendo frente á frente,
Que por el rostro angélico tomaba;
Con que hombre no fuí ya, mas quedó mudo,
Y junto de un peñasco, otro más rudo.


LVII

   «¡Oh ninfa la más bella del Oceáno!
Ya que la mi presencia no te agrada,
¿Qué te costó guardarme el símil vano,
Ya fueses monte, nube, sueño, ó nada?
Luego partí rabioso y cuasi insano,
De la pena y deshonra allí pasada,
Otro mundo á buscar, donde no viese
Quien de mi llanto y de mi mal riese.


LVIII

   «Eran ya en este tiempo mis hermanos
Vencidos y en miserias singulares;
Y por alivio de los dioses vanos,
Montañas son de algunos espaldares;
Y como contra el cielo nunca hay manos,
Yo, que andaba llorando mis pesares,
A sentir empecé de hado enemigo,
Por mis atrevimientos, el castigo.


LIX

   «Mudóseme la carne en tierra dura,
Y mis huesos peñascos se volvieron:
Estos miembros que ves, y esta estatura,
Por estas anchas aguas se estendieron:
De esto remoto Cabo en la figura
Los dioses mi gran cuerpo convirtieron:
Y para que mis penas sean solas,
Me anda Tétis cercando con sus olas.»-


LX

   «Así decia, y con doliente, lloro
Súbito de mis ojos se separa:
Deshácese la nube, y de sonoro
Bramido suena lejos timbre rara.
Yo las manos alzando al santo coro
De ángeles, que tan lejos nos guiára,
Pedí á Dios que apartase aquellos duros
Casos que Adamastor contó futuros.


LXI

   «Piróis y Flegón ya van volviendo,
Con los dos más el carro fulgurante,
Cuando la escelsa tierra iba saliendo
En que fue convertido el gran gigante.
De esa costa á lo largo aquí rompiendo
Las olas á sulcar, hácia el Levante,
Por ella abajo un poco navegamos,
Y pos segunda vez tierra tomamos.


LXII

   «Las gentes que en sus límites habia,
Aunque tambien Etiópes nacieron,
Mostraban condicion menos impía
Que los que antes tan mal nos recibieron.
Con bailes y con fiestas de alegría,
Por la arenosa playa á nos vinieron
Sus esposas trayendo, y su ganado,
Que apacentaban gordo y bien cuidado.


LXIII

   «Las quemadas mujeres van encima
De los bueyes corníferos sentadas,
Animales que tienen en estima,
Más que los de las otras sus manadas:
Cántigas de pastor, en prosa ó rima,
Cantan en su 1enguaje, concertadas.
Al dulce son de rústicas avenas,
De Títiro imitando á las Camenas.


LXIV

   «Estos que aparecian placenteros
Á la vista, propicios nos trataron,
Trayéndonos gallinas y carneros,
En cambio de otras cosas que llevaron:
Mas como en fin jamás los compañeros
Ni palabra ni indicio les sacaron
Que nos sirva a encontrar lo que pedimos,
Las blancas lonas á los vientos dimos.


LXV

   «Dado habíamos ya rodeo ingente
A la costa africana, y ya tornaba,
La prora á demandar el centro ardiente,
Dó el cielo y polo Antártico
Y dejamos la línea, dó igualmente
Otra armada encontróse, que buscaba,
El Tormentorio cabo, y descubierto,
Hizo de ella tambien su rumbo cierto,


LXVI

   «Fuimos de aquí sulcando muchos dias,
Entre tormentas tristes y bonanzas,
Al ancho mar abriendo nuevas vias,
Solo llevados de arduas esperanzas:
Luchas tuvimos con las ondas frias;
Que como todo en ellas son mudanzas,
Allí corriente hallamos tan pujante,
Que pasar nos costó más adelante.


LXVII

   «Era mayor la fuerza en demasía,
Segun que para atrás nos empujaba,
Del mar, que contra nos allí corría,
Que la del viento que por nos soplaba:
Noto, que airado está de la porfía
Que con el mar parece sustentaba,
Esfuerza su soplar furiosamente,
Con que vencer nos hace la corriente.


LXVIII

   «Traía el sol el dia celebrado,
En que tres reyes desde el rojo Oriente
Van á buscar un Rey de corto estado,
En quien tres forman uno solamente:
En tal luz otro puerto fue tomado
Por nos de aquella misma negra gente,
En ancho rio, al cual el nombre puse
Del dia en que á su playa a entrar dispuse.


LXIX

   «De ese pueblo vituallas adquirimos,
Y agua fresca del rio: mas no pudo
Luz allí descubrirse cual quisimos,
Que el negro es con nosotros casi mudo.
¡Oh Rey! Ve aquí por cuales tierras fuimos,
Sin salir nunca de aquel pueblo rudo,
Sin nunca hallar noticias ni señales,
De las buscadas tierras orientales.


LXX

   Imagínate ahora ¡cuán cuitados
Andaríamos todos, cuán perdidos,
Por hambres, por tormentas quebrantados,
Por chinas y por mares no sabidos:
De esperar realidades tan cansados,
Cuanto á desesperar ya compelidos:
Por cielo innatural, de leyes varias,
Á nuestra propia especie tan contrarias!


LXXI

   «Ya dañado y corrupto el alimento,
Doliente, enfermo el flaco cuerpo humano:
Sin tampoco encontrar contentamiento
Con que engañar el esperar en vano:
¿Piensas tú que si el nuestro ajuntamiento
Del soldado no fuese Lusitano,
Por ventura siguiera así obediente
Tanto tiempo á su Rey y á su regente?


LXXII

   «¿Piensas que no los vieras tú ya alzados
Contra su capitan, si mal los mira,
Haciéndose piratas, obligados
De desesperación, de hambre, de ira?
Grandemente, por cierto, están probados
Pues que ningun trabajo les retira
De aquella Portuguesa alta escelencia
De firme lealtad y de obediencia.


LXXIII

   «Dejando el puerto, en fin, del dulce rio,
Y volviendo á cortar la agua salada.
Hicimos de esta costa algun desvío,
Echando al alto mar toda la armada
Porque Noto., soplando manso y frio,
No nos dejara en calma en la ensenada
Que la costa de aquella parte indica
Donde el Oro nos dá Sofála rica.


LXXIV

   «Y despues de pasarla, el breve lema
(Que encomendado á Nicolás se sabe)
Para dó rompe el mar su ímpetu estrema
Guía las proras de una y otra nave,
Cuando ya el corazon, que espera y trema,
Y que tanto ha fiado á débil trabe,
Yendo al fin de esperar desesperado,
Fue de gran novedad alborozado.


LXXV

   «Y fue, que estando ya cerca del puerto,
Pues las playas y valles bien se vian,
Por un rio, que sale al mar abierto,
Barcos de vela entraban y salian,
Alegria muy grande fue por cierto,
Encontrar á criaturas que sabian
Navegar; porque entre ellas esperamos
Hallar las nuevas que en efecto hallamos.


LXXVI

   «Todos Etiópes son, aunque publica
Que con pueblo mejor comunicaban
Alguna árabe voz que así lo indica,
A la lengua mezclada con que hablaban:
Con una tela muelle, aunque no rica,
De algodon, las cabezas apretaban;
Y cada cual lo vergonzoso ciñe
Con paño que en color azul se tiñe.


LXXVII

   «En la arábiga lengua que señalan,
Y que Fernan Martin muy bien entiende,
Dicen que en naves que en grandeza igualan
A las muestras, su mar se corta y hiende,
Mas que dó sale el sol ya se resbalan
Para donde la costa al Sur se estiende;
Y del Sur para el sol, tierra dó habia
Gente cual nos de la color del dia.


LXXVIII

   «Muy grandemente aquí nos alegramos
De las nuevas, del cielo, y naturales,
Y por los gratos signos que encontramos
A ese rio llamé Buenas Señales;
Y un padrón en el pueblo levantamos,
(Pues para bautizar encuentros tales
Los llevaba), y le puse el nombre bello
Del que guió á Tobías á Gabello.


LXXIX

   «Aquí de conchas, limazon y ostrino,
Enfadosa creacion de aguas profundas,
La armada se limpió, que del camino
Por tanto mar las naves van inmundas.
Del huésped que allí habíamos vecino,
Con afectuosas muestras y jocundas,
Tuvimos siempre el natural sustento,
Limpio de todo mal su pensamiento.


LXXX

   «Mas no fue la esperanza grande, inmensa
Que en esta tierra hubimos, larga y pura
En su gozo: que luego le compensa
La Rhamnusia, con nueva desventura.
Así el cielo sereno lo dispensa,
Y en esa condicion pesada. y dura
Nacimos: mas sufrir nos endurece,
Y la prosperidad nos emblandece,


LXXXI

   Ocurrió que de un mal (de que ni idea
Jamás tuve), cruel, sucio, acabáran
Muchos cuerpos, y en tierra estraña y fea,
Para siempre sus huesos se enterráran.
Sin verlo, ¿habrá quizá mortal que crea,
Que tan disformemente allí se hincharan
Las encías, que, mientras que crecia,
En la boca la carne se podria?


LXXXII

   «Pudríase con peste y maleficio
Tanto, que el aire en torno inficionaba:
De médico no habia el beneficio,
Y menos cirujano hábil se hallaba:
Mas cualquiera, no docto en ese oficio,
Por la podrida carne así cortaba,
Cual si de muerto fuese; y convenia:
Que á quien no la cortaban, se moria.


LXXXIII

   «En fin, en esta incógnita espesura
Dejamos, para siempre, camaradas
Que en tal camino y tanta desventura
Nos siguieron, con almas esforzadas.
¡Cuán fácil halla el cuerpo sepultura!
Cualquiera mar o tierras apartadas,
Cualquier otero humilde, cual los de esos,
De los más grandes guardará los huesos.


LXXXIV

   «Así que del fatal lugar partimos,
Con fe mayor, si con mayor tristeza,
Y por la costa abajo el mar abrimos,
Buscando signos de mejor certeza,
En la infiel Mozambique nos metimos:
De cuya falsedad y gran vileza
Ya serás sabedor, con los villanos
Actos de los Mombazes inhumanos.


LXXXV

   «Luego vinimos á tu fácil puerto
Dó al suave goce de tu genio grato,
Que salud dará á un vivo y vida á un muerto.
Nos trujo el hado, al fin, benigno un rato.
Aquí reposo, aquí dulce concierto,
Aquí el consuelo de tu dulce trato
Hallamos; y vé aquí, si atento oiste,
Que todo te conté cuanto pediste.


LXXXVI

   «Piensas tú ahora ¡oh Rey! que hubo en el mundo
Gentes que tal camino acometiesen?
¿Juzgas que tanto Enéas, ó el facundo
Ulises por el mundo se estendiesen?
¿A ver lanzóse alguno mar profundo,
Por muchos que dél versos se escribiesen,
Más del que á impulso ví de esfuerzo y arte,
Que es del que aun he de ver la octava parte?


LXXXVII

   «Aquel que bebió tanta de agua Aónia.
Sobre quien traban pugna peregrina
Entre sí Esmirna, Rodas, Colofonia,
Argos, Atenas, Io, Salamina;
Y el otro que ilustró toda la Ausónia,
Y cuya voz altísima y divina
Oyendo el patrio Mincio se adormece,
Mientras su son al Tibre ensoberbece:


LXXXVIII

   «Canten, loen y escriban siempre estremos
De esos sus semidioses que encarezcan,
Magas fingiendo, Circes, Polifemos,
Sirenas que con cantos adormezcan:
Dénles el navegar, á vela y remos,
Los Ciconios y, tierras dó se empezcan.
Los compañeros al gustar del loto:
Dénles que caiga el agua su piloto:


LXXXIX

   «De las odres les suelten, é imaginen
Vientos fieros, Calipsos agitadas,
Harpías, que el manjar les contaminen:
Bajar á ver las almas ya finadas,
Que por mucho que pulan y que afinen
Estas fábulas ya tan bien soñadas,
La verdad que yo cuento, escueta y pura,
Vence á toda grandílocua pintura.»


XC

   Del Capitan facundo y de su boca
Todos están pendientes, embebidos,
Cuando á la narracion dar fin le toca
De hechos tan singulares y subidos.
El corazon sublime el Rey evoca
De esos Reyes, en guerras tan sabidos:
Loa la antigua Lusa fortaleza,
La lealtad del pecho y la nobleza.


XCI

   Y cada hombre del pueblo que se admira,
Lo que más le chocó cuenta y repito;
Y del Luso la vista no retira,
Quo corrió tantos senos de Anfitrite.
Mas ya el Délio garzon las riendas vira,
Que de Lampecia el deudo se permite,
Por ir á descansar en el ameno
Centro de Tétis y en su dulce seno.


XCII

   ¡Cuán dulce es la alabanza y justa gloria
De propios hechos cuando son cantados!
Quiere el noble varon en la memoria,
Igualar ó vencer á sus pasados:
Las envidias de ajena y propia historia
Actos crean á veces sublimados;
Y al que obras valerosas ejercita,
El ajeno loor mueve y escita.


XCIII

   No estimaba los hechos valerosos
De Aquiles Alejandro, en la pelea,
Cuanto de su cantor los numerosos
Versos, que son lo que su afan desea.
Los trofeos Milciádicos famosos
Ocupan de Temístocles la idea;
Y diz que nada le halagaba tanto
Cual de sus glorias escuchar el canto.


XCIV

   Trabaja por mostrar Vasco de Gama
Que la gloria de mar que en más se estima,
No merece tan grande gloria y fama
Cual la suya, que al cielo se sublima.
Sí; mas el héroe aquel que precia y ama
Y con mercedes y favor le anima,
La lira del Mantuano hace que suene,
Y de Enéas y Roma el mundo llene.


XCV

   La tierra lusitana de Escipiones,
Césares y Alejandros, y da Augustos:
Mas no les da, con todo, aquellos dones
Por cuya falta son fieros, adustos.
Octavio, entre desastres y opresiones,
Versos hacia doctos y vetustos.
Ni en verdad dirá Fluvia que es mentira
Que la dejaba Antonio por Glafira.


XCVI

   Por las Galias triunfante Julio avanza,
Y las armas no quítanle la ciencia,
Y con la pluma en mano, ó con la lanza,
Iguala á Ciceron en la elocuencia.
Cuanto se sabe de Escipion y alcanza,
Dice de sus comedias la escelencia,
Y Alejandro leia tanto á Homero,
Que su libro era dél el compañero.


XCVII

   No ha habido gran varon en armas vivo,
Que no fuera en las ciencias eminente,
Bárbaro de nacion, Lacio, ni Argivo.
Esceptuando á la Lusa, solamente:
Ni digo sin vergüenza que el motivo
De que en ellas no salga uno escelente,
Es el tenerse en menos verso ó rima;
Que quien no sabe el arte, no le estima.


XCVIII

   Por eso, y no por falta de ventura,
Portugueses Virgilios no hay, ni Homeros;
Y hasta no habrá, si esa costumbre dura,
Enéas con piedad, ni Aquiles fieros.
Mas de todo es peor, que la natura
Tan ásperos los hace y tan austeros,
Tan rudos y de ingenio tan escaso,
Que poco ó nada se les dá del caso.


XCIX

   Agradezca á las Masas nuestro Gama,
El que tú, patrio amor, hoy las obligas
Para que en verso suene la alta fama
De los suyos, y bélicas fatigas
Que ni él, ni otro que cual él se llama
Habrian de tener por tan amigas
A Caliópe y sus ninfas, que dejasen
Por él sus telas de oro y le cantasen.


C

   Porque el fraterno amor á las civiles
Glorias y á todo Lusitano fecho
Es loor de las Tájides gentiles,
Su solo intento, su especial derecho:
Por eso nadie deje á varoniles
Hazañas de tener dispuesto el pecho;
Que como el nombre Portugués levante,
Musa no há de faltarle que le cante.