Opiniones
Perfume y exactitud de la palabra
Por Adolfo Ayuso
Esta mujer sabe hundirse en el silencio, en el hueso del dolor y en el puño de la indignación histórica. Allí esculpe versos que reproducen lo más íntimo de su habitación humana. Sencillez, exactitud y sentimiento serían los hilos donde ensartaríamos las cuentas de su poesía: la felicidad pasa como los bueyes/ la felicidad se va como los bueyes /se le tropieza a ratos en la calle /y quien chupa su cabeza o su misterio / está seguro de que busca la muerte /y que la encuentra. Esta mujer sabe embadurnarse de la vida y casar palabras imposibles: En su red de jaulas y de nylon/ hablando con Juan Gris, /duermen estos pimientos.
Hay poetas hábiles que llenan de mentira las mesas de novedades, hay poetas tediosos que debieran guardar sus versos para la oreja del amigo que todo lo soporta. Por eso me he alegrado al conocer que Visor acaba de publicar Richard trajo su flauta y otros poemas, antología de Nancy Morejón que edita y firma Mano Benedetti.
El escritor uruguayo ha seleccionado poemas de siete de los libros de Nancy, que yo bien conozco (salvo el último Quinta de los molinos, 1998) pues colaboré con ella en la confección de Botella al mar (Olifante, 1996), antología bien diferente a la que ahora se edita. Aquella era temática y giraba en torno a cinco motores de su poesía: El entorno familiar y de las gentes que le rodean (bajo el bello subtítulo de Elegía de las conversaciones), el amor (Jaula feroz), Cuba y sus expolios (Donde duerme la isla como un ala), homenajes y elogios a las personas admiradas (Entre el don y la espuma) y la negritud (Humus inmemorial). Era pues una antología muy cercana a la suma de su vida, a su pensamiento y no tanto a la forma de expresarlo, pues coincidían en páginas contiguas poemas escritos con una diferencia de quince o veinte años. La de Visor es una antología cronológica, libro a libro, lo que proporciona una visión más ordenada de su obra, de su evolución como poeta. Para mí ambas sirven y se complementan, además de coincidir en buena parte de los poemas, sobre todo de los libros Richard trajo su flauta y otros argumentos, Piedra Pulida y Paisaje célebre. Sospecho la sabia mano de la negra Nancy en esa selección de Benedetti que a mí me parece muy acertada: el tiempo corrige y cambia, pero lo fundamental permanece.
Mario Benedetti abre con un excelente prólogo basado en su artículo «Nancy Morejón. conciencia memoriosa» que apareció en El País en octubre de 1991; lo que allí avanzó sigue vigente hoy: «Lectora de siempre y en varias lenguas, Nancy absorbe las vibraciones del surrealismo y la capacidad comunicativa de la poesía conversacional. Lo curioso, sin embargo, es que Nancy no esboza un trazo imitativo sino que incorpora aquellas estimulantes, provocativas exploraciones, a su faena decididamente original».
Mordida por la lectura del Lorca que desembarca en Cuba con el Poeta en Nueva York a medio hacer; discípula del ritmo y la conversación de Nicolás Guillén; subyugada por la desnuda música y el sentimiento de los compositores César Portillo de la Cruz y Marta Valdés, su gran amiga; estudiosa y traductora de Aimé Cesaire, Paul Eluard y Edouard Glissant (del que tradujo unos excelentes poemas en el número 5 de La expedición); vigilante de los versos de Cernuda (al que bastante debe si no me equivoco). Pero Nancy es una mujer cuya cultura no se ceba en cuatro o en cuarenta nombres; la música, la pintura, la danza y el teatro conviven en ella y ella comparte su saber vivir con las personas sencillas que pueblan su Habana Vieja, personas que respiran y aman con intensidad: Siento tus pasos entre la muchedumbre /y en una nebulosa tu sonrisa me salva. / Corre el caballo / y corre hacia los cafetales / el fuego de tus labios.
Es una mujer que dejó crecer natural y ensortijado su cabello, a los modos de la estadounidense Angela Davis, lo que llevó a que algunos compañeros blancos, y negros, sintieran ofendido su celo revolucionario y la señalaran con el rancio dedo de los mediocres que tan afortunado retrato reciben en Guantanamera. Tuvo entonces que intervenir Nicolás Guillén: «Yo amo su sonrisa, su carne oscura, su cabeza africana»; tras la bendición del sabio maestro todo quedó en agua de borrajas. Es una mujer que sabe de dónde viene: Ella no tuvo el aposento de marfil / ni la sala de mimbre, / ni el vitral silencioso del trópico. / Mi madre tuvo el canto y el pañuelo / para acunar la fe de mis entrañas, / para alzar su cabeza de reina desoída / y dejarnos sus manos, como piedras preciosas, / frente a los restos del enemigo. Por lo tanto, es una poeta incómoda para los verdugos de la historia: Mujer Negra (Parajes de una época, 1979), Obrera del tabaco (Octubre imprescindible, 1982), Amo a mi amo (Piedra Pulida, 1986), Olvida el sueño (La quinta de los molinos, 1998). Pero también es una mujer enamorada de su gente, del bullir de las calles, del sol y la música que entra por la ventana para calentar sus pies. Y como persona que ama y ríe, respeta y teme a la muerte que aparece entreverada en muchos de sus poemas: no digo más / morir es una forma de hacer correr la humedad de la tierra.
Nancy tiene una voz melodiosa y antigua cuando lee sus versos: recitales y lecturas en Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Alemania, Francia, Holanda, España, Suecia,... Estudios de su obra en Francia, Canadá y sobre todo en Estados Unidos (reciente está De Costa Willis, Singular like a bird: The Art of Nancy Morejón, Floward University Press, 1999, donde se recoge la amplia bibliografía existente sobre Nancy y su obra). Viajera incansable que siempre regresa a su isla, actitud que, ante la incomprensión o la estupidez de otros mediocres, tan tontos como los anteriores, le obliga a defenderse: «La mía es una poesía muy libre, que no ha sido temerosa de nada. He escrito del amor, de la mujer, de la defensa del país... Una poesía que, sintiéndose un termómetro de los cubanos, es también un lenguaje poético. Porque la poesía está llena de ideas, pero no puede darse sólo por ellas.» (Entrevista de Santiago Paniagua en Heraldo de Aragón, 11-6-97). Nancy Morejón utiliza estas frases, insólitas por su exactitud y belleza en una rápida entrevista, porque todo cubano que permanece y escribe en la Isla es sospechoso de ser un gramófono. Y Nancy no es, ni ha sido, una cinta magnetofónica, sino todo lo contrario: su poesía descubre el esqueleto de la música. Así lo ha entendido Chus Visor al dar rienda suelta a este Richard trajo su flauta y otros poemas que ahora podemos leer bajo el cono de luz de nuestra lámpara preferida y que ojalá podamos escuchar pronto en sus labios de mujer negra.
NANCY MOREJÓN: CON MARIO(1)
Pocas serían las palabras para expresar de qué forma queremos a Mario, de qué callada manera estamos con Mario y de qué modo sutil le agradecemos su don de la palabra. Ese momento inefable en que el pequeño niño de Paso de los Toros iba a enseñarnos, desde Montevideo, cómo se puede entrar y salir de la hoja en blanco, sin susto alguno, sólo sabiendo que es un ajuste innato para proclamar ese instante en que todo despierta para vivir entre palabras y morir, al propio instante, cuando sus señales le prueban al lector que lo importante es la vida, ese paréntesis, que el poeta llena de percepciones, de sus propios fantasmas y, sobre todo, de amor.
No quiero contar ahora cosas que puedan resultar demasiado literarias y que, su mejor o peor ordenamiento, haga creer que traigo la pretensión de parecer erudita en relación con la poesía escrita en Hispanoamérica en la segunda mitad del aturdido siglo que acaba de pasar o que quizás no ha terminado de doblar la esquina rota, todavía. Mario Benedetti es un poeta y, por eso mismo, es un escritor cabal que ha escuchado la conversación de su propio corazón, el de los uruguayos y el de todo un continente. Así es. Su oído está entrenado para escuchar lo que debe ser dicho en el momento preciso y lo que debe constituir un silencio inmediato y, por ello mismo, compartido al final de la tarde, en la baraúnda de las oficinas.
Quiero decir que su escritura es una experiencia insustituible, parcial a su yo y fiel, sin embargo, a los movimientos sociales y políticos que se produjeron a su alrededor. Esa parcialidad, de la que tan orgulloso se siente Benedetti, no le ha impedido nunca dar prioridad a la poesía como género primordial de su voz y su proyecto global literario. Esa poesía, nacida en la incipiente madurez de la más significativa historia de la poesía en América Latina, bebió en las fuentes de su mejor vanguardia pero no se recogió como una ostra para virar la espalda a una tradición oral que en las letras hispánicas, desde sus orígenes, alcanza un esplendor bien saboreado y conocido. Será un atrevimiento decirlo aquí pero me agrada la idea de hacer saber que muchos poemas de Mario integran hoy esa tradición cuya originalidad marca la diferencia, por ejemplo, entre los cancioneros del sur de España y los diversos que se agitan todavía en la pampa de Martín Fierro así como en ciertas cordilleras del Pacífico suramericano. Un poema vuelto canción, y viceversa, han hecho de Mario un condottieri del siglo XX al gusto, por supuesto, de una figura legendaria como lo es, por todo el mundo, el Che Guevara.
A la poesía de Mario no lograron domesticarla los acostumbrados cantos de sirena que bautizaran los modernistas de cisnes y princesas, en una comprensible inquietud por hallar una verdad, La Verdad; pero una verdad excluyentemente sometida a la palabra. La palabra no como totem sino como canon abierto a la pulsación de esa modernidad desvirtuada pues es considerada como un producto que, en muchos casos, es un mal ineludible. Hay que pasar por él. No obstante, Mario logró enseñarnos que puede ser moderno mientras instala en esos nuevos cánones el rumor desgarrado de Antonio Machado, con su saco raído; muriendo, como un emblema precursor, en el más cercano de los exilios; un exilio que, tristemente, se convertiría en piedra angular. Mario, poeta y persona, han armado, «como si nada», un espacio hermoso en donde no se concibe ni la traición, ni la simulación ni la claudicación. «Esclavo de sus auras» no deja pasar un minuto para registrar cuanta vivencia, cuanta reflexión, hayan nacido de ese encontronazo infernal con el destierro, esa comarca, variante del exilio que también conoció nuestro Mario.
Ahora, qué puede importarnos el tiempo medido que se cuela por entre sus sonetos, dignos de Apolo, sus epigramas, sus endecasílabos y ese murmullo tenue de su conversación cotidiana en algún sitio de Montevideo, plantado como un árbol sencillo, en el perplejo imaginario de nuestras ciudades, frente a los barcos que vienen y van con mercancías superfluas o regresan sin rumbo, sin voluntad alguna. ¿Quién sería capaz de intentar dividir sus henchidos ochenta años entre Paso de los Toros, Montevideo, Buenos Aires, Lima, el desierto de Atacama, Mallorca, La Habana, Madrid por cuyo paisaje se esparcieron los mejores poemas de un siglo aturdido e injusto, es decir, de su tiempo? No seré yo quien trace los círculos concéntricos de ese ritmo insaciable, presente en cada estrofa, en esa metáfora regada con el rocío de la humildad; o quien pretenda revelarlas en varias citas las lecciones aprendidas desde su cercana presencia habanera, junto al mar.
Tanto aprendí, tanto hemos aprendido con Mario que los que hoy cantamos y escribimos, con su lengua hablamos. Mario no asimila retóricas posibles por eso es que no cabe, no puede ser tronchado en partecitas para ser entregadas a un Olimpo de dioses trasnochados. Mario viviendo con su asma, con esa misma Luz en un breve balcón, escribiendo poemas sin cesar, burlando el rastro de sus fracasados perseguidores, oyendo siempre el grito ahogado de aquel torturador, disfrazado de fantasma azul. Mario, triunfando siempre con la verdad en la mano y, escondido, tal vez, en el capítulo inicial de una novela inconclusa donde lo espera, sentada, la marioneta de trapo con la que García Márquez quiso pintar un poema de Mario con un sueño de Van Gogh y sobre las estrellas.
La Habana, 22 de abril, 2000
1. Intervención en la mesa redonda que organizara la Casa de América, de Madrid, para celebrar el ochenta aniversario de Mario Benedetti. Se anunciaron para participar José Hierro, José Monleón, José Luis Sampedro. Rosa Pereda, Luis Antonio de Villena entre otros.