Escena II
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Los mismos; INFANTE que entra precipitadamente.
|
INFANTE.-
Le he visto yo. |
OROZCO.-
(Con jovialidad.) ¿Y
qué cariz trae? |
INFANTE.-
Tan meloso, tan sutil,
tan insinuante y seductor de palabra como siempre. (A OROZCO.)
Me ha encargado que te anuncie su visita para hoy. Viene
de Inglaterra con la máxima de que el tiempo es dinero.
A las cinco. |
OROZCO.-
Ya tenemos el cometa en el horizonte.
|
VILLALONGA.-
¡Bienaventurados los pobres, porque no tenemos
la influencia maléfica de esas estrellas con rabo!
|
INFANTE.-
¡Farsante igual! Estuvo en casa no hace dos horas,
a ver a su hija. ¡Oh, qué escena tan conmovedora!
Lloraron. |
VILLALONGA.-
¡También él! |
OROZCO.-
Joaquín imita el llanto de las personas con una perfección
—61→
que causa maravilla... (A INFANTE.) Pero dime, Manolo, ¿estás
contento con la lotería que te ha caído? |
INFANTE.-
Pues mira, cuando la vimos entrar anoche... estábamos
comiendo... con su lío en el brazo, y detrás
un mozo de cuerda con el baúl, la primera impresión
mía fue muy desagradable. Con cuatro palabras ingenuas,
sencillas, dichas con alma, nos explicó su situación.
Mi tía Carlota, única persona de viso que la
trataba y solía visitarla, por haber sido muy amiga
de su madre, la acogió del modo más cordial,
y por mi parte no tardé en simpatizar con ella. A
estas horas, tanto mi tía como yo le hemos tomado
cariño, y abrazamos resueltamente su causa. |
OROZCO.-
Es simpática como su hermano, y ninguno de los dos
se parece al papá. |
INFANTE.-
¿Simpática has
dicho? Es un ángel. |
VILLALONGA.-
¡Eh!, poco a poco.
Si le habrá salido un rival a Santanita... |
OROZCO.-
¿Amor, Manolo? |
INFANTE.-
Ea, se acabaron las bromitas, y
vamos a las veras... (A OROZCO.) Yo vengo aquí con
una pretensión... |
OROZCO.-
(Vivamente.) ¡Ay, ay!
Ya me duele... Me lo temía. ¡Pretensiones a mí!...
|
INFANTE.-
Pero, hombre, si no me has dejado hablar... |
OROZCO.-
Si te veo venir. Lo de siempre. Esos mocosos quieren caer
sobre mí como la langosta. |
VILLALONGA.-
Inconvenientes
de la fama, Tomás. Esos tórtolos inocentes
te piden protección. |
OROZCO.-
¿A mí? ¿Pero
qué protección he de darles yo?... Están
frescos... ¡Pero este Manolo...! |
INFANTE.-
Me dejas hablar,
¿sí o no? |
OROZCO.-
No; más vale que te calles.
Como que el inocente
—62→
ese pedirá un destinito para
poder casarse. Pues ¿quién mejor que tú?...
|
INFANTE.-
No se trata de eso... todavía. |
OROZCO.-
¿Pues de qué? |
INFANTE.-
Quiero hablar con Augusta.
Me entenderé mejor con ella. ¿Ha salido? |
OROZCO.-
Creo que no. |
INFANTE.-
Que venga... Augusta. (Dirigiéndose
a la primera puerta de la derecha.) |
OROZCO.-
Ya viene.
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Escena VI
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Los mismos; CLOTILDE, INFANTE
que entran por la izquierda; OROZCO que sale del despacho.
|
AUGUSTA.-
(Adelantándose a recibir a CLOTILDE.) Clotilde,
hija mía... |
CLOTILDE.-
(Turbada.) Señora...
(Aparte.) ¡Cuánta gente!... ¡qué vergüenza!
|
INFANTE.-
(A VILLALONGA.) Como no tiene costumbre de sociedad,
la pobrecilla no acierta a decir dos palabras. ¿Verdad que
es preciosa? ¡Y qué aire tan distinguido...! |
AUGUSTA.-
¡Cuánto gusto en verla por aquí...! |
CLOTILDE.-
Yo... señora... yo... |
OROZCO.-
Clotildita... |
CLOTILDE.-
Don Tomás... |
OROZCO.-
Serénese usted. Está
entre buenos amigos, que desean su felicidad. |
AUGUSTA.-
Nos ha dicho Manolo que deseaba usted hablar con Tomás.
|
|
(En un sofá colocado a la derecha, se sientan AUGUSTA
y CLOTILDE. OROZCO en una silla próxima. Los demás
en pie detrás del sofá o por los lados.)
|
CLOTILDE.-
Sí... es verdad, sí... (Aparte.)
¡Qué miedo! No acierto
—66→
a decir dos palabras... Yo
creí que estarían solos... |
AUGUSTA.-
Ya supongo...
Mi marido y yo nos hacemos cargo de su situación,
y estamos dispuestos a mirar por usted, a protegerla...
|
OROZCO.-
En lo que sea posible... |
CLOTILDE.-
Gracias, gracias.
(Aparte, mirando furtivamente al techo y a los objetos más
próximos.) ¡Ay qué casa tan preciosa! ¡Cuándo
tendré yo una así! |
MALIBRÁN.-
(A VILLALONGA.)
Es linda de veras... ¡y qué tipito tan aristocrático!
|
INFANTE.-
Y sobre todo, ¡qué inocente! |
VILLALONGA.-
Sí, muy inocente... pero no te fíes... |
OROZCO.-
Somos muy amigos de Federico... Bien sabe usted que le queremos
mucho. |
CLOTILDE.-
Mi hermano es bueno... Tiene sus defectos...
|
OROZCO.-
Como los tenemos todos... |
CLOTILDE.-
Pero su corazón
es noble. |
OROZCO.-
También somos amigos de su papá
de usted... |
CLOTILDE.-
¡Qué bueno es!... |
AUGUSTA.-
Sí, sí; muy bueno... |
INFANTE.-
¡Pero qué
candor! |
OROZCO.-
Con sus defectillos, claro. |
CLOTILDE.-
(Vivamente.) Como los tenemos todos. |
AUGUSTA.-
La resolución
que usted ha tomado, es un poco grave... pero sin duda no
podía usted seguir en compañía de su
hermano. |
CLOTILDE.-
¡Ah!... no señora... imposible
seguir... (Aparte.) ¡Ay, si se fueran ésos!, yo me
explicaría... |
OROZCO.-
Díganos usted... |
INFANTE.-
La pobrecilla no se atreve. Yo le ayudaré. Ya debéis
comprenderlo. Quieren casarse... |
CLOTILDE.-
Eso es, casarnos...
|
INFANTE.-
Y como son previsores, piensan en el nido... En
—67→
fin, que hay que empezar buscándole un empleo a Santanita.
|
OROZCO.-
Ya... su prometido, su novio de usted no tiene
oficio ni beneficio. Vive con algún pariente... |
CLOTILDE.-
No señor. Diré a usted. El tío Santana
le ocupaba en llevar la contabilidad, dándole una
gratificación; pero los negocios de aquella casa hace
un año que van de capa caída... «Qué
hacemos, qué no hacemos». Pues economías; y
lo primero que se les ocurre es suprimir el chocolate del
loro... Al pobre Pepe le tocó ser la primera víctima.
Pero bien lo pagan, porque se quedaron sin contabilidad,
y ahora cogen el cielo con las manos. Un comercio sin contabilidad,
bien sabe usted que es como un corto de vista sin anteojos.
|
OROZCO.-
Cierto. (Admiración en todos.) |
CLOTILDE.-
(Aparte.) Gracias a Dios que me voy soltando. |
AUGUSTA.-
De modo que hoy por hoy al pobrecito Pepe le vendría
bien un destinito... |
OROZCO.-
Eso, Manolo, tú...
toma nota. |
INFANTE.-
De oficial quinto... sí. |
CLOTILDE.-
Pero como los destinos del Gobierno son tan inseguros, pretendemos
además otra cosa, por lo que pueda tronar. |
AUGUSTA.-
¿Otra cosa?... |
VILLALONGA.-
Pues no es corta para pedir
la inocente. |
CLOTILDE.-
Diré a usted, Pepe es muy
despejado, y aunque parece un alma de Dios, es hombre de
fibra, sin carácter. |
OROZCO.-
Lo creo. |
INFANTE.-
Y simpático... Le he visto hoy, y me ha entrado por
el ojo derecho. |
CLOTILDE.-
Huérfano de padre y madre.
Veintitrés años. Desde
—68→
los dieciséis
trabaja y gana para mantenerse. |
AUGUSTA.-
Vamos... |
CLOTILDE.-
En la partida doble hace primores; escribe cartas comerciales
en francés; tiene título de Perito Mercantil,
y se ganó un premio de Economía Política.
|
AUGUSTA.-
¡Ángel de Dios! Señores, es preciso
que entre todos le protejamos. |
CLOTILDE.-
En casa del tío
Santana... frente a donde yo vivía... llevaba solito
todo el peso del escritorio... Nunca sirvió en el
mostrador, que repugna a sus hábitos. Pero hoy está
decidido a todo con tal de ganar para mantener a la familia.
Es incansable en el trabajo. Sabe llevar los libros como
los llevan pocos, y en las sumas largas no se le escapa un
céntimo; por eso me determino a molestar al señor
de Orozco, suplicándole... |
OROZCO.-
Hija mía,
yo no tengo casa de comercio. |
CLOTILDE.-
Ya lo sé...
pero... Dispénseme si le molesto con mis pretensiones.
|
AUGUSTA.-
Acabe, acabe usted. |
CLOTILDE.-
Pues queremos
que el señor de Orozco se interese con los señores
Trujillo y Ruiz Ochoa, banqueros, en cuyo escritorio está
vacante la plaza de tenedor... |
MALIBRÁN.-
Pues esta
inocentona no pierde ripio. |
OROZCO.-
¿Y está usted
segura de que hay esa vacante? |
CLOTILDE.-
Como que hoy mismo
fue Pepe a preguntar, y en efecto... no la han provisto.
Si usted la pide, don Tomás, la plaza es nuestra.
|
AUGUSTA.-
Nada, nada; que Pepito será tenedor. |
VILLALONGA.-
Tenedor... y ella cuchara... ¡Vaya una niña! |
OROZCO.-
Yo veré... pero entendámonos, Clotildita. Ha
pedido usted primero un destino de oficial quinto, después
la plaza de tenedor. Supongo que será para
—69→
optar
por una de las dos, en caso de que... |
CLOTILDE.-
No señor,
no se trata de optar... |
OROZCO.-
Entonces... pretende...
|
CLOTILDE.-
Las dos plazas. |
VILLALONGA.-
¡Demonio con la
joven angelical! |
OROZCO.-
¿Y desempeñará los
dos? |
CLOTILDE.-
Perfectamente. Irá a la casa de banca
antes y después de las horas de oficina. El destino
del Gobierno querémoslo como ayuda en los primeros
tiempos. Después lo dejamos. Pepe no ha nacido para
oficinas... Tiene vocación de comerciante... pero
en grande... sueña con ser rico, y lo será.
Yo le ayudaré. |
VILLALONGA.-
¿Qué tal, infantillo?
|
INFANTE.-
Que esta niña vale un imperio. |
OROZCO.-
¡Pero Clotildita, acaparar dos plazas, cuando hay tantos
que no tienen ninguna! |
CLOTILDE.-
Pues que se las busquen
como puedan. Cada cual mire por sí. |
AUGUSTA.-
Pero
será quizás mucho trabajo... |
CLOTILDE.-
¡Mucho
trabajo! Todo el trabajo del mundo le parece poco para su
ambición de ganar dinero. Y que hace falta sacarlo
de una parte y de otra, porque las necesidades aumentan de
día en día, y todo se está poniendo
muy caro. La carne por las nubes; el pan... |
VILLALONGA.-
¿Pero has visto esto? |
INFANTE.-
¡Qué monada! |
MALIBRÁN.-
Es la reina de las hormigas. |
CLOTILDE.-
A Pepe no le asusta
el trabajo. Hoy mismo... verán: por las mañanas
emplea dos horitas en llevar las cuentas de una tienda de
huevos de la Cava de San Miguel. De tarde, la misma faena
en un establecimiento de ropas en liquidación, y por
las noches
—70→
se pasa tres horas escribiendo en casa de un
notario. |
OROZCO.-
¿Qué tal? Esto es... de oro. |
AUGUSTA.-
¿Y gana, gana cuartos? |
CLOTILDE.-
¡Que si gana! Hay meses
que pasa de treinta duros. |
AUGUSTA.-
Con los cuales va viviendo;
¡pobrecillo! |
CLOTILDE.-
Y le sobra. Vive como un anacoreta.
|
OROZCO.-
¿También ahorra? |
CLOTILDE.-
Ya lo creo.
Yo no le permito que gaste más que lo preciso. Buena
soy yo. Afortunadamente no tiene ningún vicio. |
AUGUSTA.-
¿Y lo que le sobra, lo va guardando...? |
CLOTILDE.-
No señora...
que se lo guardo yo. Así está más seguro.
|
MALIBRÁN.-
No he visto otra... |
VILLALONGA.-
Todavía
no se han casado, y ya se ha puesto los pantalones. |
INFANTE.-
De modo que todo aquel baúl que llevó usted
a casa lo tiene usted lleno de duros, picarona. |
CLOTILDE.-
No señor... Pepe sabe agenciarse para cambiar su plata
por oro... aquí consigue una monedita, allá
otra, y así vamos reuniendo... |
VILLALONGA.-
Ya...
y al fondo del baúl. |
CLOTILDE.-
Al baúl, no.
|
OROZCO.-
¿Dónde guarda usted sus caudales, señorita?
|
CLOTILDE.-
Aquí. (Señalando al cuerpo.) En
un cintillo. |
MALIBRÁN.-
¡Qué portento de muchacha!
|
VILLALONGA.-
Aprendamos, aprendamos todos... |
INFANTE.-
Ahí tenéis la generación que nos ha
de barrer... Éstos, éstos... |
VILLALONGA.-
Acuérdense de lo que digo. Antes de cinco años,
ésos tendrán más dinero que nosotros.
|
—71→
|
AUGUSTA.-
Lo primero es casarlos... a escape. |
INFANTE.-
¡Casarlos!... ¡Bien se lo merecen! |
CLOTILDE.-
(A OROZCO.)
¿Podemos contar con la plaza de tenedor? |
OROZCO.-
No es
cosa mía. Veremos... |
AUGUSTA.-
Diga usted que sí.
|
CLOTILDE.-
(A INFANTE.) ¿Y con la plaza de oficial quinto?.
Apunte el nombre, D. Manuel. |
INFANTE.-
Haré los imposibles
por conseguirlo. |
CLOTILDE.-
Ustedes son nuestra salvación.
Hace un rato, hablando con Pepe de si pedíamos o no
este favorcito, decía él mañana; pero
yo dije hoy, porque yo he creído siempre que eso de
dejar las cosas para mañana es perder las buenas ocasiones,
y que cuando se ocurre una medida salvadora, debe ponerse
en práctica... al instante. |
VILLALONGA.-
¡Pero qué
chiquilla...! |
MALIBRÁN.-
Si todos los solteros que
estamos aquí debiéramos pedir su mano. |
INFANTE.-
Envidiemos al gran Santanita. |
VILLALONGA.-
Todos los presentes
aceptamos la lección, y juramos proteger a esa pareja,
¡la pareja de los grandes destinos! |
AUGUSTA.-
Sí,
sí, aprenda aquí, solterones empedernidos,
holgazanes, polilla de la sociedad. Éstos, éstos
son los seres providenciales, los que vigorizan la raza humana,
los que hacen poderosas y ricas a las naciones. |
CLOTILDE.-
Gracias, gracias a todos. Nuestra gratitud será eterna.
|
|
(Entra un CRIADO y da una tarjeta a OROZCO.)
|
OROZCO.-
(Levántase y dirígese al otro lado de la escena.
A VILLALONGA y MALIBRÁN.) Ya tenemos al cometa en
el meridiano.
|
—72→
|
AUGUSTA.-
(Levantándose.) Perdóneme
usted, hija. (Dirígese a hablar con OROZCO y VILLALONGA.)
|
INFANTE.-
(A CLOTILDE.) Bien, bien. Así me gusta
a mí la gente. |
CLOTILDE.-
Como soy tan corta de genio,
no me atreví a hablarles de otra cosa. |
INFANTE.-
¿Qué? |
CLOTILDE.-
Pepe ha buscado ya la casa en que
hemos de vivir. ¡Y qué casualidad! La que más
le gusta es una que pertenece al papá de Augusta,
el Sr. de Cisneros... Pues cuando tenga más confianza,
le diré a esta señora que le hable a su papá...
|
INFANTE.-
¿Para que les baje el precio? |
CLOTILDE.-
¡Oh!,
no; eso nunca; es poco delicado. Para que nos ponga agua,
y nos empapele la sala, que está muy fea. |
INFANTE.-
Yo me encargo de eso... yo. |
AUGUSTA.-
(A OROZCO.) Por Dios,
Tomás. Temo a tu bondad. Trátale como merece.
|
OROZCO.-
Descuida. |
AUGUSTA.-
(A CLOTILDE.) Venga usted
conmigo. (Vanse por la puerta de la alcoba.) |
INFANTE.-
Vámonos
al billar. (Salen por el billar.) |
MALIBRÁN.-
(A OROZCO.)
Yo dejo a usted. |
OROZCO.-
Despacho pronto. ¿Quiere usted
pasar al billar? |
MALIBRÁN.-
No; me voy a mi casa
o al Ministerio. Tengo que escribir un sin fin de cartas
urgentísimas. |
OROZCO.-
Pues escríbalas usted
en mi despacho, y luego se queda usted a comer. |
MALIBRÁN.-
Acepto con mucho gusto... lo primero nada más. (Entra
en el despacho.)
|
Escena VII
|
|
OROZCO; JOAQUÍN
VIERA.
|
VIERA.-
(Abrazándole con efusión.)
¡Tomás de mi alma! |
OROZCO.-
Joaquín... ¿qué
tal... qué me cuenta usted? |
VIERA.-
¿Y tu mujer?
¡Siempre tan guapa, tan buena!... ¡Qué placer me causa
verte! |
OROZCO.-
¡Cuánto tiempo!... |
VIERA.-
Sí...
Y tú estás bueno... buen color... Abrázame
otra vez... aprieta, aprieta. Tomás, querido Tomás.
Te conocí niño, después mozo, hombre
al fin. ¡Cómo reverdecen en nuestra alma los antiguos
cariños cuando vamos envejeciendo! Y ahora que me
agobian tantas desdichas... ¡Ay, hijo mío! (Con emoción.)
|
OROZCO.-
Ya, ya sé que en Madrid ha encontrado usted
algunas novedades poco gratas. |
VIERA.-
No me digas... A
Federico me le encuentro medio trastornado... Mi hija...
mi angelical Clotilde... Mejor que yo sabes tú lo
ocurrido. Figúrate mi pena... |
OROZCO.-
Me la figuro.
Pero usted... creo yo... con tanto viajar y las largas ausencias,
ha perdido el gusto de la familia, y vive usted demasiado
suelto para afanarse por estas menudencias. |
VIERA.-
No,
hijo mío, no me juzgues así... Mi vida, ¡ay!,
es la continua privación de los bienes que apetece
mi alma. Nada más conforme a mi carácter que
la estabilidad. Pues heme aquí privado de los goces
del hogar, errante por naciones extranjeras, sin oír
la voz de un ser amado, sin ver el rostro de una persona
de mi sangre y de mi raza. ¡Qué sino el mío,
Tomás! Tres grandes atractivos tiene la existencia
—74→
para mí: mis hijos en primer término; después
la tierra, o sea la propiedad; después los libros,
o sea el estudio y la contemplación de la Naturaleza.
(Con ternura y acento firme.) Créelo, éstos
son los únicos bienes apetecibles, y además
las únicas amistades fecundas y verdaderas: la familia,
manantial de goces infinitos; el suelo, un pedazo de esa
tierra que te devuelve generosa los cuidados que pones en
ella; y por fin, el libro sano y ameno que te deleita, te
calma y te instruye. Pues nada de esto me concede Dios a
mí. Sin duda me priva de lo que más amo para
concedérmelo en otro mundo mejor. |
OROZCO.-
Así
será. Pero debe usted, con su buena conducta en dote,
asegurar la posesión de todos esos bienes en el otro.
|
VIERA.-
¡Buena conducta! (Con asombro.) ¿Qué quieres
decir?... Querido Tomás, no me ofendas con un juicio
tan... ligero, tan impropio de la elevación de tu
alma. O quizás pretendes que sólo es respetable
la existencia de los capitalistas, y que la nuestra, la de
los pobres, no merece que luchemos, que agucemos el ingenio
por ella. No, hijo mío; el derecho a la vida nos corresponde
a todos. No vayas a creer que ese derecho va exclusivamente
adscrito a las acciones del Banco, al cuatro amortizable,
y a la propiedad rústica o urbana... |
OROZCO.-
(Impaciente.)
¡Lástima de ingenio!... ¿Pero a qué tanto divagar?...
No perdamos tiempo, Joaquín, y sepamos el objeto de
su visita y de su viaje. |
VIERA.-
(Con emoción, estrechándole
las manos.) Tomás, Tomás, mucho me duele que
todas mis aproximaciones a ti tengan siempre un objeto...
poco grato, al menos
—75→
en apariencia. No puedes figurarte
la pena que esto me causa. |
OROZCO.-
(Sereno.) No se apure
usted, y vea cuán tranquilo estoy. |
VIERA.-
Te quiero...
como a mis hijos... casi estoy por decir que más,
más. |
OROZCO.-
Gracias. |
VIERA.-
Y no quisiera llegarme
a ti sino con la cara risueña. |
OROZCO.-
¿Por qué
la pone usted tan lúgubre? |
VIERA.-
Lúgubre
no... es que el asunto es un poco desagradable... Voy a parar
a lo siguiente: Siendo tú quien eres, la conciencia
más pura que hay bajo el sol, has de tener a gala
y orgullo el devolver a sus legítimos poseedores lo
que por olvido o negligencia, no por malicia (Con afectación.) ,
¡no, no!, está en tu poder. |
OROZCO.-
¿Y qué
es eso que no me pertenece y que yo retengo?... |
VIERA.-
(La mano sobre el pecho.) ¿Dudas de mi palabra? |
OROZCO.-
¿Pues no he de dudar? |
VIERA.-
Pues mi palabra sola te ha
de convencer, sin necesidad de apelar a la prueba fehaciente.
Escúchame. ¿Te acuerdas de las obligaciones de Proctor
y Barry? |
OROZCO.-
Sí que me acuerdo. Todas fueron
canceladas, parte el 78, parte el 82. Sobre esto no tengo
duda. He revisado estos días el expediente. Todas,
todas... |
VIERA.-
Todas... (Con sutileza.) menos una. Tomás,
aguza la memoria. Conozco mejor que nadie los asuntos de
la Humanitaria, fundación mía y de tu padre.
Canceladas las obligaciones... menos una. |
OROZCO.-
Menos
una, es cierto, que había sido reservada por
—76→
el viejo
Proctor para su hija mayor, Adelaida. Dicha obligación
la liquidamos cuando murió esta señora allá
en... |
VIERA.-
En Sidney. Pero no fue como tú dices,
Tomás de mi vida. Haz memoria... no fue así.
Liquidasteis una póliza, que esa señora poseía
también; pero la obligación, que era de las
de ocho mil libras, quedó pendiente, por no encontrarse
el documento original. Se hizo una información, que
no resultó clara, y el asunto quedó en tal
estado. Los Proctor murieron todos en una serie de catástrofes
horribles, naufragios, terremotos, epidemias... Sólo
queda Benjamín, que recogió a los hijos de
Adelaida, y que ha llegado hace poco de Australia. |
OROZCO.-
¿Y ese Benjamín es el que ha descubierto la obligación
perdida? |
VIERA.-
Cierto. |
OROZCO.-
Comprendido... A ver...
venga. (Con impaciencia.) Quiero saber qué trazas
tiene ese documento. |
VIERA.-
(Sacando un papel.) Ahí
está. Examínalo con la prolijidad que quieras.
(Mientras OROZCO examina con profunda atención el
documento presentado por VIERA, éste se levanta, y
con las manos en los bolsillos se pasea por la habitación,
hablando para sí.) A ver por qué registro sales
ahora, hipocritón, cuákero de mil demonios.
Estás cogido. La red es hermosa, y admirablemente
tejida con hilos legales; y por más que la busques,
no encontrarás malla rota para escabullirte. (En alta
voz.) ¿Qué piensas de eso? ¿Cabe en ti la sospecha
o el recelo de que la obligación pueda ser falsa?
|
OROZCO.-
No; es legítima. |
VIERA.-
Luego, yo no soy
un falsario, querido Tomás. Devuélveme tu estimación.
|
—77→
|
OROZCO.-
La deuda es legal: yo no lo niego; pero surge
la duda de que esta obligación esté comprendida
en el arreglo que se hizo en 1874. Es, por lo menos, discutible
el derecho de Benjamín a realizar este crédito.
(Levantándose, entrega la obligación a VIERA.)
Tome usted su papel. |
VIERA.-
¿Qué decides? |
OROZCO.-
(Con frialdad y aplomo.) Decido... no pagar. |
VIERA.-
¿No
reconoces la legalidad de la deuda? |
OROZCO.-
La reconozco,
pero la declaro prescripta. |
VIERA.-
(Desconcertado.) Reflexiona,
Tomás; no te arrebates. Benjamín pleiteará,
y te verás metido en un lío espantoso, y perderás
con costas. |
OROZCO.-
(Paseándose y mirando al suelo.)
Lo veremos. La cuestión es muy problemática.
|
VIERA.-
(Con mirada penetrante.) Tomás, eso es...
indigno de un hombre como tú. Confórmate con
el arreglo que te propongo, en nombre de Proctor, la mitad,
cuatro mil libras. |
OROZCO.-
No quiero... ¿Se sorprende usted?...
|
VIERA.-
¿No he de sorprenderme? Soy un hombre muy escrupuloso
en cuestiones de moral... |
OROZCO.-
Pues yo no. |
VIERA.-
¡Que no eres escrupuloso!... |
OROZCO.-
¡Qué cara pone
usted! |
VIERA.-
¡Tomás, Tomás! |
OROZCO.-
Me
he cansado del papel de puritano que la opinión se
empeña en hacerme representar. |
VIERA.-
(Aparte.)
¡Pero este hombre se está burlando de mí!
|
OROZCO.-
Leo en el pensamiento y en las intenciones de usted
como en un libro, amigo Viera. Usted ha visto en mí
un ardiente apóstol de la moral pura, capaz de dejarse
desollar vivo antes que retener un maravedí
—78→
que no
le pertenezca, y se dijo: «Compro la obligación por
una bicoca, lo cual no es difícil, porque los ingleses
pasan por todo antes que pleitear en España; me presento
con mis papeles en regla; el hombre se amilana; su inflexible
rectitud hace mi negocio; cobro a toca-teja, y hasta otra».
¿Es esto, sí o no, lo que usted pensaba? |
VIERA.-
Tomás, tú desvarías. |
OROZCO.-
Pues
ahora resulta que el hombre de conciencia rígida no
existe más que en la infundada creencia de los necios
que han querido suponerle así; resulta que Orozco
es como todos los que le rodean, ni perverso, ni tampoco
santo; que desea mantenerse en el justo medio entre la tontería
del bien absoluto y el egoísmo brutal de otros; que
no quiere dejarse explotar, sosteniendo el derecho estricto
y la moral pura en cuestiones de intereses; de todo lo cual
resulta también que al negociante que me escucha le
ha salido mal la cuenta, y que por esta vez su maniobra ha
sido un verdadero fracaso. |
VIERA.-
(Tragando saliva.) Tú
harás lo que gustes. Yo he cumplido contigo. Fracasadas
mis gestiones conciliadoras, te entenderás con Benjamín,
que inmediatamente entablará la acción correspondiente.
|
OROZCO.-
Ese señor hará lo que le acomode.
Si quiere pleitear, que pleitee. |
VIERA.-
Ya voy viendo que
haces el papel de hombre recto en todo aquello que no afecta
a tus intereses. Eso no está bien, Tomás, hijo
mío. Yo te aseguro... |
OROZCO.-
No asegure usted más
que una cosa. |
VIERA.-
¿Qué? |
OROZCO.-
Que no pago.
|
—79→
|
VIERA.-
(Con sofocada ira.) Pues me pones en un conflicto
tremendo. De modo que si el inglés pleitea, y pleiteará,
tendré que ponerme frente a ti y al lado suyo ¡qué
cosa tan contraria a mis sentimientos!, porque no puedo negarme
a ofrecer a la justicia mi conocimiento de la curia española
y de cómo se llevan aquí los negocios de cierta
clase. |
OROZCO.-
Muy bien. |
VIERA.-
No, no lo haré...
Soy mejor que tú. |
OROZCO.-
Lo celebro mucho. |
VIERA.-
Aunque nadie me ha llamado nunca el hombre modelo, yo...
tengo ideas claras de la justicia, de la propiedad, del derecho...
Si no te quisiera como te quiero, te hablaría con
mayor dureza. Tomás, Tomás, si aún conservas
un resto de cariño para el que fue leal amigo de tu
padre, para el que te tuvo tantas veces sobre sus rodillas;
si mi voz, mi persona, estas canas hablan algo a tu corazón,
trátame de otra manera. No, no puedo tolerar que te
veas envuelto en un litigio dispendioso, después del
cual, ganado o perdido, tu honra quedaría por los
suelos. No, eso no; tu buen nombre antes que nada. Tomás,
hijo mío, es preciso que arregles esto. ¿No comprendes
la necesidad imprescindible de cancelar la obligación?
Estoy autorizado para negociar libremente, y te propongo
una transacción. Si tú eres razonable, yo,
en obsequio tuyo... Vamos, quédese la cosa en tres
mil libras. |
OROZCO.-
(Flemático, glacial.) Ni un
cuarto. |
VIERA.-
Piénsalo... piénsalo, por
Dios. Te doy un día para pensarlo. |
OROZCO.-
Aunque
me dé usted un siglo, yo... no puedo darle nada.
|
—80→
|
VIERA.-
(Devorando su despecho.) Lo siento por ti... Cree
que lo siento... Me das un golpe... |
OROZCO.-
Un golpe tremendo,
lo sé... Pero usted... ¡ah!, usted es hombre de grandísima
resistencia, y después del golpe, sigue tan terne
en su campaña, y achicándose en sus pretensiones
para asegurar un resultado cualquiera, llegará a proponerme
dos mil libras. |
VIERA.-
(Aparte.) ¡Da dos mil libras! (Alto.)
Tomás, me ofendes con proposición tan humillante.
Rebájate todo lo que quieras; pero no incurras en
esa sordidez vergonzosa. |
OROZCO.-
Pero si yo no le propongo
a usted las dos mil libras. Digo que usted las propondrá
y que se las niego también. |
VIERA.-
¿Serías
capaz de no recoger la obligación por esa miseria?...
¡Dos mil libras! Tú has perdido el juicio. |
OROZCO.-
Concluyamos. (Con resolución.) |
VIERA.-
¿Das las dos
mil libras? |
OROZCO.-
No; es mucho. De algún tiempo
a esta parte me he vuelto muy tacaño. |
VIERA.-
(Riendo.)
Ya lo veo... ya. |
OROZCO.-
Doy... Advierto que esta proposición
es cerrada, indiscutible. Usted la acepta o la rechaza, y
concluimos. |
VIERA.-
(Con ansiedad.) ¿A ver...? |
OROZCO.-
Doy... mil doscientas libras. |
VIERA.-
¡Mil doscientas libras!
¿Y no se te cae la cara de vergüenza al hacerme tal
proposición?... |
OROZCO.-
No se me cae; vea usted,
la tengo donde la he tenido siempre. A decidirse pronto.
|
VIERA.-
¡Oh!, lo pensaré... La cosa es grave... Tu
obstinación... |
OROZCO.-
Trato hecho.
|
—81→
|
VIERA.-
No,
no te precipites. Siquiera mil quinientas, Tomás.
|
OROZCO.-
No aumento ni un chelín. Y es buen negocio
para usted. |
VIERA.-
Pues... por no reñir contigo,
por conservar tu amistad... acepto... ¿Y cuándo?
|
OROZCO.-
Ahora mismo. Extenderé un talón.
|
VIERA.-
No, no. |
OROZCO.-
¿Qué quiere usted? |
VIERA.-
Dame papel Londres. Una letra de mil libras a mi orden, y
a cargo de tus banqueros, los Ruffer. Las doscientas libras
me las das aquí en pesetas... ¿Qué cambio?
|
OROZCO.-
Pase usted a mi despacho. |
VIERA.-
¡Ah!, sí,
tengo que escribir a Londres. |
OROZCO.-
Ahí está
Malibrán escribiendo cartas... Extienda usted la letra
y la firmaré. |
|
(Aparece AUGUSTA en la primera puerta
de la derecha, y se detiene en ella como esperando a que
salga VIERA para entrar.)
|
VIERA.-
Bueno. |
OROZCO.-
Y si
quiere liquidar las doscientas libras en pesetas, ahí
está la cotización. |
VIERA.-
Supongo que me
las pondrás al cambio de 26,50. |
OROZCO.-
Como usted
quiera: no reñiremos. |
VIERA.-
(Dirigiéndose
al despacho.) Dura está la carne de la oveja... Pobre
lobo, conténtate con una hilacha. |
Escena VIII
|
|
OROZCO; AUGUSTA.
|
AUGUSTA.-
¡Qué hombre, qué
monstruo!, cuéntame... Yo rabiaba de curiosidad, y
abrí un poco la puerta.
—82→
Pero no pude enterarme bien.
¿Le has dado algo? |
OROZCO.-
Lo menos posible. |
AUGUSTA.-
¡Ay!, deja que me reponga del terror que me causa. |
OROZCO.-
¿Terror?... A mí me divierte. Histrión más
perfecto no creo que exista. |
AUGUSTA.-
¿Pero qué...?
Creí entender algo de una obligación olvidada.
|
OROZCO.-
Sí, de las de ocho mil libras. |
AUGUSTA.-
¿Pero es legítima? Porque ése sería
capaz de falsificar... |
OROZCO.-
Es legítima. |
AUGUSTA.-
¿Y qué... te has negado a pagarla? |
OROZCO.-
Aunque
bien pudiera sostenerse la prescripción, yo no la
admito, no puedo admitirla, y el crédito ese, como
deuda sagrada, debe pagarse. |
AUGUSTA.-
Tomás de mi
alma ¿serás capaz...? |
OROZCO.-
Ten calma. No sabes...
|
AUGUSTA.-
Tu rectitud ha venido a ser una verdadera demencia.
Esas deudas fiambres, obscuras y antediluvianas no se pagan
nunca. Consulta el caso con todos los hombres de negocios,
y verás... |
OROZCO.-
No me hace falta consultar a
nadie. Esa obligación pendiente pesa sobre mi conciencia,
y no estaré tranquilo hasta que de ella no me descargue.
|
AUGUSTA.-
¡La conciencia...! (Alarmada.) Explícate:
¿pagas...? |
OROZCO.-
Sí; pero no he dicho que a Viera.
|
AUGUSTA.-
Pues no lo entiendo. ¿Es o no Joaquín poseedor
legítimo de la obligación? |
OROZCO.-
Lo es.
Hoy, antes que él viniese, recibí carta de
Horacio Ruffer, en la cual me dice que Viera dio por esa
obligación un diez por ciento de su valor nominal,
es decir, ochocientas libras. Yo le doy el quince, mil doscientas
libras.
|
—83→
|
AUGUSTA.-
Y negocio concluido. |
OROZCO.-
Concluido
por parte de él; por parte mía, no, porque
pienso pagar íntegramente... De modo que aún
tengo en mi poder (Calculando.) libras... seis mil ochocientas.
|
AUGUSTA.-
¡Pagar íntegramente!... ¡y a quién!
(Alarmada.) Ay, hijo, yo voy a llamar a un médico.
Tú estás malo, Tomás... ¿Has pensado
bien...? Explícame, por Dios. |
OROZCO.-
Escúchame.
Joaquín es un monstruo; tú lo has dicho. Entre
sus muchas responsabilidades ante Dios y los hombres, la
más notoria es la perversa educación de sus
hijos: el abandono en que los tiene, sin apoyo moral, sin
medios honrosos de subsistencia. La penuria, la falta de
autoridad doméstica, condujeron a Federico... bien
lo sabes... a una vida de angustias humillantes. Por las
mismas causas, Clotildita se ve precisada a buscar marido
de una manera... poco decorosa. Y yo digo: ¿rectificar los
errores de ese aventurero, no es un acto de alta justicia?
¿No procedo con absoluta equidad, sustrayéndole, con
astucia no inferior a la suya, la mayor parte de lo que le
pertenece, para mejorar con ello la existencia de sus infelices,
olvidados hijos? (AUGUSTA, paralizada por la estupefacción,
no acierta a decir palabra alguna.) ¿Has oído aquello
de que «ladrón que roba a ladrón»...? Pues
sí, yo, yo le quito a ese tunante el valor casi íntegro
del crédito que adquirió, se lo estafo con
regocijo y satisfacción santa de mi conciencia. |
AUGUSTA.-
¡Oh, qué grandeza... increíble grandeza de
alma! ¿Tú eres el ladrón... de ese...? |
OROZCO.-
Y no sólo soy su ladrón (Con elevado humorismo.) ,
sino
—84→
su asesino, porque le mato, le entierro, le doy por
fenecido, puesto que entrego su peculio a sus herederos...
¿Lo comprendes ahora? Pues con las seis mil ochocientas libras,
constituyo un fondo, que divido en partes iguales, poniéndolo
a nombre de Federico y de Clotilde, en títulos intransferibles.
Federico podrá vivir de este modo en modesta holgura,
y si es hombre capaz de apreciar los beneficios de la vida
ordenada, no dudo que se corregirá de ciertos hábitos...
En cuanto a Clotilde, no hay que decir que sabrá sacar
partido de su herencia. |
AUGUSTA.-
(En un rapto de entusiasmo.)
Tomás, me rindo a tu bondad y a tu entendimiento,
que ya me parecen sobrenaturales... ¡Qué hombre! ¡Qué
gloria para mí tenerte! (Le abraza con efusión.)
¡Debo adorarte de rodillas! ¡Qué grande eres!... ¿Ves?...
se me saltan las lágrimas de alegría... de
admiración... |
OROZCO.-
No creo que Federico, presentada
la cuestión de este modo... |
AUGUSTA.-
¡Oh, no...
imposible! |
OROZCO.-
Háblale tú... explícale...
Hazle comprender... |
AUGUSTA.-
Veremos... Hoy vendrá
a comer. |
Escena IX
|
|
Los mismos; VIERA, MALIBRÁN
que salen del despacho, ambos con varias cartas en la mano.
|
OROZCO.-
(Tocando un timbre.) ¿Han escrito ustedes? Que
lleven las cartas al correo. (Entra un CRIADO, que recoge
las cartas.) |
VIERA.-
(A AUGUSTA.) Señora mía:
dicha y honor grande es para mí besar sus pies, ponerme
a sus órdenes y saludarla como gala de esta sociedad,
compañera
—85→
de mi mejor amigo, y ángel de bondad
y de virtud. |
AUGUSTA.-
¡Jesús, qué incienso!...
Gracias, Joaquín... Me asfixia usted... (A MALIBRÁN.)
¿Pero estaba usted ahí? |
MALIBRÁN.-
Tomás
me ha permitido contestar aquí mi correspondencia
extranjera. |
AUGUSTA.-
(Con énfasis.) ¡Ah! Flojitos
negocios trae usted entre manos. Ya me figuro los sobres...
«al canciller príncipe de Bismark... al canciller
de Austria-Hungría... al signor Crispi»... ¡ja...
ja...! |
MALIBRÁN.-
(Aparte a AUGUSTA.) ¡Qué
graciosa! Por burlarse de mí, ha sacado a relucir
la Triple Alianza. Es que anda usted muy preocupada estos
días... |
AUGUSTA.-
¿Con qué? |
MALIBRÁN.-
Con eso... con la triple alianza... (Aparte.) Vuelve por
otra. |
VIERA.-
No le haga usted caso. Hemos pasado el tiempo
charlando. ¡Y qué historias me ha contado este don
Cornelio, que todo lo sabe!... ¡Pero qué historias!...
Estoy horrorizado, Augusta. ¡Las cosas que pasan en este
Madrid...! |
AUGUSTA.-
Sí, pasan cosas horribles, sobre
todo desde que ha venido usted. (A MALIBRÁN.) ¿Se
queda usted a comer? |
MALIBRÁN.-
No, gracias. Como
en la legación turca. Y con su permiso... (Despídese
MALIBRÁN.) |
OROZCO.-
¿Pero se va? |
AUGUSTA.-
Sí,
nos deja por los turcos. |
VIERA.-
¡Pero qué historias
sabe este Malibrán!... ¡Y qué bien las cuenta!...
|
MALIBRÁN.-
Hasta la noche... (Vase.) |
VIERA.-
(A
AUGUSTA.) Usted, amiga mía, ha venido a desenojarme
con su apacible y dulce trato, más propio de ángeles
que de mujeres. Este hombre, a quien quiero como a un hijo,
me ha tratado muy mal.
|
—86→
|
AUGUSTA.-
Vamos, que no va usted
descontento... |
VIERA.-
Abusa de su superioridad, como todos
los mimados de la fortuna. Tomás, dime: ¿qué
bienes existen, dentro de lo humano, que tú no poseas?
Todos los tesoros que Dios concede a los mortales, cuando
se le antoja, han llovido sobre tu casa. Eres rico, vives
estimado y ensalzado como un ídolo de estas muchedumbres
burguesas que dan y quitan las reputaciones... y por encima
de tantas glorias, hombre bendito, descuella la de poseer
esta joya, cuyo precio ninguna lengua puede medir, ni ponderar...
este ángel de fidelidad y de pureza que convierte
tu casa en un cielo... esta mujer divina, en la cual la hermosura,
con ser tanta, es eclipsada y obscurecida por la virtud...
|
AUGUSTA.-
Basta... (Aparte.) Me causa terror este hombre.
|
OROZCO.-
La adulación es la fuerza de los débiles.
|
VIERA.-
(Aparte.) La venganza es el placer de los dioses.
(Alto.) Una sola cosa falta aquí. |
OROZCO.-
¡Faltan
tantas!... |
VIERA.-
Vaya, que os he encontrado un defecto.
|
OROZCO.-
Habrá muchos. |
VIERA.-
No, uno sólo...
Que no tenéis hijos... ¡Macbeth no tiene hijos!...
Todavía... ¡quién sabe! En eso os gano yo,
que los tengo. |
OROZCO.-
Para el caso que usted les hace...
|
Escena XI
|
|
Los mismos;
FEDERICO que entra por la izquierda, y al ver a CLOTILDE
y su padre, se detiene en la puerta. Después OROZCO.
|
FEDERICO.-
(Aparte.) Mi padre... Clotilde. |
AUGUSTA.-
(Viéndole.)
Adelante... |
VIERA.-
Ya tenemos aquí al caballero
de los espejos... digo, de los escrúpulos. |
AUGUSTA.-
Vamos, abrace usted a su hermana. |
FEDERICO.-
¿Usted lo quiere?
|
AUGUSTA.-
Y lo mando. |
VIERA.-
Quien manda manda.
|
—88→
|
FEDERICO.-
Pues sea. (La abraza.) |
AUGUSTA.-
¿Hay paces? |
FEDERICO.-
Con ella sí, con ella sola. Desconoce la vida, y no
sabe el daño que causa. |
VIERA.-
Si la conoce... Ésta
sale a mí: tiene la veta económica. Tú
sales a tu madre, toda imaginación y susceptibilidad.
|
INFANTE.-
En fin, a lo hecho pecho, y puesto que Clotilde
ha decidido por sí de su suerte, no hay más
remedio que transigir. |
FEDERICO.-
Yo... nunca. |
VIERA.-
Yo sí... y les bendigo, y que sean felices. (Abraza
a CLOTILDE.) |
OROZCO.-
(Que sale del despacho con la letra
de cambio y el talón. A VIERA.) Aquí está
el talón... y la letra. |
VIERA.-
Toma la obligación.
(Recoge los valores que le da OROZCO y los guarda en su cartera.)
|
FEDERICO.-
(Aparte, observándole.) Ha habido negocio.
Recibe dinero. |
VIERA.-
Pues sí, les doy mi bendición
(Mirando a OROZCO.) pero soy pobre, y no puedo darles nada
más. (A CLOTILDE.) No te importe. (Con fingida emoción.)
Has caído en buenas manos. (Por OROZCO y AUGUSTA.)
Ellos saben emplear en el alivio de todas las penas, en el
remedio de las necesidades humanas, los inmensos bienes que
Dios les ha concedido, y que por sus merecimientos y virtudes...
les aumentará. |
AUGUSTA.-
(Aparte.) Su frío
sarcasmo me envenena. |
OROZCO.-
(Aparte.) Nunca vi cómico
igual. |
VIERA.-
(A FEDERICO.) Y tú, buen mozo, (Abrazándole.)
tampoco necesitas para nada de este viejo. Tampoco a ti te
faltan apoyos, truhán. Nadie como tú. Tomás,
Augusta, ¡cuánta gratitud os debo! (Casi llorando.)
—89→
No tenéis hijos, y me quitáis los míos.
Adiós, adiós. |
OROZCO.-
(Dándole la
mano.) Hasta otra. |
VIERA.-
Ya no más. (Aparte.) Hipocritón,
tengo quien me vengue. (Vase por la izquierda. OROZCO le
acompaña hasta la puerta.) |
AUGUSTA.-
(Aparte.) Se
va... Ya respiro. |
CLOTILDE.-
Adiós. |
INFANTE.-
Salgamos
por aquí. (Por el salón.) (AUGUSTA besa a CLOTILDE
y la acompaña hasta la puerta del salón.) |
OROZCO.-
(A FEDERICO.) Viejo menguado y torpe, ¡qué
inocente va de la trastada que le juego! |
FEDERICO.-
¡Tú!
|
OROZCO.-
Yo. |
FEDERICO.-
(Aparte, confuso.) ¿Qué
pasa aquí? No entiendo una palabra. (Alto.) ¿Y qué...?
(Mirando alternativamente a AUGUSTA y OROZCO.) |
OROZCO.-
Nada... (Mirándole fijamente.) Después te lo
diré. (Cogiéndole por un brazo.) Ya te tengo
cogido. (AUGUSTA les mira desde el fondo de la escena.)
|