Escena I
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VILLALONGA; AGUADO.
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AGUADO.-
¿Pero...? |
VILLALONGA.-
Pues
nada... |
AGUADO.-
¿Y...? |
VILLALONGA.-
Sólo sé lo que sabe todo el mundo. |
AGUADO.-
Menos yo. Cuando en la mañana del 2 se recibió
en las Charcas tu telegrama anunciando lo ocurrido, Tomás
y Calderón tomaron el tren para venirse a Madrid.
Yo me quedé entretenido con mi escopeta. Llego hoy,
ávido de noticias, y las primeras que recibo parécenme
un tanto fantásticas. |
VILLALONGA.-
Pues lo real y positivo es que el pobre Viera se quitó
la vida al anochecer del día 1.º, en su alcoba...
|
AGUADO.-
Pero de las averiguaciones
judiciales, ¿qué resulta? |
VILLALONGA.-
Pues nada... un suicida más, un desengañado,
un impaciente, un... |
AGUADO.-
No filosofes... Dime, ¿y no aparece ninguna relación,
ningún hilo...? |
—116→
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VILLALONGA.-
¿Hilito? No, sólo las criadas estaban allí
cuando ocurrió la catástrofe. |
AGUADO.-
Lo más grave del caso... (Habla al oído de
VILLALONGA.) |
VILLALONGA.-
(Con gravedad.) Sí; pero eso... los amigos leales de
esta casa debemos desmentirlo con indignación, procurar
que la especie no corra, y que el escándalo se ahogue
en su origen... |
AGUADO.-
¡Oh!,
sí... es una infamia... Pero tú... en confianza
¿qué opinas? |
VILLALONGA.-
Yo... nada... Sí, opino, como tú, que es grosera
calumnia; y por excepción, abandono la bendita calma
que Dios me ha dado, para protestar, para indignarme... Además,
el procedimiento contrario tiene sus quiebras. Ya ves el
siniestro del pobre Malibrán. Por si dijo o no dijo
tales o cuales tonterías en casa de la Peri, Infante
le acometió a la salida del Círculo... |
AGUADO.-
¿Se batieron? Por eso Malibrán no pudo ir a las Charcas.
|
VILLALONGA.-
Batirse no...
Infante, que es hombre de coraje, y enemigo de fórmulas,
se insinuó con él de un modo tan violento y
expeditivo, que el pobre diplomático no podrá
ya cautivar a las damas con su belleza. |
AGUADO.-
¿Qué me dices? |
VILLALONGA.-
Ha perdido un ojo, o lo perderá. |
AGUADO.-
Infante... (Señal de puñetazo.) le... |
VILLALONGA.-
Le deshizo media cara, y además... ¡al caer al suelo
la víctima, se torció un pie! |
AGUADO.-
¡Qué atrocidad! |
VILLALONGA.-
¡Pobre don Cornelio! Yo digo que va ganando, porque tuerto,
se parecerá a Camöens, y cojito, se parecerá
a Byron, que son sus dos ídolos... En fin, lo más
triste de todo esto es la trágica suerte de
—117→
nuestro pobre amigo, tan simpático, tan caballero...
Ayer, en el entierro, pasé un rato... |
AGUADO.-
¿Mucha gente? |
VILLALONGA.-
Muchísima. Ren el cementerio nos encontramos a la
pobrecita Leonor, hecha un río de lágrimas...
Y el día anterior, en el depósito judicial,
¡impresión más terrible no he recibido nunca!...
Pues allí también Leonor... de guardia día
y noche, arrimada a un árbol, sin comer más
que pan y algún fiambre que le llevaba Ojirris. |
AGUADO.-
Pues mira tú, esa fidelidad de perro me entusiasma.
|
VILLALONGA.-
Augusta tiene
razón. ¿Te acuerdas de aquella noche? Nada hay tan
ingenioso como la realidad, la gran artista... |
Escena
III
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INFANTE; AUGUSTA.
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INFANTE.-
(Acercándose a la primera puerta de la derecha.) Si
se habrá acostado... |
AUGUSTA.-
(Sale cautelosamente, envuelta en una cachemira, en actitud
doliente.) ¡Ah!, Manolo... gracias a Dios que vienes...
|
INFANTE.-
Estuve a prima noche;
pero dormías, y no quise molestarte... ya puedo darte
la seguridad que deseas... Todo arreglado. |
AUGUSTA.-
¿Has hablado con ellas? |
INFANTE.-
Sí; y he recompensado con largueza, como deseabas,
la noble conducta que observaron contigo. |
AUGUSTA.-
¡Pobrecillas! Nunca les agradeceré bastante aquel
acto de compasión y generosidad. Me conocían,
sí... Comprendieron los peligros de mi presencia en
aquella casa, y me encerraron no sé dónde...
en un cuarto lóbrego y estrecho... ¡Qué instantes,
Manolo, qué horas! No sé cuánto tiempo
estuve allí... Desde mi encierro, oí el tumulto
de los vecinos, de la policía al invadir la casa...
Dios me inspiró la idea salvadora de mandarte llamar,
de poner mi suerte en tus manos... Acudiste, y me sacaste
de aquella situación, cuya gravedad me espanta todavía.
|
INFANTE.-
¿Y a quién
sino a mí, más que amigo hermano, podías
confiar pena y conflicto tan graves? Por respeto a ti, por
compasión, desde que pusiste en mí tu confianza,
decidí hacerme digno de ella. No temas nada. De tu
presencia en aquella casa no hay ni puede haber el más
leve indicio en el proceso.
—119→
Es un hecho que hemos escamoteado
a la realidad. No existe más que en la imaginación
de los forjadores de leyendas. |
AUGUSTA.-
¡Ay, primo mío, cuánto tengo que agradecerte!
Pero el juez... |
INFANTE.-
Te lo repito: nada temas. Los dos testigos Claudia y Bárbara,
nada depondrán contra ti. Están bien cogidas
y aseguradas. |
AUGUSTA.-
¡Qué
gran consuelo me das! Mi vida no es vida... |
INFANTE.-
El tiempo te irá serenando, y tu conciencia adquirirá
la paz que ahora no tiene... ni puede tener. (Bajando la
voz.) Debo advertirte que a Tomás han llegado, no
sé por qué conducto, algunas de las hablillas
con que alimenta su insana curiosidad este vulgo que aquí
solemos ver, y que te acompaña, te recrea y te adula,
mientras no llega una ocasión en que pueda decapitarte.
Las muchedumbres, aunque vistan frac, no perdonan, y fácilmente
guillotinan o arrastran hoy a los que ayer adoraron. |
AUGUSTA.-
(Con inquietud.) Sí... Tomás sabe... no diré
que todo... parte sí... algo... no sé qué.
¿Qué grado de culpa verá en mí? ¿Su
calma es la expresión más refinada del desprecio
con que me mira? |
INFANTE.-
No te atormentes, y espera resignada y animosa, con la entereza
que da un arrepentimiento sincero. Ten por seguro que Tomás...
|
AUGUSTA.-
¿Me interrogará...?
¿Crees tú...? |
INFANTE.-
Creo que sí, y mi opinión, Augusta, es que
debes... entregarte sin condiciones... decir toda, absolutamente
toda la verdad. A un hombre como ése, no se le puede
decir menos que al confesor. Éste es mi consejo leal,
consejo de hermano. Tu salvación es ésa; no
hay otra para ti. |
—120→
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AUGUSTA.-
Quizás tengas razón. ¡Confesarme a él!...
¿Y si yo te dijera que ya lo he hecho...? ¡Oh, yo estoy loca!
No sé lo que digo ni lo que pienso. Me atormenta una
duda... Verás... Anoche tuve pesadillas horribles,
una tras otra, y ratos de insomnio febril. Pero no puedo
distinguir lo real de lo soñado. Mis actos despierta,
mis sueños dormida se confunden, se amalgaman, y no
los puedo separar. La impresión que más claramente
subsiste en mí, entre tantas impresiones borrosas
y turbias, es... que me levanté de la cama, pásmate,
que fui al despacho de Tomás, que entré y me
puse de rodillas ante él, y le confesé todo...
pero todo, todo... |
INFANTE.-
¿Estás segura...? |
AUGUSTA.-
No, y ése es mi suplicio... Lo sospecho. Es como un
recuerdo de lo que fue, como un temor de lo que pudo ser.
No puedo explicártelo. ¿Crees tú en el sonambulismo?
|
INFANTE.-
Te diré.
(Mirando por la izquierda.) Me parece que Tomás viene.
Hablemos de otra cosa. Teresa Trujillo inconsolable por no
verte. (Entra OROZCO.) Aguado, nuestro gran moralista, me
encargó... |
OROZCO.-
(A AUGUSTA.) ¿Qué tal, vida mía?, ¿te sientes
mejor? |
AUGUSTA.-
Sí...
un poquito mejor. ¡Qué tarde vienes! |
OROZCO.-
Una reunión fastidiosa... |
INFANTE.-
Pues a recogerse. No estorbo más. (A AUGUSTA.) Celebro
tu alivio, prima. Mañana, a paseo. |
OROZCO.-
(Saludándole.) Adiós... Ya es hora de que descanses
tú también. |
INFANTE.-
(Aparte.) Y que lo necesito de veras... ¡Qué día!
(Vase.) |
Escena IV
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AUGUSTA; OROZCO.
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AUGUSTA, arrebujada
en su cachemira, se acomoda en una butaca a la derecha. OROZCO
sentado junto a la mesa.
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OROZCO.-
¿Qué?... ¿tienes frío? |
AUGUSTA.-
(Temblando.) Un poco... pero ya voy entrando... en calor.
(Aparte.) Su mirada me desconcierta. |
OROZCO.-
No es tarde. Si te encuentras bien, hablaremos un poco de
asuntos que a entrambos nos interesan. |
AUGUSTA.-
(Aparte, con espanto.) Llegó el momento de las explicaciones.
Estoy perdida. ¿Lo sabe o quiere saberlo? (Mirándole
fijamente.) ¿Quién podrá descifrar el jeroglífico
de ese rostro de mármol? |
OROZCO.-
(Aparte, mirándola con atención profunda.)
¿Será capaz de confesar? Me temo que no. |
AUGUSTA.-
(Aparte.) No nos acobardemos. Me adelantaré gallardamente
a sus preguntas. (Alto.) ¿Por qué me miras así?
¿Es que quieres decirme algo, y no te atreves? |
OROZCO.-
Te observo temerosa, y esperaré a que te tranquilices.
|
AUGUSTA.-
(Aparte.) ¡Temerosa
yo! |
OROZCO.-
Ya sé
que eres valiente. No necesitas demostrármelo con
palabras. Yo también lo soy, más que tú,
mucho más, pues tengo ánimo suficiente para
poner la verdad sobre todas las cosas, para reducir a la
insignificancia los afectos más hondos, cuando contradicen
el sentimiento puro de la humanidad y de la vida.
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—122→
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AUGUSTA.-
Ya sé que
eres un hombre... único. Has cultivado la vida interior;
has conseguido lo que imposible parece en la flaqueza humana,
esclavizar las pasiones, subirte a las alturas de tu conciencia
eminente, y mirar desde allí los actos de tus semejantes,
como el ir y venir de las hormigas; aislarte, y no permitir
que te afecte ninguna maldad, por muy cerca que la tengas.
¿Es esto así? ¿Te he comprendido? (OROZCO hace signos
afirmativos.) ¿Y quieres que yo te acompañe en esa
purificación? ¡Ay!, bien quisiera, pero no sé
si podré. Soy muy terrestre, peso mucho, y cuando
quiero remontarme, caigo y me estrello. |
OROZCO.-
La gravedad del espíritu se disminuye limpiando el
corazón de malos deseos. Mi ilusión, mi sueño,
eran iniciarte en un sistema de vida que empieza siendo espiritual
y difícil, y acaba por ser fácil y práctico.
Confíate a mí por entero... Revélame
todo lo que sientes, y después que yo lo sepa, hablaremos.
|
AUGUSTA.-
(Aparte.) ¡Confesar!
¡Qué terror siento! Si me hablara un lenguaje humano,
que moviera mi corazón y mi conciencia, me conquistaría...
pero esos pensamientos tan sutiles no se han hecho para mí,
amasada en barro pecador. |
OROZCO.-
¿No contestas a lo que te digo? Descúbreme tu interior;
pero con efusión perfecta. |
AUGUSTA.-
(Aparte.) Lo sabe, y quiere arrancarme la confesión.
¿Se lo dijeron?, ¿se lo dije yo? Esta duda me enloquece.
Tomemos la ofensiva. (Alto.) ¿Qué quieres que te descubra?
¿Sospechas de mí? |
OROZCO.-
(Con determinación levantándose.) ¡Inútiles
y ridículos circunloquios! Desde que apareció
muerto Federico
—123→
Viera, tu nombre anda en lenguas de
la gente. No necesito añadir más. Lo que haya
de verdad en esto, tú me lo has de decir. Si es falso,
desmiéntelo; si no lo es, sépalo yo por ti
misma. En esta ocasión solemne he de saber lo que
eres y lo que vales... |
AUGUSTA.-
(Turbada.) ¿Pero tú... crees? |
OROZCO.-
Yo no creo ni dejo de creer nada. Espero a que tú
hables. |
AUGUSTA.-
(Aparte,
aterrada.) ¡Confesar!... antes morir. Siento un pavor...
(Alto.) Pues te diré: extraño mucho que des
asentimiento a esas infamias. |
OROZCO.-
(Flemático.) Luego es falso lo que se dice. |
AUGUSTA.-
¿Y lo dudas? |
OROZCO.-
No afirmo
ni niego... ¿Por qué tiemblas? Tu cara es como la
de un muerto. |
AUGUSTA.-
Estoy
enferma. |
OROZCO.-
Enferma
de susto. Tranquilízate: toma el tiempo que quieras
para pensarlo. Mira, yo me siento aquí a leer un poco,
y en tanto, tú recoges tu conciencia, y decides delante
de ella lo que debes responderme. (Se sienta, toma un libro
o revista y lee.) |
AUGUSTA.-
(Aparte, sin moverse en el asiento, arropándose.)
Lo sabe... Ese lenguaje claramente lo indica... ¡Qué
actitud tan extraña! ¡Oh, su santidad me hiela!...
¿Y si tras esa mansedumbre rebulle el propósito de
matarme? ¡Ay, siento un escalofrío mortal!... ¡No,
no confieso! |
OROZCO.-
(Gravemente,
apartando la vista de lo que lee.) ¿Piensas, Augusta, o es
que te has quedado dormida? |
AUGUSTA.-
No duermo, no. |
OROZCO.-
¿Tienes
frío? |
AUGUSTA.-
Un
poco... (Temblando.) Pensaba en esa tontería... en
tu sospecha. ¿Quién te la sugirió? |
—124→
|
OROZCO.-
Curiosidad por curiosidad, creo que la mía debe llevar
la preferencia. Habla tú primero. |
AUGUSTA.-
¿Cómo, por qué medio han nacido en ti esas
ideas? |
OROZCO.-
(Con ligera
inflexión festiva.) Por adivinación. |
AUGUSTA.-
¡Virgen Santa, mis temores se confirman... Anoche, en aquel
delirio estúpido...! ¡Miserable de mí, vendida
neciamente! (Alto, tragando saliva.) ¿Adivinación
has dicho? No puede ser. Alguien me acusó... |
OROZCO.-
Quizás. |
AUGUSTA.-
(Aparte.)
Dios mío, sácame de esta incertidumbre, y separa
en mi mente las acciones reales de las fingidas por el cerebro
enfermo. (Rehaciéndose.) ¡Oh!, no es posible que yo
hablara... no puede ser. Me estoy atormentando con un recelo
pueril. Ánimo... y nada de confesión. |
OROZCO.-
(Aparte.) Esto sí que es difícil de extirpar.
El desgarrón de este sentimiento, que me arranco para
echarlo en el pozo de las miserias humanas, ¡cómo
me duele! Al tirar, me llevo la mitad del alma, y temo que
mi serenidad flaquee... Si salgo triunfante de esta prueba,
ya no temeré nada; dominaré el mundo, y nada
terrestre me dominará... |
AUGUSTA.-
(Aparte, sofocada, limpiando el sudor de su frente.) No sé
qué siento en mí... un prurito irresistible
de referir la verdad... entera... sin omitir nada... absolutamente
nada. |
OROZCO.-
(Prosiguiendo
su monólogo.) ¡Pero cómo duele esta amputación!
(Mirándola furtivamente.) Era el encanto de mi vida.
Inferior a mí por su inconsistencia moral, su amor
me daba horas felices. La pierdo. Quizás será
un bien esta viudez que me espera; quizás este lazo
me ataba demasiado a las bajezas materiales... Me convendrá
seguramente perder el único
—125→
afecto que al mundo
me ligaba... ¿Y si no lo perdiera? ¡Si con un acto de hermosa
contrición se eleva hasta mí! (Volviendo a
mirarla.) ¡Ah, no tiene alma para nada grande! |
OROZCO.-
¿Has pensado, Augusta? |
AUGUSTA.-
No pienso... Todo está pensado ya. (Aparte.) No sé
qué hacer ni por dónde salir... |
OROZCO.-
¿Has examinado tu conciencia, Augusta? |
AUGUSTA.-
(Sacando fuerzas de flaqueza.) Sí, sí... Mi
conciencia... no tiene nada que examinar. |
OROZCO.-
¿Está serena y callada? ¿No te acusa de ninguna acción
contraria a las leyes divinas... o siquiera a las humanas?
|
AUGUSTA.-
(Aparte.) Me confieso
a Dios, a ti no. |
OROZCO.-
¿Qué dices? |
AUGUSTA.-
No he dicho nada. (Aparte, con brutal entereza.) Me arriesgo
a todo... Salga lo que saliere, negaré. |
OROZCO.-
¿Insistes en llamar absurdos los rumores...? |
AUGUSTA.-
(Aparte, desconcertada.) ¿Poseerá alguna prueba material?
|
OROZCO.-
¿Callas? |
AUGUSTA.-
¿Rumores? A mis oídos no han llegado. (Aparte.) Dios
mío, acábese esta lucha horrible. (Vacilando.)
No sé... Su perfección, si lo es, no hace vibrar
en mí ningún sentimiento. ¡Si viera en él
la expresión humana del dolor, de los celos...! |
OROZCO.-
¿Qué piensas? |
AUGUSTA.-
No pienso... es que me asombro de que creas semejante desatino.
(Aparte.) Si tiene pruebas, que las tenga... Ya no me vuelvo
atrás. |
OROZCO.-
¿De
modo que lo niegas? |
AUGUSTA.-
(Después de una pausa.) Lo niego. |
OROZCO.-
¿Y lo juras? |
—126→
|
AUGUSTA.-
¿A qué viene eso de jurar?... |
OROZCO.-
(Aparte.) Me engaña miserablemente. Peor para ella.
Desgraciada, quédate en tu miseria y en tu pequeñez.
|
AUGUSTA.-
(Aparte, recelosa.)
¿Me crees? ¿Crees lo que digo? |
OROZCO.-
Sí... (Se aparta de ella y pasea por la habitación:
aparte.) Me he quedado solo, solo como el que vive en un
desierto... |
AUGUSTA.-
(Aparte.)
No me ha creído... Y yo siento un vacío en
mi alma... Me siento divorciada, sola, como si en un páramo
viviera. |
OROZCO.-
(Aparte.)
Mi mujer ha muerto. Soy libre. Ningún cuidado me inquieta
ya, si no es el de mi propia disciplina interior. |
AUGUSTA.-
(Aparte.) Si en él viera yo el noble egoísmo
del león que se enfurece y lucha por defender a su
hembra... |
OROZCO.-
¡Pero qué
solo estoy! Murió el encanto de mi vida... ¿Flaqueará
mi ánimo en esta crisis tremenda? ¿Me dejaré
arrastrar de este impulso maligno que en mí nace,
o más bien resucita, porque es resabio de mis dominadas
pasiones de hombre? (Detiénese detrás del sillón
en que está AUGUSTA, contemplándola. Ella no
le ve.) ¿Por qué no te impongo un cruel y ejemplar
castigo; por qué no te...? (Apretando los puños,
la amenaza; mas al instante recobra su grave actitud.) |
AUGUSTA.-
(Aparte, encogiéndose y cerrando los ojos sobresaltada,
al sentirle detrás.) ¿Qué hace? No atrevo a
moverme, ni a mirar siquiera para atrás. Dios me ampare.
|
OROZCO.-
(Dominándose,
con suprema violencia sobre sí.) ¡No, no te iguales
a lo más bajo, a lo más grosero de la humanidad!...
Déjala. |
AUGUSTA.-
(Volviéndose,
aterrada.) ¿Qué... qué hay? |
OROZCO.-
(Con el acento grave y frío de siempre.) Nada... pero
es muy tarde... ¿No te acuestas? |
—127→
|
AUGUSTA.-
(Aparte.) El acento de siempre. (Alto, levantándose.)
Sí... me acostaré. (Dirígese paso a
paso a la puerta de la alcoba, meditando.) |
OROZCO.-
(Sin mirarla, inmóvil, en el centro de la escena.)
No, los brutales instintos no destruirán, en un instante
de flaqueza, el reposo supremo que adquirí a fuerza
de mutilar y mutilar pasiones y afectos miserables. Elévate,
alma, otra vez, y mira desde lejos estas bastardías
liliputienses. |
AUGUSTA.-
(Deteniéndose
en la puerta de la alcoba.) ¡Divorciados para siempre!...
Aún podría... |
OROZCO.-
¿Qué?... ¿vuelves? |
AUGUSTA.-
(Disimulando.) No... sí... es que presumo que estaré
desvelada... y... me llevo un libro para leer. (Dirígese
a la mesa y trata de elegir un libro entre los que allí
hay, tomando y dejando volúmenes y examinándolos
rápidamente. OROZCO la contempla en silencio.) No
sé qué siento. El alma se me desgaja. Si fuera
posible decir toda la verdad, toda... |
OROZCO.-
(Aparte.) Su alma no está serena. La mentira la embravece
como el viento a la mar. |
AUGUSTA.-
(Aparte.) Y toda la verdad, toda, toda, es imposible de decir...
Diría que me siento menos arrepentida que culpable,
y que ningún afecto, ninguno, borrará de mi
corazón la imagen del pobre muerto. Diría que
entre tu santidad, que admiro, y mis debilidades, de que
me acuso a Dios, hay un abismo que humanamente no puedo salvar...
¡Contradicción, pena horrible sin el recurso de poder
aliviarla confesándola!... ¿Cómo decirte que
me infundes veneración, ternura fraternal, pero que
el amor, la flor de la confianza humana, no puede nacer en
esta unión árida y glacial?... No sé
ver juntamente en
—128→
ti al esposo y al sacerdote... Sepáralos,
y quizás nos entenderemos. (Angustiada.) ¡Y si esto
digo, no habrá perdón, no puede haberlo!...
¡y si miento, tampoco! (Con resolución.) ¡Imposible!
(Dirígese a la alcoba sin llevar el libro.) Dios me
perdonará... cuando lo merezca. |
OROZCO.-
Pero al fin... no llevas el libro... |
AUGUSTA.-
(Con calor.) No lo necesito... leeré en mí
misma. (Vase.) |