Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.




ArribaAbajo- LXV -


Las dos tumbas

   ¡Cuán honda, oh cielos, será,
dije, mi tumba mirando,
que va tragando, tragando,
cuanto nació y nacerá!
   Y huyendo del vil rincón
donde al fin seré arrojado
los ojos metí espantado
dentro de mi corazón.
   Mas cuando dentro miré,
mis ojos en él no hallaron
ni un ser de los que me amaron,
ni un ser de los que yo amé.
   Si no hallo aquí una ilusión,
y allí sólo hallo el vacío,
¿cuál es más hondo, Dios mío,
mi tumba, o mi corazón?...






ArribaAbajo- LXVI -


La comedia del saber

A mi amigo don Tomás Rodríguez Rubí.





- I -

      (Asunto, lo que es verdad.
Gradas de curiosos llenas.
Lugar de la acción, Atenas.
Época, en la antigüedad.)
   (Gran pausa. -Escena primera.
Como el que se duerme andando,
Sale HERÁCLITO llorando,
y dice de esta manera:


-¡Ay! mi ciencia es bien menguada,
pues nada en el mundo sé;
si sé que hay Dios, es porque
DE NADA NO SE HACE NADA.
   Respeto la autoridad,
que es de los inicuos valla.


-¡Falso! -(grita la canalla),


(Los nobles dicen:) -¡Verdad!

HERÁCLITO:

    -Yo imagino
que es la autoridad de un rey
poder que la humana ley
saca del poder divino.
   No hay más dicha que el deber;
todo aquél que hombre se llama
dará por honra la fama
y el poder por el saber.
   Dad a los buenos honores
y castigo a los demás...
(Aquí le silban los más,
y le aplauden los mejores.)


   Nuestra vida debe ser
por nuestras faltas llorar,
meditar y meditar,
creer y siempre creer.
   (Rumores. -Después quietud.)

HERÁCLITO:

-En conclusión,
la justa moderación
da saber, paz y virtud.


- II -

   (Gime HERÁCLITO, y a poco
sale DEMÓCRITO y mira,
y al ver que el otro suspira,
se echa a reír como un loco.)
   (Segundo acto. -El pueblo está
casi cortés, de callado.)

HERÁCLITO:

-¡Desgraciado!

DEMÓCRITO:

-¡Ja! ¡ja! ¡ja!

HERÁCLITO:

-Es duelo todo.

DEMÓCRITO:

-Todo es juego.

HERÁCLITO:

-El alma es fuego.

DEMÓCRITO:

-El alma es lodo.
(Calla HERÁCLITO y murmura:)


-¡Todo en la vida es miseria!


(Y DEMÓCRITO:) -¡Es materia
todo en el mundo, locura!
   Materia sin albedrío
son Dios, el hombre y el bruto;
el átomo es lo absoluto;
lo único real el vacío.
   Filósofos, que en el mundo
buscáis lo cierto, !apartad!
Si existe, está la verdad
dentro de un pozo profundo.
   Es del alma universal
parte nuestra alma también.


(Muchos, casi todos:) -¡Bien!


(Y pocos, muy pocos:) -¡Mal!

DEMÓCRITO:

    -Un torbellino
de átomos en movimiento
son Dios, la vida, el contento,
la justicia y el destino.
   Cuanto existe en derredor,
de lo que existía se hace;
y hasta el hombre crece y nace
cual nace y crece una flor.
   Y así, lo que ha de existir
nacerá de lo existente.
¡Pueblo! goza en lo presente,
y olvida lo porvenir.
   (Risa. -Aplauso general.)

DEMÓCRITO:

-En conclusión:
el alma es la sensación,
el placer es la moral.-


   -Vivir, es creer y pensar,
(dice HERÁCLITO gimiendo.)


(Y DEMÓCRITO riendo:)
¡Vivir!... sentir y gozar.
   (Llanto y risa. -El cielo, en tanto,
sigue su curso imparcial,
pues hasta el fin, le es igual
nuestra risa o nuestro llanto.
   Y uno y otro concluyendo,
queda un bando y otro bando
Con HERÁCLITO llorando
con DEMÓCRITO riendo.
   Y así, pensando en pensar
si ha de llorar o reír,
ve el hombre su vida huir
entre reír y llorar.


- III -

   (Ruido. -Dudas. -Desencanto.
Sale en el acto tercero
SÓCRATES, cual dice Homero,
riéndose bajo el llanto.)

SÓCRATES:

    -Sin ton ni son
riñe aquí un loco a otro loco;
¿no veis que entre mucho y poco
está la moderación?
   La fe del uno es menguada;
grande es del otro la fe;
yo sólo una cosa sé,
y es que SÉ QUE NO SÉ NADA.
   CONÓCETE, debe ser
de nuestra ciencia el abismo:
quien se conozca a sí mismo
sabrá cuanto hay que saber.
   Para la ciencia, reacias
las plebes... (El pueblo todo
lo silba aquí de tal modo,
que SÓCRATES dice:) -¡Gracias!
   Siempre el pueblo soberano
revela al hombre imparcial
la presencia universal
de un universal tirano.
   (Nueva silba. -Sensación.)

SÓCRATES:

-De mi alma rey,
sólo obedezco a la ley
que Dios puso en mi razón.
   (Ruge la chusma indignada.)

SÓCRATES:

-Y de tal modo,
que el hombre es centro de todo,
y todo ante el hombre es nada.
   Sólo hay un Dios... (Gran rumor
entre la vil multitud.)

SÓCRATES:

-Dios de virtud,
del bien y lo bello autor,
   A un Dios sólo, fe tributa
un corazón como el mío...


(Y el pueblo grita:) -Aese impío,
¡la cicuta! ¡la cicuta!
   Y mientras del pueblo el celo
lo arrastra a tan mala suerte,


( SÓCRATES dice:) -¡La muerte!
¡última bondad del cielo!-
   (Y así, no alegando excusa,
no salva esta, vida ruin,
que, cual la hiel, le da fin
un vaso de Siracusa.
   ¿Quién mejor su juicio emplea?
¿El sabio, o el pueblo homicida!
Si el sabio, ¡gloria a la vida!
Si el pueblo ¡maldita sea!


- IV -

(Acto cuarto. -Se alborota
la plebe a DIÓGENES viendo
taza y linterna trayendo,
la alforja y la capa rota.)
   Al empezar, iracundo
DIÓGENES silba, a los tres,
como le silba después
a DIÓGENES todo el mundo.

DIÓGENES

   : -Pruebo que es vana
toda regla de razón,
en este sueño en acción
que llamamos vida humana,
   si a preguntaros me atrevo:
¿de quién antes se origina,
el huevo de la gallina,
o la gallina del huevo?-
   (Todos tres su menosprecio
le hacen a DIÓGENES ver,
y éste hace a los tres saber
su desprecio hacia el desprecio.)

DIÓGENES:

    -Nada hay formal;
esta vida es una gresca
tragi-cómico-burlesca
jocoso-sentimental.
   No hay ninguna cosa cierta
mas, que son vuestras locuras
escenas de criaturas
junto a una tumba entreabierta.
   El pensar, creer y sentir,
no es sentir, creer ni pensar;
eso se debe llamar
nacer, crecer y morir.
   Si aplico aquí mi linterna.
ni con un hombre tropiezo.
¡La vida! eterno bostezo,
si no es una falta eterna.
   ¡Mundo! esfuerzos sin deber,
virtudes sin religión,
puntos de honor sin razón,
y crímenes sin placer.


   (Los unos prorrumpen:)- ¡Fuera!


(Los otros exclaman:)- ¡Bravo!


(Y todos gritan al cabo,
éstos:) -¡Viva! -(aquéllos:) -¡Muera!
   (Yo al ver a todos, me río,
pues llorar no puedo ya.
¿Dónde el depósito está
de las lágrimas, -Dios mío?)


- V -

   (El pueblo a la conclusión
muestra, al partir tristemente,
aire de duda en la frente,
y angustia en el corazón.)


   (Dice éste al irse:) -¡A pensar!


(Y aquél murmura:) -¡A sentir!


(Uno:) -¡A reír! ¡A reír!


(Y otro:) -¡Allorar! ¡Allorar!
   (Resumen: -¿Qué es el vivir?
-SENTIR, uno. Otro: -CREER.
Éste: -CREER Y SABER.
Y aquél: -NI CREER NI SENTIR.
   ¿Qué es el mundo? -Lo que vemos.-
¿Y el saber? -Lo que se ignora.
Y ¿qué es Dios? -Lo que se adora.-
¿Y virtud? -Lo que queremos.-
   Y aunque más el pueblo alcanza
con su VIRTUD-ARMONÍA,
con su FE-SABIDURÍA,
con su DIOS-ESPERANZA,
   los sabios al escuchar,
ignora el pueblo qué hacer,
si ha de dudar o creer
si ha de reír o llorar.)






ArribaAbajo- LXVII -


La verdad y las mentiras

A Don Fernando Álvarez y Guijarro.



   Cuando por todo consuelo,
un sacerdote, al nacer,
nos dice en nombra del cielo:
-Polvo es, y polvo ha de ser,-
   dicen, en coro armonioso,
el pecho de gozo lleno:
La nodriza: -Será hermoso;
y la madre: -¡Será bueno!-
   Y luego, allá en lontananza,
gritan en acorde son:
-¡Será feliz!- la esperanza;
y -¡será Rey!- la ambición.
   Y yendo el tiempo y viniendo,
aquí, lo mismo que allá,
la religión va diciendo:
-¡Polvo es, y polvo será!-
   Con vanidad y codicia,
dicen, sin reír jamás:
-¡Será un Creso! -la avaricia;
y el orgullo: -¡Será más!-
   Y exclaman con fiero acento
de todo saber en pos:
¡Será Homero! -el sentimiento;
y la razón: -¡Será Dios!-
   Y en tanto la religión,
al morir, como al nacer,
repite: -¡No hay remisión;
polvo es, y polvo ha de ser!-






ArribaAbajo- LXVIII -


La ambición

    A un monte una vez subí,
y de cansado me eché;
más luego que lo bajé,
de confiado caí.
-¡Dejame, ambición, aquí
hasta morir descansando!
¿Qué ganaré ambicionando,
si cuanto más suba, entiendo
que me he de cansar subiendo,
y me he de caer bajando?






ArribaAbajo- LXIX -


Los grandes hombres

    De Yuste en el santuario,
Carlos Quinto, Emperador,
valientemente el calvario
subiendo de su dolor,
   ver su entierro determina
cual resuelto capitán,
doblado como la encina
rota por el huracán.
   Ya en el ataúd metido
como en lecho sepulcral,
cayó cual león herido
que lleva el dardo mortal.
   Y al tiempo en que se cayó,
mirándole de hito en hito
una vieja murmuró:
-¡Qué feo y qué viejecito!-
   Y cuando la multitud
cree que el grande Emperador
está más que en su ataúd,
sepultado en su dolor,
   él, frunciendo el entrecejo
fijo en tan vana idea,
dice: -¿Que soy feo y viejo?
¡Ella sí que es vieja y fea!-
   ¿Qué le importará al cuitado
más bello o más joven ser,
si esas cosas ya han pasado
para nunca más volver?
   Del Dies irae el rumor
ya consternaba el ambiente,
y aún dice el Emperador;
-¡Habrá vieja impertinente!-
   Mientras el canto bosqueja
todo el horror de aquel día,
al Rey la voz de la vieja
el corazón le roía.
   Y es cosa particular
no pueda un varón tan fuerte
una burla despreciar,
¡él, que desprecia la muerte!
   Don Carlos siente iracundo
el corazón hecho trizas,
y el canto prosigue: -¡El mundo
se convertirá en cenizas!-
   La vieja, del funeral
oye entretanto el solfeo,
como diciendo: -Sí tal,
muy viejecito y muy feo.-
   Y airado su Majestad
sigue: -¡Bruja del infierno!
Y el canto: -¡Por tu bondad
líbrame del fuego eterno!-
   Calla el coro; alza el semblante
pálido el Emperador,
surgiendo allí semejante
a la estatua del dolor;
   y cuando el monje imperial
vuelve a su celda apartada,
mostrando algo de fatal
en su frente devastada,
   por todo su ser refleja
santa humildad, puro amor;
tan sólo miró a la vieja
con humos de Emperador.






ArribaAbajo- LXX -


Los relojes del rey Carlos

    Carlos Quinto, el esforzado,
se encuentra asaz divertido
de cien relojes rodeado,
cuando va, en Yuste olvidado,
hacia el reino del olvido.
   Los ve delante y detrás
con ojos de encanto llenos,
y los hace ir a compás,
ni minuto más ni menos,
ni instante menos ni más.
   Si un reloj se adelantaba,
el imperial relojero
con avidez lo paraba,
y al retrasarlo exclamaba:
-Más despacio, ¡majadero!-
   Si otro se atrasa un instante,
va, lo coge, lo revisa,
y aligerando el volante,
grita: -¡Adelante, adelante,
majadero, más aprisa!-
   Y entrando un día, -¿Qué tal?-
le preguntó el confesor.
Y el relojero imperial
dijo: -Yo ando bien, señor;
pero mis relojes, mal.
   -Recibid mi parabién,-
siguió el noble confidente;
-mas yo creo que también,
si ellos andan malamente,
vos, señor, no andáis muy bien.
   ¿No fuera una ocupación
más digna, unir con paciencia
otros relojes, que son,
el primero el corazón,
y el segundo la conciencia?-
   Dudó el Rey cortos momentos,
mas pudo al fin responder:
-¡Sí! más o menos sangrientos,
sólo son remordimientos
todas mis dichas de ayer.
   Yo, que agoto la paciencia
en tan necia ocupación,
nunca pensé en mi existencia
en poner el corazón
de acuerdo con la conciencia.-
   Y cuando esto profería,
con su tic tac lastimero,
cada reloj que allí había
parece que le decía:
-¡Majadero! ¡Majadero!...
    -¡Necio!- prosiguió; -al deber
debí unir mi sentimiento,
después, si no antes, de ver
que es una carga el poder,
la gloria un remordimiento.-
   Y los relojes sin duelo
tirando de diez en diez,
tuvo por fin el consuelo
de ponerlos contra el suelo
de acuerdo una sola vez.
   Y añadió: -Tenéis razón:
empleando mi paciencia
en más santa ocupación,
desde hoy pondré el corazón
de acuerdo con la conciencia.-






ArribaAbajo- LXXI -


Lo que hace el tiempo

A Blanca Rosa de Osma.




   Con mis coplas, Blanca Rosa,
tal vez te cause cuidados,
      por cantar
con la voz ya temblorosa,
y los ojos ya cansados
      de llorar.

   Hoy para ti sólo hay glorias,
y danzas y flores bellas;
      más después,
se alzarán tristes memorias
hasta de las mismas huellas
      de tus pies.

   En tus fiestas seductoras,
¿no oyes del alma en lo interno
      un rumor
que, lúgubre, a todas horas
nos dice que no es eterno
      nuestro amor?

   ¡Cuánto a creer se resiste
una verdad tan odiosa
      tu bondad!
Y esto fuera menos triste,
si no fuera, Blanca Rosa,
      tan verdad.

   Te aseguro, como amigo,
que es muy raro, y no te extrañe,
      amar bien:
siento decir lo que digo;
pero, ¿quieres que te engañe
      yo también?

   Pasa un viento arrebatado,
viene amor, y a dos en uno
      funde Dios;
sopla el desamor helado,
y vuelve a hacer, importuno,
      de uno, dos.

   Que amor, de egoísmo lleno,
a su gusto se acomoda
      bien y mal;
en él hasta herir es bueno;
se ama o no se ama: esta es toda
      su moral.

   ¡Oh!¡que bien cumple el amante,
cuando aún tiene la inocencia,
      su deber!
Y ¡cómo, más adelante,
aviene con su conciencia
      su placer!

   ¿Y es culpable el que, sediento,
buscando va en nuevos lazos
      otro amor?
¡Sí! culpable como el viento
que, al pasar, hace pedazos
      una flor.

   ¿Verdad que es abominable
que el corazón vagabundo
      mude así,
sin ser por ello culpable,
porque esto pasa en el mundo
      porque sí?

   Se ama una vez sin medida,
y aun se vuelve a amar sin tino
      más de dos.
¡Cuán versátil es la vida!
¡Cuán vano es nuestro destino,
      santo Dios!

   Él lleve tu labio ayuno
a algún manantial querido
      de placer,
donde dichosa, ninguno
te enseñe nunca el olvido
      del deber.

   Siempre el destino inconstante
nos da cual vil usurero
      su favor:
da amor primero, y no amante;
después mucho amante, pero
      poco amor.

   Tranquila a veces reposa,
y otras se marcha volando
      nuestra fe.
y esto Pasa, Blanca Rosa,
sin saber cómo, ni cuándo,
      ni por qué.

   Nunca es estable el deseo,
ni he visto jamás terneza
      siempre igual.
Y ¿a qué negarlo? -No creo
ni del bien en la fijeza,
      ni del mal.

   Este ir y venir sin tasa,
y este moverse, impaciente,
      pasa así,
porque así ha pasado y pasa,
porque sí, y ¡ay! solamente
      porque sí.

   ¡Cuán inútil es que huyamos
de los fáciles amores
      con horror,
si cuanto más las pisamos,
más nos embriagan las flores
      con su olor!

   El cielo sin duda envía
la lucha a la tormentosa
      juventud;
pues ¿qué mérito tendría
sin esfuerzos, Blanca Rosa,
      la virtud?

   ¡Ay! un alma inteligente
siempre en nuestra alma divisa
      una flor,
que se abre infaliblemente
al soplo de alguna brisa
      de otro amor.

   Mas dirás: -¿Y en qué consiste
que todo a mudar convida?-
      ¡Ay de mí!
En que la vida es muy triste...
Pero, aunque triste, la vida
      es así.

   Y si no es amor el vaso
donde el sobrante se vierte
      del dolor,
pregunto yo: -¿Es digno acaso
de ocuparnos vida y muerte
      tal amor?

   Nunca sepas, Blanca Rosa,
que es la dicha una locura,
      cual yo sé;
si quieres ser venturosa,
ten mucha fe en la ventura,
      mucha fe.

   Si eres feliz algún día,
¡guay que el recuerdo tirano
      de otro amor
no se filtre en tu alegría,
cual se desliza un gusano
      roedor!

   Tú eres de las almas buenas,
cuyos honrados amores
      siempre son
los que bendicen sus penas,
penas que se abren en flores
      de pasión.

   Con tus visiones hermosas,
nunca de tu alma el abismo
      llenarás,
pues la fuerza de las cosas
puede más que Hércules mismo,
      ¡mucho más!...

   Si huye una vez la ventura,
nadie después ve las flores
      renacer
que cubren la sepultura
de los recuerdos traidores
      del ayer.

   ¿Y quién es el responsable
de hacer tragar sin medida
      tanta hiel?
¡La vida! ¡esa es la culpable!
La vida; sólo es la vida
      nuestra infiel.

   La vida que, desalada,
de un vértigo del infierno
      corre en pos.
Ella corre hacia la nada;
¿quieres ir hacia lo eterno?
      Ve hacia Dios.

   ¡Sí! corre hacia Dios, y Él haga
que tengas siempre una vieja
      juventud.
La tumba todo lo traga;
sólo de tragarse deja
      la virtud.






ArribaAbajo- LXXII -


Fin y moral de la Iliada

   Después que Troya fue, severa Esparta,
muerto su rey, de liviandades harta,
a Rodas sin piedad desterró a Elena
donde la ahorcó celosa Polixena.
Pero antes que el honor del sexo bello
como un cisne al morir doblase el cuello
la dijo así el verdugo: -¿Por ventura;
quieres más que la dicha tu hermosura?
La reina, que tu mal tanto desea,
te dejará vivir si te haces fea;
ponte estas hierbas sobre el rostro, hermosa,
y siendo horrible, vivirás dichosa,
¿No vale más ser fea afortunada,
que hermosa, y por hermosa desdichada?-
Calló el verdugo y suspiró; mas ella,
prefiriendo el no ser, a no ser bella,
cogió el dogal, y se lo ató de suerte
que, a su belleza fiel, se dio la muerte;
y más que vivir fea y venturosa,
prefirió ser ahorcada, siendo hermosa.






ArribaAbajo- LXXIII -


La ciencia nueva de vico



- I -

    A un cierto maestro vi
en cierto pueblo explicar
a varios niños, a mí?
y al sacristán del lugar.
   Y recuerdo, aunque era un chico,
que comenzó de esta suerte:
-Ved: ciencia nueva de Vico;
nacimiento, vida y muerte.
   Círculo de toda historia,
renacer tras de acabar:
fábula, entusiasmo, gloria,
la muerte, y vuelta a empezar.
   Así, ya unida, ya rota,
sigue esta rueda fatal,
sin que le turbe una nota
del concierto universal.
   Allá el Egipto entreveo;
vida, gloria, senectud,
Reyes -Pastores -Proteo,
Cambises -la esclavitud.
   ¡Cielo de dichas y penas!
Llega la Grecia. ¡Atención!
Los Argos -Esparta -Atenas.
Filipo; la humillación.
    Mudando nombres y nombres,
en rápido movimiento
rodando van pueblos y hombres
cual hojas que arrastra el viento.
   ¡Fenicia! Ved a Sidón,
la reina antigua del mar.
Cartago -Pigmaleón.-
Nabuco, y vuelta a empezar.
   Dioses -Héroes -Invenciones.
Así, abyectas o gloriosas,
van, como veis, las naciones,
los hombres, pueblos y cosas.
   ¡Roma! Tras su edad divina,
por César llega a Tiberio.
Numa -Catón -Mesalina,
Reyes -República -Imperio.
   Pasan así en raudo giro
y en perpetua evolución,
Alejandro, como Ciro,
como César, Napoleón.-


- II -

   Y al ver que de nuevo empieza,
su incesante torbellino,
poniéndonos la cabeza
cual la rueda de un molino,
   -O vuestro Vico es un tonto,
o yo no sé qué pensar;-
dijo al maestro de pronto
el sacristán del lugar.
   -No es gran mérito el zurcir
la historia de esa manera;
nacer, crecer y morir;
eso lo sabe cualquiera.
   Pese a vuestros pareceres,
¿no valdría mucho más
decir a todo: Polvo eres
y en polvo te volverás?-
   Mira el maestro al que cree
llegar de Vico a la altura,
como quien dice: (-Éste lee
los libros santos del cura.-)
   Y en su silencioso afán,
que esto imagina se infiere:
(-Dice bien el sacristán,
todo lo que nace muere.-)
   Y murmuró: (-De manera
que mi ciencia está demás,
si un libro santo cualquiera
enseña esto y mucho más.-)
   Y al fin -niños- prorrumpió,
-después de círculos tantos,
podréis saber más que yo
leyendo los libros santos.
   Pues hoy por ellos me explico
cómo puede ser que sea
mucho más sabio que Vico
el sacristán de una aldea.-






ArribaAbajo- LXXIV -


La historia de augusto



- I -

       A Ovidio empieza a leer
su historia el emperador,
pues dice que quiere ser
cual César, autor y actor.
   Hombre sin Dios y sin ley,
que de su provecho en pos,
pérfido antes, se hace rey,
necio después, se hace Dios.
   En su historia disculpaba
sus faltas cándidamente,
cosas que Ovidio escuchaba
con el rubor en la frente.
   -¿Verdad que al mundo hará honor
la que llamo era Juliana?
dijo a Ovidio, el salteador
de la libertad romana.
   Con un dictamen muy justo
quiso Ovidio honrar su labio,
porque al fin perdona Augusto,
después que se venga Octavio.
   -Y, francamente, señor,
dijo, de modestia lleno:
-Si sois bueno como actor,
como autor no sois tan bueno.-
   -O- con altivo semblante
replicó el emperador:
-que soy muy buen comediante,
pero muy mal escritor.-
   Selló el rey su augusto labio,
calló Ovidio, no sin susto,
pues siempre al fin venga Octavio
los disimulos de Augusto.


- II -

   Cayó Ovidio, en el desliz
de llamar, poco después,
a Livia, la emperatriz,
«Ulises con guardapiés».
   Tuvo el rey por ofensivo
este madrigal tan bello,
tomando esto por motivo
para vengarse de aquello.
   Y a Ovidio desterró Augusto
de la Circasia a un rincón,
como buen tirano, injusto:
falso, como buen histrión.


- III -

   Muriendo Octavio inmortal,
entre grandes dignos de él,
les pregunta así: -¿Qué tal
representé mi papel?-
   Y contesta Ovidio a Octavio
desde la orilla del Ponto:
-Representó como un sabio
lo que pensó como un tonto.-
   Murió Octavio, el iracundo;
pereció Augusto, el sagaz:
el que dio la paz al mundo
ya ha dejado al mundo en paz.
   Conque, ¿qué tal? Lo repito
con más razón que despecho:
has hecho muy bien lo escrito,
y escrito mal lo que has hecho.
   Doy al mundo el parabién.
¡Falso! aún preguntas ¿qué tal?
Como cómico, muy bien;
como emperador, muy mal.






ArribaAbajo- LXXV -


Antinomias del genio

    Sentado indolentemente,
cierta noche de verano,
con una pluma en la mano
y una luz frente por frente,
   está Napoleón Primero
sumando con mucho afán,
puesto a un lado aquel gabán,
y a otro lado aquel sombrero.
   Suma, de intento, muy mal,
entre espantado e iracundo,
todas las muertes que al mundo
costó su gloria imperial.
   Y cuando ya a traslucir
llega una cifra espantosa,
se lanza una mariposa
sobre la luz a morir.
   Su muerte próxima, al ver,
sintió el héroe compasión;
que al fin, aunque Napoleón,
era un hijo de mujer;
   y con benévola calma
la separó dulcemente,
pues los que matan la gente
pueden también tener alma.
   El que carne de cañón
pudo a los hombres llamar,
ve a un insecto peligrar
con pena en el corazón.
   Ni ella cede, ni él se para,
y con la intención más terca,
cuanto más ella se acerca,
tanto más él la separa.
   Tal vez el emperador
llorara de sufrir tanto,
si él pudiera tener llanto
para el ajeno dolor.
   ¡Ay! una vida tan ruin,
¿no había de enternecer
al que acababa de hacer
del un verso un botín?
   ¡Y luego la coalición
dirá que no era perfecto
el que en salvar a un insecto
funda un sueño de Colón!
   Sigue la lucha emprendida
entre él y ella, y de esta suerte,
mientras busca ella la muerte,
le da Napoleón la vida.
   Y así el empeño siguió
por ambos con frenesí;
la mariposa en que sí,
y Napoleón en que no.
   La salva al fin, y -¡victoria!-
exclama con alegría
el que hacía y deshacía
a cañonazos la historia.
   ¡Victoria! ¡Victoria, pues!
¡Dios inmenso! ¡Dios inmenso!
¡De esa acción suba el incienso
hasta tus divinos pies!
    Aquella alma generosa
que vertió de sangre un mar,
¡cuánto luchó por salvar
la vida a una mariposa!
   ¡Que alguno de tal bondad
cuente a la Francia la gloria,
luego la Francia a la historia,
y ésta a la posteridad!
   Y tú, ciega multitud,
pobre carne de cañón,
di por él: -¡Oh compasión,
tú eres sólo la virtud!






ArribaAbajo- LXXVI -


Las doloras

A doña Juana Barrera de Campos.




    ¿Conque una buena dolora
me pides, Juana, tan llena
      de candor?
Tal vez tu inocencia ignora
que será, si es la más buena,
      la peor.

   ¿Te he de alabar, fementido,
desventuradas venturas
      que gocé,
y amores que he aborrecido,
e inagotables ternuras
      que agoté?

   Perdona si en mis doloras.
siempre mi pecho destila
      la ansiedad
de unas sombras vengadoras
que asaltan mi no tranquila
      soledad.

   Jamás en ellas escrito
dejaré, imbécil o loco,
      el error
de que el bien es infinito,
ni que es eterno tampoco
      el amor.

   Bueno es que, aunque terrenales,
nuestras venturas amemos,
      pero ¡ah!
bienes de acá son mortales;
¡la dicha y el bien supremos
      son de allá!

   ¡Qué inconsolables cuidados
da el ver desde la rendida
      senectud,
los tesoros disipados
de la por siempre perdida
      juventud!

   ¡Qué manantial tan fecundo
de engañosas esperanzas
      es amor!
¡Qué doctor es tan profundo
en útiles enseñanzas
      el dolor!

   ¿Cuán ciego el amor, cuán ciego
falta al deber más sagrado!
      Y es de ver
cómo al amor faltan luego
los que primero han faltado
      al deber.

   ¿Pérfido amor, y cuál huye
tras los primeros momentos
      del ardor!
¡Santa amistad, que concluye
por cumplir los juramentos
      del amor!

   Siento a fe que esta dolora
hiera, Juana, tu ternura,
      mas ya ves
que toda dicha de ahora
es siempre la desventura
      de después.

   Por eso, olvidado, quiero
ya sólo el eterno olvido
      esperar;
aunque del mundo en que espero,
más siento el haber venido
      que el marchar.

   Hasta de mí, el pensamiento
hastiado y arrepentido
      del vivir,
huye cual remordimiento
que del crimen cometido
      quiere huir.

   Aunque, de dolor ajenos,
la vida ven placentera
      los demás,
si la despreciara menos,
yo acaso la aborreciera
      mucho más.

   Deja ya, corazón mío,
cuanto encuentras deleitable,
      sin saber
que al gozar mueres de hastío,
galeote miserable
      del placer.

   ¡La vida! ¡Cuán fácil fuera
sus más aciagos momentos
      soportar,
si en el pecho se pudiera
algunos remordimientos
      enterrar!

   Mas ¡ay! Juana encantadora,
¡cuál de espanto retrocede
      tu candor,
al mirar que esta dolora,
si es buena, tampoco puede
      ser peor!

   Y es que derramo sincero
de mi dolor la medida
      sin querer,
siempre que las aguas quiero
de mi soñolienta vida
      remover.

   Ya, cual todo penitente
en el lodo derribado
      por su cruz,
me agito impacientemente
por revolverme hacía el lado
      de la luz.

   Yo antes vivir anhelaba,
mas hoy morir sólo fuera
      mi ilusión,
si estuviese como estaba
el día de mi primera
      comunión.

   ¡Juana! el respeto adoremos
que aún nos liga complaciente
      al deber,
y los lazos desatemos
que habrá el tiempo tristemente
      de romper.

   ¿A qué esperar a mañana
en dejar esto, y de aquello
      en huir,
si aunque tú lo sientas, Juana,
lo que no dejemos, ello
      se ha de ir?

   Al fin, de tu santo celo
las huellas de buena gana
      sigo fiel.
Cuando va el perfume al cielo,
todo lo que siente, Juana,
      va con él.

   Ya en mi inútil existencia,
sólo el ímpetu modero
      del dolor
con paciencia y más paciencia,
ese valor verdadero
      del valor.

   Y hoy que humilde, si antes tierno,
sus culpas el alma mía
      va a expiar,
¡perdóname, Dios eterno!
¡entonces ¡ay! no sabía
      sino amar!

   Ya en nada inmutable creo
mas que en Dios Omnipotente,
      y también
en que engaña mi deseo
por llevarme más clemente
      hacia el bien.

   ¡Sí! me lleva al bien cumplido,
que busco cual nunca fuerte,
      pues ya sé
que, aunque todo me ha vencido,
hoy vencerá hasta la muerte
      con la fe.

   Y adiós, Juana, que extasiado,
del supremo bien que anhelo
      voy en pos.
¿Quién será el desventurado
que sólo mirando al cielo
      no halle a Dios?...






ArribaAbajo- LXXVII -


La gran babel

A Don Rafael Cabezas.





- I -

    Refiere el vulgo agorero,
que de los cantos del mundo
el tarará fue el primero
y el tururú fue el segundo.
   Y hay quien cree que estos sonidos
de tururú y tarará,
son los últimos gemidos
que una lengua al morir da.
   Oye, y al fin de esta historia
¡dichosos, Rafael, los dos,
si al perder la fe en la gloria,
aún nos queda la de Dios!


- II -

   A un romano un caballero
regaló un pájaro un día,
que, lo mismo que un Homero,
voces del griego sabía.
   Y es fama que el patrio idioma
charloteaba con tal fuego,
que al pájaro toda Roma
le llamó el último griego.
   Si con preguntas la gente
le importunaba quizá,
respondía impertinente
el pájaro: -Tarará.
   ¿Que es tarará?- preguntó
lleno el romano de celo.
Soñó un sabio, y contestó:
-¿Tarará? Patria del cielo.-
   Que a un sueño, hambrienta de fama
se agarra la tradición,
como un náufrago a la rama
prenda de su salvación.
   Después de mucho aprender,
ni al cabo de la jornada
llegó el romano a saber
que tarará no era nada.
   Sólo por presentimiento
pudo asegurar un día
que era el pájaro del cuento
el que más griego sabía.
   Y es que sin duda perece
cual lo mezquino también,
hasta aquello que merece
de Dios y la historia bien.


- III -

   Pues dando a esta historia cima,
refiere otra tradición
que siendo virrey en Lima
nuestro conde de Chinchón,
   le regalaron un día
un loro experto en historia,
el sólo eco que existía
de la peruviana gloria.
   -¿Quién fue, -le pregunta el conde,
-el primer rey del Perú?
Habla el loro, y le responde
en ronca voz: -Tururú.
   -¿Sabremos qué frase es esta?-
dice a un sabio el español.
Sueña el sabio y le contesta:
-¿Tururú? Patria del sol.-
   El pobre sabio aquí miente,
cual mintió iluso el de allá.
¿Quién renuncia fácilmente
a la ilusión que se va?
   Toda lengua y toda gloria,
cumplida ya su misión,
se tiende sobre la historia
como un fúnebre crespón.
   Pues lo mismo aquí que allá,
en Roma y en el Perú,
como el griego a un tarará,
llegó el inca a un tururú.
   ¡Paciencia! En queriendo el cielo
nuestras glorias eclipsar,
no nos deja más consuelo
que el consuelo de llorar.


- IV -

   Muy pronto, Rafael, quizá,
por más que de ello te espantes,
cual Homero un tarará,
será un tururú Cervantes.
   ¡Cuánto los hombres se humillan
viendo el eclipse total
de estas estrellas que brillan
en nuestro mundo moral!
   ¡Ay! esta lengua en que está
brillando un vate cual tú,
¿dará fin en tarará,
o acabará en tururú?
   Corre el tiempo, y confundido
lo grande con lo pequeño,
juntos en perpetuo olvido
los une un perpetuo sueño.
   Mas tú, cual yo, a Dios alaba,
pues ya sabemos los dos,
que allí donde todo acaba
es donde comienza Dios.






ArribaAbajo- LXXVIII -


Todo y nada

      -¡Cuánta dicha y cuánta gloria!-
dije, entre humillado y fiero,
leyendo una vez la historia
del emperador Severo.
   Y cuando a verle llegué
subir a Rey desde el lodo,
-yo, en cambio- humilde exclamé,-
no fuí nada, y nada es todo.-
   Mas con humildad mayor,
vi que al fin de la jornada
exclamó el emperador:
-Yo fui todo, y todo es nada.-






ArribaAbajo- LXXIX -


Los dos cetros


1860

A S. A. R. el Príncipe de Asturias.

(Don Alfonso XII)





- I -

   Vine un convento a heredar,
y al mismo convento, anejo
un templo a medio arruinar,
donde hallé un santo muy viejo
encima de un viejo altar.
   Cogí un bastón que tenía
de caña el santo bendito,
y dentro un papiro había
que, por don Pelayo escrito,
de esta manera decía:


- II -

   -Escucha, lector, la historia
del postrer rey español,
y a los que amengüen su gloria,
les ruego que hagan memoria
que hay manchas hasta en el sol.
   Meses anduve cumplidos
del rey don Rodrigo en pos,
desde el día en que, vendidos,
fuimos en Jerez vencidos
los del partido de Dios.
   Hallé al fin al rey de España
al pie de este santuario,
llevando un cetro de caña,
pobre pastor solitario,
rey de una pobre cabaña.
   Y al verme, casi llorando,
Rodrigo habló de esta suerte:
-Porque te estaba esperando,
no me hallo ya descansando
en los brazos de la muerte.
   Llegué aquí desesperado,
cuando mi trono se vio
por traidores derribado.
¡Dios los haya perdonado
como los perdono yo!
   Desde entonces, entre flores
vagando por los oteros,
recuerdan a mis dolores,
el cetro, amigos traidores,
la caña, mansos corderos.
   Tú, elegido por mi amor
y mi heredero por ley,
escoge aquí lo mejor
entre este cetro de rey
y esta caña de pastor.
   Sé humilde o grande. Yo ahora
me quedo a ejercer contento
la virtud que el cielo adora,
que es el arrepentimiento
que en la sombra, reza y llora.-
   Dijo, y siguiendo el destino
de su alegre adversidad,
lleno de un fervor divino,
tomó Rodrigo el camino
de la eterna soledad.
   Yo, Pelayo, os doy la historia
del postrer rey español,
y a los que amengüen su gloria,
les ruego que hagan memoria
que hay manchas hasta en el sol.
   ¡Dios eterno! ¿y de estas flores
he de dejar los senderos,
recordando a mis dolores
el cetro, amigos traidores,
la caña, mansos corderos?
   ¡Si! que aunque mi alma cansada
tomaría de buen grado
el arado por la espada,
tomo por ti, patria amada,
la espada en vez del arado.
   Parto, y lo escrito, al marchar
con la caña al santo dejo.-
Caña que a mí vino a dar
cuando hallé aquel santo viejo
encima de un viejo altar.
   Y he aquí por qué suerte extraña
del rey don Rodrigo, así
ha llegado cetro y caña,
grande el cetro, al rey de España,
y humilde la caña, a mí.


- III -

   A vos, Príncipe y Señor,
desde la cuna rodeado
de todo humano esplendor,
os escribo ésta, sentado
sobre unas hierbas en flor.
   Vinimos por suerte extraña
a un tiempo a heredar los dos,
vos su cetro y yo su caña;
vos el cetro real de España,
yo el que humilde llevó Dios.
   Cansancio o tedio espantoso
el cetro os dará algún día;
la caña, más venturoso,
al menos ¡ay! os daría
en la obscuridad reposo.
   Yo, en vez de rey desdichado,
seré un dichoso pastor,
pues ya el mundo me ha enseñado
que, entre el cetro y el cayado,
el cayado es lo mejor.
   ¡Cuánto seréis bendecido
desde mi humilde rincón,
cuando os lleven perseguido,
la calumnia, si vencido;
si vencéis, la adulación!
   Cuando yo ande indiferente
por el monte o por el llano,
a vos os dirá la gente,
-¡rey débil!- si sois clemente
si justiciero, -¡tirano!
   ¡Cuál será vuestro cuidado,
mientras que todo, Señor,
yo lo olvidaré, olvidado
en mi trono recostado
de humildes hierbas en flor!
   Noble cual vuestra nación,
a vuestra madre imitad,
en cuyo real corazón
se aman justicia y perdón,
se abrazan dicha y verdad.
   Y Dios, para bien de España,
de su gracia os dé el tesoro.
Dado en mi pobre cabaña,
yo, el rey de cetro de caña,
a mi rey de cetro de oro.