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Ramón de la Cruz

Biografía de Ramón de la Cruz

A pesar de que fue Ramón de la Cruz un autor muy popular en su época, se sabe muy poco de su vida, y si no fuera por las investigaciones llevadas a cabo por Cotarelo y Mori, quien se fundó en documentos y no en los episodios legendarios que se habían forjado en el siglo XIX, su biografía se reduciría casi a una cronología basada en su actividad de autor dramático.

Don Ramón Francisco de la Cruz Cano y Olmedilla nació en Madrid el 28 de marzo de 1731. Por su partida de bautismo (extendida en la parroquia de San Sebastián) sabemos que era hijo de don Raimundo de la Cruz, natural de la villa de Canfranc (obispado de Jaca), y de doña Rosa Cano y Olmedilla, natural de la villa de Gascueña (obispado de Cuenca), reivindicando la familia su parentesco con varios hombres ilustres, entre ellos el famoso teólogo Melchor Cano; sus padres vivían entonces en la calle del Prado, y tuvieron otros tres hijos, dos de los cuales murieron antes de 1762, pues, según un testamento que hizo aquel año doña Rosa, viuda ya y enferma, sólo vivían entonces don Ramón y su hermano don Juan de la Cruz, que era tres años más joven y había de afamarse como dibujante y grabador de láminas, llegando también a ser nombrado geógrafo de Su Majestad, tras haber efectuado, gracias a una beca, un viaje de estudios a París.

De su niñez y juventud no tenemos más informaciones que las que nos proporciona el prólogo de su primera obra impresa conocida, Quien complace a la deidad acierta a sacrificar (zarzuela representada e impresa en Madrid en 1757), en la cual confiesa: «Me conozco débil de erudición y falto de Instrucciones, no obstante que he procurado adquirir, y estudiar algunas, para dar a entender que no camino ciego enteramente». De manera que nada permite asegurar que don Ramón haya llevado a cabo cualquier tipo de estudios. Sin embargo, si hemos de dar crédito al citado prólogo, compuso sus primeros versos a los trece años en Ceuta, donde residía entonces la familia, y a los quince años escribió un Diálogo cómico, que un apasionado suyo dio a la imprenta en Granada. De ese primer intento no queda huella alguna, ni de otros opúsculos que, según afirma Cruz, se habían impreso con su nombre o anónimos; que modo que las primeras obras conocidas de Ramón de la Cruz son la mencionada zarzuela y un sainete del mismo año (1757), La enferma de mal de boda, una pieza bastante tosca como la mayoría de las obras que se representaban entonces, que se dio sin embargo con cierta frecuencia en los teatros de Madrid, por lo menos hasta 1775.

En los dos años siguientes, si exceptuamos un sainete de 1758, La fingida Arcadia, no tenemos noticia de que haya estrenado obras suyas ninguna de las dos compañías madrileñas, aunque consta que Ramón de la Cruz siguió escribiendo para el teatro, pero sin cobrar nada por su trabajo. En efecto, en 1767, en una solicitud que dirigió el sainetista al municipio, con el fin de obtener una ayuda financiera destinada a costear la impresión de sus obras, afirmaba que llevaba once años entregando composiciones suyas a los cómicos, «sin haber pedido, ni obtenido en los 6 años primeros que escribió sin interés alguno las menores gratificaciones ni regalo u otra qualesquiera utilidad ni en los 5 últimos otra ayuda de costa que la corta asignación que por cada pieza se paga de la masa común». Desgraciadamente, parece imposible idenficar esas obras, pues cuando se ha perdido el autógrafo de un texto, el casi único medio que permite atribuirlo a su autor es estudiar los documentos de contabilidad de los teatros donde se apuntaban las cantidades que se abonaban a los autores de comedias e intermedios cuando se les pagaba su trabajo.

En 1759, Ramón de la Cruz ingresó como oficial tercero en la Contaduría de Penas de Cámara y Gastos de Justicia, con un sueldo anual de 5.000 reales, que, aunque decente, no le permitiría, por cierto, llevar un tren de vida demasiado fastuoso, y menos aún después de casarse, por la misma época, con doña Margarita Beatriz de Magán, natural de Salamanca, de quien ya en 1762 tenía una hija, María de los Dolores Carlota.

A partir de 1760 va apareciendo cada año con más frecuencia el nombre de Ramón de la Cruz en las cuentas de los teatros y empieza a surtir sistemáticamente a las compañías de intermedios nuevos, entregándoles, entre 1760 y el fin de la temporada 1763-1764, unos 40 sainetes y entremeses originales, con excepción de La muda enamorada (1762), primera adaptación que hizo Cruz de una obra de Molière.

El año 1764 marcó el nuevo rumbo que dio Ramón de la Cruz a la historia del teatro breve con el estreno, entre otros, de dos sainetes : La bella madre, primera «comedia en un acto», «novedad nueva», como se explica en la introducción, por su tono serio y su propósito moralizador, y El petimetre, una de las muestras más significativas del genio satírico del autor, y origen de una polémica que había de durar varios años, siendo Francisco Mariano Nifo uno de los primeros adversarios de D. Ramón, con el sainete La sátira castigada por los sainetes de moda, de 1765.

Ahora bien, en 1765 ya gozaba Ramón de la Cruz de cierta autoridad: ingresó aquel año entre los Arcades de Roma con el seudónimo de Larisio Dianeo, y era correspondiente honorario de la Academia de Buenas Letras de Sevilla. Podía, pues, atreverse a llevar a las tablas a sus contrarios, no ya con alusiones solapadas, sino abiertamente, como en la Introducción al casero burlado y en El pueblo quejoso, que se estrenaron el mismo día al empezar la temporada de invierno de 1765, en el teatro del Príncipe (compañía de Nicolás de la Calle) y en el de la Cruz (compañía de María Hidalgo) respectivamente.

Tampoco había desechado durante el mismo período las obras de mayor extensión, refundiendo en 1760 el auto sacramental de Calderón El cubo de la Almudena, y escribiendo para el Carnaval 1762 una comedia titulada Marta abandonada y carnaval de París. En 1764, con motivo de las fiestas organizadas para la celebración de las bodas de la infanta María Luisa con el archiduque de Austria Pedro Leopoldo, le encargaron dos zarzuelas para sus casas el Marqués de Ossun, embajador de Francia, y el Príncipe de la Cattolica, embajador de las Dos Sicilias -El tutor enamorado y Los cazadores respectivamente-, iniciándose el ciclo de zarzuelas traducidas y adaptadas del francés o del italiano, que iba a continuarse el año siguiente en los teatros de Madrid. A finales de 1765, en efecto, se estrenó Pescar sin caña ni red es la gala del pescar (titulada también Las pescadoras), adaptación de la ópera italiana Le pescatrici; el público se entusiasmó, y se mantuvo la zarzuela dieciséis días en octubre-noviembre, volviendo a representarse otros dieciséis días en diciembre-enero del mismo año cómico, y varias veces en los años posteriores con notable éxito. En enero-febrero de 1766 se estrenaba otra traducción del italiano, que también fue muy aplaudida, El filósofo aldeano, y en las dos temporadas siguientes entregó Cruz otras cinco zarzuelas de la misma vena, tres de las cuales tuvieron en lo sucesivo una carrera bastante feliz.

Por otra parte, los sainetes que escribía Cruz estaban cada vez más anclados en la realidad cotidiana y en la actualidad de la época. En 1765 se estrenaron La Plaza Mayor por Navidad y El Prado por la noche; en 1766 La botillería y La Pradera de San Isidro, característicos de esa voluntad de dar de la sociedad madrileña una visión global, situando la acción en los lugares más concurridos de la ciudad, con el fin de juntar -y oponer- con la mayor naturalidad unos personajes que se movían normalmente en distintas esferas.

Después del motín de Esquilache, ocurrido en la primavera del año 1766, la llegada del conde de Aranda al poder originó algunos cambios en la vida teatral, con reformas que mejoraron notablemente la escenografía, y unos objetivos más favorables al neoclasicismo. A aquella época pertenecen muchas de las traducciones que hizo Ramón de la Cruz de obras dramáticas extranjeras, como las dos tragedias representadas en 1767 Ecio triunfante en Roma y Sesostris, adaptaciones de Metastasio y Apostolo Zeno respectivamente, o la comedia Más puede el hombre que amor, sacada en 1768 de La Zenobia de Metastasio. Sin embargo, su temperamento le inclinaba más hacia un género que ya había cultivado e iba a renovar: la zarzuela, que contribuiría en gran medida a su notoriedad y popularidad. El éxito de las obras citadas anteriormente era revelador de los gustos del público madrileño, que se iba aficionando cada día más a una forma de espectáculo que mezclaba elementos de distinta índole, aliando en unas proporciones armoniosas lo jocoso con lo serio, y la música, el canto y el baile con la representación. Así, aprovechando las facilidades que ofrecía la nueva organización de los teatros, seguros los cómicos -y el sainetista- del provecho que les proporcionarían tales funciones, representaron a partir de 1768, durante la temporada de verano, zarzuelas que no eran ya imitaciones, sino creaciones originales de Ramón de la Cruz: en 1768, La Briseida, de asunto mitológico, duró doce días en julio-agosto y nueve días en diciembre, pero no volvió a representarse (a pesar de los cuantiosos beneficios que produjo), a diferencia de Las segadoras de Vallecas, que gustó aún más y figuró en los programas hasta 1772, una vez al año regularmente. Constituía esta última obra una gran novedad, pues se basaba en una realidad nacional y popular, y al ver la acogida que había tenido, siguiendo el mismo camino, escribió don Ramón en 1769 Las labradoras de Murcia. El éxito de Las segadoras de Vallecas y de Las labradoras de Murcia desató una polémica que se desarrolló desde 1768 en diversos folletos que publicaron sus adversarios disfrazando su identidad: uno cuyo autor, don Miguel de la Higuera, se fingía «barbero de Foncarral», y otro, titulado Cartas del sacristán de Maudes al barbero de Foncarral, de un tal Mauricio Montenegro, el cual hacía también una crítica de Las segadoras de Vallecas. En 1769 salió el famoso Examen imparcial de la zarzuela «Las labradoras de Murcia», e incidentalmente de todas las obras del mismo autor, donde el crítico -probablemente Casimiro Gómez Ortega-, que se ocultaba bajo un nombre supuesto (José Sánchez, declarándose «natural de Filipinas»), no se contentaba con censurar estéticamente la zarzuela, sino que atacaba personalmente a don Ramón, llamado despectivamente «el Poetiquio». A estas críticas contestó Cruz en sus sainetes (como ¿Cuál es tu enemigo?, representado en mayo de 1769, o el Sainete para empezar con que abrió María Hidalgo el año cómico siguiente), sabiendo que podía contar con la complicidad del público.

Volvieron a envenenarse las cosas cuando, tras el fracaso de la Hormesinda de Nicolás Fernández de Moratín en febrero de 1770, circuló un soneto en el que se prestaban a Ramón de la Cruz los versos siguientes :

No acertó Moratín en su Hormesinda;
ergo, cuanto yo escribo es acertado.

En estos dos versos se fundó Tomás de Iriarte al redactar una carta sobre Moratín y Ramón de la Cruz, en la que compara los defectos y méritos de cada uno, dando la preferencia, por supuesto, al primero. Pero el éxito de El buen marido, zarzuela estrenada en septiembre del mismo año, incitó a don Ramón, al imprimirla, a agregar una nota, en la que se burlaba de la «monstruosa y detestada tragedia Hormesinda» que no había conseguido imponerse «después de muchos meses de trabajo, dos de elogios preparativos para inflamar las gentes, uno de rigorosos ensayos, y al fin, con tres cartas y un proceso de recomendaciones». La contrarréplica no se hizo esperar: en 1771 salía a luz el Examen tardío pero cierto de algunas piezas de teatro, en especial de la zarzuela «El buen marido» y nota que hay al fin de ella, de un tal don Antonio Malo y Bargas, donde se repetían las críticas contra Cruz y su obra.

El estreno en mayo de 1773 de El poeta aburrido puede aparecer como la conclusión de la polémica: en el sainete, Ramón de la Cruz opone en la sala de ensayos, frente a la compañía de Manuel Martínez, dos personajes: un erudito, portavoz de las ideas expresadas en la carta censoria de Iriarte (de donde se puede deducir que el erudito es el mismo don Tomás), y el poeta don Justo, autor popular de zarzuelas y sainetes, que es en realidad el propio Ramón de la Cruz, y propone someter el tema de la contienda al fallo del público, «que él es / quien hace justicia seca».

Tenía por seguro el apoyo que solicitaba, pues desde 1766 había dado a la escena más de cien sainetes de diferentes estilos e inspiración, desde los más castizos hasta las adaptaciones de obras francesas (de Molière, Marivaux, Legrand y otros), desarrollando además el «sainete de costumbres teatrales», el sainete paródico, o polémico, pero sin abandonar otras formas más tradicionales en otros muchos intermedios. Y conforme se iba renovando el caudal de sainetes con las piezas que entregaba don Ramón a los cómicos, monopolizaban sus obras los programas de los teatros, hasta alcanzar en 1772-1773 el 40 por 100 de los sainetes representados por la compañía de Manuel Martínez y casi el 70 por 100 en las funciones de la compañía de Ribera, debiéndose la escasa producción del año 1771-1772 (una comedia y cinco sainetes) a circunstancias particulares (reducción del personal cómico y del presupuesto de los teatros) que no tenían nada que ver con su popularidad o su inspiración; fue muy probablemente la poca afluencia del público en 1770-1771, año catastrófico en ese aspecto, uno de los motivos que acarrearon en 1771 la supresión de una de las dos compañías, y la formación de una compañía única a cuya cabeza pusieron a Manuel Martínez, el cual había de conservar el puesto durante muchos años; en 1772 volvieron las cosas a la normalidad, empezando entonces el período más fecundo de Ramón de la Cruz: desde el principio de la temporada 1772-1773 hasta febrero de 1780 compuso poco menos de 200 obras entre zarzuelas, comedias, tragedias, sainetes, loas e introducciones.

Pero la supresión del entremés en 1780 tuvo consecuencias inmediatas en la carrera de don Ramón, quien entregó a los cómicos, aquel año, apenas siete u ocho sainetes. En efecto, la supresión del entremés se acompañó lógicamente de una disminución de la demanda de sainetes, y la producción se estancó durante varias temporadas, pues se dedicaron las compañías a renovar su repertorio de obras «mayores» comprando cada año comedias nuevas, y utilizando el caudal de sainetes que se había constituido anteriormente. Y cuando volvieron a dar intermedios nuevos con más frecuencia, recurrieron a los autores que ya surtían los teatros madrileños de comedias, como Comella, Valladares, Laviano o Moncín. Sin embargo, si Cruz escribía menos para el teatro, sus obras seguían gustando al público y representándose: en 1787-1788, por ejemplo, más del 40 por 100 de los sainetes de Martínez y del 70 por 100 de los de Ribera eran de don Ramón, a pesar de que éste estrenó aquel año sólo cinco sainetes.

El período más fecundo del sainetista debió de ser también el más desahogado desde el punto de vista económico. En 1771 había ascendido a primer oficial de la Contaduría de Penas de Cámara y Gastos de Justicia, pasando su sueldo anual de 5.000 a 10.000 reales, con lo cual podía pensarse que se iban a acabar los apuros que había conocido en años anteriores (recordemos que en 1767 había solicitado una subvención para publicar sus obras, pero el proyecto no se concretó y tuvo muchas dificultades para reembolsar su deuda; y en 1770 pidió una gratificación de 500 reales -¡le pagaban entonces 300 o 400 reales por un sainete!- a su jefe para costear los gastos que le causó una enfermedad). Pero parece que nunca dejó de tener problemas financieros, a pesar de los beneficios que sacaba de su actividad de escritor: así, en diciembre de 1774, solicitó un aumento de la ayuda de costa de fin de año «para alivio de su dilatada familia», habiendo ganado aquel año más de 10.000 reales con la venta de sus obras a las compañías teatrales.

Por aquellos años además gozaba Ramón de la Cruz de la protección del duque de Alba, a quien había dirigido en 1770 la dedicatoria de su zarzuela El buen marido; acompañaba al mecenas cuando éste se marchaba de veraneo, y, aun después de fallecido el duque (en 1776), escribió para la heredera del título, la célebre Cayetana, Los dos libritos, «Fin de fiesta para la que ha de representarse en casa de mi señora la Duquesa de Alba. Por Navidad del año de 1777».

Sin embargo, dedicó más atención al teatro particular de doña Faustina Téllez Girón, condesa-duquesa viuda de Benavente (y hermana del duque de Osuna), a cuyo amparo se acogió Cruz después de la muerte del duque de Alba. La condesa- duquesa, así como su hija doña María Josefa Pimentel, era muy aficionada al teatro, y don Ramón compuso para su casa comedias, zarzuelas y sainetes (la comedia El día de campo, por ejemplo, o la zarzuela El extranjero); la intimidad que se creó entre el sainetista y la familia de Benavente-Osuna no había de desmentirse hasta el final de su vida.

Por otra parte, aunque escribía menos para los teatros de Madrid, a Cruz le consideraban casi como poeta oficial: en 1784 le encargaron las loas y los fines de fiesta para las comedias Los menestrales, de Trigueros, y Las bodas de Camacho, de Meléndez Valdés, que se estrenaron en julio para celebrar el nacimiento de los infantes gemelos (hijos del futuro Carlos IV y de María Luisa), y la paz con Inglaterra. Del mismo modo, con motivo en 1789 de la coronación de Carlos IV, le encargaron la loa (El mérito triunfante) y el fin de fiesta (Las provincias españolas unidas por el placer) destinados a amenizar la representación en el teatro del Príncipe, a partir del 29 de septiembre, de la comedia El triunfo de Tomiris. En realidad, a partir de 1788, las pocas piezas que compuso fueron casi todas obras de circunstancias y de encargo.

Paralelamente, de 1786 a 1791, llevó a cabo la impresión de una selección de sus obras -66 comedias, zarzuelas y piezas breves- en los diez tomos de su Teatro, realizándose así por fin el fracasado proyecto de ­1767, gracias a una suscripción en la que no sólo participaron sus amigos -significativamente, los miembros de la casa Osuna-Benavente se reservaron 52 ejemplares-, sino también... ¡Tomás de Iriarte!

Poco después de la publicación del último tomo, se estrenaba en febrero de 1792, con La comedia nueva de Leandro Fernández de Moratín (¡extraña casualidad!), el último sainete que dio a la escena, El muñuelo.

Dos años más tarde, el 5 de marzo de 1794, falleció Ramón de la Cruz en casa de su protectora, dejando en la mayor necesidad a su viuda y a su hija.

Mireille Coulon
(Universidad de Pau)

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