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Ramón de la Cruz

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Los sainetes de Ramón de la Cruz: un género nuevo

La tradición del entremés antiguo y del teatro breve de la primera mitad del siglo XVIII.

En el prólogo a Quien complace a la deidad acierta a sacrificar, de 1757, juzgaba Ramón de la Cruz con mucha severidad el estado de decadencia en el que había caído el teatro menor, evocando los Entremeses de chascos, y bufonadas ridículas que se escribían en su época, y más particularmente «el lastimoso expectáculo de los Saynetes, donde sólo se solicita la irrisión, con notable ofensa del oyente discreto. Echaba la culpa al público de entonces, que aplaudía sólo la confusión y variedad desordenada en la ridiculez, a veces indecencia, del vestido, la chulada, tal vez dissolución del ademán, y ornato de las Tablas con multitud de figuras nada conducentes a la acción, ni proprias del lugar.[1] Cuatro años más tarde, en su publicación satírica Caxón de sastre, Francisco Mariano Nifo (que había de ser uno de los principales enemigos literarios de Cruz), lamentaba también el desenfado pernicioso de poco decentes travesuras, por no decir de inhonestas malicias que se veía más de bulto [...] en la representación de piezas ridículas, que son los Bayles, Entremeses y Saynetes con que se hace valer en el theatro la diversión[2].

Varios testimonios posteriores muestran que esas formas degeneradas del entremés antiguo estudiado por Eugenio Asensio y Hannah E. Bergman[3], entre otros, agradaron cada vez menos al público, hasta su desaparición en 1780. Así afirmaba el gracioso Miguel de Ayala en un sainete anónimo de 1765, La riña de los graciosos, que ya las gentes no gustan / de la burla, ni el gallego, / sino cosas sazonadas, / de lo que pasa en el pueblo, unos versos que, valiéndose de dos elementos característicos del género -una de las bases cómicas (la burla) y uno de los personajes típicos (el gallego)- , resumen el mundo estereotipado del entremés, a la vez que reflejan una nueva concepción de un teatro más enraizado en la vida real -lo que pasa en el pueblo.

A pesar de las críticas expresadas en el citado prólogo, en muchos sainetes de Ramón de la Cruz -sobre todo, por supuesto, al principio de su carrera dramática-, es manifiesta la herencia que recibió el autor, y tanto la estructura como los recursos cómicos o los personajes siguen perteneciendo a la tradición anterior.

Así la estructura de algunos de sus sainetes más antiguos (El agente de sus negocios, El hospital de la moda y La academia del ocio, El sordo y el confiado), con una primera parte expositiva en endecasílabos (y la segunda en octosílabos), es similar a la de muchos intermedios del siglo anterior como Las alforjas, de Quiñones de Benavente, o La plazuela de Santa Cruz, de Calderón; pero pronto abandonó D. Ramón una forma métrica -el endecasílabo- que quitaba naturalidad al diálogo, reservándola para parodiar los géneros trágicos, y si bien conservó la división en dos partes, generalizó el uso del octosílabo.

Por otra parte, en las piezas citadas, y en otras de la misma época como La residencia de los danzantes, también se conserva un procedimiento característico del llamado entremés de figuras, en el que se reduce la acción a una sucesión de cuadros: van desfilando varios personajes y sólo uno o dos protagonistas, presentes en el escenario hasta el final -el agente de El agente de sus negocios, el Hidalgo y el Desengaño de El hospital de la moda, el juez de La residencia de los danzantes-, dan su coherencia a la pieza. Tal estructura, o mejor dicho ausencia de estructura, no siempre se debía, contra lo que pudieron juzgar algunos críticos mal informados, a una falta de imaginación o talento de entremesistas y sainetistas, sino que respondía a las exigencias de la representación, porque los intermedios se hacían mientras cambiaban el decorado de la obra principal, y por lo tanto, disponían los actores de un espacio muy reducido, contentándose muchas veces con el proscenio, hasta la última escena que solía reunir a todos los personajes, levantándose entonces el telón y descubriendo una porción de tablado algo más amplia: así en El hospital de la moda, para el desenlace «Descúbrense, levantándose la fachada, todos los que han entrado». Aunque otros sainetes, por otro lado, presentan aspectos muy novedosos, se desarrollan según el mismo modelo: La botillería, por ejemplo, de 1766, empieza «en la fachada», sucediéndose en el tablado personajes o grupos formados por dos o tres actores, y estarán reunidos todos en la segunda parte del sainete -que en este caso era un fin de fiesta, que por lo tanto se representaba ocupando el escenario hasta el foro-, en la botillería próxima al teatro de la Cruz.

La primera consecuencia de las condiciones que se acaban de evocar era, por supuesto, la estilización de los personajes, denominados por su oficio, su condición, su carácter o el vicio que encarnaban, y a veces incluso alegóricos, como el Desengaño de El hospital de la moda, o, en La enferma de mal de boda, de 1757, La Música, La Poesía, El Baile, El Chiste. En El hospital de la moda, los enfermos son El Crítico y La Crítica, Un Barbero, Un Sastre, La Dengosa, La Presumida, etc., y si se menciona casi por casualidad el nombre del Petimetre, el único que se singulariza verdaderamente es el majo Juan Jusepillo, de acuerdo con la idea básica del sainete, que es oponer lo castizo a las modas extranjeras. La misma catalogación de los personajes se observa en Las frioleras (1764) -El Alcalde, El Médico, El Boticario, Un Tuno, El Sacristán, El Zapatero, El Maestro de la Escuela, etc.-, pero desde esa fecha (1764) se nota una clara evolución en el estilo de Ramón de la Cruz, como se verá más adelante, y los personajes van perdiendo su anonimato. El almacén de novias, de 1774, concebido «a la antigua», aparece como un resurgimiento tardío del intermedio de figuras, con el desfile, ante el Pretendiente y Su criado, de las mujeres deseosas de casarse, que son La Crítica, La Maja, La Beata, La Simple, La Muda, y La Cocinera.

También recurre Ramón de la Cruz a la burla , que es quizás el tema predilecto del entremés, motivo central en algunos y accesorio en casi todos, según Hannah E. Bergman[4], y a los estereotipos de la tradición sintéticamente designados como «el gallego»: en 1776 aún, se estrenaban dos sainetes -atribuido uno de ellos a Ramón de la Cruz- titulados El gallego burlado. Y no falta en los sainetes de Cruz el alcalde villano, figura entremesil por excelencia[5], más o menos «bobo» según los casos y el actor que lo interpretaba. El más antiguo de los tres graciosos que marcaron la época de D. Ramón, Miguel de Ayala (los otros dos fueron Gabriel López «Chinita» y Miguel Garrido), era al mismo tiempo el que actuaba de forma más tradicional. Según las informaciones recogidas por Emilio Cotarelo y Mori, Sobresalió en los papeles de pastor, payo y bobo, y en los burlescos de los entremeses antiguos [...]. En los sainetes de D. Ramón de la Cruz casi siempre representa alcaldes de lugar. Era muy aplaudido[6]. Efectivamente, encarnaba Ayala, por ejemplo, el personaje de Gil Blanco (y por mal nombre Moreno) de El alcalde contra amor (1767), autor de un bando que prohibía toda suerte/de amor y galanteo, y amenazaba con la muerte y cuatro años de destierro/después a los aldeanos que desobedeciesen. Es este sainete una muestra significativa de la permanencia en los sainetes de Cruz de los motivos propios del entremés, como podían serlo también los palos que aparecen como recurso cómico en La muda enamorada (1762), adaptación de Le médecin malgré lui de Molière.

Pero cabe señalar que paralelamente, supo Ramón de la Cruz matizar la excesiva «rusticidad» de sus alcaldes de lugar, como en El alcalde Boca de verdades (1763), La civilización (1763), El mercado del lugar (1767) y otros sainetes donde el alcalde ya es un personaje juicioso, hasta ser un papel encargado al primer galán, en Las usías y las payas (1772) por ejemplo.

En realidad, al correr de los años, sustituyó Ramón de la Cruz a un género ya agonizante una nueva forma de intermedio, en sus sainetes que se aproximan cada vez más a la comedia, con recursos cómicos más rebuscados, personajes más elaborados, y contactos más directos con la realidad.

[1] Quien complace a la deidad acierta a sacrificar, Madrid, Muñoz del Valle, 1757, pp. X y siguientes.

[2] Francisco Mariano Nifo, Caxón de sastre, Madrid, 1761, I, pp. 264-265.

[3] Eugenio Asensio, Itinerario del entremés desde Lope de Rueda a Quiñones de Benavente con cinco entremeses inéditos de D. Francisco de Quevedo, Madrid, Gredos, 1965; Ramillete de entremeses y bailes nuevamente recogido de los antiguos poetas de España. Siglo XVII, edición de Hannah E. Bergman, Madrid, Castalia, 1970.

[4] Op. cit., p. 15.

[5] Ibid.

[6] Emilio Cotarelo y Mori, Don Ramón de la Cruz y sus obras. Ensayo biográfico y bibliográfico, Madrid, 1899, p. 480.

Ramón de la Cruz pintor... 

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