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Armand Gatti, la mitad del cielo sobre las espaldas

Sergio Ramírez






II

Porque Gatti trabajó realmente en su juventud como domador de fieras, nos lo cuenta en el restaurante chino de la Kantstrasse donde vamos después de la función de esa noche a una celebración que es también de despedida (se va temprano del día siguiente a París para estar lejos del estreno oficial y de los críticos) y en la que participan los miembros del ensemble y toda la gente del Forum-Theater.

De ascendencia rusa e italiana, nació en Mónaco en 1926; su padre, que era barredor municipal, murió asesinado por la policía en el curso de una demostración política. Se vio precisado a trabajar desde los doce años de edad y ya en la escuela primaria fundó su primer grupo de teatro. En 1940 entró a colaborar en los cuadros de la resistencia francesa contra el nazismo; fue capturado, condenado a muerte y en último momento indultado por causa de su menor edad; se escapó del campo de concentración en Hamburgo donde había sido trasladado y desde Inglaterra se incorporó a la lucha como paracaidista de la RAF.

Solemne, sonriente, abierto, preside las ceremonias de la embullada comida mientras come ávidamente con los palillos que aprendió a manejar en su viaje a China entre 1955 y 1958, donde realizó reportajes filmados; en una compleja conversación en que se cruzan el francés, el alemán y el español, atiende los llamados desde distintas partes de la larga mesa y aún puede contarnos calmadamente su historia de resistencia anti nazi y campos de concentración como si se tratara de hechos comunes y corrientes. Y cómo no reírse cuando nos refiere sus peripecias en Centroamérica; estaba en Guatemala como corresponsal de prensa para la caída del gobierno de Arbenz y su periódico le ordenó viajar a los otros países del área para realizar unos reportajes. De este viaje, entre cárceles imprevistas y pérdidas misteriosas de su valija, habrá que escribir un artículo aparte o dejarle el tema al propio Gatti para unas escenas de sus pantomimas.

Las experiencias adquiridas en Centroamérica esos años, pero sobre todo en Guatemala, país al que ama entrañablemente, le han hecho mantener una atención constante sobre ellos y han estado presentes en los temas de sus obras teatrales: la historia contemporánea de Guatemala, examinada con relieves dramáticos, sirve de argumento a su obra anterior estrenada también a comienzos del año pasado en el Forum-Theater de Berlín: Cuatro esquizofrenias en busca de un país cuya existencia se discute, en la cual enfoca la actitud de los jóvenes europeos frente a la realidad latinoamericana y en general, del tercer mundo.

«Un crítico ha dicho ayer en la prensa que esta obra mía La mitad del cielo... no da ninguna respuesta, no selecciona ninguna alternativa política. ¿Y quién quiere alternativas de una obra como esta?» nos dice y corta para responderle a una actriz medio latina y medio china que ensaya en estos días un papel con el director Fassbinder: «no estoy interesado en el teatro rico»; y cuando ella le pregunta si ha visto ya la puesta de Peter Stein sobre Los veraneantes de Gorki: «las respuestas concretas en el teatro ya se sabe adónde han llevado, a los moldes ortodoxos y a los catecismos», continúa.

Vuelve a París sólo para seguir hacia los minerales de carbón donde va a realizar una película con trescientos obreros, un documental (como director de cine no es menos valioso que como director de teatro; su película L'Enclos fue premiada en el festival de Cannes en 1961). Y con campesinos, con tractores, con comunidades enteras, montó en 1970 un espectáculo escénico sin precedentes en Bélgica al que el diario Le Monde dedicó cuatro páginas. A mediados del año se instalará en París para dirigir un gran proyecto gubernamental, algo así como un Instituto del Espectáculo, que instalará sus talleres, dependencias teatrales, estudios de filmación para cine y video, aulas, etc., en un gigantesco matadero recién construido pero nunca utilizado, una verdadera universidad del arte visual donde quiere tener jóvenes latinoamericanos becados.

Este es, pues, Gatti, el cálido, paternal dramaturgo francés: no olvido que cuando concluida la representación dejábamos el teatro camino del restaurante, se le acercó llorando la encargada de la luminotecnia; por una crisis de nervios aplacada con vino más de lo conveniente, había abandonado su puesto esa noche y la representación había transcurrido sin luces. Armand, abrazándola, la consolaba y perdonaba.

También, como los discursos de las actrices al público en el lobby antes de abrirse las puertas de la sala, este era teatro a la Gatty, ya apagado todo y vacías las butacas.

Berlín, 25 de enero de 1975.





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