Escena VIII |
|
EL CONDE,
NELL,
DOLLY.
|
NELL.-
Ya estamos solitos los tres.
|
DOLLY.-
¡Qué gusto!
|
EL CONDE.-
Los dos, digo, los tres, porque
vosotras, ¡ay!, sois dos, aunque a mí me parezcáis una.
|
NELL.-
¡Que parecemos una!
|
EL CONDE.-
Lo he dicho al revés: sois una,
aunque parezcáis dos... No está bien hoy mi cabeza... Quiero
decir que en vosotras hay algo que sobra.
|
—193→
|
DOLLY.-
¿Algo que sobra? Ahora lo
entiendo menos.
|
NELL.-
(Con
agudeza.) Quiere decir el abuelo que en nosotras, en las dos, no en una
sola, hay lo malo y lo bueno.
|
DOLLY.-
Y lo malo es lo que sobra.
|
EL CONDE.-
Y debe quitarse, arrojarse fuera.
|
NELL.-
O será que una de nosotras es
mala, y la otra buena.
(Míranle atentas al
rostro.)
|
EL CONDE.-
Quizás...
|
NELL.-
(Generosa.) En ese caso, la mala soy yo y la buena
Dolly.
|
DOLLY.-
(Correspondiendo.) No, no: la mala soy yo, que siempre
estoy haciendo diabluras.
|
EL CONDE.-
(Atormentado
de una idea.) Chiquillas, acercaos más a mí; aproximad
vuestros rostros para que os vea bien.
(Se ponen una a cada lado, y él
las abraza. Las tres cabezas resultan casi juntas.) Así,
así... (Mirándolas fijamente y con
profunda atención.) No veo, no veo bien...
(Con desaliento.)
—194→
Esta condenada vista se me va, se me escapa cuando más la necesito... Y
por más que os miro, no hallo diferencia en vuestros semblantes.
|
NELL.-
Dicen que nos parecemos. Pero Dolly es
un poquito más morena que yo, menos blanca.
|
EL CONDE.-
(Con gran
interés.) ¿Y el cabello, lo tenéis negro las dos,
muy negro, muy negro?
|
DOLLY.-
Sí,
estrepitosamente negro. El pelo
castaño de mamá es más bonito.
|
EL CONDE.-
¡Qué ha de ser!
|
DOLLY.-
Otra diferencia tenemos. Mi nariz es
un poquitín más gruesa.
|
NELL.-
Y mi boca más chica que la
tuya.
|
EL CONDE.-
¿Y los dientes?
|
NELL.-
Las dos los tenemos preciosos; no es
por alabarnos.
|
—195→
|
DOLLY.-
Pero yo tengo este colmillo un poquito
encaramado... así, como retorcido. Toca, abuelito.
(Llevándose a la boca el dedo del
CONDE.)
|
EL CONDE.-
Es verdad... colmillo retorcido.
|
NELL.-
Otra diferencia tengo yo: un lunar en
este hombro.
|
DOLLY.-
Yo tengo dos más abajo,
así de grandes.
|
EL CONDE.-
(Preocupado.) ¿Dos?
|
DOLLY.-
Sí, señor: dos que
parecen tres.
|
EL CONDE.-
(Soltándolas de sus brazos.) Vuestros ojos,
cuando los examino con mi corta vista, me parecen igualmente bellos. Nell,
hazme el favor de mirar bien el color de los ojos de tu hermana... Y tú,
Dolly, fíjate bien en los de Nell. Decidme el color... justo.
|
NELL.-
Los ojos de Dolly son negros.
|
DOLLY.-
Los de Nell son negros; pero los
míos son más.
|
—196→
|
EL CONDE.-
(Con
interés ansioso.) ¿Más? ¿Los tuyos, Dolly,
tienen acaso un viso verde?
|
NELL.-
Me parece que sí... entre verde
y azul.
|
DOLLY.-
(Mirando de
cerca los ojos de su hermana.) Lo que tienen los tuyos es rayitas
doradas... Sí, sí, y también algo de verde.
|
EL CONDE.-
Pero son negros. Los de vuestro
papá, mi querido hijo, negros eran como el ala del cuervo.
|
NELL.-
Era guapísimo nuestro
papá.
|
EL CONDE.-
(Suspirando.) ¿Os acordáis de
él?
|
DOLLY.-
¡Pues no hemos de
acordarnos!
|
NELL.-
¡Pobrecito, cuánto nos
quería!
|
DOLLY.-
Nos adoraba.
|
EL CONDE.-
¿Cuándo le visteis por
última vez?
|
—197→
|
NELL.-
Hace... creo que dos años,
cuando se fue a París. Entonces nos sacaron del colegio.
|
EL CONDE.-
(Vivamente.) ¿Se despidió de
vosotras?
|
DOLLY.-
Sí, sí. Dijo que
volvía pronto, y no volvió más. Después fue a
Valencia.
|
NELL.-
Mamá salió
también para París, pero se quedó en Barcelona. No nos
llevó.
|
DOLLY.-
Al volver a Madrid estaba muy
disgustada, sin duda por la ausencia de papá.
|
EL CONDE.-
¿Y en qué le
conocíais su disgusto?
|
NELL.-
En que se aburría, y estaba
siempre en la calle. Nosotras comíamos solas.
|
EL CONDE.-
¿Y en esa época os
trajeron aquí?
|
DOLLY.-
Sí, señor.
|
EL CONDE.-
(Con
dulzura.) Decidme otra cosa. ¿Queríais mucho a vuestro
papá?
|
—198→
|
NELL.-
Muchísimo.
|
EL CONDE.-
Me figuro que una de vosotras le
quería menos que la otra.
|
LAS DOS.-
(Protestando.) No, no, no... Las dos igual.
|
EL CONDE.-
(Después de una pausa, clavando en ellas sus ojos, que
poco ven.) ¿Y creéis que él quería lo mismo
a entrambas?
|
DOLLY.-
A las dos lo mismo.
|
EL CONDE.-
¿Estáis bien
seguras?
|
NELL.-
Segurísimas. Desde París
nos escribía cartitas.
|
EL CONDE.-
¿A cada una por separado?
|
DOLLY.-
No; a las dos en un solo papel, y nos
decía: «Florecitas de mi alma, únicas estrellas de mi
cielo...». Pero de Valencia no nos escribió nunca.
|
—199→
|
NELL.-
Ninguna carta recibimos de Valencia.
Nosotras le escribíamos, y él no nos contestaba.
|
|
(Larga pausa.
EL CONDE apoya la frente en sus manos, con las
cuales empuña el palo, y permanece un rato en profunda
meditación.)
|
DOLLY.-
Abuelito, ¿te has dormido?
|
EL CONDE.-
(Suspirando,
alza la cabeza y se frota los ojos.) ¿Queréis que andemos
un poquito?
|
NELL.-
Sí.
(Se ponen las dos en pie, le dan la mano,
y le ayudan a levantarse.)
|
DOLLY.-
¿A dónde quieres que
vayamos?
|
EL CONDE.-
(Indiferente.) Guiad vosotras.
|
DOLLY.-
Iremos hacia el Calvario y la gruta de
Santorojo.
|
NELL.-
No nos alejaremos mucho.
|
EL CONDE.-
Nos alejaremos todo lo que queramos, y
volveremos cuando nos dé la gana... Parece que sopla viento de
turbonada... ¿Qué? ¿Se ha nublado el sol?
|
—200→
|
DOLLY.-
Sí, y de aquel lado vienen
nubes gruesas. Lloverá.
|
EL CONDE.-
Si llueve, que llueva, y si nos
mojamos, que nos mojemos.
|
DOLLY.-
¿Quieres que te demos el
brazo?
|
EL CONDE.-
No, chiquillas, no quiero
aprisionaros. Corred solas y con libertad... Ya estamos en sendero franco, y
pisamos la finísima alfombra del bosque sombrío.
|
NELL.-
(A
DOLLY.) ¿A que no me coges?
(Se alejan corriendo.)
|
EL CONDE.-
(Hablando
solo, desalentado.) Las facciones nada me dicen...
(Animándose.)
Hablarán los caracteres... Ya se clarean, ya. Nell paréceme
más grave, más reposada; Dolly, más frívola y
traviesa... Pero noto que cambian, permutan las cualidades de una y otra, de
modo que aquélla parece ésta, y ésta, aquélla.
Observemos mejor.
|
|
(Las niñas juegan a cuál
corre más.)
|
DOLLY.-
(Que vuelve
triunfante, casi sin respiración.) No me has cogido, no.
|
—201→
|
NELL.-
(Jadeante
también.) Que sí... Corro yo más que
tú.
|
DOLLY.-
Nunca.
|
NELL.-
Ayer te gané.
|
DOLLY.-
Mentira.
|
NELL.-
Yo digo la verdad.
|
DOLLY.-
(Picadas las
dos.) Ahora no... Es que eres tú muy orgullosa.
|
NELL.-
Abuelo, me ha dicho que miento.
|
EL CONDE.-
Y tú no mientes nunca; no
está en tu natural la mentira.
|
DOLLY.-
Ella me dijo ayer a mí...
embustera.
|
EL CONDE.-
¿Y qué hiciste?
|
DOLLY.-
Echarme a reír.
|
—202→
|
NELL.-
Pues yo no consiento que me digan que
miento.
(Lloriquea.)
|
EL CONDE.-
¿Lloras, Nell?
|
DOLLY.-
(Riendo.) Tonterías, abuelo.
|
NELL.-
Soy muy delicada. Mi dignidad por la
menor cosa se ofende.
|
EL CONDE.-
¡Tu dignidad!
|
DOLLY.-
Lo que tiene es envidia.
|
EL CONDE.-
¿De qué?
|
DOLLY.-
(Con travesura
jovial.) De que todos me quieren más a mí.
|
NELL.-
Yo no soy envidiosa.
|
EL CONDE.-
Vaya, Nell, no llores, pues no hay
motivo para tanto. Y tú, Dolly, no te rías. ¿No ves que la
has ofendido?
|
—203→
|
NELL.-
Siempre es así. Todo lo toma a
risa.
|
EL CONDE.-
(Para
sí.) Nell tiene dignidad. Esta es la buena.
(A
DOLLY, con un poquito de severidad.)
Dolly, te he mandado que no te rías.
|
DOLLY.-
Es que me hace gracia.
|
EL CONDE.-
(A
NELL, acariciándola.) Tú
eres noble, Nell. En ti se revela la sangre, la raza... Vaya, haced las
paces.
|
NELL.-
No quiero.
|
DOLLY.-
Ni yo...
|
EL CONDE.-
Esa risita, Dolly, es un poquito
ordinaria.
|
DOLLY.-
(Poniéndose seria.) Bueno.
(Súbitamente se lanza a la
carrera.)
|
EL CONDE.-
(A
NELL.) Estoy algo cansado. Dame el
brazo.
|
NELL.-
Dolly está sentida... Le has
dicho ordinaria, y esto le llega al alma. ¡Pobrecilla!
|
—204→
|
EL CONDE.-
Dime, hija mía, ¿has
notado otra vez en Dolly estos arranques...?
|
NELL.-
¿De qué?
|
EL CONDE.-
De naturaleza ordinaria.
|
NELL.-
No, papá... ¡Qué
cosas tienes! Dolly no es ordinaria. Creo que se lo has dicho en broma. Dolly
es muy buena.
|
EL CONDE.-
¿La quieres?
|
NELL.-
Muchísimo.
|
EL CONDE.-
¿Y no estás incomodada
con ella porque te dijo que mentías?
|
NELL.-
Yo no... Cosas de nosotras.
Reñimos, y en seguida hacemos las paces. Dolly es un ángel: le
falta sentar un poquito la cabeza. Yo la quiero; nos queremos... ¡Ya
tengo unas ganas de abrazarla y decirle que me perdone!
|
EL CONDE.-
(Con
júbilo.) ¡Otro rasgo de nobleza! Nell, tú eres
noble. Ven a mí...
(La abraza.) Y esa loca,
¿dónde está?
|
—205→
|
NELL.-
Ya viene.
|
DOLLY.-
(Volviendo
como una exhalación.) Abuelito, llueve. Me ha caído una
gota de agua en la nariz.
|
NELL.-
(Deseando
coyuntura para hacer las paces.) Y a mí dos.
|
DOLLY.-
Papá, ¿quieres que nos
metamos en la gruta de Santorojo? Has hecho mal en no traer paraguas.
|
EL CONDE.-
Es un chisme que no he usado
nunca.
|
DOLLY.-
¡Ya... acostumbrado a andar
siempre en coche! Pero ahora no tienes más remedio que andar a patita,
como nosotras.
|
EL CONDE.-
(Para
sí.) Se burla de mí... ¡Qué innoble!
|
NELL.-
¡Ay, qué gotas tan
gordas!
|
DOLLY.-
¡Menudo chaparrón nos
viene encima!... Abuelito, ¿quieres que vaya a casa en cuatro brincos, y
te traiga un capote de agua?
|
—206→
|
EL CONDE.-
No.
(Para sí.) Ahora quiere
desenojarme con sus zalamerías.
|
NELL.-
Nos meteremos en la gruta. Oiremos el
eco.
(Dirígense por un sendero
áspero, entre peñas y zarzales.)
|
DOLLY.-
Por aquí. Yo iré
delante, apartando las zarzas para que el abuelo no se pinche... ¡Ay, ay,
qué pinchazo me he dado!
(Chupándose la
herida.)
|
EL CONDE.-
¿Te has hecho sangre?... Ya
ves: por traviesa, por correntona.
|
DOLLY.-
Si ha sido por abrirte camino, para
que no te hicieras daño. ¡Así me lo agradeces!
|
EL CONDE.-
Sí que te lo agradezco,
tontuela.
|
NELL.-
(Que soltando
el brazo del anciano, y recogiéndose el vestido para no engancharse, se
adelanta.) Dolly, da el brazo a papaíto, y tráele con
cuidado.
|
EL CONDE.-
(Dejándose guiar por
DOLLY, que continúa chupándose el
dedito lastimado.) Chiquilla, ¿de veras te has hecho sangre?
|
—207→
|
DOLLY.-
Poca cosa. La he derramado por ti.
Derramaría más: toda la que tengo.
|
EL CONDE.-
(Parándose.) ¿De veras?
|
DOLLY.-
¡Oh, sí!...
Pruébalo... ¡Si pudiera probarse...!
|
EL CONDE.-
¿Tanto me amas?
|
DOLLY.-
Más de lo que crees.
|
EL CONDE.-
¿Me querrás más
que tu hermana?
|
DOLLY.-
No, más no. Ofendería a
Nell si dijera que ella te quiere menos que yo. Las dos somos tus nietas, y te
queremos lo mismo.
|
EL CONDE.-
(Para
sí.) Pues esto es nobleza... y de la fina.
¿Resultará ésta la legítima y la otra la falsa?...
¡Dios mío, luz, luz!
(Alto.) ¿Dónde
está Nell?
|
DOLLY.-
Ha dado un rodeo para no engancharse
el vestido. Sabe sortear las púas.
|
—208→
|
EL CONDE.-
¿Y tú?
|
DOLLY.-
¿Yo? Tengo la piel mechada y
endurecida de tanto aguijonazo, y una encarnadura que no la merezco. Mi hermana
es más delicada que yo. Por eso, cuando me has llamado ordinaria, dije
para mí que tenías razón.
|
EL CONDE.-
(Para
sí, aturdido, sin saber qué pensar.) Razón...
verdad... duda... problema.
|
NELL.-
(Desde lejos,
mirando hacia atrás.) Dolly, ¿por qué nos has
traído por esta vereda? Es la peor.
|
DOLLY.-
¿Qué sabes tú...?
Sigue, sigue, que a la vuelta tienes la entrada de la gruta.
|
EL CONDE.-
Llueve... Vamos a prisa.
|
NELL.-
(Encontrando
el paso fácil hacia la gruta.) Que os mojáis... Yo estoy
en salvo ya.
|
EL CONDE.-
(Para
sí.) Paréceme Nell un poco egoísta...
¡Qué horrible duda, Señor! ¡Si resultará que
Dolly es la buena!
(Alto.) ¿Llegamos por fin?
|
—209→
|
DOLLY.-
Abuelo, por aquí... cuidado...
Otro escaloncito, otro...
|
|
(Llueve copiosamente.)
|
NELL.-
(Guarecida en
la boca de la cueva.) Os habéis mojado; yo no.
(Gruta de Santorojo.)
(Cavidad ancha
y profunda en la fragorosa peña. Festonean su boca parietarias viciosas,
raíces de árboles cercanos, helechos y plantas mil de variado
follaje. El interior se compone de masas cretáceas de variado color, con
formas de una arquitectura de pesadilla. Las concreciones de la bóveda
son como un sueño de bizarras magnificencias, labradas en cristal,
azúcar y estearina.)
|
EL CONDE.-
(Sentándose en una piedra.)
¡Cuántas veces, niño, me he refugiado, como ahora, en esta
soberbia estancia natural de Santorojo!
|
NELL.-
¿Y es cierto que aquí
vivió y murió un ermitaño llamado Toronjillo, que
hacía milagros?
|
EL CONDE.-
Es tradición que viene labrando
en la mente popular desde el siglo XIII. Ejecutorias de la casa de Laín
mencionan al santo Toronjillo, que desde este balcón amansaba las olas
furibundas con un gesto... Aquí abajo, al pie de la pendiente llena de
malezas, bate la mar.
|
—210→
|
DOLLY.-
(Asomándose.) Ya se ven de aquí los
espumarajos.
|
EL CONDE.-
¿Y esto no te da miedo?
¡Si te cayeras...!
|
DOLLY.-
Llegaría al mar en pedacitos
así.
|
NELL.-
(Cariñosa.) Por Dios, hermana, no te acerques
al abismo.
|
EL CONDE.-
Dolly, no hagas tonterías...
Una tarde, siendo Rafael niño, quiso descender por esta escarpa... Al
primer salto que dio, ya no podía bajar ni subir. ¡Qué
susto pasó su madre! ¡Nos costó un trabajo subirle!
|
DOLLY.-
¡Qué trance!...
|
NELL.-
De pensarlo, me da
escalofríos.
|
DOLLY.-
Dicen que nuestra abuelita era muy
hermosa...
(Se sientan las dos junto al
CONDE.)
|
EL CONDE.-
Sí: la figura más
arrogante y noble que podríais imaginar.
|
—211→
|
DOLLY.-
Y que Nell se le parece mucho.
|
EL CONDE.-
(Mirando a
NELL.) No sé... no veo bien las
facciones de tu hermana.
|
NELL.-
Por el retrato que hay en casa,
más se parece a Dolly que a mí.
|
DOLLY.-
¡Si fuera verdad!
¡Qué gusto parecerme a una señora tan santa y tan...
bonita! Abuelo, mírame bien, y haz memoria.
|
EL CONDE.-
Díme que haga vista.
|
DOLLY.-
¿Me parezco?
|
EL CONDE.-
(Confuso,
mirándola de cerca.) No sé... No veo...
|
NELL.-
(Que se ha
levantado para sentarse en mejor sitio, junto a la roca.) Eso no puede
decirlo más que el abuelo.
|
DOLLY.-
Eso no puede decirlo más que el
abuelo.
|
EL CONDE.-
(Sobrecogido
por la igualdad del timbre de las voces.) ¿Quién
habla?
|
—212→
|
LAS DOS.-
Yo.
|
EL ECO.-
(Repitiendo la
voz de
NELL.) Yo.
|
EL CONDE.-
Ese
yo me ha sonado como si lo pronunciara mi
pobre Adelaida, vuestra abuela.
|
NELL.-
(Riendo.) Es el eco, papá.
(Gritando.) Conde de Albrit, soy
yo.
|
DOLLY.-
(Que corre
junto a su hermana y grita.) Soy yo... yo...
|
|
(EL ECO repite la voz de
entrambas.)
|
EL CONDE.-
(Tembloroso, y
profundamente excitado.) Venid aquí... No os apartéis de
mi lado... No hagáis hablar al eco... Me asusta.
|
DOLLY.-
¿De veras?
|
NELL.-
No creas, a mí también
me asusta un poquitín.
|
EL CONDE.-
(Para
sí.) ¡Confusión horrible!... «Soy yo»,
dice la Naturaleza... ¿Y quién eres tú?...
(Reflexionando.)
¿Será Nell la mala?... ¿Será Dolly?
(Se clava los dedos en el cráneo,
y permanece un rato en actitud de meditación o somnolencia. Un trueno
retumba, con formidable sucesión de sonidos pavorosos.)
|
—213→
|
DOLLY.-
¡Jesús, qué
miedo!
|
NELL.-
¡María
Santísima!
|
EL CONDE.-
(Vivamente,
creyendo hallar un dato.) ¿Cuál de las dos se asusta de
los truenos?
|
NELL.-
Yo.
|
DOLLY.-
Y yo... pero me hago la valiente. No
me rinde un poco de ruido.
|
EL CONDE.-
(Para
sí.) Carácter entero.
|
NELL.-
Yo no finjo, yo no disimulo la falta
de valor. Digo lo que siento. Cualidad de la familia, como decía
papá.
|
EL CONDE.-
Es cierto... Ven acá, que yo te
bese.
|
DOLLY.-
¿Y a mí no?
|
EL CONDE.-
También a ti.
(Las besa y abraza.)
|
—214→
|
NELL.-
(Con
efusión.) Abuelo del alma, las niñas de Albrit te
adoran.
|
EL CONDE.-
(Asustado.) Por Dios, no gritéis, no
hagáis hablar al eco... Me espanta... no lo puedo remediar.
|
DOLLY.-
¿Y los truenos no te
impresionan?
|
|
(Retumba otro.)
|
EL CONDE.-
Los truenos, no; el eco, sí. La
tempestad corre hacia el Este.
|
NELL.-
Hay una clara. ¿Quieres que nos
vayamos?
|
EL CONDE.-
(Levantándose.) Sí... La gruta me
confunde más de lo que estoy... Estas rocas son mi propio cerebro...
Siento el eco aquí, como si mis ideas hablasen solas.
|
DOLLY.-
Ahora no llueve. Aprovechemos esta
clara, y vámonos. En cinco minutos llegaremos a las primeras casas; y si
el aguacero se repite, nos metemos en la casucha de la tía Marqueza.
|
NELL.-
Bien pensado. Y con cualquiera de los
chicos mandamos un recado a la Pardina.
|
EL CONDE.-
Sí, vamos... Llevadme.
(Salen de la gruta.)
|
Escena IX |
|
Casa pobre de campo, de un solo piso, de una
sola puerta, con dos ventanuchos tuertos. Sale humo en bocanadas por entre las
tejas musgosas, que en sus junturas y en las jorobas del caballete ostentan un
jardín botánico en miniatura, colección lindísima
de criptógamas y plantas parásitas. Junto a la casa, un huerto
mal cercado de pedruscos, con un albérchigo desgarbado, un
madroño copudo, varios girasoles con sus caras amarillas,
atónitos ante la lumbre del sol, y unas cuantas coles agujereadas por
los gusanos. La fauna consiste en un cerdo libre, que hociquea en el charco
formado por la lluvia; dos patos, gallinas, y todos los caracoles y babosas que
se quieran poner. Las moscas, huyendo de la lluvia, han querido refugiarse en
el interior de la casa, y como el humo las expulsa, voltejean en la puerta sin
saber si entrar o salir.
|
|
Agréganse a la fauna niño y
niña, descalzos y con la menor ropa posible, y una vieja
corpulentísima, mujer de excepcional naturaleza, nacida para poblar el
mundo de gastadores, y que por su musculatura, en cierto modo grandiosa, parece
prima hermana de la Sibila de Cumas, obra de Miguel Ángel.
|
|
LA MARQUEZA,
EL CONDE,
NELL y
DOLLY; los dos
NIÑOS.
|
LA MARQUEZA.-
Mira, Gilillo, ¿no es
aquél el señor Conde con sus nenas?
|
NIÑO.-
Sí que son... madre, ellos...
Cá vienen.
|
—216→
|
LA MARQUEZA.-
(Adelantándose a recibirles.) Señor mi
Conde, Dios le guarde. ¡Quién pensara verle más!...
¿Quiere descansar?
|
NELL.-
Sí: descansaremos un rato.
|
DOLLY.-
No llueve. Madre Marqueza,
sáquenos el banquito.
|
EL CONDE.-
(Muy
complacido, mientras la anciana le besa la mano.) Gracias, mujer...
¿Era tu marido Zacarías Márquez?
|
LA MARQUEZA.-
¡Ay, señor... no me haga
llorar recordándomelo!... Hace dos meses que me le quitó
Dios...
|
EL CONDE.-
Era más viejo que yo, mucho
más. Buen hombre, recio como ninguno para el trabajo, y honrado a carta
cabal.
|
LA MARQUEZA.-
Vea, señor, a qué
pobreza hemos llegado desde el tiempo de usía... Entonces
teníamos hacienda, ganado, y Zacarías traía napoleones a
casa.
|
EL CONDE.-
¡Ay!, desde aquel tiempo ha dado
muchas vueltas y sacudidas el mundo, y se han caído
—217→
algunas torres. Otros conozco yo que eran más ricos que tú, mucho
más, y ahora son pobres, más pobres que tú... Y tus hijos,
¿qué ha sido de ellos? Yo recuerdo unos mocetones como
castillos.
|
LA MARQUEZA.-
En la América están
dos... Dicen que ricachones. Los demás se han muerto. Para mí,
muertos todos... Pasó la nube, señor, y se llevó lo bueno,
dejándome a mí para rociarlo con mis lágrimas. Estas
criaturas son de mi hija, la Facunda, que enviudó por San Roque, y en
las minas trabaja como una mula. Vivimos en miseria. Dispénseme,
señor mi Conde; pero no tengo nada que ofrecerle.
|
EL CONDE.-
Gracias. Yo tampoco puedo darte
más que palabras tristes... el tesoro del pobre. Estamos iguales.
|
NELL.-
Marqueza, yo te voy a traer ropita
para tus nietas.
|
DOLLY.-
Y yo los cuartitos que tengo
ahorrados, para que tú les compres lo que quieras.
(Se van a jugar con los chicos junto a
unos troncos.)
|
LA MARQUEZA.-
Bendígalas Dios...
¡Qué par de pimpollos tiene aquí el buen Conde! Da gloria
verlas tan reguapas, tan bien apañaditas... ¡Ay, qué vieja
—218→
soy, y cuánto he visto en este mundo! El día en que
nació el señor Condesito Rafael, padre de estas nenas,
estábamos mi hermana y yo en la Pardina. Las dos le planchábamos
a la señora Condesa. Usía no se acordará...
|
EL CONDE.-
Mi memoria flaquea. ¿Y
tú te acuerdas de mi hijo?
|
LA MARQUEZA.-
Como si lo tuviera delante. Ya
sé que está gozando de Dios.
|
EL CONDE.-
Dime una cosa: ¿se parecen a
él mis nietas?
|
LA MARQUEZA.-
(Mirándolas detenidamente.) Se parece la
señorita
Nela. Es la misma cara.
|
EL CONDE.-
¿Y su hermana?
|
LA MARQUEZA.-
La señorita
Dola no... digo, sí, también
tiene la pinta; pero cuando se ríe, nada más que cuando se
ríe.
|
EL CONDE.-
(Secamente.) Rafael era muy serio...
|
LA MARQUEZA.-
¡Y qué galán! Tan
caballero y
respetoso que toda Jerusa se quitaba el
sombrero cuando pasaba,
—219→
y hasta la torre de la iglesia
parecía como si le hiciera la reverencia.
|
EL CONDE.-
(Que mira y no
ve, impaciente.) Dime, Marqueza, ¿qué hacen ahora las
niñas? Oigo sus risotadas; pero no las veo.
|
LA MARQUEZA.-
Juegan con mis chicos...
¡Qué bonitas son, y qué afables con el pobre! La
señorita
Nela quiere bailar con mi Narda, y la
señorita
Dola y mi Gil están ahora cogiendo
moras. Las niñas de la Pardina llevan la alegría por donde quiera
que van. ¡Ay, si el señor las hubiera visto aquí, esta
primavera, cuando venían a pintar...!
|
EL CONDE.-
(Sorprendido.) ¡A pintar!... ¿Acaso mis
nietas son pintoras?
|
LA MARQUEZA.-
Anda, anda... ¿Pues no sabe...?
Si pintan como los serafines. Pues en un librote grande retrataron toda esta
casa, y a mí mesma... y hasta el guarro, con perdón, hasta el
guarro, tan parecido, que era él en persona.
|
EL CONDE.-
(Excitadísimo, llamando.) Nell, Nell... Ven
acá, hija...
(Se acerca.) Oye lo que dice la
Marqueza...
(Ésta repite lo del
guarro.)
|
NELL.-
Yo, no. Es Dolly la que dibuja y hace
acuarelitas...
|
—220→
|
EL CONDE.-
(Llamando.) Dolly... ven... ¿Es verdad esto,
Dolly?...
(Acércase ésta,
sofocada.) ¡Qué callado te lo tenías!
¡Tú pintora!
|
DOLLY.-
(Con
modestia.) Me dio por hacer monigotes. Aquí veníamos
algunas mañanas, por ser éste el sitio más bonito de los
alrededores de Jerusa.
|
NELL.-
(Que quiere
congraciarse con
DOLLY.) Tiene un álbum lleno de
apuntes preciosos.
|
DOLLY.-
No valen nada, abuelito.
|
NELL.-
Di que sí. Pinta y dibuja...
¡Si tuviera fundamento, qué preciosidades haría!
|
DOLLY.-
Quita, quita.
|
EL CONDE.-
(Con profundo
interés.) ¿Quién te ha dado lecciones?
|
DOLLY.-
Nadie: lo que sé lo he
aprendido yo solita, mirando las cosas. Me gusta, eso sí, y cuando me
pongo a ello no sé acabar.
|
LA MARQUEZA.-
Unos señores que vinieron
acá una tarde... eran de Madrid, y traían unas cajas con trebejos
—221→
y cartuchitos de pintura... vieron lo que hacía la
señorita Dola, y se pasmaron...
|
DOLLY.-
(Ruborizada.) No hagas caso, papá.
|
NELL.-
Y dijeron que esta chica, si
estudiara, sería una gran artista... sí que lo dijeron. No vengas
ahora con farsas.
|
EL CONDE.-
(Con gran
agitación, que procura disimular.) ¡Eres pintora, Dolly...
y te avergüenzas de serlo! Dime, ¿sientes una afición honda,
un gusto intenso de la pintura? ¿Te sale del fondo del alma el anhelo de
reproducir lo que ves? ¿Ayúdante los ojos y la mano, y encuentras
facilidad para dar satisfacción a tus deseos?
|
DOLLY.-
Facilidad, sí... digo, no... Me
gusta... Quiero, y a veces no puedo...
|
EL CONDE.-
¿Y hace tiempo que sientes en ti ese ardor, esa fiebre
del arte, don concedido a la criatura desde el nacer, que no se aprende, que se
trae del otro mundo, de...?
|
DOLLY.-
Me entró la afición...
qué sé yo cuándo.
|
NELL.-
Desde niña hacía
garabatos...
|
—222→
|
EL CONDE.-
Ya me acuerdo. Cinco años
tenías, y me quitabas todos los lápices.
|
LA MARQUEZA.-
¡Ángel de Dios!
|
EL CONDE.-
Y tú, Nell, ¿no
dibujas?
|
NELL.-
¡Soy más torpe...! No
sirvo... no acierto. Me aburro.
|
EL CONDE.-
(Con
viveza.) ¡Tú eres pintora, Dolly, tú...
tú...! ¡Y te avergüenzas!... Bueno, hijas, seguid jugando.
Dejad aquí a los viejos que hablemos de cosas tristes.
|
|
(NELL y
DOLLY se alejan y continúan su
juego.)
|
LA MARQUEZA.-
¡Qué par de serafines! Ya
puede el señor estar contento.
(EL CONDE no contesta.
Mirando al suelo se sumerge en profunda abstracción.)
¿Qué tiene, mi señor, que está tan triste?
|
EL CONDE.-
(Como quien
vuelve de un letargo.) ¡Ay, Marqueza, qué malo es vivir
mucho!
|
LA MARQUEZA.-
Lleva razón. Mientras
más se vive, más cosas malas se ven. Digo yo, gran señor,
que los niños de pecho ya saben lo que hacen al morirse.
|
—223→
|
EL CONDE.-
(Con
tristeza.) ¡Y otros ¡ay!, qué bien harían en
no nacer!... Porque después de nacidos y crecidos, ya no hay
remedio...
|
LA MARQUEZA.-
¿Y los viejos, qué
tenemos que hacer aquí?
|
EL CONDE.-
Por algo estamos cuando estamos.
|
LA MARQUEZA.-
Es verdad: somos troncos, que servimos
para que las plantas tiernas se agarren y vivan.
|
EL CONDE.-
Tú eres útil, Marqueza.
Hoy me has hecho un gran servicio.
|
LA MARQUEZA.-
¿Yo?
(Pausa larga.
EL CONDE vuelve a quedarse abstraído, cual
si su espíritu se sumergiera en abismos profundos.)
Señor... ¿qué le pasa que no habla?
|
EL CONDE.-
(Después de otra pausa.) Has sido la sibila que
me ha revelado lo que yo quería saber. Dios me trajo a tu choza.
|
LA MARQUEZA.-
(Confusa.) ¿Qué dice que soy?
|
EL CONDE.-
Mis horribles dudas, gracias a ti, se
han trocado en triste certidumbre...
|
—224→
|
LA MARQUEZA.-
(Creyendo
fundado lo que se dice del desorden mental del
SEÑOR DE JERUSA.) ¿Quiere
que le dé un vasito de vino? Lo tengo blanco y bueno.
|
EL CONDE.-
No, gracias.
|
LA MARQUEZA.-
Lo que tiene mi Conde es
debilidad.
|
EL CONDE.-
Es tristeza, y mi tristeza no se
disipa bebiendo. Es muy honda. A veces el descubrimiento de la verdad nos
amarga la existencia más que la duda. No sé cuál es
más terrible monstruo, si la madre o la hija, si la duda o la
verdad...
|
LA MARQUEZA.-
(Con
espontánea filosofía, por decir algo.) No se caliente la
cabeza, señor... porque, ¿de cavilar, qué sacamos? El
cuento de que las mentiras son verdades y las verdades mentiras. Todo es dudar,
gran señor... Vivimos dudando, y dudando caemos en el hoyo.
|
EL CONDE.-
(Con ingenua
indecisión.) ¿Y qué debo hacer yo?
|
LA MARQUEZA.-
Pues dude siempre el buen padre, y
hártese de dudar y de vivir... tomando las cosas como vienen, y vienen
siempre dudosas.
|
—225→
|
EL CONDE.-
Eres la sibila de la duda. Te
agradezco tu filosofía. No sé si podré seguirla.
|
NELL.-
(Corriendo
hacia el anciano.) Abuelo, vienen a buscarnos.
|
EL CONDE.-
Sí, es Venancio; oigo su
rebuzno.
|
|
(Aparecen
VENANCIO y un
MOZO por entre un grupo de
castaños.)
|