Escena XI |
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Comedor en la Pardina.
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EL CONDE,
NELL,
DOLLY,
EL CURA,
EL MÉDICO, sentados a la mesa;
VENANCIO y
GREGORIA, que les sirven.
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(La cena toca a su fin.
EL CONDE, en el sitial, a la cabecera de la mesa,
tiene a su derecha a
NELL; enfrente
EL CURA, teniendo a su derecha a
DOLLY. Entre las dos parejas,
EL MÉDICO.)
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EL CONDE.-
¿Qué secretos son
ésos,
pastor Curiambro? Toda la noche picoteando
con Dolly.
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EL CURA.-
(Riendo.) ¡Ah!, son cosas nuestras. La
señorita Dolly es muy simpática y ocurrente. Yo celebro infinito
que el señor D. Rodrigo haya alterado esta noche la colocación de
costumbre, y me haya cedido a una de sus nietas...
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EL CONDE.-
Por variar. Cuando están las
dos a mi lado, me aturden.
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EL CURA.-
A mí esta me encanta...
¡Qué pico, qué sal!
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DOLLY.-
Como está tan desganadito, no
sé cuántas cosas tengo que decirle para hacerle comer.
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—228→
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EL CURA.-
(Riendo.) ¡Si es ella la que no come, y tengo
que partirle la comida en pedacitos, y dárselos envueltos en un poco de
sermón para que no me desaire!
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DOLLY.-
Yo me como el sermón y
él los pedacitos. Cada uno lo que más le aprovecha.
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EL CURA.-
(Riendo
más fuerte.) ¿Te gustan mis sermones?
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DOLLY.-
Sí, padre; quiero enflaquecer.
(Todos ríen.)
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EL CONDE.-
(Deseando
volver a un tema interrumpido.) Cuando acabes de reír las
gracias de Dolly, continuaremos lo que hablábamos de los monjes de
Zaratán, y del Prior...
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EL CURA.-
(Tragando a
prisa para poder hablar.) ¡Ah! sí... ahora voy...
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EL CONDE.-
(Al
MÉDICO.) ¿Decís que
el Prior desea verme?
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EL MÉDICO.-
Sí, señor... quieren
ofrecer sus respetos a D. Rodrigo de Arista-Potestad, cuyos antecesores
fundaron aquel insigne Monasterio.
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—229→
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EL CONDE.-
Y lo dotaron espléndidamente.
Después vinieron años malos, la exclaustración. Siendo yo
niño vi frailes en Zaratán. Desde aquel tiempo hasta hace poco ha
permanecido el edificio como un panteón en ruinas.
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EL CURA.-
Hasta que el Conde de Laín,
Diputado por Durante, gestionó que se incluyera una partida para
restauración, y que volvieran los monjes...
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EL MÉDICO.-
No ha tenido poca parte en la
resurrección del Monasterio el actual Prior, hombre de gran virtud, de
una actividad asombrosa, conocedor del mundo...
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EL CURA.-
Como que es de la escuela romana...
hombre de mucha sociedad, instruidísimo. Treinta y tantos años ha
estado en las oficinas
De Propaganda Fide.
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EL CONDE.-
¿Y cómo se llama ese
sujeto?
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EL MÉDICO.-
Padre Baldomero Maroto...
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EL CONDE.-
(Festivo.) Baldomero... Maroto... Pues debiera
llamarse con más propiedad.
El abrazo de Vergara.
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—230→
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EL CURA.-
Eso dice él... y se
ríe... Su nombre y apellido no carecen de simbolismo, porque el hombre
es el puro espíritu de la conciliación...
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EL MÉDICO.-
Enlace entre las ideas que pasaron y
las vigentes, siempre dentro del dogma...
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EL CURA.-
(Con
énfasis en el elogio.) Y por su trato se diría que ha
pasado la vida entre aristócratas... ¡Qué finura,
qué tacto y delicadeza en la conversación!
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EL MÉDICO.-
He oído decir que procede de
una gran familia.
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EL CONDE.-
¿Es navarro quizás?
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EL CURA.-
No, señor; malagueño...
Es punto muy fuerte en heráldica, y cuando se pone a hablar de linajes
no acaba. Conoce el
Becerro como nadie.
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EL CONDE.-
¡Ah!... pues sí, me
gustaría charlar con él.
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NELL.-
(Bajito, al
CONDE.) Abuelito, ¿qué
Becerro es ese?
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EL CONDE.-
Un libro... ya te lo explicaré.
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—231→
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DOLLY.-
(Por lo bajo
al
CURA.) Don Carmelo, ¿qué es
el Becerro?
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EL CURA.-
Ya te lo diré.
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NELL.-
(A
DOLLY.) Un libro. Debe de ser como un
Diccionario.
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EL CURA.-
(Encomiástico.) ¡Ah!, lo que tiene usted
que ver, Sr. D. Rodrigo, es el monasterio.
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EL MÉDICO.-
Han hecho maravillas, en el año
y medio escaso que llevan en él.
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EL CONDE.-
Yo lo he conocido habitado por los
lagartos.
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EL MÉDICO.-
Pues ahora... ¡qué
amplitud, qué comodidad! Luz y ambiente por los cuatro costados. No hay
en toda la provincia lugar más higiénico.
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EL CONDE.-
¿De veras...?
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EL CURA.-
Resguardado de los vientos del Norte
por el monte de Verola, disfruta de un temple meridional.
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—232→
|
EL MÉDICO.-
Y la huerta, que propiamente es un
extenso parque, rodeado de tapias, mide ochenta hectáreas.
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EL CURA.-
(Hiperbólico.) ¡Oh!, allí
verá usted toda clase de cultivos, desde el naranjo al almendro.
|
EL MÉDICO.-
Son agrónomos de primera...
Además, tienen vacas holandesas, faisanes, un palomar con más de
quinientos pares, gallinas de famosas razas, colmenas... estanques con
riquísimas carpas... y qué sé yo...
|
EL CONDE.-
(Con
donaire.) Convengamos, amigos míos, en que esos pobres
frailecitos se dan una vida de perros.
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EL MÉDICO.-
Ellos trabajan infatigables, eso
sí, de sol a sol. Por la vida común, por la igualdad en el
disfrute de los dones de la tierra, por el orden y la división del
trabajo, vemos en el instituto religioso de Zaratán como un
esquema de las futuras organizaciones
sociológicas...
|
EL CURA.-
¡Ah, ya te lo diré yo...!
(Arde en ganas de definir el verdadero
papel de la Iglesia en la vida social; pero no conviniéndole abandonar
el asunto que en aquel momento se trata, aplaza discretamente el punto
evangélico-sociológico.
NELL y
DOLLY atienden con toda su alma, sin chistar, a la
conversación de los mayores.)
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—233→
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DOLLY.-
(Muy
bajito.) D. Carmelo, ¿qué es
esquema?
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EL CURA.-
Es...
(Con desdén.) Cosas de
estos sabios... nada.
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(Las dos niñas, de un
lado a otro de la mesa, con visajes y alguna palabra suelta, se entienden, y
comentan lo que oyen.)
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EL CONDE.-
Hermoso será sin duda.
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EL CURA.-
De mí sé decir que
siempre que voy a Zaratán me dan ganas de ponerme la cogulla y quedarme
allí.
|
EL CONDE.-
¿Por qué no te quedas?
Te convendría, créeme, entablar relaciones con el
azadón.
|
EL CURA.-
(Suspirando.) ¡Oh!, sí... Pero no soy
libre. Pertenezco a mis feligreses. Usted sí, Sr. D. Rodrigo; usted
sí que debería ser el Carlos V de ese Yuste.
|
EL CONDE.-
(Vagamente,
sin mirarles.) No es mala idea...
|
EL MÉDICO.-
(Pensando que
no es pertinente manifestar el deseo ni menos el propósito de llevarle a
Zaratán.) El señor Conde no gustará quizás
del excesivo regalo y
confort que allí
tendría.
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—234→
|
EL CURA.-
Seguramente no. Los monjes le
tratarán con demasiado mimo, y el mimo y los agasajos excesivos pugnan
con el carácter rudo y llanote del Conde de Albrit.
|
EL CONDE.-
Según y conforme, amigos
míos.
(Con sutil malicia.) Antes de
resolver nada en este delicado punto, la primera persona con quien debo
consultar es Venancio, a quien debo generosa hospitalidad... Venancio,
acércate. ¿Has oído? Sí, tú todo lo oyes.
¿Qué te parece? ¿Debo ir a Zaratán?
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VENANCIO.-
(Oportunamente
aleccionado por
EL MÉDICO y
EL CURA, contesta todo lo contrario de lo que tan
ardiente desea.) Señor, en ninguna parte está usía
como en su casa.
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EL CONDE.-
(Con
finísima marrullería.) Ya veis... ¡Cómo he
de desairar yo a este hombre tan bueno para mí... que me hace la limosna
con cristiana delicadeza!... ¡Ea!, hablemos de otra cosa.
|
EL CURA.-
(Contrariado
de que
EL CONDE desvíe tan bruscamente la
conversación.) Pero esto no es óbice para que el
señor Conde reciba al Prior...
|
EL MÉDICO.-
Ni para que le pague la visita. Iremos
todos. Yo quiero que se haga cargo de la organización admirable de
Zaratán.
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—235→
|
NELL.-
(Gozosa.) ¿Iremos, abuelito?
|
DOLLY.-
D. Carmelo... ¿iremos
nosotras?
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EL CONDE.-
(Impaciente
por pasar a otro asunto.) Veremos esa maravilla... Gregoria.
(Adelántase
GREGORIA.) Ven acá, mujer... Quiero
felicitarte delante de todos por la excelente cena que nos has dado. Sin
necesidad de que yo te lo advirtiera, te has esmerado esta noche, porque
tenemos dos buenos amigos a nuestra mesa. Así me gusta. El
régimen de sobriedad y economía se guarda, naturalmente, para
cuando estamos solos las niñas y yo.
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GREGORIA.-
(Azorada.) Señor...
|
EL CONDE.-
(Envolviendo
su sátira en formas exquisitas.) Yo alabo tu arreglo, y me
parece muy bien que, cuando como solo con éstas, no se conozca que eres
buena cocinera, ni que tu despensa está bien surtida, ni que posees
vajilla elegante y manteles limpios. Decidido a dejarme educar por vosotros en
la sordidez y en la miseria, que tan bien cuadran a este tristísimo fin
de mi vida, os daría la satisfacción, si lo quisierais, de comer
con vosotros en la cocina...
(Mutismo enojoso de
GREGORIA y
VENANCIO. Este traga saliva muy amarga.
EL CURA y
EL MÉDICO no saben qué
decir.) Yo te felicito una y otra vez, porque distingues, con claro
talento, entre mi persona
—236→
humilde y la de mis amigos. Nos debemos
a la sociedad.
(GREGORIA recoge las migajas
y el servicio del postre sin decir una palabra. La procesión va por
dentro.
VENANCIO se retira.) Y estoy bien seguro,
porque te conozco, de que el café de esta noche será excelente,
como tú sabes hacerlo cuando no estamos en familia, en la santa llaneza
a que os obligan vuestros escasos recursos...
|
GREGORIA.-
(Tragándose la ira.) El Sr. Angulo toma
té, ¿verdad?
|
EL MÉDICO.-
Sí: el café me
desvela.
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EL CURA.-
A mí, no: venga
café.
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DOLLY.-
Lo serviremos nosotras.
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NELL.-
(Levantándose.) Ponlo en aquella mesita.
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GREGORIA.-
(Poniendo el
servicio donde se le indica.) Aquí está.
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|
(EL CURA saca su petaca, y
da un cigarro al
CONDE. Ambos encienden.
EL MÉDICO no fuma.)
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EL CONDE.-
Chiquillas, servidnos ya.
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NELL.-
(Vivamente.) Yo le sirvo al abuelo.
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—237→
|
DOLLY.-
Le sirvo yo.
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NELL.-
Yo...
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DOLLY.-
A mí me corresponde.
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NELL.-
¿A ti, por qué?
|
DOLLY.-
Porque no me senté a su lado.
De algún modo se ha de compensar...
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NELL.-
No me conformo.
(Disputan con cierto calor sobre
cuál servirá al abuelo.)
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EL CURA.-
Vaya, no reñir, niñas.
¿Qué más da?
|
DOLLY.-
(Testaruda.) Sí da.
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EL MÉDICO.-
Pues que lo echen a la suerte.
|
NELL.-
Eso es: dos pajitas.
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—238→
|
EL CURA.-
Vaya... A la suerte.
(Coge rabillos de guindas que han quedado
en la mesa.) Una pajita grande y otra chica.
(Las prepara y las da al
CONDE.) En manos del
león de Albrit está la
suerte.
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EL CONDE.-
Sea. Chiquillas, venid, y aquí
tenéis la solución de vuestro destino.
|
|
(Van las niñas, y de los dedos del
abuelo cada una saca un palito.)
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NELL.-
(Con
alegría.) Yo gané.
(Muestra la pajita grande.)
|
DOLLY.-
(Retirándose corrida.) Ha habido trampa.
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NELL.-
¿Qué?
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DOLLY.-
(Con ligereza,
sin saber lo que dice.) El abuelo ha hecho trampa.
|
EL CONDE.-
¡Que yo hago trampas!
|
DOLLY.-
Porque no me quiere.
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EL CONDE.-
(Meditabundo,
hablando solo.) ¡Qué innoble! No hay duda, es la falsa, la
mala, la intrusa.
|
|
(Las niñas llenan las
tazas.)
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—239→
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EL CURA.-
¡Si os quiere a las dos! Dolly,
no te enfades.
|
DOLLY.-
Yo no me enfado.
(Se ríe.)
|
EL CONDE.-
(Para
sí.) ¡Se ríe... qué descarada...
después de ofenderme!
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NELL.-
(Llevando al
abuelo su taza.) Abuelo... ahí lo tienes como te gusta,
amarguito.
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EL CURA.-
Dolly me sirve a mí. Ya sabes:
pónmelo dulzacho.
|
DOLLY.-
Ahí va. Ahora el té para
el doctor.
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EL CONDE.-
(Para
sí.) ¡Y aún se ríe!... Carece de
delicadeza... No le hacen mella los desaires. Epidermis moral muy gruesa...
extracción villana.
(Alto.) ¿Qué tal os
sirve la pintora?
|
EL CURA.-
Divinamente.
|
EL CONDE.-
Siempre juguetona y atropellada.
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—240→
|
EL MÉDICO.-
Señor Conde, un poquito de ron.
(Ofreciéndole de una botella que
acaba de traer
GREGORIA.) Es riquísimo; le
probará bien.
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EL CONDE.-
No me sientan bien los alcoholes. Pero
si te empeñas... Y parece muy bueno.
(Catándolo.)
¡Qué guardadito lo tenías, Gregoria! Así se hace:
estas cosas ricas para las ocasiones.
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EL CURA.-
(Después de servirse ron.) Ahora, chicuelas, un
poquito para vosotras.
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NELL.-
(Retirando su
copa.) No, no... ¡qué asco!
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DOLLY.-
Yo, sí... póngame media
copa, D. Carmelo.
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EL CURA.-
(Riendo.) Te emborrachas unas miajas, y a la
camita.
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EL CONDE.-
(Para
sí, mirándola beber.) ¡También eso!...
¡Qué ordinaria! ¡Buena diferencia de esta mía, que en
todo revela su origen noble!...
(Bebe de un trago, y al instante siente
desvanecimiento en su cabeza.)
|
EL MÉDICO.-
(Observando
que cierra los ojos, y articula palabras ininteligibles.)
¿Qué... qué es eso?
|
—241→
|
EL CONDE.-
Nada... se me va un poco la cabeza...
Ya te dije... los alcohólicos...
(Se confunden sus ideas; aléjase
la realidad; ve a los comensales y a sus nietas como sombras esfuminadas, y oye
sus voces como un murmullo distante de hojas secas que arrastra el
viento.)
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EL CURA.-
Parece que se aletarga.
|
EL MÉDICO.-
(Sacudiéndole suavemente el brazo.) Sr. D.
Rodrigo...
|
NELL.-
Está fatigado.
(Llamándole.)
¡Abuelito!
|
EL CONDE.-
(Volviendo en
sí, y pasándose la mano por los ojos.) Lo he
soñado.
|
DOLLY.-
¡Pero si no has tenido tiempo de
soñar nada! Ha sido un instante.
|
EL MÉDICO.-
Medio minuto.
|
EL CONDE.-
(Mirando
detenidamente a todos.) Lo he soñado... ¡Qué
imitación tan perfecta de la realidad!
|
DOLLY.-
(Asustada.) ¿Qué dices?
|
—242→
|
EL CONDE.-
Le he visto... como ahora te veo a
ti.
|
NELL.-
¿A quién?
|
EL CONDE.-
A tu padre... Entró por aquella
puerta. No le veíais, yo sí... Acercose a la mesa, y se
sentó junto a Dolly... sin decir nada... A mí sólo miraba.
(Vuelve a pasarse la mano por los ojos.
DOLLY, medrosa, no acierta a pronunciar palabra
alguna.
VENANCIO y
GREGORIA espían desde la
puerta.)
|
NELL.-
(Abrazándole.) Papaíto, debes
retirarte... Estás rendido.
|
EL CURA.-
Sí, sí: a la cama.
|
EL MÉDICO.-
Vamos.
(Dispuesto a llevársele, le coge
del brazo.) Sr. D. Rodrigo, a dormir.
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EL CONDE.-
(Levantándose con dificultad, ayudado de
NELL y de
ANGULO.) No tengo sueño ya... Pero,
pues tú lo quieres, Nell, vamos... Tú mandas, hija
mía...
|
NELL.-
Señores, mi abuelito les pide
permiso para retirarse.
|
EL CURA.-
Sin cumplidos... ¡No faltaba
más!
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—243→
|
EL MÉDICO.-
(Viendo que
EL CONDE suelta su brazo.) ¿No
quiere que le acompañe a su dormitorio?
|
EL CONDE.-
No es preciso. Gracias, querido
Salvador. Estoy bien... muy bien. Carmelo, buenas noches.
|
DOLLY.-
(Despidiéndose del
CURA y del
MÉDICO.)
Buenas noches.
(Va tras de su abuelo, que, apoyado en
NELL, avanza lentamente hacia la
puerta.)
|
EL CONDE.-
(Volviéndose hacia ella bruscamente.) No
vengas.
(Con displicencia.)
Acompaña a estos señores. Aprende a ser cortés.
(Pausa.)
|
|
(Retíranse despacio
EL CONDE y
NELL.
DOLLY vuelve al centro de la estancia, se sienta,
apoya en la mesa los codos, la cara en las palmas de las manos.)
|
EL CURA.-
¿Qué tienes,
chiquilla?
|
EL MÉDICO.-
También la marea el ron.
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DOLLY.-
(Sollozando.) El... abuelo... no me quiere.
|
Escena II |
|
VENANCIO,
SENÉN,
EL CONDE,
GREGORIA.
|
EL CONDE.-
Buenos días... Hola,
Senén, ¿qué traes por aquí?
|
—255→
|
SENÉN.-
¿Qué ha de traer el
pobre más que las ganas de dejar de serlo?
|
EL CONDE.-
Y con las ganas, la decidida voluntad
de enriquecerte. Eres joven; tienes estómago de buitre, epidermis de
cocodrilo, tentáculos de pulpo: llegarás, llegarás...
¿Y tú, Venancio?... ¿Cómo va esa herida? Vamos,
hombre, no es para tanto. Poco mal y bien quejado. Ya estarás bien.
|
VENANCIO.-
Todavía, todavía... El
señor tiene un genio imposible.
|
EL CONDE.-
Sí, sí... Y tú
crees que la miseria debe ser mordaza y grillete para este genio maldito que me
ha dado Dios. No sé, no sé: gran domadora es la pobreza; pero soy
yo muy bravo. Me propongo contenerme dentro de la humildad y sumisión;
pero llega un momento de prueba... un insensato que con frase agresiva me
ofende, echándome al rostro mi humillante miseria, y entonces...
¡ay!, no soy dueño de mí, pierdo la cabeza...
|
GREGORIA.-
(Poniendo en
la mesa el servicio de café, que se compone de piezas de latón y
loza ordinaria.) Aquí tiene, señor.
|
—256→
|
EL CONDE.-
(Sentándose.) Pero no tardo en recobrar mi
serenidad de persona bien nacida y educada; vuelvo a sentir la hidalga
benevolencia con que he tratado siempre a los inferiores, y... ya tienes al
león aplacado, y pesaroso de su fiereza...
|
VENANCIO.-
Pensara el señor esas cosas antes de levantar el
palo...
|
EL CONDE.-
Es mi manera de aleccionar a los que
quiero bien... En fin, Venancio, hoy, como ayer, te pido que me perdones. Yo no
te faltaré... pero has de guardarme, fíjate bien en esto, la
consideración que me debes...
(A
SENÉN.) ¿Quieres
café?
|
SENÉN.-
Mil gracias, señor Conde. Me
desayuné con aguardiente y buñuelos en el parador.
|
EL CONDE.-
(Examinando el
servicio con repugnancia.) ¿Pero qué servicio es
éste?
|
GREGORIA.-
(Para
sí.) Fastídiate, viejo regañón.
|
EL CONDE.-
¿Qué habéis hecho
de la cafetera y del jarrito de plata en que me servisteis estos
días?
|
VENANCIO.-
Mandamos que los limpiaran, y...
|
—257→
|
GREGORIA.-
Y para no hacer esperar al
señor...
|
EL CONDE.-
¿Y aquellas tacitas de porcelana fina...? En fin, con tal
que el café esté bueno...
(Se sirve.) ¿Lo has hecho
tú?
|
GREGORIA.-
Con muchísimo cuidado...
Veremos si hoy está a su gusto.
|
EL CONDE.-
(Probándolo.) ¿Qué es esto?
(Con asco.) ¡Agua indecente
de achicoria... y recalentada... y fría!... Vamos, las sobras del
café de anoche, que ya era malo adrede...
(Cogiendo el pan y tratando de
partirlo.) ¿Y de dónde habéis sacado esta piedra
que me dais por pan?... Con ser tan duro, no lo es tanto como vuestros
corazones.
|
VENANCIO.-
Culpa del panadero,
señor...
|
EL CONDE.-
Culpa de vuestra sordidez villana.
(Les arroja el pan.) Echad esto a
vuestros perros, y dadme a mí lo que para ellos tenéis, pues de
fijo les dais trato mejor que a mí. Guardad esta preciosa vajilla, no se
os deteriore, no se os desgaste en mi servicio.
(Arroja al suelo todas las piezas de loza
y latón.) ¡Queréis aburrirme, queréis
hacerme imposible la vida! Al último pastor de
—258→
cabras, al
último mendigo que llegara con hambre a vuestra puerta, le
haríais la limosna sin humillarle. ¿Por qué, ingratos, me
humilláis a mí?
|
VENANCIO.-
(Que aterrado,
lo mismo que
GREGORIA, no sabe por dónde salir.)
Se servirá otra vez... Nosotros...
|
EL CONDE.-
(Con
arrogancia.) No quiero. Me quedaré en ayunas.
|
SENÉN.-
Eso no. Mandaré traerlo del
café...
|
EL CONDE.-
No te molestes.
(A
VENANCIO y
GREGORIA, con majestuosa
indignación.) No tenéis ni un destello de generosidad en
vuestras almas ennegrecidas por la avaricia; no sois cristianos; no sois
nobles, que también los de origen humilde saben serlo; no sois
delicados, porque en vez de dar un consuelo a mi grandeza caída, la
pisoteáis; vosotros que en el calor, en el abrigo de mi casa, pasasteis
de animales a personas. Sois ricos... pero no sabéis serlo. Yo
sabré ser pobre, y puesto que con vuestras groserías me
arrojáis, me iré de esta casa, en que no hay piedra que no llore
las desgracias de Albrit.
|
SENÉN.-
(Con afectada
gravedad y adulación.) Los deseos de la Condesa son que se
prodiguen al señor todas las atenciones que merece por su
categoría...
|
—259→
|
EL CONDE.-
Ya lo veis: esa mujer liviana y sin
pudor es más cristiana que vosotros, y más generosa y
delicada.
|
VENANCIO.-
(Turbadísimo, tragándose la ira.) La
Condesa no puede mandarme... yo... digo, la Condesa es mi señora...
dueña de todo...
|
GREGORIA.-
(Vivamente.) De la Pardina no.
|
VENANCIO.-
La Pardina es mía.
|
EL CONDE.-
(Arrogante.) Sea de quien fuere, y en tanto que decido
si me quedo o me voy, no quiero veros. Idos de mi presencia.
|
VENANCIO.-
(Dudando.) Decídalo pronto, porque...
|
EL CONDE.-
(Despidiéndoles con gesto de autoridad.)
Pronto.
|
VENANCIO.-
(Saliendo con
GREGORIA.) Sufrámosle un día
más, un solo día.
|
GREGORIA.-
Y es mucho... ¡jinojo!
|
Escena III |
|
EL CONDE y
SENÉN.
|
EL CONDE.-
(Serenándose.) Siéntate aquí,
Senén... Tengo que hablar contigo.
|
SENÉN.-
(Con fatuidad,
sentándose.) Nada más temible que esta plebe hinchada,
señor; estos patanes hartos de bazofia, que porque han logrado reunir
cuatro cuartos se atreven a medirse con las personas
comilfot...
|
EL CONDE.-
La villanía es perdonable; la
ingratitud, no... En mi cuarto había un lavabo bastante bueno, muy
cómodo para mí. Ayer me lo han quitado esos viles, poniendo una
palangana de latón de este tamaño, como las que hay en los
asilos...
|
SENÉN.-
(Afectando
indignación.) ¡Qué atrocidad!
|
EL CONDE.-
Parece que escogen las servilletas y
manteles más sucios para ponerlos en mi mesa. Saben que me gusta la
mantelería limpia...
|
SENÉN.-
Pues, como he dicho, traigo
instrucciones precisas de la Condesa... ¡Oh!, crea usía que si se
entera de estas infamias,
—261→
se pondrá furiosa.
|
EL CONDE.-
Sí. Me odia, como yo a ella;
pero no desconoce que mi persona exige atenciones, respetos...
|
SENÉN.-
¡Qué duda tiene...!
|
EL CONDE.-
Y aunque obra suya es seguramente la
intriga que se traen Carmelo y el Doctor para arreglarme una jaula en los
Jerónimos...
|
SENÉN.-
(Haciéndose de nuevas.) ¡Oh!, no
sé... no tengo noticia...
|
EL CONDE.-
Pues sí: desde ayer andan de
mucho trasteo conmigo. Yo les calo la intención... y me hago el tonto...
Pero dejemos esto, Senén, que de cosa más grave y de mayor
transcendencia para mí quiero hablarte.
|
SENÉN.-
Ya escucho.
|
EL CONDE.-
(Receloso.) ¿Nos oye alguien?
|
SENÉN.-
Nadie, señor. Estamos
solos.
|
EL CONDE.-
Estos miserables se ponen en acecho
tras de las puertas, oyendo lo que se habla.
|
—262→
|
SENÉN.-
(Examinando
las puertas.) Nadie nos oye. Puede hablar el Excelentísimo Sr.
D. Rodrigo de Arista-Potestad.
|
EL CONDE.-
Dudo mucho que seas bastante afecto a
mi persona para responder a todo lo que te pregunte.
|
SENÉN.-
Usía debe contar siempre con mi
adhesión incondicional...
(Dándose importancia.) como
cuento yo con que el señor Conde no ha de pedirme nada contrario a mi
dignidad.
|
EL CONDE.-
(Asombrado.) ¡Tu dignidad!... Dispénsame:
creí que no la habías adquirido aún... Ya sé que
estás en camino de adquirirla... vas muy bien... llegarás.
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SENÉN.-
Señor Conde de Albrit, aunque
humilde, yo... me parece.
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EL CONDE.-
Nada, nada. Ya no te hago las
preguntas.
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SENÉN.-
¡Ah!, puede usía
interrogarme con toda confianza.
(Queriendo familiarizarse.)
Señor Conde... de usía para mí...
(Se atreve a ponerle la mano en el
hombro.) Entre amigos...
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—263→
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EL CONDE.-
No, no, porque si salimos ahora con
que hay dignidad, o esta dignidad es incorruptible o es venal... En el primer
caso, Senén, no me dirás nada... en el segundo... Soy pobre y no
podré cotizarla en lo que vale.
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SENÉN.-
(Afectando
seriedad.) Creo que nos hallaríamos en el primer caso.
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EL CONDE.-
Pues, hijo...
(Despidiéndole.)
Adiós.
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SENÉN.-
(Queriendo
provocarle a la interrogación, para conocer su pensamiento.) Si
el señor Conde me lo permite, diré una palabra. Usía
quiere preguntarme... algo referente a su hija política, en el tiempo en
que tuve el honor de servirla.
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EL CONDE.-
Y cuando aún no habías
echado dignidad.
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SENÉN.-
La eché después... Y
ahora, sin faltar al respeto que debo a usía, tengo el sentimiento de
manifestarle que por gratitud, por estimación de mí mismo, por
mil razones, no puedo en manera alguna revelar secretos que no me
pertenecen.
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EL CONDE.-
(Con vivo
interés.) No se trata de secretos... que quizás no lo
sean para mí. Quiero tan sólo informaciones exactas acerca de una
persona...
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—264→
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SENÉN.-
Ya...
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EL CONDE.-
Íntimamente relacionada...
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SENÉN.-
Comprendido.
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EL CONDE.-
El pintor Carlos Eraúl.
Tú estuviste a su servicio algún tiempo, al dejar el de mi hijo;
tú...
(Con ardor.) Senén, por lo
que más quieras, por la memoria de tu madre, revélame cuanto
sepas.
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SENÉN.-
(Con pujos de
delicadeza.) Sr. D. Rodrigo, por todos los gloriosos antepasados de
usía, le ruego que nada me pregunte, pues antes perdería la vida
que responderle.
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EL CONDE.-
(Con intenso
afán.) Dame al menos alguna luz... sin ofender a nadie, sin
faltar a los respetos que debes a tu ama. Dime: ese hombre era de baja
extracción.
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SENÉN.-
(Secamente.) Sí.
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EL CONDE.-
Hijo de un pobre vaquero de la
ganadería de Eraúl, en Navarra.
(SENÉN responde
afirmativamente con la cabeza.) El cual, despedido por mala conducta,
—265→
se metió a contrabandista.
(Con triste humorismo.) Carlos,
el hijo, también despuntó por el contrabando...
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SENÉN.-
¡Oh, no...!
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EL CONDE.-
Sé lo que digo... Su genio
pictórico le abrió camino. Fuera de la educación
artística, que se debió a sí mismo y al estudio del
natural, era un ignorante, un bruto...
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SENÉN.-
Poco menos.
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EL CONDE.-
Ni alto ni bajo, moreno, de ojos
negros... vigoroso... voluntad potente.
(SENÉN
afirma.) Su apellido era Vicente, pero él firmaba con el nombre
de ganadería: Eraúl.
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SENÉN.-
Exacto.
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EL CONDE.-
Le conoció Lucrecia en una de
esas rifas o
kermessas que organizan las señoras
para...
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SENÉN.-
(Interrumpiéndole.) Basta, señor Conde.
No sé nada más.
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EL CONDE.-
(Imperioso.) Responde.
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—266→
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SENÉN.-
(Inflado como
un sapo.) No sé nada. Usía no me conoce.
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EL CONDE.-
(Rabioso.) Te conozco, sí. Tu discreción
no es virtud; es... cobardía, servilismo, complicidad. No eres el hombre
digno que calla la culpa ajena; eres el esclavo, obediente a los halagos o al
látigo del amo que le compró.
(Apostrofándole con solemne
acento.) ¡Maldígate Dios, villano! Que la luz que me
niegas, a ti te falte. ¡Que enmudezca tu voz para siempre, que cieguen
tus ojos! ¡Que vivas sin poseer la verdad, rodeado de tinieblas, en
eterna y terrible duda, palpando en el vacío, tropezando en la
realidad!... ¡Que busques la justicia, el honor, y encuentres mentira,
infamia, dentro de un vacío tan grande como tu imbecilidad!...
(Con desprecio.) Vete, vete; no
te acerques a mí.
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SENÉN.-
(A
distancia.) ¡Demonio!... Saca las uñas el león...
¡Hola, hola!...
(Vuelve
EL CONDE a su asiento. Entra
NELL con un servicio de café, elegante, en
bandeja de plata.) ¡Ah!... señorita Nell!...
(Ofreciéndose a tomar de su mano
la bandeja.) Deme acá.
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NELL.-
No, no... ya puedo.
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SENÉN.-
(Aparte a la
niña.) Cuidadito con él... Está de malas.
(Vase.)
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