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ArribaAbajoCapítulo IV

Fragancia de jazmines, réplica del Canto a Teresa de Espronceda


Pasamos ahora a la última sección que figura en las Obras Narrativas Completas de nuestro autor, a «Días Felices»438, para ocuparnos de una novelita titulada Fragancia de jazmines439, cuyo subtítulo es «Homenaje a Espronceda». Dejamos señalado al iniciar nuestros comentarios sobre los Diálogos de Amorque esta obra de Ayala es una alusión en forma de réplica al «Canto a Teresa»440, con citas de otros elementos del poema.

Fragancia de jazmines no es una reelaboración, como lo fueron el Diálogo entre el amor y un viejo y El rapto; su relación con la obra clásica, el Canto a Teresa, no es inmediata, si bien la referencia se   —262→   hace explícita ya a través del subtítulo mencionado. En esta pieza nos ofrece Francisco Ayala una réplica; varias «claves» nos pondrán en contacto con la obra de Espronceda, especialmente la utilización por el autor de versos de El Diablo Mundo.

Fragancia de jazmines se publica por primera vez en abril de 1965441. Respecto a esta novela y El Diablo Mundo ha señalado en fecha reciente Keith Ellis:

...aunque se ha aludido con frecuencia a la obra de Espronceda, ningún autor había basado la suya propia en un episodio del poema, quizá por considerar éste demasiado reciente. Francisco Ayala lo ha hecho en su cuento «Fragancia de jazmines»...442



Más adelante vuelve a señalar Ellis que:

El narrador en el cuento de Ayala recuerda, cinco años más tarde, la aventura amorosa que tuvo con una casada mucho más joven que él. Su relato acentúa la manera en que él condujo discretamente la aventura a su fin. Ambas obras, pues, tratan de una relación amorosa concluida...443



  —263→  

En muchos aspectos creemos que Ellis acierta con toda sagacidad; otros se le escapan, y algunos hay en los que nuestra opinión no coincide con la suya.

Por lo pronto, el crítico se refiere a esta obra como «al cuento» Fragancia de jazmines. Mucho se ha discutido sobre la distinción entre cuento y novela. Uno de los estudios últimos de Ayala se ocupa de este problema: el titulado Reflexiones sobre la estructura narrativa444. Para Ellis, Fragancia de jazmines sería un cuento; para nosotros, una novela. Detengámonos a discutirlo, ya que el asunto es en sí interesante y nos ayudará después a comprender el papel de nuestro narrador-personaje en sus similitudes y diferencias con la voz del Canto a Teresa.

Ya en El rapto ha dejado establecidas Ayala, prácticamente, las diferencias entre los dos géneros al trasladar el cuento del cabrero Eugenio desde las páginas del Quijote445 a la reelaboración que supuso su novela.

El cuento (como el del cabrero Eugenio) nos ofrece una estructura cerrada que se centra en una situación dada. La novela a diferencia del cuento es abierta, imita la continuidad de la vida humana (Julita fue un episodio más en la vida de Vicente; vida que el novelista deja sin cerrar, como un moverse del personaje hacia un incierto futuro).

  —264→  

García Montoro 446 ha puntualizado bien que el rapto de Julita ya no era una estructura cerrada, o sea un cuento, sino

...una variable dentro de un «largo saber», dentro de una «estructura de episodios»447.



Y Ayala mismo indica la necesidad de:

...una distinción de principio entre el cuento y la novela, capaz de superar el criterio de la longitud del relato, demasiado mecánico y a todas luces insatisfactorio; debiendo entenderse, claro está, que una distinción de principio orienta, pero jamás cubre, la ordenación de los objetos literarios, cuya diversidad es extrema448.



Encuentra esa distinción en lo siguiente:

...la Vida de Lazarrillo de Tormes... es el resultado de un proyecto literario no concluido, pero al que, no obstante, la genialidad de su desconocido autor infundió perspectivas no previstas al concebirlo... parece legítima la conjetura de que el escritor se propuso en un comienzo, y éste sería su plan originario, armar con ellos una colección de anécdotas curiosas y divertidas por el estilo de otras que fueron tan del gusto de la época...

  —265→  

Ahora no interesan tanto al lector como ocurrencias divertidas; le interesan sobre todo, en cuanto que su protagonista es Lazarillo, una criatura ficticia que reclama nuestra simpatía y por cuya suerte nos sentimos movidos. Esto ha cambiado como por arte de magia la índole esencial de esos cuentos; ya no se nos presentan como estructuras autónomas, cerradas, cuyo sentido se agota en ellos mismos..., sino desempeñando la función de peripecias dentro de un proceso vital449.



En Fragancia de jazmines el narrador-personaje relata un episodio de su vida. Este hombre, «que ya no es joven», no se nos da como una figura plana, un personaje de cuento reducido a actuar dentro de una anécdota concreta, sino un ser viviente imaginario que, a través de sus recuerdos de hoy, nos asoma a un pasaje de su vida de ayer desde la perspectiva de la actualidad presente.

Y es la vida de ese personaje-narrador prolongada más allá de la anécdota lo que confiere al relato de Ayala su condición de novela.

Así, la anécdota en cuestión no es

...sino un episodio conocido entre los muchos posibles, que jalonan la carrera de una vida humana450.



  —266→  

En ello precisamente basa Ayala las características de la novela moderna:

...por contraste con la novela de tipo tradicional, es que en ella la narración incluye perspectivas diversas, de donde le viene una cierta y buscada ambigüedad, imitación de la que presenta la vida humana misma.

...el interés no está centrado tanto en los acontecimientos referidos como en los personajes, quienes tienden a adquirir autonomía en el sentido de prolongar su existencia, como en línea de puntos...451



Fragancia de jazmines nos coloca ante el mismo tema básico que su autor desarrolla en El rapto: el paso del tiempo.

El título de la novelita es significativo en cuanto a otra de las preocupaciones de Ayala en relación con su «creación artística»: el titular bien una obra. Sus títulos son siempre precisos, sugeridores; más aún, rebosan contenido. (Las reelaboraciones estudiadas confirman lo dicho; recordemos lo señalado a propósito de los títulos de los Diálogos de Amor.)

El jazmín es una flor pequeñita, insignificante diríamos, pero cuya presencia se hace siempre notoria por el olfato. El perfume de los jazmines lo llena todo, y una vez secas las florecitas, aún perdura su perfume. Otra flor de cualidades similares, identificable de inmediato por «su perfume» y blanca como el jazmín, es la gardenia; a ella hace referencia   —267→   también Ayala en su novela. Los jazmines y las gardenias exhalan perfume tal que aun después de marchitarse puede percibirse su olor.

Leyendo Fragancia de jazmines suele especularse acerca de si la anécdota parte de un hecho real en la vida de Francisco Ayala, tal como surgió el Canto a Teresa de Espronceda de los episodios de la vida del poeta en su relación con Teresa Mancha.

Nos encontraremos aquí ante el problema de la realidad o la imaginación sirviendo de base a la creación artística.

Sabemos que el Canto es una creación poética fundada sobre una realidad452. En el año 1828 José de Espronceda se hallaba en París. En el mismo hotel donde él se hospedaba se encontraban don Gregorio del Amo y su esposa, Teresa Mancha, procedentes de Londres. (Lisboa, señalan algunos críticos y desmiente Cáscales Muñoz, fue el lugar donde se entabló el idilio entre Teresa y Espronceda.)

Teresa huyó con el poeta, rumbo a España. Vivieron ambos un tiempo en la calle de la Cruz; más tarde Teresa abandonó a su amante; se reconciliaron luego, y volvemos a encontrarlos en Valladolid; nueva separación; entre tanto, ha nacido una niña: Blanca. Pasaron los años y Teresa enfermó; tísica, muere en Madrid. Un día, pasando el poeta por la calle de Santa Isabel, vio a través de la reja de una ventana el cadáver de aquella mujer infeliz. Y de este triste encuentro surge el Canto a Teresa.

  —268→  

En cuanto a que Fragancia de jazmines tenga también una base de experiencia real en la vida de Francisco Ayala, recordemos las palabras de nuestro autor:

En el prólogo a su Cancionero, Juan Alfonso de Baena, al definir la gaya ciencia como «una escriptura o composición muy sotil e bien graciosa», establece las habilidades técnicas que debe poseer el poeta; y entre sus cualidades personales -inventividad, discreción, juicio, lectura, conocimiento de todos lenguajes, y cortesía- figura por último «que sea amador e que siempre se precie o se finja de ser enamorado». Se trata de poesía amorosa, y el poeta, si no está enamorado realmente, debe fingir que su poema expresa la vivencia de alguien que lo está453.



Cada obra lleva al lector, cuando dicha obra merece el calificativo de artística, a una realidad donde el ser humano vive un determinado momento imaginario; la anécdota o el argumento podrá ser real o ficticio, pero lo que en verdad interesa es que nos coloque ante el hombre, viviendo como señala Ayala, en «tensión temporal».

Como lectores no debemos olvidar el carácter imaginario de la obra artística, ni llevar, como suele hacerse, la creación literaria al terreno de las realidades prácticas.

  —269→  

José de Espronceda «está presente» en el Canto a Teresa, pero tenemos que saber leer bien, y no tomar al pie de la letra cada expresión del sentimiento del poeta; y mucho menos pretender ver en Fragancia de jazmines a su autor -Francisco Ayala- haciéndonos «confesiones personales».

Claro está que al mismo tiempo:

En un sentido amplio podría afirmarse que todo poetizar es autobiográfico, puesto que el poema está construido con materiales de la experiencia de su autor. Entiéndase bien: no quiere decirse con esto que el poema mismo revela al autor en el acto de su producción (ello ocurre igualmente en cualquier obra de arte, aun la más pura), sino que la operación actual de producirla con medios literarios, es decir, con palabras y frases, se cumple a base de fragmentos de la experiencia viva del autor, sean extraídos del orden de lo que le ha acontecido en el plano de sus relaciones sociales, sea de lo que ha llegado a sus oídos, de sus deseos y temores, de sus fantasías, de sus ensueños, etc.454.



Son sin duda experiencias personales las que llevan al autor a producir su obra, pero no estrictamente hechos acontecidos en su vida privada.

Así, pues, Ayala está presente en Fragancia de jazmines, como lo está en el resto de sus producciones   —270→   narrativas, porque todo autor lleva a su obra algo de sí mismo, de su individualidad; con lo cual viene a desdoblarse en

...un autor que se incluye dentro del marco de su obra, y el hombre contingente que se ha quedado fuera para desintegrarse en el incesante fluir del tiempo455.



Ambos autores, Ayala y Espronceda, elaboran sus obras en algún modo con experiencias vivas, aun cuando dichas experiencias pueden ser de índole distinta; ahora bien, tengamos presente que en todo escritor

...la creación literaria trasunta, mediante una especie de alquimia o poética magia, lo que era real en pura imagen (mimesis). Admirablemente lo expresan unos versos de Fernando Pessoa, cuando declara:




O poeta é un fingidor.
Finge tâo completamente
Que chega a fingir que é dor
A dor que deveras sente456.



Fragancia de jazmines se inicia con las preguntas que a sí mismo se hace el narrador:

¿A qué edad puede considerarse viejo un hombre? ¿A qué edad es uno lo que se dice un viejo? Así yo meditaba en tanto me afeitaba   —271→   esta mañana misma, cuando de pronto caí en la cuenta de que los compases entreoídos y medio escuchados que llegaban desde una radio lejana eran los de aquel que solía ella complacerse en llamar «nuestro» bolero457.

Los versos de Espronceda458 aparecen, como en otras obras de Ayala, embebidos en la prosa y sin destacar. Una pregunta similar a la del comienzo de la novela se hace el personaje en otros párrafos:


¿A qué edad es uno viejo?...
...¿A qué edad es uno ya viejo?...459



Dijimos antes que Fragancia de jazmines era una réplica al Canto a Teresa. Las preguntas del personaje, ¿A qué edad puede considerarse viejo un hombre?, ¿a qué edad es uno lo que se dice un viejo?, ¿A qué edad es uno viejo?, constituyen en efecto una respuesta en forma de interrogación a los

¡Malditos treinta años!460

  —272→  

de Espronceda. En la novela el narrador se pregunta a qué edad un hombre es viejo, pero no se menciona ninguna edad precisa, ni se hacen afirmaciones perentorias.

El personaje estaba afeitándose: un acto mecánico que repite, en forma cotidiana, siempre lo mismo; pero de pronto escucha algunos compases de un bolero que le llegan desde una radio lejana y la música trae a su memoria el recuerdo de ella, una mujer. Él se afeita todos los días, pero, hoy, precisamente hoy, una música le trae el recuerdo. Son compases que vienen desde el pasado; tanto que:

...Tardé un poco en reconocerlo; hacía tanto rato que pugnaba por atraer mi atención como un niño tímido y porfiado, y yo no terminaba de reconocerlo. Pero sí, claro: era Fragancia de jazmines, nuestro bolero. Por aquel entonces esa pieza estaba en plena boga, y a ella le gustaba muchísimo. ¡Quién sabe qué fibras tan sensibles haría vibrar en su alma! Le divertía cantarme (a la vez que me miraba de soslayo con intención juguetona) sus promesas trémulas de amor eterno -«¡jamás, jamás, jamás!»-; y yo me burlaba cariñosamente, y ella fingía enojarse de mi incredulidad fingida.

Ahora ya casi nunca tocan nuestro bolero, ya nadie lo canta, ha pasado de moda, hay otras tonadas, y todo está medio olvidado   —273→   ya. Así, cuando esta mañana -mientras meditaba yo, afeitándome ante el espejo- quiso inesperadamente llegar de nuevo a mi oído su melodía dulzona, me costó algún trabajo reconocer en él la voz amiga - ¡tan parecidas son todas esas melodías con su invariable patetismo sentimentalón!461.



Le ha costado trabajo reconocer el que fue «su bolero». «Fragancia de jazmines» -el bolero- estaba entonces, antes, en boga; hoy ya casi nunca se toca esa pieza, «ha pasado de moda»; hoy «todo está medio olvidado ya». Apenas tienen olor los perfumados jazmines, su fragancia se ha perdido en el tiempo, se ha olvidado. Aquella melodía que era la música común, que hacía vibrar en ella «las fibras» sensibles mientras decía: «¡jamás, jamás, jamás!», y la canción repetía: «¡Jamás, mi amor, jamás te olvidaré!»; ese bolero de melodía dulzona, a él le ha costado trabajo reconocerlo hoy, porque

...¡tan parecidas son todas esas melodías con su invariable patetismo sentimentalón!...



No creemos como Ellis que el personaje se «burla» de los viejos boleros en general. Veamos exactamente su cita:

...Lejos de estar atormentado por el recuerdo de su aventura, la evoca con dificultad   —274→   cuando, mientras se está afeitando y preocupado por su apariencia de viejo, oye sin reconocerlo inmediatamente un viejo bolero que había sido la canción de él y su amada. Esta distancia que le permite burlarse de los viejos boleros en general por su «invariable patetismo sentimentalón» corresponde a la distancia que él pretende mantener durante todo el tiempo de la aventura...462.



Lo que sucede es que por el transcurso del tiempo la canción se ha ido «olvidando», se ha ido alejando. La música popular, acaso una de las expresiones más elocuentes de una época, un grupo generacional o una situación personal, es también -por ello mismo- lo que más cambia o se vacía de significado al pasar el tiempo. Una melodía, un bolero, pueden cargarse de sentido en un momento dado, al asociarse con las emociones de nuestra experiencia vital463. Al cabo de los años, cuando ya «casi nunca» la tocan, puede nos cueste trabajo reconocer sus «compases», pero puede también que éstos, una vez identificados, hagan resurgir ante nosotros recuerdos que quizá creíamos perdidos. Recuerdos que no son iguales para todos, que adquieren un significado subjetivo:

  —275→  

Y oyóse en seguida lánguida armonía,
Música suave, y luego una voz
Canto, que el oído no la percibía,
Sino que tan sólo la oyó el corazón:464
[...]
Hay una voz secreta, un dulce canto,
Que el alma sólo recogida entiende,
Un sentimiento misterioso y santo
Que del barro al espíritu desprende;
Agreste, vago y solitario encanto
Que en inefable amor el alma enciende,
Volando tras la imagen peregrina
El corazón de su ilusión divina465.



El bolero, pues, trajo a la memoria de nuestro protagonista el recuerdo de una mujer.

...De pronto, distraído como estaba en mis vagos pensamientos, sentí dentro la punzada agridulce: ¡Jamás, mi amor, jamás te olvidaré!: Y a partir de ese instante los fantasmas traviesos de nuestro pasado, un eco de tu risilla inocente y picara, la gardenia blanca sobre aquel vestido tuyo de seda carmesí, los gruesos rizos negros, pesados como racimo de uvas sobre la tersa blancura de tu frente, el cuidado absorto con que te pulías las uñas cuando estabas enojada y querías disimularlo, y tantas otras escenas de nuestra costumbre clandestina acudieron en tropel a mi memoria...466



  —276→  

De aquel «jamás te olvidaré» no quedan más que «los fantasmas traviesos» de un pasado común. Fantasmas; aquellos hechos concretos son hoy vagos, se han alejado en el tiempo, han perdido su realidad inmediata y él sólo recuerda... «la gardenia blanca», «el vestido carmesí», los «rizos negros»...; notas de color, fragmentos dentro de un pasado, de algo vivido y también olvidado. De todo ello le queda un perfume agradable, el recuerdo de una gardenia, una fragancia de jazmines.

Ellis señaló que ambas obras, la de Ayala y la de Espronceda, tratan de una «relación amorosa concluida»467; en efecto, así es. Espronceda escribe el Canto a Teresa después de la muerte de Teresa Mancha; Ayala sitúa a su personaje contándonos hechos de hace cinco años atrás:

Pero de entonces acá han pasado cinco años más; cinco años más han pasado. Para sorpresa mía, cuando esta mañana el irónico ¡Jamás, jamás! de una radio vecina vino a despertar esas memorias adormecidas, y me puse a echar cuentas y repasé fechas, pude comprobar que hoy precisamente (¡qué casualidad!; precisamente hoy) se cumplen los cinco años de nuestra separación. Tal día como hoy fue, hace cinco años, sí; hoy es el aniversario... «¿Dónde estarás, corderito mío?» Yo la llamaba corderito porque sus ojos, aunque celestes, eran -son- muy redondos, muy vivaces   —277→   y muy tiernos, como los de un cordero; y su frente, ancha, tenaz; y su cuerpo, pequeñito, lleno, tibio, gracioso. ¡Pobre corderito mío! Me pregunto si acaso ella no habrá recordado también hoy este aniversario; si no habrá venido a recordarle nuestras horas de abandono, y de amor, y de caricias, alguna canción de aquel tiempo, quizás esa misma Fragancia de jazmines, ¿por qué no?; u otra cosa cualquiera, ¡quién sabe!: el ruido de unos pasos en la calle, o un aguacero repentino como el que estaba cayendo, cinco años hace, en el momento en que ella se metía en su automóvil y se alejaba para siempre de mí sin tan siquiera volver la cara468.

...Otros cinco años han volado desde entonces; cinco años más: hoy se cumplen. Casualmente ha venido a recordármelo una piececita hace tiempo pasada de moda: nuestro bolero Fragancia de jazmines... La amputación fue terrible, pero -hay que confesarlo- necesaria. Hoy, ya, la herida no duele. Tan cruel cirujía evitó en su momento -¿qué duda cabe?- la amenazadora gangrena de los años y desengaños, dejándonos -a mí, y supongo que también ella- no tristes recuerdos del placer perdido, sino una memoria melancólicamente dulce de aquellos días tan felices469.



  —278→  

Ambas situaciones se refieren al pasado. Dice Ellis respecto del uso de los versos de Espronceda en la prosa de Ayala:

...el narrador de Ayala declara que su acción: «evitó... la amenazadora gangrena de los años y desengaños, dejándonos -a mí, y supongo que también a ella- no tristes recuerdos del placer perdido, sino una memoria melancólicamente dulce de aquellos días tan felices». Esta afirmación, en la que incluye un verso de Espronceda, presenta un contraste notable con el principio del «Canto a Teresa» de donde ese verso procede:


¿Por qué volvéis a la memoria mía,
Tristes recuerdos del placer perdido?

Además, en la frase «Me pregunto si acaso ella no habrá recordado también hoy este aniversario; si no habrá venido a recordarle nuestras horas de abandono, y de amor, y de caricias», hay una cita literal de los versos de Espronceda:


Y aquellas horas dulces que pasaron
Tan breves, ¡ay!, como después lloradas,
Horas de confianza y de delicias,
De abandono, y de amor, y de caricias470.



  —279→  

Los versos471 establecen de nuevo una relación explícita con el Canto, ayudando al mismo tiempo a destacar sus diferencias. En el poema de Espronceda el recuerdo es «hiel»; el poeta se expresa con exaltación romántica, las relaciones entre él y Teresa tuvieron consecuencias funestas, y todo ello impregna el Canto de amargura.


¿Por qué volvéis a la memoria mía.
Tristes recuerdos del placer perdido,
A aumentar la ansiedad y la agonía
De este desierto corazón herido?
¡Ay! que de aquellas horas de alegría
Le quedó al corazón sólo un gemido,
¡Y el llanto que al dolor los ojos niegan.
Lágrimas son de hiél que el alma anegan!
[...]
¡Oh Teresa! ¡Oh dolor! Lágrimas mías,
¡Ah!, ¿dónde estáis que no corréis a mares?
¿Por qué, por qué como en mejores días
No consoláis vosotras mis pesares?
¡Oh!, los que no sabéis las agonías
De un corazón que penas a millares,
¡Ah!, desgarraron, y que ya no llora,
¡Piedad tened de mi tormento ahora!
—280→
¡Oh, dichosos mil veces, sí, dichosos
Los que podéis llorar! Y, ¡ay!, sin ventura
De mí, que, entre suspiros angustiosos,
Ahogar me siento en infernal tortura.
Retuércese entre nudos dolorosos
Mi corazón, gimiendo de amargura...
También tu corazón hecho pavesa,
¡Ay!, llegó a no llorar, ¡pobre Teresa!
[...]
Y llegaron en fin. ¡Oh! ¿Quién, impío,
¡Ay!, agostó la flor de tu pureza?
Tu fuiste un tiempo cristalino río.
Manantial de purísima limpieza;
Después torrente de color sombrío,
Rompiendo entre peñascos y maleza,
Y estanque, en fin, de aguas corrompidas,
Entre fétido fango detenidas.
[...]
¡Y tan joven, y ya tan desgraciada!
Espíritu indomable, alma violenta,
En tí, mezquina sociedad, lanzada
A romper tus barreras turbulentas;
Nave contra las rocas quebrantada,
Allá vaga, a merced de la tormenta,
En las olas tal vez náufraga tabla,
Que sólo ya de sus grandezas habla.
[...]
¡Oh, cruel! ¡Muy cruel! ¡Martirio horrendo!
¡Espantosa expiación de tu pecado!
¡Sobre un lecho de espinas maldiciendo.
Morir el corazón desesperado!
Tus mismas manos de dolor mordiendo,
Presente a tu conciencia lo pasado.
Buscando en vano con los ojos fijos
Y extendiendo tus brazos a tus hijos.
¡Oh, cruel! ¡Muy cruel!... ¡Ay!, yo, entretanto,
Dentro del pecho mi dolor oculto,
—281→
Enjugo de mis párpados el llanto
Y doy al mundo el exigido culto;
Yo escondo con vergüenza mi quebranto,
Mi propia pena con mi risa insulto,
Y me divierto en arrancar del pecho
Mi mismo corazón pedazos hecho472.



En Espronceda hay gemidos, agonía, infernal tortura, sobre todo una Teresa que de cristalino río pasó a ser fétido fango, es la mujer caída; «joven y ya tan desgraciada», quebrantada, rota. El poeta habla de «arrancar del pecho / mi mismo corazón pedazos hecho».

Refiriéndose a su exaltación extrema, dijo Moreno Villa que el Canto a Teresa es

...el grito romántico más agudo y sostenido de cuantos se oyeron en la península...473



Y Casalduero comenta:

...relación amorosa hecha de entregas apasionadas, de desfallecimientos y recriminaciones474.



En ambas obras, el poema y la novela, se trata de relaciones adúlteras. En el Canto las consecuencias de la pasión exaltada por parte de ambos protagonistas   —282→   llevaron primero a Teresa a la ruptura de su hogar; y más tarde, al producirse el fracaso -normalmente previsible- del nuevo lazo entre los amantes, van a surgir esos funestos resultados.

En la novela, tales consecuencias de naturaleza funesta han sido evitadas por haberlas previsto el personaje. Las relaciones terminaron, se cortaron, sin haberse producido la ruptura del hogar de la mujer y su Otelo. La amargura que impregna el poema es sustituida en Fragancia de jazmines por un tono de melancolía.

...me quedé muy desconsolado, pese a mi temor de que una mirada última nos pudiera llevar a un nuevo abrazo y ese abrazo significara (como lo hubiera significado: ¿a qué engañarse?) cambiar la cruel resolución que tanto trabajo nos había costado adoptar. Pues la verdad es que nos encontrábamos ya en el límite y no cabían más postergaciones; ya no había plazo posible: si al siguiente día no tomaba el avión yo solo, tendríamos que escaparnos los dos juntos, rompiendo con todo. Más plazo ya no cabía. Nuestro secreto había transcendido: bien fácil era leerlo en las ojeadas reticentes de todos los conocidos alrededor nuestro. Hasta su Otelo empezaba a soliviantarse sin que bastaran las artes engañadoras de ella para apaciguarlo.

Si la quería más que yo o no, eso no lo sé. Sé que él, su Otelo, era joven y buen   —283→   mozo; que tenía ante sí un porvenir brillante, y que, aun con sus recursos actuales, le proporcionaba un nivel de vida, comodidades y lujos que yo jamás hubiera podido ofrecerle. Y siendo así, cada vez que contemplábamos la perspectiva de cometer una barbaridad, liarnos manta a la cabeza y, a costa de un formidable escándalo, romper con todo lo que fueran trabas para la felicidad completa de nuestro gran amor, me esforzaba yo por hacerle ver las cosas bajo la luz fría de la razón, no para disuadirla ni desanimarla, sino para que el paso, si llegábamos a darlo, fuera con una conciencia clara de sus consecuencias todas, y muy resueltos a afrontar los ineludibles sacrificios.

Pero ¿cómo no había de importarle? Se quedó muy callada, y al cabo de un rato sentí sobre mi pecho algunas lágrimas calientes deslizándose hacia el costado. ¡Pobre corderito! De seguro, en su mente acosada por mis reflexiones estaba pintándose el cuadro de un triste futuro donde, a las penalidades de una vida sacrificada por amor, hubiera venido a juntarse la inevitable miseria física de los años475.



El narrador de Ayala está lejos del ímpetu romántico de Espronceda: «¡Siempre juguete fui de   —284→   mis pasiones!»476; de los desbordados arrebatos del Canto a Teresa.

El romántico aspiró a detener el tiempo, a vivir en un mundo sin horas ni medidas; se empeñó en afirmar la utopía y la ucronía:


Que yo como una flor que en la mañana
Abre su cáliz al naciente día,
¡Ay!, al amor abrí tu alma temprana
Y exalté tu inocente fantasía.
Yo, inocente también, ¡oh, cuan ufana
Al porvenir mi mente sonreía,
Y en alas de mi amor con cuanto anhelo
Pensé contigo remontarme al cielo.
Y alegre, audaz, ansioso, enamorado,
En tus brazos en lánguido abandono.
De glorias y deleites rodeado,
Levantar para tí soñé yo un trono:
Y allí, tú venturosa y yo a tu lado.
Vencer del mundo el implacable encono,
Y en un tiempo sin horas y medida
Ver como un sueño resbalar la vida477.



Pretendió, en fin, remontarse en alas de su amor «al cielo»; volar como Ícaro para, al final, caer desplomado en la catástrofe:


[...]
Trueqúese en risa mi dolor profundo...
Que haya un cadáver más, ¡que importa al mundo!478



  —285→  

El autor contemporáneo tiene, en cambio, una conciencia madura del tiempo y sus efectos destructores, y, por ello, evita en su personaje la mencionada catástrofe. El narrador se nos presenta como figura muy madura, evitándose así las desastrosas consecuencias en perspectiva, pues nuestro hombre posee ante todo conciencia clara de los efectos del paso del tiempo. La muchacha, en cambio, «ella», menos reflexiva, más joven, quiere negar tales efectos:

...Tú no eres todavía ningún viejo; te prohíbo que vuelvas a repetirlo, creí oírte replicarme una vez más con el cómico ceño fruncido y el rigor de una dulce severidad en tus preciosos ojitos azules.

...¡vivir al lado tuyo! -ponderaba, apretando contra mi pecho su cabeza, cuyos rizos hermosos me divertía yo en peinar suavemente con mis dedos-. A tu lado, así -ponderaba-; así para siempre.

-¿Para siempre? Ni siquiera eso, querida; para unos cuantos años, muy pocos. Después de unos pocos años, ¡se acabó! ¿No piensas tú, corderito mío, en la diferencia de edad que nos separa?

- ¡Que no pronuncies esa palabra! Nada nos separa; nada podrá nunca despegarme de ti -exclamó vehemente. Y con obstinación, apretaba su frente desnuda contra mi pecho.

  —286→  

Pero insistía yo:

-Tus amigas, lo sabes muy bien, van a hacerse cruces: ¡disparate semejante!, ¡y con un viejo!

-Te prohíbo, ¿me oyes?, que vuelvas a decir eso -protestaba, gritaba casi-. Eso no es verdad. Detesto oírtelo decir. Tú no eres ningún viejo.

-Para tus ojos cariñosos no lo seré; pero, dime, ¿cómo han de verme los ojos de la malevolencia ajena? ¿No te zumban ya los oídos con la rechifla? Imagínate los comentarios.

-¿Y qué me importa a mí? ¿Qué me importa?...479



Nuestro autor, como decíamos, es consciente de que el amor es una aspiración a lo absoluto y eterno -recordemos las promesas de amor eterno, «el jamás te olvidaré»-, pero sabe que sin embargo, este amor se da en las condiciones de la temporalidad, o sea dentro del proceso histórico, en el transcurso de la vida humana, en lo concreto. Existe, por lo tanto, una contradicción entre el movimiento hacia lo absoluto y eterno y lo inevitable de la decadencia y la degradación que el tiempo trae consigo. De aquí es que surge el final desastroso de Teresa Mancha; enferma, tísica, abandonada por sus hijos, sola, en contraste con el final de Fragancia de jazmines, donde el personaje reconoce que   —287→   «la amputación fue terrible», que la cirujía fue cruel, pero

Hoy, ya, la herida no duele480



y él conserva -supone que también ella- una «memoria melancólicamente dulce de aquellos días tan felices».

Nuestro personaje no aparece sumido en la «desesperación» del héroe romántico, aunque por supuesto queda en él «la punzada agridulce», o mejor aún, la melancolía que impregna el relato; la renunciación.

Se fue sin haber vuelto la cabeza siquiera. ¡Bien hecho! ¿Acaso no era asunto concluido? Pues ¡asunto concluido! Seguramente se iba odiando al mundo entero, y tal vez odiándome a mí por estar en ese mundo que odiaba. O a lo mejor es que la pena le apretaba la garganta, igual que a mí, y no se quiso arriesgar a echarme una mirada última de despedida antes de meterse en el auto, sabiendo como lo sabía que yo estaba viéndola partir y que ansiaba -aunque también la temía- esa mirada última...

...dentro de unos instantes ya estará para siempre fuera de mi vida.

¡Doloroso desgarrón!...481



  —288→  

Es el desgarrón que también mencionó Espronceda, pero expresado en dos tonos muy diferentes. En Espronceda todo es exaltación, porque el romántico exagera los sentimientos; en Ayala, por supuesto, la renunciación no es precisamente motivo de felicidad, no podría serlo, porque la novela es imitación de vida, y en la vida la renuncia es más bien una fuente de frustración y dolor. En la novela de Ayala queda la melancolía; y como música de fondo, la melodía de un bolero.

El Diablo Mundo tiene también un fondo musical; se inicia con el «coro de demonios» que preludian no el recuerdo melancólico del poeta, sino su desesperación:

Segundo coro:
Ya la esperanza a los hombres
Para siempre abandonó.
Los recuerdos son tan sólo
Pasto de su corazón.
[...]
Tercera voz:

Marchitaré la hermosura.
Rugaré la juventud,
El alma que nació pura
Renegará la virtud,
Maldecirá de su hechura482.

Señaló también Ellis la «angustia» de Espronceda en el Canto a Teresa:

  —289→  

...La compasión de sí mismo le conduce a una angustia completa:


Y me divierto en arrancar del pecho
Mi mismo corazón pedazos hecho,

y al desprecio de un mundo que puede continuar funcionando libre de cuidados a pesar de la enormidad de su sufrimiento:


Que haya un cadáver más,
¡que importa al mundo!483.



Para este crítico:

...Hay por lo pronto algunas coincidencias superficiales entre las dos obras. Los dos narradores conocen a sus amadas mientras viven en países extranjeros, y la amada del narrador de Ayala, con sus «preciosos ojitos azules», tiene parecido físico con Teresa...484



Efectivamente, las relaciones entre Teresa y Espronceda comenzaron en el extranjero, fuera de España; y el personaje de Ayala fue presentado a «ella» y su «Otelo» en «una de esas reuniones medio sociales, medio profesionales», en casa del joven matrimonio, mientras él estaba «de paso en el país».

...en su casa bonita, en su papel de dueña y anfitriona, en los amigos reunidos allí con tan ostensible alegría y hasta en la presencia   —290→   inesperada de este forastero -yo- que uno de ellos le había llevado; de este señor que, en aquel momento del saludo, reteniéndole un poco la mano, exageraba lo feliz de la oportunidad y ponderaba el gran honor, etcétera. Escaparse ahora, a los pocos meses de habernos conocido, conmigo, con aquel señor forastero...485

.


Según Ellis:

...El narrador de Ayala muestra una conciencia aguda de un medio ambiente definido, y construye su relato, que es realmente la explicación de sus motivos para terminar con la aventura, sobre una declarada percepción de la fuerza de las costumbres sociales. Dice que teme la reacción adversa de la sociedad a la conducta de la mujer teniendo en cuenta la diferencia de las edades y el descenso de posición de su amada, pero sobre todo el escándalo de adulterio...

...Sus obras suelen tener ambientes sociales precisos que él, ayudado sin duda por su profesión de sociólogo, ve con gran penetración...486



No concordamos en esto. Creemos que no es la preocupación por el escándalo de adulterio lo que   —291→   lleva las relaciones entre los amantes a su fin; es -como antes señalamos- la aguda conciencia del protagonista sobre el paso del tiempo y sus consecuencias. Se nos escapa también a nosotros ese «medio ambiente definido» o «ambientes sociales precisos» que señala Ellis. Para nosotros, por el contrario, el ambiente que presenta aquí Ayala es uno cualquiera, es indefinido, impreciso. Lo que interesa al novelista es presentar a un hombre, al hombre, inmerso en un problema inmanente a su existencia, problema planteable en todos los ambientes y en todos los niveles.

Se trata de un aspecto más en la cuestión metafísica del destino humano.

Ellis llama la atención en su estudio sobre otro detalle del personaje:

...él relata que en la misma ocasión le entregó una crucecita de granates y que «me juró que, así viviera mil años, hasta la hora de su muerte habría de llevarla colgada del cuello». «Como un voto», dijo, el aspecto animal en la imagen que sugiere «corderito» llega a ser predominante en su presentación. A este efecto contribuye mucho el uso sutil de lenguaje como «colgada del cuello» en vez de «colgada al cuello»...487



Tal como Ellis dice, tiene lugar en la novela una frecuente comparación con animales. Fijemos nuestra atención en las relaciones entre los amantes:

  —292→  

por parte de él -conciencia madura-, se produce el trato hacia la mujer en dos direcciones, una de cariño y afecto hacia ella, y al mismo tiempo otra, de cierto desdén, también cariñoso, hacia el objeto de su amor; de aquí la comparación con animales que, además, sitúa la obra muy en el terreno de Ayala (recordemos nuestro estudio de obras anteriores). El protagonista llama a su amante «corderito mío», «corderito inocente», «oveja apestada», y el marido la mira con «ojos de carnero degollado», mientras que ella siente a veces deseo de «atizarle un palo en el testuz»; insistiendo después el protagonista: «Entre los cuernos, ¿eh?»; (la alusión a «los cuernos» cumple aquí, por supuesto, la doble función de aludir también a la condición de marido engañado).

El mundo animal está presente asimismo -aunque de manera muy distinta a la utilizada por Ayala- en El Diablo Mundo:


[...]
Vago enjambre de vanos fantasmas,
De formas diversas, de vario color,
En cabras y sierpes montados y en cuernos,
Y en palos de escobas, con sordo rumor,
[...]
Del toro ardiente el mugido
Responde en ronco graznar
La malhadada corneja,
Y el agorero cantar
De alguna hechicera vieja,
El gato bufa y maulla,
El lobo erizado aulla,
Ladra furioso el mastín;
—293→
Y ruidos, voces y acentos
Mil se mezclan y confunden...488.



Más tarde anota Ellis que:

La falta de verdadera estimación para su amada culmina cuando en su última despedida revela que la consideraba solamente como un cuerpo: «Alguna vez, en la alegría de la playa, entre tantos otros bañistas, había contemplado yo a la distancia ese cuerpo querido que era en secreto mío; ahora, en la penumbra de mi habitación, lo veía cubrirse, separarse, desprenderse de mí, hacerse ajeno; y dentro de unos instantes ya estaría para siempre fuera de mi vida»489.



Preferimos referirnos a la cita textual en la novela:

Aquel día sus besos tenían el sabor salino de las lágrimas, y sus suspiros expresaban más sufrimiento que placer. Cuando por fin vi que, tras una triste ojeada al reloj, comenzaba a vestirse repitiendo, distraída, los gestos habituales, ni sé cómo pude sofocar mi congoja. Alguna vez, en la alegría de la playa, entre tantos otros bañistas, había contemplado yo a la distancia ese cuerpo querido que era en secreto mío; ahora, en la penumbra de mi habitación, lo veía cubrirse,   —294→   separarse, desprenderse de mí, hacerse ajeno; y dentro de unos instantes ya estaría para siempre fuera de mi vida.



Lo interpretamos de modo diferente. Primero está la mujer dando una «ojeada al reloj», precisa alusión al paso del tiempo; y en seguida repite los gestos habituales, de siempre (los estaba repitiendo también él, mientras se afeitaba aquella mañana mismo, cuando la música trajo a su memoria el recuerdo). Ahora ella se viste y él recuerda, cuando en la playa, a todo sol, con precisa claridad, veía «ese cuerpo», «entre tantos bañistas», cuerpo que entonces era suyo. El reloj no se ha detenido; el tiempo pasa; ya no hay sol ni claridad, el hoy se va haciendo ayer. Desapareció la playa con su alegría, con su sol, están en la «penumbra» de la habitación y... ya el cuerpo se separaba, se desprendía, se hacía ajeno..., él tenía una clara anticipación del futuro, donde esa otra penumbra que es el tiempo borraría los contornos del cuerpo, haría posible confundir la melodía del bolero con otra, porque... son tan parecidas. Es el tiempo, alejando las cosas, bien para cerrar una herida que ya hoy «no duele», bien para, detenido en un andén -como el narrador de El rapto-, no distinguir con precisión a los jóvenes españoles; el tiempo, borrando las huellas de la guerra civil; el tiempo que hoy deja una memoria «dulce de aquellos días tan felices».

Como hemos venido viendo en el transcurso de la novelita, el relato toca una y otra vez la tecla de   —295→   la angustia del tiempo que pasa y sus efectos destructores. Éste es el centro de la narración.

En Fragancia de jazmines Francisco Ayala nos asoma a una nueva manera o modo de abordar en forma poética ese tema común de la preocupación humana: el paso o huida del tiempo y los efectos de su fuga. Lo aborda desde la perspectiva del sujeto, un hombre concreto, que, a través de un recuerdo, nos lleva desde el presente de su vivir hacia un episodio que tuvo lugar en el pretérito.

Su vida no está terminada, es una existencia en proceso. Ayala parte de este personaje y le da un tratamiento tal en la novela que, siendo el personaje narrador un hombre individual, su caso, lo que a él le ha sucedido, tiene al mismo tiempo un valor trascendente, una vigencia universal.

La inquietud del paso del tiempo y sus consecuencias no es algo peculiar de los románticos ni tampoco exclusivo del personaje de esta novela. Todo hombre la siente en una u otra forma por razón del deseo último de perdurar -el sentimiento trágico de la vida, de Unamuno- ante la evidencia de la caducidad de ésta.

Señalados ya los aspectos más destacados de Fragancia de jazmines en relación con el poema clásico que en este caso utilizó Ayala: el Canto a Teresa, pasamos a ocuparnos ahora de un cuento de nuestro autor: Una boda sonada, que no es reelaboración ni réplica, sino un relato cuyo eje se encuentra en un verso de La Divina Comedia.


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