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Las mujeres en la prensa entre la Ilustración y el Romanticismo

Marieta Cantos Casenave


Universidad de Cádiz


ArribaAbajo1. Introducción1

La variabilidad del canon es un principio básico de la historia de la literatura, pero el de esta época no puede revisarse si previamente no se investiga toda la oferta literaria que se producía tanto en la edición venal exenta, como en la publicada en prensa, o en folletos, pues buena parte de los textos literarios que vio la luz en la prensa no conoció otro sistema de edición. De modo que, para desautomatizar la percepción de la historia literaria del primer tercio del siglo XIX, es necesario adentrarse en el mundo de la prensa que, a pesar del carácter efímero de muchos de sus títulos y de la urgencia combativa del momento, es mediadora en la difusión de buena parte de los escritos que no hubiera podido imprimirse sin acogerse a las páginas del periódico. Si últimamente viene aceptándose que la literatura del Romanticismo no puede explicarse sin recurrir a cabeceras como las Cartas Españolas (1831-1832), la Revista Española (1832-1835), El Artista (1835-1836), el Semanario Pintoresco Español (1836-1842), La Abeja (1834-1836), El Iris (1841), e incluso algunas anteriores como el Mercurio gaditano (1814), la Crónica científica y literaria (1817-1820?), El Europeo (1823-18), o Correo Literario y Mercantil (1828-1833), y también empieza a asentarse la idea de que, para completar y reajustar nuestra visión del alcance de la Ilustración española, es preciso -aunque no con la misma exigencia- adentrarse en las páginas de los periódicos, el estudio de la literatura que se publica en el tránsito de la Ilustración al Romanticismo no se ha hecho con la misma previsión de tener en cuenta la prensa periódica.

De haberse acercado a las páginas de los periódicos que se publican en España, el historiador de la literatura se hubiera dado cuenta de que además del debate político, o mejor dicho, para contribuir a movilizar la opinión pública y para ayudarla a implicarse en dicho debate, la literatura jugó un papel nada despreciable, recurriendo a los géneros y formas de la tradición, sí, pero también adaptándolos a la nueva coyuntura y reformulando sus contenidos, lenguaje y estilo. Igualmente hubiera notado, tal vez con alguna sorpresa, que las mujeres son convocadas específicamente a este nuevo espacio de la opinión pública2, que para ellas se publican periódicos, que se las anima a formar su opinión sobre cuestiones políticas, a ayudar al ejército en la medida de sus posibilidades y dentro de la parte de la esfera pública que les está reservada -filantropía, educación-. Aún más, que incluso algunas mujeres, para asombro de sus propios contemporáneos, se atrevieron -y esto es lo que ahora me interesa analizar- a hacer también suya la tribuna periodística, de modo que irrumpieron en un espacio que, al menos en teoría, estaba reservado a los hombres. Analizar esa producción en algún caso de bastante interés literario, y en otros fascinante al menos para la sociología del hecho literario por su contribución a la literatura de combate de esta época, es el fin último de este trabajo, que pretende además determinar hasta qué punto permanecen en su producción los rasgos de la literatura dieciochesca y en qué medida son permeables a los nuevos temas, a la nueva retórica, a las nuevas prácticas estéticas del momento.

Es verdad que algunas mujeres del siglo XVIII consiguieron abrirse un pequeño hueco en la república de las letras, aunque su participación fuera casi siempre reducida en número y limitada al ensayo de unos pocos géneros, pero también es cierto que buena parte de las obras de estas poetas, novelistas, traductoras, y cultivadoras de la prosa didáctico-ensayística, se llevó a cabo en mayor medida en la última década del siglo, en la que tuvieron un papel destacado Inés Joyes y Blake (Madrid 1731-Vélez-Málaga 1806?), Margarita Hickey y Pellizoni (Mallorca 1740-Madrid 1801?), María Gertrudis de Hore (Cádiz 1742-1801), Josefa de Amar y Borbón (Zaragoza 1749-1833), María Rita Barrenechea (Bilbao, 1757-Madrid, 1795), o María Rosa Gálvez de Cabrera (Málaga 1768-Madrid 1806), por citar algunas3. Y fue precisamente el escaso número de escritoras lo que permitió que incluso algunos hombres, no radicalmente misóginos como Quintana, consideraran que no era un problema que las mujeres accedieran a la palestra literaria:

La cuestión de si las mujeres deben dedicarse o no a las letras nos ha parecido siempre, además de maliciosa, en algún modo superflua. Los ejemplos son tan raros, y tienen ellas tantas otras ocupaciones a que atender más agradables y más análogas a su naturaleza y sus costumbres, que no es de temer que el contagio cunda nunca hasta el punto de que falten a las atenciones domésticas a que se hallan destinadas, y de que los hombres tengan que partir con ellas el imperio de la reputación literaria. No se ha manifestado bien hasta ahora qué tenga de perjudicial ni de ridículo el que algunas pocas den al cultivo de su razón y de su espíritu las horas que otras muchas gastan en disipaciones frívolas; y por último, la lista numerosa de las mujeres ilustres, que se han distinguido, no sólo en las artes y las letras, sino también en las ciencias, responde victoriosamente a los que les niegan abiertamente la posibilidad de sobresalir, y les cierran el camino de la gloria.4



Aun contando con que Quintana insiste en la idea de que la naturaleza no inclina a las mujeres a cultivar su intelecto y que su destino es el de atender a las tareas domésticas, tampoco les niega la posibilidad a aquellas que quieran cultivar su espíritu en esos momentos que otras ocupan, en su opinión, de manera más perniciosa. En este tímido alegato de Quintana sigue presente el discurso de las dos esferas que divide la actividad de los sexos en relación a la supuesta relevancia o no de su «alma» racional o sensible, de modo que la debilidad racional de las mujeres y una pretendida exacerbación sensible las recluiría al ámbito privado, para atender la esfera doméstica, el cuidado del marido y los hijos -o de los padres y hermanos en caso de ser soltera- mientras el espacio público y toda actividad desarrollada en él les sería vedado. Como puede comprobarse, la alabanza que dedica Quintana a las mujeres ilustres que se han distinguido al retinar su talento es de carácter excepcional y no implica aceptar que la escritura pueda ser una ocupación común al resto de las mujeres, de aquí que, al mismo tiempo, consciente o inconscientemente, admite el miedo de algunos hombres a compartir la gloria literaria, es decir a participar en la república de las letras en pie de igualdad, con las damas. En este mismo sentido, el uso de la palabra imperio es significativo de que, deliberadamente o no, el motivo por el que muchos hombres se muestran reticentes a que las mujeres cultiven las letras se debe a que la literatura, el derecho a opinar, a expresarse por escrito, es un modo de ejercer el poder, pues el prestigio intelectual que se deriva de esta actividad permite a los escritores participar de la vida pública revestidos de cierta autoridad.

En todo caso, no fueron tan escasas las mujeres que cultivaron las letras en el XVIII, lo que sí es cierto es que muchas lo hicieron desde las celdas de los conventos, de modo que su escritura no fue tan visible y mucho menos considerada como competencia por parte de aquellos hombres que sí temían la irrupción de las féminas en un ámbito que consideraban «naturalmente» masculino5.

El caso es que en el tránsito del XVIII al XIX las mujeres habían logrado, no obstante, dejarse ver y oír desde distintos espacios y esferas de actuación, aunque esto fue así más fácil y comúnmente en ciudades como Madrid, que en otras más alejadas del centro del reformismo ilustrado. De cualquier modo las mujeres de la Junta de Damas de Madrid, catorce aristócratas en el primer ingreso de 1787 y sesenta y seis al filo de 1800, no sólo pudieron aplicarse a actividades relacionadas con el ámbito de la beneficencia o la educación, considerados como propios de la «natural» sensibilidad femenina, esto es ocuparse de las escuelas Patrióticas, el Montepío de Hilazas, la Asociación de ayuda a las presas, y finalmente en 1799 la Real Inclusa, sino que asimismo pudieron dar a conocer sus actuaciones y las opiniones de sus socias gracias al Memorial literario, que además de haber acogido el debate previo a la creación de dicha Junta, se hizo eco también de los informes que estas damas redactaron para explicar sus criterios, o modificar los que tradicionalmente se habían seguido en las cuestiones que ellas asumían como suyas. La actividad de la Junta de Damas continuó hasta la Guerra de la Independencia, aunque la dispersión que provocó la coyuntura bélica hizo que se suspendiera en algunos momentos, y llegó aún más allá, pues las mujeres que quedaron en el lado francés siguieron desarrollando una labor que creían entonces aún más necesaria6 y algunas de las que hubieron de abandonar sus residencias consiguieron trasladar sus prácticas de sociabilidad y organizarse de nuevo.


ArribaAbajo1.1. Objetivos

Así pues, en primer lugar es necesario analizar los distintos ámbitos de la actividad femenina y los diversos modos de escritura que hubieron de generar tales ocupaciones, pero al margen de esta dedicación colectiva, que aún debe seguir estudiándose -y de algunos de estos textos me haré eco en las siguientes páginas-, debe reseñarse el esfuerzo individual que otras mujeres asumieron para conseguir demostrar que a las féminas les gustaba algo más que exhibirse y competir entre ellas por los hombres, y que mediando la educación, cultivando cada talento personal, las mujeres podían estar en igualdad con los hombres, aunque no siempre pretendieran por eso subvertir el orden establecido, como deja muy claro una de las mujeres más inteligentes de estos años, Josefa Amar, quien, por otra parte, desde la muerte de su marido y la de su hijo, abandonó toda tarea literaria. A otras, como a María Rosa Gálvez, les interesó defender su acceso al espacio público y ella lo hizo con energía y talento cuando dio a la luz su producción en 1804:

Atrevimiento es en mi sexo, y en estas desgraciadas circunstancias de nuestro teatro, ofrecer a la pública censura una colección de tragedias; pero espero que se me disculpe por el buen deseo que me estimula a promover o excitar los ingenios españoles, para que despreciando, como es justo, la mordacidad de los miserables, que les hacen tan indecente guerra, publiquen sus obras dramáticas. [...] Ni ambiciono una gloria extraordinaria, ni puedo resolverme a creer tanta injusticia en mis compatriotas, que dejen de tolerar los defectos que haya en mis composiciones con la prudencia que juzgo merece mi sexo. Si me engaña esta esperanza, estoy bien segura de que la posteridad no dejará acaso de dar algún lugar en su memoria a este libro, y con esto al menos quedarán en parte premiadas las tareas de su autora.7



Posiblemente el protagonismo que M.ª Rosa Gálvez concedía a las heroínas femeninas y especialmente su rebeldía no era algo que la crítica estuviera dispuesta a aceptar impunemente. El mismo Memorial literario que había servido para difundir las tareas de las socias de la Junta de Damas de Madrid, rechazaba que en escena se hiciera

guerreras y valentonas a las mujeres y que salgan a cada paso con espada en mano contra veinte o cuarenta hombres o un ejército entero; que en la caza corran tras de un oso o un jabalí; que en el estrado sean filósofas y aun escolásticas, de modo que parezcan que aprendieron todas las formas y figuras de los silogismos, es contra el común carácter de su sexo y por consiguiente impropias todas estas cosas en las comedias.8



Lo mismo daba en este caso que los autores de estas ficciones dramáticas hubiesen sido escritas por varones o autores desconocidos, aun menos podían ser admitidas si se trataba de autoras que proclamaban con rebeldía la calidad intelectual de las de su sexo.

De cualquier forma, lo cierto es que la mayor parte de estas mujeres ilustradas continuó cultivándose y escribiendo en la primera década del ochocientos, aunque la muerte o la guerra hacen que su rastro desaparezca entre 1806 y 1808, como ocurre con María Rosa Gálvez, para el primer caso, y con Josefa de Amar para el segundo9. Pero también se sabe que otras mujeres con motivo de esa misma guerra empezaron a dar a la luz sus escritos, aunque, como es lógico, la mayor parte de estos fue meramente circunstancial, de modo que su escritura no tendría continuidad pasado el conflicto bélico. No obstante, convendría prestar atención a aquellas mujeres que siguieron escribiendo más allá de aquella coyuntura, y averiguar si constituyeron casos verdaderamente excepcionales y, en cualquier caso, cómo afrontaron el reto de la escritura y de la edición de sus textos más allá de esas fechas, de modo que podrían componer una generación anterior a la de la explosión del Romanticismo ya en la década de los treinta, fechas en las que ya hubo mayor presencia de mujeres, y cuya obra y modo de escritura ha sido más atendida por la crítica. En esta primera aproximación, y a modo de cata, trataré de revisar, pues, los textos elaborados para o por las mujeres entre 1805 y 1815, aunque el estudio lo centraré en los folletos y escritos publicados en la prensa debidos a una pluma femenina y trataré de demostrar cómo en muchos casos estas damas sí se hicieron literatas para ser políticas, pues era la única manera de participar en la vida pública nacional. Ellas no esperaron a que se las convocara, aunque respondieron siempre a tales invitaciones, ni confiaron en que sus esfuerzos se verían de alguna manera premiados, para ellas era suficiente recompensa poder expresar su opinión, en plano de igualdad con los hombres.

Una vez examinados los datos de la contribución de estas escritoras a la producción literaria, cabría preguntarse por qué la presencia de estas mujeres desaparece de la república de las letras. Habrá que plantearse de qué manera les afectó la censura impuesta por Fernando VII y ver en qué momento, y de qué modo, se recupera esta literatura escrita por mujeres. Para eso -y quedará para otra ocasión- habría que investigar también con mayor detenimiento la producción literaria publicada o escrita entre 1815 y 1833 -sobre la que habré de pasar ahora de puntillas-, con especial atención a la redactada por mujeres.




ArribaAbajo1.2. Estado de la cuestión

Hasta la fecha, y con algunas excepciones, los acercamientos que se han realizado a las obras de las mujeres que escribieron en estos años de transición entre la Ilustración y el Romanticismo han procedido del mundo de la historiografía y de la historia de género, de modo que ha interesado más el contenido ideológico o polémico de sus escritos que los textos en sí. Si bien, los estudios sobre las escritoras realizados desde el campo de la filología o de la perspectiva de género sí han indagado en el ambiente que frecuentaron y que animó su tarea literaria, en la coyuntura que les permitió escribir, en las circunstancias en que pudieron o no publicar, y en la imagen con que se presentaron ante el público. Todo ello desde luego y como decía al principio en mayor medida para las escritoras de finales del XVIII que para las que continuaron su labor en la centuria siguiente.

En este sentido, son pioneros los trabajos de María Victoria López Cordón, Isabel Morant Deusa, Mónica Bolufer Peruga, Gloria Espigado Tocino y Ana María Sánchez.

Efectivamente, María Victoria López Cordón (1982) publicó un muy documentado estudio sobre «La situación de la mujer a finales del Antiguo Régimen (1760-1860)»10, en que repasaba las condiciones que marcaban la vida femenina a lo largo de un siglo, desde la educación que recibían, al trabajo que realizaban dentro y fuera del hogar, y su consideración ante la ley. Más de una década después (1996)11 se ocupó del papel de las traductoras en el siglo XVIII español, y recientemente ha dado a la luz un enjundioso ensayo sobre Josefa de Amar y Borbón (2005)12, de la que había editado anteriormente su Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres (1994).13

Isabel Morant y Mónica Bolufer han examinado las líneas de permanencia y cambio que afectan a la organización socio-política de los sexos en el tránsito del Antiguo Régimen al Liberalismo (1998)14. Mónica Bolufer ha analizado además de la presencia de la mujer en la prensa ilustrada (1995)15, el modo en que se construye el arquetipo femenino, siguiendo por una parte unos supuestos criterios científicos sobre la debilidad de la mujer y su consiguiente subordinación al hombre, así como otras consideraciones filosóficas acerca de la pretendida incapacidad racional de la mujer y su exacerbada sensibilidad, en Mujeres e Ilustración, la construcción de la feminidad en la España del siglo XVIII (1998)16. En esta misma línea, se ha ocupado de uno de los debates más significativos que atraviesa los proyectos del reformismo ilustrado (2003)17 y que va a marcar también la consideración de la mujer en el liberalismo. Se trata de la polémica sobre la presencia de la mujer en el espacio público y su relación con los hombres, hasta que en el XIX la mujer se vea confinada en el ámbito doméstico y prácticamente incapacitada para su participación en la arena política. De esa misma fecha y sobre la misma cuestión, aunque centrada principalmente en las tertulias y espacios de interacción cultural data el artículo de Isabel Morant18.

Ligando la perspectiva de género con la de la historia de la educación, Gloria Franco (1997)19 ofrece datos interesantes sobre algunas de las mujeres de más clara presencia pública en estos años y su vinculación con las Salesas.

A Gloria Espigado Tocino, junto con Ana Sánchez20, se debe una primera investigación sobre el tema específico del comportamiento político de la mujer en la época de las Cortes de Cádiz (1999), que ha ido revisando y matizando en sucesivos trabajos, donde además de la perspectiva política ha tenido en cuenta también otros esquemas de organización y presencia en la sociedad. Así se ha adentrado en la organización de la Junta de Damas de Cádiz (2003)21, y más ampliamente, siguiendo por una parte la propuesta de Thomas Marshall y por otra los caminos señalados por Mary Nash, ha profundizado en las dimensiones civil y social de la ciudadanía que demandan las mujeres de estos años (2003)22.

Pero, examinados el papel que la sociedad asigna a las mujeres, las resistencias que estas opusieron en el siglo XVIII, especialmente en sus últimas décadas, a verse confinadas en el ámbito del hogar, y analizadas las formas en que estas trataron de abrirse un resquicio para penetrar en la esfera pública, quedaba pendiente por avanzar en el conocimiento de cómo había afectado la coyuntura de la Guerra de la Independencia a la actividad femenina, y si se había producido alguna quiebra en la consideración social y política de las mujeres, aspecto este que tuvo una primera aproximación en el trabajo de Fernando Tomás Pérez González y Asunción Fernández Blasco (2001)23 y que tienen un relativo antecedente en el trabajo de María Cruz Romero Mateo (2000), dedicado al papel de la mujer de Mina, y una visión más completa y actualizada en un reciente trabajo (2006)24 de esta misma autora.

No mucho más se aporta en los capítulos 12 y 13 de la Historia de las mujeres en España (1997)25, en que apenas se ofrecen algunas ideas sobre la nueva importancia de imagen de la mujer, su educación, su presencia en el mundo del trabajo y muy poco sobre su participación política -con la excepción de algunos nombres como los de Agustina de Aragón y Manuela Malasaña, y los de algunas liberales desde Mariana Pineda a Teresa Panigo- y algo más sobre su incorporación al mundo de las letras.

En el ámbito trasatlántico destacan los trabajos pioneros de Evelyn Cherpak (1985 y 1995), sobre la participación de las mujeres en la Independencia americana. En ellos examina varios modos de intervención, en primer lugar, el de aquellas que actuaban como soldados y como espías; en segundo lugar, el auxilio a los heridos; en tercero la donación de dinero o abastecimiento, y por último, los castigos sufridos por destierro, pérdidas de seres queridos o de bienes materiales, hasta llegar a la indigencia. En otra línea, más atenta a la construcción del imaginario de las mujeres, se inserta el estudio de Alicia Tecuanhuey (2003), «La imagen de las heroínas mexicanas», en Víctor Mínguez, Manuel Chust, La construcción del héroe en España y México (1789-1847).

Además conviene tener en cuenta algunos trabajos de carácter panorámico, caso de la síntesis de Claire Brewster26 (2005), «Women and the Spanish-American Wars of Independence: an overview», donde ofrece una breve aproximación sobre el papel de la mujer en las sucesivas guerras de Independencia Americanas, a partir de las circunstancias que, según cada región, les habían permitido anteriormente desarrollarse de forma autónoma. El estudio concluye que la guerra posibilitó a las mujeres americanas abandonar su papel pasivo y dependiente, para convertirse en algo más que víctimas y testigos. Todo ello precisamente porque las instituciones necesitaban seguir manteniendo su actividad, de modo que las mujeres pudieron demostrar sus aptitudes cívicas, aunque el fin de la guerra las devolviera al estado previo en que las situaba el recién reinstaurado sistema patriarcal. Claire Brewster realiza además un repaso por el estado de la cuestión que muestra las deficiencias de buena parte de los estudios individuales o colectivos elaborados hasta la fecha, y que en ocasiones se centran en figuras casi míticas como la de Leona Vicario27 (1789-1842), en México.

Una visión actualizada se encuentra también en los volúmenes de la Historia de las mujeres en España y América Latina, tomo II (2005) y, especialmente en el tomo III (2006), de la colección dirigida por Isabel Morant, aunque el capítulo que existe en este último se limite prácticamente a una enumeración de casos.

De cualquier forma, el papel de la mujer en el tránsito del Antiguo Régimen al Liberalismo ha tenido últimamente una más decidida atención de la mano de Elena Fernández García, que ha ofrecido aportaciones valiosas como «El liberalismo, las mujeres y la Guerra de Independencia (1808-1814)», en Ocupación y Resistencia en la Guerra de la Independencia (1808-1814) (2007); y «Matronas y Heroínas: las mujeres en la propaganda y la prensa patriótica durante la Guerra de la Independencia (1808-1814)», comunicación presentada al XIII Coloquio Internacional de la AEIHM, «La Historia de las Mujeres: Perspectivas actuales», en prensa; y «Transgresión total y transgresión parcial en las defensoras de la patria», Mélanges de la Casa Velázquez (2008). De estos trabajos se pueden desprender algunas consideraciones significativas. En primer lugar, que hasta la fecha el tema de la lucha por la emancipación política femenina y la conquista del derecho a voto habían eclipsado otros asuntos no exentos de interés. Así puede señalarse el de las tensiones entre el papel al que la sociedad del Antiguo Régimen había confinado a las mujeres, las resistencias planteadas por ellas mismas a tal reduccionismo doméstico en las últimas décadas del XVIII, y la actividad real que la mujer había desempeñado durante la Guerra de la Independencia. En esta coyuntura, por una parte la propaganda oficial persiste en mantenerla en el ámbito privado, destacando su entrega maternal y realzando su papel de salvaguarda de los valores religiosos y familiares, y, por otra, la necesidad de fomentar la sensibilidad patriótica hace de ella un símbolo de la lucha del pueblo español contra el invasor extranjero, tanto en el terreno privado como en el público. De manera que la mujer se encuentra en una situación de ambivalencia entre el rol de madre y la necesidad de invadir nuevos espacios públicos para la defensa de esos mismos valores, especialmente en el caso de las guerrilleras que lucharon de consuno con los hombres en el campo de batalla28.

Además, la celebración del Bicentenario de la Guerra de la Guerra de la Independencia ha favorecido la publicación de algunos títulos en los que la figura de la mujer asoma brevemente por alguna de sus páginas. Esto ocurre en el de Ricardo García Cárcel, El sueño de la nación indomable. Los mitos de la Guerra de la Independencia, Edición Temas de Hoy, «Historia», Madrid, 2007. Sin entrar a discutir su validez para otras cuestiones, lo cierto es que las escasas seis páginas dedicadas a la mujer sólo contienen un ligero repaso a su intervención en la guerra, fundamentalmente revisando lo ya investigado por Elena Fernández y por mí misma -para el caso de Frasquita Larrea-, así como actualizando algunos datos de trabajos clásicos sobre los Sitios de Zaragoza y Agustina de Aragón29. Es cierto, como afirma García Cárcel, que la literatura de las patriotas de estas fechas no es muy amplia en comparación con la producida por hombres, pero creo que el casi centenar de textos que aquí ofrezco, a modo de cata, puede ser tan representativo en cantidad como la literatura memorialística, de la que el propio García Cárcel destaca particularmente las 114 autobiografías desempolvadas y estudiadas por mi compañero Fernando Durán30. Aún menos novedad ofrece el breve artículo de María Antonia Fernández Jiménez, «La mujer en la Guerra», pues, si bien, se trata de una reelaboración sintética para el catálogo de la exposición España 1808-1814. La nación en armas (2008), parece desconocer las investigaciones más recientes. En cambio, Valentina Fernández Vargas (2008), a través de la investigación en los expedientes personales del Archivo General Militar de Segura, sí que ofrece datos curiosos sobre la relación que llegaron a tener algunas mujeres durante la guerra y cierto tiempo después de la misma.

Desde una óptica filológica varios investigadores se han preocupado por examinar la contribución de las escritoras a la república literaria, aunque en gran medida sin llegar a traspasar la fecha de 1808. En esta línea se sitúa el valioso trabajo panorámico de Emilio Palacios Fernández (2002), La mujer y las letras en la España del siglo XVIII31 así como la tesis de María Pilar Zorrozúa (1999)32 que si bien se queda justo a las puertas de los límites cronológicos que me interesan ofrece un interesante punto de partida, al proporcionar unas consideraciones muy pertinentes para este trabajo acerca del modo en que las autoras se muestran o no conscientes de su diferencia, acusan o no los prejuicios masculinos que condicionan su escritura y reivindican o no su derecho a irrumpir en la república literaria.

Igualmente resulta oportuno recordar los documentados y clarificadores estudios de Fernando Durán López sobre las memorias de los protagonistas del tránsito al régimen liberal (2004), y los más concretos sobre las autobiografías religiosas (2002) y sobre las más específicamente femeninas (2007), donde propone una esclarecedora visión acerca de las tensiones que se plasman en esta escritura conventual femenina entre la obediencia al mandato de la escritura, la necesidad vital de escribir sus propias experiencias y el ajuste de los relatos a los imperativos de sus confesores33.

En una línea más panorámica deben destacarse las antologías de textos ofrecidas por Virginia Trueba Mira, en «Mujeres ilustradas: «El alma no es hombre ni mujer», (2003), y sobre todo en el ameno y claro volumen El claroscuro de las luces. Escritoras de la Ilustración española, (2005), donde la selección de textos de la Condesa de Montijo, en su condición de miembro de la Junta de Damas, de la periodista Beatriz Cienfuegos, la pedagoga Josefa Amar y Borbón, la traductora Inés Joyes, la dramaturga María Rosa Gálvez y la poeta Margarita Hickey, viene precedida por una cuidada introducción en la que ofrece una apretada pero iluminadora síntesis sobre la imagen que los hombres trataron de proyectar sobre las mujeres y su actividad, los intentos de irrumpir en el espacio público, el episodio de la incorporación a la Sociedad Económica de Amigos del País, los prejuicios que lastraron la actividad literaria de las mujeres y el modo en que sus antologadas trataron de salvarlos y de justificar la validez y calidad de su obra34. Otra antología de textos femeninos de reciente aparición es la de Inmaculada Urzainqui (ed. lit.), «Catalín» de Rita de Barrenechea y otras voces de mujeres en el siglo XVIII (2006), en la que incorpora textos de Rita Barranechea, Teresa González, Josefa Amar, Innés Joyes, María Rosa Gálvez y Juana Vergés35. Yo misma he ofrecido una selección de textos de Frasquita Laerra, junto a otros de su hija Cecilia Böhl de Faber, la futura Fernán Caballero (2006)36.

A todo lo anterior hay que añadir los estudios, alguno de ellos de fecha muy reciente, dedicados a recuperar la figura de una serie de escritoras que vivieron entre las últimas décadas del siglo XVIII y las primeras del XIX, como el clásico de Paula Demerson sobre María Francisca de Sales Portocarrero, el de Milagros Fernández Poza sobre Frasquita Larrea, el de Frederique Morand sobre María Getrudis de Hore y los últimamente dedicados a María Rosa de Gálvez, a María Joaquina de Viera y Clavijo y a Rita Barrenechea, en los que he podido rastrear más datos sobre el acceso a la escritura y la importancia que daban a la prensa estas mujeres37.

Si afortunadamente los dieciochistas y algunos investigadores de los temas de género han empezado a rescatar la labor de estas escritoras de finales del setecientos, no puede decirse lo mismo, salvo contadas excepciones, de aquellas que contribuyeron a la literatura en las primeras décadas del XIX. Claro que el principal problema que afecta al conocimiento de lo que escribieron las mujeres en estos años es que, en general, se sabe muy poco de la literatura de estas fechas, independientemente de la autoría masculina o femenina de las obras, aunque indiscutiblemente, esa ignorancia sea mucho más llamativa en unas modalidades literarias que en otras.

Puesto que la literatura de la Guerra de la Independencia y Cortes de Cádiz tiene como fin primordial persuadir, no es extraño que el género de las oraciones, del discurso retórico sea abundante, lo mismo que las fórmulas didáctico-ensayísticas serán profusamente cultivadas, y, sin embargo, aún no se le ha prestado la atención que merecen, si bien, empiezan a darse pasos en firme como puede desprenderse de los trabajos publicados en el primer volumen de esta obra por Jesús Martínez Baro y María Rodríguez Gutiérrez (2006)38, y del estudio elaborado conjuntamente por Emilio Palacios Fernández y Alberto González Troyano, «La pluralidad polémica: ensayistas y políticos de 1789 a 1833» (2004)39.

La poesía y el teatro son los géneros que más atención han recibido y de ello pueden dar cuenta las investigaciones de Ana María Freiré, López, Índice bibliográfico de la colección documental del fraile, Servicio Histórico Militar, Madrid, 1983; Poesía popular durante la Guerra de la Independencia española (1808-1814). Índice de las composiciones publicadas en la prensa periódica y en folletos de la Colección Documental del Fraile, Grant & Cutier, Londres, 1993; y junto con Paul J. Guinard, «La prensa española del siglo XVIII», en Guillermo Carnero (coord.), Historia de la literatura española. Siglo XVIII, Espasa Calpe, Madrid.

Merecen destacarse también los trabajos de Francisco Bravo Liñán, quien desde que realizara su tesis doctoral La poesía de la prensa gaditana del siglo ilustrado (edición en microfichas, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1997) ha dedicado numerosos estudios a la poesía de estas fechas, y ha ofrecido una antología, La poesía en la Prensa del Cádiz de las Cortes (1810-1813) (Fundación de Cultura del Ayuntamiento de Cádiz, «Biblioteca de las Cortes de Cádiz» n.º 4, 2005), que puede servirnos para conectar la labor de estas mujeres en relación con el contexto poético general. Los textos están precedidos de un análisis sobre las características de estas inserciones poéticas en la prensa gaditana.

Asimismo cabe reseñar los de Alberto Romero Ferrer, especialmente, «Desde el clavel y la espada entre 1789 y 1833: una poesía de combate al servicio de los cambios políticos», en La ilusión constitucional: pueblo, patria, nación, ed. A. Ramos Santana, Cádiz, Universidad, 2004, pp. 151-162; y los publicados conjuntamente con Beatriz Sánchez Hita, «La literatura en armas: prensa, teatro y poesía en las Cortes de 1812», en Prensa y Publicística en las Cortes de Cádiz: Fondos Documentales de la Biblioteca Municipal, Catálogo de la Exposición celebrada en Cádiz del 3 de noviembre al 5 de diciembre de 2005, Cádiz, Ayuntamiento, y «La Literatura Española en la época de la Guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz», en Literatura Española del Siglo XVIII, en www.liceus.com/cgi-bin/aco/lit/01/0112.asp#xviii.

Igualmente, me parece de bastante interés la línea de análisis iniciada por Marián Pérez Bernal, en relación con la Filosofía del Lenguaje, en «Oda a la Nueva Constitución». Replanteamiento de la cuestión del significado a partir de la poesía política del siglo XVIII», en Nación y Constitución. De la Ilustración al Liberalismo, Cinta Canterla (ed.), Consejería de Innovación, Ciencia y Empresa de la Junta de Andalucía, Universidad Pablo de Olavide, Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII, Sevilla, pp. 377-390, pues con esta propuesta se abre un nuevo acercamiento a estos textos políticos que puede dar muchos frutos.

Para el teatro, pueden citarse el clásico estudio de Francisco Aguilar Piñal, Cartelera prerromántica sevillana. Años 1800-1836, CSIC, Madrid, 1968, así como el pionero ensayo de Enmanuel Larraz, «Teatro y política en el Cádiz de las Cortes» (1974). A ellos cabe sumar los de Rosalía Fernández Cabezón, «Constitución, patria y libertad en el teatro breve del primer cuarto de siglo», en Lecturas sobre 1812, Cádiz, Ayuntamiento, 2007 y «El teatro político de Félix Enciso Castrillón» (2007), además de un estudio sobre «La mujer guerrera en el teatro español de fines del siglo XVIII» (en Anuario de Estudios Filológicos, XXVI 2003), que si bien no alcanza al periodo clave de que me ocupo si permite tener algunos datos sobre la imagen escénica de estas heroínas que cobraría protagonismo real durante la Guerra de la Independencia.

Con más dilatada dedicación se ha ocupado de este asunto Alberto Romero Ferrer, «Teatro y política (1789-1833): entre la Revolución francesa y el silencio», en Joaquín Álvarez Barrientes (coord.), Se hicieron literatos para ser políticos. Cultura y política en la España de Carlos IV y Fernando VII, Biblioteca Nueva - Universidad de Cádiz, Madrid, 2004, pp. 185-242; «La escena: tribuna política en el primer liberalismo español», en Redes y espacios de la opinión pública (Actas de los XII Encuentros de la Ilustración al Romanticismo), ed. Marieta Cantos Casenave, Cádiz, Universidad, 2006, 203-208; «La recepción de La viuda de Padilla en la prensa de 1812» (2008), y Las lágrimas de Melpómene: Quintana, Martínez de la Rosa y Marchena, Fundación Municipal de Cultura, Cádiz, 2007, así como María Mercedes Romero Peña, que en la Universidad Complutense de Madrid, de la mano de Emilio Palacios, analiza el teatro político de estos años, en trabajos como El teatro en Madrid durante la Guerra de la Independencia: 1808-1814, Fundación Universitaria Española, Madrid, 2006, «Nacimiento del teatro político: la lucha en el escenario de serviles y liberales» (2007) y «Ensayo de una poética del teatro de la guerra» (Cambio político y cultural en la España de Entresiglos, Universidad de Cádiz, Cádiz, 2008), igualmente, los de Ana María Freire López, y «El teatro político durante el reinado de Fernando VII», en Historia de la Literatura española. Siglo XIX, I, Guillermo Carnero coord., Espasa-Calpe, Madrid, 1997, pp. 293-300; y «La literatura en armas» (Cambio político y cultura en la España de Entresiglos, Universidad de Cádiz, Cádiz, 2008), pues aunque apenas existan en ellos referencias a trabajos femeninos, sin embargo permite analizarlos en su contexto dramático.

Otros géneros como los narrativos y ensayísticos han quedado más relegados y, sin embargo, tanto durante la Guerra de la Independencia, pero especialmente después, a partir de la reunión de las Cortes de Cádiz, tuvieron enorme relevancia, y sobre todo adquirieron una ductilidad y un vigor nuevo que justifica que sea a los textos de este periodo (1808-1814) a los que deba prestarse mayor diligencia y aplicación en las siguientes páginas, como han empezado a procurar Jesús Martínez Baro y María Rodríguez Gutiérrez40. Lo cierto es que, especialmente en el caso de los didáctico-ensayísticos -y particularmente los destinados a la exposición oral, caso de proclamas y bandos- su carácter efímero, la dificultad de recuperarlos y su escasa consideración literaria ha determinado que muy pocos se hayan ocupado modernamente ni siquiera de reeditarlos. Una excepción puede ser, no obstante, el libro de Sabino Delgado, Guerra de la Independencia. Proclamas, bandos y combatientes, en la colección «Biblioteca de Visionarios, heterodoxos y marginados», de Editora Nacional, Madrid, 1979, que lamentablemente, se limita a ofrecer una selección de textos sin ofrecer los criterios de su antología ni una introducción que encuadre dicha producción, limitándose a presentarlos como «porciones de la historia desconocidas y olvidadas», que interesan por su rareza, aunque presentan una «visión limitada y parcial de los acontecimientos». No obstante, el editor indica en notas a pie de páginas las fuentes de donde proceden sus textos: el libro de Enrique Rodríguez Solís, Los guerrilleros de 1808, Madrid, 1887; la Colección de documentos interesantes que pueden servir de apuntes para la historia de la revolución de España, por un amante de las glorias nacionales, Imprenta de Madrid, 1808; la Colección de proclamas, bandos, órdenes, discursos, estados de ejército, y relaciones de batallas publicadas por las Juntas de Gobierno, o por algunos particulares en las actuales circunstancias, Cádiz, 1808 (vols. I, II y III), esto es, el volumen titulado Demostración de la lealtad española, aunque Delgado omite este título, así como la referencia a la imprenta gaditana de Jiménez Carreño, el libro de José Gómez de Arteche y Moro, Guerra de la Independencia. Historia Militar de España, 1808-1814, Madrid, 1868; casi todos ellos en la Biblioteca del Senado, así como algunos papeles sueltos -principalmente algunas proclamas anónimas e himnos- depositados en la misma biblioteca.

De todas formas aún queda mucho por conocer en cuanto al papel de la mujer no sólo como escritora, sino también como lectora y colectora de toda esta literatura política, por poner un caso, se sabe que algunas damas como Asunción de Bellvís y Moneada (1796-1847), hija única de los marqueses de Duero y casada con José Ramírez de Haro que desde 1814 era X conde de Bornos, conservaba numerosas colecciones de proclamas y otros textos patrióticos, de los que algunos como el volumen España triunfante de Napoleón, la Francia y todos sus enemigos: colección general de proclamas, exhortaciones, alarmas, pastorales, sermones... se encuentran hoy en la Biblioteca Complutense de la Compañía de Jesús de la Provincia de Toledo en Alcalá de Henares, lo mismo que otros sueltos41.

También he localizado los nombres de algunas mujeres entre los suscriptores de la colección Demostración de la lealtad española. Entre los 171 que se incluyen en la reimpresión gaditana del tomo II, figuran seis señoras: María Ruiz Calderón, la Sra. Marquesa Viuda de Casa Rábago, la Excma. Señora Doña Julia de Roxas, la Sra. Dña. Catalina Josefa de Paúl, la Sra. Viuda de Gastón42 es decir un escaso 0.03% -en el que figuran por cierto dos viudas-, porcentaje bastante inferior al que representan como abonadas a colecciones de novelas o incluso de periódicos, aunque convendría contrastar estas cifras con las de otras posibles listas y ver, en todo caso, si estos datos se recuperan después de la guerra43. Pero por ahora, empezaré por examinar las circunstancias que permitieron a la mujer saltar a la arena política española.




ArribaAbajo 1.3. Las mujeres y la coyuntura política: de la Guerra de la Independencia a las Cortes de Cádiz

Desde el principio, la guerra contra el francés no sólo es noticia, sino que lo empapa y trasciende todo, penetra cada esfuerzo de la colectividad y muchas veces la del propio individuo. Este carácter de «guerra total»44 implica una exigencia informativa que obliga a un juego libre entre la oferta y la demanda que rompe con el esquema tradicional de una «oferta limitada, una información vigilada» que hasta la fecha condicionaba la mecánica del procedimiento informativo45. En Cádiz, por ejemplo, dentro aún de la sistemática vigente, Tomás de Morla firma un bando a 29 de mayo de 1808 en el que anima a «que se formen e impriman proclamas por D. Fernando Séptimo y que se circulen a todos los pueblos del reinado de esta ciudad y demás que convenga»46, pero este tipo de exhortaciones a la publicidad de la opinión conllevaba en sí un riesgo, al provocar una actuación múltiple difícilmente controlable por un poder paulatinamente debilitado47. Todos estaban invitados a escribir, aunque pocos pudieran en la práctica hacerlo y, desde luego todos eran objeto de la actividad propagandística, y sujetos de una avidez periodística, de un deseo de conocer lo que iba ocurriendo, que provocó una convulsa efervescencia tipográfica. Conseguir la adhesión de todos a la causa antifrancesa era un objetivo fundamental.

Dada la febril actividad impresora, tanto en el bando afrancesado como en el patriota, los papeles públicos debían llegar a manos de todos, en las casas, en las esquinas y puertas de las calles, en los corrillos de las plazas, en los cafés, en las tertulias, de modo que los hombres, pero también las mujeres, en uno y otro bando, se vieron inmersos en esa marea propagandística. Hasta tal punto que algunas como Frasquita Larrea confiesan haberse empezado a interesar por la política, gracias precisamente a las informaciones que podían leer -o tal vez escuchar, en otros casos- en los periódicos48.

La necesidad de implicar a todos en esta guerra contra un «coloso» hace que muy pronto las mujeres sean también objeto de atención por parte de las juntas provinciales y en general de todos los implicados en la dirección del país, para que, siempre dentro de los límites de la domesticidad que se considera su ámbito natural de actuación, puedan contribuir a sostener el combate contra el invasor. Lo cierto es que algunas, contagiadas del celo patriótico que se vivía por aquellas fechas, excitadas por el fervor que concitaba la propaganda bélica y movidas desde luego por el padecimiento de una contienda en la que el ejército napoleónico no dudaba generalmente en aplicar toda su fuerza, decidieron arrimar su brazo a la lucha contra el francés.


1.3.1. Las heroínas

Aunque excepcionales, no cabe olvidar a unas cuantas mujeres que llegaron incluso a entrar efectivamente en acción. La más famosa, sin duda, Agustina Zaragoza, conocida con los apodos de «La Artillera» o de «Agustina de Aragón» (1786-1857), que tras su intervención en los sitios de Zaragoza obtuvo el grado de subteniente de la mano del general Palafox, y cuya fama le llevó a Sevilla y a Cádiz49, siendo invitada por el general Blake y el marqués de Lazan -cuñado de Tomasa Palafox-, para volver nuevamente a la lucha, y ser recibida en agosto de 1814 por Fernando VII. En aquella ciudad aragonesa sobresalieron también Manuela Sancho -que destacó como artillera en la defensa del Convento de San José-, Casta Álvarez (1786-1846) o María Agustín, entre otras50. En Madrid el 2 de mayo, se alzaron Manuela Malasaña Oñoro, Benita Sandoval, y Clara del Rey, que por sucumbir mientras luchaba junto a su marido y sus hijos se convertiría en símbolo de la madre heroica. También se recuerda especialmente a Clara Michel y Felipa Vicálvaro, que por su juventud simbolizarían a otras tantas víctimas inocentes. Estas y otras muchas, que aun hoy permanecen en el anonimato, fueron recordadas y presentadas como modelos de valentía en algunas proclamas del momento, que invitaba a hombres y mujeres a seguir el ejemplo heroico de las madrileñas51. Como heroínas colectivas se recuerda también a las Religiosas víctimas inmoladas en el corazón de España por la restauración y felicidad de su perseguido monarca el Señor Don Fernando [sic] el VII (que Dios guarde) (1808).

Menor fama tuvo María Bellido de quien se destaca la ayuda que prestó a los españoles con el suministro de agua en Bailén, y especialmente su valor cuando una bala destrozó el cántaro que ofrecía a Reding52. La temprana muerte de ambos protagonistas hizo que el nombre de esta jienense de Porcuna cayera prácticamente en el olvido, aunque los centenarios de la efemérides vuelven a rescatar su memoria y la convierten en heroína local, al menos coyunturalmente al haberse erigido en la protagonista de la novela El cántaro roto (2008) de Andrés Cárdenas. Los estudios que en los últimos años se vienen realizando sobre la Guerra de la Independencia han descubierto igualmente la gesta de Jerónima López, «la Pelada», una señora pudiente que decidió establecer en Ronda una casa para ayudar a los necesitados y aprovechó su atractivo para sonsacar información a los soldados franceses y trasladarla a los guerrilleros de la comarca53. Otras heroínas son la cordobesa Ana Cirujano, a cuya casa en Blázquez acudían los guerrilleros en busca de información54, y María García «la Tinajera», que también ha merecido la atención de algunos historiadores55.

En Badajoz, el protagonista heroico de la sublevación popular contra la abdicación de los Borbones y a favor de la causa fernandista lleva también nombre de mujer. Parece que fue María Cambrero la persona que arrebató una mecha a uno de los soldados y disparó un cañón con el que inició la habitual salva en honor de la onomástica de Fernando VII, en contra del parecer de las autoridades militares que esperaban órdenes de sus superiores56. Una muestra, por cierto, de cómo iba calando la creación del mito del rey cautivo y su transformación en «el Deseado».

Ensalzada en su época, aunque hoy apenas se la recuerda, María Ángela de Tellería, de Elguera (Guipúzcoa), consiguió liberar en 1809 en Durango a unos prisioneros que iban a ser conducidos a Francia57. Del mismo modo, la portuguesa Carmen Silva logró sacar de un barco a «una terrible multitud de jefes, oficiales, sargentos y soldados españoles que llegaron a Badajoz y contribuyeron mucho a la formación del ejército de Extremadura». Estas gestas, convertidas en historias ejemplares fueron publicitadas en los periódicos años más tarde, en 1811, en un intento más de fortalecer el espíritu patriótico58. Carácter ejemplarizante que puede explicar que tales relatos biográficos compartan una construcción narrativa similar, e incluso contengan detalles coincidentes, caso de las estrategias empleadas por las heroínas para engañar al enemigo, y que coincide con el de otras gestas femeninas como la de Margaret Cochran Corbin, capitán Molly, quien a la muerte de su marido, toma las riendas del cañón que éste había dejado abandonado59. La memoria de esta heroína, así como su legado, será reivindicado por las «Hijas de la Libertad».

Los periódicos nos informan asimismo de otras actuaciones como la de la denominada «heroína de Cuevillas», una mujer natural de Miranda de Ebro nombrada comandante con permiso de la junta superior de Molina de Aragón por su heroicidad. El Diario de Mallorca de 12 de diciembre de 1809 destaca de su actuación contra los franceses que «la nueva Judit los despojó de sus robos». Asimismo este mismo diario recuerda a la «heroína de Nieva»60, una mujer con grado de capitán que atacó a un correo francés y a su séquito. El redactor, entusiasmado, advierte: «No te fatigues Napoleón en conquistar una nación donde nacen las verdaderas Amazonas». Se va conformando así, desde muy pronto, este imaginario de la «mujer viril», que se sustentaba literariamente en el papel de la mujer travestida de soldado de la tradición teatral -rechazado por los ilustrados de finales del XVIII, pero aplaudido por el público61- y en los grabados de las «mujeres fuertes» de la Biblia, que no hacía muchos años habían sido publicados primero en la imprenta de Antonio Sancha entre 1774 y 1778, donde destacan Abigail, Esther, Raquel, y especialmente Judith, y Jael, y luego, en 1794, en la traducción de la Galería de mujeres fuertes del francés Pedro Le Moyne62.

También el Diario de Mallorca63 se hace eco de la actuación de otras heroínas, las de la Compañía de Señoras Mujeres de Gerona, de la que poco a poco se va averiguando algo más. Fue creada por el marqués de Coupigny por decreto de 22 de junio de 1809, para tratar de canalizar y reconducir, por los derroteros de lo comúnmente aceptable, la actuación heroica de algunas mujeres como María Marfá i Vila, Josefa Demá, «La Perrota» y otras. Según ese decreto la recién creada compañía de mujeres constaría de una fuerza de doscientas individuas que debían ser «jóvenes, robustas y de espíritu varonil», al mando de tres comandantas, aunque la organización se comisionaba a los ciudadanos Juan Pérez Clarás y Baudilio Farré Roca. Las misiones que se les encomendaba eran las propias de una unidad de abastecimiento y apoyo: socorrer a los heridos y evacuarlos a los hospitales así como el sostenimiento puntual de los combatientes proporcionándoles munición de boca y de guerra. Una instrucción de tres de julio de 1809 del Gobernador Interino de la Plaza de Girona, Álvarez de Castro, dispuso que la «Compañía de Señoras Mujeres de Girona» pasase a denominarse en el futuro «Compañía de Santa Bárbara». Muchas de ellas se habían distinguido, siendo aún voluntarias, en la acción del castillo de Montjuich, algunas resultaron heridas en diversos combates y recibieron diversas condecoraciones y reconocimientos, y aun otras fallecieron en acción de guerra. Cabe destacar que estas mujeres, algunas de las cuales llegaron a ostentar los empleos de Sargento, tenían relaciones de parentesco con militares de diversos regimientos, a quienes habían empezado por acompañar, asistir o suplir en caso de herida o fallecimiento. Muchas de ellas eran solteras, algunas casadas y unas cuantas viudas, y su edad oscilaba entre los trece años y los cuarenta y cuatro. Más de la mitad, ochenta y tres de las ciento treinta y una, no alcanzaban los veinte años64.

En situación similar se halló María Martina Ibaibarriaga Elorriaga (1788-1849), que decidió vestirse con las ropas de su hermano para vengar la muerte de éste, y la de su padre, a manos de los franceses en agosto de 1808. Se alistó en el ejército, destacando en los combates de Gamarra, Barbastro y especialmente en la batalla sostenida en Vitoria en junio de 1813, donde llamó la atención del general Wellington. Llegó a ser teniente coronel. Tras la guerra se casó con el teniente Félix Asenjo y tuvo un hijo.

Todavía en 1812 una anónima heroína de Estepa, arcabuceada por haber asesinado a varios soldados franceses, es homenajeada en El Conciso de 19 de octubre de 1812, y unos meses después en el Diario de Mallorca65. En ese mismo verano de 1812 había sido ejecutada una anónima antequerana, «bravía», que había perseguido y dado muerte a catorce franceses, algunos meses atrás66. En la América hispana también se detectaban conductas similares. De ello da cuenta la Gaceta de la Regencia que refiere que cuatro habaneras habían solicitado formar una compañía de cien mujeres con la aspiración a ser instruidas en el manejo de las armas para poder unirse después al ejército peninsular67.

Esa especial participación de las mujeres llamó también la atención del periódico oficial josefino. En la Gaceta de Madrid se publicó un artículo bajo el epígrafe «Política» y firmado con la inicial M. -tal vez, Marchena-, que comenzaba planteando «¿Por qué en la insurrección española las mujeres han mostrado tanto interés, y aun excedido a los hombres en el empeño de sostenerla?»68. El articulista se ampara en el tópico de la sensibilidad femenina para explicar que en tiempos de desorden y revolución las alteraciones afecten más a las mujeres. Además, lo mismo que sostendrían otros publicistas del bando patriota -recuérdese la propuesta del editor de El Amigo de las Damas (Cádiz, 1813)-, en opinión del autor del artículo, los hombres sucumben al contagio de la pasión amorosa y por eso la propaganda bélica ha tratado de imbuir a las mujeres del odio contra lo francés. Esto no era difícil, a su juicio, por el amplio poder que la religión tenía sobre las mismas y, más aún, cuando en calles, plazas e incluso templos, se habían propalado lo que considera tremendas falsedades:

que nuestros altares serían destruidos; que solo la impiedad tendría templos, y que no podríamos vivir y morir en la religión de nuestros mayores. ¿Pues cómo las piadosas españolas habrán oído esto sin conmoverse? Era tomarlas por su flanco: no podía usarse de arma más terrible: estos cuentos ridículos se repitieron; el calor se aumentó; el egoísmo aprovechó sus momentos, usó de su autoridad y de su influjo, persuadió, negó, y no perdonando fatiga, consiguió que la pasiones llegasen hasta el punto de frenesí, como llega siempre que se mezclan errores religiosos. La historia dirá los autores de estos males: respeto mucho a los hombres aun en sus extravíos para darles en cara con ellos; pero es cierto que si en vez de un celo amargo y sanguinario, hijo del error, se hubiera tomado el evangelio en la mano, y se hubieran inculcado las máximas de su moral, el mal, o se hubiera cortado en su principio, o hubiera tenido mucho menos fuerza. La mansedumbre evangélica jamás ha aprobado los rigores y crueldades: la ley que predica una caridad universal no se mezcla en turbulencias políticas: la Providencia es el árbitro de los imperios y el sagrado código de nuestra moral lo es también de los documentos de paz y de subordinación.69



Así pues, es claro que, desde su punto de vista, no es la divinidad la inductora de esta violenta campaña antifrancesa, sino sus ministros que han olvidado el verdadero espíritu evangélico. De esta forma se explica que, entre el temor de verse despojadas de sus hijos, padres y esposos o amigos, así como de la posibilidad de seguir profesando la religión de sus mayores, las mujeres, espoleadas por estos sermones, dieran salida a su mayor agresividad para defender lo que creían ver en peligro.

Pero, no todas las mujeres tuvieron el arrojo, tal vez siquiera la ocasión de empuñar las armas, de modo que algunas optaron por sumarse al entusiasmo patriótico a través de otras actuaciones no tan pegadas a la primera línea de batalla, aunque no siempre exentas de peligro. La Condesa viuda de Bureta, María de la Consolación de Azlor y Villavicencio (1773-1814), cuando aún vivía su marido el conde Juan Crisóstomo López Fernández de Heredia, mantenía una tertulia en su casa de Zaragoza, que continuaría a la muerte de este en 1805; allí, al parecer, la condesa mantenía una postura muy comprometida con la posibilidad de que el futuro Fernando VII tomara el relevo de su padre. Luego, cuando en junio de 1808 llegaron los franceses a la ciudad, la condesa acudió con otras mujeres al Hospital de la Sangre para asistir a los heridos. Desde el mes de agosto se ocuparía del servicio de aguas para los hombres en las trincheras, además de organizar en la cocina de su casa la comida para los defensores, e incluso, parece que dispuso dos piezas de artillería para defender el lugar. Levantado el sitio, continuó la tertulia, y cuando en enero de 1809 se produjo el segundo sitio, casada desde finales de agosto con Pedro María del Ric, Vizconde de Valdeovinos, hubo de abandonar la ciudad con sus hijos, pues la epidemia había acabado con su madre, y ella se encontraba enferma, aunque no moriría hasta años más tarde70. De hecho, la condesa de Bureta, con motivo de la visita de Fernando VII a la ciudad en abril de 1814 participó activamente en su agasajo71.

La ciudad de Zaragoza recuerda también la heroica labor asistencial de las citadas Casta Álvarez, Manuela Sancho -nacida en 1784, y que llega con sus padres muy niña a Zaragoza72-, así como la de la Madre María Rafols Bruna, (Villafranca del Penedés 1781-Zaragoza 1853), que hacia 1804 viene desde Barcelona a trabajar en el Hospital de la Sangre, y desde 1812 dirigirá la inclusa y fundará la congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, cuyos estatutos fueron aprobados en 182473.

Esta actitud combativa no fue exclusiva de las españolas, pues también existen noticias de similar comportamiento entre las de América, aunque de ellas se tengan informaciones dispersas. Una de las más famosa fue la ya mencionada Leona Vicario, convencida patriota, considerada hoy no sólo como heroína de la Independencia, sino como la primera mujer periodista de México. Leona participó en algunos combates, sirvió de correo, y proveyó de armas y comida al ejército rebelde; pero fundamentalmente se convirtió en una eficaz transmisora de información, al poder enviar mensajes en clave sobre los acontecimientos al periódico El Ilustrado Americano, que dirigía su marido, Andrés Quintana Roo. Al parecer, Leona llevaba consigo una pequeña imprenta que le servía para difundir noticias sobre lo que sucedía en el frente de batalla. Al ser descubierta, es procesada el 13 de marzo de 1813 y sentenciada a permanecer en el Convento de Belem de las Mochas, en Ciudad de México. A este pueden añadirse los nombres de Josefa Ortíz de Domínguez, también en México, así como el de Ana Iraeta de Mier, en el bando realista, al frente de las «Patriotas Marianas» que, bajo el amparo de la Virgen de los Remedios trataba de combatir a los revolucionarios y su Virgen de Guadalupe74; los de Francisca Prieto y Ricaurte, Policarpa Salvatierra «La Pola» y Andrea Ricaurte de Lozano -autora de una relación sobre el destino de esta última heroína que sería fusilada en 1817 por incitar a las guerrillas a la resistencia75-, y los de Mariana Lazarín, y Ángela Gama, «La Habanera», en Nueva Granada (Bogotá); el batallón de mujeres que, en abril de 1811, se organizó en Quito, bajo el mando del coronel Francisco Calderón, para atacar una plaza fuerte realista en Cuenca, así como los de aquellas que participaron en la batalla de Boyacá en 1819, algunas, como Evangelina Tamayo, bajo el mando de Simón Bolívar, que llegaría a alcanzar el grado de capitán. También participaron en ella Teresa Corneja, Manuela Tinoco y Rosa Canelones, todas ellas vestidas de hombres.

Juana Ramírez «La Avanzadora», fue una de las que organizó el llamado grupo de «Las Mujeres» que luchó en la defensa de Maturin, Venezuela. Otras heroínas fueron Bárbara de la Torre «La amazona trujillana», Ana María Campos, Teresa Heredia, Leonor Guerra, Luisa Arrambide de Pacanins, Juana Antonia Padrón de Montilla. Con ocasión de la liberación de Trujillo, Bolívar destacó la contribución de las mujeres con galantes palabras especialmente para aquellas que habían sucumbido en el combate:

Hasta el bello sexo, las delicias del género humano, nuestras amazonas han combatido contra los tiranos de San Carlos con un valor divino, aunque sin éxito. Los monstruos y tigres de España han colmado la medida de la cobardía de su nación, han dirigido las infames armas contra los candidos y femeninos pechos de nuestras beldades; han derramado su sangre; han hecho expirar a muchas de ellas, y las han cargado de cadenas, porque concibieron el sublime designio de libertar a su adorada patria.76



Igualmente cabría mencionar a Manuela Cañizares, la «mujer fuerte» en Quito, que, perseguida por conspiradora logró asilarse en un convento donde murió77. Ese era el destino de muchas mujeres que como ella habían osado transgredir los límites de la domesticidad al tiempo que los de la política. Por eso, muchos de estos nombres causaron la admiración de sus coetáneos, dieron lugar a testimonios literarios en los que se reputaba su fortaleza y arrojo. Incluso se excitaba la alabanza de ese coraje que superaba los límites con que se contemplaba a las de su género, porque, al mismo tiempo, servía para retar a los hombres a cumplir con su deber. Por eso, para justificar ese carácter excepcional, en el imaginario colectivo, como queda de manifiesto en las palabras de Bolívar y tantos otros, se las representa también como esas mujeres de estirpe mítica, las amazonas, que actúan como coartada en unas circunstancias excepcionales; pero se trata de una representación simbólica que queda inmediatamente desactivada, neutralizada, cuando los tiempos de crisis, de cambio, de revolución, vuelven a recuperar el tono de la normalidad cotidiana. De hecho, en las palabras de Bolívar, aunque el fracaso de las heroínas trujillanas se explique por la fiereza y aberración de los soldados españoles -se trata pues, también, de derrotar moralmente al enemigo que no ha podido ser aniquilado por la fuerza- puede observarse que el sentido que cobra la actuación de las mujeres es la de una quimera rota. Soñaron con sentirse amazonas para luchar por la libertad de su patria, pero la infamia de sus opresores las ha devuelto a la realidad de una condición física débil e incluso prácticamente destruida.




1.3.2. Otros modos de colaboración bélica

Aún pueden añadirse a la lista anterior los nombres de las guerrilleras María Escopié, la Bailet, Catalina Martín, y Francisca de la Puerta en Valladolid, Josefa Bosch, «la Pardala», ahorcada por el ejército francés en Morella, símbolos también de la heroicidad española y estímulo para la lucha y la resistencia78. También los periódicos se hacen eco de la heroicidad de muchas de ellas79, pues lo que interesa es, por una parte, implicar a todos en la lucha y, por otra, poner de manifiesto que los españoles necesitan de toda la fuerza, de todo el vigor, para ganar la guerra y salvar el honor de la patria, de modo que la actuación de esas mujeres «viriles», «fuertes», pone en entredicho la debilidad del sexo femenino, al tiempo que cuestiona la superioridad física -y aun moral- del hombre.

Esa misma vida guerrillera la llevaron igualmente otras mujeres en América, como Josefa Venancio de la Encarnación Camejo, que, vestida de hombre, se incorpora junto a otras mujeres al ejército para luchar por la independencia en Nueva Granada y luego, de regreso en Venezuela, vive escondida en el monte participando en diversas escaramuzas, hasta colaborar activamente en la derrota de los realistas de Coro y llegar a proclamar en 1821 el manifiesto que declara libre dicha provincia.

Aún se podría perseguir la presencia de otras mujeres de la aristocracia o del estado llano que desarrollaron igual actividad heroica, un rastreo por la prensa local de la época y por las crónicas de los sitios de Zaragoza, Gerona, Barcelona, Valladolid, y otras ciudades españolas, el recurso a los relatos de viajeros o escritos memorialisticos de soldados que fueron testigos o participaron directamente en la contienda bélica, los expedientes de las actuaciones de las guerrillas, pueden ofrecer abundantes datos80, pero otras muchas mujeres se implicaron en labores de retaguardia o en otras que sin estar exentas de riesgo han trascendido menos. Se trata de aquellas que ejercieron tareas de cooperación con el ejército patriótico, facilitando avituallamiento o un valioso intercambio de información. Desde luego, la lista sería enorme si se tratara de enumerar a todas aquellas mujeres que sirvieron de correos, o animaron a algunos enemigos a desertar, y mucho más si se añadieran a las que confeccionaron uniformes o sostuvieron con su dinero a la tropa.

Por último, y, aunque no suele mencionárselas, a los ejércitos seguían en sus desplazamientos una serie de mujeres, que iban a satisfacer otro tipo de necesidades materiales, al tiempo que buscaban ellas mismas su propio sustento, su supervivencia, y quizás algo con lo que ayudar a mantener a sus familias. Son aquellas mujeres públicas, como se las denomina eufemísticamente, a las que algunos militares, responsables del orden de las tropas, y de su buen nombre, para estímulo de las virtudes patrias, trataron de expulsar, como recuerda el Decreto del Excmo. Señor D. Francisco Xavier Castaños para la expulsión de las mujeres públicas del campamento81. Una situación que en otras ocasiones no era producto de la voluntad más o menos libre, sino de la violencia, como la ejercida en Venezuela durante la Guerra a Muerte de 1813-181482.






ArribaAbajo 1.4. Las mujeres y la literatura patriótica

Si la mayor parte de la literatura que se genera en la época es de corte propagandístico y patriótico, la mujer no deja de estar presente, puesto que se trata de aunar todas las energías para combatir al invasor y por tanto sumar todas las fuerzas grandes y pequeñas. Se trata de persuadir a la nación convenciéndola de la necesidad de contar con todos en una lucha que debe derrotar y expulsar a una dinastía usurpadora y traidora, que ha engañado, traicionado y secuestrado a Fernando VII.

La publicitación de los discursos para persuadir a hombres y mujeres de que no se puede perder una lucha que no es sino la del Bien contra el Mal, que lo es contra un tirano que quiere entronizar al mismo Satanás, se realiza a través de diversos sistemas, desde el rumor, las voces vagas de las que habla Celso Almunia, hasta los pasquines, bandos, y proclamas, entre los más populares. A ello deberán añadirse los folletos y, especialmente a partir del año diez, al margen en ocasiones de la propaganda oficial, la proliferación de periódicos que surgen como respuesta a la demanda creciente de información y expresión de una opinión pública, que a veces se presenta como alternativa del pensamiento más tradicional.

Aunque muchas veces el contenido de los escritos e incluso el propósito último de los textos publicados en la prensa y los publicados en folletos pueda coincidir, creo que puede ser útil proceder a distinguir la presencia de la mujer en uno y otro tipo de literatura porque los primeros no suelen esperar otra respuesta que la acción, y la imagen de la mujer que se desprende de este tipo de textos suele responder al patrón más tradicional, mientras que los escritos insertados en la prensa, pueden pretender tanto la reacción práctica como -en el caso de que no se limite a reproducir un folleto- la discusión teórica y, por tanto, es más fácil encontrar en este último tipo de literatura una imagen de la mujer menos sujeta al patrón tradicional o que, por el contrario, trate de ocultar y acallar o replicar cualquier intento de novedad en los hábitos y costumbres.


1.4.1. La mujer en bandos, proclamas oficiales y otras manifestaciones propagandísticas

Aunque algunas mujeres tuvieran ese deseo de intervenir en la vida pública de la nación, la opinión pública, la propaganda oficial y la realidad limitaban su participación a la heroicidad sentimental y cuasi pasiva de la renuncia a los hijos y esposos, o reducían en la práctica el marco de actuación a unas pocas, y casi siempre dentro del ámbito de la intendencia, la filantropía y la beneficencia83. Desde este deseo de mantener la cooperación de las mujeres dentro de unos límites, debe leerse en primer lugar el bando de la Junta Suprema de Gobierno, fechado en el Real Palacio del Alcázar de Sevilla el 6 de junio de 1808:

Las mujeres en muchos pueblos se aplican a la siega y otros trabajos de la agricultura, y en todos puede una gran parte de ellas hacer lo mismo, y así aconseja y manda esta Junta Suprema lo ejecuten en las circunstancias en que nos hallamos, y estimará y declarará esta aplicación en todas las que la practiquen, como un servicio el más alto a la patria, y lo mismo podrán hacer todas las personas del clero secular y regular, en lo que mostrarán su amor al Rey, su lealtad, y su empeño por la felicidad pública, y su ejemplo heroico forzará al pueblo y a las personas de todas las clases a que lo imiten.84



Es evidente que, en principio, se trata de canalizar la actividad de todos de la forma más útil posible en unas circunstancias excepcionales en que cualquier ayuda se torna imprescindible, de ahí que, en estos momentos, entren en igualdad de condiciones las mujeres del pueblo llano y el clero humilde; y que para estas mujeres no se limite su ámbito de actuación al puramente doméstico, pues para las del ámbito rural se entendía que el espacio donde desarrollaban sus labores se extendía hasta el campo o las casas de oficio donde pudieran adquirir con su esfuerzo lo necesario para sostener a sus familiares. Lógicamente, esto no excluye que la posición social determine la necesidad de implicar a las mujeres de mayor estatus en otro tipo de tareas, ahora sí, de carácter doméstico o semidoméstico, que las permita, por una parte, sentirse directamente involucradas, y, por otra, convertirse en ejemplo moral para las de condición inferior. Y así, se ordena que:

Las mujeres, a quienes su edad, la debilidad de su complexión u otras razones impidan absolutamente esta aplicación, se ocuparán en hacer hilas, vendas, cabezales, u otras cosas del servicio de los hospitales, y hechas, las entregarán a sus juntas o ayuntamientos respectivos, y estos las enviarán con la mayor prontitud a los intendentes de nuestros ejércitos en esta capital, y formarán listas de las personas que hubieren hecho este servicio, y todos los demás que van mandados, y las remitirán a esta Junta Suprema, que hará pública después impresas para que venga a noticia de todos, y cada uno reciba la alabanza y el premio que por su amor a la patria hubiere merecido.85



En la misma línea, deben leerse aquellas proclamas en que se les pide ayuda, como hiciera Morla86, para hilar camisas con que vestir al ejército. Esta labor de coser para los soldados se desarrolló en varios lugares de España, pues, además de las noticias que existen de Cádiz, los periódicos ofrecen información sobre respuestas similares efectuadas en Mallorca a finales de 1808, e incluso, tal como recomendaba el bando de la Junta Suprema, se citan los nombres de las damas que se comprometían en esa empresa, entre ellas algunas de la nobleza como la condesa de Perelada o la condesa viuda de Ayamans, cuyos nombres eran publicados para que cundiera el ejemplo87. Es más, la prensa mallorquina inserta una carta de una inglesa que se dirige a sus compatricias para animarlas a colaborar con donativos en beneficio de la causa española88. Lo mismo ocurre con las proclamas en las que se alaba la patriótica generosidad de las mujeres al enviar a sus seres queridos al campo de batalla89, o aquellas en que se las invita a seguir animando al combate a sus parientes90.

En contadas ocasiones ellas mismas deciden reunirse, coordinarse y manifestarse conjuntamente para contribuir a paliar los apuros del ejército o de los habitantes más castigados por la guerra, y de este modo, y al mismo tiempo, hacer visible, pública, su contribución patriótica. En forma similar a como habían obrado la condesa de Bureta y otras mujeres de Zaragoza, o a como procedieron las damas de la Junta madrileña, las refugiadas en Sevilla, muchas procedentes de la capital, trataron de organizarse para buscar caudales con que mantener dignamente al ejército91. Lo mismo haría dos años más tarde en Cádiz una serie de mujeres que con mayor éxito que las de Sevilla lograron cooperar alrededor de una Junta de Damas y extender su labor en el espacio y en el tiempo, incluso después de que Fernando VII les reconociera su labor a la causa patriótica y favoreciera su disolución como grupo92. Pero debe hacerse notar que la actividad de estas mujeres de la junta de Damas, bien por la presión colectiva bien por iniciativa propia -como modo de asegurarse un resquicio de actividad pública-, procuró encauzarse preferentemente hacia el ámbito doméstico de la sensibilidad y de la beneficencia. A esa labor filantrópica -aunque también de intendencia- había quedado prácticamente reducida su actividad durante la ocupación francesa, a pesar de que su presidenta era la marquesa de Villafranca, es decir María Tomasa Palafox y Portocarrero, hija de María Francisca de Sales Portocarrero, condesa de Montijo, y de que gozaba de amplia experiencia pues había tenido actividad principal en la Junta de Damas de la madrileña Sociedad Económica de Amigos del País, razón por la que sin duda, a pesar de ser foránea como dice Adolfo de Castro93, la promotora de la idea, Engracia Coronel, decidió cederle la presidencia94. En todo caso, como examinaré más adelante, esta actividad también generó una literatura a veces de carácter administrativo, otras propiamente de combate, patriótica, que merece la pena estudiar.

Sea como fuere, la actividad patriótica de las mujeres no era nueva en Europa, también en Alemania, durante las guerras de liberación contra Napoleón (1812-1813), las damas se organizaron con fines patrióticos95 como modo de intervenir aunque limitadamente en la vida pública. Luego, con el tiempo, esas asociaciones de mujeres, creadas bajo los auspicios de las casas reales y de los principados en los estados antifranceses de habla alemana, terminaron por sucumbir al influjo de la iglesia protestante, y transformadas en sociedades filantrópicas, contribuyeron a fomentar la participación patriótica femenina en la vida cívica de las comunidades locales, en pro del bien de la sociedad alemana96.




1.4.2. La mujer en la prensa periódica y la publicística

Fuera común o no, y contando con el precedente de la Junta de Damas de la Sociedad Económica de Amigos del País madrileña, lo cierto es que este tipo de asociacionismo despertó bastante interés en la sociedad gaditana y la prensa se hizo eco de muchos de los pasos dados para su constitución, así como de algunos de los escritos que estas mujeres publicaron. El primero de los textos que he localizado hasta la fecha es una «Representación de las Damas a Jorge 3º, rey de Inglaterra», firmado por unas «Damas Españolas». De ella informa el Redactor general en su n.º 56 -de 6 de agosto de 1811-, y organizó tal revuelo político97 que José María Blanco White hubo de hacerse eco de ella desde Londres, y dedicó una de sus Cartas de Juan Sintierra, la «Carta V», a este tema, ironizando, por cierto, sobre la iniciativa de estas mujeres: «los hombres deben estar tan ocupados en guerra y política, que olvidan a Uds. y las dejan estar cavilando a solas todo el día»98.

Esta intervención de las mujeres gaditanas provocó una serie de reafirmaciones -el 9 de agosto de 1811 se publica un artículo en El Redactor General, firmado por L. M. R, y titulado «A las damas de Cádiz, una gaditana»- y de desmentidos que puede considerarse como el origen de las actuaciones de la futura «Sociedad de Señoras de Fernando VII», cuyos estatutos fueron publicados en 181299. A su vez, el discurso de apertura, pronunciado por la marquesa de Villafranca, debió ser considerado de interés y por ello reproducido en el Semanario patriótico el 11 de diciembre de 1811. También consta el Discurso pronunciado por su fundadora Engracia Coronel el 19 de noviembre de 1811, día de su establecimiento, en el que explica como se ideó tal proyecto:

Sí, Señoras, me felicito de haber sido la primera a quien ocurrió el pensamiento de estas demostraciones de gratitud y alivio. Premedité una Sociedad en que reunidas a un fin lograremos un fondo para vestuario de las tropas más próximas a nuestro conocimiento, y en que las unas con el subsidio pecuniario, y las otras con la labor de sus manos diesen todas testimonio no equívoco de su acendrado patriotismo. La empresa parecía de difícil ejecución, pero la bondad y amor, tanto de las emigradas, como de las naturales, o vecinas de esta Plaza, me hizo comprender en breve que era asequible el establecimiento.100



Más adelante explica de qué manera el Ministro de Gracia y Justicia, y, luego, algunas de las damas más notables afincadas en Cádiz acogieron sus ideas:

Ellas fueron verbalmente aprobadas por el Ministro de Gracia y Justicia, y oídas por diferentes individuas que lo son de esta Sociedad, prestándose gustosísima, y espontáneamente a su perfección. Una Señora Doña Rosa Sanabria ¡cuan digna es de elogio! Sus tareas personales sin perdonar incomodidad acreditan su celo, y su bondad; ¿y qué diremos de las Señoras Marquesas de Villafranca, y la de Casa Rávago que tengo el honor de presentar como primeras Directoras, como en el de Secretaria a la Señora Condesa de Casa-Sarria? Será una necedad querer explicar el mérito de cada una, cuando notoriamente se sabe el admirable rasgo de generosidad con que la primera hizo vestir dos Regimientos a sus expensas; la segunda ha denotado su decidida lealtad y amor patriótico en todas ocasiones; la tercera su talento, y extraordinaria habilidad para empeños de igual clase, en que por experiencia se sabe el acierto de sus operaciones relativas a este artículo, y la última por su evidente formalidad, abono y circunspección; y siendo estas relevantes prendas tan análogas a tan dignas compañeras, no dudo que todas aprobarán mi prudente elección y mas cuando sepan todos los concurrentes que su auxilio, esmero, y protección han sido los garantes que me han conducido a la consecución de mi equitativo plan.101



Entre la nómina de mujeres que integraban la sociedad, efectivamente había varias mujeres de la aristocracia, además de las citadas, como la Excma. Sra. Duquesa de Rivas, la Excma. Sra. condesa de Villamonte, la marquesa de los Álamos, la marquesa de Ussel, la de Tabaloso, y la de Sales, que contaron desde el principio con el apoyo de otras102.

Por su parte El Conciso, frente al criterio de Blanco White, adoptó una actitud mucho más favorable y positiva hacia la actuación de estas mujeres y en su sección de opinión, «Calle Ancha», comentaba:

Se ha formado en esta ciudad de Cádiz una sociedad patriótica de Fernando VII, aprobada por el Consejo de Regencia, y compuesta de señoras: el objeto de estas es juntar fondos, por medio de una suscripción mensual, de todas las señoras de esta ciudad para recurrir a las necesidades del ejército, y particularmente con el fin de proporcionar vestuarios a nuestros desnudos guerreros, cuyo heroísmo está paralizado por la miseria.

No es esta ocasión de hacer cumplimientos al bello sexo, pero sí lo es de recordar su noble pensamiento y estimular cada vez más su patriotismo. Nada ha arredrado a las emprendedoras de benéfico proyecto; el bien que iban a hacer ha sido el único estímulo para acelerarlo; y con gran satisfacción de todas lo ven ya realizado, disfrutando del incomparable placer de ver cumplidos sus deseos; pues comisionadas dos señoras por cada barrio han experimentado que generalmente se ha admitido su plan por todas las de su sexo, y se han suscrito voluntariamente.103



Pero lo que más llamaba la atención a los periodistas era el propósito de ampliar su radio de acción a otros lugares de España y Europa:

Nos consta que no se ha limitado al recinto de esta ciudad el laudable plan de estas señoras: el amor a la patria, el vivo deseo de coadyuvar poderosamente al bien general, les ha inspirado la noble resolución de dar grande extensión a sus benéficas miras. Inglaterra, Sicilia, Islas Canarias etc. América, y provincias de la Península, todos estos países van a ser objeto de su correspondencia para este fin. Sabemos que la generosidad y beneficencia de las damas inglesas será excitada por la señora duquesa de Westmoreland, de cuyo noble carácter todo se puede esperar; y si Lady Curtis, Lady Price, y Lady Perring se mostraron tan generosas en la suscripción de señoras para con los infelices habitantes del Portugal (Conciso 4 de agosto) ¿podrán mostrarse indiferentes para con los desnudos guerreros españoles, si llega a su noticia esta nueva suscripción? ¿Y cómo no podrá llegar cuando dicha señora Duquesa ha sido suplicada para la realización de tan loable objeto?104



El entusiasmo de los periodistas se percibe claramente en la peroración con que cierran su discurso:

Grande debe ser, benéficas gaditanas, grande debe ser vuestra esperanza de ver extendida vuestra laudable resolución; pues no es posible que en ninguna parte del globo, adonde llegue la noticia de vuestra suscripción, se muestre indiferente y apático vuestro sexo.

¡Generosas inglesas, nobles sicilianas, leales americanas, fieles españolas de la Península! el valor español se ve en muchas partes paralizado por falta de recursos; de vuestra beneficencia puede depender mucho la salvación de la España y de la Europa; si penetradas de las necesidades que sufren los defensores españoles, os resolvéis (como no se duda) a socorrerlos por medio de esta suscripción, a su tiempo conoceréis que las incomodidades y sacrificios que esto os ocasione se convierten en dulzura y placer, del cual os resultará también la satisfacción de poder decir algún día cada una de vosotras: Yo también concurrí a la libertad de España y a la ruina del opresor de la Europa.105



De alguna manera, pues, se las implica en el destino de la patria y se hace valer su contribución. El caso es que en el mes de enero de 1812 ya la Sociedad había logrado reunir doce mil reales para vestuario de la tropa106, pero como he indicado antes, las movilizaciones para ayudar al ejército, y la organización de las mujeres a este fin, se habían iniciado ya, aunque no de forma institucional, en los primeros meses de la guerra, como por otra parte había reconocido Engracia Coronel al recordar la contribución de la marquesa de Villafranca para costear la vestimenta de dos Regimientos, y la experiencia de la Condesa de Casa Sarriá en gestiones similares.

Lo cierto es que los editores de El Conciso suelen dar bastante publicidad a las actuaciones de las gaditanas, con frecuencia alaban su celo y patriotismo, y especialmente el modo en que atienden las necesidades de los soldados107; en otras ocasiones simplemente se hacen eco noticioso de sus actividades:

Dícese que varias damas gaditanas de esta ciudad proyectan una suscripción para armar dos corbetas bombarderas que, bajo la protección de nuestros aliados, visiten algunos puertos de la costa de Francia en represalias de la infame conducta de Soult.108



Algunas veces, no obstante, conceden sus páginas a la inserción de extensos anuncios remitidos por alguna de las socias, generalmente por la secretaria, María Loreto Figueroa de Montalvo, que en cierta ocasión envía un «Aviso que quisiéramos sirviese también de indirecta a algunas señoras»109, en que da cuenta de las acciones de sus correspondientes en la Habana, al tiempo que alaba las actuaciones de algunas socias particulares. Efectivamente, el ejemplo hubo de cundir pues el Conciso se hace eco de la constitución en Petersburgo de una:

sociedad de damas patrióticas, imitación de la junta patriótica de señoras formada en Cádiz con tanto patriotismo, celo y utilidad, y que por desgracia no han imitado nuestras provincias si exceptuamos a las Señoras habaneras, que inmediatamente formaron con las de Cádiz una alianza tan francmasónica y útil a favor de los defensores de la patria. En Petersburgo es la emperatriz madre la francmasona mayor de la sociedad: 12 damas cuidan el establecimiento: se recibe en él cuanto se dé; ropas, efectos, dineros, etc: el objeto es socorrer a los infelices que más han sufrido en la guerra.110



Lo más curioso es cómo el periodista describe la organización de estas sociedades femeninas, empleando positivamente los términos alusivos a la francmasonería, muy posiblemente en el sentido amplio de confraternidad o sociedad de individuos.

En cualquier caso, la coyuntura de la guerra hizo posible que, a pesar de todo, algunas mujeres, so pretexto de contribuir juntamente con los hombres a enardecer el patriotismo y a manifestar su adhesión a Fernando VII, empezaran a redactar proclamas llenas de fervor y, a veces, tal vez espoleadas por la lectura de los folletos y papeles periódicos o por los sermones de muchos religiosos, tremendamente exaltadas e incluso sanguinarias111.

Es verdad que las más de las veces, insisto, este afán de intervenir en la res publica quedó reducido a la expresión de sus sentimientos, al uso de la palabra, en el ámbito doméstico de la conversación familiar o la carta, y todo lo más al semiprivado de la tertulia. La realidad es que sólo unas cuantas mujeres se animaron a expresar públicamente sus sentimientos y opiniones, y sus escritos fueron publicados en folletos que en ocasiones tuvieron la suerte de ver reimpresos en colecciones patrióticas junto a las proclamas de otros muchos hombres. En casos aún menos numerosos, las mujeres decidieron contribuir con su pluma al debate público suscitado por la división ideológica de la nación y aireado por los papeles periódicos. En este sentido, de alguna manera, la Guerra de la Independencia propició que un escogido número de señoras abandonara el limitado espacio doméstico de su actuación cotidiana, para intervenir con una responsabilidad más o menos relevante en la marcha de los asuntos públicos112.

Aun así, el acceso femenino a la palestra literaria fue, desde luego, paulatino y todavía excepcional, si bien creo que algo comienza a cambiar en estas fechas, aunque después con la represión absolutista las mujeres -en mayor medida que los hombres- se vieran aún más limitadas y su intervención reinterpretada como una actuación meramente coyuntural.

Es cierto que son muy pocas las mujeres mínimamente instruidas para tener tales aspiraciones. Los datos de Cádiz -similares a los de otras ciudades de la nación- evidencian que la escolarización de las niñas por estos años alcanza a la mitad de la población en la ciudad gaditana, pero parece que la asistencia a las clases no se correspondía con tan elevado porcentaje de matrícula113. No obstante, tal vez por el aumento de población, que necesitaba ocuparse, en los periódicos de la época se encuentran anuncios particulares que ofrecen educación a niñas y jóvenes114, un público seguramente ahora también más numeroso.

En la prensa de la época, que es uno de los termómetros que mide la actividad política de la ciudad, la presencia femenina es muy reducida. En el caso de la gaditana, la participación de las mujeres a través de cartas, artículos, textos remitidos no es muy abundante al principio. Generalmente sólo son nombradas en cuanto víctimas de la guerra115, y más ampliamente como sujetos pasivos, viudas merecedoras de una pensión que les conceden las Cortes, especialmente si tienen hijos a su cargo116. También forman parte privilegiada del comité de honor que sale a recibir a los héroes en cada población. Caso paradigmático es la bienvenida que se ofrece en Agudo al duque de Ciudad-Rodrigo, descrita por El Conciso de la siguiente manera:

En el puente había doce jóvenes muchachas vestidas a lo charro con su música de tamboril y dulzaina, que agradó tanto a Wellington que se apegó, y en el centro de las damas se dirigió a la plaza. En la puerta le recibieron el general Vives y el gobernador [...]. La carrera estaba perfectamente compuesta en cuanto permite la pobreza de aquel pueblo y las damas desde los balcones, entonando canciones, arrojaban flores y ramilletes.117



Con la misma intención, se insertan las «Seguidillas patrióticas cantadas por las Manolas de Madrid al lord Wellington en su entrada en la capital de España» donde se lee esta curiosa estrofa: «Las damas más honestas / tienen a gala / de que se las titule Empecinadas / porque conocen / que es en el bello sexo / la mejor dote». Y unos versos más adelante, una muestra del entusiasmo patriótico que se pretende contagiar: «En Madrid han jurado / las damas bellas, / cuando faltaren hombres / hacer la guerra: Tales insultos / padeció su recato / del rey intruso»118. Del mismo modo, se las hace visibles en ciertas proclamas donde es necesario evidenciar el carácter de guerra total contra el francés, que no parece detener su crueldad ante víctima alguna:

Sabemos que este personaje, imitador de Bonaparte en atrocidades y crímenes, ha extrañado se sepa en Cádiz todo cuanto pasa en Sevilla, y que amenaza a lo Soult; esto es con fusilar a todos los que escriban a los insurgentes.

Si su rabia y desesperación permitieran a este déspota reflexionar por un momento, discurriría que todos los sevillanos y sevillanas, españoles y españolas de las demás provincias (excepto 4 picaros) son muy criminales y dignos de las crueles intenciones de este excelente Mariscal.119



También el ejemplo de otras mujeres europeas servía para estimular el patriotismo español, y así el Diario de Mallorca recuerda a Stein y Dalwig, «damas de Westfalia que trabajaron celosamente por la libertad de su país» y fueron ultrajadas por el enemigo y encerradas «en una casa de corrección»120.

Lo mismo ocurre cuando se quiere acreditar la adhesión absoluta a la causa bélica, a la Constitución o a Fernando VII. Un ejemplo de esto es la jura en Palermo del texto constitucional, donde tras la misa, lectura del código, el discurso de alabanza, el Te-Deum y las «voces repetidas, viva la nación, viva la constitución, viva el Rey», la crónica añade:

En las salas de Prior recibió nuestro encargado las felicitaciones de españoles y españolas, entre las cuales se encontraba como tal la bellísima princesa de Paterno, siguiéndose un espléndido refresco y mil expresiones de amor y fidelidad a la soberanía nacional, representada en nuestras cortes, a nuestro rey, a la Regencia del reino que en su nombre gobierna.121



Otro la Canción de las lavanderas de Manzanares, publicada en 1814 como adhesión a Fernando VIL122.

Desde luego tampoco falta el ejemplo contrario, el de las traidoras que actúan de la forma más criminal, como la protagonista del pliego que comienza El Dia 8 de enero de 1812, dio muerte esta muger a sus padres... a una hermanita suya, y una tía..., por... irse con un oficial de la nación francesa..., y el dia 12 de Mayo de 1813, fue castigada para exemplo y escarmiento de otras...123, Se trata de una literatura de corte popular que se hace eco del escarmiento de esta supuesta traidora como pudiera haberlo hecho de cualquier acto criminal, pues este tipo de pliegos, recitados luego en la plaza por ciegos y buhoneros constituye el único medio por el que llegan las noticias a las poblaciones más alejadas de las urbes y, en cualquier caso, el instrumento de comunicación y propaganda más frecuentado por la masa analfabeta.

De la misma manera otros periódicos se hacen eco de la opinión de Carlos España, comandante general interino, publicada primero en el Diario de Madrid a principios de septiembre de 1812 en la que considera que las mujeres que han seguido los equivocados destinos de sus maridos, simpatizantes de los intrusos, no tienen otra opción que recluirse en sus casas, de las que sólo pueden salir para ir a misa o, aún mejor, ingresar en un convento, por su propia seguridad, y a fin de que recen por que sus maridos vuelvan a la senda de la virtud y del honor124.

Pero por lo general su presencia se limita a la de ser demandante de empleo -cocineras, planchadoras, nodrizas125-, y en alguna ocasión propietaria de algunos bienes que necesita vender126. Mención aparte merece la de actrices conocidas como Agustina Torres o noveles que se presentan en una ciudad127, y que responde a un sistema informativo, el de la cartelera teatral que no presenta novedades respecto a épocas anteriores.

La referencia más activa, no obstante, es muy rara, y sólo alguna vez aparece mencionada una mujer como Margarita Miller Rilei, que se queja de la conducta del médico Francisco Viola, o la de Doña Práxedes Candil, de nombre ambiguo y cuya existencia real no está contrastada, pero que, en todo caso, discute la actuación de otro médico Francisco Flores Moreno y defiende la inteligencia femenina que el médico parece no admitir128. También la condesa viuda de Tilly mantiene una disputa con el Procurador general a propósito de la campaña entablada por este periódico contra una serie de personalidades gaditanas -entre las que se incluía a Argüelles- por haber vendido secretos de estado al enemigo129. La condesa se anticipó a sí a la reivindicación realizada por algunos periódicos, y también a la carta colectiva de más de quinientos residentes en la ciudad de Cádiz130.

Alguna vez se menciona la labor individual de ciertas socias de la Junta de Damas de Cádiz, por su comportamiento especialmente ejemplar. Así de María Ignacia Zayas de Sentmanat se destaca que en los días en que acaba de saber que habían sido presos sus dos hijos empleó con más ahínco su tiempo en organizar una suscripción para sufragar los gastos del ejército:

ella sobreponiéndose a su justo dolor, empleó este mismo tiempo en verificar su comisión haciendo la subscripción hasta en los campos, y mereciéndola igual fatiga el adquirir el oro del pudiente como el cuartillo del esclavo, cuyo resultado ha sido el remitir a la junta 200 onzas de oro que han dejado líquidos 3016 pesos fuertes, reales y 26 maravedís; y esta la publica para gloria de esta señora y reconocimiento de nuestra nación.131



En este caso, el relato informativo está triplemente protagonizado por mujeres, pues se trata de un escrito firmado por la Secretaria de la Junta de Damas, María Loreto Figueroa de Montalvo, en un acto de publicidad de las acciones de su organización, donde informa que las señoras de la Habana han constituido otra asociación a imitación de la gaditana, presididas por la marquesa de Someruelos, con el fin de recaudar fondos y enviarlos a Cádiz132. De nuevo el relato del patriotismo individual y asociativo debe servir para excitar el fervor nacional:

Estos actos generosos del verdadero patriotismo de las Señoras habaneras no necesitan elogios: conviene sí que tanto estos como los de las Señoras gaditanas se hagan notorios para estimular el benéfico corazón de otras Señoras y coadyuvar a que no se apague ni aun minore el ardor con que muchas han comenzado.133



Con manifiesto sentido de su responsabilidad, y con el fin de que los suscriptores no desconfíen de su gestión, la Junta Patriótica de Señoras rinde cuenta ante la sociedad del dinero recibido y gastado. A este fin su presidenta, la Marquesa de Villafranca, junto a su secretaria, María Loreto Figueroa de Montalvo y María Ignacia Valiente de Zaldo, tesorera, remiten una nota de prensa en la que detallan pormenorizadamente los ingresos y gastos134. Claro que también es verdad que algunas mujeres habían tratado de cobrar indebidamente usando en falso el nombre de comisarias de la Sociedad, por lo que a partir de esa fecha decidieron emitir una serie de «papeletas similares a las que sirven de recibos de la contribución del alumbrado»135.

Lo cierto es que la opinión de las mujeres iba cobrando relieve, y que sus propias palabras, orales o escritas, y aun las de sus máscaras136 -a través de los textos supuestamente escritos por mujeres-, iban conformando una personalidad política femenina, que -y creo que no es casual-, al amparo de la «naturaleza sensible» de la mujer, se guarecía de un patriotismo perfectamente acorde con la «debilidad» de su sexo, y su condición de esposa y madre. De esta manera no sólo se seguía insistiendo en el papel subordinado de la mujer en el ámbito doméstico y civil, sino que también se fomentaba una visión política profundamente conservadora, que llamaba a sacrificar las posibles ansias de libertad y los posibles indicios de autonomía de este sexo, y del hombre en general, en aras del bien público137. En esa misma línea, se mueve, por ejemplo, la alocución que dirige una supuesta «Dama mexicana a las de su sexo», en junio de 1811, para pedirles que, como maestras del corazón, contribuyan animando a esposos e hijos a mantener unida «la grande y noble familia española»138. Pero no sólo al pensamiento metropolitano o imperial, patriarcal y tradicional cabe achacar esta concepción del papel de la mujer en la vida pública, pues tampoco el liberalismo, abrió mayores cauces de participación ciudadana y política para las mujeres, tanto en España como en el resto de Europa139, si bien algunos de estos periódicos al servir de altavoz a la actividad pública de ciertas mujeres, incluso a una actividad intelectual altamente comprometida como la traducción de Mably a que me referiré después, y, sobre todo, al no cuestionar abiertamente su participación en la vida ciudadana, al incluir sus escritos, al hacerse eco de su capacidad de gestión, posibilitaron cierto reconocimiento social de esta labor femenina y les concedieron cierta credibilidad política. De todas formas, la actitud de buena parte de los periodistas es absolutamente paternalista aun cuando consideren que pueden encontrar entre las lectoras un público para sus papeles. Así lo piensa el editor de Muñoz y Velasquillo, o el Semanario Cómico de las Damas (1811), que dice escribir para las «cuatro partes» del mundo, frente a la tónica general del resto de periódicos que se publica en Valencia, donde se imprime, y explica: «Ellos se han olvidado del sexo principal, que para su mayor adorno le puebla, y nosotros les dirigiremos nuestras principales producciones». Además, en el número primero que sirve de prospecto y se ofrece a modo de diálogo, añade una reflexión sobre los gustos lectores de las mujeres que creo merece la pena conocer:

VELASQUILLO.-  ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Tío Muñoz! Perdone V. le diga, que echa muy errada la cuenta. Nuestras españolas no leen, ni se gastarán jamás un maravedí, aunque las dé usted una resma de papel, escrita en letra de oro; lo mejor es, que aun así saben más que Merlín.

MUÑOZ.-  Creeré tal vez su poca afición a las letras; pero eso podría consistir en que no se ha sabido presentarlas algunos impresos dignos de cebo. El descuido de los hombres para con ellas, en esa parte, no ha dejado de ser harto fatal a nuestra nación. En alguno de los números de nuestro papel lo haremos ver, y voy desde ahora a manifestarte de o que ha de tratarse en él: 1.º Entrarán en su composición la corta Novelilla, la anécdota moral, el apólogo chistoso y la cancioncita en verso. 2.° Se seguirá un sucinto extracto de las principales noticias de los mejores periódicos, y con él lograrán las señoras enterarse a poca costa y trabajo del estado político de nuestra defensa patriótica. 3.º La utilidad o inconvenientes que puedan acarrearlas las modas del día, merecen ser un objeto de rigurosa crítica que despertará su justa atención; y sus ocupaciones domésticas, sus amistades, los medios de la conservación de su salud, los medios de la conservación de su salud, sus recreaciones, visitas, paseos, y hasta su misma devoción se sujetará a nuestro examen. En fin, Velasquillo, deja a mi cargo la dirección de nuestro nuevo papel, y por mi cuenta, si no se relamiesen las damas sus hocicos después de leerlo, arrancándoselo a los ciegos de las manos.140



Curiosamente las palabras de los editores de estos papeles valencianos coinciden en buena manera con las de los periodistas de la Abeja. Los periodistas de uno y otro medio consideran que la información política debe ser breve y presentada junto con piezas narrativas, textos de literatura amena, chistes y otros géneros cómicos, a que las señoras son aficionadas141. Además, en el caso del papel valenciano se muestra su incardinación en los moldes periodísticos del XVIII cuando considera que conviene ofrecer críticas de costumbres de un amplío abanico de temas a las lectoras.

En alguna mayor estima las tenía el editor de El Amigo de las Damas, pues como ya he indicado en otro lugar142, considera que las mujeres se interesan en la política y aun pueden influir en el comportamiento de los hombres, por eso las incita a proteger maternalmente los valores de la recién nacida Constitución:

no permitáis que os dirija el lenguaje del amor el que sea enemigo de nuestras sagradas instituciones, y que el anatema de vuestro desprecio caiga sobre tanto perseguidor de buenos, sobre tanto fautor de abusos, sobre tanto defensor de establecimientos monstruosos, sobre tanto apasionado a sus intereses con prejuicio y detrimento de los del público.143



En cualquier caso, puede detectarse que en las fechas extraordinarias de la contienda antifrancesa, el interés de algunas mujeres por participar en la política debió irse avivando y con el tiempo alcanzó a extenderse por los más diversos lugares de la nación. Así parece evidenciarlo la representación que unas damas dirigen al redactor del Correo de Vitoria solicitando más «nociones político morales» y «algunos discursazos» para mayor instrucción suya. Esta demanda se acompaña de la siguiente reflexión:

pues aunque en la sociedad estamos admitidas como unos entes momentáneamente necesarios y opuestos a los ocios de la literatura, no deja de haber entre nosotras algunas politiquillas, que ansían recitar con juicio cualquiera párrafo, que pueda captarles la atención y buen concepto de nuestros coetáneos.144



Este intento de inmiscuirse en la política no fue bien visto por el redactor del periódico que pide a las mujeres, en unas décimas mordaces, que limiten su patriotismo a sacrificar sus ansias egoístas de «futileces lujosas» y que si pretenden gloria o fama se dediquen a ofrecer donativos a la Patria o, en todo caso, a socorrer a los enfermos y entregar camas, hilas, vendas, sábanas y enseres similares a los hospitales. Este fue el origen de una polémica que daría lugar también a unos versos publicados en el mismo periódico por la joven Joaquina de Campuzano que firma, junto a su nombre con la filiación gentilicia «una señorita Riojano-Vitoriana». En su respuesta, firmada en Vitoria a 27 de enero de 1814, Joaquina rechaza que ellas pretendan ningún galardón, y asegura que socorrerán gustosas a los soldados145.

Este tipo de cortapisas explica, entre otros motivos, que las mujeres a veces acudan a las traducciones como ejercicio preferente para manifestar su propio pensamiento escudándose -las más de las veces- incluso en el anonimato, y, de cualquier forma, situándose en el segundo plano, tras la voz «más autorizada» de los escritores masculinos que solían servirles de fuente primaria, de modo que a éstos podían culpar de cualquier expresión atrevida o incluso subversiva que pudiera achacárseles. La práctica de la traducción es la actividad en la que se mueven entre otras Cayetana Aguirre y Rosales, que vierte al español la Virginia o doncella cristiana (Madrid, Repullés, 1806-1807), Juana Bergnes de las Casas146, que con sólo trece años traduce del francés Lidia de Gersin o Historia de una señorita inglesa de ocho años, para la instrucción y diversión de las niñas de la misma edad (Barcelona, Brusi y Ferrer, 1804), y Flora o La niña abandonada (Madrid, Imprenta de Vallín, 1807, e Imprenta de la viuda de Vallín, 1815, y París, Librería Americana, 1827), y doña M. J. R, que traduce La cabaña indiana (Valencia, Salva, 1811)147. De modo que puede decirse que la guerra supone un claro paréntesis en la traducción de novelas. Parece que estas fechas son más propicias para la traslación de otro tipo de obras, por ejemplo la que realiza María del Carmen Ponce de León y Carvajal, Marquesa de Astorga, sobre Los derechos de los ciudadanos de Mably. La obra, no obstante, se publicó anónima148, pues las circunstancias no amparaban, ni siquiera en el año de 1812 recién inaugurada la libertad de imprenta, la difusión de un texto tan revolucionario como este149. Curiosamente, la marquesa sería después dama de la reina María Luisa entre 1816 y 1823, y secretaria de la Junta de Damas de la Sociedad Económica de Madrid entre 1818 y 1820150. Así pues, el investigador deberá acudir también de esta fuente, las traducciones, para completar el conocimiento de las ideas y sentimientos de las mujeres.

De todas formas, unas cuantas consiguieron expresarse públicamente con cierta libertad y vieron así colmadas sus aspiraciones -aunque a veces fuera temporalmente- de ingresar en la élite que participaba en la red literaria de intercambio de opiniones políticas, pues la prensa aún no era un medio de masas sino un ámbito de expresión y de interacción bastante más limitado. Algunas mujeres lograron incluso ver su nombre impreso aunque prácticamente ninguna alcanzara a gozar del reconocimiento de la república literaria.







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