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Bibliografía general

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Juicios publicados respecto del primer tomo de esta obra

Las cosas que pasan

Gertrudis y Carolina

Si intentamos situarnos dentro del espíritu, el gusto, la mentalidad, la personalidad de una época nos veremos inducidos a reconocer la gracia y atractivo de algunos de los espectáculos o acontecimientos que hoy, a distancia, relativa distancia temporal, juzgamos con una cierta, benévola conmiseración, quizá más irónica que crítica. Leo en estos días los ensayos de Pedro Romero Mendoza en torno al Romanticismo español, siete extensos ensayos que obtuvieron el premio Cartagena, de la Real Academia Española, y que edita la Diputación de Cáceres. Hace meses que hubiera deseado dedicar unas horas a este volumen, pero las lecturas, las necesarias, las obligatorias, las voluntarias, las curiosas o caprichosas lecturas que llenan toda hora libre, llegan a establecer tal sistema de pugna, que jamás se logra atender a cada una a su tiempo. En las vacaciones, según qué vacaciones indudablemente, pero las que se dedican a ello, se lee mucho; pero se cae también mucho en la tentación de la relectura, necesaria, absolutamente necesaria a veces, y casi siempre, puesto que se plantea tentadora.

Estos Siete ensayos sobre el Romanticismo español tienen el poder y el encanto de sumergirnos en una época, en las manifestaciones de una época, cuya atracción no hemos dejado de experimentar, desbordada, como se ha mostrado fuera de sus límites, y misteriosa también, ya en parte cerrada a la comprensión, apenas a un siglo largo de distancia; transparente y arcana, según nuestra manera hostil o propicia de volvernos hacia ella. Cabría apuntar que siempre que una vuelta, sea al pasado y aunque sea al inmediato pasado, sea incluso al presente, a lo que traza su paralela a nuestro lado, ajeno a nosotros, pero ligado a nuestro ritmo, se realiza desde una actitud hostil, lo probable es que experimentemos la sensación de enfrentarnos a ello convertidos en sal, desprovistos de piel y de nervios.

La época romántica, sus fenómenos y su ambiente, sus protagonistas y sus portavoces, ha tenido siempre un encanto capaz de vencer toda hostilidad e indiferencia. Si no cabe considerarla admirable, sentimos especial indulgencia ante sus flaquezas. Este conjunto de ensayos nos va introduciendo en ella a través de distintos aspectos, acontecimientos, circunstancias y figuras. Es un estudio detenido, extenso, documentado, lleno de interés. Del cuarto ensayo que trata de la poesía, escojo el capítulo dedicado a «la Avellaneda y la Coronado». Gertrudis y Carolina, nombres que encajan muy bien en la época. Como encajan ellas, sus vidas, expresivas de su mundo y de su momento. Ambas, en la cumbre de la estimación de sus contemporáneos, fueron poéticamente coronadas: Carolina, en el Liceo de Madrid, en 1848; Gertrudis, en La Habana, en 1860.

A esta clase de acontecimientos me referí en principio. Hemos de imaginarnos la solemnidad, la emoción, el protocolo que revestían. Y entonces, naturalmente, a la luz de nuestros conceptos actuales nos parecen ingenuos y hasta cursis; nos suscitan una cierta sonrisa de indulgencia. Con alguna razón, quizá, aunque relativamente. Porque dentro de un siglo, ¿cómo será juzgada nuestra actualidad? Bergman, en Fresas salvajes, ha hecho la radiografía de una solemnidad académica en homenaje a un sabio, que asiste en persona, viejo ya y consagrado. La escena resulta desolada y cruel. No nos conduce a ninguna sensación de humor, de ironía, de conmiseración. Dios conduce a una sensación de vacío, de muerte. Asistimos en ella, iluminada por la intención del director, a una farsa seria y macabra. Un padre del yermo no expresaría mejor la vanidad de las cosas humanas. Todo estaba dirigido a este fin, no al que perseguiría un padre del yermo, sino al que sin duda persiguió Bergman en su crítica.

Hay que pensar que, aun tan sin profundo y dirigido propósito, nuestras solemnidades, nuestro ritual de enaltecimientos y homenajes corre el riesgo de suscitar una sonrisa si a un siglo de distancia se dirige la atención hacia los testimonios que sobrevivan. Y posiblemente sea un siglo demasiado colmado de sorpresas, de imprevistos y de milagros para que interese a nadie volver la vista atrás. Pero en tal caso, seguramente no ofrecerán los hábitos y los protocolos actuales el mismo atractivo que hoy nos ofrecen los de la época de las dos poetisas, cuya vida y pasión, poesía y recuerdo, me trae la obra de Romero Mendoza. Han sido dos mujeres absolutamente fieles a su época y a su programa vital, y absolutamente sinceras en su actitud ante el mundo de su tiempo y ante la representación que de él asumían.

Concha Castroviejo

Informaciones 27-9-63.

De una cultura provincial

Claves para nuestro Romanticismo

Tan se convierte en costumbre y asciende a paradigma lo cotidiano, que fácilmente perdemos de vista cómo no pocos de nuestros ingenios, entre los más señeros, cumplieron buena parte y aun la totalidad de su obra literaria en los más diversos y apartados puntos de la piel de toro. Quiero decir que, desde el centralismo berroqueño que nos legaron, no tanto los Borbones cuanto la Ilustración y, por modo más decisivo, la organización napoleónica y la política liberal: una vez que Madrid se convirtiera en rompeolas -según cantó Antonio Machado- de todas las provincias, trabajo cuesta imaginar que las cosas no siempre estuvieron, en la república literaria, como al presente. Mejor, que casi nunca se vieron como hoy cuando, si exceptuamos el núcleo gallego, algo del país vasco y Barcelona con sus extensiones, fuerza es admitir que casi todo acontece en el que Giménez Caballero apellidara meridiano de Madrid.

«Il n'y a bon bec que de Paris», estamos de acuerdo: es natural que la corte atraiga a los ingenios. Mas de países que han disfrutado de muchas cortes es conservar otros tantos y operantes centros culturales. Pienso en Italia, donde aquéllas, y las gloriosas universidades, comparten todavía con Roma la capitalidad literaria. O en Alemania. Y así fue también en España. Pero ya no era. El círculo oscense de Lastanosa, la escuela salmantina, los caballeritos de Azpeitia, la Cuerda granadina, como antes la obra impagable de los López Soler, Bergnes y Cabrerizo, o más tarde el renacimiento de la novela desde Andalucía y Galicia y la Montaña y la ruralía catalana, son fenómenos que -salvo las excepciones que antes dije, más alguna ciudad universitaria- ya no se registran, o no suelen registrarse.

Admitimos -en excepción confirmatoria de la regla- un Cela en Palma, un Delibes en Valladolid, Cunqueiro en Vigo o el grupo Barcelonés; también que el erudito de campanillas profese en una apartada universidad. Pero sorprende, a qué negarlo, que un caballero de Navalmoral de la Mata, en tierras extremeñas, reciba, y con pleno merecimiento, el premio «Conde de Cartagena de la Real Española». Y que la obra galardonada (Siete ensayos sobre el Romanticismo español) no se ampare a la enseña de las grandes editoras de Madrid o Barcelona, sino que provenga de los servicios culturales de una apartada Diputación, la de Cáceres. Hablo de un tomo en cuarto con más del medio millar de páginas y cincuenta impecables láminas, un primer volumen -único que conozco-, que sólo contiene cinco de los siete estudios anunciados. Un tratado poderoso, completísimo, abundante en muy personales puntos de vista, como que nada debe a la socorrida tijera y el usual recurso a las autoridades. Y pienso por ventura cuántos libros de análogo peso y enjundia se producirán por ahí, fuera del habitual circuito, es decir, ignorados, ya que no por los especialistas, siquiera por la minoría culta. Lamentable desconocimiento que depone poco a favor de la salud de nuestra vida literaria.

Porque el libro de Pedro Romero Mendoza, que así se llama nuestro autor, sobre que denota un escritor de cuerpo entero, dueño del idioma, modelo de prosistas, un prodigio de exposición, nos presenta un vigoroso, profundo y matizadísimo cuadro de algo tan invocado y mal conocido como nuestro Romanticismo. Con gran copia de documentación, no limitada al estricto campo de las letras, y lo que más vale: con el conocimiento directo y al detalle de los autores y obras que trae a debate, edifica piedra a piedra su meditado estudio; originalísimo en cuanto suyos son los parentescos, deducciones y juicios que, por lo mismo, difieren netamente de cuanto -copiándose de unos a otros- dan por sentado tratadistas y manuales. Y añade que ese cabal conocer autores y movimientos, ese colacionar y enjuiciar obras y aportaciones, no se reducen al mero marco español, antes abarcan todo el Romanticismo y sus inmediatos precedentes, con moros a consideración del aporte de los Rousseau y Senancour y Young, de Goethe, Chateaubriand y Lamartine, de Byron, Hugo, Leopardi, Musset, Heine y otros pares.

Con esos presupuestos abre volumen un vivacísimo repaso a la sociedad española y la vida madrileña de los días que precedieron al Romanticismo, mostrando cuán preparadas estaban ambas al advenimiento y auge de la nueva escuela, directamente condicionada por el cataclismo social que aportara la Revolución francesa y pariente próxima del liberalismo, hostigado pero triunfante. De ahí el mal du siècle, la misantropía, el sentido de la soledad que conduce a la comunión con el paisaje. También el ambiente, que contamina a los poetas sin necesidad de formación (los de más parvo bagaje de ideas son los innovadores más audaces); pues jamás se registró mayor continuidad entre la vida y la obra del poeta, ni tamaño interés de la sociedad, y de la política, por la literatura. Pasa luego al análisis del origen, caracteres y fases, partidarios, tránsfugas y detractores del movimiento y al estudio, punto por punto, de Larra y la prosa costumbrista, de la poesía desde Rivas y Espronceda a Bécquer y del teatro, así en lo tocante a los dramaturgos como en orden a los actores, la crítica y las condiciones en que se desarrollaban los espectáculos.

A mi ver, tan ponderado y rico cuadro presenta (a menos que se colme en el segundo volumen) una laguna sensible: la parte que Cataluña tuvo en la introducción del Romanticismo, principalmente el, digamos, de orden (de Walter Scott a Manzoni, para entendernos). Pero tampoco Romero Mendoza pretende historiar completamente el movimiento. Son siete ensayos, poderosísimos estudios, y que en los puntos abarcados resultan de capital interés para el estudioso y de sumo interés para el curioso lector.

Juan Ramón Masoliver

Siete ensayos sobre el Romanticismo español, Ed. Diputación Provincial, Cáceres.

La Vanguardia Española, Barcelona, 2 octubre 1963.

Siete ensayos sobre el Romanticismo español

Comentario crítico por nuestro colaborador Ángel Dotor

Radio Nacional de España. Biblioteca del Tercer Programa

En las postrimerías del fenecido 1963 ha visto la luz una de las obras a nuestro juicio de mayor mérito entre cuantas de índole literaria y crítica fueron publicadas en los últimos años, y cuya aparición, lejos de las atalayas madrileña o barcelonesa, habituales conferidoras de la fama, viene a probar cómo en el rincón provinciano existen egregias péñolas, sobremanera merecedoras del ditirambo. Nos referimos a Siete ensayos sobre el Romanticismo español, por Pedro Romero Mendoza, brillante escritor, que dirige la magnífica revista Alcántara, de Cáceres, cuya Diputación Provincial ha editado la obra en cuestión, mediante sus Servicios Culturales.

Romero Mendoza es un positivo valor de nuestras letras, que desde bien joven sintió la llamada entusiasta hacia su cultivo, dándose al mismo con vocación ejemplar, sin subordinar la creación a exigencias temporales. Así, morosa y amorosamente, con honda preparación y criterio cabal, sin otra ambición que el culto a la belleza, ha venido publicando trabajos narrativos, poéticos y críticos denotadores de concienzuda cultura humanística y pleno dominio del idioma, trabajos alguno de los cuales fue premiado. Pero es ahora, en Siete ensayos sobre el Romanticismo español, donde vense peraltadas sus cualidades de escritor de cuerpo entero, dueño de fina sensibilidad, don de observación penetrante y ponderado enjuiciamiento, todo ello servido por un estilo brillante, a la vez directo y expresivo. Su gran erudición es consecuencia del profundo estudio de la cultura greco-latina y del acervo literario universal, preferentemente el español, pues no de otra manera habría conseguido escribir esta obra maestra que es el estudio que nos ocupa, laureado por la Real Academia Española con el importante premio «Conde de Cartagena».

Pese a lo mucho que se ha escrito acerca del Romanticismo, este movimiento literario no había sido todavía cabalmente comprendido, tal vez por el prejuicio, la limitación conceptual y otras causas. Según Marañón, «el romántico jamás se ha definido exactamente y fue el hombre que se atrevía a pensar, a sentir, a vivir la vida íntima y la pública, y a crear, fuera de las normas clásicas académicas, ampliando, pues, con mayor razón de libertad, las posibilidades vitales de los otros hombres, los que se amoldaban al patrón corriente. De aquí que todavía, a un siglo de distancia del que fue su ocaso, haya venido constituyendo tema capaz de atraer apasionante curiosidad, manifiesto interés para numerosos pensadores y críticos, los cuales diéronse a su estudio e interpretación con entusiasta empeño. Creemos que ninguno de ellos logró calar en su esencia ni supo exponer el verdadero sentido y fundamental alcance de aquel movimiento con el acierto que ahora lo hace Romero Mendoza en su gran libro, del que sólo ha visto la luz el primer tomo de los dos que comprende, tomo de gran formato, en cuarto mayor, de más de medio millar de páginas, ilustrado con cuarenta y dos láminas fuera de texto. Para nuestro autor, el Romanticismo consistía en «volver los ojos hacia sí, en bucear y escarbar en el ser moral de cada uno, porque la realidad circundante era grosera y vil, en cambio el profundo misterio de las almas, con sus dudas terribles, y sus conflictos pasionales, y su sed de ideal y de ensueño representaba como una liberación de la sociedad». Esta definición viene a ser un como exponente magistral del concepto alentado por Romero Mendoza acerca de cuanto motivó e hizo posible la surgencia de lo romántico, concepto basado en un profundo, minucioso y detenido estudio de la época y la vida intelectual y colectiva, con gran acopio de documentación atinente no sólo al campo literario, sino al político-social, al costumbrista, etc. Su conocimiento directo de autores y obras no se limita al marco español, sino que abarca los de otros países, en sus antecedentes, desarrollo y figuras relevantes, por lo cual la obra comprende todo el Romanticismo.

Es, en resumen la de Romero Mendoza una creación en la que se plasma cuanto cabe reconstruir, de forma objetiva y crítica, acerca del movimiento romántico ochocentista, reflejo de época y ambiente de trascendental importancia como antecedente del mundo actual. El comentarista no sólo se ha dado a la morosa y fruitiva relectura de partes sobresalientes del brillante texto, como son las relativas a la vida española de la época y las que constituyen magníficas semblanzas de los cinco principales epílogos románticos españoles (Larra, el duque de Rivas, Espronceda, Zorrilla y Bécquer), sino que acotó marginalmente, a lo largo del general y extenso contexto, gran número de juicios, definiciones y citas donde se denota paladinamente el original enfoque del autor en su exposición y crítica del Romanticismo, tales, por citar algunos, los referentes a cómo aquel movimiento se dio contra la rigidez de preceptos mal interpretados, la influencia de la inestabilidad política en la gestación romántica, los estímulos y ejemplos foráneos, la hiperestesia del yo, características distintivas, figuras representativas, contraste entre lo clásico (la forma sobre la idea) y lo romántico (primacía del pensamiento, lo interno, lo psicológico), apostillas a la división nietzscheana de lo clásico o apolíneo y lo romántico o dionisíaco, la anarquía moral e inusitados desmanes a que llegó el movimiento romántico, y tantos más. De los siete ensayos integrantes de la obra, este primer tomo aparecido comprende cinco: Primero: Ambiente romántico (tres capítulos). Segundo: Origen, caracteres y fases del Romanticismo. Precursores y tránsfugas. Partidarios, detractores y eclécticos (ocho capítulos). Tercero: Larra y la prosa costumbrista (dos capítulos). Cuarto: La Poesía (ocho capítulos). Quinto: El Teatro (cinco capítulos). A continuación, y como final del volumen, dos utilísimos índices, el primero alfabético onomástico, y el segundo de láminas (casi todas ellas retratos de grandes románticos).

Programado para las 21,25 del día 24 enero 1964.

Siete ensayos sobre el Romanticismo español

(Premio «Conde de Cartagena de la Real Academia Española), por Pedro Romero Mendoza, Servicios Culturales de la Diputación Provincial de Cáceres. (Cáceres, 1963)

Recensiones de la revista Alcántara. N.º 141. Enero a diciembre de 1963.

Interesante, sugestivo y completo estudio del Romanticismo literario español, es éste de Pedro Romero Mendoza que hoy, con bastante retraso sobre la época en que consiguió el valioso «Premio Cartagena», se presenta al público hispánico, bien editado por los Servicios Culturales de la Diputación de Cáceres en dos tomos, de los cuales sólo ha salido hasta la fecha el primero, que es el que tengo en las manos y debe tener en su biblioteca todo el que se interesa por la historia de nuestra Literatura.

Es este primer tomo de gran formato y tiene 530 páginas. Sólo su tamaño evita que se lea de un tirón como si fuese una novela. Tan interesante es el tema, tan bien tratado está y con tal elegancia y sal ática está escrito.

Todo el que a escribir dedica sus desvelos, anhela haber compuesto durante su vida por lo menos una obra cumbre. La presente es la obra cumbre de un hombre que dedicó muchos años a estudios literarios, que practicó él mismo la actividad literaria con acierto notable y que todavía dirige y por muchos años siga haciéndolo, esta querida revista Alcántara, que sería honra de nuestra provincia altoextremeña sino fuera por las dificultades de todos conocidas, en que se desenvuelve su vida.

De estos siete ensayos anunciados en el título, el presente primer volumen contiene cinco. El primero de ellos se llama Ambiente romántico y cumple con exactitud precisamente el deber de ambientar al lector, de ponerle en fase en lo que va a leer a continuación y que constituye el contenido de la obra. Descríbese en él las circunstancias del mundo romántico en España con una viveza extraordinaria y una gran amenidad. Empero, sobre este primer ensayo, he de hacer yo la primera y sustancialmente la única objeción que esté magnífico libro me ofrece.

Inevitablemente, la ambientación del capítulo ha debido ser sacada de las fuentes de la época e insensiblemente el autor se ha contagiado del estilo romántico y hace suyas las críticas exaltadas y vociferantes de los escritores de entonces: Larra, Modesto Lafuente, Bretón de los herreros, etc. Así pues, el ambiente romántico no está escrito con serenidad, sino con lenguaje romántico también.

Hay que notar que mucho de lo que criticaban los que vivieron en la era decimonónica y se critica aún, existía más agudizado en los siglos anteriores si hablamos de atraso. Y si hablamos del «adelanto» que supone el declive espiritual, aquello no es nada comparado con el siglo actual. Si en los viajes se iba «dando tumbos por carreteras descuidadas, salvando baches y aguazales, fríos y nieves, calores y moscas»; si las fondas eran sucias y sórdidas, si la gente tenía malos modos y grosera altivez e ignorancia supina, ¿qué no ocurriría en el siglo XVIII y en el XVII y en el XV? Sin embargo los críticos de estos siglos no eran tan frenéticos ni tan pesimistas como los de la época romántica y por eso, la visión ambiental que de estos autores se desprende y que Romero recoge íntegra, es históricamente falsa por exceso.

Por otro lado, la mayoría de los males de la época y del atraso en que España quedó con respecto a otros países en el siglo XIX, se deben al caos político en que la nación se movió en casi todo este siglo, consumiendo estúpidamente sus energías en las luchas políticas y sin preocuparse para nada del progreso y de la cultura. Mientras en nuestro país el Romanticismo es una época de decadencia y estancamiento, en otros de los de Europa es período de cimentación y de progreso en todos los órdenes. Lo cual prueba que nuestra decadencia en el ochocientos no tiene nada que ver con el Romanticismo.

El segundo ensayo se titula Origen, caracteres y fases del Romanticismo. Precursores y tránsfugas. Partidarios, detractores y eclécticos. En él se comienza señalando las influencias precursoras que gravitaron sobre nuestros autores románticos, provenientes de allende las fronteras: Chateaubriand, Lamartine, Byron, Víctor Hugo, Musset, Jorge Sand, Leopardi, Heine. Todos estos autores quedan estudiados en lo esencial de su obra y en sus caracteres determinativos, por el autor del ensayo y desfilan por las páginas de éste vigorosamente retratados. Vistas sus fisonomías, el texto pasa revista a la técnica literaria que desarrollaron sus plumas; tras algunos estudios previos, se entra en el análisis de las fases del Romanticismo y sus escuelas literarias, diseñando con jugosas descripciones los estilos de nuestro romanticismo propiamente dicho y de los autores post-románticos que en nuestro país adquieren tanta importancia como sus antecesores.

Con el tercer ensayo, Larra y la prosa costumbrista, entramos en el auténtico estudio de los escritores románticos españoles. El capítulo primero está dedicado al famoso Fígaro, el número dos de nuestros satíricos, después del inconmensurable Quevedo, con el cual y con mucho acierto, encuentra Romero indudable parentesco en el carácter y estilo de Larra, tan certero, elegante y original en su obra literaria como desorientado e irrecomendable en su vida particular. Seguimos con los costumbristas de aquella época: Estébanez Calderón, Mesonero Romanos, Lafuente, Hartzenbusch, etc., floración de verdaderos notarios de la vida de entonces, que no todas las épocas de nuestra historia ha tenido, y ejemplo de ello es la nuestra, donde no hay ni un solo cultivador de este género literario tan importante y necesario para el historiógrafo.

El cuarto ensayo está dedicado a la Poesía romántica, y por él desfilan, con el conocimiento y la erudición que son corrientes en el libro, en primer lugar el Duque de Rivas, literato romántico y personaje él mismo de romance; después el brioso y atormentado semidiós extremeño Espronceda; en tercer lugar Zorrilla, ardiente y fecundo; más tarde el orientalista y sensual sacerdote catalán Arolas; las dos grandes poetisas, Gertrudis de Avellaneda y Carolina Coronado, y por fin, las estrellas menores de la profusa constelación romántica. El ensayo termina en capítulo aparte con Bécquer, a quien después de dudar de si incluirlo en el epígrafe, se decide por la afirmativa con completo acierto, porque en Bécquer está precisamente la culminación del romanticismo y su enlace con el Arte Literario Universal. Con avisada penetración, el autor hace notar que Bécquer es el único autor romántico que vive en obra, es decir que su biografía y su producción son una misma cosa.

Si el cuarto ensayo, dedicado a la poesía, es profundo e interesante, el quinto, dedicado al Teatro, es sencillamente excitante. No sólo aparecen en él redivivos por la pluma mágica de las descripciones García Gutiérrez, el Duque de Rivas, Gil y Zárate, Zorrilla, Hartzenbusch y la Avellaneda, sino la pléyade de actores y representantes que encarnaban los don Juanes y don Álvaros, las Ineses e Isabeles de Segura: Julián Romea, Bárbara y Teodora Lamadrid, Concepción Rodríguez, Carlos Latorre.

Sin esperar a la salida del segundo tomo, en que sin duda se tratará de la Novela y de los restantes géneros literarios del Romanticismo, puedo defender que habrá muy pocos o ningún estudio de este período literario español que superen al presente en fuerza expresiva, en gracia de narración, en acierto para seleccionar lo más esencial y representativo de cada género y período, en fidelidad y en crítica sensata. La Real Academia Española, que no concede los premios bajo la frivolidad y el comercialismo que estamos acostumbrados a ver en concursos particulares, supo lo que hizo al sancionar esta obra con la concesión de uno de sus más prestigiosos galardones. Pedro Romero Mendoza puede estar satisfecho por haber dejado de estar en deuda con su época, por haber producido la obra cumbre de su producción literaria.

No es el menor de los méritos de este libro su cuidadísima edición, con numerosas notas a pie de página, un extenso índice nominal y una galería ilustrativa con los retratos de los corifeos del Romanticismo Hispánico y Mundial.

Omar El Zegri

Siete ensayos sobre el Romanticismo español

De Pedro Romero Mendoza. Servicios Culturales de la Diputación Provincial de Cáceres, 1963

Todo estudio sistemático de las principales corrientes literarias que han sido es acreedor de especial atención, ya que de manera implícita se pasa revista al marco histórico en el que se produjeron. Esta obra, que obtuvo el «premio Cartagena» de la Real Academia Española, reúne las condiciones exigibles a la labor crítica de amplios alcances, tanto en su ordenación metodológica, como en la ponderación de las opiniones emitidas. Pero algunas licencias estilísticas nublan, si no la claridad, sí el rigor con que debe escribirse un ensayo. Una cosa es la prosa narrativa, la creadora de ficciones, y otra el quehacer ensayístico, frío pulsador cuando no investigador de pensamientos. Si en la primera pueden permitirse algunos circunloquios, en la segunda toda prolijidad es perjudicial.

Lo dicho no impide reconocer el meritorio esfuerzo llevado a cabo por Romero Mendoza, y su obra tendrá que ser considerada en el futuro en todas las bibliografías que traten cuestiones análogas a las que él ha tenido la paciencia y el tesón de someter a análisis. Al aludir a la prensa, el autor escribe un párrafo admirable, tanto por su vigencia como por la síntesis crítica que en sí contiene del problema general de nuestro país: «La sordidez mental en que se desenvuelve la vida española en los primeros decenios del siglo XIX es poco favorable al florecimiento de la ciencia y el arte. Las sátiras de Fígaro, flagelador insaciable de la sociedad de aquel tiempo, confirman esta apreciación nuestra. Por orden del Gobierno los periódicos extranjeros no entran en España. Aparece un periodiquito satírico, como El Duende (1828) y bastará que algunos de los vapuleados en sus páginas interpongan su influencia cerca de la autoridad, para que inmediatamente sea prohibida la publicación. Se persigue a los que piensan -"lejos de nosotros la funesta manía de pensar" - porque toda actividad del espíritu se estima como una enfermedad nociva al bien público».

El segundo ensayo se ocupa del origen, caracteres y fases del romanticismo. Antes ya ha advertido Romero Mendoza que la inestabilidad política preparó en algún grado el advenimiento de la nueva escuela. ¿No se les brindaba a los poetas -se pregunta- una ocasión excelente para protestar contra todo, para desesperarse y enfurecerse...? La chispa decisiva proviene del extranjero. No se le escapa al ensayista que otro de los determinantes del romanticismo «fue la airada protesta del espíritu creador contra la rigidez hierática de los preceptistas franceses y de los neoclásicos españoles del siglo XVIII». Así, aparecen Rousseau, Chateaubriand, Lamartine, Gautier, Goethe, Byron, Víctor Hugo, Leopardi, Musset y Heine. Y en nuestro solar, con una u otra variante, la floración también es abundante, en la prosa, la poesía y el teatro.

La obra y la biografía de los autores a los que Romero Mendoza dedica mayor espacio son Larra, el Duque de Rivas, Espronceda, Zorrilla y Bécquer. Con todo, la nómina de los autores que más o menos se estudian, nos parece completa, si la memoria no nos falla. Para nosotros, Larra es la figura de mayor importancia, pues muchos de sus escritos continúan de actualidad. Como dice el ensayista, Larra hurgó muy hondo en la herida abierta de la vida española. Los teatros, las cárceles, los escritores, las leyes, los políticos..., sugieren a Fígaro el mismo comentario hondo, agrio, hiriente... Todo está podrido en torno suyo. Todo huele a cadáver, a descomposición.

S. V.

«Papeles de Son Armadans», n.º XCV. Febrero, MCMLXIV.

Amplio estudio de la época romántica

Siete ensayos sobre el Romanticismo español, por Pedro Romero Mendoza, Cáceres, Servicios Culturales de la Diputación, 526 páginas.

Este trabajo que obtuvo en su día el «Premio Cartagena» de la Real Academia Española, es de una gran amplitud que aspira a abarcar toda una época con la necesaria exposición de antecedentes. Los siete ensayos que lo componen no tienen entidad separadamente, sino que se necesitan unos a otros en el orden que van, formando así un estudio tal vez más completo en la dimensión superficial que en la profunda, pero que resulta de gustosa lectura y contiene la necesaria información para que dicha lectura rinda un provecho.

Todo el ensayo primero se consume en la descripción del Madrid de la segunda década del XIX con su aspecto exterior, sus establecimientos más renombrados, sus botillerías, su Ateneo y su Parnasillo, sus cafés políticos como Lorencini y La Fontana de Oro. El autor considera que todo se hallaba maduro para la aparición de la nueva escuela literaria, y a ella dedica el segundo ensayo, remontándose a antecedentes ciertos como los de Rousseau, en cierto modo, y los de Lamartine o Chateaubriand. Su examen de algunos aspectos de las fases precursoras, tal como el capítulo dedicado a Fausto, es tal vez de lo más certero del libro.

El tercer ensayo versa sobre Larra, por el cual siente el autor justificado entusiasmo. Dedica un capítulo a la prosa costumbrista, llegando hasta Mesonero Romanos, sin olvidar la figura importante de Estébanez Calderón. Y entra propiamente en la materia de su estudio en los ensayos cuarto y quinto, dedicados a la poesía y el teatro en España, cuyas principales figuras estudia, desde el Duque de Rivas y Espronceda hasta Bécquer, ese último romántico que casi, casi, es el mejor poeta de todos ellos. Un quinto ensayo dedicado al teatro... y faltan por lo visto, en el plan del autor dos ensayos más que formarán un tomo segundo que suceda al presente.

El estilo de Romero Mendoza es claro y correcto, su conocimiento del tema es vasto y su entusiasmo por alguno de los autores y obras que examina (verbigracia el teatro de Gertrudis Gómez de Avellaneda) perfectamente disculpable y aun defendible, aunque hayan variado mucho los criterios.

Nicolás González Ruiz

Ya del 2-4-1964.