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Al cabo de seis años de agonía |
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todo me cansa ya, todo me hastía: |
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hasta el llanto que un tiempo me alivió. |
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Lleno estoy de estupor y de pereza, |
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como el que al alba su jornada empieza |
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y el sueño en larga noche no probó. |
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En mi ánimo confuso y turbulento, |
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siempre, de pensamiento en pensamiento, |
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tu dulce imagen vaga sin cesar, |
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como en noche callada, triste y sola, |
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melancólica, vaga, de ola en ola, |
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la imagen de la luna sobre el mar. |
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Yo sé que Dios con su hálito podría |
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en el fondo leal del alma mía |
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borrar tu imagen y extinguir mi amor. |
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Mas �ay! para mi espíritu abatido, |
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a las lóbregas sombras del olvido |
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prefiero el triste rayo del dolor; |
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que si es terrible el ronco mar violento, |
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cuando agitadas a merced del viento |
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las verdes olas reventando van, |
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más me horroriza el agua que, estancada |
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por el árido cierzo congelada, |
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resiste inalterable el huracán. |
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Sé que la saciedad la pena embota; |
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sé que, abusando, hasta el dolor se agota; |
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sé que nada es eterno: �ni el amor! |
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Por eso, conteniendo el triste lloro, |
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conservo mi ansiedad como un tesoro |
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y como un beneficio mi dolor. |
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La vida sobre mí terrible pesa; |
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y, entretanto, en el fondo de la huesa, |
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sordo tu cuerpo a mi gemido está. |
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Mas nada hay fijo en la inconstante suerte: |
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si hoy nos separa sin piedad la muerte, |
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la muerte al fin a unirnos volverá. |
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Todo, Señor, publica tu existencia; |
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todo tu gloria canta; |
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y, si todo enmudece, la conciencia |
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tu imagen agiganta. |
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Su fe te rinde el hombre en quien despiertas, |
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ya esperanzas, ya angustias; |
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su olor te dan las rosas entreabiertas |
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y las violetas mustias. |
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Tu alabanza pregona con su arrullo |
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la tórtola en la olmeda, |
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y una oración te eleva en su murmullo |
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la trémula arboleda. |
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Nadie, Señor, tu enojo desafía |
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ni tu ira desconoce; |
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y, al quererte burlar, la hipocresía |
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tu imperio reconoce. |
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El malo, como el bueno, al invocarte |
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se somete a tu yugo; |
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y aspiran a ponerte de su parte, |
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ya el mártir, ya el verdugo. |
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A ti claman, Señor, la plebe opresa |
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y el déspota vencido: |
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tu auxilio imploran el león sin presa |
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y el ruiseñor sin nido. |
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Todos a tu poder se supeditan, |
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y, besando tu huella, |
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todos, Señor, tu amparo solicitan |
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con razón o sin ella; |
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y, si airado nos vuelves el semblante |
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con ceño furibundo, |
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trepida como un seno palpitante |
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la redondez del mundo. |
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�Sólo el sabio a dudar de ti se atreve! |
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�Él, con saña ferina, |
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ciego escupe a la fuente donde bebe |
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y al sol que le ilumina! |
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No estudia el libro que a Moisés pasmado |
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tu almo labio dictaba, |
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ni el otro donde Newton admirado |
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tu nombre descifraba. |
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Haciendo escarnio de la fe sencilla, |
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no sabe �oh vil recelo! |
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ni doblar en la tierra la rodilla, |
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ni alzar la frente al cielo. |
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Si halla claras tus huellas inmortales, |
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blasfemando se aleja. |
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Ve la miel rebosar en los panales, |
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�y aún duda de la abeja! |
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Un cántico de amor y de esperanza |
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hierve en mi ardiente pecho: |
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a ti, Señor, mi espíritu lo lanza |
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en lágrimas deshecho. |
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A las flores el llanto de la aurora |
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da vida en el estío: |
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las lágrimas de amor que el hombre llora, |
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del alma son rocío. |
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�Bendito Tú, Señor, que tal mudanza |
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diste a la pena mía, |
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tornando en dulces horas de esperanza |
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mis horas de agonía! |
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En éxtasis divino arrebatado, |
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crece mi ardiente anhelo |
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cada vez que contemplo embelesado |
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ese libro del cielo. |
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Leyendo lo que en él tu mano ha escrito, |
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hora paso tras hora. |
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�Siento una sed ardiente de infinito |
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que el alma me devora! |
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�Quién pudiera volar hasta esa esfera |
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de luz y de armonía! |
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�Un alma, un alma amante allí me espera, |
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que hermana es de la mía! |
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Desde que ella voló, yo aquí cautivo, |
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su ausencia estoy llorando: |
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�nueve años hace que sin alma vivo, |
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por ella suspirando! |
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A ti, callada tumba, a ti mi frente |
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macilenta se inclina, |
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como el ave del páramo a la fuente |
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del agua cristalina. |
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�Cuerpo, baja al sepulcro, que te espera |
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como el mar a la nube! |
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�Alma, remonta el vuelo a la alta esfera! |
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�Sube a los cielos, sube! |