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Recuerdo



                                 ArribaAbajo�En mis brazos murió! Boca con boca,
bebí anhelante su postre aliento,
que, aumentando por grados mi tormente,
desde entonces el alma me sofoca.
   Yo mismo la vestí. Mudo cual roca,
sin lanzar un gemido ni un lamento,
cumpliéndole un sagrado juramento,
negro manto le puse y blanca toca.
   Hoy, cuando la amargura me enloquece,
una dulce visión de aspecto santo
con hábito monjil se me aparece.
Compasiva me mira; y cuando el llanto
mis párpados cansados humedece,
las lágrimas me enjuga con su manto.




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Fuensanta

I

Ante un féretro

                                  ArribaAbajoFue dulce como una poma,
granada como una espiga,
guardosa como una hormiga,
mansa como una paloma;
   dio consuelo a todo afán,
dio a toda orfandad abrigo;
ni su pan negó al mendigo,
ni ociosa comió su pan;
   el bien buscó sin reposo,
siempre en Dios la mente fija;
fue hermana para su hija,
fue madre para su esposo;
   y de virtud singular
dejando ejemplo a los dos,
hoy ante el trono de Dios
es su santa tutelar.
   No es necesario nombrarla;
nombrarla fuera ofenderla;
�quien una vez llegó a verla,
con nadie ha de equivocarla!


II

Un año después

                                                      A Antonio Grilo.

                                  ArribaAbajoHoy hace un año que tu bien perdiste:
doce hará pronto que perdí yo el mío;
y desde entonces, con profundo hastío,
el alma llevo solitaria y triste.
   No esperes que la calma reconquiste
tu pobre corazón doliente y frío,
ni que llene su báratro sombrío
cuanto en el mundo material existe.
   Tanto como el vivir dura esa cuita;
y eterno fuera nuestro ardiente anhelo,
si el alma, cuando atónita medita,
   sólo encontrara en el oscuro cielo
esa serie de ceros infinita
que describen los astros con su vuelo.


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Aspiración



                                  ArribaAbajoYo esperaba que Dios me dejaría
gozar la paz de la vejez contigo,
y que el sol de tu invierno me daría
serena luz y bienhechor abrigo.
   Yo esperé que la diestra soberana
nos diera, en medio del tumulto humano,
pasar como un hermano y una hermana
caminando cogidos de la mano.
   Yo esperé que corrieran nuestras vidas
como van por oteros y por lomas
de dos en dos las tórtolas unidas,
de dos en dos unidas las palomas.
   �Oh mezquina esperanza malograda!
Hoy me deja el Señor, sordo a mi ruego,
tras una juventud atropellada
una vejez sin calma y sin sosiego.
   �Oh amor, fruto que tarde te sazonas!
tu acidez, tu aspereza, tu amargura
diste a mi juventud; -y hoy me abandonas:
�hoy que empecé a gozar de tu dulzura!
   �Oh Dolores, oh esposa, oh compañera,
consuelo de mi espíritu afligido,
perder tu amor, que fue mi vida entera,
es perder �ay de mí! �cuanto he vivido!
   Por eso, en mi dolor, con ruego vano,
pronunciando tu nombre miro al cielo,
y, sordo a todo llamamiento humano,
morir, sólo morir doliente anhelo.
 
   En vano me repiten que es locura
tanto amor, tanta fe, tanta constancia;
que el dolor, si su alivio no procura,
más que duelo es estéril arrogancia;
   que es heno toda carne; sueño breve
toda vida; ilusión todo contento;
toda humana esperanza nube leve
disipada al furor del ronco viento;
   que es sacrílego el hombre si no inclina
la frente ante la diestra soberana,
y que acatar la voluntad divina
es la primera obligación humana.
   Yo los dejo decir, y, en mi agonía,
resignado recibo su sentencia:
ellos saben allá su teología;
yo no se más que amar: esa es mi ciencia.
   Yo sólo sé decir que no me es dado
sufrir sin queja tan profunda herida,
y que es triste marchar solo y cansado
por el árido yermo de la vida.
   �Decís que el tiempo calmará mi duelo
y el eco extinguirá de mi querella?
Pues bien, por eso sucumbir anhelo:
�porque quiero morir pensando en ella!
 
   �Oh! mal conoce, quien me pide calma,
a ese Dios cuyo santo nombre invoca,
a ese clemente Dios que llena el alma
de amor y llanto cuando en ella toca.
   �Oh! mal conoce el ignorante sabio
al que, por dar remedio a nuestra herida,
valeroso a la hiel aplico el labio
y en prueba de su amor nos dio su vida:
   al que encendió la redentora llama
que el bien acendra y santifica el duelo;
al que nos dijo: -�Amaos, como os ama
vuestro Padre inmortal que está en el cielo�;
   al que, en prenda de amor sacrificado,
el amor infinito reverbera,
y, al duro leño de la cruz clavado,
con los brazos abiertos nos espera.
   No puede, oh Dios, tu voluntad sagrada
querer que en sus congojas y pesares
olvide el corazón la fe jurada,
la fe jurada al pie de tus altares;
   ni que amores ante ellos prometidos
sean como en las fieras en nosotros,
apetito brutal de los sentidos
que, agotado un manjar, se ceba en otros.
   Tiene tu Libro, que en el alma imprime
consuelo para todos los pesares,
un cantar que por tierno y por sublime
se apellida el Cantar de los cantares;
   y aquel idilio, que en acción sucinta
recónditos misterios nos declara,
cuando el amor de Dios y el alma pinta,
al de esposo y esposa lo compara.
   �Cómo ha de ver mi amor con ceño duro
quien lo ensalzó con simil tan hermoso?
ni �cómo has de execrar amor tan puro
tú que eres todo amor, Dios bondadoso?
   Tan grande es tu ternura sin falsía,
que nunca en vano la invocó mi anhelo:
al pronunciar tu nombre, de alegría,
sobre mi frente se dilata el cielo.
   Tu amor es puro manantial suave
que en todo vierte su raudal fecundo.
Quien no probó tu amor, de amor no sabe:
�de quién sino de Ti lo aprende el mundo?
   Claro como la clara luz del día,
tu verbo en todo sin cesar penetra:
�oh brisa, oh bosque, oh mar, vuestra armonía
no es una vana música sin letra!
   Todo habla, y todo al par dice lo mismo;
todo en una oración cifra su anhelo:
��amor!� clama el reptil en el abismo;
��amor!� repite el ángel en el cielo;
   y el sol, y las estrellas, y la luna,
juntando sus plegarias al gemido
de tierra, viento y mar, cantan a una
el amor demandado y concedido.
 
   �Oh amor, oh santo amor, llama primera
y última luz del alma congojada,
en la edad juvenil ardiente hoguera
y hogar tranquilo en la vejez cansada!
   �Oh amor, que como el Fénix te eternizas
por la virtud que en ti constante llevas,
y si al fin te consumes en cenizas,
de tus propias cenizas te renuevas!
   �Oh amor, oh santo amor, límpida fuente
de virtud, de ventura, de consuelo,
que tienes en la tierra tu corriente
y tu vena purísima en el cielo!
   �Qué es sin ti, qué es sin ti la humana vida?
�presa del vicio o del dolor profundo!
�polvo seco o materia corrompida!
�arido yermo o lodazal inmundo!
   Todo cuanto en la tierra vil se mueve,
por su inercia nativa tiende al suelo:
tú, amor, tú eres la fuerza a quien se debe
que las almas graviten hacia el cielo.
   Vana es la dicha que del mundo nace,
breve el placer que el mundo proporciona,
humo aquélla que el ábrego deshace,
flor éste cuyo fruto no sazona.
   �Oh amor, oh amor, tú sólo eterno duras,
tú sólo das delicias verdaderas,
y, rotas las mortales ligaduras,
más allá de la tumba perseveras
 
   Esposa, cuando el alma que hoy delira
calme la muerte que con ansia espero
y el triste pecho que por ti suspira
al viento rinda el hálito postrero;
   cuando, cubierto por la verde alfombra
del césped, este cuerpo dolorido
abra los ojos a la eterna sombra
y al eterno silencio abra el oído;
   cuando sobre él, despojo miserable
sumido en las tinieblas del osario,
tomen su eterna forma inalterable
los inmóviles pliegues del sudario;-
   entonces, para el alma libre y pura,
gloria será cuanto es tormenta ahora:
lágrimas que lloró la noche oscura
perlas son en la f rente de la aurora.
   Entonces, en los ámbitos del cielo,
donde apaga el dolor su agudo grito,
la mente humana sin humano velo
contemplará lo eterno y lo infinito;
   �y entonces te veré! -pero ese día
�cuándo al fin llegará? �cuándo? -�qué importa!
�para el que espera el bien y en Dios confía,
la eternidad es corta!




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Reliquias



                                  ArribaAbajoGuardo en un sencillo armario,
que con tu nombre sellé,
tus vestidos, tu rosario
y el viejo devocionario
que al casarnos te entregué.
   Marchitos ya los colores
que a tu ventana lucieron
en otros tiempos mejores,
guardo allí también las flores
que a la par de ti murieron;
   y entre objetos tan amados,
�Dolores, del alma mía!
revueltos y enmarañados
tus cabellos, impregnados
del sudor de tu agonía.
   Llorando a solas conmigo,
por dar alivio a mi afán
yo los beso y los bendigo;
cuando me entierren contigo,
con ellos me enterrarán.
   De tan largo padecer
estoy macilento y cano:
cuando me vuelvas a ver,
si no los llevo en la mano,
no me vas a conocer.


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Restitución



                                  ArribaAbajoEstas pobres canciones que te consagro,
en mi mente han nacido por un milagro.
Desnudas de las galas que presta el arte,
mi voluntad en ellas no tiene parte:
yo no sé resistirlas ni suscitarlas;
yo ni aun sé comprenderlas al formularlas;
y es en mí su lamento, sentido y grave,
natural como el trino que lanza el ave.
Santas inspiraciones que tú me envías,
puedo decir, esposa, que no son mías:
pensamiento y palabra de ti recibo:
tú en silencio las dietas; yo las escribo.
   Desde que abandonaste nuestra morada,
de la mortal escoria purificada,
trasformado está el fondo del alma mía,
y voces oigo en ella que antes no oía.
Todo cuanto en la tierra y el mar y el viento,
tiene matiz, aroma, forma o acento,
de mi ánimo abatido turba la calma
y en canción se convierte dentro del alma.
Y es que, en estas tinieblas donde me pierdo,
todo está confundido con tu recuerdo:
�sin él, todo es silencio, sombra y vacío
en la tierra y el viento y el mar bravío!
   Revueltos peñascales, áspera breña
donde salta el torrente de peña en peña
corrientes bullidoras del claro río;
religiosos murmullos del bosque umbrío;
tórtola que en sus frondas unes tus quejas
al calmante zumbido de las abejas;
águila que te ciernes en corvo vuelo
por el azul espacio que cubre el cielo;
golondrina que emigras cuando el octubre
con sus pálidas hojas el suelo cubre,
y al amor de tu nido tornas ligera
cuando esparce sus flores la primavera;
aura mansa que llevas, en vuelo tardo,
efluvios de azucena, jazmín y nardo;
brisas que en el desierto sois mensajeras
de los tiernos amores de las palmeras:
(�de las pobres palmeras que, separadas,
se miran silenciosas y enamoradas!)-
pardas nieblas del valle, nieves del monte,
cambiantes y vislumbres del horizonte;
tempestad que bramando con ronco acento
tus cabellos de lluvia tiendes al viento;
solitaria ensenada, restinga ignota
donde oculta su nido la gaviota;
olas embravecidas que pone a raya
con sus rubias arenas la corva playa;
grutas donde repiten con sordo acento
sus querellas y halagos la mar y el viento;
velas desconocidas que en lontananza
pasáis como los sueños de la esperanza;
nebuloso horizonte, tras cuyo velo
sus límites confunden la mar y el cielo;
rayo de sol poniente que te abres paso
por los rotos celajes del triste ocaso;
melancólico rayo de blanca luna
reflejado en la cresta de escueta duna;
negra noche que dejas de monte a monte
granizado de estrellas el horizonte;
lamento misterioso de la campana
que en la nocturna sombra suena lejana,
pidiendo por ciudades y por desiertos
la oración de los vivos para los muertos;
plegaria que te elevas entre las nubes
del incienso que en ondas al cielo sube
cuando al Señor elevan himnos fervientes
santos anacoretas y penitentes;
catedrales ruinosas, mudas y muertas,
cuyas góticas naves hallo desiertas,
cuyas leves agujas, al cielo alzadas,
parecen oraciones petrificadas;
torres donde por cima de la veleta
que a merced de los vientos se agita inquieta,
señalando regiones que nadie ha visto
tiende inmóvil sus brazos la cruz de Cristo:
luces, sombras, murmullos, flores, espumas,
trasparentes neblinas espesas brumas,
valles, montes, abismos, tormentas, mares,
auras, brisas, aromas, nidos y altares,
vosotros en el fondo del alma mía
despertáis siempre un eco de poesía,
y es que siempre a vosotros encuentro unido
el recuerdo doliente del bien perdido.
Sin él, �qué es la grandeza, qué es el tesoro
de la tierra y el viento y el mar sonoro!
 
   Ya lo ves: las canciones que te consagro,
en mi mente han nacido por un milagro.
Nada en ellas es mío, todo es don tuyo:
por eso a ti, de hinojos, las restituyo.
�Pobres hojas caídas de la arboleda,
sin su verdor el alma desnuda queda!
   Pero no, que aún te deben mis desventuras
otras más delicadas, otras más puras:
canciones que, por miedo de profanarlas,
en el alma conservo sin pronunciarlas;
recuerdos de las horas que, embelesado,
en nuestro pobre albergue pasé a tu lado
cuando al alma y al cuerpo daban pujanza
juventud y cariño, fe y esperanza;
cuando, lejos del mundo parlero y vano,
íbamos por la vida mano con mano;
cuando, húmedos los ojos, juntas las palmas,
en una se fundían nuestras dos almas:
canciones silenciosas que el alma hieren;
canciones que en mí nacen y que en mí mueren;
�hechizadas canciones, con cuyo encanto
a mis áridos ojos se agolpa el llanto!
   Y aun a veces aplacan mis amarguras
otras más misteriosas, otras más puras:
canciones sin palabra, sin pensamiento,
vagas emanaciones del sentimiento;
silencioso gemido de amor y pena
que, en el fondo del pecho, callado suena;
aspiración confusa que, en vivo anhelo,
ya es canción, ya plegaria que sube al cielo;
inquietudes del alma, de amor herida;
vagos presentimientos de la otra vida;
éxtasis de la mente que a Dios se lanza;
luminosos destellos de la esperanza;
voces que me aseguran que podré verte
cuando al mundo mis ojos cierre la muerte:
�canciones que, por santas, no tienen nombres
en la lengua grosera que hablan los hombres!
esas son las que endulzan mi amargo duelo;
esas son las que el alma llaman al cielo;
esas de mi esperanza fijan el polo,
�y esas son las que guardo para mí solo!




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Preludio



                                  ArribaAbajoCuando desde la senda que triste huello
miro al cielo tendido de monte a monte,
dándome ya su sombra, ya su destello,
nubes y astros alternan en mi horizonte;
y, ora en el cielo el astro descuelle altivo,
ora la nube al suelo dé oscura alfombra,
ni el astro ni la nube jamás esquivo,
y, según el influjo que así recibo,
vestidos van mis versos de luz o sombra.
   Pero aunque en las tinieblas duelos incube
la miserable vida que humilde arrastro,
sé que, si al astro a veces vela la nube,
sobre la nube siempre destella el astro.
   Por eso, en la tormenta y en la bonanza,
los ásperos escollos del mal evito:
siempre en los cielos pongo mi confianza;
siempre eres tú mi norte, noble Esperanza:
�y harto en mi derrotero te necesito!
   Mis intenciones fallan, aun siendo puras;
luchando con la suerte voy brazo a brazo;
y, completas en todo mis desventuras,
a mis venturas siempre falta un pedazo.
   A las densas tinieblas hechos mis ojos,
con la luz de la dicha tal vez me ofusco;
los pies en sangre llevo tintos y rojos;
y, avezadas mis manos a los abrojos,
para tejer el nido, la zarza busco.
   No insensato deploro, con queja vana,
como excepción injusta la suerte mía:
el dolor es la prueba del alma humana;
sin él, virtud no hubiera. No -�Ni poesía!
   Homero Dante, Tasso, Milton, Cervantes
el azote probaron de la Fortuna:
hoy sus nietos sufrimos lo que ellos antes;
y, pigmeos nosotros, y ellos gigantes,
con tamaño distinto, la esencia es una.
   Cerrad, cerrad el libro de mis canciones
los que de novedades sintáis capricho;
para quien no disfraza sus emociones
en materia tan vieja todo está dicho,
   Hoy brillan las auroras corno brillaban,
y rugen las tormentas como rugían,
y las águilas vuelan como volaban,
y brotan los laureles como brotaban
cuando a Dante y a Homero la sien ceñían.
   Nunca herirá las fibras del sentimiento
quien pasiones ficticias darnos intente,
miserable hojarasca que barre el viento:
lo que nadie ha sentido, nadie lo siente.
   En cambio, la poesía fiel y espontánea
que sinceros afectos celebra o llora,
de todas las naciones es conterránea,
y de todos los siglos contemporánea,
y es de todas las almas consoladora.
   Y, aunque pasiones varias tal vez la animen
como expresión suprema del sentimiento,
sus huellas en el alma mejor se imprimen
cuando el amor le infunde fuerza y aliento,
   Es amor, a mis años, flor inverniza
sin el matiz ardiente de la amapola;
pero, aun seca y estéril, aromatiza
las páginas del libro donde desliza
un pétalo caído de su corola.
   No es aluvión venido de la montaña,
que chozas y cosechas arrastra al río:
es lluvia bienhechora que el campo baña
con sus gotas menudas como rocío.
   No es repentino rayo que se atropella
y espesuras y mieses raudo aniquila;
es fanal, que en la sombra, puro destella
lo que ayer dio en las nubes ígnea centella,
ya en cristalina bomba da luz tranquila:
   luz que de toda niebla desgarra el velo;
luz que el miedo, y la duda, y el mal destierra;
luz que su ardiente foco tiene en el cielo,
y apacible su rayo vierte en la tierra.
   Universal afecto, tierno cariño
que de amor, a hurtadillas, usurpa el nombre,
es pasión impoluta corno el armiño:
es el amor que tiene la madre al niño,
es el amor que Cristo consagró al hombre.
   Por él, la mar tranquila de mi conciencia
con las brumas del odio nunca se empaña;
por él, aunque me engañe mi inteligencia,
mi corazón sencillo nunca me engaña;
   Por él, aunque el recuerdo del bien lejano
que me robó la muerte conservo fijo,
miro ya como propio todo lo humano;
por él, en cada viejo veo un hermano;
por él, en cada joven abrazo un hijo;
   por él, en la tormenta y en la bonanza,
siempre hacia las regiones del bien navego;
siempre eres tú mi norte, noble Esperanza;
siempre a ti, Piedad santa, la vela entrego;
   y, por él, aunque en sombras su duelo incube
la miserable vida que humilde arrastro,
cuando mi amarga pena más alto sube
sé que, si al astro a veces vela la nube,
sobre la nube siempre destella el astro.


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Meditación



                                  ArribaAbajoSabio, en verdad, muy sabio es nuestro siglo:
ni trasgo, ni quimera, ni vestigio,
ni tartárea visión
ofuscan su serena fantasía,
cuyo fondo penetra, clara y fría,
la luz de la razón.
   Los altos vuelos de la mente humana,
las risueñas promesas de mañana,
las victorias de ayer,
todo concurre a enaltecer su imperio,
y el címbalo, y el arpa, y el salterio
celebran su poder.
   Para la ciencia humana no hay ya enigma:
en todo imprime su profundo estigma
viril la Humanidad;
y en sus manos, que tierra y mar trastornan,
las audaces hipótesis se tornan
en viva realidad.
   Mas �ay! el hombre, en su constante anhelo,
la mirada jamás dirige al Cielo,
de otra verdad en pos;
y al mirar a esa turba tornadiza
que ni reza ni llora, me horroriza
la soledad de Dios.
   Sobre este campo de tenaz pelea,
ni un incensario para honrarle humea,
ni un altar queda en pie;
y a la puerta del Cielo solitaria
ya no llega el clanior de la plegaria
ni el himno de la fe.
   Sobre el antiguo dogma derruido,
como cárabo insomne teje el nido
la pálida Ansiedad;
y, extinguida la lámpara que clara
brillaba, en torno de la inútil ara
reina la oscuridad.
   ��Hay Dios?�-pregunta el hombre a la alta esfera;
��Sí!�-contesta la noble Fe sincera;
la Impiedad grita:-��No!�
y la Duda, que escarba los escombros,
levantando las cejas y los hombros,
responde: -��Qué sé yo!�
   Ya ni un hijo de Abel el mundo encierra:
la raza de Caín puebla la tierra.
Con insensato afán
cunde y cunde -�diabólica demencia!-
la lucha del que vive en la opulencia
y el que muere sin pan.
   El rico sigue su triunfal camino
sin sondar los secretos que el destino
cela en lo por venir;
y, mientras dura la presente vida,
fija en ella la mente, sólo cuida
de gozar y reír.
   Y el pobre, de ambición y envidia ciego,
en vez de alzar a Dios humilde ruego,
dice en su corazón: -
��A qué invocar en mi cruel dolencia
a un ser que ni socorre mi indigencia
ni calma mi aflicción?�
   �Horrenda insensatez! -Aunque el tesoro
de la bondad divina en lluvia de oro
quieras mandarnos, di,
�a quién, oh Dios clemente y soberano,
tu limosna darás, si ya no hay mano
que se alargue hacia Ti?
   La suya el hombre contra el hombre mueve
con franca saña o con rencor aleve
que hiere por detrás;
y, si en su empeño insano al cielo apremia,
tal vez se oye en su labio la blasfemia;
la plegaria jamás.
   �Se oirá, por fin? -�Se oirá! Tarde o temprano,
siempre la senda del dolor humano
para en Getsemaní.
�Allí, Señor, en duelo el alma inundas;
y al cabo las pupilas moribundas
se elevan hacia Ti!

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