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Yo esperaba que Dios me dejaría |
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gozar la paz de la vejez contigo, |
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y que el sol de tu invierno me daría |
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serena luz y bienhechor abrigo. |
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Yo esperé que la diestra soberana |
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nos diera, en medio del tumulto humano, |
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pasar como un hermano y una hermana |
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caminando cogidos de la mano. |
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Yo esperé que corrieran nuestras vidas |
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como van por oteros y por lomas |
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de dos en dos las tórtolas unidas, |
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de dos en dos unidas las palomas. |
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�Oh mezquina esperanza malograda! |
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Hoy me deja el Señor, sordo a mi ruego, |
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tras una juventud atropellada |
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una vejez sin calma y sin sosiego. |
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�Oh amor, fruto que tarde te sazonas! |
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tu acidez, tu aspereza, tu amargura |
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diste a mi juventud; -y hoy me abandonas: |
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�hoy que empecé a gozar de tu dulzura! |
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�Oh Dolores, oh esposa, oh compañera, |
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consuelo de mi espíritu afligido, |
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perder tu amor, que fue mi vida entera, |
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es perder �ay de mí! �cuanto he vivido! |
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Por eso, en mi dolor, con ruego vano, |
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pronunciando tu nombre miro al cielo, |
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y, sordo a todo llamamiento humano, |
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morir, sólo morir doliente anhelo. |
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En vano me repiten que es locura |
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tanto amor, tanta fe, tanta constancia; |
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que el dolor, si su alivio no procura, |
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más que duelo es estéril arrogancia; |
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que es heno toda carne; sueño breve |
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toda vida; ilusión todo contento; |
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toda humana esperanza nube leve |
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disipada al furor del ronco viento; |
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que es sacrílego el hombre si no inclina |
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la frente ante la diestra soberana, |
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y que acatar la voluntad divina |
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es la primera obligación humana. |
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Yo los dejo decir, y, en mi agonía, |
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resignado recibo su sentencia: |
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ellos saben allá su teología; |
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yo no se más que amar: esa es mi ciencia. |
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Yo sólo sé decir que no me es dado |
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sufrir sin queja tan profunda herida, |
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y que es triste marchar solo y cansado |
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por el árido yermo de la vida. |
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�Decís que el tiempo calmará mi duelo |
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y el eco extinguirá de mi querella? |
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Pues bien, por eso sucumbir anhelo: |
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�porque quiero morir pensando en ella! |
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�Oh! mal conoce, quien me pide calma, |
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a ese Dios cuyo santo nombre invoca, |
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a ese clemente Dios que llena el alma |
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de amor y llanto cuando en ella toca. |
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�Oh! mal conoce el ignorante sabio |
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al que, por dar remedio a nuestra herida, |
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valeroso a la hiel aplico el labio |
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y en prueba de su amor nos dio su vida: |
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al que encendió la redentora llama |
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que el bien acendra y santifica el duelo; |
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al que nos dijo: -�Amaos, como os ama |
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vuestro Padre inmortal que está en el cielo�; |
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al que, en prenda de amor sacrificado, |
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el amor infinito reverbera, |
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y, al duro leño de la cruz clavado, |
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con los brazos abiertos nos espera. |
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No puede, oh Dios, tu voluntad sagrada |
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querer que en sus congojas y pesares |
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olvide el corazón la fe jurada, |
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la fe jurada al pie de tus altares; |
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ni que amores ante ellos prometidos |
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sean como en las fieras en nosotros, |
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apetito brutal de los sentidos |
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que, agotado un manjar, se ceba en otros. |
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Tiene tu Libro, que en el alma imprime |
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consuelo para todos los pesares, |
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un cantar que por tierno y por sublime |
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se apellida el Cantar de los cantares; |
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y aquel idilio, que en acción sucinta |
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recónditos misterios nos declara, |
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cuando el amor de Dios y el alma pinta, |
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al de esposo y esposa lo compara. |
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�Cómo ha de ver mi amor con ceño duro |
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quien lo ensalzó con simil tan hermoso? |
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ni �cómo has de execrar amor tan puro |
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tú que eres todo amor, Dios bondadoso? |
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Tan grande es tu ternura sin falsía, |
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que nunca en vano la invocó mi anhelo: |
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al pronunciar tu nombre, de alegría, |
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sobre mi frente se dilata el cielo. |
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Tu amor es puro manantial suave |
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que en todo vierte su raudal fecundo. |
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Quien no probó tu amor, de amor no sabe: |
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�de quién sino de Ti lo aprende el mundo? |
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Claro como la clara luz del día, |
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tu verbo en todo sin cesar penetra: |
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�oh brisa, oh bosque, oh mar, vuestra armonía |
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no es una vana música sin letra! |
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Todo habla, y todo al par dice lo mismo; |
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todo en una oración cifra su anhelo: |
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��amor!� clama el reptil en el abismo; |
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��amor!� repite el ángel en el cielo; |
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y el sol, y las estrellas, y la luna, |
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juntando sus plegarias al gemido |
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de tierra, viento y mar, cantan a una |
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el amor demandado y concedido. |
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�Oh amor, oh santo amor, llama primera |
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y última luz del alma congojada, |
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en la edad juvenil ardiente hoguera |
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y hogar tranquilo en la vejez cansada! |
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�Oh amor, que como el Fénix te eternizas |
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por la virtud que en ti constante llevas, |
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y si al fin te consumes en cenizas, |
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de tus propias cenizas te renuevas! |
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�Oh amor, oh santo amor, límpida fuente |
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de virtud, de ventura, de consuelo, |
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que tienes en la tierra tu corriente |
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y tu vena purísima en el cielo! |
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�Qué es sin ti, qué es sin ti la humana vida? |
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�presa del vicio o del dolor profundo! |
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�polvo seco o materia corrompida! |
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�arido yermo o lodazal inmundo! |
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Todo cuanto en la tierra vil se mueve, |
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por su inercia nativa tiende al suelo: |
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tú, amor, tú eres la fuerza a quien se debe |
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que las almas graviten hacia el cielo. |
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Vana es la dicha que del mundo nace, |
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breve el placer que el mundo proporciona, |
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humo aquélla que el ábrego deshace, |
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flor éste cuyo fruto no sazona. |
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�Oh amor, oh amor, tú sólo eterno duras, |
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tú sólo das delicias verdaderas, |
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y, rotas las mortales ligaduras, |
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más allá de la tumba perseveras |
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Esposa, cuando el alma que hoy delira |
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calme la muerte que con ansia espero |
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y el triste pecho que por ti suspira |
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al viento rinda el hálito postrero; |
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cuando, cubierto por la verde alfombra |
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del césped, este cuerpo dolorido |
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abra los ojos a la eterna sombra |
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y al eterno silencio abra el oído; |
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cuando sobre él, despojo miserable |
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sumido en las tinieblas del osario, |
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tomen su eterna forma inalterable |
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los inmóviles pliegues del sudario;- |
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entonces, para el alma libre y pura, |
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gloria será cuanto es tormenta ahora: |
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lágrimas que lloró la noche oscura |
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perlas son en la f rente de la aurora. |
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Entonces, en los ámbitos del cielo, |
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donde apaga el dolor su agudo grito, |
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la mente humana sin humano velo |
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contemplará lo eterno y lo infinito; |
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�y entonces te veré! -pero ese día |
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�cuándo al fin llegará? �cuándo? -�qué importa! |
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�para el que espera el bien y en Dios confía, |
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la eternidad es corta! |
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Estas pobres canciones que te consagro, |
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en mi mente han nacido por un milagro. |
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Desnudas de las galas que presta el arte, |
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mi voluntad en ellas no tiene parte: |
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yo no sé resistirlas ni suscitarlas; |
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yo ni aun sé comprenderlas al formularlas; |
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y es en mí su lamento, sentido y grave, |
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natural como el trino que lanza el ave. |
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Santas inspiraciones que tú me envías, |
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puedo decir, esposa, que no son mías: |
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pensamiento y palabra de ti recibo: |
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tú en silencio las dietas; yo las escribo. |
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Desde que abandonaste nuestra morada, |
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de la mortal escoria purificada, |
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trasformado está el fondo del alma mía, |
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y voces oigo en ella que antes no oía. |
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Todo cuanto en la tierra y el mar y el viento, |
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tiene matiz, aroma, forma o acento, |
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de mi ánimo abatido turba la calma |
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y en canción se convierte dentro del alma. |
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Y es que, en estas tinieblas donde me pierdo, |
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todo está confundido con tu recuerdo: |
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�sin él, todo es silencio, sombra y vacío |
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en la tierra y el viento y el mar bravío! |
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Revueltos peñascales, áspera breña |
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donde salta el torrente de peña en peña |
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corrientes bullidoras del claro río; |
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religiosos murmullos del bosque umbrío; |
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tórtola que en sus frondas unes tus quejas |
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al calmante zumbido de las abejas; |
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águila que te ciernes en corvo vuelo |
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por el azul espacio que cubre el cielo; |
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golondrina que emigras cuando el octubre |
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con sus pálidas hojas el suelo cubre, |
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y al amor de tu nido tornas ligera |
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cuando esparce sus flores la primavera; |
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aura mansa que llevas, en vuelo tardo, |
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efluvios de azucena, jazmín y nardo; |
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brisas que en el desierto sois mensajeras |
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de los tiernos amores de las palmeras: |
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(�de las pobres palmeras que, separadas, |
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se miran silenciosas y enamoradas!)- |
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pardas nieblas del valle, nieves del monte, |
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cambiantes y vislumbres del horizonte; |
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tempestad que bramando con ronco acento |
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tus cabellos de lluvia tiendes al viento; |
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solitaria ensenada, restinga ignota |
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donde oculta su nido la gaviota; |
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olas embravecidas que pone a raya |
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con sus rubias arenas la corva playa; |
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grutas donde repiten con sordo acento |
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sus querellas y halagos la mar y el viento; |
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velas desconocidas que en lontananza |
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pasáis como los sueños de la esperanza; |
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nebuloso horizonte, tras cuyo velo |
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sus límites confunden la mar y el cielo; |
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rayo de sol poniente que te abres paso |
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por los rotos celajes del triste ocaso; |
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melancólico rayo de blanca luna |
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reflejado en la cresta de escueta duna; |
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negra noche que dejas de monte a monte |
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granizado de estrellas el horizonte; |
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lamento misterioso de la campana |
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que en la nocturna sombra suena lejana, |
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pidiendo por ciudades y por desiertos |
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la oración de los vivos para los muertos; |
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plegaria que te elevas entre las nubes |
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del incienso que en ondas al cielo sube |
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cuando al Señor elevan himnos fervientes |
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santos anacoretas y penitentes; |
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catedrales ruinosas, mudas y muertas, |
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cuyas góticas naves hallo desiertas, |
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cuyas leves agujas, al cielo alzadas, |
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parecen oraciones petrificadas; |
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torres donde por cima de la veleta |
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que a merced de los vientos se agita inquieta, |
|
señalando regiones que nadie ha visto |
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tiende inmóvil sus brazos la cruz de Cristo: |
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luces, sombras, murmullos, flores, espumas, |
|
trasparentes neblinas espesas brumas, |
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valles, montes, abismos, tormentas, mares, |
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auras, brisas, aromas, nidos y altares, |
|
vosotros en el fondo del alma mía |
|
despertáis siempre un eco de poesía, |
|
y es que siempre a vosotros encuentro unido |
|
el recuerdo doliente del bien perdido. |
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Sin él, �qué es la grandeza, qué es el tesoro |
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de la tierra y el viento y el mar sonoro! |
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Ya lo ves: las canciones que te consagro, |
|
en mi mente han nacido por un milagro. |
|
Nada en ellas es mío, todo es don tuyo: |
|
por eso a ti, de hinojos, las restituyo. |
|
�Pobres hojas caídas de la arboleda, |
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sin su verdor el alma desnuda queda! |
|
Pero no, que aún te deben mis desventuras |
|
otras más delicadas, otras más puras: |
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canciones que, por miedo de profanarlas, |
|
en el alma conservo sin pronunciarlas; |
|
recuerdos de las horas que, embelesado, |
|
en nuestro pobre albergue pasé a tu lado |
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cuando al alma y al cuerpo daban pujanza |
|
juventud y cariño, fe y esperanza; |
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cuando, lejos del mundo parlero y vano, |
|
íbamos por la vida mano con mano; |
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cuando, húmedos los ojos, juntas las palmas, |
|
en una se fundían nuestras dos almas: |
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canciones silenciosas que el alma hieren; |
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canciones que en mí nacen y que en mí mueren; |
|
�hechizadas canciones, con cuyo encanto |
|
a mis áridos ojos se agolpa el llanto! |
|
Y aun a veces aplacan mis amarguras |
|
otras más misteriosas, otras más puras: |
|
canciones sin palabra, sin pensamiento, |
|
vagas emanaciones del sentimiento; |
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silencioso gemido de amor y pena |
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que, en el fondo del pecho, callado suena; |
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aspiración confusa que, en vivo anhelo, |
|
ya es canción, ya plegaria que sube al cielo; |
|
inquietudes del alma, de amor herida; |
|
vagos presentimientos de la otra vida; |
|
éxtasis de la mente que a Dios se lanza; |
|
luminosos destellos de la esperanza; |
|
voces que me aseguran que podré verte |
|
cuando al mundo mis ojos cierre la muerte: |
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�canciones que, por santas, no tienen nombres |
|
en la lengua grosera que hablan los hombres! |
|
esas son las que endulzan mi amargo duelo; |
|
esas son las que el alma llaman al cielo; |
|
esas de mi esperanza fijan el polo, |
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�y esas son las que guardo para mí solo! |
|
Cuando desde la senda que triste huello |
|
miro al cielo tendido de monte a monte, |
|
dándome ya su sombra, ya su destello, |
|
nubes y astros alternan en mi horizonte; |
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y, ora en el cielo el astro descuelle altivo, |
|
ora la nube al suelo dé oscura alfombra, |
|
ni el astro ni la nube jamás esquivo, |
|
y, según el influjo que así recibo, |
|
vestidos van mis versos de luz o sombra. |
|
Pero aunque en las tinieblas duelos incube |
|
la miserable vida que humilde arrastro, |
|
sé que, si al astro a veces vela la nube, |
|
sobre la nube siempre destella el astro. |
|
Por eso, en la tormenta y en la bonanza, |
|
los ásperos escollos del mal evito: |
|
siempre en los cielos pongo mi confianza; |
|
siempre eres tú mi norte, noble Esperanza: |
|
�y harto en mi derrotero te necesito! |
|
Mis intenciones fallan, aun siendo puras; |
|
luchando con la suerte voy brazo a brazo; |
|
y, completas en todo mis desventuras, |
|
a mis venturas siempre falta un pedazo. |
|
A las densas tinieblas hechos mis ojos, |
|
con la luz de la dicha tal vez me ofusco; |
|
los pies en sangre llevo tintos y rojos; |
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y, avezadas mis manos a los abrojos, |
|
para tejer el nido, la zarza busco. |
|
No insensato deploro, con queja vana, |
|
como excepción injusta la suerte mía: |
|
el dolor es la prueba del alma humana; |
|
sin él, virtud no hubiera. No -�Ni poesía! |
|
Homero Dante, Tasso, Milton, Cervantes |
|
el azote probaron de la Fortuna: |
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hoy sus nietos sufrimos lo que ellos antes; |
|
y, pigmeos nosotros, y ellos gigantes, |
|
con tamaño distinto, la esencia es una. |
|
Cerrad, cerrad el libro de mis canciones |
|
los que de novedades sintáis capricho; |
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para quien no disfraza sus emociones |
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en materia tan vieja todo está dicho, |
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Hoy brillan las auroras corno brillaban, |
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y rugen las tormentas como rugían, |
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y las águilas vuelan como volaban, |
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y brotan los laureles como brotaban |
|
cuando a Dante y a Homero la sien ceñían. |
|
Nunca herirá las fibras del sentimiento |
|
quien pasiones ficticias darnos intente, |
|
miserable hojarasca que barre el viento: |
|
lo que nadie ha sentido, nadie lo siente. |
|
En cambio, la poesía fiel y espontánea |
|
que sinceros afectos celebra o llora, |
|
de todas las naciones es conterránea, |
|
y de todos los siglos contemporánea, |
|
y es de todas las almas consoladora. |
|
Y, aunque pasiones varias tal vez la animen |
|
como expresión suprema del sentimiento, |
|
sus huellas en el alma mejor se imprimen |
|
cuando el amor le infunde fuerza y aliento, |
|
Es amor, a mis años, flor inverniza |
|
sin el matiz ardiente de la amapola; |
|
pero, aun seca y estéril, aromatiza |
|
las páginas del libro donde desliza |
|
un pétalo caído de su corola. |
|
No es aluvión venido de la montaña, |
|
que chozas y cosechas arrastra al río: |
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es lluvia bienhechora que el campo baña |
|
con sus gotas menudas como rocío. |
|
No es repentino rayo que se atropella |
|
y espesuras y mieses raudo aniquila; |
|
es fanal, que en la sombra, puro destella |
|
lo que ayer dio en las nubes ígnea centella, |
|
ya en cristalina bomba da luz tranquila: |
|
luz que de toda niebla desgarra el velo; |
|
luz que el miedo, y la duda, y el mal destierra; |
|
luz que su ardiente foco tiene en el cielo, |
|
y apacible su rayo vierte en la tierra. |
|
Universal afecto, tierno cariño |
|
que de amor, a hurtadillas, usurpa el nombre, |
|
es pasión impoluta corno el armiño: |
|
es el amor que tiene la madre al niño, |
|
es el amor que Cristo consagró al hombre. |
|
Por él, la mar tranquila de mi conciencia |
|
con las brumas del odio nunca se empaña; |
|
por él, aunque me engañe mi inteligencia, |
|
mi corazón sencillo nunca me engaña; |
|
Por él, aunque el recuerdo del bien lejano |
|
que me robó la muerte conservo fijo, |
|
miro ya como propio todo lo humano; |
|
por él, en cada viejo veo un hermano; |
|
por él, en cada joven abrazo un hijo; |
|
por él, en la tormenta y en la bonanza, |
|
siempre hacia las regiones del bien navego; |
|
siempre eres tú mi norte, noble Esperanza; |
|
siempre a ti, Piedad santa, la vela entrego; |
|
y, por él, aunque en sombras su duelo incube |
|
la miserable vida que humilde arrastro, |
|
cuando mi amarga pena más alto sube |
|
sé que, si al astro a veces vela la nube, |
|
sobre la nube siempre destella el astro. |
|
Sabio, en verdad, muy sabio es nuestro siglo: |
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ni trasgo, ni quimera, ni vestigio, |
|
ni tartárea visión |
|
ofuscan su serena fantasía, |
|
cuyo fondo penetra, clara y fría, |
|
la luz de la razón. |
|
Los altos vuelos de la mente humana, |
|
las risueñas promesas de mañana, |
|
las victorias de ayer, |
|
todo concurre a enaltecer su imperio, |
|
y el címbalo, y el arpa, y el salterio |
|
celebran su poder. |
|
Para la ciencia humana no hay ya enigma: |
|
en todo imprime su profundo estigma |
|
viril la Humanidad; |
|
y en sus manos, que tierra y mar trastornan, |
|
las audaces hipótesis se tornan |
|
en viva realidad. |
|
Mas �ay! el hombre, en su constante anhelo, |
|
la mirada jamás dirige al Cielo, |
|
de otra verdad en pos; |
|
y al mirar a esa turba tornadiza |
|
que ni reza ni llora, me horroriza |
|
la soledad de Dios. |
|
Sobre este campo de tenaz pelea, |
|
ni un incensario para honrarle humea, |
|
ni un altar queda en pie; |
|
y a la puerta del Cielo solitaria |
|
ya no llega el clanior de la plegaria |
|
ni el himno de la fe. |
|
Sobre el antiguo dogma derruido, |
|
como cárabo insomne teje el nido |
|
la pálida Ansiedad; |
|
y, extinguida la lámpara que clara |
|
brillaba, en torno de la inútil ara |
|
reina la oscuridad. |
|
��Hay Dios?�-pregunta el hombre a la alta esfera; |
|
��Sí!�-contesta la noble Fe sincera; |
|
la Impiedad grita:-��No!� |
|
y la Duda, que escarba los escombros, |
|
levantando las cejas y los hombros, |
|
responde: -��Qué sé yo!� |
|
Ya ni un hijo de Abel el mundo encierra: |
|
la raza de Caín puebla la tierra. |
|
Con insensato afán |
|
cunde y cunde -�diabólica demencia!- |
|
la lucha del que vive en la opulencia |
|
y el que muere sin pan. |
|
El rico sigue su triunfal camino |
|
sin sondar los secretos que el destino |
|
cela en lo por venir; |
|
y, mientras dura la presente vida, |
|
fija en ella la mente, sólo cuida |
|
de gozar y reír. |
|
Y el pobre, de ambición y envidia ciego, |
|
en vez de alzar a Dios humilde ruego, |
|
dice en su corazón: - |
|
��A qué invocar en mi cruel dolencia |
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a un ser que ni socorre mi indigencia |
|
ni calma mi aflicción?� |
|
�Horrenda insensatez! -Aunque el tesoro |
|
de la bondad divina en lluvia de oro |
|
quieras mandarnos, di, |
|
�a quién, oh Dios clemente y soberano, |
|
tu limosna darás, si ya no hay mano |
|
que se alargue hacia Ti? |
|
La suya el hombre contra el hombre mueve |
|
con franca saña o con rencor aleve |
|
que hiere por detrás; |
|
y, si en su empeño insano al cielo apremia, |
|
tal vez se oye en su labio la blasfemia; |
|
la plegaria jamás. |
|
�Se oirá, por fin? -�Se oirá! Tarde o temprano, |
|
siempre la senda del dolor humano |
|
para en Getsemaní. |
|
�Allí, Señor, en duelo el alma inundas; |
|
y al cabo las pupilas moribundas |
|
se elevan hacia Ti! |