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La campana que en grave melodía, |
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trayendo paz al ánimo cobarde, |
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saluda la primera luz del día |
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y el último destello de la tarde, |
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al alma, enardecida o congojada, |
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una vez y otra vez dice, Dios santo, |
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que la aurora es la luz de tu mirada, |
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que es la noche la sombra de tu manto; |
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y me avisa, enfrenando mis pasiones |
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o alentando mi espíritu medroso, |
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que tus ojos vigilan mis acciones |
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tu manto cobija mi reposo. |
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Ella mi mente al despertar recrea, |
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ella a mis noches da blando beleño; |
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y por ella es fecunda mi tarea, |
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y es por ella pacífico mi sueño. |
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�Sonoro bronce cuya voz sagrada |
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mis amarguras en amor convierte: |
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cuando su yerta mano descarriada |
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ponga en mi pecho la implacable muerte, |
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saluda, a un tiempo, en himno de victoria |
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la postrimera luz pálida y fría |
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de esta vil existencia transitoria, |
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y el sol naciente de mi eterno día! |
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�Un año más! Con su celaje oscuro, |
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con su nieve, su escarcha y su neblina, |
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sobre esta frente que al dolor se inclina |
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cincuenta y ocho inviernos pesan ya; |
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y al vislumbrar la mente, en lo futuro, |
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visiones que se extinguen incoloras, |
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mira pasar de las perdidas horas |
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el negro enjambre que volando va. |
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El tiempo, que jamás la planta sienta, |
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devorando las noches y los días, |
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ya rasga el manto a las tinieblas frías, |
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ya al crepúsculo extingue el arrebol; |
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y una vez y otra su arenario cuenta |
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el polvo del desierto, grano a grano, |
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y agota su clepsidra el océano, |
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y su cuadrante embota el rayo al sol. |
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Arrebatado en incensante vuelo, |
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cuanto la mente a concebir alcanza, |
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cuanto es blanco falaz de la esperanza, |
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cuanto soberbia inspira y gloria da, |
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cuanto brilla en la tierra y en el cielo, |
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desde el átomo al astro luminoso, |
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sueño es �ay! que en su velo tenebroso |
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la sombra del olvido envolverá. |
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�Qué memoria en la tierra deja el hombre? |
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�Qué rastro deja por la mar la nave! |
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�Qué rastro deja por el viento el ave! |
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�Qué rastro deja por el cielo el sol! |
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�La muerte borra al par de nuestro nombre, |
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las vanas glorias que el orgullo crea, |
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como borra en la playa la marea |
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las huellas del ausente barquero! |
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Y, aun en la áspera senda de amarguras |
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donde entre abrojos el dolor anida, |
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�qué es la humana carrera? �qué es la vida? |
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�Sufrir, lidiar, caer, llorar... morir! |
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No es otra la corona de venturas |
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que el tiempo nos ofrece despiadado: |
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�esas las flores son que dio el pasado! |
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�esas las que promete el por venir! |
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�Ah! si al menos, el ánimo abatido |
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la luz del bien entre la bruma viera, |
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con su benigno rayo hallar pudiera, |
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ya que no la ventura la quietud. |
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Pero, en densas tinieblas sumergido, |
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�quién la esperanza del acierto abriga? |
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�Sabe el tallo Señor, lo que es espiga? |
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�sabe el hombre, Señor, lo que es virtud? |
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�Quién seguro aquilata sus acciones, |
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si por falta o por sobra de energía, |
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ya es la resignación vil cobardía, |
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ya la noble constancia obstinación? |
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�Siempre, velada en lúgubres crespones, |
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se oculta la verdad: nadie la alcanza; |
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y en el trémulo fiel de la balanza |
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se columpia indecisa la razón! |
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�Ah! Cuando triste, muda, misteriosa |
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la noche se aproxima, y paso a paso |
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va tu sol acercándose al ocaso, |
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desconocido abismo para ti, |
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al tocar en el borde de la fosa |
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donde otra vida inescrutable empieza, |
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si no sabes morir con entereza, |
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miserable mortal, �qué sabes? �di! |
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Muera, Señor, conmigo mi memoria; |
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quede al mundo ignorada mi existencia; |
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pero dame la paz de la conciencia, |
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hoy que al fin del camino siento el pie. |
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No te pido, Señor, fama ni gloria, |
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no te pido grandeza ni ventura, |
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no te pido ni aun tregua en mi amargura: |
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�valor te pido, y esperanza, y fe! |
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�Sabes tú, Magdalena peregrina, |
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por qué viene a llamar, cada mañana, |
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la misma golondrina |
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con la misma canción a tu ventana? |
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Pues, si tú no lo sabes, |
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pregúntalo a tu padre que conoce |
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secretos tan recónditos y graves |
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por la antigua amistad y estrecho roce |
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que tiene con las flores y las aves. |
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Él te dira... mas no; que, aunque es muy serio, |
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cuando habla de los pájaros, tu padre, |
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ese dulce misterio |
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mejor lo explicará tu dulce madre. |
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Y por ella sabrás que el Dios que enciende |
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las estrellas del cielo, el Dios que tiende |
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su alfombra de verdor en las campiñas, |
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amoroso pretende |
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que lo que en el colegio no se aprende |
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se lo enseñen las aves a las niñas. |
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Por eso, al renacer la primavera, |
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que de flores esmalta monte y prado, |
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la avecilla parlera, |
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de tan graves encargos mensajera, |
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vuelve al nido desierto y no olvidado |
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que dejó en el alero del tejado. |
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Y con eso te enseña -no lo dudes- |
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hablando a tu infantil entendimiento, |
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el amor a la casa: �gran cimiento |
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para fundar domésticas virtudes! |
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Y cuando artificiosa |
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con átomos de barro apresta el nido, |
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te muestra lo que puede, niña hermosa, |
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el trabajo constante y repetido |
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de la que es diligente y hacendosa. |
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Y cuando, a la mañana, |
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pasa alegre rozando tu ventana |
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que la primera luz del alba dora, |
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te dice la habladora: |
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�Ya, descorriendo los nocturnos velos, |
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se levanta la aurora, |
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sonrisa luminosa de los cielos: |
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�Despierta, Magdalena, que ya es hora!� |
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Y así te enseña a ser madrugadora, |
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y así te evita sustos y desvelos |
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en la noche traidora. |
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Porque la que madruga, niña mía, |
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se rinde al sueño cuando empieza el vano |
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terror que infunde la tiniebla fría; |
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y la luz, que restaura la alegría, |
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sin mirar si es invierno o si es verano |
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se levanta temprano, muy temprano: |
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�y tan temprano! -�Al despuntar el día! |
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Si, a esa luz, que despierta los sentidos, |
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a observarlas te inclinas, |
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verás que, en grupos nunca confundidos, |
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viven de dos en dos las golondrinas, |
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y que nunca, olvidadas de sus nidos, |
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profanan los que ocupan sus vecinas. |
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Pues, con esas costumbres amistosas, |
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cuyo fondo es tan bueno, |
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te enseñan el respeto de lo ajeno, |
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�respeto que comprende tantas cosas! |
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Cosas que no te explico de presente, |
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ni aun te cito sus nombres |
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aunque fuera, en verdad, muy conveniente, |
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porque difícilmente |
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se suelen encontrar entre los hombres. |
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Sigue, sigue observando, Magdalena; |
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que la curiosidad es cosa buena |
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cuando con la prudencia se concilia; |
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y, desde tu ventana, |
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verás, a lo mejor una mañana, |
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que se aumentó en el nido la familia. |
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�De dónde son venidos |
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los polluelos? �Misterios de los nidos! |
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Mas, dejando cuestión tan espinosa, |
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observa aquella prole bulliciosa |
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que, aunque apenas se mueve chilla y clama, |
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y que a la madre aleteando llama |
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cuando, al volver al nido presurosa, |
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con la inquietud vehemente de quien ama |
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les reparte alimento... y otra cosa: |
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�ternura, amor, caricia! |
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�Lo que a ti, de tus mimos en albricias, |
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te prodiga tu rnadre cariñosa! |
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De tal modo la amante golondrina |
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siempre tu corazón al bien inclina; |
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y, con esas dulcísimas tareas, |
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te anuncia otros deberes y otros goces |
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que, hoy pobre pequeñuela, no conoces |
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ni puedes comprender aunque los veas. |
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�Ya llegará el instante! |
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El amor maternal es la postrera |
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de las dichas que prueba el alma amante; |
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�y, por mucho que el año se adelante, |
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no madura la fruta en primavera! |
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Ya lo ves, Magdalena; el Dios clemente |
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que ilumina los ámbitos oscuros |
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con el rayo del sol resplandeciente, |
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quiere que, iluminando nuestra mente, |
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los preceptos más puros |
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los dicte un inocente a otro inocente: |
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y así el bien se difunde, de alto a bajo, |
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pasando de unos seres a otros seres; |
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y así llegan las niñas a mujeres |
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sabiendo sin esfuerzo y sin trabajo |
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la sublime lección de sus deberes, |
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que les enseña la Bondad Divina |
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por boca de una pobre golondrina. |
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Aun mejor que tu padre, |
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siempre en altos problemas engolfado, |
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esto te explicará tu santa madre: |
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aunque -bien meditado- |
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en ese hogar, de sus virtudes templo, |
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donde la dicha de los suyos labra, |
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�a qué lo ha de explicar con la palabra, |
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si lo explica mejor con el ejemplo! |
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Con él, niña preciosa, |
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y con esta moral color de rosa, |
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que hoy patrañas de viejo acaso creas, |
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cuando llegues a ser madre y esposa |
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sé honrada y buena para ser dichosa, |
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�y acuérdate de mí cuando lo seas! |
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Rozagantes, alegres, frescas, lozanas, |
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la mujer y la rosa son dos hermanas: |
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flores divinas |
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impregnadas de aroma, llenas de espinas. |
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�Oh mujer! entreabiertos y perfumados, |
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tus dos labios parecen, acariciados |
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del tibio aliento, |
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dos pétalos de rosa que arrulla el viento. |
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�Oh rosa! de las auras al manso arrullo |
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tus pétalos, saliendo de entre el capullo |
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puros e ilesos, |
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parecen unos labios que buscan besos. |
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En las agrias pendientes de nuestra vida, |
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lo mismo a la bajada que a la subida, |
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yermo, infecundo, |
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sin mujeres ni rosas �qué fuera el mundo? |
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Si la gracia es aroma, desde la infancia |
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son rosas las mujeres por su fragancia; |
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mas, cual las rosas, |
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no son las más fragantes las más hermosas. |
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Rosa y mujer, al rayo del alba pura, |
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del amor y el rocío cobran frescura; |
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mas, con el frío, |
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el amor para en llanto, como el rocío. |
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Rivales en belleza y en lozanía, |
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la mujer y la rosa duran un día; |
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pero su aliento, |
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aun después de marchitas, perfuma el viento. |
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Mujer: si osado el hombre tu honor ofende, |
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la virtud es la espina que te defiende; |
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con ella armada, |
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serás, cuanto más dura, más codiciada. |
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Ya amarillas, ya blancas, ya purpurinas, |
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rosas verás acaso altas de espinas; |
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pero �ay! paloma |
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�la que no tiene espina no tiene aroma! |
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El sol de nuestra vida |
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desde su alegre aurora palidece, |
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y su antorcha encendida |
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rayo a rayo decrece, |
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hasta que en el ocaso desparece. |
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�Placer, amor, belleza |
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(frutos precoces que jamás maduran), |
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honor, gloria, riqueza, |
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cuando mejor fulguran, |
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destellos son no más que un punto duran! |
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No pongas tu esperanza |
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jamás en tan efímeros trofeos, |
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y, con mayor pujanza, |
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a más altos empleos |
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encamina tu audacia y tus deseos. |
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Nunca pechos honrados |
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con aplausos humanos se enardecen: |
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los laureles sagrados |
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que eternos reverdecen |
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al otro lado de la tumba crecen. |
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Allí la soberana |
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luz del Supremo Bien pura destella, |
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y la gloria mundana |
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parece, a la par de ella, |
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lo que a la par del sol pálida estrella. |
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Mas, si gozarla quieres, |
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con incesante afán trabaja y suda: |
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no esperes �ay! no esperes |
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que a tu codicia ruda |
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sin labor ni semilla el campo acuda. |
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Los inquietos cuidados, |
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los duros sacrificios, los desvelos |
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en el bien empleados, |
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los férvidos anhelos |
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llaves son de la puerta de los cielos. |
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No en inacción menguada |
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mires las prestas horas ir volando; |
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la bóveda estrellada, |
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vueltas y vueltas dando, |
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va el hilo de tu vida devanando. |
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Ni el nocturno beleño |
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esperes al nacer el alba fría, |
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ni al entregarte al sueño |
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en la noche sombría |
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cuentes con el albor del nuevo día. |
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�Piensas, piensas acaso |
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que eterna dura la existencia humana? |
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�O, al teñir el ocaso |
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de ópalo y oro y grana, |
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te ha prometido el sol volver mañana? |
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En las claras auroras |
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como en la sombra de la noche oscura, |
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pasa en afán tus horas: |
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�no esperes la futura, |
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�ay! que ni la presente está segura! |
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Cuando en busca de estos mares |
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embravecido y huraños |
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visito vuestros hogares, |
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siempre me dejo en Pajares |
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los achaques y los años. |
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Pero, por contrario azar, |
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que mis provechos trabuca, |
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siempre los torno a encontrar |
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en cuanto vuelvo a pasar |
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el túnel de la Perruca. |
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Hermosa, fértil y sana |
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es esta tierra asturiana |
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de que enamorado estoy; |
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y merece, por lozana, |
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todo el amor que le doy. |
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Pero, aunque verde y florida |
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sus galas perpetuas luce, |
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esta región bendecida |
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aún es de mí más querida |
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por la gente que produce. |
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Los que pueblan los lugares |
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de esos bellos horizontes, |
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para defender sus lares |
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son bravos como esos mares |
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y firmes como esos montes. |
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Yo, señores, soy murciano, |
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y orgulloso de ello estoy; |
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pero, aun sin ser asturiano, |
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me tengo por vuestro hermano, |
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ya que en el alma lo soy. |
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Mas son distingos sutiles: |
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para Asturias no hay fronteras |
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ni pasiones concejiles; |
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vuestros pechos varoniles |
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son españoles de veras. |
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Sin pasioncillas espurias |
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con que el patrio amor se empaña, |
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ahorrando envidias e injurias, |
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ponéis sobre todo a Asturias,- |
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y sobre Asturias a España. |
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Y es justo; -porque, a mi ver |
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fuera cosa singular |
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que, olvidando lo de ayer, |
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no supierais defender |
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lo que supistéis ganar. |
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Sin que la fuerza os lo imponga, |
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la patria en Cangas fundada |
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hasta Cádiz se prolonga: |
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�si es tan grande Covadonga, |
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es porque llega a Granada! |
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Conservad en la memoria |
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esa página bendita, |
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portada de nuestra historia: |
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la española ejecutoria |
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con sangre vuestra está escrita. |
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Brindemos, pues, como hermanos; |
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y, sin envidia ni saña, |
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estrechémonos las manos: |
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�viva Asturias, asturianos! |
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�españoles, viva España! |