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Niña que por la playa de Cartagena |
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vas buscando mariscos entre la arena: |
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mientras en tu inocencia cantas y, ríes |
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de la arena y el agua, por Dios, no fíes, |
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porque, aunque es Cartagena tranquilo puerto, |
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en la arena y el agua todo es incierto. |
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�Ay de cuanto la estéril onda marina |
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lame con su traidora lengua felina!- |
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Mejor es que en el campo busquemos flores: |
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deja, deja la playa, niña Dolores, |
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y oye una barcarola que, en su cariño, |
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me cantaba mi madre, siendo yo niño.- |
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Pero �no! tan lejana quedó esa historia, |
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que no respondo, niña, de mi memoria; |
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y, alterada la letra que antes sabía, |
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ni sé si es de mi madre ni sé si es mía. |
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De aquella barcarola que ella cantaba |
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sólo sé a punto fijo que así empezaba: |
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�ésta, niño, es el agua, y ésta la arena, |
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y éste el puerto seguro de Cartagena.� |
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�Cartagena bendita, seguro puerto, |
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de borrascas marinas siempre a cubierto! |
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Recostada en su altivo cerro eminente, |
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la ciudad te resguarda por Occidente; |
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como fieros gigantes de adusto porte, |
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sentado al Sur el uno y el otro al Norte, |
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porque nunca te ofendan los elementos |
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dos montes te protegen contra los vientos, |
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y a flor del agua tienes oculta roca |
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que, mordaza invisible, cierra tu boca. |
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Si algo Naturaleza pudo negarte, |
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con su próvida mano lo suplió el arte: |
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cuando airado Lebeche la mar altera, |
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se estrellan las corrientes en tu escollera; |
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nave que combatieron olas bravías |
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en tu arsenal repara sus averías, |
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y el que en tus fondeaderos encuentra asilo |
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sin temor de huracanes duerme tranquilo; |
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que en cuanto mar limitan roca y arena |
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no hay puerto más seguro que Cartagena. |
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Una noche... -Esa noche ya está muy lejos: |
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�los que entonces muchachos, hoy somos viejos! |
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Tranquila reposaba la mar bravía; |
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tierra, y olas, y vientos �todo dormía! |
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De improviso, las aguas alzando en comba, |
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del abismo insondable surgió una tromba, |
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que, seguida del trueno y el torbellino, |
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de tu boca en las sombras halló el camino. |
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Combatiendo encontrados los huracanes |
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con el ronco bramido de cien volcanes, |
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las naves entregaron en un momento |
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los penoles al agua, la quilla al viento. |
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Roto quedó el velamen, las jarcias rotas, |
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rotos estáis, obenques, drizas y escotas. |
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Formando con sus olas montes y valles, |
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el mar venció los muelles y entró en las calles; |
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y el viento, como un niño que en la llanura |
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sin esfuerzo quebranta la mies madura, |
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no dejó mastelero, bauprés ni entena |
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en el puerto seguro de Cartagena. |
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�Cartagena valiente, gloria de España, |
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plaza la más segura que el ponto baña! |
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quien de lejos te mira jamás comprende |
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la fuerza prodigiosa que te defiende: |
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tus aguas son escasas, tu ambiente impuro, |
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tu polígono informe, débil tu muro; |
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no prestan a tu escarpa defensa alguna |
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contraguardia, hornabeque ni media luna, |
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y aun de frágil ladrillo son los merlones |
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que protegen el fuego de tus cañones. |
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Por eso, el que a tu adarve tiende la vista, |
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fácil juzga la empresa de tu conquista; |
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pero pronto su orgullo ponen a raya |
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San Julián y Galeras y la Atalaya. |
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Mezquinos son tus viejos muros sencillos, |
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pero inmensa la fuerza de tus castillos |
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que, dominando en torno mar y llanuras, |
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son corona y defensa de tus alturas. |
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Cuando en ellos el bronce fulmina y truena, |
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no hay plaza más segura que Cartagena. |
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Pero, aunque eres tan fuerte, tan formidable, |
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nunca altiva presumas de inexpugnable. |
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Dos veces a rebeldes diste guarida: |
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las dos fuiste asediada, las dos rendida. |
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Los que la vez primera suya te vieron, |
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valerosos y audaces te defendieron. |
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Combatiendo a la sombra de sus banderas, |
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del sitiador llegaron a las trincheras. |
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Soldados y paisanos, como leones, |
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arrostraron el fuego de los cañones. |
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�Y al fin te abandonaron, como el enjambre |
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la colmena abandona: cediendo al hambre! |
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La vez segunda, en mengua de tu decoro, |
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lo que el hierro no pudo lo pudo el oro. |
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La rebelión, que en sangre la patria abisma, |
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como escorpión se vuelve contra sí misma. |
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Los castillos que fuertes te defendieron, |
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al interés vendidos, te combatieron, |
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y al comprador al cabo se abrió sin pena |
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la plaza inexpugnable de Cartagena. |
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Ya lo ves, niña mía: no existe asilo |
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a cuyo amparo el hombre viva tranquilo; |
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no hay lugar en la tierra, grande o pequeño, |
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que a salvo de peligros nos guarde el sueño: |
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cuanto cobija el manto del cielo oscuro, |
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todo, todo es precario, todo inseguro. |
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Poder, fortuna, fama, gloria, belleza, |
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valor, saber, talento, virtud, nobleza |
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risueñas esperanzas, cuidados graves, |
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victoriosas banderas, potentes, naves, |
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cuantas glorias ensalzan clarín y lira, |
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cuanto a la cumbre llega y a más aspira, |
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cuanto eleva en sus brazos próspera suerte, |
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todo, todo es incierto, �menos la muerte! |
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Tal es, vista sin velos, la humana vida: |
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�a elevación más grande, mayor caída! |
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Ni el águila en los aires vuela segura, |
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ni la estrella en los cielos perpetua dura. |
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�Todo es �ay! como el agua! �como la arena! |
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�Como el puerto y la plaza de Cartagena! |
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Si Dios a mi vejez guarda el reposo |
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que tantas veces con afán le pido, |
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a orillas del Cantábrico brumoso, |
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lejos del mundo buscaré el olvido. |
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A una playa, entre Muros y Salinas, |
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sediento de quietud, de paz, de calma, |
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iré a beber las ráfagas marinas |
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que al cuerpo dan vigor y temple al alma, |
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y a gozar, esquivando las injurias |
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del mefítico ambiente madrileño, |
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las auras aromáticas de Asturias, |
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que vuelven a mis párpados el sueño. |
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Entre aquellas montañas colosales |
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que detienen la nube pasajera, |
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siempre a mi corazón vuelven leales |
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los sentimientos de la edad primera. |
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Mi cuna se ha mecido entre pastores, |
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a la sombra oscilante de la encina |
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que mueve, al revolar por los alcores, |
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el viento de la sierra convecina; |
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y han arrullado mi niñez las quejas |
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de la tórtola errante en los oteros, |
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y el zumbido letal de las abejas |
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que en Espuña desfloran los romeros; |
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y mi oído infantil han halagado, |
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repercutiendo allá de risco en risco, |
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los silbos del zagal que descuidado |
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conduce las ovejas al aprisco; |
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y el sueño he conciliado, pobre infante, |
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al siniestro gañido del lobato, |
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y al ladrido del perro vigilante |
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que en la sombra nocturna guarda el hato; |
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y más tarde, entre jaras y quejigos, |
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me han prestado su noble compañía |
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el potro y el lebrel, fieles amigos, |
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de mi remota juventud un día. |
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Por eso amo los montes y los valles, |
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y odio de las ciudades la penumbra |
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y el sucio ambiente de sus hondas calles |
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que sólo en el cenit el sol alumbra; |
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y por eso, en sus muros confinado |
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y aspirando su fétido perfume, |
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soy un viejo alcotán aprisionado |
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que de tedio en la jaula se consume. |
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�Ah, Señor! �cuántas pálidas auroras |
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me han hecho tristes arrugar el ceño! |
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�Cuántas noches de angustia, cuyas horas |
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lentas pasaban sin traer el sueño! |
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�Deja, deja a mis ojos ver el ampo |
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de la nieve en las ásperas montañas! |
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�Dame la libre soledad del campo! |
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�Dame la alegre paz de las cabañas! |
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Pueda yo, recostado en una peña, |
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junto a aquel mar azul que el cielo cubre |
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dar al olvido, entre la hirsuta breña, |
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el hedor de esta atmósfera insalubre; |
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y, vagando por valles y por lomas, |
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al soplo de los aires vespertinos |
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respirar confundidos los aromas |
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de las algas, los henos y los pinos; |
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y, en las plácidas noches del verano, |
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entre el rumor del viento y de las olas, |
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tranquilo adormecerme al son lejano |
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de las dulces marinas barcarolas; |
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y, antes que dore el alto firmamento, |
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la aurora que los cielos engalana, |
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oír entre la sombra el ronco acento |
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del gallo, precursor de la mañana, |
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y de la agria carreta gemidora |
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el eje rechinante que voltea, |
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y el rumor de la gente labradora |
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que principia su rústica tarea; |
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y, a la trémula voz de la campana |
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que llama a la oración antes del día, |
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ver los cielos vestirse de oro y grana |
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y estremecerse el mundo de alegría, |
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cuando arden los lejanos horizontes |
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y los valles recónditos humean |
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y en las cinias azules de los montes |
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jirones de vapor al aire ondean. |
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�Cuándo podré, a la luz del sol que brilla |
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reflejado en el agua bullidora, |
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ver cual se aleja de la seca orilla, |
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mar adentro, la barca pescadora, |
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que, moviendo a compás los largos remos |
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cuando taja las ondas espumantes, |
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parece destilar por sus extremos |
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cataratas de líquidos diamantes, |
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y luego, al viento que su casco azota |
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soltando el lienzo de una y otra vela, |
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semeja cenicienta gaviota |
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que, rasando la mar tranquila vuela? |
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Logre yo, por la trémula espesura |
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ir mis informes versos esbozando |
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sin método, sin orden, sin premura, |
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conforme el corazón los va dictando, |
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y al margen del arroyo, en la floresta |
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que cruce sobre mí sus ramos dobles, |
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dormir el blando sueño de la siesta |
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bajo el dosel flotante de los robles; |
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o estampar en las playas arenosas, |
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que la brisa del mar liviana orea, |
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las huellas de mi paso caprichosas |
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que, al volver, ha borrado la marea; |
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y sorprender, en alas de los vientos |
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que vienen de las breñas más lejanas, |
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como un coro de silfos los acentos |
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de las dulces canciones asturianas; |
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y cuando el sol declina al océano |
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y la noche, al ganar la excelsa altura, |
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arrastra, por el monte y por el llano, |
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de su manto talar la fimbria oscura, |
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a la postrera luz que en tintas rojas |
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baña las nubes con vistoso alarde, |
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respirar bajo el palio de las hojas |
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el balsámico ambiente de la tarde, |
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y ver, sobre el crepúsculo encendido, |
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que el ocaso de púrpura jaspea, |
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los vuelos del murciélago aturdido |
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que en círculos fantásticos voltea; |
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y, cual astros que a tierra derribados |
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lanzó la noche de sus negros tules, |
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descubrir en los setos y vallados |
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las pálidas luciérnagas azules; |
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y por las altas selvas seculares |
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o por la cresta de la escueta duna |
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ver como surge de los hondos mares, |
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el disco silencioso de la luna; |
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y pasar las veladas de febrero |
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con la robusta gente campesina, |
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en torno del hogar donde arde el tuero |
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perfumando la lóbrega cocina; |
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y, tras cena frugal junto a las llamas, |
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el sueño conciliar, con Dios a solas, |
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al plácido susurro de las ramas |
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y al confuso bramido de las olas! |
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�Oh Asturias, donde la áspera maleza, |
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corona de la indómita montaña, |
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recuerda en cada ruina una grandeza |
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y en cada roca estéril una hazaña! |
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�Heroica raza que en el pecho sientes, |
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con modestia incapaz de conocerlo, |
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la dulce placidez de los valientes |
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que realizan prodigios sin saberlo, |
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tú, a quien conceden, confortando el alma |
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capaz de toda bélica proeza, |
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las montañas inmóviles su calma |
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y el mar embravecido su fiereza, |
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deja que entre tus rústicos hogares |
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ponga mi pobre hogar desconocido, |
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como el águila esquiva de tus mares |
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en islote desierto labra el nido! |
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Déjame ver el férvido torrente |
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que socava el peñón y arranca el brezo, |
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donde, para beber de su corriente, |
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con salto audaz el tímido robezo |
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Los cuatro hendidos pies a un tiempo sienta |
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sobre la monda vacilante lastra |
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cuyo contorno el agua pulimenta |
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con las arenas que en su curso arrastra; |
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déjame hollar los picos arrogantes |
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en cuyas cuevas se guarece el oso, |
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velados por las gasas oscilantes |
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de tu pardo celaje nebuloso; |
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y tus prados que duro el viento agita |
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o en curvas ondulantes mueve el aura, |
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que el sol canicular nunca marchita, |
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que el ambiente niaríti1no restaura; |
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déjame oír las olas de tus mares |
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que al soplo del invierno se alborotan, |
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y, por minar sus lindes seculares, |
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los peñascos estériles azotan; |
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déjame ver la charca cristalina |
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que en círculos concéntricos señala |
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el paso de la errante golondrina |
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si en las diáfanas linfas moja el ala; |
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déjame ver tus montes contrapuestos |
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que el horizonte cierran a los ojos |
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con sus picos indómitos y enhiestos |
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coronados de pinos y de abrojos, |
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y recorrer los márgenes floridos |
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donde entre chopos el Nalón dilata |
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su tranquila corriente que invertidos |
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los cerros y los árboles retrata; |
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y entrar en tus románicas ermitas |
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cuyo ambiente de paz el alma orea, |
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y escuchar las leyendas inauditas |
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que el pueblo religioso fantasea! |
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Como se clarifica el lago en calma |
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turbado ayer por el furor del viento, |
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en tu tranquila soledad el alma |
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va dejando su turbio sedimento, |
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y del crespo oleaje se despoja, |
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y cobra trasparencia, y cada día, |
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desechando un rencor o una congoja, |
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un átomo de cieno al fondo envía. |
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�Concédeme, Señor, que en el reposo |
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de ese cielo, esos montes y esos mares, |
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las flores de mi invierno, al fin dichoso, |
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presente por ofrenda en tus altares! |
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�Allí, bogando en plácida bonanza, |
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el alma regirán, de gozo henchida, |
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la Fe, la Caridad y la Esperanza, |
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timón y velas de la humana vida. |
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Allí, abismado en éxtasis eterno, |
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lejos de los que gárrulos blasfeman, |
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me inundará tu amor, cual sol de invierno |
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cuyos rayos alumbran y no queman. |
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Allí, del mundo pérfido apartado, |
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mis dulces noches, mis serenos días, |
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libres al fin de incómodo cuidado, |
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leves serán, como ánforas vacías; |
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y allí, desvanecida la memoria |
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de todas las falaces ilusiones, |
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a tu amor, a tu culto y a tu gloria |
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consagraré mis últimas canciones, |
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hasta que, ante tu voz que eterna vaga |
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se extinga entre mis labios la armonía, |
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como lámpara inútil que se apaga |
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cuando surge el albor del nuevo día. |
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Ya se apaga confuso el vocerío |
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del pueblo que a la crápula se entrega: |
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como murmullo de profundo río, |
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ya a mis oídos indistinto llega |
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el lejano rumor de gran gentío. |
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�Locura que horroriza! |
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�aun no ha dos horas, turba tornadiza, |
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que, al pie de los altares prosternada, |
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sobre la frente de pavor helada, |
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temblando recibiste la ceniza! |
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�Recuerda que eres polvo, polvo vano�- |
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te dijo al extenderla el sacerdote- |
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�y en polvo pararás�, |
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�Mortal liviano! |
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y ya, olvidando el anunciado azote, |
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tu licencioso carnaval renuevas |
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cubierto de careta fementida, |
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�cual si no te bastara la que llevas |
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en el curso ordinario de la vida! |
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Deja tu mascarada escandalosa, |
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y ven a meditar donde te espero: |
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aquí, lejos del mundo vocinglero; |
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aquí donde, siniestra y misteriosa, |
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habla la muerte su lenguaje austero. |
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Aquí, contra esos fúnebres umbrales, |
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se estrellan las humanas saturnales; |
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con silencio profundo |
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callan, aquí las locas bacanales; |
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aquí se ve la pequeñez del mundo |
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al través de esas losas sepulcrales. |
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Aquí la frente erguida |
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que del fétido légamo nacida |
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tuvo en alto desprecio al ser humano, |
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hoy, en vil podredumbre convertida, |
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ya reconoce al polvo por hermano. |
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Aquí, donde en el fondo de la huesa |
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toda humana existencia se derrumba, |
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el inquieto gusano de la tumba |
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nunca en su destructor trabajo cesa. |
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Mal su afán con el ocio se concilia: |
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para él no hay fiesta, ayuno ni vigilia. |
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Todo, en servirlo, su eficacia emplea; |
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todo sucumbe a su poder insano: |
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cuando Dios Soberano |
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mundos y mundos de la nada crea; |
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su omnipotente mano |
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prepara el alimento del gusano |
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que voraz en las tumbas hormiguea. |
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Ven, pues: mi llamamiento no te asombre; |
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que al fin has de venir, mal que te cuadre, |
|
donde vino tu padre, |
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�donde vendrá el postrero de tu nombre! |
|
�Ven, que no has de esquivar el lecho duro, |
|
ni el triste nicho oscuro, |
|
ni la pesada lápida inclemente |
|
que los abismos del sepulcro cierra, |
|
�ni el vil montón de tierra |
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con que el pisón oprimirá tu frente! |
|
�Verdad inolvidable y olvidada! |
|
�Ves esa loca turba enmascarada |
|
que, en ciego torbellino, |
|
cual agua de su cauce desbordada, |
|
persiguiendo el placer corre sin tino? |
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Síguela en su carrera atropellada: |
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quizá de pronto la verás, curiosa, |
|
en fantástico círculo apiñada |
|
inquirir afanosa |
|
algo que, al fin sabido, la anonada. |
|
�De qué nace su extraño desconcierto? |
|
�de qué su admiración? �de qué su espanto? |
|
�qué ocurre, en suma, para asombro tanto?- |
|
caso imprevisto! �que un mortal... ha muerto! |
|
|
|
�Bebed! �reíd! �cantad! La alegre mesa |
|
rebosa de manjares y de risa. |
|
�Bebed! �reíd al borde de la huesa!- |
|
el gusano fatal no tiene prisa. |
|
No lo olvides, ignaro libertino: |
|
en el curso fatal de tu destino |
|
será feliz o mísera tu suerte; |
|
pero siempre hallarás en tu camino |
|
segura una catástrofe: la muerte. |
|
De tu fortuna, próspera o contraria, |
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no has de hallar quien el fin mude ni aplace: |
|
la acción de la tragedia será varia, |
|
pero siempre es igual el desenlace. |
|
�Necios magnates, de ambición beodos: |
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por más que la fortuna caprichosa |
|
reparta su favor de varios modos, |
|
hemos de ser, unidos en la fosa, |
|
ante Dios una vez iguales todos! |
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|
|
�Iguales?- No; que aun en la tumba helada, |
|
poniendo a su locura el postrer sello, |
|
la soberbia del hombre, desbocada, |
|
con insolente alarde yergue el cuello.- |
|
�Este -dice la losa blasonada- |
|
es el grande, el magnánimo, el potente |
|
a cuyo paso audaz temblaba el mundo; |
|
éste el que al cielo levantó la frente, |
|
de reyes descendiente, |
|
gran soldado, político profundo; |
|
éste el que, ardiendo en generoso anhelo, |
|
al universo entero tuvo en guerra; |
|
éste...� |
|
-�Necia jactancia! �mira al suelo! |
|
�estos son �ay! los siete pies de tierra |
|
con que nuestras grandezas mide el cielo! |
|
�Oh mortal miserable! |
|
por más que tu soberbia desatada |
|
de tu prosapia y tu poder nos hable, |
|
tu estirpe está de antiguo averiguada: |
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�siempre serás, reptil abominable, |
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hijo del cieno y nieto de la nada! |
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Sarcófagos, sepulcros, panteones, |
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engendro del humano desvarío, |
|
que en frisos y frontones |
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profanáis con hinchadas inscripciones |
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la austera palidez del mármol frío; |
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profundos hipogeos |
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so las altas pirámides cavados; |
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soberbios mausoleos, |
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bajo el peso de bélicos trofeos |
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y alabanzas pomposas agobiados; |
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sepulturas que, en forma artificiosa |
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disimulando el hueco de la tierra, |
|
procuráis disfrazar la negra fosa, |
|
boca insaciable que jamás se cierra; |
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cenotafios de lápida historiada |
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que fingís ocultar a humano ojos |
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los humanos despojos, |
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perdidos en las fauces de la nada; |
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mole desmesurada de Adriano, |
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aun firme en tus recónditos cimientos; |
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arrogante columna de Trajano, |
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desprecio de los siglos y los vientos,- |
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más bien que funerarios monumentos, |
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condensaciones del orgullo humano: |
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�levantad vuestras cúpulas altivas! |
|
�levantad vuestros fustes esculpidos! |
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�subid hasta las nubes fugitivas, |
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de regia pompa y vanidad henchidos! |
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�subid! �subid! �subid hasta lo sumo |
|
de la etérea región oscura y vana! |
|
�elévate sin fin, soberbia humana!- |
|
�cómo no has de elevarte si eres humo? |
|
|
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�Mas no esperes la gloria |
|
de arrancar al olvido tu memoria! |
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Hombres sin religión, hombres impíos |
|
que, impasibles y fríos, |
|
con siniestra sonrisa desdeñosa |
|
vais echando revueltos en la fosa |
|
los rígidos cadáveres sombríos, |
|
�por ventura esperáis que, más piadosa, |
|
conservará la suerte |
|
vuestra memoria al siglo venidero? |
|
�pensáis, quizá, pensáis que es tierra inerte |
|
lo que cubre ese asilo postrimero? |
|
�Olvido, negro olvido es lo que vierte |
|
sobre el lívido rostro de la muerte |
|
la pala del brutal sepulturero! |
|
�Oh mortal engreído! |
|
En vano tu soberbia soñadora |
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resistir un instante ha presumido |
|
a la acción de la Muerte destructora: |
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�lo que el gusano inmundo no devora |
|
lo devora el olvido! |
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Entra en Nínive, en Menfis, en Esparta; |
|
revuelve sus arenas movedizas; |
|
en su desolación los ojos harta,- |
|
y busca de sus héroes las cenizas. |
|
�Ni aun en la piedra se salvó su historia! |
|
�todo al paso del tiempo se derrumba! |
|
�nada de ellos allí guarda memoria! |
|
�mudo el mármol! �anónima la tumba! |
|
No preguntes qué fue de aquellos hombres: |
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�sordos están sus huecos cenotafios; |
|
y, borrados emblemas y epitafios, |
|
ni el sepulcro se acuerda de sus nombres |
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Mas �ay! aunque tu afán colmado vieras |
|
y tu fútil propósito cumplido; |
|
aunque, de boca en boca repetido, |
|
tu renombre a los siglos transmitieras, |
|
�qué es esa edad futura |
|
de quien su fama tu soberbia fía?- |
|
�leve pavesa que un instante dura, |
|
y al fin se apaga en la garganta oscura |
|
de la siniestra eternidad sombría! |
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Vendrá, vendrá del mundo el postrer día, |
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y, el plazo al fin cumplido |
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y el lazo universal al fin disuelto, |
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cuanto fue de la nada redimido |
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a la nada otra vez será devuelto. |
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�Necio afán infecundo! |
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�Dónde irá entonces, di, la humana gloria, |
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cuando no haya ni mundo |
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ni tiempo en que se albergue su memoria! |
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�Oh! �la nada! �la nada! |
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�tal es, cuando se acerca la partida, |
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la fatídica imagen enlutada |
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que descubre, de horror sobrecogida, |
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el alma en el placer encenagada! |
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�Vanidad! �vanidad! -�oh! �qué es la vida? |
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�Viento fugaz perdido en el espacio! |
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�Viento es la choza! �Viento es el palacio! |
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�Viento es la fama, en vano conseguida! |
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�Todo en el mundo es viento! |
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�Y de viento va henchida |
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la capucha del monje macilento! |
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Mas no: si a Dios tu espíritu se eleva |
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y en la esfera inmortal del bien se arroba, |
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no temas, no, la irremisible prueba: |
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la Muerte, hambrienta como hambrienta loba, |
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cuando en tu ser mortal el diente ceba |
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sólo la vil mortalidad te roba. |
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Si estás a recibirla prevenido, |
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no te asuste su aspecto misterioso: |
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ella ofrece la calma y el reposo |
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al triste pecho de dolor transido. |
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En sus dichas la execra el venturoso, |
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y en sus penas la invoca el afligido: |
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�sus alas, que con pródigo derroche |
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dispersan cuanto Dios potente cría, |
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negras parecen a la luz del día, |
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y blancas en las sombras de la noche! |
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Ella en este lugar dice a tu oído: |
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�pobre mortal que, entre cuidados graves, |
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quizá en altos estudios abstraído, |
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la fugaz existencia has consumido, |
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si no sabes morir �necio! �qué sabes?� |
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Óyela; y por tu bien sin tregua mira; |
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quizá la hora fatal esté cercana: |
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�sabes tú acaso si verás mañana |
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la luz de ese crepúsculo que expira? |
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�Ah! �ven aquí, donde a morir se aprende! |
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�ah! �ven aquí, donde entre tierra y cielo, |
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cual águila que audaz las alas tiende, |
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la mente gira con tranquilo vuelo! |
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Por eso vengo yo, triste y rendido, |
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a confortar el ánimo cobarde, |
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cuando, cubriendo al mundo adormecido, |
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su morado crespón tiende la tarde. |
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Aquí, donde al sepulcro sus despojos |
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rinde la humanidad, en triste calma |
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presentan a mi mente y a mis ojos |
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ceniza el cuerpo, y luz eterna el alma |
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Pero, aunque en este solitario asilo, |
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tan dulce, tan sereno, tan tranquilo, |
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con empeño constante |
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mi esperanza y mi fe buscan su centro |
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y la eterna verdad hallan delante, |
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siempre, en todo lugar, a cada instante |
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iguales espectáculos encuentro; |
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y, soñador inquieto y errabundo, |
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si busca luz mi oscura inteligencia, |
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miro a Dios cuando brilla en mi conciencia, |
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�y, si busco ceniza, miro el mundo! |