Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

Agua y arena

A mi sobrina la niña Dolores Cano y Cathalán



                                  ArribaAbajoNiña que por la playa de Cartagena
vas buscando mariscos entre la arena:
mientras en tu inocencia cantas y, ríes
de la arena y el agua, por Dios, no fíes,
porque, aunque es Cartagena tranquilo puerto,
en la arena y el agua todo es incierto.
�Ay de cuanto la estéril onda marina
lame con su traidora lengua felina!-
Mejor es que en el campo busquemos flores:
deja, deja la playa, niña Dolores,
y oye una barcarola que, en su cariño,
me cantaba mi madre, siendo yo niño.-
Pero �no! tan lejana quedó esa historia,
que no respondo, niña, de mi memoria;
y, alterada la letra que antes sabía,
ni sé si es de mi madre ni sé si es mía.
De aquella barcarola que ella cantaba
sólo sé a punto fijo que así empezaba:
�ésta, niño, es el agua, y ésta la arena,
y éste el puerto seguro de Cartagena.�
  �Cartagena bendita, seguro puerto,
de borrascas marinas siempre a cubierto!
Recostada en su altivo cerro eminente,
la ciudad te resguarda por Occidente;
como fieros gigantes de adusto porte,
sentado al Sur el uno y el otro al Norte,
porque nunca te ofendan los elementos
dos montes te protegen contra los vientos,
y a flor del agua tienes oculta roca
que, mordaza invisible, cierra tu boca.
Si algo Naturaleza pudo negarte,
con su próvida mano lo suplió el arte:
cuando airado Lebeche la mar altera,
se estrellan las corrientes en tu escollera;
nave que combatieron olas bravías
en tu arsenal repara sus averías,
y el que en tus fondeaderos encuentra asilo
sin temor de huracanes duerme tranquilo;
que en cuanto mar limitan roca y arena
no hay puerto más seguro que Cartagena.
 
   Una noche... -Esa noche ya está muy lejos:
�los que entonces muchachos, hoy somos viejos!
Tranquila reposaba la mar bravía;
tierra, y olas, y vientos �todo dormía!
De improviso, las aguas alzando en comba,
del abismo insondable surgió una tromba,
que, seguida del trueno y el torbellino,
de tu boca en las sombras halló el camino.
Combatiendo encontrados los huracanes
con el ronco bramido de cien volcanes,
las naves entregaron en un momento
los penoles al agua, la quilla al viento.
Roto quedó el velamen, las jarcias rotas,
rotos estáis, obenques, drizas y escotas.
Formando con sus olas montes y valles,
el mar venció los muelles y entró en las calles;
y el viento, como un niño que en la llanura
sin esfuerzo quebranta la mies madura,


                              no dejó mastelero, bauprés ni entena
en el puerto seguro de Cartagena.
 
   �Cartagena valiente, gloria de España,
plaza la más segura que el ponto baña!
quien de lejos te mira jamás comprende
la fuerza prodigiosa que te defiende:
tus aguas son escasas, tu ambiente impuro,
tu polígono informe, débil tu muro;
no prestan a tu escarpa defensa alguna
contraguardia, hornabeque ni media luna,
y aun de frágil ladrillo son los merlones
que protegen el fuego de tus cañones.
Por eso, el que a tu adarve tiende la vista,
fácil juzga la empresa de tu conquista;
pero pronto su orgullo ponen a raya
San Julián y Galeras y la Atalaya.
Mezquinos son tus viejos muros sencillos,
pero inmensa la fuerza de tus castillos
que, dominando en torno mar y llanuras,
son corona y defensa de tus alturas.
Cuando en ellos el bronce fulmina y truena,
no hay plaza más segura que Cartagena.
 
   Pero, aunque eres tan fuerte, tan formidable,
nunca altiva presumas de inexpugnable.
Dos veces a rebeldes diste guarida:
las dos fuiste asediada, las dos rendida.
Los que la vez primera suya te vieron,
valerosos y audaces te defendieron.
Combatiendo a la sombra de sus banderas,
del sitiador llegaron a las trincheras.
Soldados y paisanos, como leones,
arrostraron el fuego de los cañones.
�Y al fin te abandonaron, como el enjambre
la colmena abandona: cediendo al hambre!
La vez segunda, en mengua de tu decoro,
lo que el hierro no pudo lo pudo el oro.
La rebelión, que en sangre la patria abisma,
como escorpión se vuelve contra sí misma.
Los castillos que fuertes te defendieron,
al interés vendidos, te combatieron,
y al comprador al cabo se abrió sin pena
la plaza inexpugnable de Cartagena.
 
   Ya lo ves, niña mía: no existe asilo
a cuyo amparo el hombre viva tranquilo;
no hay lugar en la tierra, grande o pequeño,
que a salvo de peligros nos guarde el sueño:
cuanto cobija el manto del cielo oscuro,
todo, todo es precario, todo inseguro.
Poder, fortuna, fama, gloria, belleza,
valor, saber, talento, virtud, nobleza
risueñas esperanzas, cuidados graves,
victoriosas banderas, potentes, naves,
cuantas glorias ensalzan clarín y lira,
cuanto a la cumbre llega y a más aspira,
cuanto eleva en sus brazos próspera suerte,
todo, todo es incierto, �menos la muerte!
Tal es, vista sin velos, la humana vida:
�a elevación más grande, mayor caída!
Ni el águila en los aires vuela segura,
ni la estrella en los cielos perpetua dura.
�Todo es �ay! como el agua! �como la arena!
�Como el puerto y la plaza de Cartagena!


ArribaAbajo

A una maga



                                  ArribaAbajoTú, que en las horas de congoja y duelo,
volando alegre por la oscura esfera,
cuando la suerte me persigue artera,
de visiones de paz pueblas el cielo;
   tú, que, aplacando mi perpetuo anhelo,
siempre de mis desdichas compañera,
las turbias heces de mi vida entera
tornas en dulce filtro de consuelo,
   fresca Imaginación, cuyo celaje,
de luz, de amor, de dicha y de bonanza
baña en alegres tintas mi follaje,
   �dame, pues tu poder a tanto alcanza,
un jirón de tu espléndido ropaje
para echar un remiendo a mi esperanza!


ArribaAbajo

Enero



                                  ArribaAbajoCual pasos de tullido pordiosero
que huella torpe las escarchas frías,
sus largas noches y sus cortos días
alterna triste claudicando enero;
   Calla helado el arroyo prisionero
que ayer pobló los aires de armonías;
de las celestes bóvedas sombrías
desciende en copos mudo el aguacero;
   Solos los campos, las florestas solas,
toda es silencio la enlutada esfera,
y hasta el férvido mar cuaja sus olas.
   �Es sueño? �Es muerte? -�Oh mundo! �Espera! �Espera!
�Mañana, coronada de amapolas,
de amor te inflamará la Primavera!


ArribaAbajo

A un pobre



                                   ArribaAbajoLlama sin temor, anciano;
que el aldabón de mi puerta,
siempre al infortunio abierta,
no hiere al pobre la mano.
   Cordial hospitalidad
se ofrece aquí con llaneza:
quien sabe lo que es pobreza
sabe lo que es caridad.
   Ya lo ves: cuando a los hierros
de esa verja el rostro asomas,
ni se azoran mis palomas,
ni airados ladran mis perros;
   mi familia, alborozada,
sale, al ver que tu bordón
pulsa el rústico escalón
de mi rústica morada;
   depositando en tu mano
sencillo disco de cobre,
porque sabe que eres pobre
te recibe como a hermano;
   y al verte de hambre temblar,
te ofrece, risueña y franca,
pan moreno y leche blanca
acabada de ordeñar.
   Ella no sabe si en pos
de algún mal fin va el potente:
mas sabe que el indigente
viene de parte de Dios.
   Desecha vanos recelos,
el rústico umbral traspasa,
y entre contigo en mi casa
la bendición de los cielos.
   Depón, depón el rubor:
�tu grosero traje informe
es el glorioso uniforme
de los hijos del Señor!-
   El cierzo duro de enero
te está haciendo tiritar:
siéntate al tranquilo hogar
que aromatiza el romero;
   seca tus burdos vestidos
a su aplacible calor,
y él restituya el vigor
a tus miembros ateridos.
   Alienta; que hallo, en verdad,
unidas a tu pobreza,
no sé qué humilde grandeza
ni qué triste majestad:
   la frente que al suelo inclinas,
ciñen, con visos extraños,
la diadema de los años
y la corona de espinas;
   y tu manto desgarrado,
de polilla carcomido,
ante la llama tendido
parece un cielo estrellado.
   Otro mejor te daré,
que la lluvia no traspasa:
el tuyo, en bien de mi casa,
por reliquia guardaré;
   y, si Dios sacia el anhelo
de mi espíritu inmortal,
ése es el manto triunfal
con que he de entrar en el cielo.


ArribaAbajo

A una ciega



                                  ArribaAbajoNo temas, no, que con esfuerzo vano
tras ti, ciega Fortuna, me remonte:
espera que tus ímpetus afronte,
no que tienda a tus dádivas la mano.
   Sé que he de hallar abrojos en el llano;
sé que he de hallar espinos en el monte,
y en el linde fatal de tu horizonte,
árido yermo o fétido pantano.
   Toda gran esperanza es gran quimera:
por eso, sin afanes ni porfías,
resignado prosigo mi carrera,
sabiendo que, al extremo de mis días,
el Desengaño sórdido me espera
con las manos abiertas y vacías.




ArribaAbajo

Testigo molesto



                                  ArribaAbajoQuiero a solas vivir, y no consigo
la dulce soledad apetecida;
que, de mis propias dichas enemigo,
siempre, siempre, en mi huida,
donde quiera que vaya voy conmigo.


ArribaAbajo

Abatimiento



                                  ArribaAbajo�Llegó al fin lo que el alma dolorida
me daba por presagio!
�Milésima ilusión desvanecida!
�Milésimo naufragio!
   �Cuánto esfuerzo perdido en las rompientes,
que la espuma blanquea!
�Qué eterno proejar en las corrientes,
contra viento y marea!
   �Siempre, siempre huracanes desatados
y escollos escondidos!
�Y siempre, sobre mares ignorados,
cielos desconocidos!
   Hasta la aguja al polo dirigida
mi cálculo burlaba,
y, a maléfico influjo sometida,
del rumbo me apartaba.
   �Y así he buscado el puerto, de año en año,
siempre con vano empeño!
�Toda nueva promesa, nuevo engaño!
�Toda esperanza, sueño!
   No fue sólo furor de los ciclones;
culpa cabe al piloto:
�Qué de velas, Señor, qué de timones
mi torpe mano ha roto!
   �Y aun sigo, entre los duros elementos,
sobre el hirviente abismo!
�Cansado estoy del mar y de los vientos!
�Cansado de mí mismo!
   Ya, en mí, cuanto descubro no provoca
ni un temor ni un deseo:
sólo siento subírseme a la boca
la náusea del marco.
   Ni un recelo cobarde me da guerra,
ni una ambición me anima:
�Tierra, Señor, te pido! �Tierra!�Tierra!...
�Pero échamela encima!


ArribaAbajo

Encuentro



                                  ArribaAbajoYo caminaba doliente
(�como tantos caminantes!)
cuando encontré, de repente,
los trozos de una serpiente
que aun vibraban palpitantes.
   Y, ante aquel cuadro abatida,
con angustia y con horror
pensó el alma dolorida:
��Ya en el ser no queda vida,
y aun sigue vivo el dolor!�


ArribaAbajo

Compasión



                                  ArribaAbajoTú lo sabes, Señor, mi vida entera
gasté buscando el bien con fe segura,
y elevando los ojos a esa altura
de donde el alma tu favor espera;
   mas, bajo el hueco de la torva esfera,
temblando de ansiedad y de pavura,
sondé sin fruto la tiniebla impura
donde ni un rayo tuyo reverbera.
   �Ay! Aunque agudos siento los dolores
que, en tanta confusión y duda tanta,
sufrí pisando abrojos punzadores,
   más mi afligido corazón quebranta
recordar el estrago de las flores
que, andando a ciegas, estrujó mi planta.


ArribaAbajo

Nictalopía

(En la desgracia)



                                  ArribaAbajoCuando en nuestro horizonte el sol se encumbra
y en luz el aire anega,
con su espléndido rayo nos deslumbra,
nos ofusca y nos ciega;
   y, mientras en su vívido torrente
baña el celeste velo,
con infantil error juzga la mente
que él solo llena el cielo.
   Pero, cuando en ocaso apaga el día
su postrimer centella,
de cada sombra que la noche envía
va surgiendo una estrella;
   Y, en el nocturno abismo transparente,
pidiendo humilde rito,
más sereno, más claro, más patente
se muestra el Infinito.


ArribaAbajo

Dos tronos



                                  ArribaAbajoMidiendo mi ambición, dos tronos hallo
que un hombre puede sin desdén mirar:
para la guerra, el lomo del caballo;
para el descanso, el poyo del hogar.


ArribaAbajo

A X***



                                  ArribaAbajoNo admiro yo la oliva que sombrea
tus anchos horizontes,
ni el cándido rebaño que blanquea
como nieve tus montes,
   ni la negra piara gruñidora
que en la loma vecina
con ímpetu famélico devora
los frutos de la encina,
   ni las yeguas que pacen tu dehesa,
ni los potros cerriles
que tu marca condal llevan impresa
en los anchos cuadriles,
   ni el parque ni la cómoda morada
de tu agreste retiro,
ni el blasón que decora su portada:
�Tu corazón admiro!
   El que a buscarte dolorido viene
jamás en balde llora;
que tu mano tendiéndose previene
la mano del que implora.
   Los frutos de tus campos mal seguros
llaman al indigente,
y es propicia la sombra de tus muros
al triste y al doliente.
   De tus trojes, al pobre convidando,
mana en raudal el trigo,
y el umbral de tu puerta van gastando
las huellas del mendigo.
   Tu tiempo se desliza, de hora en hora,
siempre al bien consagrado,
y tu mano siniestra siempre ignora
lo que la diestra ha dado.
   Por eso, tu conciencia inmaculada,
con varonil aliento
verá temblar la bóveda estrellada
y hundirse el firmamento;
   que, cuando el trueno cóncavo revienta
dando al crimen castigo,
te dice por lo bajo la tormenta:-
�Esto no va contigo.�


ArribaAbajo

Todo relativo

A D. Juan López Parra



                                  ArribaAbajoLa gaviota cenicienta
parece, cuando alza el vuelo,
negra sobre el claro cielo,
blanca en la oscura tormenta.
   Conservando a su raudal
el mismo frescor la fuente,
sabe en invierno caliente,
sabe en verano glacial.
   El sol, cuando débil arde
tiñendo el cielo de grana,
hace alegre la mañana,
como hace triste la tarde;
   y es que, al parecer, envía
más luz, sin mayor derroche,
tras la sombra de la noche
que tras el fulgor del día.
   Dolor que insufrible ayer
parecer al alma pudo,
hoy, tras dolor más agudo,
tiene dejos de placer;
   y, en cambio, sufrimos días
de angustias tan extremadas
que las tristezas pasadas
nos parecen alegrías.
   En ti, mundo engañador,
donde todo es farsa y sueño,
nada hay grande ni pequeño;
todo es mayor y menor.


ArribaAbajo

Sueño dorado

Al eminente pintor D. José Villegas



                                  ArribaAbajoSi Dios a mi vejez guarda el reposo
que tantas veces con afán le pido,
a orillas del Cantábrico brumoso,
lejos del mundo buscaré el olvido.
   A una playa, entre Muros y Salinas,
sediento de quietud, de paz, de calma,
iré a beber las ráfagas marinas
que al cuerpo dan vigor y temple al alma,
   y a gozar, esquivando las injurias
del mefítico ambiente madrileño,
las auras aromáticas de Asturias,
que vuelven a mis párpados el sueño.
   Entre aquellas montañas colosales
que detienen la nube pasajera,
siempre a mi corazón vuelven leales
los sentimientos de la edad primera.
   Mi cuna se ha mecido entre pastores,
a la sombra oscilante de la encina
que mueve, al revolar por los alcores,
el viento de la sierra convecina;
   y han arrullado mi niñez las quejas
de la tórtola errante en los oteros,
y el zumbido letal de las abejas
que en Espuña desfloran los romeros;
   y mi oído infantil han halagado,
repercutiendo allá de risco en risco,
los silbos del zagal que descuidado
conduce las ovejas al aprisco;
   y el sueño he conciliado, pobre infante,
al siniestro gañido del lobato,
y al ladrido del perro vigilante
que en la sombra nocturna guarda el hato;
   y más tarde, entre jaras y quejigos,
me han prestado su noble compañía
el potro y el lebrel, fieles amigos,
de mi remota juventud un día.
   Por eso amo los montes y los valles,
y odio de las ciudades la penumbra
y el sucio ambiente de sus hondas calles
que sólo en el cenit el sol alumbra;
   y por eso, en sus muros confinado
y aspirando su fétido perfume,
soy un viejo alcotán aprisionado
que de tedio en la jaula se consume.
 
   �Ah, Señor! �cuántas pálidas auroras
me han hecho tristes arrugar el ceño!
�Cuántas noches de angustia, cuyas horas
lentas pasaban sin traer el sueño!
   �Deja, deja a mis ojos ver el ampo
de la nieve en las ásperas montañas!
�Dame la libre soledad del campo!
�Dame la alegre paz de las cabañas!
   Pueda yo, recostado en una peña,
junto a aquel mar azul que el cielo cubre
dar al olvido, entre la hirsuta breña,
el hedor de esta atmósfera insalubre;
   y, vagando por valles y por lomas,
al soplo de los aires vespertinos
respirar confundidos los aromas
de las algas, los henos y los pinos;
   y, en las plácidas noches del verano,
entre el rumor del viento y de las olas,
tranquilo adormecerme al son lejano
de las dulces marinas barcarolas;
   y, antes que dore el alto firmamento,
la aurora que los cielos engalana,
oír entre la sombra el ronco acento
del gallo, precursor de la mañana,
   y de la agria carreta gemidora
el eje rechinante que voltea,
y el rumor de la gente labradora
que principia su rústica tarea;
   y, a la trémula voz de la campana
que llama a la oración antes del día,
ver los cielos vestirse de oro y grana
y estremecerse el mundo de alegría,
   cuando arden los lejanos horizontes
y los valles recónditos humean
y en las cinias azules de los montes
jirones de vapor al aire ondean.
   �Cuándo podré, a la luz del sol que brilla
reflejado en el agua bullidora,
ver cual se aleja de la seca orilla,
mar adentro, la barca pescadora,
   que, moviendo a compás los largos remos
cuando taja las ondas espumantes,
parece destilar por sus extremos
cataratas de líquidos diamantes,
   y luego, al viento que su casco azota
soltando el lienzo de una y otra vela,
semeja cenicienta gaviota
que, rasando la mar tranquila vuela?
   Logre yo, por la trémula espesura
ir mis informes versos esbozando
sin método, sin orden, sin premura,
conforme el corazón los va dictando,
   y al margen del arroyo, en la floresta
que cruce sobre mí sus ramos dobles,
dormir el blando sueño de la siesta
bajo el dosel flotante de los robles;
   o estampar en las playas arenosas,
que la brisa del mar liviana orea,
las huellas de mi paso caprichosas
que, al volver, ha borrado la marea;
   y sorprender, en alas de los vientos
que vienen de las breñas más lejanas,
como un coro de silfos los acentos
de las dulces canciones asturianas;
   y cuando el sol declina al océano
y la noche, al ganar la excelsa altura,
arrastra, por el monte y por el llano,
de su manto talar la fimbria oscura,
   a la postrera luz que en tintas rojas
baña las nubes con vistoso alarde,
respirar bajo el palio de las hojas
el balsámico ambiente de la tarde,
   y ver, sobre el crepúsculo encendido,
que el ocaso de púrpura jaspea,
los vuelos del murciélago aturdido
que en círculos fantásticos voltea;
   y, cual astros que a tierra derribados
lanzó la noche de sus negros tules,
descubrir en los setos y vallados
las pálidas luciérnagas azules;
   y por las altas selvas seculares
o por la cresta de la escueta duna
ver como surge de los hondos mares,
el disco silencioso de la luna;
   y pasar las veladas de febrero
con la robusta gente campesina,
en torno del hogar donde arde el tuero
perfumando la lóbrega cocina;
   y, tras cena frugal junto a las llamas,
el sueño conciliar, con Dios a solas,
al plácido susurro de las ramas
y al confuso bramido de las olas!
 
   �Oh Asturias, donde la áspera maleza,
corona de la indómita montaña,
recuerda en cada ruina una grandeza
y en cada roca estéril una hazaña!
   �Heroica raza que en el pecho sientes,
con modestia incapaz de conocerlo,
la dulce placidez de los valientes
que realizan prodigios sin saberlo,
   tú, a quien conceden, confortando el alma
capaz de toda bélica proeza,
las montañas inmóviles su calma
y el mar embravecido su fiereza,
   deja que entre tus rústicos hogares
ponga mi pobre hogar desconocido,
como el águila esquiva de tus mares
en islote desierto labra el nido!
   Déjame ver el férvido torrente
que socava el peñón y arranca el brezo,
donde, para beber de su corriente,
con salto audaz el tímido robezo
   Los cuatro hendidos pies a un tiempo sienta
sobre la monda vacilante lastra
cuyo contorno el agua pulimenta
con las arenas que en su curso arrastra;
   déjame hollar los picos arrogantes
en cuyas cuevas se guarece el oso,
velados por las gasas oscilantes
de tu pardo celaje nebuloso;
   y tus prados que duro el viento agita
o en curvas ondulantes mueve el aura,
que el sol canicular nunca marchita,
que el ambiente niaríti1no restaura;
   déjame oír las olas de tus mares
que al soplo del invierno se alborotan,
y, por minar sus lindes seculares,
los peñascos estériles azotan;
   déjame ver la charca cristalina
que en círculos concéntricos señala
el paso de la errante golondrina
si en las diáfanas linfas moja el ala;
   déjame ver tus montes contrapuestos
que el horizonte cierran a los ojos
con sus picos indómitos y enhiestos
coronados de pinos y de abrojos,
   y recorrer los márgenes floridos
donde entre chopos el Nalón dilata
su tranquila corriente que invertidos
los cerros y los árboles retrata;
   y entrar en tus románicas ermitas
cuyo ambiente de paz el alma orea,
y escuchar las leyendas inauditas
que el pueblo religioso fantasea!
   Como se clarifica el lago en calma
turbado ayer por el furor del viento,
en tu tranquila soledad el alma
va dejando su turbio sedimento,
   y del crespo oleaje se despoja,
y cobra trasparencia, y cada día,
desechando un rencor o una congoja,
un átomo de cieno al fondo envía.
   �Concédeme, Señor, que en el reposo
de ese cielo, esos montes y esos mares,
las flores de mi invierno, al fin dichoso,
presente por ofrenda en tus altares!
   �Allí, bogando en plácida bonanza,
el alma regirán, de gozo henchida,
la Fe, la Caridad y la Esperanza,
timón y velas de la humana vida.
   Allí, abismado en éxtasis eterno,
lejos de los que gárrulos blasfeman,
me inundará tu amor, cual sol de invierno
cuyos rayos alumbran y no queman.
   Allí, del mundo pérfido apartado,
mis dulces noches, mis serenos días,
libres al fin de incómodo cuidado,
leves serán, como ánforas vacías;
   y allí, desvanecida la memoria
de todas las falaces ilusiones,
a tu amor, a tu culto y a tu gloria
consagraré mis últimas canciones,
   hasta que, ante tu voz que eterna vaga
se extinga entre mis labios la armonía,
como lámpara inútil que se apaga
cuando surge el albor del nuevo día.


ArribaAbajo

En la montaña



                                  ArribaAbajoArroyo que, en las alturas
donde vida y jugo das
a estas verdes espesuras,
de peña en peña murmuras
sin decirme adónde vas:
   de tus aguas cristalinas
ni nombre ni origen sé,
ni, entre cerros y colinas,
por qué vertiente declinas,
hasta besarles el pie.
   Mas tu linfa que, al pasar
a este bosque presta savia,
sé que al fin ha de pagar
tributo al Nalón o al Navia,
y Navia y Nalón al mar.
   Sí; que por sotos umbríos
o por selvas seculares
o por desiertos baldíos,
las fuentes van a los ríos,
y los ríos a los mares.
   Por eso, cuando fluir
te veo para bajar
y nunca para subir,
no sé por donde has de ir,
�mas sé dónde has de parar!
   �Parar!... �Pararás acaso
cuando del mar infecundo,
que te ha de cortar el paso,
por oriente o por ocaso
llegues al seno profundo?
   No; que con saña cruel,
tus apacibles corrientes,
perdidas al fin en él,
aumentarán el tropel
de las olas inclementes,
   y, si el huracán las toca
cuando sobre ellas se explaya,
correrán con furia loca
bramando de roca en roca,
gimiendo de playa en playa.
   Y no han de parar tus males
en esa dura faena,
ni siempre irán tus raudales
quebrantando sus cristales,
ya en el cantil, ya en la arena:
   no; que en ligeros vapores
y en lluvia de ellos caída,
darán, por montes y alcores,
a otras fuentes y a otras
flores nuevo curso y nueva vida.
   Pero �ay!, tristes o rientes,
�cuándo volverás a ver
en tus formas diferentes
a esas flores y a esas fuentes
que hoy te prestan gala y ser?
   �Triste destino que alcanza
cuanto es y será y ha sido!
�Siempre la eterna esperanza!
�Siempre la eterna mudanza!
�Y siempre el eterno olvido!


ArribaAbajo

Después de la borrasca

A mi amigo don Juan García Aldeguer



                                  ArribaAbajoPasaron las tormentas y los ciclones
que de mi vida fueron reciente norma;
pero el cielo, manchado de nubarrones,
de la última borrasca guarda la forma.
   Aunque mansas las brisas mi playa orean
y el mar de mi conciencia duerme sereno,
aún a veces mis versos relampaguean,
y aún su acento recuerda la voz del trueno.
   Tal vez su mole abrupta lejano monte
de peñascos revueltos muestra erizada,
y en el límite extremo del horizonte
una erupción semeja paralizada.
   Y no es absurdo símil en que se place
turbada o caprichosa la fantasía:
aquella masa yerta que inmóvil yace,
antes de ser granito fue lava un día;
   �lava, lava candente que a borbotones
en cúmulos inmensos se amontonaba!-
�No es mucho que la forma de sus peñones
a la vista recuerde que fueron lava!




ArribaAbajo

Ceniza

Al Conde de las Almenas



                                  ArribaAbajoYa se apaga confuso el vocerío
del pueblo que a la crápula se entrega:
como murmullo de profundo río,
ya a mis oídos indistinto llega
el lejano rumor de gran gentío.
   �Locura que horroriza!
�aun no ha dos horas, turba tornadiza,
que, al pie de los altares prosternada,
sobre la frente de pavor helada,
temblando recibiste la ceniza!
�Recuerda que eres polvo, polvo vano�-
te dijo al extenderla el sacerdote-
�y en polvo pararás�,
�Mortal liviano!
y ya, olvidando el anunciado azote,
tu licencioso carnaval renuevas
cubierto de careta fementida,
�cual si no te bastara la que llevas
en el curso ordinario de la vida!
   Deja tu mascarada escandalosa,
y ven a meditar donde te espero:
aquí, lejos del mundo vocinglero;
aquí donde, siniestra y misteriosa,
habla la muerte su lenguaje austero.
   Aquí, contra esos fúnebres umbrales,
se estrellan las humanas saturnales;
con silencio profundo
callan, aquí las locas bacanales;
aquí se ve la pequeñez del mundo
al través de esas losas sepulcrales.
   Aquí la frente erguida
que del fétido légamo nacida
tuvo en alto desprecio al ser humano,
   hoy, en vil podredumbre convertida,
ya reconoce al polvo por hermano.
   Aquí, donde en el fondo de la huesa
toda humana existencia se derrumba,
el inquieto gusano de la tumba
nunca en su destructor trabajo cesa.
Mal su afán con el ocio se concilia:
para él no hay fiesta, ayuno ni vigilia.
Todo, en servirlo, su eficacia emplea;
todo sucumbe a su poder insano:
cuando Dios Soberano
mundos y mundos de la nada crea;
su omnipotente mano
prepara el alimento del gusano
que voraz en las tumbas hormiguea.
 
   Ven, pues: mi llamamiento no te asombre;
que al fin has de venir, mal que te cuadre,
donde vino tu padre,
�donde vendrá el postrero de tu nombre!
�Ven, que no has de esquivar el lecho duro,
ni el triste nicho oscuro,
ni la pesada lápida inclemente
que los abismos del sepulcro cierra,
�ni el vil montón de tierra
con que el pisón oprimirá tu frente!
   �Verdad inolvidable y olvidada!
�Ves esa loca turba enmascarada
que, en ciego torbellino,
cual agua de su cauce desbordada,
persiguiendo el placer corre sin tino?
Síguela en su carrera atropellada:
quizá de pronto la verás, curiosa,
en fantástico círculo apiñada
inquirir afanosa
algo que, al fin sabido, la anonada.
�De qué nace su extraño desconcierto?
�de qué su admiración? �de qué su espanto?
�qué ocurre, en suma, para asombro tanto?-
caso imprevisto! �que un mortal... ha muerto!
 
   �Bebed! �reíd! �cantad! La alegre mesa
rebosa de manjares y de risa.
�Bebed! �reíd al borde de la huesa!-
el gusano fatal no tiene prisa.
   No lo olvides, ignaro libertino:
en el curso fatal de tu destino
será feliz o mísera tu suerte;
pero siempre hallarás en tu camino
segura una catástrofe: la muerte.
De tu fortuna, próspera o contraria,
no has de hallar quien el fin mude ni aplace:
la acción de la tragedia será varia,
pero siempre es igual el desenlace.
   �Necios magnates, de ambición beodos:
por más que la fortuna caprichosa
reparta su favor de varios modos,
hemos de ser, unidos en la fosa,
ante Dios una vez iguales todos!
 
   �Iguales?- No; que aun en la tumba helada,
poniendo a su locura el postrer sello,
la soberbia del hombre, desbocada,
con insolente alarde yergue el cuello.-
�Este -dice la losa blasonada-
es el grande, el magnánimo, el potente
a cuyo paso audaz temblaba el mundo;
éste el que al cielo levantó la frente,
de reyes descendiente,
gran soldado, político profundo;
éste el que, ardiendo en generoso anhelo,
al universo entero tuvo en guerra;
éste...�
-�Necia jactancia! �mira al suelo!
�estos son �ay! los siete pies de tierra
con que nuestras grandezas mide el cielo!
   �Oh mortal miserable!
por más que tu soberbia desatada
de tu prosapia y tu poder nos hable,
tu estirpe está de antiguo averiguada:
�siempre serás, reptil abominable,
hijo del cieno y nieto de la nada!
 
   Sarcófagos, sepulcros, panteones,
engendro del humano desvarío,
que en frisos y frontones
profanáis con hinchadas inscripciones
la austera palidez del mármol frío;
profundos hipogeos
so las altas pirámides cavados;
soberbios mausoleos,
bajo el peso de bélicos trofeos
y alabanzas pomposas agobiados;
sepulturas que, en forma artificiosa
disimulando el hueco de la tierra,
procuráis disfrazar la negra fosa,
boca insaciable que jamás se cierra;
cenotafios de lápida historiada
que fingís ocultar a humano ojos
los humanos despojos,
perdidos en las fauces de la nada;
mole desmesurada de Adriano,
aun firme en tus recónditos cimientos;
arrogante columna de Trajano,
desprecio de los siglos y los vientos,-
más bien que funerarios monumentos,
condensaciones del orgullo humano:
�levantad vuestras cúpulas altivas!
�levantad vuestros fustes esculpidos!
�subid hasta las nubes fugitivas,
de regia pompa y vanidad henchidos!
�subid! �subid! �subid hasta lo sumo
de la etérea región oscura y vana!
�elévate sin fin, soberbia humana!-
�cómo no has de elevarte si eres humo?
 
   �Mas no esperes la gloria
de arrancar al olvido tu memoria!
Hombres sin religión, hombres impíos
que, impasibles y fríos,
con siniestra sonrisa desdeñosa
vais echando revueltos en la fosa
los rígidos cadáveres sombríos,
�por ventura esperáis que, más piadosa,
conservará la suerte
vuestra memoria al siglo venidero?
�pensáis, quizá, pensáis que es tierra inerte
lo que cubre ese asilo postrimero?
�Olvido, negro olvido es lo que vierte
sobre el lívido rostro de la muerte
la pala del brutal sepulturero!
   �Oh mortal engreído!
En vano tu soberbia soñadora
resistir un instante ha presumido
a la acción de la Muerte destructora:
�lo que el gusano inmundo no devora
lo devora el olvido!
   Entra en Nínive, en Menfis, en Esparta;
revuelve sus arenas movedizas;
en su desolación los ojos harta,-
y busca de sus héroes las cenizas.
�Ni aun en la piedra se salvó su historia!
�todo al paso del tiempo se derrumba!
�nada de ellos allí guarda memoria!
�mudo el mármol! �anónima la tumba!
   No preguntes qué fue de aquellos hombres:
�sordos están sus huecos cenotafios;
y, borrados emblemas y epitafios,
ni el sepulcro se acuerda de sus nombres
 
   Mas �ay! aunque tu afán colmado vieras
y tu fútil propósito cumplido;
aunque, de boca en boca repetido,
tu renombre a los siglos transmitieras,
�qué es esa edad futura
de quien su fama tu soberbia fía?-
�leve pavesa que un instante dura,
y al fin se apaga en la garganta oscura
de la siniestra eternidad sombría!
Vendrá, vendrá del mundo el postrer día,
y, el plazo al fin cumplido
y el lazo universal al fin disuelto,
cuanto fue de la nada redimido
a la nada otra vez será devuelto.
�Necio afán infecundo!
�Dónde irá entonces, di, la humana gloria,
cuando no haya ni mundo
ni tiempo en que se albergue su memoria!
   �Oh! �la nada! �la nada!
�tal es, cuando se acerca la partida,
la fatídica imagen enlutada
que descubre, de horror sobrecogida,
el alma en el placer encenagada!
�Vanidad! �vanidad! -�oh! �qué es la vida?
�Viento fugaz perdido en el espacio!
�Viento es la choza! �Viento es el palacio!
�Viento es la fama, en vano conseguida!
�Todo en el mundo es viento!
�Y de viento va henchida
la capucha del monje macilento!
   Mas no: si a Dios tu espíritu se eleva
y en la esfera inmortal del bien se arroba,
no temas, no, la irremisible prueba:
la Muerte, hambrienta como hambrienta loba,
cuando en tu ser mortal el diente ceba
sólo la vil mortalidad te roba.
   Si estás a recibirla prevenido,
no te asuste su aspecto misterioso:
ella ofrece la calma y el reposo
al triste pecho de dolor transido.
En sus dichas la execra el venturoso,
y en sus penas la invoca el afligido:
�sus alas, que con pródigo derroche
dispersan cuanto Dios potente cría,
negras parecen a la luz del día,
y blancas en las sombras de la noche!
Ella en este lugar dice a tu oído:
�pobre mortal que, entre cuidados graves,
quizá en altos estudios abstraído,
la fugaz existencia has consumido,
si no sabes morir �necio! �qué sabes?�
   Óyela; y por tu bien sin tregua mira;
quizá la hora fatal esté cercana:
�sabes tú acaso si verás mañana
la luz de ese crepúsculo que expira?
   �Ah! �ven aquí, donde a morir se aprende!
�ah! �ven aquí, donde entre tierra y cielo,
cual águila que audaz las alas tiende,
la mente gira con tranquilo vuelo!
   Por eso vengo yo, triste y rendido,
a confortar el ánimo cobarde,
cuando, cubriendo al mundo adormecido,
su morado crespón tiende la tarde.
   Aquí, donde al sepulcro sus despojos
rinde la humanidad, en triste calma
presentan a mi mente y a mis ojos
ceniza el cuerpo, y luz eterna el alma
Pero, aunque en este solitario asilo,
tan dulce, tan sereno, tan tranquilo,
con empeño constante
mi esperanza y mi fe buscan su centro
y la eterna verdad hallan delante,
siempre, en todo lugar, a cada instante
iguales espectáculos encuentro;
y, soñador inquieto y errabundo,
si busca luz mi oscura inteligencia,
miro a Dios cuando brilla en mi conciencia,
�y, si busco ceniza, miro el mundo!

Arriba