A través del cristal de la ventana Ahora que conoces los lindes del horror Aquí es donde el sosiego se yergue victorioso Bajo el cielo diáfano de enero, Bajo el sol de la mañana Ciudad que guardas el encanto Como si fuera el moroso sol del mediodía, Como un cuento casi, casi como una leyenda Como un dios que aguarda la ofrenda, fulgen sus ojos Cuando, por fin, se apagan Cuando, vencido, combes la cerviz Cuánto amor no fingido descubres todavía El cisma que separa la vida de la muerte El pampero pasa silbando su canción de desesperanza, El sol relampaguea en los altos cipreses, En cierto bastión de fronda En el desierto del tiempo En esta hora natal en que los hombres dejan de contender En este instante, cuando el último estertor Es diciembre, Es un sol distinto el que besa las tierras Esta pasión secreta que nos mueve Esta sangre que nos dieran, no como simple arbitrio de la naturaleza Hacia el filo del alba Has querido poblar tu soledad Inclinado a babor, fauces de moho La canoa en el río es lo que ella desea, La flecha de la aurora, silenciosa Las aguas de aquel mar que ahora mismo estallan Los que viajan siempre Más que lluvia: llanto Me basta el instante. Te contemplo. No es la lumbre alentada por la fragua No hay mortaja de luna. No son falsos los días Para mis ojos obstinados, Por el trajín de las hormigas ¿Recuerdas el conejo aquél, Saber, sé. Sé que este otoño Sentado en la orilla, Si estos ojos implorantes, Sobre la fétida extensión de los desperdicios, Te vi venir desde hace tiempo Testigos que fuimos del parto del alba, Tú brillas y reflejas. Oh eco de la luz; Vibra, al silbato del tren,
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