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Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) - EDI-RED

La edición en Guatemala

Semblanzas sobre editores y editoriales en Guatemala

En el siglo XVII, período sumamente activo desde el punto de vista intelectual y cultural en la capital de la Capitanía General de Guatemala, llegan a la Ciudad de Santiago de los Caballeros la primera imprenta del Reino y el primer impresor, José de Pineda Ibarra, quien la instala en julio de 1660 frente a la Plaza Mayor, en el Portal del Ayuntamiento, lugar donde en la actualidad se encuentra el Museo del Libro Antiguo. La iniciativa corrió a cargo del obispo Fray Payo Enríquez de Ribera quien, movido por la voluntad de publicar una obra propia, gestionó la adquisición y el transporte de la imprenta.

Los datos históricos señalan que durante dos siglos (1663-1863) se dieron a la luz 354 obras de carácter religioso, educativo e histórico (Fryer 1996: 613), además de vocabularios, gramáticas de idiomas indígenas y poesías, en formato de libros, cuadernillos, folletos e impresos sueltos. El primer volumen publicado fue Explicatio apologética (1663) de Enríquez de Ribera; cuatro años después aparecería el primer poemario impreso en Guatemala: Thomasiada al sol de la Iglesia y su Doctor Santo Tomás de Aquino (1667) de fray Diego Sáenz de Orecurí. Si, hasta aproximadamente 1715, José de Pineda Ibarra y su hijo Antonio fueron los únicos impresores en el Reino de Guatemala, en el resto del período colonial se establecerán en la Ciudad de Santiago de los Caballeros más de diez talleres de imprenta, entre los que sobresale el de Juana Martínez Batres (ca. 1730-ca. 1800), herencia de su esposo Sebastián de Arévalo, ya que marca la participación de la mujer en la historia de la imprenta en Guatemala entre 1755 y 1800. Entre los talleres del período cabe contar a la Imprenta del Convento de San Francisco, los talleres de Antonio Velasco, Sebastián de Arévalo, Manuel José de Quirós, Joaquín de Arévalo, Antonio Sánchez Cubillas, Inocente de la Vega, Cristóbal de Hincapié Meléndez e Ignacio Jacobo de Beteta. Aunque con vacíos y aspectos por desarrollar, la información y documentación sobre la historia de la edición de esta etapa inicial es relativamente rica, pero no sucede lo mismo con periodos posteriores en que los datos se hacen más escasos a medida que se acerca la contemporaneidad.

Algunos de los impresores mencionados anteriormente continuaron sus labores a principios del siglo XIX. Es el caso de Manuel José Arévalo (hijo de Sebastián de Arévalo y de Juana Martínez Batres), quien edita en su taller la Relación de las fiestas y actos literarios con que los estudiantes de la Real y Pontificia Universidad de Guatemala han celebrado la proclamación del Señor Don Fernando VII, la feliz instalación de la Junta Central y los sucesos gloriosos de las armas Españolas en la actual guerra contra Napoleón I (1809). Por su parte, Ignacio Beteta no solo publicó entre 1797 y 1816 la Gazeta de Guatemala sino que, una vez obtenida la independencia, bautizó su taller con el nombre de Imprenta de la Libertad, y de sus prensas salió el sermón del canónigo José María Castilla Al heroico pueblo de Guatemala (1821), que parece anunciar el papel político que habría de desempeñar el pueblo en el gobierno.

A partir de la Independencia (1821), se fueron estableciendo diversas imprentas tanto en la capital del país como en el interior. Entre las más reconocidas están la Tipografía La Unión ­­–en ella edita Ramón Uriarte una Galería poética centroamericana. Colección de poesías de los mejores poetas de la América del Centro: precedidas de los ligeros apuntes biográficos y breves juicios críticos sobre cada uno de los autores que la forman, en 1888)–, la Imprenta del Gobierno, Imprenta de la Paz, Imprenta Nueva de Luna, Imprenta El Progreso e Imprenta Royal. La historia de estas imprentas está por escribir, pero algunas publicaciones de importancia revelan el papel que jugaron en el desarrollo bibliográfico guatemalteco y de la región centroamericana.

A finales del siglo XIX, el presidente José María Reyna Barrios (1892-1898) decide, tras la adquisición de la Imprenta Modelo, convertirla en la Imprenta Nacional, que luego tomaría el nombre de Tipografía Nacional (1894). Esta institución se ha distinguido por editar, en su larga existencia, a diversos autores nacionales (Clemente Marroquín Rojas, Miguel Ángel Asturias, Enrique Gómez Carrillo) y mantiene en la actualidad tres colecciones: Colección Documentos, Colección Literatura y Colección Crónica. En las primeras décadas del siglo XX se funda en la capital una de las primeras tipografías privadas en utilizar sistemas de linotipos, la Tipografía Sánchez & De Guise, donde Rafael Arévalo Martínez publicaría algunas de sus obras como La Oficina de Paz de Orolandia (1925) y Las noches en el Palacio de la Nunciatura (1927).

La actividad editorial tuvo un desarrollo complejo y delicado en gran parte de la primera mitad del siglo XX, marcado por la sucesión de dictaduras (Manuel Estrada Cabrera, 1898-1920; Jorge Ubico, 1933-1944), lo que limitaba el debate de ideas y la difusión de libros de literatura y otras disciplinas. Durante el período revolucionario (1944–1954), hay que subrayar el papel del Centro Editorial, que publicó la colección 20 de Octubre, especializada en obras de autores nacionales y extranjeros a precios muy accesibles como parte del programa de desarrollo cultural del proyecto revolucionario. También en este período se publicó la colección Clásicos del Istmo. Durante ese tiempo se fundó la Editorial Piedra Santa (1947) que ha atravesado diversas épocas hasta la actualidad y, aunque se ha dedicado especialmente a textos escolares, ha desarrollado una línea de publicación de textos literarios en diversas colecciones, algunas de ellas de muy reciente creación (Colección Miguel Ángel Asturias, Colección Ancestral, Clásicos Universales, Clásicos Americanos, Colección Mario Monteforte Toledo, o Colección Mar de Tinta, centrada en la obra de escritores centroamericanos contemporáneos).

En la segunda mitad del siglo XX, la inestabilidad política siguió teniendo consecuencias en el desarrollo de la actividad editorial. Sin embargo, pueden ponerse de realce algunos proyectos editoriales que han marcado la historia del libro en Guatemala. Es el caso, por ejemplo, de la Editorial Oscar de León Palacios (1957), la cual se ha dedicado en gran medida a la edición de textos escolares para la escuela primaria, especialmente para el área rural y las escuelas públicas. En el campo de la literatura, esta editorial ha publicado obras de importancia, entre ellas, la novela Los compañeros (1976) de Marco Antonio Flores. Cabe igualmente destacar la Colección Profecías que contiene 22 libros o plaquettes poéticas de poetas guatemaltecos (César Brañas, Rafael Arévalo Martínez, Ana María Rodas, Enrique Juárez Toledo, Isabel de los Ángeles Ruano, etc.). La literatura popular encontró acomodo, por ejemplo, en la Asociación Zacapaneca de Contadores de Cuentos y Anécdotas.

En 1978 se funda por parte de un grupo de estudiantes universitarios, en su mayoría procedentes de la Universidad Rafael Landívar, el Grupo Editorial RIN-78, una cooperativa de escritores guatemaltecos que se dedicó a publicar obras literarias de los integrantes del grupo (sin que esto implicara una unidad ideológica o estética colectiva), así como de autores ajenos a él. Entre los escritores editados se encuentran: Luz Méndez de la Vega, Dante Liano, Ana María Rodas y Franz Galich. El grupo promovió series como la Colección Literatura, Colección Rescate, Colección Texto y Colección Ensayo. Años después, este colectivo fundaría la Editorial Palo de Hormigo (1990), la cual prosiguió de la mano de uno de los fundadores de RIN-78, el también escritor Juan Fernando Cifuentes (1936-2006), quien había dirigido la Tipografía Nacional en la década de 1980 y promovió la fundación de la Editorial Cultura, de la cual fue director unos años.

Otros proyectos editoriales se desarrollan durante la segunda mitad del siglo XX. Dentro de estos se pueden mencionar la Editorial Universitaria de la Universidad de San Carlos que publicó libros de importancia como, por ejemplo, la Obra dramática de Manuel Galich (1989). En 1987 se crea la Editorial Cultura (unidad de la Dirección General de las Artes del Ministerio de Cultura y Deportes), que se consagró a la publicación de obras de autores guatemaltecos en los diversos géneros (poesía, novela, cuento, ensayo literario) y que actualmente dirige el poeta Francisco Morales Santos. Durante esos mismos años se fundan las Ediciones del Pensativo (1988) de la mano de la editora Ana María Cofiño en la Antigua Guatemala. Esta casa edita libros de ciencias sociales, historia, antropología, psicología, sociología, etc., acerca de temáticas guatemaltecas, así como libros de literatura y arte. Su línea editorial se inscribe en la propuesta de obras críticas y analíticas de la realidad nacional. Su colección Zahorines está consagrada a la producción literaria y Nuestra Palabra a temáticas de mujeres, entre otras colecciones creadas.

En la década de 1990, tras los años duros y cruentos del conflicto armado interno (1960-1996), surgen varias editoriales que dinamizaron el mundo literario guatemalteco, entre ellas el proyecto editorial y litográfico Magna Terra que ha desarrollado varias colecciones literarias (Los Libros del Aleph, Narrativa, Pregón, Conseja, Saberes, Clásicos Infantiles, Jerigonza y Letras Guatemaltecas) de novela, biografía, cuento, poesía, literatura infantil y ensayo. En 1993 se funda otro proyecto, F & G Editores, editorial independiente, de literatura y ciencias sociales. Esta editorial publica literatura guatemalteca y centroamericana y se distingue por la edición de obras relacionadas con la recuperación de la memoria histórica. Forma parte del Grupo de Editores Independientes de Centroamérica (GEICA), el cual ha participado en la Feria del Libro de Frankfurt y en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México). GEICA reúne varias editoriales de Centroamérica: F & G Editores de Guatemala, Guaymuras de Honduras, Arcoiris de El Salvador, Anamá de Nicaragua y Uruk de Costa Rica.

Los años finales del siglo XX y las décadas iniciales del siglo XXI han visto la eclosión de una diversidad de proyectos editoriales que parecen demostrar la vitalidad de la literatura local, a pesar de que los grupos de lectores siguen siendo bastante limitados en razón del analfabetismo, la precariedad económica y la ausencia del hábito de la lectura. Pero a los proyectos editoriales citados anteriormente es necesario agregar toda una serie de iniciativas que revelan un dinamismo prácticamente inédito en la historia del libro en Guatemala. Dentro de estas editoriales alternativas destacan algunos proyectos editoriales mayas: la Editorial Fundación Cholsamaj (1991) y la Editorial Maya’ Wuj, que publican material educativo, diccionarios, estudios antropológicos e históricos, cosmogonía maya y textos literarios de autores de lenguas indígenas, mayoritariamente, como los poemarios del poeta quiché Humberto Ak’abal y la novela de Rodrigo Rey Rosa, El país de Toó (2018). Asimismo, en 1998 se funda Letra Negra Editores, especializada en la publicación de literatura centroamericana.

Junto a estas propuestas han surgido otros sellos de carácter innovador como es el caso de Catafixia, que se consagra a la publicación de poesía de autores guatemaltecos, de América Latina y España, y La Valiente, que reúne una serie de sellos editoriales independientes: Equis, Ediciones Bizarras, Amanuense, Chuleta de Cerdos, Alas de Barrilete y Vueltagatos Ediciones, promotores de libros de confección artesanal concebidos como un objeto de arte.

Asimismo, la Feria Internacional del Libro en Guatemala, organizada por la Gremial de Editores de Guatemala de la Cámara de Industria de Guatemala, que se celebra cada dos años en la capital del país, ha contribuido al desarrollo del mercado del libro y al fomento de la lectura. Sin embargo, como ya se ha apuntado, el problema central de la edición y del libro guatemaltecos sigue marcado por las elevadas tasas de analfabetismo, la ausencia de recursos materiales para adquirir libros y la carencia del hábito de la lectura en la mayoría de la población del país.

Dante Barrientos-Tecún

(Aix Marseille Université)

Portada de «Explicatio apologética» (1663) de Enríquez de Ribera.

Bibliografía

  • CHAPA BEZANILLA, María de los Ángeles (2005). Guía bibliográfica centroamericana del fondo Rafael Heliodoro Valle de la Biblioteca Nacional, 1822-1968. México: UNAM/Instituto de Investigaciones Bibliográficas/Biblioteca Nacional/Hemeroteca Nacional.
  • DÍAZ, Víctor Miguel (1930). Historia de la imprenta en Guatemala: desde los tiempos de la Colonia hasta la época actual. Guatemala: Tipografía Nacional.
  • FRYER, Celia A. (1996). «Las filigranas italianas en impresos guatemaltecos», Actas de la Asociación Internacional Siglo de Oro, pp. 611-624 [6 de enero de 2018].
  • MAYEN GARCÍA, Thelma Judith (2014). «Aproximación histórica al Museo de la Tipografía Nacional de Guatemala (2000-2013)». Tesis: Universidad de San Carlos de Guatemala.
  • MOLINA JIMÉNEZ, Iván (2002). «La cultura impresa centroamericana en la primera mitad del siglo XIX», Sincronía, Año 7, número 22. [6 de enero de 2018]
  • STOLS, Alexandre (1960). La introducción de la imprenta en Guatemala. México: UNAM.
  • VELA, David (1960). La imprenta en la Colonia. Guatemala: Editorial José de Pineda Ibarra.
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