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ArribaAbajo Mansilla y la construcción de la oralidad

Norma Carricaburro


Entre los escritos de Lucio V. Mansilla, la producción para periódicos está, por lo general, sustentada en la oralidad del causeur por antonomasia y en su conocimiento de la técnica folletinesca. En este grupo de obras se inscriben especialmente Una excursión a los indios ranqueles y Entre-nos, Causeries del jueves. Trataremos aquí los rasgos característicos de la representación de la oralidad en este último libro.


La «conversación escrita»

Causeries fue la primera denominación de los escritos que aparecieron los días jueves en el diario Sud-América a partir del 16 de agosto de 1888. Charla, conversación con el lector, es el estilo literario intentado por Mansilla. En toda conversación existen, además de las dos personas del coloquio, el aquí y ahora propio de la enunciación, los elementos paralingüísticos y kinésicos, los turnos de habla, la   —58→   retroalimentación, etc. Mansilla tropieza con la ausencia de estos elementos, propios de la conversación natural pero imposibles en un discurso escrito, y deberá reemplazarlos por estrategias literarias armadas al correr de la pluma, que pueden descubrirse y señalarse a lo largo de las Causeries.

Según cuenta el biógrafo de Mansilla, Enrique Popolizio, entre 1889 y 1890 el editor Alsina recopiló parcialmente las Causeries en cinco volúmenes, en los que incluye algunas aparecidas una década antes en el periódico El Nacional. La revolución del 90 interrumpió la publicación que debió haber comprendido por lo menos otros tres volúmenes. Este libro no alcanzó el éxito de Una excursión a los indios ranqueles, hecho que el autor atribuyó al título:

¡Cuántos no han pensado que eso y «charla» insustancial era lo mismo! Fue una mala inspiración. Otro error fue no pensar que, sin querer, plagiaba con mi título a Sainte Beuve. Le agregué luego el subtítulo «Entre nos» [en realidad título, ya que como subtítulo queda el primitivo]. Era tarde...56.


Sin embargo, pocos nombres tan acertados como Causeries. Mansilla les imprime el sello de charlas digresivas de tema amplio, en las que el autor se convierte en el principal personaje: recuerdos de infancia o de viajes, evocaciones personales que, a menudo, entroncan con la historia de nuestro país: justificaciones de muchas de sus actitudes (aunque su fama se asiente en conductas insólitas y en continuas transgresiones) o de las de sus familiares ilustres: el general Lucio   —59→   Mansilla, Agustina y Juan Manuel de Rosas; la presencia de hombres y mujeres famosos en la historia o en la literatura de la Europa del siglo XIX. Todo ello contado como en la intimidad del vagón, en un largo viaje en ferrocarril, o en la cordial tertulia del club o del salón.

Este autor se presenta a menudo como un filólogo y no solo reflexiona sobre su buscado estilo conversacional sino que ubica sus charlas dentro del marco histórico de los grandes conversadores de su tiempo y sus esgrimas verbales («Nuestros grandes conversadores»). En una causerie dedicada a Mariano de Vedia se preocupa por el estilo que llama «conversación escrita»:

Querido Vedia:

Me decía usted ayer:

«¿Qué es lo que usted hace, general, para escribir como habla?

Mientras me da la respuesta a esta pregunta y mientras me refiere, cual me lo tiene prometido, cómo el hambre le hizo escritor, veamos qué otra dificultad se presenta para la conversación escrita»57.


(109)                


Ante estas inquietudes de Vedia, Mansilla se decide por contar cómo el hambre lo hizo escritor y promete para más adelante descubrir cuáles son los recursos de su estilo oral:

La otra [pregunta], la que usted me imputa con su gentil curiosidad, también la acepto, la reconozco, pero será para después.


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Este «después» no llega, por lo menos en las Causeries, pero aquí y allá Mansilla destaca algunas de las carencias de la escritura comparada con la conversación, por ejemplo, la ausencia del sermo corporis:

De modo que allá va eso, Posse amigo, a manera de zarandajas históricas, sintiendo que la pluma deficiente no pueda, como pincel de artista manco, vivificar el cuadro, puesto que no viéndonos las caras en este momento, faltan la voz, los gestos, la acción, eso que el orador antiguo llamaba quasi sermo corporis.


(87)                


Y también a lo paralingüístico y a lo kinésico58 apunta en otro momento:

[...] y convendrán conmigo en que faltando el elemento de la mímica, no hay cuadro escrito que no sea pálido al lado de este mismo cuadro hablado.

La palabra es a la letra lo que el claroscuro a la pintura.


(628)                


El énfasis en lo kinésico se pone de relieve en ciertos pasajes en que Mansilla atribuye a la escritura la movilidad del discurso oral, que en este sentido poco se aviene con el escrito:

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Y ahí va una página, escrita, sentado, de pie, mirando a derecha e izquierda, arriba, abajo, moviéndome en todas direcciones, tambaleando unas veces, a plomo otras veces sobre los talones.

He querido que pareciera conversada, recordando el precepto de Castiglione -scrivasi come si parla- y que mis impresiones palpitaran en ella con la misma intensidad y movilidad con que yo las he experimentado.

¿Lo habré conseguido?


(163)                


Para distinguir los rasgos de la oralidad, conviene reparar en las referencias que suele anotar sobre su forma de trabajar:

Dos horas he tardado en redactar y corregir mentalmente lo que se va leyendo. Tengo, como Juan Jacobo Rousseau, esta facultad: una memoria singular que retiene por su orden, casi palabra por palabra, mis meditaciones. Escritas estas, llévaselas el olvido, a tal extremo que suelo no reconocerme, cuando me encuentro conmigo mismo por ahí, sin el sello de mi nombre y apellido.


(215)                


Mansilla expone aquí, basándose en su experiencia personal, lo que los teóricos de la oralidad han desarrollado luego: la importancia de la memoria archivo, que retiene datos para transmisión oral, y cómo el proceso escriturario libera esta memoria para que el hombre pueda emprender nuevas reflexiones.

Varias veces el autor hace referencia a lo conversacional en las Causeries. A partir de sus comentarios o reflexiones hemos seleccionado algunas de las pautas con que caracteriza este estilo conversado.



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La libertad en el tema

Como ya hemos señalado, el autor acumula en Entre-nos sus recuerdos: relatos de viajes o expediciones por el país o por el mundo, cuentos de guerra o de tropa, recuerdos de antaño y comparaciones con hogaño, semblanzas de personajes (muchos de ellos de su familia), confesiones sobre su vida pública o privada, etc. No hay temas fijos sino surgidos al azar, como en la charla entre amigos:

Converso íntimamente con el lector; no dicto curso de historia en la cátedra.

Converso, lo repito, sin sujeción a reglas académicas, como si estuviera en un club social, departiendo y divagando en torno de unos cuantos elegidos, de esos que entienden, para no aburrirme más de lo que me aburro.


(248)                


No diserto, hago confidencias en voz alta, sin cortapisas ni reticencias mentales, teniendo por interlocutor a todo el que me quiera leer.


(216)                


Yo, ¿a qué voy a meterme en semejantes honduras?

Yo no me ocupo sino de bagatelas y de quimeras y de monadas, parcelando la ciencia por carambola, porque es bueno que haya de todo en las conversaciones.


(397)                





«... sin plan ni método»

A menudo se le ha imputado al Mansilla de las Causeries la digresión como un defecto. Popolizio se pregunta: «¿Por qué tan lamentablemente digresivas?»59 Ricardo   —63→   Rojas sostuvo:

Tantas son las repeticiones y redundancias de que abundan sus páginas en cuanto a los temas, tanta la parlería digresiva, que sus catorce volúmenes parecen los borradores del único libro que, con más economía en el plan y más arte en la exposición hubiera podido componer el incoercible conversador, el espontáneo prosista (29)60.

En cambio, Juan Carlos Ghiano relaciona la digresión con el fondo romántico de Mansilla y con su gusto por el folletín, donde las conclusiones se demoran. Para este crítico tienen una doble justificación: «la franqueza del escritor coloquial y el buscado histrionismo de quien se convierte en eje de sus relatos» (29)61.

En cambio, Cristina Iglesia y Julio Schvartzman advierten en la digresión el peso de la oralidad:

En la antigua retórica, la digresión era la parte móvil que sostenía el espectáculo de la oralidad. Mansilla produce, como nadie, la inversión rotunda de proponer la digresión como espectáculo de la escritura62.


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El mismo Mansilla hace de la digresión un motivo de reflexión y hasta de nuevas digresiones. Iglesia y Schvartzman recogen esta cita de una causerie no compilada en libro, «¿Indiscreción...? ¿Digresión...?», donde el autor reconoce que se trata de un recurso poco ponderado:

A esto le llaman digresión... Perfecto, si ustedes pueden decir lo que piensan de otra manera, declaro de plano que la digresión, aunque sea conexa, siempre está de más63.


Otras veces es su secretario quien intenta impedir que Mansilla haga nuevas digresiones:

Y como no puedo ser prolijo, porque mi secretario no me deja, observándome (es el observador más importuno) que no abuse de las digresiones, me concreto a prevenirles [...].


(399)                


-Señor -me dice mi secretario-, ¿va usted a hacer alguna otra digresión?

-Pero amigo, no me cambie los frenos a cada momento...

-Está bien... así será, pero a mí me parece...

-¿Qué le parece a usted? ¡caramba!, que es hombre insistente... No es digresión, es reflexión lo que voy a hacer...


(402)                


-¡Señor! -me dice mi secretario-, si usted no va al grano, cuanto antes, se va a enredar en las cuartas.

-Mi amigo -le observo yo-, ¿pero no me ha dicho usted otras veces que tenía confianza en mí?

-Sí, señor, y la tengo.

  —65→  

-Bueno... gracias por la interrupción, que me permite ordenar un poco las impresiones que estoy evocando, y adelante.


(637)                


Varias veces relaciona el sentido conversacional de la digresión y lo errático del discurso en el cual falta plan y método:

Un hombre, escribiendo, casi sin rumbo, es como un caminante, que no sabe precisamente adónde va.


(293)                


Hablaremos, lector amigo, inter-nos, como si conversáramos en viaje, sin plan ni método, por matar el tiempo, de lo que hemos visto u oído, sin querer, cruzando con otros fines extrañas o desconocidas tierras.


(341)                


Y también les ruego que me permitan seguir usando y abusando de los entre paréntesis. Este recurso gramatical es como las «guiñadas» en la conversación.


(495)                


¿Acaso Anatole France, que es para ustedes mejor escritor que yo, no se defiende también de ciertas incoherencias, diciendo, cuando habla de las canciones populares de la antigua Francia: Yo quisiera que estas Causeries se pareciesen a un paseo. Yo quisiera que estos rengloncitos negros diesen la idea de una conversación sostenida caprichosamente por un camino sinuoso...? ¿Y al principio de la crítica, él, uno de los más populares escritores, observador y agudo, benévolo e instruido, no concluye diciendo: «He aquí terminado nuestro paseo. Confieso que ha sido más sinuoso de lo que convenía. Yo tenía hoy mi espíritu vagabundo y repropio. ¿Qué queréis? El mismo viejo Sileno no conducía todos los días su asno a su gusto. Y sin embargo era poeta y dios»?


(648-9)                


  —66→  

Las continuas digresiones vuelven necesarios los regresos al tema. Estos giros están pautados conversacionalmente por expresiones metalingüísticas tales como «vamos al grano» (118) o «retomemos el hilo interrumpido de lo que llamaremos la redacción» (216) o «vamos al cuento» (248) o «ya estamos, pues, y entro en materia, si es que no estaba en ella todavía» (293) o «Pues dejadme discurrir un breve instante, a ver cómo redondeo el introito consabido, antes de entrar en materia... ¡ah! sí... ya estoy» (341), etc. El regreso al tema también suele estar marcado por una repetición de lo dicho con anterioridad, acompañada de «como ya he dicho», «como ya ustedes saben», etc.




La libertad en la expresión

La oralidad le facilita «hablar a la americana», sin sujetarse a las reglas de la Real Academia Española de la Lengua. Rescata, así, por escrito el modo de hablar de los argentinos, que ya se pone de manifiesto desde las palabras del prologuista: «libro esencialmente criollo».

El lector de Mansilla es el argentino culto, cuyos nombres más prototípicos podemos hallar en las dedicatorias de sus Causeries. Su público es el del periódico, es decir, local:

Yo escribo, pues, para mi público argentino, y me importa un bledo que los críticos del orbe entero encuentren que lo que estoy diciendo es plat, como dicen los franceses, trivial, común, como se dice en la lengua que nosotros hablamos, lengua que escribo, como ustedes ven, de propósito deliberado a la americana; porque de otro modo non possumus [...].


(471)                


  —67→   Consecuente con esto, incorpora americanismos, argentinismos, modismos populares y hasta algún galleguismo (ainda mais). La reivindicación de los americanismos es una constante. Es común que se preocupe por ciertas grafías americanas en comparación con las españolas (yerra/hierra), o por ciertas expresiones diferentes: «[...] hoy día (como decimos en América, no en España, donde tampoco dicen desde ya sino desde luego)» (48), o que consulte el diccionario para ver si han sido aceptadas por la Real Academia algunas expresiones y hasta proponga incorporaciones: «allí se mata, se desuella, se desposta (este verbo despostar no es español, es un americanismo y el diccionario de la Academia haría bien en incorporárselo, puesto que, según ella, posta significa tajada o pedazo de carne, pescado y otra cosa)» (72). A modo de ejemplo de su modo de hablar «a la americana» damos la siguiente lista léxica tomada de Entre-nos: afilarse (por disponerse), agachada, aguaitar (por esperar), conchabo, chingarse, chocho (por encantado, contento), chuparse (por embriagarse), entrevero, flete, fumar (por robar), gatear (por manosear a una mujer), guarango, marchanta, parador, (hacer) pata ancha, pava (recipiente metálico con pico), petiso (por animal de poca alzada), pierna (por jugador), pilcha y pilchar (por robar), pisantes, pisaverde, pispear, punguista, quemao (por chamizo, palabra de la cual en América se han derivado, sostiene Mansilla, chamical y chamico), talentudo, tamangos, yapa, yerra, etc.




El carácter momentáneo de la conversación

Entre las estrategias retóricas para la construcción de la conversación, junto con el aquí se da el ahora. Mansilla   —68→   finge ceñir el interés de sus charlas al presente de sus contemporáneos:

Yo hablo sólo para el público del momento.

Ese público más lejano que se llama posteridad, poco me preocupa.


(382-3)                


Sin embargo, le preocupa, y prueba de ello es el hecho de recoger las Causeries en libro, las repetidas correcciones, el dejarlas madurar en el cajón en espera de la decantación del tiempo: todas muestras del carácter literario y perdurable que intentaba imponerles. Hay cierta vanagloria cuando sostiene que no le importa la posteridad. Si Mansilla les atribuyese a las charlas la fugacidad del momento, no se preocuparía del estilo, ni de su perduración en el libro. Los futuros lectores son importantes para el autor. Es a ellos a quienes transmite su momento histórico, su propia justificación y la de su familia.




La presencia real o ficcional de interlocutores

El interlocutor es necesario para que se establezca una conversación. En las Causeries el alocutario particular está señalado paratextualmente por dedicatorias a amigos o conocidos que compartieron sucesos o diálogos anteriores. Algunas veces ellos han pedido la causerie, y otras, el autor les ha prometido la repetición impresa. Además, puede llegar a dialogar con ese mismo u otros personajes dentro del texto. La dedicatoria cumple un papel tan importante en Entre-nos, que a veces se anticipan dedicatorias de causeries que aún no han sido escritas, con lo que se anuncian nuevos interlocutores.

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Por otra parte, y en especial porque van a ser publicadas en el periódico, las Causeries están dedicadas al público que lo sigue y que aflora en el «ustedes los lectores», o en el «paciente lector» u otras variantes. Este ustedes a veces se transforma en una retórica y escrituraria segunda persona del plural (Imaginaos, ved, queréis, preguntáis, etc.). Como en Una excursión a los indios ranqueles, estamos frente a un destinatario oficial («Santiago amigo») y los consabidos lectores. En una charla compara su situación con la del autor dramático, que se dirige a todos los concurrentes y a ninguno:

Me dirijo a todo el mundo y, en este caso, si hay ofensa, contesto con el proverbio francés: ce qu’insulte tout le monde, n’insulte personne.

Es exactamente la situación en que se encuentra el autor dramático frente al público. Se dirige a todos los concurrentes y a ninguno [...].


(617-8)                


A veces estos lectores son amigos o conocidos que lo visitan en la casa o lo encuentran en la calle y discuten o preguntan sobre alguna causerie. En otras ocasiones son lectores que intentan el diálogo epistolar:

Generalmente, entre jueves y jueves, entre causerie y causerie, suelo recibir billetes firmados o anónimos. Los unos son dulces; agrios los otros, como los días de la existencia.

Algunas veces me dicen: «...me ha enternecido usted y hecho reír a la vez: ¡qué gracia y qué vida respira esa página íntima! ¡Bravo! De usted puede decirse que brilla con todas las luces, como los diamantes finos de la India. Mis cumplimientos...».

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Otras: «Está bien imaginado pero no le creo a usted. Me parece que Rozas pudo ser realmente así, como usted lo pinta; en cuanto a eso de los siete platos de arroz con leche, no creo jota. Ma se non é vero é bien trovato».


(133)                


Pero un rasgo esencial para el estilo oral es un destinatario, un que justifique la conversación. La novedad que introducen las Causeries, con respecto a Una excursión a los indios ranqueles, consiste en la incorporación de una nueva figura, la del secretario. Más allá de que se trate de una figura real, el secretario se incorpora a la ficción de las charlas como un nuevo personaje. Éste es quien lo interrumpe, lo corrige, le recuerda el tema del que se apartaron con la digresión, le critica el título de alguna causerie, le advierte cuándo tiene que finalizar porque se ha alcanzado el número de carillas que requiere la imprenta, etc. Mansilla construye al secretario más que como colaborador como interlocutor dentro del proceso escriturario. Así como se convierte a sí mismo en personaje de sus charlas, no es de extrañar que haga de su secretario un personaje de ficción que suele aparecer en el texto como representación del lector ausente a quienes están dirigidas las Causeries. Un personaje que se le opone, le discute o se deja seducir por el discurso de su «mecenas», según denominación de Mansilla:

Mi secretario (¡caramba con mi secretario!) me pregunta cortándome quizá el hilo de lo mejor que iba a dictar, si ya era discreto entonces; porque no entiende que siéndolo, hiciera las locuras que les estoy contando a ustedes.

(¡Mi secretario acabará por hacer que lo cambie, aunque después de quince años fuera como arrancarme un ojo de la cara; pero, y si no se enmienda... si no pierde esa costumbre   —71→   molesta de interrumpirme, convirtiéndose en una especie de público anticipado...!).


(454)                


El secretario se convierte en alter ego, lector modelo y presencia ficcional con la que juega a intrigar al lector. Lo convierte en un personaje misterioso, ya que a veces es puesto en duda desde la perspectiva de los lectores que, según Mansilla, no creen que exista. Otras veces promete revelar su nombre, el cual finalmente aparece en una nota a pie de página: Trinidad Sbarbi Osuna (618). Este nombre coincide con las iniciales del prologuista de la primera compilación de Entre-nos, T. S. O., que tal como había anticipado en «¿Si dicto o escribo?», apareció precedida por «Dos palabras» de su amigo y secretario (317). Pese a que la crítica ha señalado reiteradamente la presencia de este personaje64, retomo el tema desde la perspectiva de la construcción   —72→   discursiva. Me interesa señalar su doble función dentro de las Causeries. Por una parte, intratextualmente, es el alocutario presente, y por otra parte, extratextualmente, es el destinatario del discurso oral que debe convertirse en escrito. Sin duda era tarea del secretario colaborar con Mansilla haciéndole algunas indicaciones (que el autor exagera y transforma en material literario), pero principalmente es el destinatario de la voz. No es lo mismo dictar que escribir, no es igual la ausencia de público que la presencia de este «público anticipado» en el cual el autor podía comprobar el efecto de sus palabras.

En «¿Si dicto o escribo?», causerie dedicada a Marcos Avellaneda (h), relata su forma de trabajar, y es interesante para estudiar el estilo oral de Mansilla. Entre bromas y veras interpretamos que el autor escribía sus ensayos o su literatura más enjundiosa a la noche, a la luz de la lámpara. También pensaba el tema de las Causeries por la noche. Pero no las escribía, sino que se las dictaba a su secretario a la mañana siguiente. Varias veces habla de su disciplina: levantarse temprano, antes de la llegada del secretario a las siete, no importa a qué hora se haya acostado la noche anterior. Comparten la misma mesa amplia, el ambiente acogedor, el café, el whisky, los cigarros y la conversación. Este método de trabajo lo lleva a apuntar en la memoria ciertas narraciones que luego dictará. Sin embargo, las Causeries también pasan por el proceso madurativo del cajón y por una exhaustiva corrección que Mansilla le señala a Marquitos Avellaneda como pasos imprescindibles   —73→   para el logro de un estilo.

El tono coloquial como recurso literario también es importante porque marca el inicio de una época en que el lector no quiere desperdiciar su tiempo y hay que entretenerlo y retenerlo con amenidad y con una prosa liviana, fluida65. En las Causeries nos hallamos en un momento de cambio, cercano al inicio de la oralidad secundaria66, en que los medios audiovisuales se prefieren a la escritura y es más rápido ver y oír que leer.

La figura del secretario constituye entonces la posibilidad de un interlocutor auténtico en el momento mismo de fijación de la causerie. El secretario es un doble interlocutor que se preocupa por el relato y también por su escritura, ya que le corresponde tomar al dictado. En el proceso de gestación de Entre-nos hay que señalar una doble oralidad: por una parte, haber sido contadas estas Causeries en un club o en un salón, en la charla amable con amigos, y por otra, el posterior dictado al secretario, que conlleva la memorización previa de algunas partes, reiteraciones y mecanismos mnemotécnicos. Todo este proceso oral lleva a que la voz tenga un gran peso en Entre-nos.




Recursos lingüísticos para representar la oralidad

FIGURAS TONALES EXCLAMATIVAS E INTERROGATIVAS (incluidas las retóricas). Buenos ejemplos de ambas son los siguientes:   —74→   «¡Dudar! ¿Conocen ustedes algo más punzante que esto?» (44); «¡Qué extraña cosa era la reputación!» (49); «¡Y cómo me fastidiaban esas coplas!» (54); «¡Pobre viejo!» (55). A veces las voces que se introducen son gritos de la calle: «¡Viva la Confederación! ¡Mueran los salvajes unitarios!» (45). En algunos casos la exclamación corresponde al recurso oral de concluir sintácticamente una enumeración abierta con la fórmula qué sé yo: «Al menos, para que nos durmiéramos, unos negros, que habían sido esclavos, nos decían que se oían, a ciertas horas de la noche, ruidos de cadenas, ayes de moribundos, ¡qué sé yo!» (42); «Zurcía, cosía, leía, rezaba (y nos hacía rezar unos rezos interminables), oía misa, recibía visitas, salía, paseaba, bailaba, ¡qué sé yo!» (53). Las interrogaciones a veces sirven para crear suspenso: «¿Y quiénes eran ellos?» (39); «Y Miguel, ¿quién era?... ¿Miguel? Este Miguel a secas era nada menos que [...]» (40); otras veces parecen recoger la voz del interlocutor: «¿Haciendo qué? Purgando pecadillos de cuenta» (52); «¿Cómo me acuerdo de esas cosas?» (78).

INTERJECCIONES. También abundan, como sucede en el lenguaje expresivo: «¡Eh! los muchachos dirían para su coleto...» (76); «Ay! aquel vamos a comer [...]» (76); «¡Caramba y qué mal hice [...]!» (80); «Ah!, no es una palabra vana [...]» (80); «¡Eh!, esa tarde sucedió lo de las anteriores» (95); «¡Hum! Y qué arreglos caben entre tú y yo?» (116); «¡Cáspita, y qué introducción!» (118).

EL ÉNFASIS FONÉTICO. Se suele marcar el relieve enfático   —75→   por medio de la reduplicación de vocales («¡Nooo!», «¿Yooo?», etc.).

JUEGOS FONÉTICOS. Los juegos lingüísticos se asientan en los rasgos fonéticos, así en la interpretación auditiva o en la intencional transgresión de la prosodia: «sic transit gloria mundi (Así transa don Raimundo, como decía el otro)» (100), «Cuando hay énque (pongan el acento en la primera e) no hay cónque (pongan el acento en la o) y cuando hay cónque no hay énque» (99).

FONOLOGÍA Y MORFOLOGÍA. Cierta ironía surge de la morfología o fonética subestándar de emisores precisos: «y sus pieses (como decía el coronel Baigorria, aquel que vino a Pavón con los indios de Coliqueo)» (83); de la imitación de la forma de hablar de Juan Pablo López, caudillo que tenía rivalidad con Urquiza, con una frase que repite varias veces: «Porque, amigo, ni naides es menos nadas, ni nadas es menos naides» (223 y otras), o de la remisión a las formas rurales: «pa pior, como decía el gaucho» (296), «me quedo lambiendo, como decía un gaucho» (362), etc., en todos los casos con plena conciencia de los niveles de uso.

FONÉTICA EXTRANJERA. La representación de rasgos fonéticos extranjeros con los caracteres de imprenta da ocasión al autor para reflexionar teóricamente sobre el tema:

Volvamos, pues, por un momento, y antes de proseguir, a las diferencias enormes con que tiene que tropezar todo aquel que quiere dar una idea fonética de la exacta pronunciación de una lengua cualquiera, al que no la ha oído jamás. Y dejemos a un lado, lo que complicaría doblemente mi empeño, las modalidades gramaticales de esa lengua, sea sabia o no.


(191)                


Asimismo, Mansilla incluye la imitación del modo de hablar de un francés, con las vibrantes uvulares: «Mucho   —76→   honorg parrga mí», «Sí, señorrg» (136), «Grragcias -articuló el boticario y salió, entre varias jotas archiguturales, como gato por tirante [...]» (138).

La pronunciación de la r vibrante lo lleva a las siguientes comparaciones:

¡La r de cordon ha sonado vibrante y pura, como una r italiana!...

¡Italiana!, dice Legouvé, porque no conocía nuestra bella lengua castellana.

¡Qué italiana, ni qué botijas! No hay lengua humana que articule la r como el español o como el americano del sur. Y agreguemos, en honor de nuestra lengua nacional, que no hay garguero en el mundo que pronuncie, como nosotros, la jota (excepto los árabes). De donde se deduce que en materia de jotas podemos dar tres y raya al más pintado.


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DIFERENCIACIÓN FONÉTICA DIALECTAL. Se refiere a la forma de hablar cordobesa, uno de sus temas favoritos:

Me parece que debieran entenderse con los cordobeses, tratarse de igual a igual, que al fin y al cabo, si en Córdoba dicen cabaio, con i latina, aquí decimos cabayo, con y griega.


(384)                


Si comparamos la oralidad en Mansilla con la oralidad en el Martín Fierro de José Hernández, por ejemplo, observamos que Mansilla no necesita abandonar su identidad lingüística como enunciador en Entre-nos, pues no presta su voz a otro, que es el caso de la gauchesca, donde, además, el personaje no siempre tiene conciencia gramatical. Mansilla sí la tiene y se preocupa por la sintaxis, bien que no siempre acierta en sus observaciones. Cito una   —77→   prueba de esto: «¡Hum! ¿Y qué arreglos caben entre tú y yo?», dice, y a esta frase le coloca una nota que desarrolla al pie de página: «Entre ti y mí, debiera decirse gramaticalmente hablando, pero...»67, 116. Es sabido que nuestros hombres de 1880 se consideraban a sí mismos exponentes de la norma culta, pero una norma que incorporaba lo oral, porque la conversación inteligente y amena otorgaba un gran prestigio en la época.




La incorporación de refranes y de sentencias

Aunque no sea un tópico enunciado teóricamente, es muy notable en el discurso de las Causeries, al igual que en toda su obra más coloquial, el gusto por los refranes, sentencias y frases hechas, otro punto en común con la gauchesca. Varias veces Mansilla hace referencia al valor didáctico de los refranes o proverbios. En la carta 30 de Una excursión a los indios ranqueles, confiesa:

Quiero empezar esta carta ostentando un poco de mi erudición a la violeta. Yo también tengo mi vademécum de citas; es un tesoro como cualquier otro. Pero mi tesoro tiene un mérito. No es herencia de nadie. Yo mismo me lo he formado. [...] Yo no sé más que lo que está apuntado en mi vademécum por índice y por orden cronológico. Hay en él   —78→   de todo. Citas ad hoc, en varios idiomas que poseo bien y mal, anécdotas, cuentos, impresiones de viaje [...]68.



Y efectivamente Mansilla había acopiado citas, refranes y sentencias en francés, italiano, inglés e incluso latín y griego. Manifiesta su fe en estas frases condensadoras de la sabiduría tradicional y por ello mismo se permite en ocasiones reformar algunas. Sería cansar al lector incorporar la lista de refranes, aunque sí quiero señalar que una charla lleva por título la frase hecha «Gato por liebre» y otra, el refrán «La horma de tu zapato». Este último lo corrige Mansilla diciendo que todo hombre encuentra su zapatero: así se lo dice a un suboficial Maldonado. El otro le observa que no es de ese modo el refrán español y Mansilla le responde: «Ya lo sé... pero yo tengo mis fórmulas, que no alteran el fondo de la sabiduría de los refranes. Y es precisamente porque creo en su sabiduría, que le digo a usted que ha de llegarle su hora» (664). Otras reformulaciones son del tipo «bien haya quien a los suyos se parece... en lo bueno» (649) o «no hay civilización sin agua, y, de mi cuenta y riesgo, agrego: y sin jabón» (307). Otra frase con la que no está de acuerdo es esta: «Y aquí les confieso a ustedes que querría que algún sabio o refranero me explicara el origen de este dicho: ‘Me ha hecho quedar como un negro’, como sinónimo de ‘me ha hecho quedar mal’, siendo así que a mí los únicos que me han hecho quedar mal son los blancos... y uno que otro mulato» (618).

Con todo este material Mansilla construye las estrategias   —79→   de la oralidad para sus Causeries. Entre ellas resulta relevante la figura del interlocutor, su igual, su doble, su lector modelo. Precisamente, ya en el título, hallamos el nos, plural del y el yo que constituyen los dos extremos del canal conversacional. Como en todo discurso escrito, el emisor es siempre uno; sin embargo, el interlocutor puede variar, pero atendiendo a estas particularidades: es un argentino de su clase, con su misma cultura, con sus mismas o similares lecturas y experiencias, para que pueda entender los guiños, los sobrentendidos. Ficcionalmente, la incorporación del «personaje-secretario» le permite fingir un desdoblamiento en el momento mismo de la escritura para mejor simular la charla. El secretario pasa a ser su amigo, su par (como los que trata en el club), pero se justifica la relación laboral transformándose el mismo Mansilla en el «mecenas», figura que le ayuda a completar la imagen ponderativa de sí mismo.

Se trata de recursos de la oralidad que en muchos casos Mansilla comparte con los hombres de su tiempo y que, en otros, conforman la originalidad de su estilo peculiar.

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