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ArribaAbajo Liberal


ArribaAbajoA) «Liberal», voz hispánica

He aquí un vocablo que hoy designa un concepto lamentablemente en crisis, en cuanto al aspecto político de su significación, el de quien «profesa doctrinas favorables a la libertad política de los Estados»127.

La denominación de liberal, en el mundo de las ideas políticas, es de raigambre española, tiene fecha precisa de nacimiento y se expande por el mundo entero, durante el siglo XIX, para recalar en lo que llevamos vivido del XX, pero la palabra es víctima de dos terribles amenazas: 1) la imprecisión romántica de su significado, y 2) la concreción de las nuevas ideas que desde unas décadas a esta parte van sustituyendo los credos político-sociales que agrupaba el liberalismo. No obstante, es brillante la historia del vocablo, en su acepción doctrinal y política.

***

La voz liberal fue usada con plena conciencia de su nuevo significado político en las Cortes de Cádiz, 1809-1813, durante la época de luchas antinapoleónicas, en oposición a los serviles, mote con que se denominó a los acomodaticios y partidarios de la situación creada por el poder bonapartista128.

Tenemos un precioso testimonio de la plenitud del significado de liberal, debido precisamente a uno de los actores más calificados en la resistencia antinapoleónica: Bartolomé José Gallardo, participante en las   —424→   cortes gaditanas y definidor de los principios patrióticos de tan turbulento período.

Publicó Gallardo su Diccionario crítico burlesco, con pie de Madrid, en la imprenta de Repullés, en 1812129, obra que levantó extraordinario revuelo. Después de la parte de réplica, define lo que debe entenderse por liberal: «Vamos a nuestras ideas liberales. Así llamamos a las que no sólo excitan al conocimiento, amor y posesión de la libertad, sino que propenden a extender su benéfica influencia. Hay algunas personas no tan versadas ciertamente en el buen romance castellano, como en el francés, o tan poco duchas en uno y otro como muy aferradas en sus rancias preocupaciones, que condenan la expresión liberales en el sentido que acabamos de significar, como novedad disonante en nuestro idioma: conceptúanla galicismo; y a fe que no lo es.

«No es de los franceses de quienes la hemos tomado, sino de los romanos: los cuales a todos los ejercicios, profesiones y aun pensamientos propios y dignos de hombres libres, los llamaban liberales. Estudios liberales decía aquel gran maestro de la libertad, Tácito; Faz liberal, o cara de hombre libre dice por grande elogio Terencio que tenía no sé qué hombre de baja suerte. En este mismo sentido llamaban, y llamamos nosotros aún, liberales a ciertas artes (señaladamente las de ingenio) que ejercían en Roma los ciudadanos; a diferencia de las mecánicas o serviles en que trabajaban los esclavos.

«Como entre nosotros, gracias en gran parte a nuestra religión, casi no se conoce esa diferencia de hombres libres y esclavos, pero ni tampoco se ha hablado redondamente el idioma de la libertad, se ha oscurecido algún tanto este significado del calificativo liberal. Ahora es cuando debemos esclarecerle; ahora que derramamos liberalmente nuestra sangre peleando por asegurar nuestra libertad contra todo linaje de tiranía, es cuando debemos dar toda su latitud a la palabra liberal, fijando sus legítimas acepciones, y estampándolas hondamente en el alma: para no tener pensamiento, obra ni palabra que desmerezca de un Español, es decir, de un hombre fuerte, constante, libre y liberal. Y gañe y regañe la canalla de los antiliberales. - Los perros ladran a la luna».



Es claro, como se ve en Gallardo, la plena conciencia de la nueva acepción en una palabra vieja, que había significado condescendencia, generosidad, desprendimiento y arte en que principalmente se requería el ejercicio del entendimiento. La nueva acepción iba a tener fortuna en las lenguas cultas de Europa, ya que el ejemplo español en el combate contra el absolutismo, al pasar a otras naciones irá acompañado del nuevo signo, símbolo de una postura, una actitud humana frente a un problema que sentía todo el mundo occidental.

En el moderno Diccionario de Historia de España (Madrid, Alianza Editorial, 1979), se escribe lo siguiente:

  —425→  

«En el siglo XVIII no se empleaba aún la palabra liberal, que es de estirpe hispana, como otros vocablos que han hecho fortuna en el extranjero (guerrilla, pronunciamiento, etc.). El Diccionario de la Real Academia en su edición de 1803, se limita a definir el concepto liberal en el sentido de magnánimo, generoso, etc. Ya se debió de emplear, con el significado de tolerante, hacia 1808, y en los años posteriores, en las Cortes de Cádiz, a cuya terminología política es ya familiar. Su exportación parece datar de 1816, cuando Southey habla de the British Liberales (escribiendo la palabra en español)...».



Claro testimonio de cómo se expandió en Europa el significado político hispánico de liberal.

Esta voz gozó de excepcional privilegio de ser condenada por un monarca, quien dispuso que desapareciese del vocabulario común. A pesar de tan singular prohibición, se impuso la nueva acepción del término, y así ha llegado hasta nuestros días.

La rigurosa orden en que aparece la real voluntad contra la palabra consta en el Decreto de Fernando VII, de 26 de enero de 1816, que dice así:

Durante mi ausencia en España se suscitaron dos partidos titulados de serviles y liberales: la división que reina entre ellos se ha propagado a una gran parte de mis reinos, y siendo una de mis primeras obligaciones la que como padre me incumbe de poner término a estas diferencias, es mi real voluntad que en lo sucesivo los Relatores se presenten a los tribunales con las cauciones de derecho; que hasta las voces liberales y serviles desaparezcan del uso común; y que en término de seis meses queden finalizadas todas las reglas prescritas por el derecho para la recta administración de justicia.



La palabra, o mejor el concepto, fue combatido y ridiculizado. Veamos como muestra de la reacción provocada por la idea liberal, el siguiente soneto, publicado en 1814, en el diario absolutista de Madrid El Procurador General de la Nación y del Rey130.



¿Quieres ser Liberal... ten entendido
que has de traer muy compuesto el pelo,
gran corbatín, y cual el mismo cielo
de las lucientes botas el bruñido;

Con las damas serás muy atrevido,
habla de la Nación con grande celo,
y por gozar placeres sin recelo
echa la religión luego en olvido:

Siempre Constitución, y Ciudadanos,
siempre la ley resonará en tu boca,
y a los serviles llamarás villanos.
—426→

Pancistas, Pitanciones, gente loca;
y serás sin empeños, ni cohecho,
un gran liberalón, hecho y derecho.

La emigración española, perseguida por Fernando VII, establecida principalmente en Londres, nos documenta asimismo la suerte de la acepción política de liberal. En Ocios de españoles emigrados131 aparece esta muy expresiva afirmación: «El gabinete de Madrid, que a título de masones y comuneros, insurgentes, liberales, negros, herejes y enemigos de Dios y del rey, persigue de muerte...». La equivalencia de significaciones en esta enumeración es suficientemente explícita. Para la «gente de orden», liberal tendría valor sinónimo a la peor designación política, a la más peligrosa amenaza que debía soportar el mundo.

***

En Hispanoamérica uno de los más antiguos testimonios que tenemos recogidos, en el que hay viva la comprensión de la valía del término, está en la carta que Francisco de Miranda dirige al Marqués del Toro y al Cabildo de la Ciudad de Caracas, fechada en Londres el 6 de octubre de 1808, dice respecto a Lord Cochrane: «es personaje de alto mérito, y muy partidario de nuestra independencia; pueden Uds. con seguridad considerarle como amigo y hombre liberal».

Nos define el exacto sentido de la voz liberal: y aun su evolución coetánea en cuanto a su significado, don Simón Rodríguez en El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de armas, defendidos por un amigo de la causa social (Arequipa, 1830), escribe:

Liberalismo. Es voz nueva, derivada de liberal, que hasta nuestros días ha significado dadivoso, tal vez porque el que da libra o liberta de una independencia incómoda: en este sentido decían los antiguos Españoles liberación, porque teniendo más parte en ellas el espíritu que el cuerpo, parecen descargar a éste de un trabajo.

Es un alivio para el que habla, y una adquisición para el diccionario poder llamar hoy liberal al que aboga por la libertad. Y liberalismo el conjunto de ideas opuestas a la servidumbre, sea la que fuese132.



Simón Rodríguez (1771-1854), quien conoció el Viejo y el Nuevo Mundo, era muy cuidadoso en usar las palabras en su exacto significado, por lo que es un valioso testimonio de época.

***

La historia de la influencia de Liberal «idea de libertad política», en las culturas europeas nos la traza el eminente medievalista J. Huizinga133: «En el latín de la antigüedad, Liberalis, calificaba el estatuto accesible   —427→   al hombre libre o digno de su mérito; lo que convenía a una clase de hombres libres». Partiendo de esta significación, la palabra tomó también la acepción de «desinteresado», «generoso», y de este modo se aproximó a la esfera de civiles, urbanus y humanus, todos ellos términos vecinos de nuestra moderna noción de civilización. De este modo, se encontró igualmente asociado al esquema de las artes liberales -las artes libres, opuestas a las artes mechanicae-, o dicho en otras palabras, las capacidades necesarias al romano libre para cumplir su tarea en el foro, sus deberes religiosos y la gestión de sus bienes rurales. En número de siete, estas artes liberales se convirtieron en el fundamento de todo el sistema de las ciencias y de la enseñanza universitaria de la Edad Media.

«Mientras tanto, y hasta muy entrado el siglo XVIII, el sentido del inglés liberal, del francés liberal, etc., continuó siendo idéntico al del latín clásico, y por consiguiente, desprovisto de todo matiz político particular. Sólo al llegar al siglo XIX se aplica esta palabra a determinados partidos políticos como denominación específica y, cosa curiosa, en primer lugar en España a lo que parece, donde los liberales se opusieron durante mucho tiempo a los serviles como nombre de partido político, aunque siempre provisto de sus otras significaciones más antiguas. La palabra liberal ha conocido su plena gloria en el siglo pasado, durante el cual extendió rápidamente el dominio de su uso más allá del estricto sentido político para designar una filosofía y una actitud ante la vida». «Hasta 1880 tocó a su fin el prestigio de que esta palabra gozaba sobre los espíritus, debido, por una parte, a la opuesta presión del imperialismo, del proteccionismo, del nacionalismo y, sobre todo, del socialismo; y por otra, al reflujo de una renovación confesional de diversas etiquetas».

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Y así va extinguiéndose el término liberal en su valor político. Cuando el entusiasmo movía a los liberales, llegó a ser expresión casi de un ideal de perfección. Hoy es recibido con una sonrisa para quien la pronuncia como profesión de fe social. Huizinga, en el mismo estudio, termina con una invocación: «La rehabilitación de la palabra liberal y de su derivado liberalismo se presenta también con los caracteres de urgente necesidad», junto con los términos humanista, humanismo, libertad y democracia.

Chacao, octubre de 1950.




ArribaAbajoB) Algo más sobre «Liberal»

En 1950 publiqué en el periódico El Nacional, de Caracas (30 de octubre), la nota precedente sobre la curiosa historia de esta palabra, con el título de «Liberal, voz hispánica».

La glosa a liberal tuvo cierta acogida, que llegó a sorprenderme. Incluso don Ramón Menéndez Pidal me habló de ello y me mostró el ejemplar de mi libro con sus anotaciones personales.

  —428→  

Luego, Vicente Llorens publica en la NRFH, 12 (1958), 53-58, una nota «Sobre la aparición de liberal», absolutamente independiente de la mía y hasta cierto punto coincidente, aunque al referir la glosa a Blanco White le da otro objetivo. Llorens menciona un trabajo de Juan Marichal sobre el origen francés de la expresión «ideas liberales»134, así como un artículo de Carlos Clavería135.

En el artículo de Llorens se aducen referencias al uso hispánico del término, en nuevos desarrollos: primero, como «ideas liberales», luego en la significación política, aplicada a personas y a partidos, así como a textos e instituciones: «constitución liberal», «administración liberal», «educación liberal», «sistema liberal», «gobierno liberal», «principios liberales», «diputados liberales», «partido liberal», «concurso liberal», etc. Apunta igualmente el nacimiento del vocablo de opuesta significación política: servil (a través de iliberal).

El testimonio más antiguo mencionado es el de la carta del general Horacio Sebastiani a Jovellanos, de 13 de abril de 1809: «Señor, la reputación de que gozáis en Europa, vuestras ideas liberales, vuestro amor por la patria...»136

Señala Llorens el posible origen francés de la expresión «ideas liberales», que «arranca, al parecer, de la Revolución francesa». Tal habría sido la base y el punto de partida de la amplia evolución semántica en castellano, de donde se habría originado el uso general del término en las lenguas cultas modernas.

Puedo añadir ahora un texto muy explícito y curioso, de cuyo valor me advirtió generosamente el notable escritor venezolano Arturo Uslar Pietri.

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En la reimpresión de la Gazeta de Caracas, 1808-1812, que acaba de llevarse a término137, se reproduce por porciones en varios números del periódico, correspondientes al mes de noviembre de 1808, la Exposición de los hechos y maquinaciones que han preparado la usurpación de la Corona de España, y los medios que el Emperador de los Franceses ha puesto en obra para realizarla, por Dn. Pedro de Cevallos, Primer Secretario de Estado y del Despacho de S. M. C. Fernando VII.

  —429→  

El documento está fechado en Madrid, a 1.º de setiembre de 1808. Es un comentario de los proyectos de Napoleón, a los que combate decididamente, y en el cuerpo del escrito cita Cevallos con frecuencia las ideas y las expresiones del Emperador. Pues bien: en un solo caso transcribe el texto en francés, lo que indica seguramente un particular tropiezo o un especial interés en precisar la versión al castellano138.

Las palabras de Napoleón decían:

J’ai ma politique à moi; vous devez adopter des idées plus libérales; être moins sensible sur le point de l’honneur; et ne sacrifier la prospérité de l’Espagne à l’intérêt de la famille de Bourbon.



Estas frases, reproducidas en francés en el texto de la exposición de Cevallos, se traducen en nota al pie del documento en la siguiente forma:

Yo tengo una política peculiar mía; usted debe adoptar unas ideas más francas; ser menos delicado sobre el punto de honra; y no sacrificar la prosperidad de la España al interés de la familia de Borbón.



Es decir, des idées plus libérales se vierte en castellano como ideas más francas. Signo evidente de que la expresión francesa no tenía todavía en el redactor de la Gazeta la aceptación suficiente para ser traducida en sentencia paralela, y ello en la significativa fecha de noviembre de 1808.

Es un nuevo dato a tener en cuenta en la historia del vocablo liberal, que tiene la fortuna de haber provocado una buena colección de investigaciones.

1961.





  —430→  

ArribaAbajoLocha

Nombre de fracción monetaria de Venezuela


Y le encendí una vela -¡de a locha!- que era toda la luz.


GALLEGOS, Doña Bárbara                



A) Valor actual del término

En toda Venezuela, y solamente en Venezuela, el vocablo locha significa ‘moneda de níquel de valor equivalente a un octavo de bolívar, o sea doce céntimos y medio’139. Esta fracción se llama también cuartillo, ya que corresponde a un cuarto de real. De uso equivalente y difundidas igualmente, en la lengua hablada por todas las clases sociales, y en la lengua literaria.

Es preciso tener presente el bolívar -unidad monetaria- y sus fracciones en la actualidad. El bolívar es de veinte centavos, o cien céntimos, o dos reales; cada real es de dos medios, y cada medio es de dos cuartillos o lochas.

De todas estas denominaciones, la que tiene particular historia es la voz locha, que nos proponemos esclarecer140.

El diccionario académico no lo registra, a pesar de tener justísimos títulos para haber sido aceptado el término como legítimo.




B) Uso de «Locha»

La circulación de las monedas de níquel de dos centavos y medio, data del 15 de enero de 1877, junto con los níqueles de a un centavo, con los que se sustituyeron las monedas de cobre141.’ Esta regulación de la moneda fraccionaria, decretada por Guzmán Blanco, venía a resolver   —431→   una confusión monetaria que se refleja en la barahúnda de nombres que conviven en el medio social venezolano, prácticamente hasta fines del siglo XIX.

Véanse las denominaciones de la moneda fraccionaria de la unidad base, algunas de ellas vivas todavía en nuestros días; muchas, desaparecidas del uso habitual, no tan sólo por haber dejado de denominar fracciones de la unidad monetaria, sino inclusive olvidadas en el lenguaje general142.

La unidad, *peseta (significa también la moneda de a 2 bolívares) franco, (más tarde) *bolívar, *bolo, *bolante, *simón.

Las fracciones:

0,625 =real ancho.
0,50=*real, real sencillo, real angosto, real de carita (?), clavo.
0,25=mediohuevo, *medio real, *medio.
0,20=mediecito.
0,125=*cuartillo, *locha, seña143.
0,0656=huevo, güevo, güe, seña.
0,0625=octavo, centavo monaguero, monaguero, centavo negro, seña, cobre.
0,05=centavo convención, centavo macuquino, centavo fuerte, *cobre, *charo, *chipe, *chiva, *churupo (seguramente derivado de la voz indígena quiripa ‘moneda prehispánica en el occidente de Venezuela’), *chusco, guaso, *níquel, *nica (Barquisimeto), *puya.
0,0312=segundo.
0,0156=fisco (4 =1 monaguero), chiquito.
0,0125=cachito, centavito (?).

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Pues bien. En 1877, al poner en circulación la fracción precisa de dos centavos y medio, empezó a formarse la designación de locha, nombre afortunado144 que paulatinamente ha ido imponiéndose hasta ser de uso general. Para darnos cuenta de la confusión existente en las fracciones monetarias en el momento de aparecer el vocablo locha, véase el relato del agudo costumbrista Rafael Bolívar, quien nos introduce en el batiburrillo de denominaciones populares del «menudo», o «menudo de chichero», cuyos respectivos valores hemos anotado:

  —432→  

¡ABAJO LOS FISCOS!


Pápa sirigüe  15
que los centavos
corren a tres...



Lo que es el Pápa Sirigüe es más viejo que el comer con cuchara; pero la reacción contra los cachos, aunque nada tenga que ver una cosa con la otra, es más moderna: data de los tiempos de «la guacharaca cogía por la cola» como llamaba Sotillo a la godarria.

Había en esta villa para entonces un gremio de pulperos pícaros y facinerosos, aunque no tanto como el gran Tacaño, y muertos casi todos en olor de santidad (o de impunidad), quienes de cada monaguero145 sacaban ocho fiscos, lo cual centuplicaba el valor de tan plebeya y hedionda moneda. Cada centavo se le agregaba un fisco, y esto se llamaba una seña o un güecho, siendo este último el nombre con que más generalmente se conocían.

A veces acontecía que los fiscos eran demasiado menudos, y entonces los pulperos, para no dar su brazo a torcer, los metían en los paquetes de a cuatro reales, bien acomodaditos y bien ajustados y pasaban la especulación o sea la follonería a ciencia y paciencia de los consumidores y de las rentas municipales, que eran los que pagaban el pato...

El abanderado de la reacción fisquera fue José María Acosta, socio de don Pancho Echeverría y de los pulperos honrados de entonces, quien proclamó la granjería de a doce, desde el pan blanco hasta el jabón de la tierra y dio el famoso y valiente grito de ¡abajo los fiscos!

En esta propaganda anti-fisquera tomaron parte las autoridades, empezando por José Soto y acabando por mi compadre Mauricio Esáa, quien era el recaudador de las rentas municipales; y aunque la tal honrada propaganda levantó una polvareda inmensa, porque protestaron contra ella las vendedoras y los pulperos pícaros, es lo cierto, que se fue afirmando poco a poco hasta que el general López Placencia le dio el manazo definitivo a los cachos.

Aparecieron los níkeles, enterradores legítimos de la seña, y creadores de esa nueva moneda nacional llamada aquí locha y en Carabobo zagaletona, que es nombre de muchacha ya en edad de irle tentando los limones...

Trabajillo y no poco fue el que costó enseñar a las panaderas lo que ellas no querían saber, es decir, obligarlas a dar seis arepas por medio real; pero ya la cosa se afirmó para siempre y es bueno que no olvidemos que fue José María Acosta quien desde entonces nos está dando una arepa de más, como que fue él el primero en dar el grito memorable de ¡abajo los güebos!146

***

  —433→  

Baldomero Rivodó, en 1889, define la voz locha, como quien ha visto formarse tal designación: «Llaman así a una nueva moneda de níquel de valor equivalente a un octavo de franco o de peseta»147.

De los muchos testimonios literarios posteriores a 1877 elijo estos de fin del siglo XIX. «Después un granuja me dijo anarquista, porque no le pude dar una locha...»; «... el recuerdo del bautizo lo constituía un medio agujereado, ensartado en dos pulgadas de cinta de a cuartillo la vara»148.

«Otro pequeño montón de lochas y centavos completan el capital de la banca...» (Cap. La jugada); «Cobra el empleado medio real, importe del viaje, y al cabo de un rato nos devuelve doce lochas, tres níqueles y dos centavos monagueros» (Cap. La Frutería); «... se coloca el Alcaide a la entrada del rastrillo y por una lista comienza a llamar a los detenidos, cada uno de los cuales toma las lochas diarias que le corresponden» (Cap. La cárcel pública)149.

Así pues, la moneda puesta en circulación en enero de 1877 tiene ya designación específica unos pocos años después. El nuevo nombre corre con suerte y se expande por Venezuela entera; por todas partes se incorpora al vocabulario e ingresa con pleno título en la literatura a través de los artículos de costumbres, que es su entrada lógica y natural.




C) Probable origen de la «Locha»

Entiendo que se ha formado de la siguiente manera. Sobre una base ochava (‘octava parte de la unidad de plata’) con la contracción del artículo la ochava > lochava; y luego al apocopar la última sílaba, fenómeno común en el lenguaje popular en Venezuela, ha resultado locha, sustantivo al que se le ha antepuesto luego artículo cuando es preciso (la locha) como en tantos casos150.

Así: la ochava > lochava > locha > la locha.

Veámoslo.

El uso de ochava en relación con la moneda peninsular o como medida fraccionaria de plata es tradicional en lengua española y arranca,   —434→   por lo menos del siglo XVI, testimoniada en Gonzalo Fernández de Oviedo, como ‘octava parte de la onza, en el marco que sirve para el peso de la plata’151. En documento fechado en Valladolid, a 20 de diciembre de 1600152, se lee: «... y son por rraçon de una salta de plata labrada blanca que pesa tres marcos y quatro onzas menos una ochava a precio de ocho ducados cada marco que monta doscientos y sesenta y dos rreales y medio y un medio salero de plata dorada que pesa un marco menos cinco ochavas a ocho ducados el marco...»153.

Humberto F. Buzzio154 escribe que «el sistema monetario hispanoamericano tuvo por medida de peso el marco o media libra de Castilla, que equivalía a 230,0465 gramos. Este marco ponderal se dividía en la forma siguiente:

OroPlata
Castellano20 equiv. a 1 marcoOnza8 equiv. a 1 marco
Tomín400 equiv. a 1 marco Ochava44 equiv. a 1 marco
Grano 4200 equiv. a 1 marcoAdarme128 equiv. a 1 marco
Tomín384 equiv. a 1 marco
Grano4608 equiv. a 1 marco

En Venezuela tenemos testimoniado el uso de ochava, como fracción de medida desde la época colonial.

Joseph Luis de Cisneros155 escribe: «... sus colmillos [de los Tartaquitos, caimanes] tienen virtud contra el veneno, y una ochava de polvos de la Verga de este animal, es especial curación para el pasmo». En el Archivo Gual y España156 un documento fechado a 7 de mayo de 1799 habla de «su estatura dos baras menos una ochava».

Queda, pues, probada la existencia de esta medida en la vida colonial venezolana157.

En los inicios de la Independencia se acometió seguidamente la ordenación de la moneda ya republicana. El Congreso Constituyente de 1811-1812, ordeno acuñar un millón de pesos en moneda de cobre (en piezas de real, medio real, cuartillos y octavos). Morillo ordenó después la acuñación de centavos de un cuarto y octavo de real. Después   —435→   de 1821, restaurada la República se acuñaron señas, de plata que equivalían a un cuarto de real158. Es constante la octava parte para la regulación monetaria y metalística en el país, como en todo el mundo hispánico. La persistencia del nombre ochava viene testimoniada en los siguientes textos:

1. En el «Estado de las cantidades acuñadas en la Casa de Moneda de Bogotá, desde el 1.º de setiembre de 1819, hasta 19 de diciembre 1820», consta:

«En oro el año de 1820, nueve mil ciento sesenta marcos, cinco onzas y dos ochavas, que importan... 119196»159.

2. En el folleto Ecsamen analítico de la unidad e inalterabilidad del valor legal de la moneda que sirven de fundamento a la orden del Poder Ejecutivo de 20 de noviembre último (Caracas, Imprenta de José Núñez de Cáceres, 1826) se lee: «Con arreglo a la ley el marco de oro fino tiene el peso de 8 onzas o 50 castellanos; pero como de un marco de oro se tallan 8 y medio doblones de a 8 escudos, resulta que la moneda llamada onza de oro sólo contiene de metal puro el peso de 7 y media ochavas, 2 granos y 2/17 avos de grano, que es su valor intrínseco» (pág. 6); se repite la denominación ochava, en la pág. 11, dos veces: «... no tienen las 8 ochavas o la octava parte del marco...»; cuatro veces en la pág. 12; cinco veces en la pág. 14; dos veces en la pág. 16.

Explica este mismo folleto la confusión monetaria reinante, en el siguiente párrafo: «Lo que hay en el caso, y de lo que ciertamente no se hizo cargo el gobierno antes de expedir su orden, es que nuestro dinero circulante se compone de una confusa mezcla de monedas, todas ellas faltas de ley, sin peso, título ni valor numismático. Hay muy pocos pesos fuertes de la estampa de Cundinamarca, llamados comúnmente Colombianos, hay pesetas pequeñas, pesetas de Morillo y pesetas antigua s macuquinas. Lo que más abunda son reales y medio reales, también macuquinos, y luego entre todo un enjambre de pesetas, reales y medios, que no es posible dar una idea al que no lo experimenta por sí de la incesante y enfadosa lucha que ocasionan en el tráfico» (págs. 9-10).

y 3. Por último, en la Tabla de cuentas, impresa en Caracas, 1829, se habla de «La vara de medir tiene 2 medias, 3 tercias... 8 ochavas...»; «Un quintal tiene 4 arrobas... la onza ocho ochavas, la ochava dos adarmes...».

De alguna de las notas transcritas más arriba se desprende ya la idea de confusión (N.º 2 y en el texto de R. Bolívar ¡Abajo los fiscos!)   —436→   en el sistema de monedas fraccionarias de la unidad corriente en Venezuela.

Como la nueva moneda puesta en circulación en 1877, el octavo [o antes la ochava] de bolívar, fue la solución a tan impreciso estado de cosas, creo que en ello radica la específica denominación de locha, pues aunque conviva con cuartillo, este término, de antiguo uso en Venezuela, recordaría o suscitaría las confusiones anteriores, por lo que aparece a su lado la ochava, después lochava, por fin locha, como signo independiente, alejado de toda perturbación.

Es copiosa la documentación que puede aducirse sobre el estado confuso de la moneda fraccionaria. Citaré el más significativo, directamente relacionado con el fraccionamiento en octavas partes.

En 1830, se elevó un clamor popular hasta el gobierno, en el folleto Observaciones. Pensamientos de antiguos labradores venezolanos, sobre la actual decadencia de la agricultura, y las leyes y disposiciones gubernativas para su fomento, señalando las causas de su anterior incremento y prosperidad160. Se desprende claramente del siguiente fragmento el estado de confusión reinante:

MONEDA

«La de oro y plata se la llevan los ingleses, la corriente macuquina escasea visiblemente. Hay necesidad de aumentar el signo que represente a todo en el país, para las circulaciones espeditas de los negocios públicos en el interior. Nos parece difícil la adquisición de la plata entre particulares para acuñarla. La de papel sería ruinosa para el Estado, como tiene acreditado la experiencia. La de cobre nos parece la más conforme y a propósito de las circunstancias presentes para el remedio de la necesidad, como la tienen diferentes naciones en Europa, acuñándola con primor y dándole el valor aproximadamente intrínseco que se represente en circulación, para impedir la ambición especulativa de los falsificadores. Dividiendo nuestro peso de a ocho reales corrientes de plata, en cien centavos de moneda cobre, o en doscientos semicentavos de la misma especie. La menor moneda efectiva que corre en circulación en la actualidad, es la seña, o cuartillo de real, que equivale a tres centavos de moneda cobre con levísima diferencia. El octavo, es nominal, resultando de aquí que el pobre se encuentra al presente con la dura precisión, de invertir el cuartillo de real en dos cosas diferentes, sin recurso para más, esto es, un octavo de cada una. La de cobre acuñada en la forma dicha, proporcionará al pobre la acción de comprar con el mismo cuartillo de real, seis cosas diferentes para el remedio de su necesidad, es decir, un semicentavo de cada una. A lo expuesto hasta aquí, se sigue por consecuencia, que la moneda de cobre facilitaría la circulación espedita   —437→   de los negocios interiores de poca monta, proporcionando los pagos por peso averiguado, para evitar el fastidio de contar. Y finalmente, aumentando el signo que representa a todo en circulación, aumentaría también a los labradores, fácil recurso de pagar con puntualidad a sus jornaleros.

«En las señas de a cuartillo de real que circulan en público, se advierte cierto descontento que se va propagando, por que parece que hay muchas falsas entre ellas, que repudian recibirlas, por el temor que inspira el acontecimiento de lo pasado, vuelva a suceder lo mismo, como antes en lo venidero, esto es, que las recogió el gobierno por falsas y las perdió el público, con ofensa del derecho de propiedad. Desengañémonos en tanto continúe acuñando el gobierno esta clase de moneda, por el mesquino beneficio que le resulta, no faltarán falsificadores, en notabilísimo perjuicio de la seguridad de los intereses públicos, y somos de parecer que, debía procurarse evitar un perjuicio de tanto bulto al público, y al mismo Estado, mandando recoger estas señas, y reemplazando a los tenedores, con la moneda de cobre, acuñada en la forma que hemos insinuado (pp. 32-34)».



Sobre la diversidad de moneda española y la acuñada en el país, advino una nueva razón de confusión al permitirse el uso de monedas de casi todas las naciones europeas, a lo que se añadió más tarde el peso norteamericano. El Gobierno fijaba cada año el valor de la moneda extranjera en relación al peso sencillo venezolano, que «se llamó también macuquino». Se imaginó dividido en cien centavos. Sin embargo, sólo equivalía a ochenta de las piezas de cobre de un centavo introducidas en el país. Estos cien centavos imaginarios en que se consideró dividido el peso, se llamaron «centavos macuquinos» para diferenciarlos de los centavos fuertes o de cobre. «El peso se dividió en dos medios pesos, en cuatro pesetas, en ocho reales, en dieciséis medios reales, en treinta y dos cuartillos y en sesenticuatro octavos de real»161.

El Gobierno intentó ordenar en repetidas disposiciones a lo largo de los primeros cincuenta años del siglo XIX, esta caótica situación, a menudo contradiciendo y rectificando sus propios decretos. Prácticamente, hay que llegar a las resoluciones de Guzmán Blanco, en 1871 y 1879, que ponen fin a las imprecisiones anteriores. Es la ley de monedas vigente en la actualidad162.

De la ordenación de Guzmán Blanco nace la moneda de dos centavos y medio, de níquel, que se habrá de distinguir específicamente con el nombre de locha, triunfante sobre el de zagaletona (en Carabobo)163 nombre éste dado seguramente por lo nuevo y brillante de la moneda.

  —438→  

No es privativo de Venezuela el sistema de octavas partes en la moneda base, ni tampoco lo es el formar derivados de ocho, ochavo, para significar monedas fraccionarias.

En España han sido de uso corriente una porción de nombres. Si bien algunos de ellos no indican actualmente una fracción concreta (por haber desaparecido), por lo menos se usan para referirse a dinero, en general. Felipe Mateu y Llopis164 registra los siguientes: ochavillos, ochava, ochavo de Navarra, ochavo moruno, ochavo (castellano), xavo (catalán y valenciano), xavet, xapeta, xavos da quatre, xavo gran (valencianos). Los vocablos catalanes y valencianos con aféresis de la primera sílaba o-.

La voz ochavo es viva en castellano actual. La registra el Diccionario académico como «moneda de cobre con peso de un octavo de onza y valor de dos maravedís, mandada labrar por Felipe III y que, conservando el valor primitivo, pero disminuyendo en peso, se ha seguido acuñando hasta mediados del siglo XIX»165. Tengo notas de uso en Pérez Galdós y Unamuno.

Lo que interesa dejar consignado es que de ochavo, por aféresis, han salido chavo, xavo, xavet, etc. De la misma base que de ochava, por soldadura de artículo y apócope sospecho que se ha formado en Venezuela *lochava, locha.

***

En cuanto al apócope quiero citar sólo algunos casos particulares. Los ejemplos pórsia, porsiáca ‘porsiacáso’; láva ‘lavativa’; cóchi ‘cochino’; sácri ‘sacrificio’; cómpa ‘compañero’; báchi ‘bachiller’. En estos casos, como en lochava > lócha, hay cambio de acento, pero lo que no es inconveniente para que sea aceptada la etimología que propongo.

Y de manera particular son importantes dos casos paralelos a nuestra lochava > locha; huevo, güevo > güe; y bolívar > bólo.

*

En resumen: sobre la base ochava, de uso tradicional en Venezuela y para designar una fracción monetaria puesta en circulación en 1877, en momentos en que se aclaraba una situación confusa de la moneda fraccionaria, se crea específicamente el nombre locha, por fusión de artículo con ochava, lochava, y con apócope, locha.

Caracas, 1949.





  —439→  

ArribaAbajoNotas lexicológicas


1. Bellista

En los trabajos de la Comisión Editora de las Obras Completas de Andrés Bello, sentíamos la necesidad de legitimar en el léxico oficial de la lengua los términos bellismo y bellista, de uso general, extendido en todos los países hispanohablantes. Nos dirigimos el Dr. Rafael Caldera, Presidente de la Comisión, y yo, como secretario, en febrero de 1953, a la Academia Venezolana correspondiente de la Española, con la súplica de que transmitiese a la Real Academia, en Madrid, la necesidad o conveniencia de dar plena sanción oficial en el léxico castellano a las palabras bellismo y bellista, vivas y en uso en la tradición cultural de Hispanoamérica con significado propio y con la suficiente autoridad para ser aceptadas por los altos organismos rectores de la lengua castellana. Argumentábamos que debían estimarse como legítimamente castellanos ambos vocablos, formados sobre el nombre del insigne caraqueño Andrés Bello, al estilo de cervantista o cervantismo.

La respuesta de don Ramón, de fecha 23 de marzo de 1953, nos llenó de regocijo:

Mi querido Grases: En la sesión del miércoles 17, propuse el término bellista en la Academia siendo aceptado por unanimidad. Está ya imprimiéndose el Diccionario y no se añadió más que bellista, bastando para que conste en homenaje a la memoria del gran escritor venezolano.

Me complazco en comunicarle la aceptación de este término de tan honda tradición en América y le envío un saludo muy afectuoso.

R. Menéndez Pidal.



En efecto, a partir de la XVIII edición del Diccionario de la lengua española, consta el siguiente artículo: «Bellista, adj. perteneciente o relativo a la vida y obras del escritor venezolano Andrés Bello. 2. Dedicado con especialidad al estudio de las obras de Andrés Bello y cosas que le pertenecen. Aplicado a personas, úsase también como sustantivo».

1953.




2. Guaramo

Sometí a la Academia Venezolana correspondiente de la Real Española la siguiente comunicación:

Caracas, 10 de julio de 1984

Sr. D. Luis Beltrán Guerrero

Secretario de la Academia Venezolana
Correspondiente de la Real Española
Caracas.

Mi querido Secretario: Una consulta ocasional del Diccionario de la Lengua Española, editada por la Real Academia Española (decimonovena edición,   —440→   1970), me ha hecho caer en la cuenta que se define la voz de guáramo, con un raro significado:

Guáramo. m. Venez. Valor, pujanza o bajeza.

Nunca he visto usada la palabra, como expresión de bajeza. Consultado Lisandro Alvarado, Glosario de voces indígenas de Venezuela, que es fiel contraste, define el vocablo así:

Guáramo. «Valor, guapeza, pujanza, energía de carácter. Tener Guáramo es poseer cualquiera de estas condiciones» y cita a Gonzalo Picón Febres, Libro raro (1912).

Creo, si así lo estima la Corporación de la que es Ud. dignísimo Secretario, que debería acaso oficiarse a la Real Academia para que suprimiese la acepción de bajeza, que afea un término tan noble y expresivo.

Nadie usa guáramo para significar: «Hecho vil o acción indigna // fig. Abatimiento. Humillación, condición de humildad o inferioridad // 3. ant. Lugar bajo u hondo. // de ánimo. fig. poquedad, cobardía // de nacimiento. fig. Humildad y oscuridad de nacimiento», que tal es la cédula del Diccionario para bajeza.

Someto esta proposición, por su intermedio a la Corporación de la que me honro formar parte.

Atentamente,

Pedro Grases



En la XX.ª edición del Diccionario de la lengua española, Madrid, 1984, se incurre en el mismo craso error al incluir dicho término como venezolanismo, pues en su definición repite que significa: «Valor, pujanza o bajeza».

Pero el secretario perpetuo de la Real Academia, don Alonso Zamora Vicente, en comunicación de 18 de octubre de 1984, manifiesta que en tal fecha la Real Academia «ha considerado la enmienda de la voz guáramo» en el sentido propuesto. Posteriormente, se recibió de la Secretaría General de la Asociación Académica de la lengua española, el documento que transcribo:

Madrid, 14 de noviembre de 1984

Señor Secretario de la Academia Venezolana de la Lengua,

Don Luis Beltrán Guerrero Caracas.

Distinguido señor Secretario:

Me cumple referirme a su carta del 18 de setiembre del presente año con el objeto de participarle que la Comisión Permanente consideró en reciente sesión la enmienda sugerida por el Sr. Académico D. Pedro Grases, ratificada por la Academia Venezolana, en relación con la definición que registra el Diccionario para la voz guáramo de uso en Venezuela con el significado de «Valor, pujanza o bajeza». La Comisión acordó unánimemente secundar la observación de la Corporación de Caracas en orden a suprimir   —441→   el tercer término del entrecomillado -que tal vez pueda justificarse originariamente por una errata donde debió escribirse majeza- y encarecerlo así a la Real Academia Española para que figure dicha corrección en la próxima edición del Diccionario.

El que suscribe agradece a Vd., a D. Pedro Grases y a los demás colegas venezolanos tan eficaz colaboración.

Reciba el ilustre Secretario y amigo mi más cordial saludo.

José Antonio León Rey

Secretario General



Es de esperar que en la próxima edición del Diccionario se corrija el dislate.




3. Filibustero

Como antiguo y anacrónico resabio de la reacción española ante la emancipación de las antiguas colonias hispanoamericanas, constaba en el Diccionario de la Real Academia Española, en la voz «filibustero», una definición sorprendente y absurda al decir que significaba: «El que trabajaba por la emancipación de las que fueron provincias ultramarinas de España».

Dirigí al profesor Rafael Lapesa la siguiente comunicación:

Caracas, 17 de setiembre de 1966.

Sr. D. Rafael Lapesa

Real Academia Española

Madrid.

Mi querido amigo: Me permito dirigirte la presente para someter por tu intermedio a la ilustre Corporación de la que eres digno Secretario Perpetuo, las reflexiones que me ha suscitado la definición que da al término filibustero, el Diccionario de la Lengua Española en su 18.ª edición publicada el año de 1956.

Creo que la segunda acepción que recoge el léxico oficial del idioma es perduración de un concepto hoy totalmente en desuso y a todas luces injusto.

Basta la simple lectura del texto de la correspondiente cédula (p. 621, 1.ª col.), para percatarse de lo que quiero decirte:

«FILIBUSTERO (del ingl. I, merodeador) m. Nombre de ciertos piratas que por el siglo XVII infestaron el mar de las Antillas.// 2. El que trabajaba por la emancipación de las que fueron provincias ultramarinas de España».

No hay duda de que persiste en la segunda significación de la palabra una interpretación que hoy carece completamente de sentido. A nadie se le ocurriría hoy pensar que la voz «filibustero» denomina a los partidarios de la independencia hispanoamericana.

Filibustero aparece por primera vez en el Diccionario de la Lengua, de la Real Academia, en la duodécima edición de 1884, o sea que es de incorporación   —442→   relativamente reciente, a distancia de los hechos históricos que mezcla (piratería en las Antillas del siglo XVII; y marinos independentistas del siglo XIX) con evidente confusión.

Es, sin la menor duda, una significación impropia. Entraña, además, un trasfondo despectivo, que está hoy fuera de tiempo.

Tengo la absoluta persuasión de que basta fijarse en el disparate que representa en nuestros días para retirar del vocabulario tan desdichada definición.

Perdona que haya distraído tu tiempo con esta perorata, pero creo que sería muy oportuna, razonable y justa, la rectificación que planteo.

Con un cordial abrazo,

Pedro Grases



En la sesión del 15 de diciembre de 1966, la Comisión de Diccionarios examinó la propuesta hecha desde Venezuela y se resolvió favorablemente, como la informa la carta enviada al profesor Pedro Grases por Rafael Lapesa, Secretario Perpetuo de la Academia Española.

La solución que la Academia propuso y acordó como resolución oficial es la de añadir al término filibustero, en su segunda acepción, o sea: «el que trabajaba por la emancipación de las que fueron provincias ultramarinas de España», la indicación de DESUSADO. Ello expresa de manera categórica la eliminación oficial de esa desventurada interpretación fuera de todo sentido y correspondiente sólo a una acepción peninsular afortunadamente ya histórica.

Así aparece ya, a partir de la 19.ª edición del Diccionario (1970).




4. Salmantino en Íteles y Véntiles*

La locución salmantina «en íteles (variante íteres) y véntiles» que con el significado de ‘ires y venires’ registra Lamano, El dialecto vulgar salmantino, s. v. ire, ha sido estudiada por Leo Spitzer (ZRPh, LIII, 1933, pp. 298-299; y de nuevo en RFH, VII, 1946, pp. 130-132). Juzgo innecesario el rodeo que se ve obligado a hacer para llegar a la idea de ir en la voz íteles (item > iten, itel (-r) ‘de nuevo’, ‘cláusula testamentaria’, ‘hito, quid’). A íteles -añade Spitzer- «se ofrecía un opuesto fantasista extraído por derivación popular, vén-tiles, conforme a la pareja «ires y venires».

Es más verosímil y sencillo explicarse íteres y véntiles a base del uso popular de dos vocablos latinos pertenecientes a textos litúrgicos de empleo constante: ite, del ite missa est, de la misa166; y venite, del cántico Venite, adoremus, tradicional y popular hasta hoy día, entonado por los fieles en masa durante la comunión. Ítele puede explicarse por el pronombre   —443→   enclítico le sumado al imperativo ite, como en dile, dále, etc., usado con imperativos que no lo necesitan, córrele, ándale, etc. El cruce con ires (y venires) explicaría la forma plural y la variante iteres, al lado de íteles. A semejanza de este último, se habría formado véntiles, de venite, con igualación acentual y rítmico (’-uu). La variante íteres sugiere la participación de un posible patrón díceres, del mismo ritmo silábico.

El emparejamiento, tan frecuente167, de los conceptos de ir y venir, implica la idea de tiempo malgastado, a menudo con cierto cariz de reproche y burla. Al dar forma latinizada a la frase popular se aumenta el tono humorístico168.

La locución debió nacer entre gente de iglesia o allegada, que bromearía remodelando la locución romance ires y venires, sobre las tan familiares palabras litúrgicas paralelas ite y venite.

Arlington, Massachusetts, 1947.




5. Restearse, resteado, resteo

Los vocablos restearse y resteado son de uso frecuente y habitual en el castellano de Venezuela, tanto en los textos de literatos y escritores de renombre, como en los escritos periodísticos y en el empleo oral de la lengua. Está definido en los vocabularios de venezolanismos como «la última jugada en que se arriesga con audacia el todo por el todo». Es expresión de los juegos de envite en que «el jugador pone en la apuesta todo el dinero que le queda sobre la mesa». De ahí, a todas las demás circunstancias en que se confía el todo a un solo riesgo.

El Diccionario de la Real Academia (20.ª ed., 1984), no registra restearse, resteado, ni el sustantivo verbal resteo, de formación más reciente, pero todos muy vivos en el castellano de Venezuela. Aunque el sentido de estas voces está implícito en las frases adverbiales que anota el Diccionario para la palabra resto (de restar).

A resto abierto. loc. adv. fig. y abierto. loc. adv. fig. y fam. Ilimitadamente sin restricción // echar o envidiar el resto, fr. Parar y hacer envite, en el juego, de todo el cauda l que uno tiene en la mesa. // 2. fig. y fam. Hacer todo el esfuerzo posible. // hacer tanto de resto. fr. señalar el jugador la cantidad que puede ganar o perder. HAGO veinte pesetas DE RESTO.

Transcribo algunos ejemplos de textos literarios y periodísticos. Rómulo Gallegos, en Sobre la misma tierra (1943): «restearse en el juego, a ver si la suerte se atrevía a dejarle en la ruina»; en Canaima   —444→   (1935): «Voy a pegarme rolo a rolo y verbo a verbo con este amigo que está jugando resteado»; en El forastero (1942): «Cuando esta baraja es punto invencible, bien resteado está el que la juegue»; en Cantaclaro (1934): «Yo siempre ando resteado en esta partida de dado corrido que es la vida de llanero errante por la sabana».

De restearse en el juego se pasó a restearse en la vida, particularmente en circunstancias arriesgadas o temerarias como es lógico.

Así lo usa Arturo Uslar Pietri en el artículo «El alba de la democracia» (El Nacional, Caracas 26 de enero de 1958) cuando el país se decidió a sacudirse de la dictadura política: «No era que se hubiese perdido el miedo a los pavorosos castigos de la tiranía, a las torturas, a las cárceles y a las persecuciones; era que, para decirlo con un venezolanismo, el país se había resteado y estaba dispuesto a afrontar todos los riesgos para poner fin a aquella farsa sangrienta». Así de restearse, se forma resteado que con frecuencia se pronuncia y escribe restiao, en deformación habitual del diptongo ea. Hay abundantes ejemplos de empleo de la voz resteado en la vida política: «estar resteado con la democracia y su estabilidad»; «Nosotros estamos resteados y no vamos a dar ni un paso atrás hasta tanto el gobierno no le busque salida a la situación por la que atravesamos»; «los estudiantes están resteados y en esta oportunidad piden intervención de la Facultad»; «Estamos resteados con los trabajadores y seguros de vencer»; «Estoy resteado con su candidatura, y seré uno de sus más fogosos promotores»; «Resteados con la sindicalización los profesores»; «Las amas de casa están resteadas con la protesta»; «Tres fracciones políticas resteadas con el proyecto de reforma del Código Civil»; «Venezuela y Brasil resteados con el transporte de carga fronterizo».

Por último, cabe anotar que ha surgido más recientemente el sustantivo derivado verbal resteo. Por ejemplo, un titular del periódico El Nacional (12-05-82): «El resteo con Argentina debe ser total», referido al conflicto con la Gran Bretaña, en cuyo texto se habla del resteo militar.

Enero, 1987.




6. Liqui-liqui (Liqui-lique, Lique-lique)

1. Chaqueta de dril de color claro, por lo general, con cuello cerrado muy parecida a una guerrera militar de los trópicos; 2. Por extensión, el conjunto de chaqueta y pantalón del mismo color.

De uso muy generalizado en Venezuela y registrado también en los Llanos de Colombia.

Está atestiguado el uso del término en muchos escritores venezolanos a partir de la última década del siglo XIX. Romero García, Peonía, (1890); Cabrera Malo, Mimí, (1898): «vestido con... un liqui-lique con bordados negros en el cuello, en la pechera y en las faltriqueras, y todo lleno de pliegues menudos a lo largo de la espalda»; Picón Febres, Libro raro, (1909): «Mas a la hora presente, después de la   —445→   invasión del liquilique (pieza que por su ligereza se adapta bien al clima y costumbres del llanero)»; la describe además: «blusa plebeya de cotonía o de cualquiera otra tela semejante».

Urbaneja Achelpohl, En este país, (1916), Rómulo Gallegos, Doña Bárbara, (1929); Aníbal Lisandro Alvarado, Menú a vernaculismos, (1953); Briceño Iragorry, Los Riberas, (1957) «un indumento como el liquiliqui, cuya esencia tanto es una guerrera militar como una blusa de jornalero». Y así, repetidamente: Antonio Arraiz, Mariano Picón Salas, Arturo Uslar Pietri, etc.

Parece estar vinculada la prenda con la famosa garibaldina, que el Diccionario de la Real Academia Española define: «Especie de blusa de color rojo, como la que usaba el general italiano Garibaldi y sus voluntarios, que estuvo de moda entre señoras». Se usa igualmente en catalán como chaqueta con mangas, abierta por delante, con botones para abrocharla.

Se amplió el significado de la prenda, pues pasó a referir además de la chaqueta el pantalón, o sea el traje completo, pero rigurosamente desde el principio define la blusa.

En cuanto a la etimología del nombre liquiliqui no hay exacta precisión. Unos le atribuyen a origen filipino; otros al inglés, pero ningún argumento convence. Los bordados y adornos que llevaba en sus comienzos induce a creer en el origen filipino pues lo alejaba del uso militar.

Se atribuye la introducción del liqui-liqui en Venezuela a un sastre cubano llamado Emilio Tornés, según testimonio de R. Bolívar Coronado, en 1890, quien fue famoso costumbrista.

1987.







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ArribaAbajoVI. De educación

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ArribaAbajo1. De la intimidad de la enseñanza

(Carta para una revista de ex-alumnos)


Caracas, 1.º de junio de 1952

Sr. Dn. Felipe Bezara

Colegio América Ciudad.

Mi querido amigo:

Me pide Ud., con la premura con que suelen pedirse estas colaboraciones, un escrito mío para la nueva revista del Colegio América. Como yo he aplaudido el proyecto del grupo de ex alumnos, que son sus pilotos, no es posible que le niegue ahora el apoyo que representa una colaboración. Además, si escribo en otras partes, es forzoso que lo haga para Uds. que han tenido, año tras año, la paciencia de escucharme.

Le confieso que al empezar a escribir estas líneas mi ánimo estaba inclinado a decirle que no podía cumplir con la celeridad que Ud. desea, pero en verdad me resulta más difícil decirle que no, en lugar de intentar atender a su demanda.

Para Uds., estudiantes, un colegio significa un montón de impresiones, gratas las más, menos placenteras las otras. Para nosotros, profesores, el colegio donde vamos a dar nuestras clases tiene valores que es difícil que sean comprendidos cabalmente. De modo especial, no es posible que las comprendan Uds., mientras están en las aulas de clase, porque perturba la comprensión la distancia que se establece por la necesaria autoridad con que estamos investidos. Pero, déjeme que le explique lo que vale un plantel para profesores como yo, un poco sentimental y un mucho lírico, como diría la gente de sentido práctico.

Cuando la profesión coincide con el gusto de ejercerla, deja de ser trabajo, por lo menos en el sentido de castigo impuesto a la humanidad. Y ser profesor es, más que tarea penosa, un delicioso placer. El trato de la juventud debería ser obligado para toda persona mayor. Es fuente de revitalización de ideas y sentimientos. La atención de Uds. en la clase, sus reacciones, sus travesuras y sus trascendentes ingenuidades, son para nosotros una lección diaria para captar el íntimo sentido de la vida. Si a esto se añade la conversación fuera de clase y la amistad nacida   —450→   del entusiasmo, como siempre he notado en Uds., entonces el goce de la profesión se enriquece con el provecho de la más rica comunicación humana. Yo empiezo a ser veterano en el oficio que escogí cuando tenía la edad de Uds. Por tanto, hablo con cierta experiencia. Uds. dejan en la escuela el recuerdo de sus días de estudio, mientras siguen hacia adelante su propio destino; nosotros dejamos en el colegio nuestros frutos mientras permanecemos en la vida que nos hemos trazado. No son caminos paralelos, son dos sendas transitadas a tiempo distinto, que sólo seguimos juntos durante un intervalo. Pero nuestro bagaje es diferente y nuestros propósitos también. Cuando en la convivencia temporal se produce la correlación de intereses y de afectos, la obra es provechosa y la memoria de Uds. y la nuestra atesora hermosísimos recuerdos.

Esto me ha pasado a mí siempre en el Colegio América. Y, quizá por haber sido desde el primer día la escuela de mis dos hijos mayores, sobre el recuerdo de profesional tenga que añadirle todavía la pasión más cordial de padre, con lo que se ha magnificado la fuerza y la significación del Colegio América en mi persona.

Vea Ud., amigo Bezara, si con tantas razones puedo decirle que no colaboro en su revista.

Además, si los manes no disponen otra cosa, este año terminaré mis clases en el Colegio. No es éste lugar propicio para explicar las causas, pero sí es oportuno, creo, formular mis más cordiales votos para todos sus escolares: los que están todavía y los que ya han salido. Son éstos:

La juventud venezolana tiene en la mano todas las facilidades para llegar a ser lo que se proponga. Es decir, en un pueblo joven, como Venezuela, el futuro de cada uno de Uds. está en su propia decisión. Depende del esfuerzo y aptitudes que pongan en lograr lo que deseen. En otras partes del mundo, el resultado de un estudio o de una profesión depende de complicados factores sociales, en los que el azar toma gran participación. Aquí, no. Cada cual puede alcanzar lo que aspire, si en ello pone voluntad, tesón, capacidad y firmeza. Todas las puertas están abiertas para la esperanza de un mañana risueño. Venezuela es toda horizonte.

Mis votos son en pro de los nobles ideales que he visto en Uds. desde que los he conocido. Ojalá que un día, cada uno de Uds. desde un lugar triunfante tenga un recuerdo para ese Colegio América, en el que hemos puesto tantas ilusiones y el mejor tiempo de nuestra profesión. Si le parece, publique esta carta como colaboración mía para su revista América, a la que deseo larga vida y grandes éxitos. Imprimir una carta tiene cierto aire de romanticismo, que casa bien con la imagen de nuestro colegio.

Le abraza su amigo,

Pedro Grases



  —451→  

ArribaAbajo2. Palabras en un Coloquio de Humanidades


A) El coloquio

Si se tratase de dar definiciones en este coloquio, me habría negado a participar en él. Mucho más en el resbaloso y encumbrado tema de las humanidades. Me he decidido a intervenir porque he visto que lo que se desea es que cada cual exponga su propia experiencia, algunas ideas vividas; y glose, a modo de incitación, las perspectivas del trabajo personal llevado a cabo. En este sentido, no es posible negarse a la colaboración; y de ahí que contra mis hábitos venga a hablar en primera persona de mi modesta cooperación en el campo de las letras, o en el de las humanidades, como quiera llamárselas.

Creo que el diálogo es necesario y quizá más que nunca en nuestro tiempo cuando la velocidad y los compromisos de la vida diaria hacen difícil el sosiego de la conversación y la paz de la meditación. Son excesivas las tentaciones que acosan al hombre para quitarle el reposo y son también abrumadoras las exigencias del quehacer cuotidiano. Unamuno decía de la baraja, que eran cartoncitos que los seres humanos habían inventado para reemplazar el intercambio de ideas, pues ya no había ideas para la comunicación. Pero lo trágico es que hoy no queda tiempo ni para la baraja que siquiera invita a la convivencia y a la reunión. O mejor, obliga a ello. En nuestros días, los escasos ocios que nos permitimos se invierten en la relajación de todo esfuerzo; creo que por esta causa el cine -un posible arte fecundo convertido en la más banal inocuidad- goza de un éxito avasallador en todas las latitudes.

Hay que volver al coloquio, a la comunicación de ideales y a la coparticipación de proyectos y entusiasmos. Las viejas reuniones de grupos -ya no diré el Agora ateniense, para no pedir demasiado- no tienen en nuestros días nada que las sustituya. Y esto pasa en todas partes. También en Caracas, en donde se está perdiendo lo poco que quedaba de la hermosa tradición de las tertulias, ocasión de intercambio intelectual y humano. Con la violenta transformación de los últimos años -los que yo he vivido-, si bien parece haberse ganado en técnica y en cuantía, ha desaparecido la posible vida de relación a base de la palabra viva. A nadie se le ocurre pasear por la ciudad, y son pocos los que se reúnen si no tienen un motivo poderoso, que está siempre lejos del simple convivio coloquial.




B) La propia experiencia

Nosotros pertenecemos a una generación española trunca y rota por la guerra civil. Con los compañeros de mi tiempo vivimos el entusiasmo de un servicio público, al proclamarse la República tardía de   —452→   1931. Veíamos por delante la posibilidad de arrimar el hombro a una empresa liberal, por la que sentimos el más decidido fervor. A ello nos lanzamos al llegar a la mayoría de edad. Pero en Europa la crisis de nuestra época, que ha instaurado la fuerza como único poder determinante de la vida entre los pueblos, hizo comenzar en la Península el agrietamiento de todo los valores a los que vale la pena dedicar la existencia. Y ahí habrían terminado nuestros propósitos de no haber liberado Bolívar y los demás libertadores las Repúblicas hispanohablantes. América nos ofreció la posibilidad de rehacer la vida física y reanudar las empresas de orden intelectual.

Este suelo nuevo para nosotros también nos daba nuevas proyecciones y nuevos temas. Podíamos reemprender el trabajo gozoso. Era preciso el trastrueque no tan sólo de los asuntos, sino inclusive del modo de contemplarlos. En los países europeos los afanes de cultura no pueden olvidar el peso de una labor milenaria y en cada punto aparece concentrada la tremenda tarea de quienes nos han precedido. ¡Cuántos se pierden en la selección de las vías ya transitadas! ¡Y cuántos permanecen en el regodeo contemplativo de tradiciones, cosa que por hermosa que sea, no nos lleva a la creación activa! Este signo distinto de la obra cultural -de uno a otro continente- ha conducido a muchos hasta la estéril desilusión.

Era urgente sumarse a iniciativas nuevas con pasión y lealtad. Quien no haya sentido esta nueva vibración en el fondo del alma, se ha destrozado en el camino, sin poder superar el legítimo desasosiego. Pido un recuerdo de homenaje para dos hombres nobles, cuya tragedia hay que entenderla por altísimos motivos. Me refiero a Eugenio Imaz y a José Luis Sánchez Trincado, dos caracteres distintos dentro de una misma aquilatada categoría humana, quienes zozobraron hasta el suicidio, porque no supieron encontrar razón de ser en esta nueva empresa de América. Y no están solos. Hay otros casos de tragedias similares.

Respeto la desgracia de estos seres excepcionales y pienso que no era la primera vez que acontecía entre españoles. En la emigración liberal del primer tercio del siglo XIX, hubo una situación parecida y desventuras semejantes. No se crea que ello se deba a necesidades primarias no atendidas. Sería un error. El español hace siglos que está acostumbrado a resistir estoicamente toda clase de privaciones y a soportar el hambre si es preciso. Es un pueblo sobrio. La causa del desquiciamiento hay que situarla en la vida del espíritu. Entonces se comprende, y al entenderla se respeta. Por mi parte lamento profundamente tales desventuras, tanto como desprecio al mercachifle de la cultura, despreciable en todas las latitudes y circunstancias, acerca del cual es preferible el silencio piadoso. Tienen bastante con su propia desolación espiritual.

***

La tarea en los países de Hispanoamérica había de ser para nosotros motivo de intensa alegría. Elevarnos de la nada a que nos habían reducido las discordias peninsulares, hasta la total recuperación de todas las ilusiones. Nada menos que esto nos ofrece el trabajo en cualquiera   —453→   de las Repúblicas de habla castellana de este Continente. Recuerdo mi experiencia en la gran Universidad de Harvard, donde estuve de profesor en 1946 y 1947. La enseñanza de temas hispánicos tiene sin duda interés; y sobre todo, por la gran riqueza de medios de investigación y de estudio, la Universidad ejerce una atracción poderosa para permanecer para siempre en ella. Pero le falta algo esencial -por lo menos para mí, y puedo aducir además el entusiasmo de Amado Alonso, de idéntico sentir-, le falta al ejercicio de profesor el aleteo de la vida íntima. El hispanismo norteamericano en el mejor de los casos es una profesión, profesión devota a veces, pero lógicamente no puede llevarse en la sangre, y entonces el ejercicio de la enseñanza tiene siempre aire de algo seco e infecundo. ¡Qué diferencia con la posibilidad de intervenir en un pueblo que ría, llore y sea como es uno mismo! Ahí radica la razón de la alegría al trabajar en cualquier país de habla hispánica.




C) Las humanidades en América

Quiero anotar algunos rasgos observados en mis años de vida en Hispanoamérica.

El primero es un riesgo. El del ensayo. La tentación, a menudo insoslayable, que ejerce el ensayo sobre los escritores, creo que malogra muchas capacidades que podrían haber dado frutos espléndidos en el campo de la cultura. La juventud va encandilada hacia la engañosa simplicidad del ensayo, como si quisiera, a través de él, llegar al triunfo fácil, dejando de lado el único objetivo, real y válido para nuestra profesión: el placer en el dominio de lo difícil.

En lugar del triunfo fácil habría que inculcar la idea contraria, la del trabajo lento, resultado de la paciente meditación y la preparación sólida y madurada.

Quizás en ello estribe la falta de continuidad en el magisterio y la investigación, rasgo que ha sido señalado -a mi modo de ver, certeramente- en la cultura de Hispanoamérica. No se forma escuela, lo que es de suma gravedad, pues la concatenación histórica de las generaciones, indispensable en la tradición cultural, queda interrumpida, y hay que recomenzar a cada paso.

La tradición vacilante e insegura no deja establecido el capital de cultura que son las empresas en continuo perfeccionamiento a lo largo de un proceso social. De ahí que en este incansable recomenzar, los nuevos estudiosos se ven en la imperiosa necesidad de construirse las propias bases de conocimiento. Estimo de toda urgencia hacer un alto en el camino, proceder a un examen de conciencia general. Preguntarse dónde están, por ejemplo, las colecciones de textos del pensamiento nacional; dónde pueden hallarse las compilaciones documentales de las piezas indispensables para la historia de la cultura; dónde está el acopio de las glosas y las ideas de quienes han recorrido los temas de análisis de las modernas humanidades; dónde, siquiera, los repertorios bibliográficos   —454→   o los catálogos de fondos bibliotecarios para asentar en firmes cimientos el trabajo en vía de superación. Quedan sin respuestas estas preguntas y en la imposibilidad de contestarlas está -a mi juicio- una causa de la endeblez de la obra de cultura humanista.

Hay que proceder a la sistemática ordenación del acervo cultural como primera providencia. Este es el paso previo para reemprender el camino. Así como en el tránsito de las dos épocas de la Edad Media europea, señalan un hito decisivo las escuelas de traductores, que compilaron y trasvasaron, en maravillosa ordenación, la suma de dos antiguas civilizaciones hacia lenguas nuevas, así debe procederse en este momento con una monumental y exhaustiva edición de textos nacionales. De los equipos que trabajasen en ella saldrían los intérpretes y escoliastas que dirían su palabra hacia lo futuro.

Así se construiría la base para la erudición fecunda, en el pleno conocimiento de cuanto se hubiese elaborado antes de ahora. Y así podría aplicarse con un criterio moderno el nuevo sentido de la cultura que reclaman nuestros días.

Elaborando sobre pasos firmes los conceptos integrales del pensamiento histórico en lo porvenir, no cabría desviación ni error. He insistido siempre en que esta tarea no tiene en América ni pizca de azar, es un trabajo seguro y de éxito esplendoroso, si se le aplica capacidad, buena fe y se le dedica el continuo esfuerzo. Esta es la más hermosa perspectiva que se le puede presentar a un estudioso de las humanidades en nuestro siglo.




D) Los signos del saber

Sin carácter admonitivo, sólo como glosa final a esta intervención, quisiera añadir la mención de tres requisitos indispensables, de los que se olvida a menudo el hombre de letras de nuestro tiempo: 1) La humildad; 2) El propio respeto, y 3) La discreción.

De mi experiencia personal saco una ecuación que tiene la sencillez de lo perfecto: el mayor saber y el mayor valer humano, van siempre acompañados de la mayor generosidad y humildad. Recuerdo con delicia la emoción de haber visto casi a diario por las calles de Cambridge al primer helenista de nuestra época, Werner Jaeger, con su cesta de la compra, la sonrisa en los labios, y los ojos encantadores de la persona que vive en su mundo de sabiduría, «ni envidiado ni envidioso». A la falta de humildad hay que achacar la causa de estas tremendas palabras de Humboldt, puestas en el Cosmos: «... el reproche que se hace a las ciencias de excitar alarmas que ellas mismas no pueden después sosegar, no carece de fundamento». No puede ser más actual la sentencia humboldtiana.

El respeto a sí mismo, que con tanta frecuencia pone a cualquiera a riesgo del menosprecio ajeno, lo veo ensalzado en esta sentencia de Bello: «el más precioso de los bienes humanos es la reputación y buen nombre».

  —455→  

Y por último la carencia de discreción, en el sentido cervantino del término; discreción que se ha desvanecido de la cultura moderna. Pero para entenderla, vamos a utilizar un relato del Panchatantra, este resumen de la sabiduría oriental, al que tanto debemos. Es un cuento. Veámoslo:

En cierto lugar vivían cuatro hermanos brahamanes que se tenían el mayor afecto. Tres de ellos se habían instruido en todas las ciencias, pero carecían de discreción; el cuarto no había estudiado, mas era muy discreto. Una vez se pusieron a deliberar: «¿Qué vale el saber si no sirve para adquirir fortuna visitando países extranjeros y ganando el favor de los príncipes? ¡Vámonos, pues, a otro país!».

Así lo hicieron, y cuando habían recorrido parte del camino dijo el mayor:

-Hay uno entre nosotros, el cuarto, que no posee estudios, sino solamente discreción. Pero los reyes no hacen regalos a la discreción sin ciencia, así que no le daremos parte de lo que ganemos. Que desande, pues, el camino, y se vuelva a casa.

Entonces añadió el segundo:

-Tú, que no has estudiado y eres tan discreto, vete pues a casa. Y el tercero dijo:

-No es lícito obrar así. Juntos hemos jugado desde la infancia, que venga con nosotros, pues lo merece, y que participe en la riqueza que adquiramos.

Acordado así, continuaron su camino y vieron en un bosque la osamenta de un león. Dijo el uno:

-Vamos a probar nuestra ciencia: aquí yace un animal muerto, vamos a devolverle la vida con nuestro saber. Yo sé ordenar y juntar los huesos. Dijo el segundo:

-Yo sé poner la piel, la carne y la sangre. Dijo el tercero:

-Yo sé infundirle la vida.

Y al hablar así, el primero juntó los huesos, el segundo le puso la piel, la carne y la sangre, y cuando el tercero estaba a punto de darle la vida se lo impidió el discreto diciendo:

-Es un león. Si le das vida, nos matará a todos. Pero el otro contestó:

-¡Necio! No permitiré que la ciencia quede estéril en mi mano. Repuso aquél:

-Pues espera un momento hasta que yo haya subido a ese árbol.

Así se hizo; el león recobró la vida, dio un salto y mató a los tres. Pero el discreto bajó del árbol cuando el león ya se había alejado y volvió a su casa. Por eso digo yo:

Más vale discreción que tal ciencia; la discreción es superior a la ciencia. El que carece de discreción perece como los hacedores de leones.



Junio de 1955.





  —456→  

ArribaAbajo3. El problema de la investigación humanística en Venezuela

Me propongo centrar el asunto en tres capítulos o secciones fundamentales para mayor claridad en la exposición. En primer lugar, el carácter de los estudios superiores que se realizan en el campo humanístico en Venezuela; en segundo lugar, el problema del instrumental de trabajo, que se utiliza habitualmente en las investigaciones de este tipo; y en tercer lugar, el eco social, la consideración pública que las tareas de índole humanística tienen en Venezuela. Tales son los tres puntos en que he ordenado mis observaciones y así pretendo exponerlas en esta noche durante los cincuenta minutos de rigor que debe durar una conferencia discreta. Debo aclarar previamente que al hablar de humanidades o de tareas humanísticas, no me refiero exclusivamente a los trabajos relativos al mundo grecolatino, como podría interpretarse, si extremáramos la significación del término; sino más bien he de referirlo al sentido de Letras, en el significado de la investigación sobre temas literarios y de cultura en general, como concepto contrapuesto al de Ciencia, en la designación tradicional, o sea, todo el campo permitido en el mundo de lo literario, desde la especulación crítica, estilística o analítica hasta la investigación filosófica y erudita. Este es el valor que le atribuyo al enunciar el problema de las investigaciones humanísticas en Venezuela.


I

Los estudios de humanidades se realizan, como es lógico y natural, en los centros universitarios, en nuestras Facultades de Humanidades, las antiguas Facultades de Filosofía y Letras. Dichos estudios ofrecen en Venezuela rasgos peculiares, características bastante singulares, sobre todo si se contrastan con la forma habitual del trabajo en las grandes universidades de tradición europea o en las grandes universidades en Estados Unidos y alguna de habla hispánica: acaso las de Chile y México podrían ser excepción en el panorama general hispanoamericano. Estamos habituados en los estudios de humanidades, en las Facultades de Filosofía y Letras, a centrar, principalmente, el campo de la enseñanza en la clase. Esto es medianamente tolerable en los primeros cursos, pero cuando se aspira a la formación de un investigador es a todas luces insuficiente. Es decir, la clase (la clase uniforme, de tipo hispánico con tendencia fatal a la oratoria, al discurso, a la recitación, al período bien dicho, y a las notas más o menos mal tomadas por el oyente) como método de enseñanza no conduce a la formación de un alma de investigador o de un meditador.

Se necesita dar a la enseñanza universitaria una orientación muy distinta. Para reducir a un principio sencillo, pero radicalmente opuesto al habitual, creo que el centro y el objetivo del trabajo debe cambiarse   —457→   del aula de clase a la Biblioteca. Cuando el núcleo de la labor universitaria es la biblioteca y no el aula, desaparece entonces todo riesgo, todo peligro, todo desliz hacia la oratoria y hacia la facilidad de exposición, para convertirse entonces en lo que debe ser el alma de la más elevada formación: de esa chispa, de ese veneno, de ese contagio basado en la comunicación entre profesor y alumno, en la convivencia del maestro y del discípulo, en el adiestramiento de unas técnicas, de unos sistemas de trabajo, del manejo directo de textos, fuentes y obras de referencia. Es el único modo de orientar el futuro pensamiento personal de quien vaya a ser un investigador o pensador por cuenta propia. La diferencia fundamental estriba en que el sistema de clase, en la forma en que habitualmente lo entendemos en el mundo hispánico (el discurso, la lección), debe ser sustituido en los niveles superiores por el trabajo alrededor de ese centro que requiere poderosa vitalidad en quien lo maneje, denominado en sentido genérico: la Biblioteca. Cuando en la formación de estudiosos de rango superior la enseñanza se realiza con la consulta inmediata alrededor del libro, alrededor de la fuente de documentación directa, alrededor de la referencia, nace entonces esta comunión maravillosa entre profesor y alumno y lleva sobre pasos seguros la educación del futuro investigador o meditador en el campo de las humanidades.

No ignoro que en las universidades de Venezuela algunos profesores y colegas que están en el quehacer diario están orientando individualmente su trabajo hacia ese tipo de labor centrada en la biblioteca, pero, en general, en las Facultades de Humanidades predomina el discurso del aula, la clase en la modalidad ya referida.

Para ser justo, debe añadirse que esta característica es común en todo el mundo hispanoamericano, y casi diría en el orbe hispánico. Hay alguna tendencia a rectificar esta vieja tradición o hábito de la lección expositiva en algunos centros, según he podido observar en ciertas universidades de la Península, de Chile y de México, así como en algún hogar de investigación de Colombia, pero el rasgo dominante, el que da fisonomía específica al mundo hispanohablante, es el que señalo para Venezuela.

Además, este cambio sustancial entre la exposición oratoria y el laboreo directo sobre fuentes de documentación, con métodos de investigación propia, comunicados del profesor al alumno va acompañado de otra saludable costumbre, rara también en los centros de educación superior del mundo hispanolocuente. Aludo a lo que en el mundo anglosajón se llama el office hours, las horas de consulta entre maestro y discípulo existentes en todas las universidades alemanas y en las universidades y centros superiores franceses, así como en Inglaterra y en Estados Unidos, como sistema y como obligación. Las office hours, el tiempo reservado a intercambiar ideas el Profesor y el estudiante de grado superior, es tan importante e imperativo como las famosas horas de clase que el profesor hispánico tiene casi como único deber. En esas office hours es donde cuaja precisamente la labor de enseñanza, en donde se realiza el contacto del profesor con el alumno, del maestro con el futuro investigador o profesional y en donde realmente puede ponerse   —458→   la esperanza de que se lleguen a formar personas con individualidad propia y definida en los temas especializados que hayan escogido.

Otra forma de trabajo universitario en vía de ensayo, que cae en las mismas consideraciones metodológicas, a que me estoy refiriendo, es la de los seminarios, que por lo general han dado escasos resultados en los países de habla hispánica porque la tarea de seminario exige además una extraordinaria generosidad por parte de quienes están dedicados a la enseñanza: la de entregar sus propias armas. En mi época de estudiante, algo lejana ya, recuerdo siempre que terminada alguna de estas clases oratorias, nos acercábamos, si podíamos llegar al profesor, a preguntarle qué libro había manejado. Les debo confesar que nunca supimos cuáles eran las fuentes que había utilizado. Jamás recibimos información, a cerca de cuál era la fuente a la que deberíamos recurrir para completar, verificar, rectificar o ratificar el concepto, la enseñanza o la explicación que habíamos oído. Era instrumento que se manejaba a escondidas, sistemáticamente escamoteado. Es dramático el contraste tremendo que hay entre la idea del maestro con todo lo que significa este escamoteo. En el fondo es simple falta de generosidad espiritual, debida a inseguridad en el conocimiento, ¡qué diferencia con el método de poner sobre la mesa el material de trabajo completo para que cualquiera pueda aprovecharlo y cualquiera pueda interrogar al propio profesor! Cuando se es maestro, con la humildad que dan los conocimientos, debe soportarse una pregunta ante la cual se deba decir: «Yo no sé tanto como para contestar ahora», sea porque se haya documentado más el estudiante, sea por enfrentarse a una cuestión intrincada. Ello no significa en absoluto ningún desdoro.

La verdad es que el intercambio del instrumental de trabajo que es a lo que me refiero, constituye el alma, el nervio, el núcleo, la esencia, la columna vertebral de los trabajos de seminario, única vía para llegar a compartir una tarea entre profesor y estudiantes. Pero, repito, que habitualmente es exigir un sacrificio demasiado grande, insólito en las universidades que hablan español. De muy difícil adopción. Por ello, las labores de seminario, en general, cojean porque está faltando la base.

Otra faz del problema la ofrece la Biblioteca universitaria. Es un tremendo interrogante, que implica muchas preguntas y muchas respuestas alrededor de las cuales nos ensartaríamos en discusiones profesionales y no profesionales, sobre si la biblioteca tiene que ser de gran volumen; o si debe ser biblioteca única; o diseminada en Facultades o Institutos; si basta con que se organice con un catálogo único, etc., etc. Lo que sí me parece a mí una verdad de a puño es, como decía un maestro bibliotecario: «Dígame cómo es la biblioteca de una Universidad, y les diré cómo es la Universidad». En efecto: la enseñanza superior prospera si hay buena Biblioteca, y es buena no porque sea rica, ni porque esté más o menos dotada, ni porque posea fondos únicos o incunables, sino en cuanto posee la agilidad suficiente para servir, servir a plenitud, las necesidades de estudio, de información y de consulta, a nivel de la educación superior.

Además, respecto a la biblioteca, hay un aspecto que estimo fundamental: el de la actitud, el punto de mira espiritual que tanto la   —459→   institución como profesores y alumnos tengan frente a la organización bibliotecaria. Apelo también a mi experiencia, pues he vivido contrastes como éste: Cuando como profesor he pedido al organismo competente la adquisición de algún libro, de alguna obra que se requería para la enseñanza, la respuesta en el mundo hispánico o en el mundo de habla inglesa ha sido totalmente distinta. La contestación en el mundo hispánico es ésta: «No moleste». La respuesta recibida en la Universidad de Harvard, o la de Cambridge, por ejemplo, es: «Agradecidos a la indicación».

Entonces, compran el libro, avisan que ha llegado, y dan las gracias por haberlo recomendado. Es decir, la diferencia es radical; son dos posturas distintas, diametralmente opuestas.

El funcionamiento del centro vital que es la Biblioteca en la formación de estudios superiores, es un principio que debe meterse en la conciencia de los educadores, de los políticos, de los gobernantes, de los ciudadanos en general, porque de él depende el que la educación superior alcance el nivel exigido por un Estado en 1966.

Debemos recordar otras instituciones, además de las Universidades, como posibles hogares de formación humanística. Me refiero a las Academias y a los Centros de Investigación, constituidos por grupos de personas que han llegado al dominio notorio de una disciplina pero que cooperan poco a través de sus publicaciones en la formación del investigador humanístico. Por tanto, dependemos casi exclusivamente de los centros universitarios.

***

Retrotrayendo nuestro examen a los antecedentes históricos en Venezuela, estimo que puede afirmarse que los rasgos que señalamos para nuestros días pueden aplicarse a todo el pasado de la República, a lo largo del siglo y medio de vida independiente. Y en sus caracteres esenciales, creo que no sería un desacierto atribuir la misma conclusión a todo el Continente, hecha la salvedad de algunas leves diferencias en ciertos Estados. Pocos, desde luego.

Es decir, la fisonomía en cada nación en cuanto a la formación de estudiosos en los altos niveles de la cultura humanística no ha cambiado nada en los países hispanohablantes emancipados en el primer tercio del siglo XIX, desde su constitución en estados independientes hasta nuestro tiempo. Quizás este carácter persistente podría definirse en esta enunciación: En Hispanoamérica, en la educación humanística hay alumnos, pero no discípulos.

De ahí que no se haya formado escuelas de investigadores, ni haya habido continuadores de las grandes individualidades en la investigación. Esto es cierto en Venezuela. Lo habitual en la historia de las ciencias y las letras nacionales es que no se forme escuela ni se dejen seguidores de la obra comprendida. Cada investigador científico y cada hombre de letras trabaja solo y aislado: toda empresa descansa en unos hombros únicos. La figura, tan común en otros medios, de un maestro con sus colaboradores y discípulos, que son continuadores de una idea y de un   —460→   método en el que se han especializado, con lo que es posible que se establezca concatenación y continuidad en la ciencia, es insólita en Venezuela. Vargas, Juan Vicente González, Arístides Rojas, Gaspar Marcano, Lisandro Alvarado, Peñalver, Gil Fortoul, Arcaya, Parra Pérez, y tantos más, son hombres que desaparecen sin dejar quienes prosigan la obra emprendida. La carencia de solidaridad en las ocupaciones científicas perjudica muy notoriamente la tarea, pues en cada caso se interrumpe la obra iniciada y obliga a recomenzar la preparación de cada individuo, de cada generación. Quizás esa característica general hispánica en el continente americano explica el aire de reiterado autodidactismo en las obras de investigación.

Probablemente no encontraríamos en el siglo XIX venezolano sino el ejemplo de un maestro que haya llegado a crear escuela que es el caso de Adolfo Ernst (1832-1899), quien formó un grupo de discípulos, hombres de ciencia, que constituyeron una brillante pléyade a fines del siglo XIX y dieron obras meritorias a la cultura venezolana. A esa única tradición escolar del siglo XIX, podríamos añadir en los tiempos modernos, dos más: Henri Pittier (1857-1950), que logró crear una escuela de continuadores en la investigación de las ciencias naturales; y, más recientemente, Augusto Pi Suñer (1879-1965), cuyo magisterio se ha visto reconocido, en los homenajes a su memoria, por un grupo eminente de discípulos que continúan su obra: García Alocha, de Venanzi, Di Prisco, Alfredo Planchart, Henrique Benaím Pinto, etc., un conjunto de hombres de ciencia que sienten el orgullo de llevar en su alma la gratitud a un maestro como Augusto Pi Suñer, como lo sienten los discípulos de Pittier, como lo proclamaron los discípulos de Ernst. Pero no hay más ejemplos.

Lo que en civilizaciones sazonadas constituye una forma normal, o sea que el maestro de genio tenga discípulos, que continúen y prosigan la labor que él ha orientado, tomen la esteva para mantener y renovar los surcos de ese arar continuo que significa la tradición como dice Ortega y Gasset, no es dable observarlo en la historia de la cultura hispanoamericana. La discontinuidad de la tradición en las ciencias y en la alta cultura es característica en el mundo hispanoamericano en general y Venezuela no es excepción. Sucede que en ese persistente recomenzar, la historia del pensamiento humanístico en vez de presentar la armoniosa sucesión de la herencia cultural, que es el signo distintivo en la historia de la civilización, se convierte en una serie intermitente de esfuerzos individuales aislados, heroicos, pero dispersos, sueltos y en buena parte ineficaces.

El carecer las generaciones de esta necesaria concatenación y el estar empezando reiteradamente la labor puede explicar lo que un hombre tan agudo y tan fino como Luis Correa observó en ese ensayo precioso que intituló: «Los inacabados», acaso el más triste de todos los que escribió su pluma sagaz. Glosaba una frase de León Daudet, quien se refería a los escritores incompletos en Europa, y Luis Correa la aplica a las letras venezolanas, en palabras muy certeras de las cuales me permito transcribir un pequeño párrafo. Me parece que la verdadera   —461→   explicación de este análisis acerado y profundo está en la descontinuidad en la tradición, en la falta de formación de escuelas, en la ausencia de seguidores, de discípulos, respecto a los maestros, más que en las razones que Luis Correa aduce, que son las siguientes. Dice:

«Asignándole un carácter más amplio y general a la idea de Daudet, podemos afirmar que los escritores venezolanos, con excepción de uno solo, lanzado fuera del país por la tormenta revolucionaria de la Independencia, han pertenecido a la familia de los «inacabados». Daudet toca apenas las causas que produjeron el fenómeno. Entre nosotros esas causas son más visibles y desgarradoras: incompatibilidad con el medio; carencia de estímulos vivificadores; fraude o mala fe, tanto en el elogio como en la censura; invasión y fácil ascenso de los menos aptos, y un erróneo concepto de la democracia, que no es nivelación igualitaria como lo cree la generalidad, sino ascendente selección».


(Terra Patrum, Caracas, 1961).                


Estas son las causas que Luis Correa invoca para explicarse la observación de ser «inconclusos», «inacabados», los escritores. Juzgo que, aplicando sus reflexiones al tema que nos ocupa, que es el problema de las investigaciones humanísticas, la razón más de fondo estriba en la ausencia de formación de escuelas, en la falta de secuencia de maestros a discípulos.




II

El segundo punto de mi exposición se refiere al instrumental que tiene a su disposición el que pretende realizar un trabajo de investigación humanística. También es general en el mundo hispánico la falta de verdaderos repertorios documentales, de fuentes y referencias, en el amplio sentido de la palabra, para la tarea de tipo humanístico, a pesar de excepciones extraordinariamente admirables en España y en Hispanoamérica. Ha habido eruditos singulares como es el caso de José Toribio Medina, por ejemplo, de quien es casi incomprensible que en una sola vida haya podido reunir, estudiar y publicar tan fabuloso acopio de obras documentales, bibliográficas y de investigación, legadas al mundo hispánico, y al hispanoamericano en particular. Produce pasmo, asimismo, la obra realizada por hombres como Marcelino Menéndez Pelayo o Bartolomé José Gallardo o Ramón Menéndez Pidal y unos pocos más, figuras realmente cumbres, eminentes, que sobresalen por sus tareas en pro de la ordenación del tesoro de la cultura hablada en castellano. Pero por excelente que sea la labor de algunas personalidades aisladas, lo cierto es que en los países de habla castellana, no disponemos de investigaciones sistemáticas y orgánicas, que brinden al estudioso los auxilios indispensables en el campo bibliográfico y documental; faltan las obras de referencia, metodizadas, aun en los temas de información elemental. Pongamos por caso las guías bibliográficas, instrumento sencillo, pero indispensable. En la literatura venezolana, por ejemplo, la única guía existente en 1965; la única orientación medio aceptable, es la Bibliografía preparada por Samuel M. Waxman, de Boston, publicada   —462→   en inglés, aunque los autores y títulos figuren, naturalmente, en castellano. En los otros campos de la bibliografía nacional, quizás el único aspecto bien atendido sea el de la medicina, donde hay hombres como Ricardo Archila y Vélez Boza, que se han dedicado a completar sobre algunas contribuciones precedentes, el repertorio bibliográfico médico del país, pero en líneas generales la investigación bibliográfica venezolana se nos presenta bastante desmantelada con todo y haber habido ilustres bibliógrafos en la cultura nacional.

Las guías bibliográficas para cualquier investigación que se emprenda no existen, y ello obliga a un esfuerzo a veces descorazonador para la orientación y el desbroce iniciales, que lógicamente deberían estar resueltos con un manual de referencias o de fuentes de información. Pasa algo semejante en los catálogos temáticos relativos a alguna especialización.

En los últimos años, se han empezado a elaborar índices analíticos, sistemáticos, en algunos publicaciones que los requieren, pero la enorme mayoría de las publicaciones nacionales se han impreso sin ellos. Insisto en que esto no sucede sólo en Venezuela, sino en la mayor parte, o en casi todas las repúblicas hispanoamericanas, con la salvedad, acaso, de Argentina, México, Colombia y Chile, países que han tenido mayor constancia y mayor continuidad, en editar con las entradas de índices para la consulta del libro que las merezca.

En cuanto a diccionarios biográficos, temáticos, de tipo enciclopédico, etc., tampoco hay, salvo algunos ensayos, muy escasos, las obras que requiere la cultura moderna. Tampoco se dispone, en términos generales, de revistas o publicaciones periódicas especializadas en información.

Tampoco está al día la catalogación y ordenación de nuestras bibliotecas y archivos.

***

Todo ello produce una perturbación grave en cuanto se pretende echar adelante alguna investigación en el campo de las humanidades, por cuanto que en lugar de disponer de rieles y caminos ya trillados que faciliten o den la mano a quien aspire a superar el conocimiento de algún tema específico, tropieza con la previa labor de la primerísima orientación sobre los antecedentes, con lo que se impide, con mucha frecuencia, alcanzar el objetivo final.

No quiero insistir en el panorama algo desolador de las fuentes de información y de referencia, pero baste indicar que el trabajo apenas está iniciado y sólo en algunos aspectos se ha hecho algo digno de nota. Hay que recurrir a instrumentos de consulta indirecta.

Existen muchas publicaciones generales que dan pauta y método para el trabajo intelectual en los predios científicos y bibliográficos, pero no encajan realmente en lo que se necesita en Venezuela. Unas, porque adolecen de excesiva generalización; otras, porque se limitan deliberadamente a una finalidad precisa. Unas y otras son de difícil o, por lo menos, de inadecuada aplicación en medios y culturas que tienen   —463→   ya caracteres propios. Las obras pensadas y preparadas para naciones europeas o para Estados Unidos y aun para otros países de habla castellana, son de casi absoluta inutilidad para Venezuela.

El instrumental de trabajo puede ser el mismo, idéntico. Concedámoslo. Las fichas, la forma de citas, el manejo de las referencias, la ordenación de la tarea en la investigación, las fuentes generales, etc., etc. Pero el campo de dedicación; las diferencias en los asuntos; el material de que dispone el estudioso; el carácter de los fondos bibliotecarios y documentales; la ausencia de apostillas orientadoras; las obras de referencia y tantas cosas más imprimen características peculiares y crean condiciones especialísimas, que han de considerarse como de primordial importancia para que cualquier investigación o estudio pueda iniciarse con pie firme, y, en consecuencia, pueda desenvolverse y alcanzar la meta apetecida.




III

El tercer punto de mi charla es la receptividad social, es decir, el eco que el país da a las investigaciones humanísticas. En el orden intelectual, la estimación y el aprecio públicos se conceden a los poetas y a los creadores de literatura de ficción (novelistas, cuentistas), así como a historiadores y a hombres de ciencia, pero la investigación humanística queda habitualmente en un muy segundo plano. Tampoco es un hecho sólo actual, sino característico del pasado hispánico. La obra de creación literaria ha merecido siempre un mayor aprecio público como tarea intelectual para un país.

Además, en nuestros días, creo que cabe otra explicación adicional, que sintetizo en el siguiente razonamiento: los problemas que hay planteados en las repúblicas hispanoamericanas (Venezuela no es excepción), son de tipo social, económico, político y ofrecen rasgos tan graves y de tanta urgencia, que relegan a un muy último término la consideración que debería darse a las investigaciones en el campo de las humanidades. Las cuestiones apremiantes que las sociedades hispanoamericanas tienen que resolver, obstaculizan e impiden prestar atención a lo que signifique como aporte a la cultura una disquisición de tipo humanístico.

Se atiende muy preferentemente a la organización de los estudios de las profesiones que podríamos llamar «más eficaces». Por ejemplo, la ingeniería, la medicina, la técnica en general, etc., con un marcado matiz a la aplicación social del conocimiento científico.

En un punto creo ver lo que es una evidente desviación, derivada de este criterio utilitario: el que se refleja de un modo claro en la orientación de la enseñanza en las últimas décadas. Ha predominado en casi todas las repúblicas americanas la atención dada a la educación primaria, a la alfabetización concretamente, como si exigiese preferencia, por ser más urgente, respecto a la educación de tipo superior. Incluso se ha presentado como dilema, inexistente para mí, en el pensamiento (opuesto, sólo en someras apariencias), de un Cecilio Acosta y de un Andrés Bello. Es una de las desviaciones que insistentemente encontramos   —464→   glosada en los ensayos interpretativos de la historia de la educación nacional al afirmar que Cecilio Acosta era partidario de un tipo de enseñanza popular con escuela y taller, mientras Andrés Bello se inclinaba por una educación más esmerada, de tipo superior, universitario, como si fuesen dos puntos de vista radicalmente contrarios. Me parece equivocado, porque si se analizan bien, las ideas de ambos eminentes educadores son coincidentes. Desde luego, en el famoso ensayo «Cosas sabidas y cosas por saberse», si Cecilio Acosta presenta como un derecho de preferencia, como más urgente, la educación primaria y el taller, plantea sus reflexiones como un método de educación integral para superar rápidamente unas fases educativas, pero sería desfigurar el pensamiento de Cecilio Acosta, si aceptásemos que de algún modo hubiese menospreciado la educación superior de la cual él mismo es un maestro insigne, tal como la ha expuesto y definido en sus obras. Para las ideas de Bello, he traído la cita correspondiente que merece ser pensada y meditada en nuestro tiempo, pues me parece muy actual. Todavía estamos en 1966 con la convicción de que el problema más apremiante es el de la alfabetización, el de la educación primaria. Por lo menos, así se oye repetir con mucha vehemencia que la cuestión educativa fundamental en el continente hispanoamericano es el de la disminución del porcentaje de analfabetos. En realidad quien plantea el análisis de una manera clarividente es Andrés Bello, hace 123 años, en el discurso inaugural de la Universidad de Chile del 17 de setiembre de 1843. Dice:

«Otros pretenden que el fomento dado a la instrucción científica se debe de preferencia a la enseñanza primaria. Yo ciertamente soy de los que miran la instrucción general, la educación del pueblo, como uno de los objetos más importantes y privilegiados a que pueda dirigir su atención el gobierno, como una necesidad primera y urgente, como la base de todo sólido progreso; como el cimiento indispensable de las instituciones republicanas. Pero, por eso mismo, creo necesario y urgente el fomento de la enseñanza literaria y científica.

«En ninguna parte, ha podido generalizarse la instrucción elemental que reclaman las clases laboriosas, la gran mayoría del género humano, sino donde han florecido de antemano las ciencias y las letras. No digo yo que el cultivo de las letras y de las ciencias traiga en pos de sí, como una consecuencia precisa, la difusión de la enseñanza elemental; aunque es incontestable que las ciencias y las letras tienen una tendencia natural a difundirse, cuando causas artificiales no la contrarían. Lo que digo es que el primero es una condición indispensable de la segunda; que donde no exista aquél, es imposible que la otra, cualesquiera que sean los esfuerzos de la autoridad, se verifique bajo la forma conveniente. La difusión de los conocimientos supone uno o más hogares, de donde salga y se reparta la luz, que, extendiéndose progresivamente sobre los espacios intermedios, penetre al fin las capas extremas».



Este es el pensamiento de Bello. No le quita ninguna urgencia a la enseñanza elemental. Lo que afirma es que sin educación superior, es imposible que prospere la simple primaria. Es un proceso de prioridad. Yo sé que no se pueden cambiar los hábitos, la manera de ser, las costumbres   —465→   de una sociedad, de la noche a la mañana, y en el caso de las sociedades hispanohablantes ni de la noche en muchas mañanas. Hay que ir despacio para lograr una obra sólida y firme.

Las sociedades hispánicas en general tienen estilo y características que quizá no nos conducen con facilidad hacia la organización rigurosa de las formas de trabajo para que florezca la investigación humanística superior. Nosotros pertenecemos a colectividades que son típicas por su alboroto: sociedades donde es endémico el ruido, el desorden. Recuerdo que hace unos cuantos años me entusiasmé con la historia y aventura de dos palabras del castellano en América: un mexicanismo, la voz «mitote»; y un venezolanismo, la palabra «bululú». «Mitote» significaba «baile indígena», originariamente en México, del azteca; «bululú» designó en el castellano de los siglos XVI y XVII una representación teatral en la que un solo actor representaba todos los personajes, hacía todos los papeles. Habitualmente los «bululú» terminaban en un desorden tan espantoso, que la palabra ha dejado de significar en Venezuela pieza de teatro para designar la idea de «alboroto»; en tanto que el «mitote» mexicano pasó a significar «fiesta», y de ahí «desorden», que es lo que expresa hoy en México. Estudiando estos dos términos y su cambio semántico, sus evoluciones, en el goce de ver cómo iban estas palabras viviendo y coloreándose de significados, me encontré con que en Venezuela y en Hispanoamérica hay más de un centenar de palabras especiales americanas para significar «desorden». Ello, añadido a las muy numerosas del castellano en la Península. Es decir, el índice de una manera de ser de una sociedad o de un pueblo, que es su lenguaje, su idioma, su lengua, nos da la rotunda expresión de una característica hispánica: el alboroto, el desorden.

Creo, con todo, que es un desorden vital, creador. La mejor obra en castellano, El Quijote, se hizo en la cárcel y su autor maltratado y pasando hambre, llegó a escribir un libro insigne. El ejemplo es contundente. Es probable que si los pueblos hispanohablantes trabajasen en calma y ordenadamente, tal vez produjéramos muy poco. Acaso necesitamos estar pasando apuros, apremios y calamidades para que nazcan las ideas de creación. Si no se puede cambiar súbitamente la manera de ser de una sociedad, y si aceptamos como característica hispánica ese «alboroto» -«alboroto vital», viéndolo con optimismo- no podemos aspirar a que se cambien sustancialmente las costumbres y por un arte de birlibirloque maravilloso, se transformen los hábitos y las normas de trabajo, así como los métodos y los sistemas en la formación de estudios de la cultura humanística superior, y nos encontremos de repente como en una gran universidad alemana o en una gran universidad sueca trabajando todos en silencio, con seminarios perfectos, en el pleno uso de un instrumental de consulta, rico y completo, etc., etc.

Lo que sí debemos pensar, en primer lugar (y con eso llego ya a las conclusiones de esta breve charla), es en la urgencia de reordenar los estudios superiores humanísticos, con lo que, según las palabras de   —466→   Bello, habrá de prosperar asimismo la educación elemental. Hay que acometer una nueva orientación para que fructifiquen más eficazmente, con otros métodos, otros principios, otras normas.

En segundo lugar debe emprenderse, con la calma que requiere toda cosa urgente, la formación sistemática del cuerpo de documentación, así como los repertorios de referencia que exige, como consulta y apoyo, toda investigación de nivel humanístico.

Estas son dos condiciones insoslayables. Su realización habrá de traernos un cambio en la manera de pensar y de sentir en los egresados de nuestras aulas universitarias, cambio basado en la idea fundamental de que lo que vale no es el triunfo fácil sino el triunfo difícil, laborioso, logrado a copia de largo esfuerzo. Hay que cambiar la aspiración universal de la rapidez en la vida por la del trabajo lento, de meditación y razonamiento, que conduce al triunfo difícil, pero más consistente y duradero. Y satisfactorio. Esta norma debería inculcarse, a mi juicio, a todos los que hubiesen alcanzado los cursos universitarios superiores y aspiren a ser estudiosos de alguna disciplina.

Es el antiguo consejo latino, festina lente; quizás en buen romance: «Sin prisa pero sin pausa».

Para terminar, una última observación. Queda dicho que los trabajos de investigación de tema humanístico no gozan de receptividad pública, no suscitan eco social, como si no existiesen en la cultura nacional. Esta ausencia de opinión reduce a nada el posible estímulo de la sociedad en el ánimo del investigador. De ahí que todo afán de perfeccionamiento radique sólo en lo que uno se exija a sí mismo. La ilusión y el rigor exigidos en la propia obra son los únicos incitantes para proseguir en el camino emprendido por un autor. Ello da un carácter heroico a lo que han realizado en tareas humanísticas los hombres de letras en la historia de la cultura venezolana: José Luis Ramos, Fermín Toro, Juan Vicente González, el mismo Ernst, Lisandro Alvarado, Gil Fortoul, y tantos más. Sus contemporáneos no les han acompañado para que siguieran en la vía emprendida. Juzgo que este hecho constituye la intimidad entrañable en las biografías de los humanistas venezolanos. En todos los trabajos de índole humanística superior aparece siempre este signo de la soledad, de la vida recoleta alimentada exclusivamente en la propia concepción creadora, sin la coparticipación y el aliento de las gentes que rodean al autor.

***

Si se ordena el acervo cultural con la necesaria documentación publicada de modo orgánico y sistemático; si se elaboran las obras de referencia indispensables para los trabajos futuros; y se eleva el rigor en la preparación de investigadores humanísticos, con la debida posición espiritual frente a la tarea misma, pueden augurarse obras fecundas y fructíferas en lo porvenir: así como una distinta estimación social ante las tareas que integran el alma de una civilización.

1965.





  —467→  

ArribaAbajo4. En la recepción de premios del Consejo Nacional de Cultura (CONAC)

(Diciembre de 1981)


Se me ha pedido que lleve la palabra en esta reunión para expresar nuestro reconocimiento en nombre de quienes hemos sido distinguidos con premios por parte de los organismos de cultura del Estado, sea con premios nacionales o del Consejo Nacional de Cultura, en música, literatura, historia y artes plásticas. Entiendo que el encargo a mi persona obedece a la razón de ser el de mayor edad, que alguna vez tiene que ser ventaja la calamidad de tener más años que los demás. Me honra en extremo el acuerdo de los compañeros y agradezco la distinción que hay implícita en tal designación.

En un momento en que el mundo vive asediado de noticias tristes, en lamentables sucesos consumados tanto como en presagios para futuros desastres, es reconfortante que se nos haya congregado aquí, en el Palacio de Miraflores, sede del Gobierno de Venezuela, para realizar la entrega de galardones a los cultores de una pluralidad de temas de colaboración intelectual en la sociedad venezolana de nuestros días: música, artes plásticas, poesía, ensayo, narrativa e historia. Es como un paréntesis luminoso de paz para aliviar la congoja en que vivimos ante el espectáculo de la humanidad sumida en amenazas y realidades de lucha y de violencia. Es una auténtica fiesta que merece ser subrayada debidamente al comprobar que existen en la hora actual posibilidades de expresar elogios por el hecho de dedicarse al goce del trabajo en las letras y en las Bellas Artes.

Cuando en el curso de la vida, se esfuerza cada uno en labrar, con su propio nombre, algo personal en alguna tarea estética, no persigue otra cosa que dejar huella de su paso en la comunidad a la que pertenece.

Se aplica el artista o el escritor en la búsqueda del aporte que pueda ofrecer a sus conciudadanos. Fruto de una ilusión que empieza pronto y madura en la medida en que va alcanzando el dominio creador en la parcela que ha escogido y siente paulatinamente la seguridad de hallarse en terreno firme y seguro. Cada cual acaricia y alimenta su propio proyecto -como decía Simón Rodríguez- a fin de servir a los demás, vivir el deleite de añadir algo al capítulo cultural del país al que se está integrado, y justificar el hecho de haber nacido para algún noble propósito. Cada quien contribuye con su grano de arena a ordenar y definir la civilización a que estamos incorporados. Son todos esfuerzos convergentes hacia un fin común en el que se apoya y halla reservas para perseverar en el empeño, con la esperanza de lograr una mayor o menor participación pública con su obra.

***

  —468→  

Un premio no es un fin de carrera, desde luego, pero es un importante hito en el recorrido vital de una persona. El premio mayor, al que aspira cualquier trabajador intelectual -escritor o artista- es el que el pueblo (así, «pueblo», en toda la extensión e impresión del término) concede en última instancia, al aceptar y reconocer la obra rendida por cada creador, sea porque éste haya entendido e interpretado el sentir del común, sea por que se le ha hablado en lenguaje comprensivo, de acuerdo con los anhelos de la colectividad.

En el fondo, la máxima ambición de cada escritor o artista es el ofrecimiento de su mensaje en el campo que ha preferido como mayor dedicación, con la creencia de que será recibido por sus contemporáneos y acaso sobreviva en sucesivas generaciones. Sin esta receptividad se ha perdido la existencia.

En cualquier obra de arte o investigación está en juego esta íntima confianza: la de alcanzar la compenetración con sus semejantes, la de ser útil mediante la expresión de ideas e inspiraciones, con la pluma, el pincel, el cincel o las notas del pentagrama, junto al exquisito placer que se experimenta en el mismo acto de forjar la obra.

Si la acción creadora es un legado espiritual, no se entrega a los demás con el fin de obtener recompensas distintas a la de la comunión de ideales, porque se trata de cuestiones del alma que no tienen ni pueden tener otra retribución que la de la alegría al comprobar que la propia obra no cae en el vacío.

Con todo, un premio es una llamada, una advertencia, un gesto de simpatía externo para animarnos a continuar, acompañados, en el designio de nuestras vidas. Es un aviso autorizado para advertirnos que estamos en la buena vía, como una señal puesta en el trayecto para orientarnos en la ruta correcta. Debemos recibirlo como estímulo saludable, y alentador.

Esto ya es mucho y por tanto digno de nuestra gratitud. Así la dejo consignada en nombre de todos los compañeros y en el mío propio.

18.12.1981.




ArribaAbajo5. La universidad metropolitana y la educación superior en Venezuela

Breves reflexiones personales para el Sr.
Eugenio Mendoza.



Caracas, 14 de diciembre de 1978.

Consideración previa

Estas notas las redacto impulsado únicamente por la pasión que toda la vida he sentido por la enseñanza, que es mi oficio desde 1932, cuando inicié mis actividades de profesor, y ante la consideración de   —469→   que la Universidad Metropolitana, creada por iniciativa privada, puede y debe alcanzar un puesto de altísima significación en la urgente tarea de cooperar en la educación superior en Venezuela.

Es posible que algunas de mis observaciones no esté debidamente fundamentada, porque he visto siempre la Universidad desde «el exterior» con lo que es fácil desorbitar algún juicio, pero como lo que he de escribir responde a sincero convencimiento espero que la buena intención me absuelva de cualquier error.


I. La imagen física

La hermosa zona en La Urbina donde está ubicada la Universidad ofrece un horizonte de desarrollo que permite vislumbrar para el futuro una gran institución. Desde luego, no se construye una gran Universidad a plazo corto. Más bien es obra de varias generaciones, por lo que es siempre aconsejable proceder con la debida pausa y prudente cautela para que lo que se haga sea, desde sus mismos comienzos, sólido y definitivo.

La primera impresión que se recibe al contemplar los actuales edificios es de haberse construido -algunos- con carácter interino, como para responder a la presión de las circunstanciales necesidades de cada momento. Los módulos de aulas existentes, ya terminados y en uso, dan cobijo a las tareas docentes, para más de dos mil estudiantes. Basta, para dar clases, techo y espacio para pupitres, la tarima profesoral y laboratorios equipados. No es poco, pero es evidente que la simple instalación de aulas y laboratorios no inspira suficiente solidaridad ni adhesión individual por parte de la población universitaria, compuesta de estudiantes, profesores y autoridades.

Echo de menos la existencia de un centro cívico, como núcleo que presida y aglutine los edificios universitarios, que tal es el papel que desempeña el campus o yard, que es -por decirlo de algún modo- la matriz y el alma de la institución. Este eje principal ha de tener sobria majestad para que defina el rango y el nivel de todo el conjunto de la Universidad. Entiendo que ya está magníficamente planeado.

Y, en el campus, el edificio rectoral y de servicios generales, como foco de atracción y proyección de las actividades íntegras de la Casa de Estudios (obra educativa, tareas de investigación, acciones extraulas, biblioteca, etc.) a fin de lograr un lugar idóneo, donde pueda darse cumplimiento a la plena conducción y realización de la doble vertiente de la enseñanza superior: hacia y desde el país donde opere mediante la decantación y análisis de los conocimientos y las corrientes científicas, artísticas y literarias del pensamiento universal en la actualidad y de todos los tiempos.

Sin campus es difícil lograr la imagen necesaria a una institución de este carácter. Es la misma función que cumplen las plazas mayores -hoy plazas Bolívar- en las ciudades venezolanas.



  —470→  
II. Consolidación

La estabilidad de la Universidad depende lógicamente de la consistencia y calidad de sus enseñanzas, tanto como del saneamiento de sus finanzas o sea el capital social, amparado en las cifras de funcionamiento.

Pero deseo proclamar antes que otra cosa, un principio: Una Universidad no es una empresa, sino un compromiso con la comunidad.

Tengo conciencia y conocimiento de los delicados problemas financieros que asedian a la Universidad Metropolitana, en los cuales ciertamente no puedo dar opinión. Estoy persuadido de que el déficit es general en todas las universidades modernas, cada vez mayor, en proporción a su mejor calidad. Es un problema universal, pero estimo más urgente la revitalización de la universidad en sus fines y en su ordenación, en lo cual ha de hallar la vía para resolver la cuestión económica, mucho más fácilmente que a través de las solicitudes de cooperación para equilibrar el presupuesto.

El país está en absoluta necesidad de reforzar y perfeccionar los centros de enseñanza universitaria (que han sufrido grave deterioro en las últimas décadas), por lo que estoy totalmente convencido de que un plan de ambicioso perfeccionamiento de la Metropolitana. sería el camino más expedito para lograr el apoyo financiero de entidades públicas y privadas.




III. La orientación de la enseñanza

Como principio básico, la Universidad Metropolitana ha mirado con preferencia, casi exclusiva, la educación técnica y científica, con evidente descuido de la formación humanística.

Sólo quiero señalar al respecto que dos grandes centros de altísimo nivel (Harvard University y Massachussetts Institute of Technology), han llegado recientemente a la conclusión, después de maduro y pausado examen, que debía balancearse, complementarse y equilibrarse la educación técnico-científica con los estudios humanísticos, si querían las universidades entregar a la sociedad ciudadanos con formación completa.

Por otra parte, una institución de Educación Superior ha de atender tres objetivos imprescindibles, perfectamente ensamblados dentro de la unidad del fin educativo, que es el eminente deber universitario:

a) Profesionalización

b) Investigación

y c) Participación cooperadora con la comunidad.

Desde luego el punto a) es el que merece mayor suma de atención por parte de la Metropolitana y puede afirmarse que el prestigio profesional de sus egresados ha logrado aprecio y respeto por parte de la sociedad.

La investigación, por lo que tengo entendido, no tiene todavía presencia notable en la Metropolitana.

  —471→  

Y en lo que atañe a la proyección social en la comunidad venezolana, por parte de la Universidad, creo que es tema inédito, por el momento. Es absolutamente necesario emprender la organización de actividades extra-aula (conferencias, simposios, publicaciones) si se quiere intervenir con altura de miras en los problemas de la vida moderna en el país. Las grandes cuestiones públicas están reclamando que se analicen con criterios elevados para contribuir a la solución con perspectiva de futuro de los graves conflictos sociales, políticos, culturales y nacionales en la Venezuela de nuestro tiempo.

Ello daría otra presencia y otra imagen a la Universidad en la nación, en tanto que hoy está algo marginada y sin participación bastante en la vida nacional. Hay que preparar un programa noble y bien meditado para este campo de proyección social.




IV. Cohesión institucional

En la vida universitaria actúan ingredientes, a veces de difícil percepción, que, sumados, integran el concepto de Alma Mater para sus egresados. Es como una impalpable idea, sentimiento o convicción que se forma por el legítimo orgullo de haber estudiado en determinado centro; por haber convivido, en los días de juventud, con maestros y condiscípulos; por la íntima alegría basada en la memoria de la época mejor de la vida, con recuerdos que abarcan desde el deporte hasta la admiración por los maestros, singularizada en algún profesor comprensivo, sabio y eminente; todo ello adscrito a un lugar, que el tiempo ennoblece, pero que tiene su punto de partida precisamente en ese campus de que hablaba anteriormente. Con el corazón en la mano, ¿puede creerse que los que egresen o hayan egresado de la actual Metropolitana se habrán forjado el delicado concepto de Alma Mater? Concedo que podríamos suponerlo posible en el apretado edificio de San Bernardino, donde un samán bendecía el espacio del patio de convivencia. Pero en la actual Urbina, decididamente no.

Hay que pensar hasta dónde incide, por ejemplo, que por necesidades de espacio, no se haya previsto de una sala de profesores; ni de un lugar de posible coloquio entre profesores y alumnos, indispensable y quizás más ineludible que las aulas y los laboratorios.

En fin; la cohesión de la comunidad universitaria es tema que no se puede soslayar.

Y termino. Creo sinceramente que, apoyados en la experiencia vivida, hay que revisar los fines y propósitos para los que se fundó la Universidad y reorientar a fondo la filosofía educativa de la institución.





  —472→  

ArribaAbajo6. Discurso de inauguración de la «Biblioteca Pedro Grases» en la Universidad Metropolitana de Caracas

Deseo ser breve, aunque la carga de emoción embargue mi ánimo, y sea también muy poderoso el atropello de ideas que quisiera proclamar pormenorizadamente en este momento afortunado de mi vida. No es cosa baladí ni acontece todos los días ver el propio nombre colocado en relieve para siempre en el frontispicio de un hermoso edificio destinado a ser la biblioteca de un centro de alta enseñanza. Es un acontecimiento tan importante que acostumbra a ser póstumo para quien recibe la honra de tamaño homenaje, en tanto que a mí se me brinda el privilegio de poder presenciarlo con pleno goce, y, además, me es posible expresar todo el reconocimiento de que soy capaz. Lamento una ausencia en este acto, la de Eugenio Mendoza. Recordaré siempre la ilusión que pusimos en 1976, en el estudio y planificación del proyecto de Biblioteca, al que dedicamos lo mejor de nuestros esfuerzos. Se aprobó con entusiasmo la interpretación del arquitecto Eduardo Sanabria, que ahora es increíble realidad, gracias al generoso Decreto del Dr. Luis Herrera Campíns, Primer Magistrado de la República, a quien rindo con toda el alma la constancia de mi mayor gratitud. Asimismo debo consignar mi reconocimiento a las autoridades de la Universidad y de la Fundación Universidad Metropolitana; y a sus colaboradores técnicos de la gerencia de planificación del campus de La Urbina personificadas en el Ing. José Lisson, así como al personal bibliotecario, encabezado por la Sra. Carmen d’Escriván de Cárdenas. A todos, mis más expresivas gracias.

Esto es todo cuanto debería decir, pero me siento tentado a pensar en voz alta un cortísimo mensaje a la juventud universitaria, a la que he dado los mejores días de mi existencia, por más de cincuenta años.

Dejo de lado las particularidades relativas a la formación del fondo bibliográfico, que empecé a reunir poco después de haber llegado a esta mi segunda patria hace nada menos que 46 años. Desde un buen comienzo me decidí a coleccionar libros, folletos y publicaciones periódicas que pudiesen conformar un fondo de referencias y apoyo para un centro de investigaciones hispánicas, principalmente venezolanistas. Tal fue el propósito entrañable que mantuve con perseverancia. Conté con el consejo y orientación de grandes ciudadanos, a quienes he procurado rendir en todo instante mi tributo de acatamiento y respeto. En más de una oportunidad se estuvo a punto de establecer un instituto que hubiese podido utilizar mis libros como herramientas de consulta, pero el azar o las ocurrencias lo impidieron y creo que fue venturoso, porque ahora he podido donar sin condiciones a la Universidad la colección particular que iba reduciendo en mi casa el espacio habitable, y se halla dispuesta en su lugar natural: una universidad, y una universidad joven como la Metropolitana que vive la época inicial de pleno desarrollo y por tanto es amoldable en cuanto a su ordenamiento y destino. Ubicada en   —473→   la hermosa zona de La Urbina ofrece insospechadas perspectivas para la educación superior. Todo horizonte, como identificó Rómulo Gallegos el ser de Venezuela.

Una Universidad no se construye a plazo corto. Es obra de varias generaciones, por lo que hay que proceder con la debida pausa y prudente cautela para que lo que se deje hecho y establecido, desde sus mismos comienzos, sea sólido y perdurable. Una institución universitaria es un grave deber contraído con la comunidad. A ella acude una población ávida de aprendizaje, en el momento más determinante de la existencia: la juventud, cuando se decide su destino.

Nunca se sabe qué reserva a un joven el porvenir. Ni puede tampoco predecirse la suerte de una generación juvenil en camino de realización en los claustros universitarios. Lo que sí puede asegurarse es que en los jóvenes está el rumbo y la suerte del país, en cuanto a que son la porción principal de las reservas humanas que han de entrar en el relevo de los conductores de la vida de la comunidad: en las familias, en las profesiones, en las instituciones privadas y públicas y en la parte más trascendente y activa de la sociedad.

La Educación Superior ha de atender tres objetivos imprescindibles, perfectamente ensamblados dentro de la unidad de propósito de la enseñanza, que es el eminente designio universitario: a) La profesionalización; b) La investigación; y c) La participación cooperadora con la comunidad, o sea la ciudadanía.

El joven se encuentra ante la difícil y riesgosa coyuntura de decidir la ruta de su propia vida, a lo que la Universidad ha de corresponder con extremado celo para no frustrar ilusiones y valores irremplazables. La profesionalización requiere el asentamiento de bases firmes en el conocimiento, que ha de emparejarse con la selección del campo de especialización del educando. Es lógico que para el estudiante sea una encrucijada de tentaciones la misma vastedad del saber, tanto como el del ejercicio en la comunidad, para después de graduado. Todos son interrogantes que no tienen fácil respuesta. Las perspectivas son tan amplias y variadas que no se puede exigir a las mentes jóvenes que lleven pensado con precisión cuál va a ser su camino. La universidad ha de contribuir con su magisterio en la decisión.

Por otra parte, intervienen factores de influencia múltiple: el maestro que llega al alma del educando con mayor pujanza formativa; o la formulación del consejo oportuno; o la presión de los compañeros de generación; o la satisfacción alcanzada en los primeros resultados del esfuerzo. Todo se conjuga para encaminar el ánimo y la voluntad del estudiante para acertar en la elección de la propia senda.

Juzgo que esta situación se plantea a la juventud en general. Sea cual sea el campo específico de sus preferencias: ciencias, letras o arte. La estabilidad y el crédito de una Universidad depende lógicamente de la consistencia y calidad de sus enseñanzas, así como de los medios para satisfacer los requerimientos de la población estudiantil. Pienso en laboratorios y en bibliotecas. Y, además, en el trato entre profesores y alumnos y en el de los profesores y estudiantes entre sí. Una Universidad   —474→   ha de ser presidida por un clima de generosidad y comprensión para que la educación sea realmente fecunda y humanamente provechosa.

En la vida universitaria actúan ingredientes, que, sumados integran el concepto de Alma Mater para sus graduados. Es como una impalpable idea, sentimiento o convicción que se forma por el legítimo orgullo de haber estudiado en determinado medio; por haber convivido, con dedicación a tiempo completo en los días de juventud, con maestros y condiscípulos; por la íntima alegría basada en la memoria de la época mejor de la vida, con recuerdos que abarcan desde los condiscípulos hasta el respeto por los maestros; todo ello adscrito a la memoria del Alma Mater.

Existe un binomio esencial para la Universidad: el aula con sus laboratorios, y la biblioteca. O sea la docencia oral y la de la lectura silenciosa. La biblioteca universitaria ha de ser el apoyo más trascendente de la lección recibida y al mismo tiempo la morada de estudio, meditación y fraterna relación humana, así como de Institutos de investigación, que colaboren con el desarrollo cultural del país.

Entre los especialistas de la pedagogía superior corre el axioma de que una universidad es, según sea su biblioteca. No sólo como depósito en apoyo bibliográfico y en la suma de servicios conexos sino como hogar de consulta y concentración, donde se acuda en pos de paz y equilibrio, confortación y alivio en nuestro tiempo tan desorientado. Ha de ser refugio para la persona, donde el diálogo sea feliz y el pensamiento pueda echar a andar en sosiego y recogimiento, en vez del clima de crispación que se ha adueñado de las sociedades que viven sin alegría y profundidad ante la armonía de los progresos del saber humano.

Hay que volver los ojos y el corazón al humanismo que ofrece en la historia ejemplos admirables y aleccionadores, dentro de la maravillosa aventura del pensamiento de los seres racionales. Hay que balancear la educación técnica y científica, con la formación en humanidades, si la universidad aspira a entregar sus egresados, como ciudadanos moldeados integralmente para bien de la comunidad. Y en este propósito, creo que la Biblioteca puede proporcionar un elemento indispensable para una sana política educativa.

Estamos presenciando en el mundo entero un deterioro trágico de la calidad de la vida, que sólo ha de hallar remedio a través de la educación, particularmente de la educación superior, a base de una nueva filosofía humanística que estabilice las conciencias y renueve los principios éticos de la solidaridad entre los hombres y la vigencia de las normas de justicia social. Debemos volver a edificar sobre los fundamentos sociales que sólo proporciona la educación, para restablecer la reverencia a la autoridad moral, que parece haberse perdido.

Y termino. Me faltarán años para ir proclamando la acción de gracias por la singular historia en que me veo metido. Sólo me queda formular mis votos para que mis libros sean útiles a la juventud de esta tierra que me ha distinguido con tanta magnificencia.

17 de noviembre de 1983.



  —475→  

ArribaAbajo7. Tres retratos en una biblioteca

Una biblioteca pública en soledad, sin lectores ni consultantes, da una impresión de vacío sobrecogedor, como si la vida se hubiese ausentado de su recinto. En los días de vacación universitaria, la falta de los jóvenes usuarios que habitualmente colman las salas de lectura, los cubículos de la Biblioteca Pedro Grases de la Universidad Metropolitana y acuden al catálogo y a los mostradores de préstamo en demanda de servicio, produce toda la sensación de triste abandono. En verdad, aunque en los anaqueles exista el depósito de ideas, informaciones, estudios y pasiones, si no hay quien reclame su manejo no se establece la comunicación afectiva, humana, que es la razón de ser de un repositorio bibliográfico. La obra impresa es un ser paciente que no se cansa de dar respuestas, pero deben preguntarle.

En sentido distinto a lo que es un museo, una biblioteca requiere que exista la participación activa de sus beneficiarios, para que se establezca la corriente efectiva entre la avidez de los lectores y lo que ofrecen los libros en su orientación. Un establecimiento bibliotecario no debe conocer de vacaciones, sino el ritmo permanente del uso en silencio fructífero, condición para el máximo provecho de educación formativa, que es lo que se persigue en cualquier biblioteca, particularmente en un centro de enseñanza superior.

La relación libros-lector crea el calor de una comunicación vital de grandes alcances, con lo que se resuelve y olvida, desde luego, el clima glacial de la soledad. La perspectiva de las estanterías cobra mayor belleza si están rodeando las mesas ocupadas los lectores, dedicados al placer íntimo del aprendizaje. Las paredes de una biblioteca tienen que ser incitantes a tal devoción. Esta es la razón y la causa de que se hayan colocado en las salas de la Biblioteca Pedro Grases, de la Metropolitana, los retratos de tres venezolanos eminentes que son, cada uno, piedra angular de la cultura del país: Valentín Espinal (1803-1866), el mejor impresor-editor del siglo XIX, en un óleo original de Emilia Firgau, quien interpreta la efigie del gran artesano de un modo admirable; Arístides Rojas (1826-1894), fundador de la historiografía nacional; y Manuel Segundo Sánchez (1868-1945), el más atildado bibliógrafo de los libros venezolanos y venezolanistas. Las efigies de los tres próceres de una buena parte de la gran tarea civilizadora en Venezuela fueron obsequiados por familiares y descendientes de tan ilustres personajes. El de Valentín Espinal fue donado por su autora, artista de renombre; el de Arístides Rojas es un retrato del siglo XIX, obsequiado por Alfredo Boulton, grabado en cobre en París sobre una fotografía que lo representa en su plenitud vital; el de Manuel Segundo Sánchez es reproducción del conocido retrato de Samys Mützer con la figura del bibliógrafo llevando un libro.

Inició el acto sencillo con un breve parlamento del Dr. Ignacio L. Iribarren T. ante un auditorio compuesto mayormente por los actuales   —476→   parientes de los tres homenajeados y una nutrida representación de personas vinculadas a la institución. Agradeció en nombre de la Universidad la donación de los tres cuadros. Por mi parte me referí a la significación de los tres personajes, que a partir de ahora ilustrarán algunas salas de la Biblioteca. Valentín Espinal, el mejor artífice de libros en el siglo XIX venezolano, editor y propulsor de obras de gran importancia y modelo de ciudadanos. Se inició como mozo de taller a los catorce años y por su esfuerzo y contracción al estudio y sus grandes dotes de orador con sesudas opiniones mereció el respeto y estimación de la comunidad hasta el punto de ser postulado a vicepresidente de la República. Arístides Rojas, médico, dedicó su inteligencia y constancia a escribir en el seno de la familia fundada por José María Rojas, primero sus ensayos de divulgación científica con temas de la naturaleza y, más tarde, centró su atención a investigaciones históricas con excelentes monografías sobre gran número de asuntos expuestos con sólida documentación, en estilo personal muy atractivo. Manuel Segundo Sánchez es el prototipo de bibliógrafo, pionero en la ordenación de los impresos nacionales y los relativos al país. Con perfecto conocimiento de los libros, los describía magistralmente y los comentaba con exquisito buen gusto, con apostillas que son auténticas notas maestras, que le dan lugar propio y destacado entre los mejores bibliógrafos de todos los tiempos.

Estas son las efigies que acompañan a los usuarios de nuestra biblioteca. Forman un trípode muy firme en la historia de la cultura venezolana. Entendemos que se rinde un homenaje debido a quienes han aportado tanto a la tradición espiritual venezolana. Desde los muros de la biblioteca seguirán impartiendo sus consejos a quienes indaguen sobre su valía. Damos a este acto de entronización de los tres retratos una real trascendencia, pues son modelos siempre oportunos para los educandos, muy particularmente en nuestra época de peligrosa desorientación. Las tres imágenes serán, sin duda, estímulos para nuestra juventud, que está en la Metropolitana en busca de formación profesional y ciudadana. Es nuestra esperanza.

1987.