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Cátedra Valle-Inclán

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Introducción a la vida y obra de Valle-Inclán

Por Margarita Santos Zas
(Directora de la Cátedra Valle-Inclán de la USC

El compromiso carlista y su caja de resonancia

El período comprendido entre 1908-1910, correspondiente a las fechas de publicación de las novelas de La Guerra Carlista, suele aceptarse como la etapa de militancia política de Valle-Inclán en el histórico partido carlista. De hecho, en este período, cuyo límite puede ampliarse sin violencia alguna hasta la I Guerra Mundial, se hacen explícitas las muestras de esa profesión de fe partidista del escritor, que desmienten el carácter estético (un adjetivo con el que se ha pretendido desvirtuar la carga ideológica) de su carlismo.

Más allá de las dos o tres referencias anecdóticas que se suelen citar siempre, como aval de la vinculación de Valle al carlismo (los nombres de la prole de Don Ramón, que evocan los de la propia familia carlista, las visitas que el escritor parece haber realizado a la esposa e hija de Carlos VII o el fallido intento de ofrecer su ciclo bélico al Pretendiente, exiliado en Venecia desde su derrota en 1876), se han barajado otros datos de índole diversa, que no siempre poseen una base sólida y documentable e, incluso, en algunos casos se pueden desestimar categóricamente. Tal sucede con la famosa candidatura de Valle-Inclán a las elecciones del 8 de mayo de 1910 por Monforte de Lemos (Lugo), nunca concretada por el simple hecho de que Galicia no llegó a presentar candidatos del partido carlista.

Esta rectificación, sin embargo, no altera en modo alguno la cercanía de Valle-Inclán a dicho partido. Se pueden enumerar y documentar declaraciones, actitudes y episodios concretos que, al margen de la pose grandilocuente que caracteriza al escritor, revelan su concepción de la historia, la sociedad y la política asimilables, incluso en sus términos, a la que defendía el carlismo. Ciñéndose a hechos concretos, que es necesario valorar no aisladamente sino en su conjunto, son destacables: la juvenil relación de Valle-Inclán con Vázquez de Mella, uno de los principales líderes carlistas, y con Alfredo Brañas, cuya proximidad a la doctrina del carlismo está documentada. A ambos nombres hay que añadir su duradera amistad con el aristocrático Joaquín Argamasilla, anfitrión del escritor en su primer viaje a Navarra y País Vasco en 1909 (volvería reiteradas veces), donde tomó notas personales en un pequeño cuaderno, que se conserva entre los manuscritos del escritor. A Argamasilla le dedicó Valle La Lámpara Maravillosa, además de prologar su libro El yelmo roto, mientras el aristocrático carlista escribió en 1908 dos comentarios elogiosos en la prensa sobre Los Cruzados de la Causa (Santos Zas, 1993). Por otra parte, recuérdese el homenaje bonaerense de 1910, y las cartas personales que desde aquel país escribe a Azorín, en las que declara abiertamente su tradicionalismo, al igual que hará, ya de regreso de su viaje americano, en una entrevista para el católico El Debate (27 de diciembre de 1910, en Dougherty, 1983). 

1911: «Voces de Gesta. Tragedia pastoril» [cubierta]. Dedicatoria a María Guerrero. Madrid, Imp. Alemana, 1911 (colofón: 14-05-1912), 136 págs.Entre los datos conocidos sobresale la estancia de Valle-Inclán en Barcelona en 1911 con motivo del estreno de Voces de Gesta (Ramoneda Salas, 1989). Es ésta una de las muestras más contundentes de su adhesión pública al partido carlista, multiplicadas en este año de 1911, en que -y es la nota dolorosa- fallece su madre. Un año que tiene como pórtico la participación del escritor en el famoso homenaje del Frontón Jai-Alai (8 de enero), en el que aparece -se conserva la foto- al lado las más altas personalidades del carlismo (Vázquez de Mella y Salaverry, entre ellas). De la mencionada estancia en Barcelona, precedida de otra en Valencia también muy significativa (Dougherty, 1994), se conservan un buen puñado de entrevistas, homenajes en los círculos jaimistas (Don Jaime de Borbón fue el heredero de Carlos VII, fallecido en 1909), en los que fue recibido como correligionario, y una elocuente conferencia titulada «Los elementos tradicionalistas del alma española», ya pronunciada durante su gira americana, que aúna de forma indiscernible el esteticismo del autor con los conceptos que definen el tradicionalismo de la doctrina carlista. A todo ello se añade el estreno de Voces de Gesta. Tragedia pastoril (18 de junio), acogido con unánime aplauso en la prensa del partido.

Tanto los datos relacionados sucintamente y las declaraciones de Valle-Inclán a favor del tradicionalismo, como su antiburguesismo, su antiliberalismo (reverso y complemento de la misma moneda) o su hostilidad al parlamentarismo -sobradamente conocidos- no son independientes de su adscripción a la Comunión Católico-Monárquica, con la que mantiene una inequívoca afinidad doctrinal que le conduce a sumarse al partido histórico que defiende esos mismos principios: son sus años de militancia política que, como él mismo reconoció en el mencionado homenaje de Buenos Aires de 1910, fue tardía. Esta militancia alcanza su punto culminante entre 1910-1912 y sorprende, halaga o indigna a propios y ajenos.

Pero esta actitud militante es, por otra parte, coyuntural. Las disensiones internas del partido, que desembocaron en la escisión protagonizada por Vázquez de Mella a raíz del conflicto que dividió a los carlistas en germanófilos y aliadófilos, probablemente inclinaron a Valle a abandonar su actividad política. Pero este abandono no se extiende necesariamente a su visión tradicionalista de la vida, a la que permanece fiel incluso cuando parece estar en las antípodas ideológicas. De hecho, en 1916 el periódico parisino L'Ilustration (13 de mayo) recoge en sus páginas, con fotografía incluida, el encuentro en la estación de Orsay de Valle-Inclán, recién llegado a París, y Francisco Melgar, secretario de Carlos VII, subrayando la militancia del escritor al partido carlista; y todavía en 1924, en una carta escrita a Gómez de Baquero (Pérez Carrera, 1992) habla abiertamente de su tradicionalismo. Ello revela mayor continuidad y coherencia en la trayectoria ideológica de Don Ramón de lo que se suele admitir. 

El carlismo reunía por su marginalidad, su aureola romántica y su reciente pasado bélico los rasgos estéticos suficientes para resultar atractivo a una personalidad como la de Valle. Pero sin minimizar esta dimensión, el carlismo tenía un objetivo prioritario: socavar los principios del Estado constitucional, burgués y liberal que, a su juicio, encarnaba la rama dinástica reinante. Es decir, el carlismo como fuerza minoritaria y radical era para Valle, al igual que para otros el anarquismo, la fórmula que le permitía manifestar nítidamente su desacuerdo con la política vigente y con su propia sociedad.

Todo ese despliegue gestual y verbal del escritor tiene su más importante manifesta­ción en las obras de estos mismos años, las novelas de La Guerra Carlista: Los Cruzados de la Causa (1908), El Resplandor de la Hoguera (1909), Gerifaltes de Antaño (1909) y el fragmento La Corte de Estella (1910), rescatado por Fressard en 1966, que son en buena medida recapitulación amplificada de temas, motivos, ambientes, personajes y situaciones de obras anteriores, en particular, Sonata de Invierno, El Marqués de Bradomín y Comedias Bárbaras, entre las que se crea una compleja red de relaciones intertextuales.

1908: «Los Cruzados de la Causa. Vol. I. La guerra carlista». Madrid, Sucesores de Hernando, Imp. de Balgañón y Moreno, 1908, 242 págs. 1909: «Gerifaltes de Antaño. Vol. III. La guerra carlista». Madrid, Imp. de Primitivo Fernández, Primitivo Fernández, 1909, 256 págs. 1909: «El Resplandor de la Hoguera. Vol. II. La guerra carlista». Madrid, Pueyo, Imp. de Primitivo Fernández, 1909, 248 págs.

Así, el elemento que enlaza las novelas de La Guerra Carlista con las Comedias Bárbaras es Miguel Montenegro, quien, desde la Galicia de Los Cruzados de la Causa, decide emprender viaje hacia el corazón de la guerra -el País Vasco y Navarra-, donde reaparece en las dos novelas siguientes del ciclo, para convertirse en La Corte de Estella (1910) en un modélico «cruzado» de la Causa.

A grandes rasgos, las novelas carlistas se articulan sobre dos líneas de fuerza, sintetizadas en sendos títulos genéricos: La España Tradicional y La Guerra Carlista. El primero de ellos remite al patrón de sociedad estática, de economía agraria en su forma más tradicional, que representan en el siglo XIX Galicia, Navarra y el País Vasco, donde se localizan los episodios narrados. El segundo de los subtítulos, además de otorgarle dimensión histórica a la ficción (Valle se documentó ampliamente sobre la guerra e hizo uso de fuentes históricas concretas), presenta la guerra de 1872-1876 -a la que se da el significado de «cruzada»- como el camino para defender ese mundo que se derrumba ante el empuje de la nueva sociedad liberal.

Desde esta perspectiva, la primera obra marca el punto más alejado de la lucha, no sólo geográficamente, sino también desde una óptica propiamente bélica. En Los Cruzados Valle-Inclán busca la configuración de una atmósfera que responde a la marginalidad de Galicia en el desarrollo de la última guerra entre liberales y carlistas. Pero esta marginalidad adquiere un significado concreto al contrastarla con las restantes obras del ciclo, que en conjunto ofrecen la defensa colectiva de la España tradicional: todo un pueblo levantado en armas que lucha fervorosamente por su continuidad. Desde esta perspectiva, el País Vasco y Navarra -escenarios de la acción- tienen un valor ejemplarizante frente a Galicia: ante la pasividad gallega, la operatividad vasco-navarra se convierte en espejo que se propone como modelo de fe y fidelidad al carlismo, síntesis, a su vez, de los valores y virtudes que enlazan con un pasado glorioso opuesto al presente, que es su caricatura.

En este sentido, La Guerra Carlista, acogida con entusiasmo en la prensa y círculos carlistas, es el reflejo literario -la caja de resonancia- del carlismo militante de su autor en estos años.

Valle ficcionaliza la historia valiéndose de una hábil y medida combinación de personajes y espacios-itinerarios reales e imaginarios, que sitúa en un tiempo histórico concreto (1873) para protagonizar episodios ficticios que conviven con otros fieles -hasta en sus menores detalles- a las fuentes documentales de las que se sirvió. Pero estas novelas adquieren un importante significado desde el punto de vista narratológico, pues en ellas ensaya los recursos y técnicas (fragmentarismo constructivo, en juego alternante de los bandos enfrentados, que presenta en simultaneidad temporal, en múltiples espacios y en un tiempo reducido), que años más tarde teorizaría en el prólogo que acompaña a La Media Noche (1917).

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