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Cátedra Valle-Inclán

Introducción a la vida y obra de Valle-Inclán

Por Margarita Santos Zas
(Directora de la Cátedra Valle-Inclán de la USC)

La crisis teatral

1913: «La Marquesa Rosalinda. Farsa sentimental y grotesca». Madrid, Imp. Alemana, 1913. Opera Omnia, III (colofón: 10-07-1913), 212 págs.En fechas inmediatamente anteriores a la I Guerra Mundial Valle se traslada con su familia a Galicia, concretamente a la pontevedresa villa de Cambados (1912), donde se produce la prematura muerte de su hijo Joaquín (1914). Esta desgracia familiar es el motivo determinante de que los Valle-Inclán cambien de localidad y se instalen, finalmente, en el pazo de la Merced (A Pobra do Caramiñal). Desde Galicia continúa sus colaboraciones en la prensa local y nacional con algunos poemas, que en 1920 integraría en El Pasajero, y fragmentos de La Lámpara Maravillosa. Esta estancia en Galicia se ve interrumpida frecuentemente por viajes a Madrid, donde permanece períodos largos, para atender asuntos literarios, como los ensayos y estreno de La Marquesa Rosalinda (5 de enero de 1912), o la publicación de su «Opera Omnia», a cargo de la imprenta Rivadeneyra, que inicia en 1913.

Este retiro de Valle-Inclán en Galicia coincide con la crisis y el abandono temporal de su actividad teatral. A partir de 1912 una serie de hechos lo alejan de los escenarios y lo llevan a renegar del teatro. En primer lugar, después del estreno con éxito de Voces de Gesta en Barcelona, la compañía María Guerrero se niega a representarla en Pamplona, aduciendo el carácter político del texto. Esta negativa provocó la ruptura con dicha compañía. En segundo lugar, Valle intenta estrenar El Embrujado. Tragedia de Tierras de Salnés y a tal fin en noviembre de 1912 dirige una carta a Benito Pérez Galdós, a la sazón director del Teatro Español. El episodio se complica y desencadena una agria polémica con Matilde Moreno, empresaria del teatro, que tiene como colofón la lectura pública en el Ateneo de la obra rechazada por la dirección del teatro. Años después la publicaría con otras piezas dramáticas bastante dispares (La Rosa de Papel, La Cabeza del Bautista, Ligazón y Sacrilegio) en El Retablo de la Avaricia, la Lujuria y la Muerte (1927), si bien las dos primeras se editaron juntas en una colección popular bajo el subtítulo «Novelas macabras» (1924), que cambió por «Melodrama para marionetas», al incorporarlas a El Retablo..., asignando a Ligazón el subtítulo «Auto para siluetas».

Enemistado con las dos grandes empresas teatrales del momento, Valle renuncia a estrenar y en adelante llegará a afirmar que nunca se interesó por la escena y que jamás escribió para el teatro. Esa negativa se traduce en displicentes declaraciones hacia actores, directores, público y dramaturgos contemporáneos (Dougherty, 1983; J. y J. del Valle-Inclán, 1994). En realidad esta acritud, demasiadas veces mal interpretada, era despecho, dolor ante su forzada separación del teatro. Valle-Inclán, con la lucidez que le caracterizaba, era consciente de que su teatro no se adecuaba -ni pretendía adecuarse- a los gustos del público de la época. Su teatro es anti-realista. Un teatro que busca la plasticidad, el dinamismo, lo visual. De ahí su interés por el cine, que consideraba el teatro del futuro, o por experiencias marginales desarrolladas en torno a los «Teatros del Arte», con los que colaboró desde 1908.

Una vez abandonada la posibilidad de estrenar en teatros comerciales, el escritor queda totalmente libre para experimentar y así lo hace difuminando las fronteras entre los géneros (novela-teatro), subvirtiendo los códigos genéricos convencionales y acuñando nuevas fórmulas (esperpento). Lo que de aquí se deriva es una concepción revolucionaria de la literatura, superadora de los géneros tradicionales, que traslada la obra a un terreno nuevo.

El deseo de romper límites y barreras preestablecidas sólo se hace plena realidad, pues, cuando Valle se despreocupa de estrenar; es decir, cuando puede escribir sin sujeciones o ataduras. De modo que, al retornar más adelante al teatro, lo hizo con la convicción de que sus obras no iban a ser representadas y ello contribuyó de modo práctico a sus audacias en la forma y en el estilo. Paradójicamente, pues, este hecho fue determinante del nacimiento del mejor teatro de Valle, el que lo ha consagrado como uno de los dramaturgos más importantes del siglo XX.

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