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ArribaAbajo La edición definitiva de las obras de Cervantes55

José M. Casasayas56



Palma de Mallorca


- I -

Parece como si la prolongada serie de las ediciones de las obras de Cervantes hubiera heredado el infortunio que acosó constantemente la vida del autor. Ello tiene sus orígenes no tanto en las condiciones de la época, en las que se advierte una gran inseguridad en todos los aspectos que pueden ahora interesarnos (idioma no académicamente fijado, normas ortográficas arbitrarias, libertad de los impresores frente al autor, etc.), como, a lo largo ya del tiempo, en la fama del escritor y en la gran importancia de su obra, que impele a editores y a casas editoras57 posteriores a extremar sus cuidados... y a prodigar sus caprichos para presentar al público una edición cada vez más fidedigna, al decir de sus   —142→   portadas e introducciones explicatorias; lo cual, empero, lejos de conseguirse, en el caso de Cervantes no hace más que acentuar la desgracia de este perenne infortunio, que sigue perviviendo aún hasta nuestros días. Ciertamente, los problemas planteados por las primeras ediciones de las obras de Cervantes no distan mucho de los planteados por las de otros autores de su mismo tiempo,58 pero constituye una muy singular historia la de sus reediciones posteriores, a través de cuyo conjunto puede contemplarse un sorprendente panorama: un panorama que nos demuestra cómo los editores, no obstante y a pesar de su aparente buena fe, han empezado por orientar y han persistido orientando sus criterios más hacia el gusto temporal y pasajero, impuesto por la moda o por las corrientes científicas, que a la consecución de una reproducción legítima del texto cervantino y del pensamiento en él reflejado por su autor. Bien: esto, en Cervantes, no constituye ninguna excepción: cada palabra suya, cada frase, cada situación de sus personajes, se convierte en una bola mágica de cristal donde cada cual ve reflejado lo que mejor cuadra a sus intenciones, aunque éstas sean pasajeras, y donde todas las situaciones pueden ser, acaso, posibles. Y la historia de su bibliografía no iba a ser menos, según se halla de salpicada a menudo por comentarios donde el exegeta busca más su lucimiento personal que el interés imparcial por la verdad.

Mas esto, que en cierto modo puede ser disculpado y hasta es probable que produzca un cierto estímulo atractivo para el investigador vocacional, no es concebible que ocurra ya más a estas alturas, y por ello es preciso que de algún modo se ponga coto a tanto libertinaje editorialesco y se presente al público un texto de las obras de Cervantes ya para siempre definitivo, para que el «curioso» lector pueda seguir curioseando a sus libres expensas sobre una base textual lo más firme y segura posible. He dicho un texto «definitivo» a fin de excluir expresamente el calificativo de «legítimo», porque, a causa de que carecemos de   —143→   los manuscritos cervantinos y que parece aceptable la no intervención de Cervantes en la composición tipográfica a impresión de muchas de sus primeras ediciones, mientras no se descubran estos manuscritos jamás podrá conseguirse esta deseada legitimidad. Y, por consiguiente, el término «definitivo» debe quedar siempre sujeto a las innovaciones que sean resultado cierto de descubrimientos posteriores de documentación por ahora desconocida.

Voy a centrar el tema en el Don Quijote. Un repaso somerísimo a la historia de sus ediciones va a ser muy aleccionante para sacar luego nuestras propias conclusiones. Para ello, bueno será tener presente, antes de pasar adelante, que los esfuerzos de los editores se han orientado al esclarecimiento de tres aspectos o vertientes que de la obra se derivan: 1) el texto propiamente en sí; 2) su interpretación que podríamos llamar anecdótica (personajes citados, alusiones ocultas, referencias geográficas, aspectos autobiográficos, etc.); y 3) su interpretación alegórica, filosófica, humanística, sus fuentes, sus influencias, etc., que ocupan volúmenes y más volúmenes tras la denominación genérica de «miscelánea cervantina».59 Por razones obvias, y en especial porque el campo de actuación de cada lector es infinito y por tanto son inabarcables los resultados que esta miscelánea cervantina ha dado, me limitaré a los dos aspectos primeros, y aún de ellos no tocaré más que superficialmente sus líneas generales, aquellas que saltan a primera vista sin necesidad de profundizar en minuciosidades textuales ni entrar en detalles. Me serviré de mis propias notas bibliográficas y de las bibliografías generales sobre las obras de Cervantes.60 Y, desde luego, dejaré totalmente de lado las traducciones. Me disculpo ante los eruditos cervantistas por estas tal vez demasiado numerosas observaciones que   —144→   siguen, aunque con carácter sumario, sobre las ediciones del Quijote. No llevo otra intención que la de exponer un cuadro general de antecedentes, y no voy a descubrir, con ello, nada que no sea sabido: pero sí es posible que a algún lector menos informado le sirva de recordatorio. Tras ese cuadro de conjunto podremos llegar luego a conclusiones prácticas, que es lo que hace al caso.61

Desde sus primeros inicios, la historia de la publicación del Quijote está llena de incidencias. Descartando la supuesta edición de 1604, aparece la que hemos de tener por príncipe, DQ1:M-1605-Cuesta/1ª, con: a) unas composición e impresión descuidadísimas, tanto que incluso hace el efecto de una primera confusión ya en el título (¿del autor?, ¿del impresor?, ¿del encargado de gestionar las licencias?),62 y b) tantas diferencias tipográficas entre los pocos ejemplares que nos han llegado que ha hecho pensar a más de uno si en realidad se trata de ediciones diferentes, aunque es muy probable, o así por lo menos es hoy generalmente admitido, que no hay más que una edición con más de una sola impresión (bien de toda la obra, bien sólo de algunos cuadernillos sueltos), o acaso de correcciones introducidas en las planchas, entre tirada y tirada, a medida que los cajistas notaban alguna errata real cometida por ellos mismos (o por tipos deteriorados), o, quizás, cuando tenían la mejor voluntad en enmendar por su cuenta aquello   —145→   que creían haber leído mal en el manuscrito del autor, quién sabe.63 Su composición e impresión en un corto espacio de tiempo, menos de tres meses,64 ha bastado para justificar la mala calidad de la impresión o para suponer que en la composición intervinieron varios equipos de cajistas trabajando simultáneamente, previo el reparto de tareas o destajos compositivos.65 Un error (un error o un olvido de los cajistas o de Cervantes mismo) tan importante como la omisión de los pasajes del robo y de la recuperación del rucio de Sancho merecerá luego el tan conocido comentario del propio Cervantes en la segunda parte de la obra.66

Apenas sale al público la primera edición de DQ1 y ya se tienen noticias de que se imprimen por lo menos dos ediciones piratas en Lisboa, que serán DQ1:Li-1605-Rodríguez67 y   —146→   DQ1:Li-1605-Crasbeeck.68 Esto obliga a Cervantes y su editor, Robles, a tomar unas medidas: a) obtener una licencia para imprimir también la obra en Portugal;69 b) decidir querellarse contra los editores piratas de Lisboa;70 c) imprimir inmediatamente una segunda edición, haciendo uso del mismo privilegio que sirvió para la primera más otro para Portugal, y que será la ed. DQ1:M-1605-Cuesta/2ª, sensiblemente parecida a la   —147→   anterior pero con inclusión de los pasajes relativos al asno de Sancho;71 y d) imprimir, también haciendo uso de los mismos privilegios que hemos visto pero sin mencionarlos, una edición en Valencia, DQ1:V-1605-Mey/1ª y 2ª.72

Todo esto induce a demostrar el interés suscitado desde un principio hacia el Quijote y a hacernos pensar lo que luego resultará patente a poco que se comparen los textos impresos, no ya de las diferentes ediciones de aquel año 1605, sino incluso de los diferentes ejemplares de una misma edición, a saber: a) no sólo una ortografía descuidada, propia de la época, sino manifiestamente falta de pulcritud y pródiga en erratas de imprenta continuas, impropias de toda época; b) una variación constante de las grafías pertenecientes a las mismas palabras, lo que ha abonado la tesis de la intervención de varios cajistas en la composición de las planchas;73 c) un cambio constante de criterios, no sólo ortográficos, sino interpretativos de textos (que luego será norma fielmente seguida por editores posteriores, incluso los más modernos, como veremos), que hace que en cada una de las por lo menos cinco ediciones de 1605 se lean, a veces, palabras y frases de diferentes modos, supresiones y añadidos, etc.74

Como el éxito de la obra no decae, la manía correctora de los editores irá en aumento. Favorece esta falta de unidad precisamente la falta de seguridad de la edición príncipe, las propias correcciones impuestas por el primer editor y las múltiples ediciones del mismo año. Y si a ello se suma la intervención de los censores eclesiásticos suprimiendo pasajes enteros,75 puede uno hacerse cargo, con sólo semejantes antecedentes, de cómo la pervivencia del texto cervantino nos va llenando de dudas y problemas. Y así las ediciones inmediatamente siguientes a las   —148→   de 1605, DQ1:Br-1607-Velpius, DQ1:M-1608-Cuesta,76 DQ1:Mi-1610-Locarni/Bidello,77 DQ1:Br-1611-Velpius/Antonio, DQ1:Br-1617-Antonio,78 a veces arrastran defectos o erratas de sus modelos y a veces, siguiendo la tradición ya iniciada por los mismos editores de 1605 de tomar a Cervantes por terreno propicio para sembrar y recoger a antojo de editores, se introducen enmiendas casi nunca justificadas.

En 1615 sale a luz la segunda parte, DQ2:M-1615-Cuesta,79 en edición no mejor cuidada que la primera del mismo impresor y no exenta de precipitación en su composición, al decir de los críticos, acaso debido a las prisas por contrarrestar el efecto producido por la aparición del Quijote apócrifo el año anterior. Y aquí es el propio Cervantes quien, como queriendo seguir el juego de sus propios editores, se une a ellos en introducir elementos nuevos en esta segunda parte de la historia de su héroe: elementos que luego se prestarán a aumentar la ya naciente confusión en torno a su texto; a) titula a la obra «Segunda parte» cuando la de 1605 llevaba ya ínsita una «segunda parte» entre las cuatro en que estaba dividida la obra;80 cambia el «hidalgo» por «caballero»;81 y c), sobre todo, parece que debió controlar en cierta medida la   —149→   composición del texto a fin de que se imprimiera más de acuerdo con sus preferencias, en lugar de las de los cajistas de la 1ª parte.82

Esta segunda parte acrece el éxito de la primera, y se imprime, separadamente aún, en DQ2:Br-1616-Antonio, DQ2:V-1616-Mey, DQ2:Li-1616-Rodríguez, ésta última seguramente también pirata, hasta que por fin, en DQ:B-1617-Varios, aparece la obra íntegra con una característica que se repetirá a lo largo de toda la historia de las ediciones del Quijote: numerosas variantes incluso en el nombre de los impresores, seguramente para mejor llamar la atención del público respecto al éxito universal de la obra.83

En una vista panorámica de la situación, el texto de la novela más universalmente famosa, centro y punto de partida de toda la novelística posterior al decir de los críticos, se nos aparece mal presentada por un buen puñado de ediciones (unas 16 en sus primeros años) donde impera el caos más desconcertante en cuanto a variantes textuales, muchas de las cuales, con toda probabilidad, son ajenas a cualquier intervención del autor. Es posible que los usos de la época no obligaran a los lectores a ser más exigentes con los editores. Nos consta de otras obras del Siglo de Oro que han sufrido en parecida proporción iguales o parecidas impertinencias. Eisenberg, en el artículo que luego comentaré, cita varios ejemplos. Pero es el caso que ninguna de estas otras obras ha sido luego tan sistemáticamente deformada por editores posteriores como lo ha sido el Quijote, o, cuando lo han sido, por lo menos les han precedido las correspondientes disculpas. Con Cervantes todos se han creído estar en posesión de la única verdad.

Tras casi veinte años de absoluto silencio editorial, lo que es muy raro tratándose del Quijote, aparece de nuevo: DQ:M-1637-Martínez, que, con pretensiones ya de querer seguir un cierto plan científico (en el sentido de cómo podía entenderse entonces la corrección de una   —150→   obra), introduce varias enmiendas en el texto, el cual, así modificado, será imitado en otras ediciones posteriores.84

Años más tarde surgen otras novedades: DQ:Br-1662-Mommarte cambia el título al añadirle «Vida y hechos del ingenioso caballero...», con desaparición total del «hidalgo» y además con subdivisiones de DQ2 también en otras tantas cuatro partes, a imitación de DQ1 original. Estos nuevos usos perdurarán muchos años, hasta el siglo XIX, y serán adoptados por ediciones presuntuosamente correctas: de las 60 ediciones que hay entre 1662 y la de DQ:M-1808-Barco López, que creo que es la última con «Vida y hechos», unas 25 incluyen las dos mencionadas novedades de Mommarte.85

DQ:B-1704-Gelabert no sólo mantiene la doble división cuatripartita, sino que la hace correlativa, y así DQ2 es presentado como «Quinta parte» pero a la vez contiene la «quinta», la «sexta», la «séptima» y la «octava» partes en que se le subdivide.

En 1738 aparece la primera edición con altos vuelos científicos, muy lujosa además en su presentación y con una vida de Cervantes debida a Mayans: DQ:L-1738-Tonson, en 4 volúmenes. Siguiendo el uso a la moda, titula a la obra «Vida y hechos...» y mantiene la subdivisión en 4 + 4 partes; introduce infinidad de correcciones en el texto a base de nuevas lecturas; se aparta totalmente, por lo que se refiere a DQ1, de la edición príncipe de Cuesta para atenerse más a las posteriores del mismo impresor.86 Los numerosos errores cometidos en sus enmiendas fueron tan descarados que, no obstante su primorosa presentación, su texto apenas fue seguido por editores posteriores, que preferían aún el de la edición DQ:M-1637-Martínez, con las modificaciones de DQ:Br-1662-Mommarte y algunas otras de DQ:M-1706-González;87 pero por lo menos sirvieron para levantar en los críticos españoles el   —151→   ánimo y el deseo de publicar una más seria edición, que será la de la Real Academia que pronto veremos.

DQ:M-1765-Martín/2ª moderniza por primera vez la ortografía de «Quixote», que pasa a «Quijote».88

DQ:M-1771-Ibarra dará a la obra otra ingeniosa novedad; la enumeración correlativa de los 52 + 74 = 126 capítulos; pero pronto decaerá tal uso.89

En 1780 la Real Academia Española, haciéndose eco de las protestas levantadas por la edición de Tonson, publica su primera edición, DQ:M-1780-Ibarra, monumental, lujosa y una de las más apreciadas por su calidad tipográfica y su papel. Substituye la vida de Cervantes por Mayans por la de Vicente de los Ríos; le añade un análisis del Quijote y un plan cronológico; restituye a la obra su título original de «El ingenioso hidalgo...» de DQ1, y lo hace pervivir también en DQ2, para cuyo título no acepta el «caballero»; mantiene la división cuatripartita sólo en DQ1; sigue exclusivamente, en vez del de la edición príncipe, el texto de DQ1:M-1605-Cuesta/2ª;90 y enmienda muchas de las correcciones de Tonson... para caer en otras de idéntico o parecido bulto. ¡La propia Real Academia Española! El alguacil alguacilado; y tan alguacilado, que la misma docta entidad, como veremos, tuvo que ir corrigiendo sus propios errores, en especial en su cuarta edición, de 1819.91

Paralelamente a la Real Academia Española en España, el Rvd. Bowle en Inglaterra trabajaba por su cuenta. Era un investigador de vocación, ajeno al éxito y a los resultados de los demás. Empezó por denunciar la duplicidad de ediciones de Cuesta en 1605 y acabó por   —152→   publicar la suya propia, DQ:Salisbury/Londres-1781-Easton,92 titulada «Historia del famoso caballero...» Se trata de un intento serio de reproducir el texto cervantino, con notas aclaratorias, lista y examen de variantes, explicación de alusiones e intentos de modernización. Pero tampoco se salva de los graves errores: para DQ1 le tiene más en cuenta la edición de DQ1:M-1608-Cuesta y no siempre acierta en sus lecturas. Debido a su escasa difusión en España entre el público, los editores posteriores no se fijaron mucho en el trabajo de Bowle: la Real Academia Española les había deslumbrado con su lujosa edición y su prestigio de autoridad académica. No obstante, la misma Real Academia Española tuvo que acoger algunas lecturas de Bowle en sus ediciones posteriores, segunda DQ:M-1782-Ibarra, tercera DQ:M-1787-Ibarra, y cuarta DQ:M-1819-Imp.Real, por lo que se refiere al cotejo de variantes entre las ediciones de Cuesta y Mey de 1605, hecho por Bowle.93

Pero ni la Real Academia Española ni Bowle fueron del gusto de Pellicer, otro gran cervantista reformador de reformadores, que dio a luz su edición, DQ:M-1797/8-Sancha, con el indiscutible mérito de acercar más al lector los comentarios para la buena inteligencia del texto. Muchas de sus observaciones dieron luego pie a posteriores comentaristas, y hoy en día, aún a pesar de haberse superado muchas de sus observaciones, es obra de imprescindible consulta para los eruditos.94

Pasada la confusión política y bélica española, la Real Academia Española publica su cuarta edición, DQ:M-1819-Imp. Real, que adopta definitivamente la moderna /j/ de «Quijote» y, aceptando la existencia de dos ediciones de Cuesta en 1605 denunciadas por Bowle, introduce varias enmiendas a las lecturas de sus ediciones anteriores. En un quinto volumen, añade la vida de Cervantes por Fernández de Navarrete.

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A fines del siglo XVIII y principios del XIX el desorden en el texto del Quijote no podía ser mayor: es casi comparable al de nuestros días. El lector disponía, a su sabor, de por lo menos tres grandes ediciones digamos «autorizadas»: Real Academia Española, Bowle y Pellicer (sin contar la ya anticuada de Tonson). Y los editores menores, que no sabían a qué carta atenerse, optaron por cualquiera de las tres indistintamente o por hacer de ellas una mescolanza, sin olvidar incluso resabios de ediciones anteriores. Y, como es natural, surgieron también los espontáneos, como en los sanfermines: el Rvdo. Felipe Fernández publica su DQ:L-1808-Varios, con la vida de Cervantes por Quintana, textos de la Real Academia Española y pretendidas mejoras que atribuye al propio Cervantes;95 García Arrieta, Oes:P-1826-Bosange, elucubra notas fantásticas, suprime las novelas intercaladas, se atreve a las mayores modificaciones;96 Bastús y Carrera presenta su DQ:B-1832-Gorchs anunciando notas que no aparecerán sino dos años más tarde, tomadas de la Real Academia Española, Bowle y Pellicer; y así usque ad nauseas.

En 1833 Clemencín empieza la publicación de su gran edición, DQ:M-1833/9 Aguado, la que ha tenido más repercusiones hasta la época moderna. Para el texto adopta aquellas lecturas de las primeras ediciones que más favorecen su criterio gramatical, sin perdonarle a Cervantes las imprecisiones propias de su tiempo; y esta crítica excesiva le ha valido a Clemencín las censuras de los comentaristas posteriores Sus comentarios de miscelánea cervantina son realmente valiosos y muchos de ellos fuente todavía para otros posteriores, cuando no se le calca literalmente.

Clemencín cierra el primer gran período de crítica cervantina. Todos los editores posteriores se ven precisados a seguir sus huellas, sin olvidarse tampoco de otras ediciones: Francisco Sales, DQ:Boston-1836-Varios («Nueva edición crítica»), seguramente por no contar con las anotaciones completas de Clemencín, se retrotrae a comentaristas anteriores;97 otra edición, DQ:M-1840-Est.Central, tiene la osadía de   —154→   anunciar en la portada «última edición completísima conforme al original primitivo»; otra, DQ:P-1844-Hingray, no es más que un resumen de comentarios mal escogidos de ediciones anteriores;98 Biedermann, DQ:P-1844-Didot, dejó sus comentarios inconclusos; Martínez del Romero, DQ:M-1847-Gaspar y Roig/2ª, añade por su cuenta algunas observaciones a la edición de Sales; Calderón, «Cervantes vindicado en ciento y quince pasajes del texto del ingenioso...», M-1854-Alegría, sale en defensa de las lecturas príncipes del Quijote; Morán, DQ:M-1862/3-Imp. Nacional, dice ajustarse estrictamente al texto de la edición de la Real Academia Española de 1819, con modernización de la ortografía según las más recientes normas de la misma Academia.

1863, año de Hartzenbusch, del aparatoso Hartzenbusch con sus OC:Argamasilla-1863-Rivadeneyra: una nueva vida de Cervantes, unas nuevas investigaciones por Cayetano Alberto de la Barrera, profusión de notas aclaratorias y un texto repleto de grandes errores y algún que otro acierto.99 Hoy en día sus comentarios son apenas apreciados, pero tenía más espíritu crítico del que se le supone. La imagen de un Hartzenbusch inmerso en otros quehaceres literarios postrománticos, ha dañado su imagen de crítico. Más tarde completará su labor, por lo que se refiere al Quijote, con la edición DQ:B-1871/9-López Fabra, en 4 volúmenes: dos para la reproducción en facsímil (la primera en el mundo) del Don Quijote en sus dos partes, uno para «Las 1633 notas...» al texto, y otro para la «Iconografía del Quijote».

Algunos años después Ramón León Máinez saca a luz su edición DQ:Cádiz-1876/9-La Mercantil, también con una vida de Cervantes y un texto injustamente olvidado por los críticos posteriores, pues fue uno de los editores que más empeños puso (pero, claro, siempre también con prejuicios personales) en acercarse al texto primitivo de las ediciones príncipes de ambas partes del Quijote.100

Díaz de Benjumea, DQ:B-1880-3-Muntaner y Simón, trabajó más en las anotaciones que en el texto. Presentó ideas nuevas e interpretaciones   —155→   sugestivas que hicieron pronto escuela, aun dada su fantasía, y consagraron el camino de interpretación esotérica del Quijote.101

Los últimos veinte años del siglo XIX fueron pródigos en ediciones: alrededor de un centenar102 y para todos los gustos. El Quijote podía leerse en su texto príncipe (ediciones facsímiles) o según los criterios de editores tan dispares como Tonson, la Real Academia Española, Bowle, Pellicer, Hartzenbusch... hasta el fantástico Díaz de Benjumea, a los que algunos editores innominados añadían por su cuenta y riesgo pasajes con nuevas lecturas. Thebussem (Pardo de Figueroa), Asensio,103 R. León Máinez citado, Janer y otros más,104 empezaron a levantar, con sus escritos y polémicas, una inmensa polvareda en torno a la urgencia de ediciones autorizadas de las obras de Cervantes, siempre puesta la vista en una mayor gloria de las letras hispanas: pero luego todo ello se   —156→   traducía no más que en proliferación de sociedades cervantinas, amigos de Cervantes, amigos de los amigos de Cervantes, literatura baratesca, nombramientos de caballeros y creación de quijotescas órdenes caballerescas... Las interpretaciones personales sobre el personaje don Quijote y su significación inundaban las librerías, y seguirían inundándolas hasta muy entrado el siglo XX.105

Ante tantos desmanes, Fitzmaurice-Kelly y Ormsby publicaron su edición, DQ:Edimburgo-1898/9-Constable, con pretensiones de seguir el texto de la edición príncipe, pero así y todo sin poder resistirse a la tentación de enmendar supuestos errores de Cuesta.106 No obstante haber sido muy discutida la presentación del texto en esta edición por parte de los críticos de la época (acaso, cabe creer, movidos más por resentimientos ciertamente inexplicables que por auténtica imparcialidad científica),107 será la que iniciará un nuevo estilo que servirá de modelo para las ediciones del siglo XX.

En el siglo XX, contrariamente a lo que podía esperarse, no se aclara mucho la situación. En su primera mitad, y actuando de revulsivo la celebración del centenario del Quijote en 1905, aparecen tres grandes comentaristas:108 Cortejón, Rodríguez Marín, y Schevill/Bonilla.

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Cortejón (y a su fallecimiento, Givanel/Suñé) preparó y publicó su edición, DQ:M-1905/13-Suárez, con anuncio de tanto aparato crítico como jamás podía sospecharse: cotejo de 26 ediciones diferentes, listas de variantes, notas abundantísimas, etc.,109 y jamás el fracaso fue tan total: a) la animadversión directa hacia Clemencín y otros comentaristas llevó a Cortejón a forzar lecturas realmente sin justificación alguna; b) los comentarios resultan largos y muchas veces extemporáneos; c) la autoatribución de ideas y soluciones resultó no ser siempre original; d) dejó de explicar muchos de los cambios introducidos y de justificar lecturas modernizadas;110 etcétera. Por todas estas razones hoy ha perdido casi todo el crédito que despertó en un principio y la lectura de sus comentarios resulta insoportable.

Más acertadas fueron las cuatro ediciones de Rodríguez Marín, DQ:M-1911/3-La Lectura111 en 8 volúmenes, DQ:M-1916/7-RABM en 6, DQ:M-1927/8-RABM en 7, y DQ:M-1947/9-Atlas en 10, pues ciertamente han ido arrojando no poca luz sobre muchos aspectos, más que textuales, de explicación de palabras y alusiones cervantinas, pues la transcripción del texto no se distingue precisamente por ser «crítica», como anunciaban estas ediciones,112 ni por ser siempre acertadas, como   —158→   era de esperar en tan docto cervantista; y por todo ello, y a pesar de sus apreciables aportaciones, dista mucho de ser el modelo a imitar que pretendía ser: de manera que hoy constantemente vemos que muchas de sus lecturas e interpretaciones son puestas en tela de juicio por otros investigadores. Siempre ocurre lo mismo cuando nos creemos en la posesión de la única verdad posible, y esto, en el caso de Cervantes, sabemos por experiencia que nunca puede ser conseguido. La dedicación constante e ininterrumpida en sus investigaciones sobre Cervantes y sobre su obra, llevó a Rodríguez Marín a rehacer muchas de sus lecturas y comentarios, unas veces declarándolo abiertamente y otras sin hacer mención de ello, como si el lector no pudiera percatarse.113

Con criterios mucho más interesantes desde el punto de vista actual, Schevill/Bonilla prepararon su edición de las OC:M-1914/41-Rodríguez/Artes Gráficas, en 18 volúmenes, cuatro de los cuales, DQ:M-1928/41-Artes Gráficas, corresponden al Quijote. En ella toman por base exclusivamente las ediciones príncipes, y aunque, según sus propósitos anunciados en los prólogos, se pretende ofrecer, por medio de claudators, paréntesis y notas al final, una auténtica lectura del texto primitivo, en numerosos casos este resultado no siempre se consigue, debido en parte a no seguir el mismo criterio estricto en todas las obras y en parte por incurrir en el tradicional sistema de modernizar el   —159→   texto al uso de la moda. Con todo, puede decirse que en cuanto al texto todavía sigue siendo la más apreciable de todas las ediciones modernas debido a su mayor proximidad a las ediciones príncipes y a no incurrir en lecturas disparatadas.114 Esto no obstante, veremos luego cómo el excesivo desprecio de Schevill/Bonilla hacia lo que debían considerar meras erratas tipográficas, no les salva de errores.

Las reacciones de los investigadores modernos no se hicieron esperar, y en verdad han dado buenos resultados en ediciones recientes, recientísimas algunas, demasiadas en variedad y en número. No es mi propósito enjuiciarlas una a una: alargaría demasiado este artículo y, además, no me siento capaz para una crítica severa de investigadores tan eminentes como Allen, Avalle Arce, Casalduero, Murillo, Riquer, Sabor de Cortázar/Lerner, o Alberto Sánchez. Pero sí creo necesario siquiera resumir las tendencias y los resultados de las nuevas corrientes editoras y aducir unos ejemplos muy ilustrativos.

Del examen de las casi cuarenta ediciones115 más o menos eruditas (cuidado del texto, anotaciones aclaratorias, comentarios, etc.) de los últimos sesenta años, se desprende: 1°: La pretensión, cada día más extremada, de querer ajustarse al texto de las ediciones príncipes: 2°: Pero también la persistencia en la ya larga tradición secular de transcribir y puntuar el primitivo texto según el criterio particular de cada editor: 3°: La modernización de la escritura, a veces radical a veces a medias, también según el criterio individualista de cada editor o las últimas corrientes en la materia: y 4°: La falta de profundidad en el examen y en la subsiguiente transcripción del texto, de manera que ni siquiera los críticos más concienzudos se ven libres de yerros, olvidos, lecturas incompletas, faltas de aclaración, etc. Cualquiera de estas modernas ediciones a que me refiero puede cumplir a la perfección, casi, los requisitos exigidos moderadamente por un lector de cultura media (unas con más detalles, otras con simples llamadas de atención), pero ninguna de ellas puede satisfacer al que maneje una de estas ediciones con miras a una investigación, y no hablemos del caso del erudito para quien nada debe quedar oculto ni pasado por el tamiz de otro.

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Voy a dar dos claros ejemplos demostrativos de la ligereza con que el Quijote se ha editado a través de los siglos y sigue editándose todavía. Uno hace referencia a la necesidad de una nota aclaratoria; el otro afecta a la lectura perfecta del texto. He tenido presentes, en estos dos ejemplos, todas las ediciones más o menos críticas que he mencionado hasta ahora más casi todas las que se han producido en los últimos sesenta años.116

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Primer caso117 (Don Quijote I, cap. 20:fo86v/16-20). En la tenebrosa noche de los batanes,

Sancho, para persuadir a don Quijote a que espere la luz del día para acometer su aventura, le dice que a lo que a mi me muestra la ciencia q aprendi quá-/do era pastor, no deue de auer de aqui al Alua / tres horas: porque la boca de la bozina està enci-/ma de la cabeça, y hace la media noche en la/ linea del braço yzquierdo.



Pues bien: casi todos los cervantistas se ven precisados a poner una nota aclaratoria para explicar que Sancho hace uso de un sistema pastoril para averiguación de la hora durante la noche, o para decir qué cosa es bocina, o ambas cosas a la vez; y alguno añade lo que luego se lee en el mismo texto: que Sancho no podía guiarse por las estrellas porque el cielo estaba nublado, etc. Pero ninguno de los comentaristas ha puesto atención de manera cierta en comprobar si, usando este reloj pastoril,   —162→   los datos facilitados por Sancho Panza (la boca de la bocina encima de la cabeza y sería la medianoche si estuviese en la línea del brazo izquierdo) dan realmente una hora equivalente a tres antes del alba. Veámoslo despacio.

Antes de 1925, de la larga lista de comentaristas solamente Bowle, Pellicer, Clemencín y Rodríguez Marín toman cartas en el asunto.118 Bowle (1781) se limita a dar una definición de la bocina. Pellicer (1797/8), haciendo un cálculo somero (y erróneo, como veremos) de este método pastoril, apunta hacia la realidad del cálculo de Sancho equiparando un cuadrante del círculo a tres horas para el alba. Clemencín (1833/9) describe mejor el método y precisa con más exactitud que del 24 a 25 de agosto (fecha probable de la aventura de los batanes) la medianoche se hace «un tércio del cuadrante más abajo de lo que aquí se expresa», pero prudentemente no se atreve a echar cálculo alguno sobre las horas que faltan para el alba en los supuestos de Sancho. Rodríguez Marín (1911/13) critica a Pellicer y Clemencín porque sólo «medio expresan... á lo menos, no lo expresan claramente» esta regla práctica, sin que, empero, él mismo la explique a su vez: y en su edición segunda (1916/7) amplía su primer comentario con otro con inclusión de una cita de Martín Cortés, de 1551, sobre descripción de este reloj nocturno-pastoril (y que, dicho de paso, es astronómicamente erróneo) y sigue, empero, manteniendo el silencio acerca de si Sancho Panza acierta o no en sus cálculos.

Solamente el P. Rufo Mendizábal, en «Más notas sobre el Quijote,» aparecido primero en RFE, 12 (1925), 180-84, y luego inserto en sus ediciones del Quijote (1926?, 1945, 1953, 1966), intenta dar una explicación del hecho para acabar diciendo que «Fingiendo Sancho en la aventura de las batanes (I, 20) que la boca de la Bocina estaba en la cabeza de la cruz, deducía que eran las tres de la madrugada -porque en aquel mes (agosto) la boca de la bocina tenía que estar a las doce en la línea del brazo izquierdo-, y que por tanto para el alba no faltarían tres horas». Pero resulta que no sólo es tan confuso como los anteriores comentaristas citados,119 sino que tampoco cae en la cuenta (como no   —163→   cayó Pellicer) que un cuarto de círculo (de las 9 a las 12 del reloj de bolsillo de su figura) no equivale a tres horas, sino a seis, según se deduce de dividir las veinticuatro horas de la rotación por cuatro (un cuadrante).120 De manera que, según su cálculo, faltarían seis horas para el alba. Pero tampoco esto es cierto, pues la realidad es que el 24/25 de agosto, fecha posible del caso de los batanes, la bocina hace la medianoche sobre una línea ligeramente más baja que la posición horizontal del brazo izquierdo, y que, debido al sentido levógiro de la rotación desde el punto de vista del observador, la situación de la bocina sobre la cabeza indicaría que en aquel momento preciso en que habla Sancho son o bien las seis de la tarde del día 24 o las seis de la tarde del día 25. En dicha fecha el sol sale, en la Mancha, alrededor de las cinco de la mañana (hora solar, claro), por lo que a las tres horas del alba pronosticadas por Sancho la bocina se halla en una línea situada a casi un tercio del cuadrante por debajo del brazo izquierdo, no sobre la cabeza. De ahí que las únicas conclusiones que pueden deducirse de todo esto (aparte de la impertinencia de Sancho a causa de las nubes de aquella noche) sean o que Sancho Panza no tenía idea de este sistema pastoril para averiguar la hora durante la noche, o que el espantoso estruendo de los aún no sospechados batanes había enturbiado sus facultades, o que se burla descaradamente de su amo... y que la única explicación que encontramos entre todos los eruditos cervantistas sobre el cálculo de Sancho no es acertada.

Pero a pesar de esto último, las ediciones posteriores al artículo citado y a la primera edición comentada de Mendizábal, o bien siguen sin comentar este pasaje, o bien advierten muy brevemente qué sea la bocina o que Sancho usa un sistema pastoril para las horas nocturnas, o bien los comentaristas que quieren extremar sus respetos hacia el   —164→   lector se remiten a la solución de Mendizábal, sin parar mientes en si es recomendable o no.121

Segundo caso122 (Don Quijote2, cap 74:fo279v/29-31). La pluma de Cide Hamete debe decir a los presuntuosos y malandrines historiadores: «Tate tate, follonzicos, de ninguno sea / tocada, porque estâ impressa buen Rey, para mi estaua / guardada».

Pues bien: ninguno de los editores posteriores a Cervantes ha caído en la cuenta que esta frase, tal como está grafiada y puntuada en la edición príncipe y en más de una de las primitivas ediciones, puede tener dos sentidos: Uno, estrictamente literal según su grafía, que sería, modernizada, «porque (la historia de don Quijote) está (ya) impresa, buen rey: para mí estaba guardada»; y otra, según el sentido, no de la grafía original, sino del romance que la frase remeda, y que sería, también modernizada, «porque esta empresa, buen rey, para mí estaba guardada».

Ninguna, repito, de las casi cien ediciones que he creído que valía la pena de consultar advierte la posibilidad de esta doble lectura; posibilidad ciertamente muy característica de la ironía de Cervantes. Todos se acogen únicamente a la segunda lectura, a excepción de Bowle (1781), que transcribe: «está impresa», y en las anotaciones hace referencia al romance, que puede leerse en la «Historia de las Guerras Civiles de Granada».123 A todo lo más a que llegan los restantes editores es a consignar que en la edición príncipe se lee «impresa», como queriendo significar que se trata de una forma arcaica de «empresa»; con lo cual, y al dejar de registrar la lectura príncipe de «está» acentuado, desechan una acepción en el sentido de la frase que bien pudiera ser la pretendida por Cervantes.124

  —165→  

Y: a) si la frase «está impresa» resulta realmente estar impresa tan a la vista en la edición príncipe; y b) si, además, la lectura «está impresa» juega y choca a la vez con la de «esta empresa» del conocido romance, produciendo la duplicidad de sentido que tan del gusto era de Cervantes; y c) si, en definitiva, ambos sentidos, «está impresa» y «esta empresa», son perfectamente admisibles, ¿por qué, entonces, todas estas ediciones, que se dicen críticas, que proclaman haber seguido fielmente el texto príncipe, etc., no tienen que transcribir la escritura original dejando a la vez constancia por nota de la posibilidad de una segunda lectura sugerida por el recuerdo del romance? No se comprende.

Los casos podrían multiplicarse hasta la saciedad y acabarían por confirmar lo que los dos que he expuesto anticipan: que falta aún mucho por recorrer, a pesar de la ingente bibliografía de obras que se anuncian como autorizadas, en la solución de problemas tan patentes y a la vez tan necesitados de atención como es la simple lectura material del texto.125




- II -

Si me he atrevido, en la primera parte de este artículo, a exponer datos y casos que quizás a más de un lector erudito le suenen a vulgaridades y harto sabidas o a nimios detalles propios de otra ocasión, no ha sido más que para hacer resaltar, con los antecedentes resumidamente expuestos, lo que en realidad ya está en el ánimo de todos los cervantistas:   —166→   que no obstante 1) la importancia de Cervantes como escritor, y 2) los afanes de multitud de editores eruditos y concienzudos, y 3) el tiempo transcurrido en tantos y tan variados intentos editoriales, hoy en día no existe, como no ha existido jamás, ninguna edición de sus obras capaz de satisfacer la curiosidad de los realmente interesados en conocer todo lo que sea posible conocer de sus obras. Peor aún: no sólo no existe esta edición, diríamos perfecta, integral en todos sus aspectos, de las obras de Cervantes, sino que desgraciadamente existen tantas imperfectas, parciales en sus interpretaciones, lecturas y comentarios, que a la fuerza tienen que despistar al lector antes que servirle de ayuda o colaboración, y menos de fuente, para sus investigaciones. Tamaña situación es, para nosotros y examinada fríamente, incomprensible, por más que nos detengamos en imaginar que el espíritu burlón de Cervantes desde el otro mundo esté gozando lo indecible con ella. Se impone, pues (y en esto creo que todos estarán de acuerdo), que se lleve a cabo una edición de las obras de Cervantes que, pudiendo ser considerada como definitiva hasta donde abarquen los actuales alcances de la ciencia,126 colme las necesidades de los lectores.

El problema es difícil y surgen las dificultades desde todos los puntos cardinales: desaparición de los manuscritos cervantinos, poca fiabilidad de las primeras ediciones, poca seguridad en si Cervantes tuvo o no tuvo posibilidad de corregir pruebas y si o no las corrigió, abundancia (mejor: diarrea) de criterios individualistas, distintos niveles culturales de los lectores... y hasta el propio genio tantas veces plurivalente de Cervantes, capaz de desorientar, cuatro siglos después, a los investigadores más sagaces. Es difícil, digo, el problema, pero no insoluble si nos limitamos a los elementos con que contamos, de cuyas lindes, por muchos esfuerzos imaginativos que hagamos, jamás debemos salirnos. Viene todo esto a cuento con motivo del propósito resucitado ahora en el seno de la «Cervantes Society of America»127 y que ha dado ocasión   —167→   para que en «CERVANTES», boletín de esta entidad, hayan aparecido tres artículos debidos a otros tantos prestigiosos cervantistas actuales. Me refiero en concreto a R. M. FLORES, «The Need for a Scholarly, Modernized Edition of Cervantes' Works» (2, [1982], 69-87), JOHN J. ALLEN, «A More Modest Proposal for an Obras Completas Edition» (2, [1982], 181-84), y DANIEL EISENBERG, «On Editing Don Quixote» (3, [1983], 3-24 y 160): todos ellos inquietados por el mismo problema y, a pesar de la profundidad de sus juicios, con soluciones que desde un punto de vista absolutamente objetivo, no pueden ser aceptadas para una edición definitiva de las obras de Cervantes.

FLORES propone en resumen, si no he leído ni entendido mal su artículo, que para una edición erudita el editor debe, después de un profundo estudio de los usos ortográficos y tipográficos de la época, intentar reconstruir la ortografía original de Cervantes, salvando así el texto de los errores, alteraciones y caprichos de los cajistas de las ediciones príncipes que han llegado a nosotros; y que para una edición de uso más general es aconsejable modernizar toda la ortografía e incluso el lenguaje. Ambas soluciones me parecen una fantasía, y hallo muy acertados los reparos de Allen y Eisenberg, a cuyos artículos citados me remito y aún por mi cuenta me atrevo a añadir algunos más.

En primer lugar, la tarea de restituir la escritura y el lenguaje que usaba Cervantes es una tarea no ya difícil, ardua, etc., sino que incluso yo la calificaría de imposible en tanto en cuanto no se tengan a la vista sus manuscritos originales. Si está visto y comprobado que, sin adentrarse siquiera en meras suposiciones ortográficas, sólo con la posibilidad de que una frase cambie de sentido al leerla puntuada de una manera o de otra (siendo ambas puntuaciones posibles), ha habido, y seguramente seguirá habiendo, tantos puntos de vista diferentes cuantos han sido los críticos que han opinado, ¿qué no ocurriría si nos atreviésemos ahora a querer sentar cátedra con respecto a los usos particulares que pudiera haber practicado Cervantes en su escritura? Otrosí: y presupuesto que atinásemos plenamente al descubrir las preferencias ortográficas de Cervantes, si Cervantes con la edad, el avance de su técnica, etc., cambió de preferencias y aún así pudiésemos localizarlas con toda precisión, ¿con cuáles de estas preferencias nos quedaríamos:   —168→   con las de las fechas de las primeras redacciones (suponiendo que también las averiguásemos) o con las de publicación de las obras acaso realizadas sin su intervención? ¡Santo cielo: y qué de soluciones todas válidas pero diferentes, después de creer haber salvado lo prácticamente insalvable! Ítem más: si, no ya los usos vulgares, sino incluso los científicos de la época de Cervantes, en cuanto a normas ortográficas, eran tan inseguros y vacilantes, hecho que es atendido por todos los filólogos actuales, ¿cómo pretender, desde aquí y ahora, crear una normativa para regularizar la escritura de un determinado autor? Flores se mueve, a lo que imagino, incitado por sus detenidos estudios sobre cómo los cajistas debieron desgraciar el manuscrito cervantino del Quijote 1, y atribuye la desigualdad tipográfica de la obra al hecho de que estos cajistas, que dice que estaban repartidos en cuatro equipos diferentes, cada cual con sus criterios ortográficos propios y diferentes de los demás, introdujeron en las partes que en el reparto de la obra les cupo en destajo sus preferencias ortográficas, y ello explicaría, siempre a juicio de Flores, la falta de uniformidad en toda la composición de la edición príncipe del Quijote.128 Todo el esfuerzo realizado por Flores es,   —169→   desde un punto de vista teórico y hasta tomado como una eutrapelia científica, admirable: pero ninguna conclusión práctica podemos sacar   —170→   de todo ello. Es más: hasta me atrevería a decir que sería contraproducente llegar a saber indubitadamente que el cajista Juan, por ejemplo,   —171→   tendía a abusar de las comas y que el cajista Pedro tendía a suprimirlas: siempre quedaríamos con la duda de cuántas comas puso de su mano Cervantes; y cuando supiéramos cuántas puso materialmente, así y todo alguien suscitaría nuestras dudas al preguntarse cuántas en realidad tenía intención de poner... Es posible que algún día lleguemos, por obra y magia de los adelantos de la ciencia, a poder grabar incluso la misma voz de Cervantes, ahora perdida en el éter de nuestro aún poco conocido espacio en que vivimos. Enhorabuena. Quizás ello nos desvele profundos misterios o nos introduzca nuevos interrogantes; no sabemos. Pero, mientras tanto, no tenemos más remedio que apoyarnos sobre lo que por ahora constituye nuestra única fuente de conocimiento: la obra impresa, con todos sus defectos, ajenos o debidos a Cervantes, sin olvidar, claro está, las sugestiones de todos los investigadores que nos han precedido, tomadas, empero, en su justa medida, y nada más.

El proyecto para una edición modernizada al gusto propuesto por Flores (con el ejemplo más claro de vuesa/vuestra merced que pasaría a ser   —172→   el actual usted),129 más suena a una salida de tono hacia el campo de la expectativa experimental (y ya Dios dirá qué ocurriría con ello), que a resultado de un examen concienzudo de investigador crítico sin apetencias de novedades editorialescas. Por los mismos principios para hacer que Sancho Panza trate de usted a don Quijote llegaríamos (afinando más los argumentos que Allen le opone) a sustituir a Rocinante por un jeep procedente de desguace de la última Guerra mundial. Una fantasía más de las muchas que abundan ya sobre nuestro personaje.

ALLEN, en su artículo, califica su propia propuesta de editar las obras de Cervantes de «más modesta». Debo aceptar sus atinados reparos a Flores, pero no me es posible admitir que la solución del problema consista en presentar una edición modernizada en la forma y siguiendo el ejemplo de su edición publicada en Ediciones Cátedra. Como cuestión de principio (y aún sin pensar en los extremos radicales de Flores), creo que todo investigador debe rechazar cualquier edición «modernizada» como única solución para disponer de un texto cervantino (o de otro autor de siglos atrás), cualquiera que sea el criterio de modernización que se hubiera escogido. Una edición modernizada, aunque se   —173→   contenga en los límites de una «leve» modernización, refleja, por encima de lo que sea la esencia misma de la obra y de su autor primitivo, el espíritu de su editor modernizador, su interpretación, su gusto personal; y la máxima utilidad a que puede aspirar esta edición modernizada consiste, a lo sumo, en facilitar una más cómoda lectura al lector mediano para quien las sutilezas del lenguaje arcaico no tienen interés alguno; pero jamás satisfará las exigencias de un lector crítico, que desea, más que «leer», poder «consultar» el texto de la obra sin la interposición (por lo demás sólo anunciada en el prólogo y no reflejada en cada pasaje modernizado) de una modernización debida a otro criterio que puede ser muy dispar al suyo. Si supiéramos que una determinada modernización iba a resistir los embates del tiempo, por lo menos de cierta unidad de tiempo bastante larga, aún podríamos recurrir a este sistema. Pero ahí están los ejemplos de lo que ha ocurrido y que presagian lo que seguirá ocurriendo: que lo que fue válido para ayer ya no lo es hoy, y lo que es válido para hoy ya no lo será mañana. Ninguna de las múltiples ediciones que he mencionado en la nota 117, debidas a eminentes profesores y todas ellas recomendables desde el punto de vista del lector medianamente culto, ninguna de ellas, repito, satisface el gusto de los eruditos. Cito estos casos para no remontarme a los infortunados intentos anteriores al siglo XX que he resumido en el apartado I. Como edición «modesta», es válida la propuesta por Allen; como edición definitiva, no. He aducido antes dos claros ejemplos de cómo los editores pasan por alto temas y detalles que pueden y deben merecer mayor respeto y mejor consideración; y ¿vamos a incurrir ahora en los mismos defectos de falta de atención hacia el texto primitivo? Quisiera que se me entendiera bien: no es mi intención desprestigiar, ni muchos menos, la edición de Allen ni la de cualquier otro de los respetables cervantistas que he citado. Cumplen su finalidad siempre dentro de un nivel general hacia el lector no erudito, y en este sentido su labor es digna de encomio. Lo que quiero decir es que ninguna de las ediciones que conozco puede merecer la categoría de «definitiva», por la sencilla razón de que todas parten de un método de trabajo lleno de puntos de mira tan cómodos y personales que a la fuerza ello tiene que perjudicar el resultado final a nivel científico.

Me parecen razonabilísimos los argumentos de EISENBERG en su artículo a que me he referido; pero, a mi juicio, incurre en un grave error; sus pretensiones se concretan a un público determinado, el de habla inglesa.130 No es que yo esté en contra (¿cómo puede uno   —174→   estarlo?) de las ediciones para uso de lectores no castellanos, y creo incluso que sería una magnífica labor conseguir (con algunas limitaciones a lo que propone Eisenberg, pero que no voy a examinar ahora) la edición que defiende el citado crítico; pero creo también que no puede llegarse nunca a la perfección de lo que él formula, si primero no se llega a la edición única, imparcial, no tendenciosa, que sirva de base para las demás ediciones de todo tipo: para estudiantes y para no estudiantes, para norteamericanos y para nipones. En una palabra: la primera edición que hay que llevar a buen término es una editio mater, sobre la cual el erudito podrá investigar y el profesor podrá elaborar la edición que más convenga a sus alumnos. Desconozco en absoluto los problemas que en los Estados Unidos puede suscitar la enseñanza de Cervantes, y por eso no puedo valorar la bondad de la propuesta de Eisenberg. Mas sí creo poder deducir, generalizando sus criterios de modernización, que aunque sean por sí acertadísimos desde las premisas que previamente expone, siempre estarán expuestos al mismo peligro a que me he referido al tratar de la propuesta de Allen. Los mismos ejemplos que ofrece Eisenberg en su artículo, sobre pasajes del Quijote mal puntuados hasta ahora, son muestras que refuerzan lo que ya nos ha enseñado la experiencia a través de la historia de las ediciones del Quijote: que toda interpretación crítica que pretende ser resolutiva está expuesta a un fracaso.

Por esta razón, de las propuestas que sugiere Eisenberg sólo puede aceptarse aquella que va encaminada a una «edición DEFINITIVA del texto de Cervantes»:131 «an edition for cervantistas, to be consulted rather than read... This edition would eventually be the source for the text of editions of the types outlined above,132 and would be used for linguistic study» (p. 16). Bien está, mas no veo aceptables ni el método ni la presentación que al fin propone (compulsar sólo un número máximo de   —175→   ejemplares, ahorrar aclaraciones de variantes, intercalar lecturas correctas, etc.), pues siempre, de seguirse su criterio, quedaría la duda de si este criterio sería aceptado por la posteridad como único válido «for linguistic study». Lo que se impone, a mi juicio, es neutralizar totalmente nuestras preferencias, incluso nuestros conocimientos lingüísticos, evitar tendencias aunque estén respaldadas por principios que ahora nos parecen perfectamente científicos, etc., etc., y, por contra, trabajar de forma absolutamente como quien dice mecánica a fin de limitarnos a poner al alcance del investigador, del crítico, del curioso que quiera profundizar en la realidad de los textos cervantinos, los únicos elementos probatorios que estén a nuestro alcance. Toda suposición que nazca de nuestro personal criterio no será más que esto: una suposición; y, por ello, no nos es lícito elevarla a la categoría de realidad que no pueda ser discutida. De estos tres trabajos a que me he referido (Flores, Allen, Eisenberg) sólo he entresacado aquello que interesa a los fines de una edición de las obras de Cervantes. Pueden admitirse, no cabe duda alguna, muchas de sus otras valiosas aportaciones sobre detalles y aspectos que ayudan a mejor comprender extremos particulares de los escritos cervantinos y de sus impresores (el vuesa/vuestra de Flores, la mesurada actitud de Allen, las noticias sobre Cuesta de Eisenberg, etc.). Pero, repito una vez más, si nos limitamos a lo que realmente interesa, o sea, la edición «definitiva» de las obras de Cervantes y cómo debe ser presentada, me es forzoso concluir, tras la experiencia que se deduce de lo expuesto en el apartado I y de lo que acabo de exponer en el presente, lo siguiente:

1°. Que, por la razón que sea (falta de manuscritos, torpeza de Cuesta, usos de la época, etc.), no hay ningún texto, entre los primitivos de las obras de Cervantes, que satisfaga enteramente a críticos e investigadores y además sirva para uso de un lector medianamente culto.

2°. Que ninguna, entre las innumerables ediciones que con pretensiones más o menos críticas se han producido a lo largo de casi cuatrocientos años de bibliografía cervantina, puede merecer el calificativo deseado de «definitiva».

3°. Que la razón de esta falta de «definitibilidad» estriba, así de sencillo, en que cada editor ha trabajado con demasiada ligereza y ha pretendido, a pesar de ello, hacer imperar su criterio interpretativo personal sobre el estrictamente objetivo. En una palabra: el exceso de imaginación ha perjudicado la realidad. Y como resultado patente de todo ello es que edición tras edición se han ido acumulando las rectificaciones, las rectificaciones de rectificaciones, etc.

  —176→  

4°. Que cualquiera de las soluciones sugeridas recientemente, y que he examinado en este artículo, vistas las interpretaciones personalísimas a que se les condiciona, no constituirán jamás ninguna edición definitiva, sino a lo sumo otra, otras, de tantas ediciones más que sumar a la pila de las que ya conocemos.

5°. Y que, vista la necesidad de poner orden a todo ello y de realizar un trabajo definitivo que contenga la edición definitiva de las obras de Cervantes, la primera meta que hay que proponerse es la publicación de estas obras en forma tal que sirva para todos los ulteriores trabajos cervantinos, entre los que cuento ediciones comentadas, ediciones modernizadas, ediciones vulgarizadas, concordancias, estudios gramaticales, etc., etc., y todo lo que tengan a bien los profesores y eruditos e investigadores.

Y así, para empezar, creo imprescindible que esta editio mater de las obras completas de Cervantes se haga por partida doble pero siguiendo un cierto orden preferencial: Una edición ÍNTEGRA DEL TEXTO para uso de críticos e investigadores y posteriores editores,133 y una edición COMENTADA para uso también de críticos, investigadores, editores, etc., interesados en conocer, aparte de los problemas textuales, todos los restantes aspectos, desde gramaticales hasta anecdóticos, de los escritos de Cervantes.

Desarrollaré el método y la presentación que propongo en el apartado que sigue.




- III -

1. Habida cuenta de la imposibilidad, por el momento, de recobrar, sin temor a equivocaciones, el texto de los manuscritos cervantinos o, lo que es lo mismo, el texto que Cervantes pudo haber escrito, no queda más solución que atenernos a los textos de que disponemos, es decir, a las ediciones por él convenidas con las primeras casas editoriales. Pero, habida cuenta también de la cantidad de erratas, textos confusos, enmiendas posteriores al parecer justificadas, etc., y en especial   —177→   este ser y no ser que en sus intenciones plantea siempre el espíritu irónico, hipócrita en algún sentido, plurivalente en soluciones, de Cervantes, la edición actual de los textos primitivamente tan malamente impresos debe contener el registro de todas las variantes que se hallan en todas las primitivas ediciones. Y, finalmente, deben tomarse también en consideración las lecturas e interpretaciones de las ediciones posteriores, unas veces porque resultarán aportaciones positivas al mejor conocimiento de los textos y otras porque, cuando menos, pueden ser interesantes como datos anecdóticos.134 Este es, a mi modo de ver, la única manera posible de aunar los defectuosos elementos primitivos con que contamos con la oferta al investigador de todas las posibilidades que estos mismos elementos ofrecen o pueden ofrecer, y a la vez la única forma capaz de facilitar que el investigador trabaje por su cuenta sobre el material que con esta edición, así de neutra y desprovista de toda sugestión personal, se le haya puesto en las manos. Y él, luego, que saque las conclusiones que más se acomoden a su saber y entender.

Y considero necesario actuar del modo que propongo a continuación, referido sólo al Quijote I, pero con líneas generales que se adaptan para las demás obras de Cervantes.

PRIMERO:

a). Compulsar fielmente todos los ejemplares de la edición príncipe, DQ1:M-1605-Cuesta/1ª, a fin de registrar todas las variantes existentes en ellos.135

Sabido es que durante la impresión, manual en la época, se corregían a menudo erratas observadas a medida que salían los pliegos de las prensas136 y otras producidas porque se gastaban o caían algunos tipos.   —178→   A veces también las enmiendas podían obedecer a cambios de ajuste de algunos tipos. Si todos los ejemplares se hubieran encuadernado siguiendo el mismo orden de impresión de los pliegos y cuadernillos (por ejemplo: de una tirada de 1000 ejemplares, el número 1 formado por todos los cuadernillos impresos en primer lugar, y el número 1000 por todos los impresos al final), con cierta paciencia y aún exponiéndose a errar podría tal vez determinarse el orden de impresión de los ejemplares que ahora se conservan. Pero me temo que esto sea tarea de resultado inseguro, y así devendría problemático todo intento de calificar un determinado ejemplar con más méritos para ser reproducido que los restantes de la misma edición. Por otra parte, acudir al sistema de ir escogiendo, rebuscando diríamos, aquellos folios más fiables entre todos los ejemplares existentes, sería un sistema bueno solamente para fines estéticos en una edición facsímil, pero no para una edición científica, pues a la hora del registro de variantes crearía un confusionismo innecesario.137 No queda, pues, otra salida que, una vez examinados todos los ejemplares que hoy se conservan, escoger el que se halle en mejores condiciones de impresión del texto para que sirva de texto básico.138

Este texto básico para la edición íntegra del texto debería ser registrado con respeto total y absoluto hacia el original, y en su lugar correspondiente (ya explicaré cómo) deberían ser registradas todas las variantes halladas en todos los demás ejemplares de la misma edición, con indicación de su procedencia.139

  —179→  

b). Hacer la misma operación con los ejemplares de las ediciones DQ1:M-1605-Cuesta/2ª y DQ1:M-1608-Cuesta, para hallar sus variantes respecto a la edición príncipe del mismo impresor, ya citada.

c). Cotejar también las ediciones contemporáneas no impresas por Cuesta, agrupando el cotejo por impresores: DQ1:Li-1605-Rodríguez, DQ1:Li-1605-Crasbeeck. DQ1:V-1605-Mey/1ª y /2ª, DQ1:Br-1607-Velpius, DQ1:Mi-1610-Locarni/Bidello, DQ1:Br-1611-Velpius/Antonio, DQ1:Br-1617-Antonio, y DQ:B-1617-Varios, que ya junta las dos partes.

No sé si la norma admitida que cita Eisenberg (p. 18), de limitar a cinco o seis los ejemplares consultados de una misma edición para asegurarse de una lección correcta de su texto, puede ser aplicable al texto cervantino. En todo caso sería aconsejable consultar el mayor número de ejemplares.140

Entiendo que de las variantes de estas ediciones, cuyos impresores no debieron tener a la vista ningún manuscrito cervantino y en las que Cervantes con toda probabilidad no debió tener intervención alguna, sólo hay que aprovechar aquellas que pueden arrojar alguna luz sobre vocablos o locuciones obscuras, es decir, aquellas que pueden orientarnos acerca de los conocimientos que sobre puntos hoy en día confusos podían tener los impresores y los lectores de Cervantes de aquella época. No quiero decir que tengan que aceptarse como válidas dichas variantes delatoras de posibles interpretaciones coetáneas de Cervantes, sino sólo significar la necesidad de que sean expuestas al erudito como datos de trabajo.141 Las simples correcciones ortográficas de las ediciones no impresas por Cuesta, no creo necesario registrarlas, y en todo caso podrían registrarse aparte para estudios complementarios sobre ortografía y fonética general del siglo XVII.

  —180→  

d). De todas las ediciones posteriores realizadas por editores serios y competentes (y aquí un gran signo de interrogación), registrar aquellas lecturas de vocablos y pasajes que difieran del texto primitivo. Naturalmente, no interesan, de estas ediciones, las simples correcciones ortográficas ni sus criterios de modernización, de lo que podría darse noticia en la sección de bibliografía que acompañaría a esta edición íntegra del texto.

e). Tener presente, para casos dudosos, las traducciones a otros idiomas, en especial las primeras.

f). Además del texto íntegro y fiel indicado, darle una segunda transcripción, esta vez con los debidos signos de puntuación según el uso actual y a los únicos fines de facilitar la lectura. Vuelvo sobre este punto inmediatamente, para precisarlo mejor.

SEGUNDO:

Una vez obtenido todo este material, debería publicarse teniendo especial consideración a las siguientes recomendaciones:

1ª. El texto íntegro y fiel (a) debe ser rigorosamente reproducido a plana y renglón del original de la edición príncipe, sin intentar siquiera forzar la densidad de impresión para conseguir una justificación del margen derecho. Esta rigurosidad debe extenderse hasta el extremo de conservar la S alargada y las varias grafías del grupo S + T, los casos de abreviaturas en su totalidad (V. M., u = um, un, q = que, etc.), la omisión de guión de separación al final de línea, etc. El texto de las variantes (b a d) tampoco debe ser modificado.

2ª. El texto debidamente puntuado (f) debe seguir conservando la misma rigurosa similitud con el texto íntegro fiel, excepto en su puntuación y en la señalización de párrafos. La finalidad de este segundo texto puntuado no es más que indicativa a los efectos de una correcta y fácil lectura de la frase; y, como es lógico, en caso de dudosas y/o dispares lecturas de un mismo pasaje, debería hacerse mención de las variantes dadas por los editores anteriores y advertir siempre que la lectura propuesta por nuestra edición es la que consideramos más correcta, pero sin defenderla a ultranza.

Este texto puntuado debería seguir también a plana y renglón el texto príncipe, y a fin de no salirse de la misma línea en los apartes y en las entradas de diálogo, ello se indicaría con debidos signos (guiones, comillas, etc.). Como este texto puntuado se imprimiría (cfr. luego)   —181→   careado con el texto íntegro, no es preciso usar de corchetes, ni cursivas, ni otros distintivos, para señalar los cambios o modificaciones de puntuación introducidos: el lector podría siempre remitirse, sin dar siquiera la vuelta a la hoja, al texto íntegro.

TERCERO:

Sugiero la presentación de todo este material en tomos tamaño folio o similar, y con la siguiente distribución:

  • El texto íntegro, siguiendo la misma foliación que la edición príncipe.

  • El texto puntuado y señalizado, en folios intercalados entre los del texto íntegro, de manera que cada una de sus páginas diera la cara a la página respectiva del texto íntegro.

  • Los renglones de ambos textos, numerados (con los titulillos fuera de la cuenta) de cinco en cinco, según es costumbre.

  • En las partes inferiores de cada texto se registrarían las variantes, a ser posible las ortográficas debajo del texto íntegro y las de lectura debajo del texto puntuado. Para caso de variantes abundosas en una misma página o de alguna sola variante con necesidad de mucho espacio (pienso en el caso más claro: el robo del rucio), se habilitarían uno o más folios fuera de la foliación príncipe.

  • Se usarían diferentes caracteres tipográficos para distinguir a primera vista los diferentes materiales recogidos (textos, variantes, etc.) y las referencias precisas (citas, indicaciones para localización de variantes, comentarios, etc.).

  • Finalmente (pero quedan aún otros muchos detalles), además de la foliación príncipe se consignaría la paginación total numerada.

Doy un ejemplo gráfico de un folio cualquiera de la edición príncipe tal y como resultaría reproducido:

  —182→  

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CUARTO:

Para la edición de la segunda parte del Quijote (1615) se seguirían los mismos métodos y principios, y las ediciones a tener en cuenta serían DQ2:M-1615-Cuesta para el establecimiento del texto íntegro, y DQ2:Br-1616-Antonio, DQ2:V-1616-Mey, DQ2:Li-1617-Rodríguez y la citada de las dos partes DQ:B-1617-Varios para las variantes de las ediciones coetáneas.

Y así, por un igual, para las demás obras. Los problemas particulares que surgieran con respecto a algunas obras determinadas, creo que podrían ser fácilmente resueltos. El texto de Bosarte sobre el desaparecido manuscrito de Porras, de Rinconete y Cortadillo y El celoso extremeño, sería publicado aparte, como complemento a la edición de las Novelas ejemplares. Dada la poca fiabilidad en cuanto a la ortografía de este texto, no haría constar sus variantes en la edición íntegra del texto; sólo, en todo caso, las variantes léxicas. La Numancia y El trato de Argel plantean problemas algo diferentes de las otras obras mayores, puesto que se conservan en manuscritos casi coetáneos de Cervantes pero no fueron impresas sino mucho después de su muerte, M-1784-Sancha. Su caso requiere un estudio de los manuscritos, que daría la fijación de un texto quasi príncipe, y luego el registro de las variantes a partir de la indicada edición de Sancha. Las restantes obras sueltas literarias sufrirían el mismo tratamiento válido para las obras mayores. Con respecto a las obras solamente atribuidas, soy partidario de la máxima reserva: sólo deberían ser admitidas en caso de que su paternidad resultase   —183→   indubitadamente segura. Ello no obstante, nada impide que con estas reservas sean también publicadas.

2. Esta edición íntegra del texto no sería un trabajo perfecto si no se completara con otros, a saber:

En primer lugar, la correspondiente INTRODUCCIÓN explicativa, desde la formación de la Comisión editora hasta las clásicas tabulae gratulatoriae, y con expresa noticia de las ediciones anteriores de obras de Cervantes que se hubieren examinado y tomado como base de la presente.

En segundo lugar, una BIBLIOGRAFÍA generalizada (la especializada sería para otra ocasión) de las obras de Cervantes referida a las tendencias manifestadas en sus transcripciones y modernizaciones de los textos, y con mención también de aquellas obras de autores diversos que han propuesto o dado soluciones totales o parciales a dichos textos.

En tercer lugar, unos CATÁLOGOS DE VARIANTES. En realidad, todas estas variantes se hallarían ya registradas en la misma edición íntegra del texto, por lo que este trabajo complementario cumpliría otras dos finalidades: agrupar las variantes, sea por ediciones, sea por vocablos, y examinar las consecuencias que de todo ello podrían derivarse en cualquier sentido.

Tanto da que estos trabajos sean publicados por separado como que formen un solo cuerpo con el título de «Introducción» u otro parecido, y en uno o varios volúmenes, los precisos para contener toda la materia.

Pero tanto o más imprescindibles que los estudios parciales anteriores, son las CONCORDANCIAS del léxico cervantino. Una tentativa sobre este tema, todavía en curso de publicación (ENRIQUE RUIZ FORNELLS, Las concordancias de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Madrid 1976/... Eds. Cultura Hispánica: t.I, 1976, letra A; t.II, 1980, letras B-CH; y con anuncio también de las concordancias del Quijote apócrifo),142 me obliga a salirme un poco de los límites propuestos en este   —184→   artículo, a fin de recomendar muy seriamente que, sea quien sea el que lleve a término tan delicado trabajo, no incurra en los gravísimos errores de estas ya iniciadas concordancias a que me refiero; y para ello, me atrevo a sugerir las características principales que unas correctas concordancias del léxico cervantino deben reunir:

1ª. Abarcar la totalidad de la obra cervantina. (Y olvidarse de los escritos apócrifos, como es lógico.)

2ª. Estar basadas exclusivamente en el texto íntegro y respetar su ortografía original en las citas, incluso indicando cambio de línea o renglón mediante la ayuda de una barra/143 pero agrupándolas bajo epígrafes de la voz matriz en su ortografía actual, moderna. Ejemplos:144 a) El término ahora se encabezará con el epígrafe o voz de entrada AHORA y agrupará todas las formas (que respetará en sus correspondientes citas) originales de ahora, agora, aora y también a hora (si la hubiere en el sentido de «ahora»), y en las entradas AGORA, AORA, A HORA, HORA (A), habrá el correspondiente signo de remisión a la de AHORA;145 b) El término asimismo o así mismo se encabezará con el epígrafe o voz de entrada ASIMISMO y agrupará todas las formas que se hubiesen registrado, assimismo, assi/mismo, assi mismo, assimesmo, assi/mesmo, assi mesmo, ansimismo, ansi/mismo, ansi mismo, ansimesmo, ansi/mesmo, ansi mesmo y en las entradas ASIMESMO, ASSIMESMO... ASI MISMO, ASI MESMO... ANSIMISMO, ANSIMESMO... MISMO (ASI), MESMO (ASI), etc, habrá las remisiones a ASIMISMO;146 c) Lo mismo para el término mismo en sus dos formas mismo y mesmo.147

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3ª. Agrupar todas las formas originadas por género, número, tiempo, etc., bajo la voz matriz, al uso seguido en los diccionarios,148 y las palabras matrices o voces de entrada dispuestas por riguroso orden alfabético.149 En todo caso debería llamarse la atención sobre aquellas formas con función fácilmente confundible con otras, como por ejemplo participios verbales y adjetivos.

4ª. Agrupar las voces con sentido propio aunque formen contracción con otras. Ejemplo: sub voce A se agruparán todos los casos de la preposición a suelta más a contractada con el, al, y sub voce EL se agruparán todos los casos del artículo el suelto más, aunque suponga repetición, los de el contractado con a, al (que serán los mismos de antes); y además la voz AL se remitirá a las voces A y EL.150

5ª. Atender a la clasificación de los términos según su estado de formación actual (al igual que su estado ortográfico dicho en 2ª). Por ejemplo, el caso expuesto de asimismo y sus varias formas gráficas. Otro ejemplo: debe existir una voz de entrada ALARMA para comprender lo que abarca el término actual «alarma», aunque creo que no se halla escrito así ni una sola vez en todo Cervantes, y registrar bajo esta grafía todas las veces que dicho concepto se halla expresado bajo otra grafía al uso de la época, al arma o solo arma,151 y sub voce ARMA, además de registrar el concepto de «arma» en sí, contendrá   —186→   igualmente remisión a ALARMA para los casos del concepto actual de «alarma».

6ª. No limitar cada cita a un número máximo de palabras antes y después de la concordada, pues ello puede acarrear citas incompletas, sino a todas las palabras que completen la oración, o al menos el sentido gramatical, a que cada término concordado pertenezca.

7ª. Estar ordenados los términos concordados, dentro de cada epígrafe o voz de entrada, par riguroso orden de aparición dentro de cada obra de Cervantes, y éstas dispuestas por orden riguroso de su primera aparición: La Galatea (1585), Don Quijote 1 (1605), Novelas ejemplares (1613), Viaje del Parnaso (1614), Comedias y entremeses (1615), Don Quijote 2 (1615) y Persiles y Sigismunda (1616), y luego El Trato de Argel y La Numancia (1784), y las obras menores al final (o, acaso, en primer lugar).152

8ª. Contener, cada cita, la indicación de la situación de la palabra concordada: obra, capítulo (o acto), folio y renglón.

9ª. Registrar también las variantes ortográficas según se hubieran recogido en la edición íntegra del texto. Esto puede acarrear una cierta confusión y un aparato realmente inútil. Tendría que estudiarse con tiento una solución.

10ª. Establecer la debida distinción en caso de palabras homógrafas, al estilo de los diccionarios; y, si es posible y no tiene que suscitar controversias entre los gramáticos y lingüistas, indicar, en un casillero, aparte, la acepción en que, en cada caso, es usado en el texto de la cita el término concordado. Por ejemplo, sub voce CABALLERO: caballero del Bosque, armar caballero, caballero sobre el caballo Pegaso, en algún revellín o caballero, representan acepciones distintas de un mismo término que cualquier diccionario lexicográfico agrupará bajo un mismo epígrafe. Pero si acudimos al ejemplo de la voz LEON, el caso no es tan sencillo: en el Quijote registro el furibundo leon Manchado (DQ1,283ª/9 Leon Hebreo (DQ1,7ªh/9), Leon de España (DQ1,22v/15), Montañas de Leon (DQ1,230a/3) o Mõ/tañas de Leon (id,259v/2), Manuel de Leon (DQ1,297v/29 y DQ2,62ª/25), Cauallero de los Leones (DQ2, passim) y leon, leones, leoncitos (passim). No hay duda de que el vocablo merece varias entradas, y así se hallarían en un diccionario enciclopédico: nombre de varón, nombre geográfico, nombre de animal, apellido, etc., con etimologías diferentes. Dejo la cuestión a la competencia de los lexicógrafos.153

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11ª. Contener, además, unas llamadas de atención hacia los otros términos que, no siendo propiamente deformaciones por accidentes gramaticales, tienen relación directa con el término o la voz de entrada. En el caso mencionado de LEON tendría que haber sus recordatorios para LEONERO, LEONADO, LEONÉS, etc.

12ª. Y etcétera. Un estudio más profundo del tema, aquí sólo esbozado, nos conduciría a otras exigencias que no podrán ser olvidadas si queremos ofrecer al usuario consultante de estas concordancias todos los elementos precisos para el objeto de sus consultas.

Bien. Uno piensa, además, en otros muchos trabajos complementarios de esta edición íntegra del texto, pero opino que con las expuestas, que son las imprescindibles, se coronaría con éxito la empresa.154

3. Trataré con más brevedad de la edición comentada.

Más que una edición más, sería una recopilación de comentarios sobre interpretaciones y explanaciones de palabras (no en su sentido textual, que pertenece a la edición íntegra del texto), pasajes oscuros, alusiones, circunstancias, nombres propios, etc., contenidos en los escritos de Cervantes, y cuya exposición igual puede hacerse siguiendo un orden alfabético, o analítico, o, más cómodo, siguiendo el mismo texto cervantino y luego los índices complementarios.

Estos comentarios constan en ediciones y en obras y artículos sueltos publicados aparte del texto, y deberían ser recogidos todos, aun dada su casi innumerabilidad. Esto no debe ser obstáculo suficiente para hacer desistir de la empresa.

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No veo necesidad de exponer, por el momento, más precisiones sobre esta edición comentada, cuya programación y subsiguiente puesta en práctica es todavía, si cabe, mucho más compleja que la de la edición íntegra del texto. Me limito a recomendar lo que creo más esencial:

a). A causa del ingente volumen que ocuparían todas las notas y comentarios que sobre lo que dijo o pudo decir Cervantes se han producido, sería aconsejable resumirlos. El trabajo debe ser realizado por un equipo de especialistas bajo una orientación de criterio uniforme.

b). No deben despreciarse aquellos simples comentarios que, por haber aparecido en revistas que no tienen entrada en el círculo de los científicos, tienen una apariencia meramente periodística. La experiencia me ha enseñado que la «paternidad» de muchos hallazgos, opiniones, etc., no siempre es atribuida justamente a quien se la merece. Y suum cuique tribuere.

c). No debe caer nadie en la tentación (y pido perdón por la reiteración sobre el tema) de pretender que sus soluciones personales se conviertan en definitivas. Recuérdese que se trata, en esta edición, de una exposición neutra de los textos y de sus interpretaciones a lo largo de la historia.

d). Se rechazaría, en esta edición comentada, la recopilación y el examen de los estudios de carácter general sobre la significación de Cervantes en la evolución cultural de la humanidad, su pensamiento, su filosofía, etc. Estos son temas que pertenecen a otro negociado donde la libertad del investigador no debe quedar sujeta a ninguna restricción.

e). Naturalmente, completarían esta edición comentada, los correspondientes prólogos, bibliografías, índices, etc., y los demás trabajos que se considerasen oportunos.

4. Estas ediciones matrices, la íntegra del texto y la comentada, serían las que servirían de base, de fuente, para todas las demás ediciones que el buen criterio de centros docentes, culturales, editores, profesores, etc., quisieran llevar a término, sin descartar ninguna posibilidad: desde una edición manejable, pero científica en esencia, para estudiantes y lectores avanzados pero no tanto que les llegue a interesar si Cervantes (o la edición príncipe) escribió normalmente asimismo o asi mismo hasta la más vulgar y carente de todo comentario, la «de bolsillo», y llegando incluso a las ediciones abreviadas, compendiadas, para estudiantes de un grado determinado, y pasando por las ediciones para estudiantes extranjeros.

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Para la edición que, al parecer, entre todas las posibles es la que más urge a los profesores que he citado en este artículo, es decir, para la edición modernizada con utilidad a nivel de estudiante ya avanzado, no me atrevo a tener siquiera criterio alguno, porque desconozco el grado de necesidad que estos profesores han experimentado en sus lectores. Pero sí me atrevo a augurar que estas ediciones modernizadas pasarán pronto de moda y el mismo día de su salida al público tendrán ya críticas y reparos por parte de otros profesores; en cambio, las ediciones íntegra del texto y comentada, en la forma que he expuesto en los párrafos de este artículo, no podrán sernos jamás reprochadas (y ésta será su mejor recomendación), porque la labor realizada no habrá consistido más que en ofrecer de una forma objetiva todos los elementos de juicio de que disponemos en la actualidad, en agrupar lo que se halla disperso, y en dejar que cada investigador, a la vista de los materiales así presentados y a su alcance, saque sus propias conclusiones sin obligarse a estar y pasar por las nuestras.




- IV -

Como puede suponer cualquier lector un poco perspicaz, esto no es todo. Afortunadamente. Afortunadamente, porque la misma complejidad de la empresa comporta una serie de dificultades en cuya resolución (además de los resultados que se esperan obtener) estriban no pocos de sus atractivos. Y por mucho que esfuerce uno la imaginación, estoy convencido de que estas dificultades serán siempre más de las que ahora pueden prevenirse.

El tema no se acaba con la edición de las obras cervantinas en la forma dicha (o en otra que mejore la propuesta), pues se me ocurre pensar que casi tan importante y necesario como esta edición es la publicación de una BIBLIOGRAFÍA CERVANTINA general, totalmente exhaustiva, si ello es posible. Pero éste es un tema que, aunque tengo suficientemente estudiado e iniciado ya a nivel particular, requiere otro más largo comentario.

Sobre la forma material y práctica de llevar a buen fin este proyecto, no me atrevo a pronunciarme. Ni en sueños siquiera puedo aventurar nada sobre las repercusiones económicas del asunto, porque seguramente, como don Quijote en su diálogo con Juan Haldudo, erraría en la cuenta. Sobre la creación de una Comisión gestora, llamada de atención a investigadores que quisieran y pudieran coadyuvar, la creación de un «boletín de la edición» (si se considerara de utilidad), etc., etc., yo propondría la celebración de un simposio donde se estudiaran y se   —190→   decidieran los caminos a seguir. Desconozco en qué grado de gestación se halla el proyecto en el seno de la «Cervantes Society of America», o de si cualquiera otra entidad cultural o cualquier otro editor trabajan ya sobre ello. Con una previa información podrían hacerse las gestiones precisas para aunar todos los esfuerzos que ahora acaso se hallan dispersos.

Finalmente, aunque creo que mi propuesta es, entre las que conozco, la que más se acerca a la edición magistral de las obras de Cervantes que todos deseamos, es también, cómo no, supongo, mejorable. Yo la someto a la consideración de todos aquellos de cuyos trabajos y desvelos puede aprenderse tanto sobre Cervantes.